XIII
Charlie y su bandada habían intentado seguir al pequeño biplano que resoplaba y se agitaba sobre el cielo de Jem. Su esfuerzo fue en vano. Los globonoides se elevaban, se dejaban caer, encontraban vientos que los empujaban hacia el polo de calor, pero nunca lo bastante rápido para alcanzar al avión. Charlie entonó un apenado canto de despedida por la radio mientras el grupo se daba la vuelta, y el sonido de su canto superó incluso la ruidosa vibración del pequeño motor dentro del avión.
- Hay demasiado ruido -gritó Kappelyushnikov alegremente al oído de Danny Dalehouse-, ¿quieres apagar la radio, por favor?
- Déjame que me despida antes. -Dalehouse cantó por la diminuta radio y luego la apagó. Muy atrás, medio kilómetro por encima de ellos, la bandada se meció como acuse de recibo. Dalehouse estiró el cuello para mirar adelante, pero el campamento de los Grasis todavía no estaba a la vista. Volaban en línea casi recta hacia el polo de calor -hacia el «sudeste», si se adopta la convención de considerar los polos de rotación norte y sur, por más irrelevante que fuera para brújulas y sextantes-, sobre un terreno ascendente casi todo el tiempo. ¡Qué estúpidos habían sido los Grasis al ubicar su campamento en la zona menos hospitalaria del planeta! Pero ¿quién sabía por qué hacían las cosas los Grasis?
Kappelyushnikov se inclinó hacia él y le dio una palmada en el hombro.
- ¿Quieres vomitar? -le preguntó animadamente, señalando al lado de la cabina. Dalehouse negó con la cabeza-. Todo va bien -prosiguió Cappy-, un vuelo un poco movido, eso sí. Es que estamos enfrentándonos a los vientos y no haciendo el amor con ellos, como en un globo. ¡Tienes a un verdadero técnico de primera al mando de la aeronave!
- No me estoy quejando. -Lo cierto es que no tenía ningún motivo de queja. El biplano era una maravilla tecnológica en Klong, en Jem, como se suponía que debían llamar ahora al planeta, se recordó a sí mismo. Al menos, ¡estaban volando! Era difícil llegar al campamento Grasi de otro modo. En Jem no había coches porque no había carreteras. Sólo un vehículo oruga podía llegar a alguna parte, y ni siquiera los Grasis andaban sobrados de ellos. Dado que, con su incomprensible obstinación, los Grasis habían acampado a diez kilómetros de las aguas navegables más cercanas, los botes quedaban descartados. Volar era el único medio para llegar a esa pequeña cumbre que se suponía que iba a restablecer las relaciones amistosas de cuantos estaban en Jem. La otra opción consistía en caminar. Dalehouse dedicó un momento a compadecerse de los pobres, orgullosos y pedestres Poblas que sin duda avanzaban a pie en algún punto bajo ellos.
Visto de este modo, el simple hecho de volar ya era un triunfo, aunque hubiera preferido que Cappy no sacara el tema del mareo. No era tanto el movimiento lo que le molestaba como lo que habían estado comiendo. Con veintidós bocas más que alimentar, el viejo estilo de comidas preparadas de cualquier manera había pasado a mejor vida. Por desgracia, los recién llegados habían traído sus gustos, pero se habían olvidado de empaquetar a un chef que se los satisficiera. La comida era intragable. Nadie se atrevía a quejarse. El primero que hablara mal acabaría conviniéndose en el próximo cocinero.
Pese a todo, la comunidad crecía. ¡La tercera nave de re-aprovisionamiento había traído de todo! Ahora tenían ese pequeño aeroplano chisporroteante de dos alas, desmontado y plegado, con una pinta que daba risa, pero que se había revelado perfectamente útil porque, como era evidente, estaba volando. Asimismo, les habían suministrado las pequeñas máquinas con energía de plutonio y también instrumentos, entre ellos sensores para que Morrissey estudiara a los reptadores en sus túneles subterráneos, y radios que Dalehouse había entregado a Charlie. Tenían un nuevo satélite orbital Argus para fotografiar las nubes y ayudarlos a predecir el clima o, al menos, a intentar predecirlo con un poco más de precisión.
Incluso los había ayudado en sus tentativas de establecer contacto con las criaturas autóctonas, más o menos. Charlie estaba encantado con su ballesta y su radio. Jim Morrissey había adoptado otra táctica. Había utilizado la nueva perforadora mecánica para practicar tres agujeros muy separados a lo largo de una madriguera de reptadores. En los agujeros de los extremos introdujo cargas de explosivos poco potentes y, en el del medio, una manguera conectada con la salida de gas del pequeño motor de gasolina del taladro. Cuando hizo estallar las cargas, selló ambos extremos de la sección del túnel y el monóxido de carbono atrapó a cuatro de los excavadores antes de que pudieran escaparse cavando. Para entonces a Dalehouse ya no le servían para nada, claro, pero a Morrissey le dieron una gran alegría.
Nuevas maravillas estaban en camino. El tercer reaprovisionamiento había traído ocho toneladas métricas de equipo pero, según los mensajes tactran, el próximo traería cerca de cincuenta, además de puede que un centenar de personas. ¡Será como una ciudad! La convocatoria de la reunión en el campamento de Combustible no sólo había supuesto una agradable excursión por Jem para Dalehouse, sino también un respiro de la tediosa tarea que suponía levantar las tiendas para recibir a los refuerzos.
