XXIV
En última instancia, ¿qué podemos decir de ellos? ¿Qué puede decirse de Marjorie Menninger, de Danny Dalehouse, de Ana Dimitrova, de Charlie, de Ahmed Dulla, o de Sharn-igon y de Madre dr'Shee? Hicieron lo que pudieron; casi siempre, lo que creían que debían hacer. Lo que puede decirse de ellos es lo mismo que de todas las personas, tanto humanas como no: al final murieron. Algunos sobrevivieron a la lucha. Otros, a la erupción solar, pero a largo plazo no hay supervivientes.
Sólo hay sucesores. El tiempo pasa, y las generaciones vienen y se van.
Entonces, ¿qué podemos decir de esa bella y poderosa mujer llamada Almizcle Verdinube An-Guyen?
Podemos decir que conserva rasgos de Margie, de Nan y de algunos de los demás, bien por el legado traspasado en cadenas de ADN, o bien de lo que hicieron o lo que fueron. Por supuesto, nunca conoció a ninguno de ellos, porque todos llevan seis generaciones muertos; ella es una sucesora.
Como todos nosotros, no es una sola persona. Ella es tres, o seis, o un centenar de personas distintas, si contamos los estereotipos y los recuerdos subjetivos que guardan otros con la etiqueta «Almizcle An-Guyen». Para un antiguo amante, es la dulce y sudorosa compañera de un fin de semana en Lago Infierno. Para sus nietos, la profesora auxiliar que los guía por los museos y el zoo. Para cualquier vaciador autorizado de terrenos de la República del Area Metropolitana de BoyneFeng, es la juez de selección que supervisa los mecanismos del gobierno o, mejor dicho, del no gobierno. Almizcle es una convencida defensora de los Seis Preceptos de las Repúblicas Jemianas, y No debe existir un gobierno central fuerte es el último y tal vez más importante de ellos. Para ella, el «gobierno» es una perversión del pasado, una institución que se consumió para siempre en el fuego de la Explosión y murió de hambre en la Época de la Desesperación. Había desaparecido de Jem hacía un siglo y medio. Nadie quiere que vuelva aquel espanto, y ella menos que nadie. Es tan obsoleto como los ejércitos, la indolencia y los desechos. Almizcle se encargará de que siga siendo así aunque le requiera la última gota de su sangre o el máximo sacrificio de sus milicianos voluntarios y receptores de regalos.
Para ver quién es Almizcle, observemos las tres caras principales que muestra y aprovechémoslas para presentar el bochornoso y satisfecho mundo de Jem; la primera de ellas es la de Almizcle, la que nutre.
Proporciona más de un 10 por ciento de los alimentos de Boyne-Feng, y casi todo procede del subsuelo. Por descontado, no lo hace con sus propias manos. Obsérvenla a la puerta de la galería. El turno de mañana entra a trabajar. La espantosa época de los «propietarios» llegó a su fin cuando murió el gobierno. Almizcle no es una propietaria, sólo una más entre iguales, aunque una especial.
Podrían pensar que parece una hacendada de Virginia supervisando a sus esclavos o puede que una terrateniente de Shensi que acepta los pagos de los granjeros arrendatarios en los arrozales. Sería una impresión engañosa. Aquí no existe la propiedad. Ni siquiera hay ninguna obligatoriedad. Los vales que le dan los obreros krinpit, uno por uno, según pasan ante ella y se dirigen rápidamente hacia las granjas subterráneas, no son producto de la extorsión. Son regalos. Se los dan libremente. Si a Almizcle no le complace el regalo de uno de ellos, no se lo reprocha ni le ordena que le dé más, sencillamente lo rechaza. El krinpit elige entonces volver a su aldea, donde puede morirse de hambre libremente. Un metro o dos más allá del puesto de Almizcle, los reptadores encargados de la supervisión rocían a los krinpit con una laca antihistamínica. Aquí tampoco se emplea la fuerza. Si el krinpit opta por no hacer regalos a los supervisores, no tiene por qué marcharse. Los supervisores elegirán no rociarle. El krinpit padecerá picores o mudará o morirá como resultado de la exposición a los cultivos en los que trabajan, originarios de la Tierra. Optar por esa posibilidad es un derecho de los krinpit, que pueden ejercer siempre que quieran. No hay ni la más mínima obligatoriedad, de nadie, a nadie, en ningún momento. Eso forma parte de los Seis Preceptos.