Lo que el tactran no explicaba era para qué se utilizarían los refuerzos. Sin duda, ahora necesitaban varios especialistas de los que carecían: un cocinero, un dentista, algunas mujeres más atractivas, una traductora mejor… Al acordarse, Dalehouse se recostó para ver cómo le iba a Harriet atrás.
La traductora iba incómodamente acurrucada en un espacio que no debía superar el metro cuadrado, un espacio, además, del que sobresalían pernos y palancas que debían de estar tatuando las caderas y las costillas de Harriet con una marca indeleble. Si hubiera sido cualquier otro, Dalehouse le habría hecho algún comentario amistoso y compasivo, pero no se le ocurría ninguno para Harriet. La traductora tenía los ojos cerrados. Su expresión daba muestras de resignación ante la patente injusticia de ser la más pequeña de los tres y, por tanto, el pasajero al que correspondía apretujarse en el diminuto compartimiento trasero.
- Nos acercamos -le gritó Kappelyushnikov al oído. Dalehouse se inclinó hacia delante y frotó el cristal, como si las tinieblas jemianas estuvieran dentro del aparato, en lugar de flotar a su alrededor. No se veían más que nubes marrones…
Entonces el reborde de blanco puro del polo de calor resplandeció por una grieta. Había algo más. Las mismas nubes se volvieron más brillantes. A medida que el biplano salía del túnel de la última masa nubosa, Dalehouse vio la causa de tanto brillo.
- ¡Dios mío! -gritó Kappelyushnikov-, ¿es que no tienen vergüenza?
La luz era el campamento de los Viscosos. Destacaba en el horizonte como una hoguera, perforando las tinieblas marrones y apagadas de Jem con focos, ventanas iluminadas y, se maravilló Dalehouse, ¡hasta farolas en las calles! Ya no era el campamento provisional de una expedición. Era una pequeña ciudad.
El foco vertical se movió atravesando el biplano para hacerle saber que lo había visto y al momento se apartó cortésmente para no deslumbrarlos. Kappelyushnikov susurró algo inaudible por el micrófono de su radio, escuchó un momento y luego empezó a dar vueltas.
- ¿Qué ocurre? -preguntó Dalehouse.
- No pasa nada, sólo que ya no tenemos prisa -dijo el piloto-. Los Poblas tardarán todavía más de una hora, así que estudiemos este milagro antes de aterrizar.
Poco le faltaba para ser un verdadero milagro. En el campamento Grasi había sólo unas cuarenta personas, pero parecía tener otras tantas construcciones. Se trataba de edificios, no de tiendas ni cabañas de plástico; ¿con qué los habían construido? ¡Menudos edificios! Algunos eran barracones, otros bungalows individuales. Uno recordaba más a una copia a escala uno diez de la Torre Eiffel que a cualquier estructura imaginable en la que se pudiera vivir o trabajar. Otro tenía más de veinticinco metros de largo. Y… ¿qué era aquel curioso cono bajo y redondeado con pétalos en la punta más lejana del campamento? Parecía construido con tiras curvadas de metal brillante dispuestas alrededor de un cilindro negro central. ¿Sería un generador de energía solar? Si lo era, ¡tenía casi un tamaño de megavatio! ¿Y aquella torre rechoncha con el abanico que rotaba horizontalmente? ¿No era la salida de gases de un acondicionador de aire?
Harriet se había despertado y se inclinaba hacia delante por encima del hombro de Dalehouse para mirar. Resopló irritada al oído de Danny cuando dijo con severidad:
- Eso es…, es un despilfarro lascivo.
- ¡Oh, sí, querida Gasha! -gritó el piloto-. ¡Sería estupendo que también nosotros pudiéramos pemitírnoslo!
Ahmed Dulla oyó un distante chisporroteo por encima de las vibraciones y los crujidos que producían sus acompañantes krinpit.
- Bájame. Espera. Intenta guardar silencio -dijo de mala manera en la mezcla de urdú y lengua de los krinpit que a veces les permitía comunicarse. Se bajó de la litera en la que lo estaban transportando y se subió al saliente de un multiárbol, apartando las frondas que despedían un resplandor rosáceo para otear el cielo. Una pequeña aeronave de dos alas descendía justo por debajo del nivel de las nubes-. Vaya. Llega otro triunfo de la tecnología -dijo.
El krinpit, Jorrn-fteet, se irguió hacia atrás para estudiarlo con más atención, agitando las pinzas rechonchas.
- El sentido de lo que dices no está claro -dijo repiqueteando.
- No importa. Sigamos adelante. -Dulla no estaba de humor para una distendida charla con bichos hipertrofiados, por más útiles que le fueran-. Toma, lleva la litera y mi bolsa. Yo caminaré -le ordenó. Estaban ascendiendo desde el valle poco profundo del río, entre las últimas pendientes boscosas, hacia las altiplanicies secas. La vegetación pasaba de multiárboles y helechos a plantas carnosas con forma de barril y capullos luminosos de color rojo chillón. Dulla las miró con desagrado. Estudiar las plantas, encontrar nuevos productos, así es como mis padres se hicieron independientes de las máquinas del mundo exterior. Eso era lo que Feng Hua-Tse le había dicho que hiciera antes de salir; pero Dulla era astrofísico, no herborista ni curandero, y no tenía la menor intención de cumplir las instrucciones de aquel estúpido.
Ya no había vegetación entre él y el cielo y podía ver el pequeño biplano dando vueltas a lo lejos, hacia la brillante línea blanca del polo de calor. Bien. Los Grasis disponían de un helicóptero; los Gordos, de un avión, ¿y qué medio tenía el representante de las Repúblicas Populares para acudir a esta reunión? Una litera, transportada por animales que parecían crustáceos aplastados. Dulla estaba que echaba humo. Si Feng le hubiera hecho caso, habrían insistido en que la reunión de los tres grupos se celebrara en su propio campamento. Así se habrían librado de la humillación de presentarse en una camilla de plástico cargada por criaturas salidas de una absurda fábula infantil…, aunque no de la humillación de exhibir ante los Gordos y los Grasis las precariedades de su campamento. ¡Qué desastre! Todo era culpa de Feng o del Heredero de Mao: en primer lugar, la expedición tendría que haber sido aprovisionada y reforzada como era debido; pero si dejas un proyecto en manos de los chinos, ya se sabe, lo arruinarán utilizando sólo materiales de desecho.
Los krinpit se detuvieron sin previo aviso y Dulla, ensimismado en sus pensamientos, estuvo a punto de tropezar con ellos.
- ¿Qué pasa? -se quejó-. ¿Por qué os paráis aquí? -Una cosa muy ruidosa se mueve rápido -repiqueteó Jorrnfteet.
- No oigo nada. -Ahora que lo habían sacado de su ensueño sí vio algo, una nube de polvo detrás de las colinas. Mientras miraba, una máquina superó la elevación y se dirigió hacia él. Estaba todavía a medio kilómetro, pero parecía un semioruga.
- Otro triunfo del despilfarro para llamar la atención -dijo con desprecio-. ¿Cómo se atreven a venir a buscarme, como si no fuera capaz de hacer el viaje solo? -Los krinpit repiquetearon con curiosidad y añadió-: Da igual. Bajad la litera. Llevaré la mochila yo mismo. Escondeos. No quiero que os vean los Grasis.
Esas palabras carecían de sentido para los krinpit. Un krinpit no podía esconderse de otro si estaban lo bastante cerca para oírse. Dulla se esforzó por explicárselo:
- Volved detrás de la colina. Los Gordos no os oirán. Yo regresaré en el espacio de tiempo que nos llevó subir desde el río. -Tampoco estaba seguro de que le hubieran entendido. Los krinpit tenían un sentido claro del tiempo, pero el vocabulario para señalar sus unidades no se traducía bien de un lenguaje, basado en un ciclo diurno, a otro, que había evolucionado en un planeta que carecía de puntos de referencia temporales identificables. Aun así, se alejaron tambaleándose obedientemente y Dulla se encaminó con paso firme hacia el vehículo que se aproximaba.
El conductor era kuwaití, traductor, según parecía, porque saludó a Dulla en un perfecto urdú.
- ¿Quieres que te lleve? -gritó-. ¡Sube!
- Eres muy amable -sonrió Dulla-; y la verdad es que hoy hace un poco de calor para pasear. -No se trataba de un gesto amable, se dijo irritado para sí, ¡no era más que otra demostración de su detestable arrogancia! Ahmed Dulla estaba casi convencido de que era la única persona en Jem cuya lengua materna era el urdú, y ¡los Grasis se habían cuidado de enviar a alguien que pudiera hablar con él! ¡Como si él mismo no dominara otros cuatro idiomas!
Llegaría el día, se prometió a sí mismo, en que humillaría aquella ostentación digna de canallas. Recorrió en el vehículo las colinas salpicadas de barrancos hacia el campamento de los Grasis, charlando amigablemente con el kuwaití, haciendo educados comentarios sobre el espléndido aspecto del campamento, con el rostro sonriente y el corazón henchido de ira.
El anfitrión oficial de la reunión se llamaba Chesley Pontrefact. Había nacido en Londres pero sus raíces autóctonas no se remontaban muchas generaciones atrás. Tenía la tez de un moreno violáceo y el cabello de un blanco lana. Los mensajes tactran codificados le habían proporcionado a Dulla información abundante sobre los antecedentes de cada miembro de la expedición Grasi, así como de la de los Gordos, y por eso sabía que Pontrefact era mariscal de la fuerza aérea y ejercía el mando nominal de la expedición Grasi. Sabía, asimismo, que el poder real lo tenía una de las civiles de Arabia Saudí. Pontrefact iba y venía por la larga mesa de conferencias (¡de madera!, ¡transportada desde la Tierra!), ofreciendo bebidas y cigarrillos.
- Brandy, ¿verdad doctor Dalehouse? -inquirió atentamente-. ¿Y una coca-cola para usted, señor? Me temo que no tenemos zumo de naranja, pero al menos hay hielo.Nada, gracias -dijo Duna encolerizado para sus adentros. ¡Hielo!-. Sugeriría que empezáramos la reunión, si les parece oportuno.
- Por supuesto, doctor Dulla. -Pontrefact se dejó caer pesadamente en la cabecera de la mesa y miró con curiosidad a su alrededor-. ¿Les importa que presida la reunión, por cuestión de formas?
Dulla observó si alguno de los Gordos hacía gesto de oponerse, y habló una fracción de segundo antes que ellos.