Los krinpit lo saben y disfrutan de su libertad, por no mencionar de las radios, de los tambores y cítaras joviales y ruidosas, de las sustancias químicas embriagadoras, de las cuentas y las herramientas de metal que tanto valoran. Todos esos regalos se los dan libremente cuando ellos, no menos libremente, entregan los vales que Almizcle les ha dado, en otro ejercicio de su libertad, al final de cada turno de trabajo voluntario. Los reptadores también lo saben y también están agradecidos, sobre todo por las mejoras introducidas por los Dos Patas en sus antiguas madrigueras silvestres, y ayudan libremente a los obreros krinpit más corpulentos y fuertes instruyéndolos sobre dónde plantar los cultivos de suelo, de champiñones, y los cultivos de techo, de patatas y boniatos. También ellos disfrutan ahora con la posesión de cuentas, dispositivos y sustancias embriagadoras que sus brutos progenitores jamás habían conocido. Los globonoides lo saben: ¡qué bien se lo pasan con su música grabada y sus orgasmos repetidos! Y, por supuesto, Almizcle Verdinube An-Guyen lo sabe muy bien. Tiene todo lo que quiere. Puede que su más preciada posesión sea la seguridad de que los Seis Preceptos siempre se obedecen; por tanto, siempre se hace justicia, y todos los demás en Jem -y eso significa todos: krip o globonoide, extraño o hijo- también lo tienen todo, aunque raramente posean tanto de todo como ella.
Tenemos también a la Almizcle voluntaria pública. No es una simple persona que interviene o participa en las discusiones, como todos los demás. Es una juez de selección, que dedica libremente parte de su tiempo, incluso las jornadas festivas, a servir a la comunidad.
Sale de las galerías agrícolas y sube a la superficie, entrando en la cúpula cálida y brillante de Ciudad Opulenta. Almizcle es todavía una mujer de belleza contundente. Bronceada por las luces ultravioleta de la gruta-piscina, alta, robusta más que gorda, pesa los sesenta kilos estándar, pero tiene una cintura de cincuenta centímetros y sus amantes la prefieren a otras a las que dobla en edad. Las miradas la siguen cuando entra sonriente en el Salón del Recuerdo, se quita los pantalones y el impermeable para estar cómoda, da el Saludo del Corro a todos y se recuesta en un sofá de espuma.
- Me gustaría empezar -dice risueña. Los otros seis jueces de selección voluntarios convienen que a ellos también les gustaría abordar las cuestiones del día.
La mayoría de las cuestiones son rutinarias, y en seguida se llega al consenso. (Todos se están reservando para el gran tema.) Desde el lugar que ocupa bajo el busto de Madre Kristianides, con sus anchas cejas y expresión serena mientras los contempla a todos desde arriba, Roanoke t'Schreiber describe los avances en la limpieza de Lago Infierno. Todas las aguas residuales de la ciudad se bombean allí. La vida acuática autóctona está siendo exterminada satisfactoriamente, dado que la Escherichia coli funciona como un antibiótico contra la mayoría de las formas de vida jemianas.
- Otros dos millones de deposiciones y la tendremos limpia como una patena -comenta. Invernadero de Césped Nacida en la Erupción deja de estudiarse las uñas de diez centímetros para preguntar si no se debería dar vales extras a la milicia dado que, desgraciada (aunque voluntariamente) muchos de sus miembros han entregado su vida a la exploración de nuevas madrigueras de reptadores y a la liberación de lejanos campamentos de krinpit. Todos están de acuerdo en que parece deseable. La mujer que viste el uniforme de la milicia, que había estado esperando en la puerta, se va con una sonrisa de satisfacción.
Entonces, el rostro de Almizcle se ensombrece y comenta:
- Tengo entendido que ha llegado otro tactran de Alfabase.
Se hace el silencio en la cámara. Este es el tema que contiene las semillas de la discordia e incluso del cambio. En verdad nadie quiere abordarlo a fondo. Todos los jueces se remueven incómodos en los sofás bajo los bustos de los antepasados, cada uno esperando que hablen los demás.