- En absoluto, mariscal Pontrefact -dijo con tono afectuoso-, somos sus invitados. -Uno debería mostrar cortesía con sus invitados, ¿y qué era esta disposición de las sillas más que una ofensa deliberada? Pontrefact en la cabecera, dos de sus socios frente a él, además del traductor kuwaití 'y una mujer que no podía ser otra que la civil saudí que tomaba las decisiones. A un lado de la mesa estaban los tres Gordos: Dalehouse, el piloto ruso y su propia traductora; y, en el otro, él solo. ¿Cómo podían haber subrayado más intencionadamente que estaba solo y era insignificante? Con timidez, añadió-: Dado que todos estamos familiarizados, creo, con el inglés, tal vez podamos prescindir de los traductores. Un viejo dicho de mi pueblo dice que el éxito de una conferencia es inversamente proporcional al cuadrado del número de los participantes.
- Yo me quedaré -dijo la traductora de los Gordos rápidamente. Pontrefact levantó las cejas blancas pero no abrió la boca; Dulla se encogió educadamente de hombros y miró hacia la presidencia, esperando que empezara la reunión.
La saudí habló en voz baja al traductor durante un buen rato. Delante de Dulla, Dalehouse vaciló un momento y luego se levantó para tenderle la mano por encima de la mesa.
- Me alegro de verte en buen estado, Ahmed -dijo. Dulla apenas rozó la mano que se le ofrecía.
- Gracias -respondió, y de mala gana añadió-: Y gracias también por ayudar a devolverme a mi campamento. No he tenido ocasión de expresar mi gratitud desde entonces.
- Encantado de poder ayudar. En todo caso, me alegro de ver a alguien de tu expedición…, no vemos a muchos de los vuestros, ya sabes.
Dulla le lanzó una mirada enfurecida y comentó envarado:
- He hecho un largo camino para asistir a esta reunión, ¿no podemos empezar?
- Oh, mierda -dijo Pontrefact desde la cabecera de la mesa-. Veamos, amigos: el único motivo de esta reunión es procurar trabajar mejor juntos. Todos sabemos en qué caos han convertido nuestros líderes a la Tierra. ¿Por qué no intentamos hacerlo un poco mejor aquí?
- Por favor, limite sus observaciones a su propia gente -comentó Dulla alegremente. Era lo que había sospechado, los Grasis iban a dedicarse a insultar a todo el mundo, salvo a sí mismos. Le daba igual que ese antillano cuyo abuelo picaba billetes en el metro de Londres hiciera el ridículo si quería, pero que no ridiculizara a las Repúblicas Populares.
- Estoy hablando completamente en serio, Dulla. Lo hemos invitado porque es evidente que todos estamos trabajando en objetivos que se solapan. Su propio campamento tiene graves problemas, y todos lo sabemos. La gente de Alimentos y nosotros mismos estamos un poco mejor preparados, cierto, pero ustedes no tienen médico, ¿verdad, doctor Dalehouse? Por no mencionar unas cuantas cosas más. Y no se puede esperar que nosotros… Quiero decir que tampoco disponemos de recursos ilimitados. Según la resolución de la ONU, se supone que deberíamos cooperar y dividir las responsabilidades, en especial las científicas. Nosotros nos dedicamos a la geología, y no pueden decir que no hayamos jugado limpio. Hemos avanzado mucho.
- Eso es innegable -intervino Kappelyushnikov con moderación-, y debe de ser una pura coincidencia que la mayoría de ese trabajo se relacione directa o indirectamente con los fisionables y las cúpulas de sal.
- Es decir, con el petróleo -coincidió Dulla-. Sí, creo que todos somos conscientes de eso, mariscal Pontrefact.
- ¡Qué detalle por parte de los Gordos y los Grasis empezar peleándose entre ellos a las primeras de cambio!
- Sea como fuere -prosiguió el presidente con obstinación-, el caso es que aquí hay mucho que hacer y nosotros no podemos ocuparnos de todo. La astronomía, por ejemplo. Hemos puesto en órbita un satélite observatorio pero, como estoy seguro de que ya saben, tiene fallos de funcionamiento. Permítanme que les enseñe algo. -Se levantó y se acercó a una pantalla de likris sobre la pared. Tras manipularla un momento, los cristales se desplegaron de golpe emitiendo una luz de color variable que mostraba una especie de gráfico-. Ya han visto nuestro generador solar. Este gráfico muestra la entrada de energía solar en el generador. Como ven, en la curva hay puntas. A ustedes tal vez no les parezcan significativas, pero nuestro generador es un instrumento de precisión. No va a poder trabajar como es debido si la constante solar no es, cómo decirlo, eso, constante.
Dulla, consumido por la envidia, contempló el gráfico. Al fin y al cabo, para eso estaba él aquí, porque era un especialista en estudios interestelares. Apenas escuchó lo que dijo Dalehouse:
- Si Kung está haciendo de las suyas, puede implicar algo más grave que unas oscilaciones en su suministro de energía. Pontrefact asintió.
- Por supuesto que puede. Hemos notificado todo esto a Herstmonceux-Greenwich con una copia de la cinta. Están bastante preocupados. Kung podría ser una estrella variable.
- Difícilmente -dijo Dulla con desdén-. Se sabe que es posible que se produzcan unas cuantas erupciones en cualquier estrella.
- Pero no se sabe cuántas ni de qué intensidad; y es ésa precisamente la información que necesitamos. Lo que, si se me permite, confiábamos saber por las investigaciones astronómicas que, se suponía, iba a realizar su expedición, doctor Dulla.
Dulla estalló:
- ¡Esto es demasiado! ¿Cómo vamos a dedicarnos a la astrofísica cuando tenemos hambre? ¿Y de quién es la culpa?
- Desde luego, nuestra no, amigo -replicó Pontrefact con indignación.