Finalmente, t'Schreiber ofrece una opinión:
- Yo, por lo menos, creo que fue poco sensato por parte de nuestros predecesores intentar reanudar la exploración espacial. Otorgaron mucha importancia a poner nuevos satélites tactran en órbita. ¿Qué hemos ganado? Penas y confusión. -Seguidamente enumera los contactos establecidos-: Un confuso mensaje que podría proceder de la colonia marciana; lastimosas súplicas de ayuda de la propia Tierra; una docena de mensajes con tono chulesco procedentes de la base de Alfa Centauri que insinuaban veladamente la intención de combatir con Jem… Del resto del universo, nada.
Almizcle espera incómoda, cambiando de posición y rascándose justo encima de la placa de su bikini de cuerda. Entonces dice:
- Me pregunto si debemos seguir respondiendo a los mensajes de Alfabase.
Nadie dice nada.
Por tanto, se considera aprobado lo que Almizcle ha insinuado y los jueces vuelven a hablar del satisfactorio crecimiento de la población humana, desde los ciento ocho supervivientes a los mil ochocientos de la tercera generación y el casi cuarto de millón de la sexta. Ya no se teme por la supervivencia de la humanidad. En Jem, el Hombre prospera.
Eso le recuerda a Almizcle que su bebé más reciente está a punto de nacer. Habla en voz baja por teléfono al hospital. La «yegua» se encuentra ya en la sala de partos en ese mismo momento, pero las noticias son malas. El bebé ha nacido muerto.
- Es culpa mía -le dice Almizcle al doctor, con remordimientos-. ¿Se llamaba Sarah Bolsabrillante?
- Mary Bolsabrillante -la corrige el médico.
- Ah sí, Mary. Tenía casi sesenta años. Debería haber invitado a una yegua más joven para que empollara a mi bebé.
- Que no te estropee el día -la consuela el doctor-. Uno debe asumir que haya algún fracaso de vez en cuando. Casi todos tus hijos han vivido, y recuerda que tienes otros tres en la recámara ahora mismo.
- Eres muy amable. -Almizcle cuelga con una sonrisa, pero la noticia la ha afectado, y justo en Navidad.
- Me gustaría irme ahora -les dice a los demás jueces. Por supuesto, los demás también quieren dar por acabada la discusión y volver a sus casas.
Además, está Almizcle la madre, la persona venerada como cabeza de familia.
No es un rasgo baladí de su persona. Su familia es inmensa: cuarenta y cuatro hijos vivos de los que, los doce mayores, ya hace mucho que la han convertido en abuela múltiple, y los tres más jóvenes todavía no han nacido y están en los úteros de otras mujeres. (Se recuerda a sí misma que tiene que hacerle un regalo a Sarah, o Mary, Bolsabrillante por su amabilidad al llevar su óvulo implantado más reciente hasta el final. No sería un regalo tan espléndido como era habitual, claro, dado que el niño había nacido muerto.) En Navidades todos sus hijos acudirían a darle el Saludo del Corro, y anhela con placer anticipado que llegue ese día.
No todas las preocupaciones familiares son tan agradables. Mientras recorre los plácidos jardines hacia el lugar donde duerme y guarda sus pertenencias, un joven pálido y de poca estatura se abre paso hasta ella entre los matorrales. Es d'Dalehouse Delfín An-Guyen, uno de sus hijos. Ha estado corriendo. Respira jadeando. Almizcle suspira y le dice:
- Qué amable por tu parte venir corriendo a darme el Saludo del Corro, Delfi.
El chico se detiene y parpadea ante el bonito multiárbol de Navidad que hay en el centro del jardín, con luces en forma de anillo y la Estrella amarilla de la Tierra coronando la copa. Obviamente se ha olvidado de la festividad. Almizcle suspira otra vez:
- Feliz Navidad de todas formas, Delfi. Sé que vas a reprocharme algo. Siéntate y recupera el aliento primero.
Se sientan en un banco de piedra-reptadora compacta bajo un emparrado de uvas. (Unas cuantas pasas habían sobrevivido a la tormenta de la erupción bajo una litera en el Puesto Avanzado de los Pueblos. Todo el vino de Jem, así como este árbol, procedía de las seis semillas encontradas que pudieron germinar.)