- Pues alguien hizo estallar nuestras naves, amigo. ¡Alguien asesinó a treinta y cuatro ciudadanos de las Repúblicas Populares, amigo!
- Pero eso fue… -Pontrefact se calló a mitad de la frase. Hizo un esfuerzo visible por controlar su genio-. Sea como fuera -repitió-, el hecho incuestionable es que hay que hacer el trabajo y alguien debe encargarse de ello. Ustedes tienen los instrumentos, nosotros no, al menos no hasta que nos lleguen telescopios adecuados desde la Tierra. Nosotros, en cambio, disponemos de la mano de obra y ustedes, como es patente, no.
- Le ruego que me perdone. Permítame informarle de mi categoría académica. Soy director del Instituto de Planetología de la Universidad Zulkifar Alí Bhutto y tengo títulos en astrofísica de…
- Nadie está poniendo sus títulos en duda, mi querido amigo, sino su capacidad operativa. Permita que nuestro astrónomo lo acompañe. 0, mejor aún, deje que Boyne traiga por el aire su equipo hasta aquí, donde hay mejores condiciones…
- ¡Ni hablar! ¡Ni hablar a ambas propuestas!
- No me parece que sea muy justo por su parte, ¿verdad que no? Nosotros hemos cooperado con ustedes proporcionándoles comida, por ejemplo…
- ¡Menuda comida! Para su gente, no para la nuestra: todo harina, apenas nada de arroz.
Dalehouse intervino intentando apaciguar los ánimos:
- Nosotros os proporcionaremos algo de arroz, si eso es lo que queréis…
- ¡Qué generoso por vuestra parte! -replicó Dulla con desdén.
- Mira, espera un momento, Dulla. Hemos hecho cuanto hemos podido por vosotros…, y tenemos un par de quejas, por si no lo sabes. ¿Qué hay del disparo que recibí?
Dulla hizo una mueca.
- Eso fue sólo un accidente causado por la estupidez de Hua-tse con los fuegos artificiales. Las Repúblicas Populares ya han presentado sus disculpas.
- ¿A quién? ¿A los globonoides muertos?
- Sí -espetó, despectivo, Dulla exagerando su humildad-, por supuesto que sí, pedimos disculpas a vuestros íntimos amigos, los graciosos bolas de gas, y también a los suyos, señor, esas alimañas que excavan la tierra y que a ustedes les parecen tan útiles.
- Si se refiere a los reptadores -dijo Pontrefact, que perdía el dominio de su genio por momentos-, al menos no los empleamos como portadores de literas.
- ¡No! ¡Los utilizan para explotar las riquezas minerales! ¿No es cierto que algunos de ellos han desarrollado enfermedades por la radiación?
- ¡No, no lo es! Al menos, no aquí. Si es verdad que usarnos algunos ejemplares para que excavaran en otras zonas, y sí, encontraron cierta cantidad de radiación, pero debo decir que me duele la acusación de que estemos explotando a los nativos.
- Oh, estoy convencido de que le duele, mariscal Pontrefact, sobre todo teniendo en cuenta que sus propios ancestros deben de haber experimentado lo mismo pero desde el otro lado, por así decirlo.
- ¡Mida sus palabras, Dulla! -Pontrefact se vio interrumpido por la mujer saudí, que dijo-: Creo que necesitamos un receso para comer. Tenemos mucho de que hablar y gritarnos los unos a los otros no servirá de nada. Propongámonos hacerlo mejor por la tarde.
La sesión vespertina, aunque más tranquila, no le pareció muy fructífera a Dalehouse.
- Al menos sacamos una comida decente -le dijo a Kappelyushnikov una vez habían salido del largo edificio donde se habían reunido.
- Pues a mí me ha dejado un mal sabor de boca -refunfuñó el ruso-. Oh, cuántas cosas buenas tienen por aquí; no hablo sólo de comida.
Eso no se podía discutir. Enfrente de la sala de reuniones estaban erigiendo otro edificio. Un volquete oruga depositó una palada de tierra en una tolva; el hombre que la manejaba empujó una palanca hacia delante, siguió un ruido estridente y agudo y, al cabo de un rato, los costados cayeron y el operario levantó un panel acabado de ladrillo. El truco radicaba en añadir un estabilizador a la tierra compactada.
- ¿Habéis visto lo que hay en la colina? -preguntó Harriet sin poder ocultar su envidia. Sobre las pendientes que se extendían por encima de la colonia había hileras escalonadas de plantones verdes. ¡Verdes! ¡Los Grasis utilizaban filas de lámparas incandescentes de invernadero para cultivar alimentos terrestres!
- .Me hace sentir como cuando tenía diecisiete años -comentó Kappelyushnikov-. Joven piloto de aeroplanos, ganador de la Competición Nacional de Altura y Resistencia y recién salido de Nizhniy Tagil, paseando por Kalinin-Prospekt por primera vez en la vida y, ¡oh! Dios mío, ¡qué imponente era Moscú! Tranvías, rascacielos, librerías, restaurantes. -Señaló hacia la columna de plasma del generador solar, con su escarapela de reflectores alrededor-. Da miedo, queridos amigos. No es extraño que los Grasis nos convocaran aquí para leernos el orden del día, ¡tienen la fuerza para imponerlo! -Se encogió de hombros y luego, cuando doblaron la esquina de los barracones y vio la pequeña pista de aterrizaje, sonrió.
- ¡Eh, Boyne! -gritó-, ¡ven a despedirte de tus primos del campo!
El piloto irlandés vaciló pero se acercó a ellos.
- Hola -dijo evasivo-, acabo de poner a nuestro amigo Duna en un jeep de vuelta a casa.
- No parecía estar de muy buen humor -observó Dalehouse.
El piloto sonrió.
- Yo diría que se sentía herido en sus sentimientos. No quería que viéramos que utilizaba a los krinpit como medio de transporte para llegar aquí. ¿No lo sabíais? Subieron por el río en barca, y luego los krips cargaron con él ocho o diez kilómetros hasta que lo recogimos.
Harriet comentó con mala intención:
- Tal vez hubiera estado de mejor humor si no te hubieras salido del guión para insultarlo, Dalehouse.
- ¿Yo? ¿Cómo?
- Creyó que te estabas riendo de que hayan sobrevivido tan pocos Poblas. Se le crispó toda la cara.
- Pues nada más lejos de mi intención -se quejó Dalehouse-. Es un cabrón muy susceptible.
- Olvídalo -le aconsejó Kappelyushnikov-; se ha hecho amigo íntimo de las cucarachas; que se preocupen ellas de sus sentimientos.
- Eso también me cuesta entenderlo. Los krinpit estuvieron a punto de matarlo.
- Entonces, ¿cómo es posible que se hayan convertido en porteadores nativos del sahib paquistaní cuando cruza atrevidamente la jungla?
- Eso te lo puedo explicar -dijo Boyne con tono sombrío-, aunque no pueda decir que me guste. ¿Te acuerdas de aquel primer krinpit que tu y yo trajimos aquí, Dalehouse, el que se llamaba a sí mismo Sharti-igon? Está furioso con todos los seres humanos. Según parece su novia, o creo que de hecho era un novio, murió a causa del primer contacto con los Poblas y quiere desquitarse. Lo que pasa es que su concepto de desquitarse parece concretarse en causar tantos problemas como pueda al mayor número de seres humanos posible. Ha provocado mucho alboroto entre los krips de por aquí. No podemos establecer ningún contacto con ellos. Me parece que cree que los Poblas ya están fastidiados, así que está dispuesto a ayudarlos para que fastidien a los demás. En mi opinión, todo esto no augura nada bueno para el futuro.
Boyne caminaba con ellos hacia la pista de aterrizaje, pero su actitud era reservada; no miraba a ninguno a los ojos, y sus palabras tenía más de monólogo que de conversación. Kappelyushnikov le dijo con tono apaciguador:
- Eh, Boyne, ¿estás cabreado por algo?
- ¿Yo? ¿Por qué habría de estarlo? -Boyne siguió sin mirarlo. Kappelyushnikov se giró hacia los demás y miró al irlandés de nuevo.
- Eh, Boyne -intentó sonsacarle-, los dos somos miembros de la gran fraternidad interestelar de los pilotos, no deberíamos cabrearnos entre nosotros.
- Mira, no se trata de nada personal -dijo Boyne irritado-. Me han echado una bronca por dejaros la retroexcavadora, por no mencionar el haber hablado con vosotros más abiertamente de lo que se suponía sobre lo que estamos haciendo aquí.
- Todos estamos juntos en esto -intervino Dalehouse-. Es lo que Pontrefact dijo en la reunión. Se supone que debemos compartir la información.
- Oh, Ponty tiene toda la razón, pero se supone que la información debe compartirse en los dos sentidos. No parece que vosotros hayáis creído conveniente mencionar vuestras propias pequeñas hazañas, ¿verdad? Como el hecho de haber armado a los globonoides contra los krinpit.
- ¡No lo hicimos! Ése es mi trabajo, Boyne. Sólo les hemos dado unas cuantas armas sencillas para que se protejan de los ha'ayei, eso es todo.
- Pues las han estado utilizando contra todo lo que pueden pillar. Y no quiero decir nada del asunto de la nave de aprovisionamiento Pobla.
- ¡Eso fue un accidente! -exclamó Dalehouse.
- Sí, ya, seguro. Como es un accidente que vuestro avión… Vaciló y luego apretó la boca.
- Vamos, Boyne, ¿qué intentas decirnos? -preguntó Dalehouse.
Nada. Olvidadlo. -Boyne se volvió a mirar hacia el campamento y luego dijo rápidamente-: Mirad, esta conferencia de paz ha sido un fracaso, ¿no? No se ha aclarado nada y tal como van las cosas…, bueno, tengo un mal presentimiento. Los krips de por aquí llevan un tiempo gaseando de vez en cuando a nuestros reptadores en sus madrigueras…, eso es obra de los Poblas, supongo. La nave Pobla explota; vosotros decís que es un accidente, pero nuestro servicio de información dice: «CIA». Vosotros dais armas a los globobos y vuestro avión…, bueno, mierda, tío -dijo mirando con rabia a Kappelyushnikov-. Tengo ojos, ¿sabes? Así que ahora no estoy de humor para confesiones, ¿vale? Tal vez en otro momento. Ya nos veremos, y feliz vuelo de regreso. -Asintió con energía, les dio la espalda y volvió a la base Grasi.
Kappelyushnikov observó preocupado cómo se alejaba.
- Yo también tengo un mal presentimiento -dijo-, sobre el amigo y colega piloto Boyne, preguntas que me gustaría hacer, pero éste no es buen momento.
- A mí lo que me gustaría saber es para qué están utilizando a los reptadores -coincidió Dalehouse-. Y, sinceramente, esa historia de que seamos responsables del accidente de los Poblas está empezando a ponerme nervioso. ¿Creéis que hay alguna posibilidad de que sea cierta?