Almizcle no mira a su hijo. Sabe que, a pesar de sus defectos, está demasiado bien educado para empezar a hablar antes de que ella lo haya animado, y quiere que sienta la paz de ese lugar. A su alrededor, por todo el jardín, están las estatuas de la Primera Generación: las dieciocho madres, en oro; las cincuenta y dos yeguas, en cristal, y los setenta y nueve padres, en granito extraído de los acantilados bajo el polo de calor. dos veintiún supervivientes que no contribuyeron con genes al acervo común, ni siquiera por clonación, también tienen estatuas, pero están alineadas fuera del parque. Ninguno de ellos fue ni siquiera yegua.) Hay más distinciones entre las estatuas. Los ochenta y un supervivientes que volvieron de la Cara Oculta tienen el nombre grabado en plata glaseada. Los treinta y dos que sobrevivieron en las madrigueras bajo el Puesto Avanzado de Alimentos, donde los alcanzó la erupción antes de que se completara el traslado a la Cara Oculta, están resaltados en rubí. Y los otros sesenta y nueve -pocos de ellos viables- que sobrevivieron a la erupción en cuevas, bajo máquinas, en cápsulas espaciales o dondequiera que pudieran esconderse de la ira de la estrella están señalados con crisolita naranja, el color de las llamas. Eso sucedió hace seis generaciones. Almizcle podría en teoría descender de 26 de ellos, casi un tercio, pero de hecho sólo once son sus verdaderos antepasados, con considerable solapamiento. (Por ejemplo, ella es quíntuple descendiente de Marjorie Menninger, Ana Dimitrova, Nguyen Tree y Primernato Mackenzie, el diminuto hijo focomélico alumbrado por la única mujer que sobrevivió tanto al bombardeo nuclear del Puesto Avanzado de Combustible como a la erupción. Sólo vivió lo bastante para dar a luz a su hijo deforme, pero el niño resultó maravillosamente fértil.)
Cuando Almizcle cree que este lugar sagrado ha hecho todo lo que puede por su hijo, se rasca por debajo del cinturón de los pantalones y dice:
- Muy bien, Delfi, ya puedes decirlo.
Él está tan impaciente que no ve el momento de pronunciar las palabras:
- Muy bien, ¡lo diré! Has cometido un error, Madre Almizcle. ¡No podemos decirle no a Alfabase!
- ¿No podemos?
El es testarudamente obstinado, incluso feroz.
- Sí, eso es lo que he dicho. No podemos. ¡Es un crimen contra la raza humana! Jem se está pudriendo ante tus ojos, Madre Almizcle. Ésta es la mejor ocasión que tendremos jamás de poner las cosas en marcha otra vez. ¡En Alfabase tienen tecnología de alta energía! ¿Sabes qué significa lo que nos están sugiriendo? Son capaces de poner diez toneladas estándar en el estado de carga taquión, cuando nosotros ni siquiera podríamos hacerlo para salvar nuestra vida.
- Querido Delfi -empieza ella con tono dulce y razonable-, aquí, en Jem, tenernos problemas más apremiantes. ¿Sabes cuántas bandadas de globonoides salvajes quedan? ¿Cuántos krips que todavía viven en la más absoluta brutalidad? Y repta-dores a los que no hemos llegado y que no hemos ayudado. Tenemos un deber…
- ¡Tenemos un deber con la humanidad! -grita él.
- Sí, ¡sin duda! Y lo estamos cumpliendo. Nuestros antepasados dieron su vida por salvarnos, y nosotros nos mantenemos fieles a los Seis Preceptos. Aquí no hay gobierno tiránico, ni coacción de ningún tipo, ni nacionalidades rivales. No hemos violado a Jem, lo hemos cortejado. Vivimos con recursos energéticos renovables, mientras que los Alfas han vuelto a la industria y a todos los males de la tecnología.
- ¡Dios santo! -exclama él-, ¿recursos? El cuarto de millón que somos ni siquiera ha empezado a arañar su superficie del planeta. ¿Sabes que el combustible fósil se forma más rápido de lo que nosotros lo usamos?