Cappy lo miró pensativo.
- Eres muy buena persona, Danny -le dijo con tristeza-, tal vez no te haces las preguntas suficientes. Por ejemplo: ¿no te preguntas por qué los Grasis tienen una pista de aterrizaje, cuando su aletohelicóptero puede aterrizar en cualquier sitio?
- No, no se me había ocurrido -reconoció Dalehouse.
- Pues a mí sí -dijo el ruso-; del mismo modo que también se le ocurrió a Boyne preguntarse qué pinta en nuestro avión esa extraña y pequeña escotilla en la que viajó la querida Gasha. Gasha y tú la miráis y decís: «Qué fastidio, no entiendo para què sirve». Pero cuando un piloto la mira, sea Boyne o yo mismo, dice: «Vaya, qué raro que un avión diseñado para la exploración pacífica lleve incorporado un compartimiento para bombas».
Treinta metros por debajo de la pista de aterrizaje, Madre dr'Shee se despertó con el olor de cianuro en su hocico aplanado, demasiado débil para ser peligroso, demasiado fuerte para no tenerlo en cuenta. Los Demonios de Caparazón habían empezado otra vez.
Ladró perentoriamente llamando al miembro de la prole que estuviera de guardia. Resultó ser t'Weechr, el más pequeño de la carnada y al que los demás cargaban con las tareas menos atractivas; entre las que se contaba, se dio cuenta en ese momento, atender a las necesidades de la Madre cuando ésta se despertaba. Esta última carnada era sólo de siete crías, todos machos, y ninguna con el tamaño, la fuerza o la inteligencia de su padre. Eran unos tiempos inseguros e inquietantes y eso la enfurecía.
- Comida -ordenó con brusquedad- y bebida, y alguien que me cepille mientras espero.
Weechr dijo humildemente:
- Sólo estoy yo, Madre de la Prole. Traeré rápido la comida y la cepillaré mientras come.
- ¿Por qué no hay nadie más?
- Los Nuevos Demonios están enseñando, Madre de la Prole. Han ordenado que todos estén presentes.
- Tssheee. -Si dr'Shee hubiera sido un ser humano, el sonido habría parecido un gruñido despectivo, que transcribiríamos como «puag» por comodidad. Pero en realidad estaba más inquieta que contrariada; cuando t'Weechr volvió no sólo le trajo tubérculos y un pequeño caparazón con agua, sino también hojas y frutas frescas de Arriba-. ¿Las has robado o te las han dado? -preguntó olfateándolos con suspicacia.
- Eran regalos de los Nuevos Demonios, Madre de la Prole -se disculpó el joven.
- Tssheee. -Sin embargo, eran sabrosos y ella tenía hambre. Cuando acabó, defecó cuidadosamente dentro del caparazón y t'Weechr la cerró.
- ¿Tengo que hacer algún servicio más, Madre de la Prole? -preguntó lamiendo la última mecha de su pelaje para dejarla limpia.
- No. Vete. -El pequeño le rozó el hocico con el suyo y se alejó agitándose para llevar el paquete a las salas de descomposición. La siguiente progenie lo mezclaría con el cieno de plantación y con la mezcla cubrirían los techos de los túneles granja cuando prepararan las próximas cosechas. Para entonces el compuesto habría envejecido y sería de gran ayuda para el crecimiento de los tubérculos. Aunque fuera el más pequeño y débil de la carnada, t'Weechr era un buen chico. Dr'Shee lo echaría de menos cuando el grupo madurara y todos se desperdigaran, para lo cual no faltaba mucho. A cada despertar, notaba las ubres más pequeñas y duras. Los machos reproductores lo sabían y, cada vez que abandonaba el nido, se meneaban cerca de ella para tocarla, hocico con ano, comprobando cuánto faltaba para poder iniciar el cortejo. Ayer mismo, el macho de la cicatriz en la pata le había dicho medio en broma:
- ¿Qué querrás la próxima vez, dr'Shee? ¿Un caparazón de krinpit? ¿Un Demonio Volador vivo? ¿La cabeza de un Nuevo Demonio?
- Tu cabeza -le había respondido ella, entre irritada y coqueta. Él había resoplado carcajeándose a través de los pliegues extendidos de su hocico y luego se había alejado reptando, pero volvería. No era una idea que le desagradara. La hermana de prole de dr'Shee se había apareado con él dos camadas antes y había tenido una buena progenie: ¡tres hembras! Su hermana le había contado que él era infatigable en el celo. Eso estaba bien. Un cortejo tenía que hacerse corno es debido, pero no podía evitar la esperanza de que fuera él el macho que colocara el mejor regalo ante ella.
Unas débiles y remotas vibraciones en la tierra hicieron que se le estremecieran los bigotes. Eran los Nuevos Demonios. Había pasado la época en que aquellos temblores sólo significaban una tormenta particularmente violenta Arriba o, tal vez, el estruendo de un multiárbol al caer. Ahora los Nuevos Demonios raspaban y movían montículos y grandes rocas a voluntad, y a los sentidos de dr'Shee les resultaba cada vez más dificil reconocer la tierra. Mientras se movía por la cámara,olisqueando y palpando para cerciorarse de que todo estaba en su sitio, se guiaba sobre todo por el tacto, el olfato y el gusto. A veces, sus machos habían colocado trozos de hongos y vegetación en las paredes del túnel, junto a las secreciones que Iris endurecían e impermeabilizaban, y de la descomposición de las plantas surgía cierto débil resplandor. Dr'Shee apreciaba la luz, pero no la necesitaba. Para su pueblo, los ojos eran casi una desventaja, sobre todo en sus infrecuentes incursiones a la superficie, cuando sólo las nubes más densas y las tormentas más fuertes atenuaban la luminosidad de Kung lo bastante para que ellos la pudieran soportar.