- ¡Bien! ¡Y así es como debe ser! Eso lo hace renovable. Sé razonable, Delfi, cariño. ¿Por qué estropear la felicidad de todos empeñándose en algo descabellado? Imagina que todos quisieran hacer lo que tú dices. ¿Quién iba a extraer entonces esos combustibles fósiles?
- Krips. Reptadores. Gente. ¡Máquinas! Me da igual. Si no quieren por las buenas, ¡se les debería ordenar!
Almizcle se estremece.
- Me has fastidiado las Navidades -dice con pesar, y se aleja caminando. ¡Qué vergüenza! Un jovencito absurdamente testarudo y una yegua incompetente le habían arruinado la celebración antes incluso de que hubiera comenzado como era debido. Delfi es su hijo favorito, o suele serlo. Almizcle admira su diminuto y rápido cuerpo y su mente brillante. Pero… ¡menudas tonterías, la verdad! ¡Qué pesado! ¿Por qué no puede aceptar el paraíso como todos los demás y ser feliz en él?
La fiesta de Delfi también se ha estropeado, y se sienta en el banco de piedra-reptadora tan irritado y frustrado que ni siquiera escucha cómo empieza el villancico:
A'es 'efi 'eles.
Lae'i `riumphan 'es.
¡Si pudiera hacerla entrar en razón! La conquista de Jem había costado tanta sangre y tanto dolor… Y no sólo en aquel primer año espantoso. Una y otra vez se había repetido el desastre, cada vez que Kung entraba en erupción durante las primeras décadas. Había habido ocho erupciones desde los tiempos de los antepasados, y sólo las dos o tres últimas habían resultado relativamente indoloras. Habían tenido muchas advertencias y librado una carrera frenética para convertir las cúpulas en espacios a prueba de iones y acumular productos perecederos esenciales dentro. Pasaban una semana de confinamiento mientras la estrella bramaba, un año más o menos con alguna escasez hasta que el planeta volvía a recuperarse. Eso suponía que habían sufrido media docena de asedios espantosos, el primero de los cuales fue sin duda el peor, pero todos los demás no resultaron mucho menos catastróficos. ¿Es que eso no iba a servir para nada?
Veni'e oremus,
Omnium
Un supervisor reptador pasa a toda prisa relinchando a su lado hacia el multiárbol, seguido de cuatro ruidosos jardineros krinpit que visten sus abrigos de laca del Corro del Saludo verdes y brillantes. Un poco tarde, se da cuenta de lo que cantan a coro.
Líbranos del poder de Satán
cuando todos seamos ceniza…
Menudo tiempo de alegría es éste, piensa para sí. ¡Más bien tiempo de suicidio! Tiempo de sentarse a esperar la muerte con los brazos cruzados mientras el resto de la galaxia avanza hacia quién sabe qué triunfos de la tecnología y qué aventuras. El mal humor y las Navidades se enfrentan en su interior. El mal humor va desapareciendo paulatinamente. Recuerda lo que llevaba el reptador -luces estroboscópicas ultravioleta que resplandecen pálidas- y decide acercarse al multiárbol de Navidad.
Los krinpit apartan bancos y mesas de picnic para dejar sitio, gimiendo y traqueteando para sí mismos; acaban y se van a toda prisa. El reptador coloca las luces estroboscópicas y aguarda órdenes. En el árbol, los globonoides atados cantan con toda su alma:
Schlaf in heilige Ruhe,
Schlaf in heilige Ruh'
Alrededor del árbol, jóvenes como él se quitan la ropa y se introducen entre los troncos que lucen una alegre decoración.
- ¡Es hora de empezar! -gritan, y los bolas de gas empiezan a cantar el animado y vital Buen Rey Wenceslao. Obedientemente, el reptador enciende las luces estroboscópicas. Los globonoides jadean sin dejar de cantar y empiezan a emitir su líquido seminal, y bajo el hermoso árbol las parejas se unen formando los tradicionales Corros.
Delfi no puede aguantarlo más. La tristeza desaparece por completo. La Navidad se impone triunfal. Se quita rápidamente la ropa y se zambulle en los troncos del multiárbol. ¿Por qué combatir la Utopía?, piensa para sí. Y así, en ese instante, completa el proceso de crecimiento e inicia el que lo llevará a la muerte, que viene a ser lo mismo.
FIN