- Saludos, dr'Shee.
Olisqueó sobresaltada, y al momento reconoció a la hembra que estaba a la entrada de su cámara.
- ¿Cómo estás, qr'Tshew? Pasa, pasa.
La otra hembra entró, y dr'Shee dijo en seguida: -Mandaré que traigan comida.
- Ya he comido -respondió qr'Tshew con educación-. Qué preciosos regalos de cortejo. -Acarició la colección de dr'Shee. Seis reproducciones, seis espléndidos regalos: un objeto duro robado a los Nuevos Demonios que nadie entendía; la pata de una rata-cangrejo, que había sido su primer regalo y el menos valioso, pero en cierto sentido el más satisfactorio de todos los que había recibido, incluso las garras de un globonoide. Todos habían sido robados de la Superficie, corriendo un gran riesgo, y se había pagado un alto precio para entregárselos. Pocos machos sobrevivían a más de dos o tres de aquellas enloquecidas correrías casi a ciegas para robar regalos de cortejo. Los enemigos estaban por todas partes.
Cumplido el protocolo, qr'Tshew fue al grano.
- El padre de mi última prole ha muerto por respirar aire malo -dijo-, y también tres crías de otras madres.
- Qué pena -se compadeció dr'Shee. Obviamente no se refería al macho; una vez éste conseguía reproducirse, dejaba de importarle lo más mínimo a la hembra con la que se había apareado, pero que murieran crías por el gas cianuro era otra cuestión.
- Me da miedo que nuestro modo de vida desaparezca -dijo qr'Tshew con cierta vergüenza-. Desde que llegaron los Nuevos Demonios, nuestras camadas no son como antes.
- Yo también k) he pensado -reconoció dr'Shee-, y he hablado de ello con mis hermanas.
- Y yo con las mías, y hemos pensado algo que queremos compartir. Los Nuevos Demonios les están enseñando cosas a nuestras crías. Dr'Shee, ¿no deberíamos nosotras, las madres, aprender lo que están aprendiendo nuestras camadas?
- ¡Pero están aprendiendo a matar! ¡Tú y yo somos madres, qr'Tshew! -Dr'Shee estaba conmocionada.
- Los krinpit nos matan a nosotros, ¿no? Las proles de las galerías superiores han sellado los túneles de donde procede el aire malo, pero ¿no es verdad que los Demonios del Caparazón irrumpirán tarde o temprano y entrará más aire contaminado?
- Yo no puedo matar, salvo para comer, claro.
- Entonces, comámoslos, con caparazones y todo -dijo qr'Tshew con determinación-. Acércate, dr'Shee. Hay una historia… -vaciló-, no sé hasta qué punto es cierta. La contó un krinpit, pero también podría haberla contado un Demonio Volador. -Eso era un viejo dicho que significaba que algo era más que dudoso, pero dr'Shee se dio cuenta de que, en este caso, se trataba de la descripción de un hecho-. Este Demonio del Caparazón se burló de un miembro de la prole de mi hermana diciéndole que los Nuevos Demonios habían destruido una ciudad entera de nuestra raza. Dijo que creían que éramos alimañas y no descansarían hasta que hubiéramos desaparecido todos, por eso les habían dado el aire enrarecido a los krinpit.
- Pero los Nuevos Demonios están enseñando a nuestras camadas a matar krinpit.
- La siguiente parte de la historia es desconcertante, pero creo que es verdad. El Demonio del Caparazón dice que hay tres tipos de Nuevos Demonios. Uno de ellos destruyó nuestra ciudad, otro les dio el aire malo con el que nos hacen daño y el tercer tipo es el que enseña a nuestras camadas. Éstos han destruido Demonios Voladores y krinpit, además de personas de los otros dos tipos de su propia raza, pero no nos destruyen a nosotros.
Dr'Shee retorció su cuerpo largo y flexible presa del nerviosismo.
- ¡Eso no es verdad! -gritó-. Han sacado a varias camadas de sus clases y se las han llevado a otro sitio, y sólo han vuelto unos cuantos. Han regresado débiles y lentas, ¡contando que sus hermanos de prole habían muerto!
- Mis hermanas y yo también lo hemos oído -coincidió r'Tshew.
- ¡Tssheee! -Los pliegues con forma de pétalo del hocico de dr'Shee se ondularon con rabia-. Me parece -añadió tras un largo silencio- que la enseñanza de la muerte no es tan mala. Si llevamos la muerte a los krinpit, no podrán traernos unís aire malo. Si ayudamos a nuestros Nuevos Demonios a llevar la muerte a los demás de su especie, éstos no podrán ayudar a los krinpit ni a los Demonios Voladores contra nosotros.
- Yo he pensado lo mismo, dr'Shee.
- Se me ha ocurrido algo más, qr'Tshew. Cuando hayamos llevado la muerte a esos otros, tal vez podamos llevarla también a nuestros propios Nuevos Demonios.
- ¡Entonces nuestras camadas volverán a ser nuestras, dr'Shee!
- Y nuestras madrigueras serán seguras y oscuras. No te vayas, qr'Tshew. ¡Llamaré a t'Weechr y empezará a darnos esas lecciones!