XXI
Cuando encontraron a Margie Menninger, todavía con vida, la lucha había acabado hacía ya mucho, y el campamento casi volvía a estar en funcionamiento.
Llevaba más de dos horas yaciendo bajo el difunto y hediondo krinpit, aturdida, medio asfixiada, incapaz de mover el gran peso muerto que tenía encima, con las extremidades dolorosamente retorcidas, pero ilesa. Como el genio de la botella, al principio le habría ofrecido cualquier cosa a quien la rescatara. Cuando finalmente oyeron sus tentativas de gritar amortiguadas por la arena y la sacaron, lo único que quería dar era muerte.
La llevaron unos pasos en brazos, girando sus rostros a causa del hedor. Ella les chilló y maldijo; cuando intentaron ayudarla a ponerse en pie, se desplomó y vomitó otra vez en la arena. La doctora vino corriendo, pero no era un médico lo que necesitaba Marge Menninger. Lo que necesitaba era sacarse de encima y de la nariz el hedor a pozo séptico del krinpit. Dejó que Cheechee le quitara el mono y la ayudara a acercarse a la orilla del agua, y estuvo chapoteando hasta que desapareció el olor y pudo volver a caminar. Lo hacía cojeando, eso sí, pero por sus propios medios. Vestida con un sujetador y braguitas de bikini, con la cartuchera sobre el hombro, subió por la costa, sin dejar de dar órdenes, y pasó por delante del krinpit muerto, convertido en una tortilla abrasada de carne y caparazón, hasta que alguien se le acercó con una bata de felpa.
¿Por qué habían interrumpido el ataque?
El campamento había quedado a su merced. Habían anulado las armas pesadas en la primera pasada con una gran precisión. No quedó ni un lanzacohetes ni una ametralladora intactos. De las ciento ocho personas del campamento de Alimentos, veintidós habían muerto, y cerca de una cincuentena estaban heridas o sufrían quemaduras de diversa consideración. Los aviones atacantes se habían ido sin un rasguño. Los excavadores habían sido aniquilados, pero si los aviones hubieran acabado su trabajo primero, las criaturas subterráneas lo habrían tenido muy fácil con los supervivientes. ¿Por qué? La coordinación del ataque había sido perfecta. En cuanto los aviones dejaron de disparar, surgieron los excavadores. Eso no podía haber sido una coincidencia, y las gafas que llevaban eran una prueba de que los Grasis los habían entrenado para la tarea, un trabajo que no habían concluido.
¿Por qué no?
Aun así, debía dar gracias a Dios por papá y su regalo de despedida. Habían volado una tonelada métrica de munición, pero todavía conservaban intactas varias toneladas métricas más, llegadas con los suministros de repuesto en la última nave. Las tiendas estaban quemadas y los alimentos destruidos, pero había más. Aunque los disparos de las ametralladoras habían cosido el avión de Cappy, también tenían repuestos para repararlo. Y el mayor de los regalos, los seis kilos de 2"Pu en sus cuidadosamente confeccionadas fundas, seguía también intacto. Las muertes eras irreparables, por supuesto. Y peor aún eran los heridos, porque algunos de ellos no sólo eran bajas sino también una carga. Nguyen Dao Tree había perdido una pierna y mucha sangre con ella; seis personas sufrían quemaduras graves, otras dos presentaban graves heridas abdominales… un amplio surtido de daños que Cheechee Arkashvili tendría que intentar reparar. Cada uno de los malheridos implicaba el coste de una persona ilesa que tendría que atenderlo. No quedaba ninguna tienda en pie lo bastante amplia para alojarlos a todos, y Cheechee los había acomodado en catres sacados de las tiendas dañadas, al aire libre; parte de la ropa de cama estaba chamuscada y si empezaba a llover otra vez tendrían problemas. Dadas las circunstancias, por ahora estaban todo lo bien que podrían estar, pensó Margie mientras caminaba entre ellos.
Una de las heridas se levantó cuando Margie se acercaba: era la teniente Kristianides, que tenía un lado de su cuerpo cubierto de gasas y vendas, aunque todavía útil.
- Coronel -dijo-, tuve que dejar la radio…
Marge miró a la doctora, que negó con la cabeza.
- Vuelve a la cama, Kris. Ya me lo contarás más tarde.
- No, estoy bien. Cuando le dieron a la tienda salí corriendo, pero dejé la cinta grabando. Estaba captando su charla, pero era en muchas lenguas distintas.
- Gracias. Ahora vuelve a la cama -ordenó Marge, y miró a su alrededor-. Dalehouse, ¡preséntese ahora mismo! -gritó-. Compruebe la cabaña de la radio. Si la cinta funciona todavía, avíseme con un grito.
El tampoco tenía demasiado buen aspecto, pensó Marge mientras dejaba la bandeja de vendas y subía por la colina sin decir palabra, pero la verdad era que nadie lo tenía. Ni siquiera ella misma. Su tienda había sido una de las destruidas y vestía un traje de faena que había pertenecido a una mujer que nunca más lo necesitaría. No es que le quedara mal, pero la difunta era más alta y más gruesa que Marge Menninger.
Cuando Dalehouse la llamó, la coronel se había olvidado ya de las cintas. Subió a la cabaña, que no había ardido ni sufrido graves daños, salvo por los orificios de las balas, y de camino le ordenó a Ana Dimitrova que la acompañara. La cinta funcionaba con voz, y Dalehouse ya había localizado el punto exacto donde empezar. Ana se puso los auriculares y empezó a traducir.
- Primero uno de los pilotos dice «Sobre el objetivo» y la base da acuse de recibo. Luego hay algunos ruidos de fondo, como si fueran a transmitir algo y hubieran cambiado de opinión, y a continuación la base dice: «Suspendan las operaciones inmediatamente. No ataquen». Uno de los pilotos, creo que el egipcio, responde en un dialecto árabe diferente: «El ataque ya está en marcha. Hemos eliminado el almacén de armas. Recuento de bajas, alrededor de veinticinco». Luego hay unos murmullos que no logro distinguir, como si estuvieran hablando a la base con el transmisor encendido, pero no lo bastante cerca para recogerlo. Seguidamente la base dice: «Urgente. Suspendan operaciones inmediatamente». A continuación, el otro piloto, el irlandés, dice que se mantienen en observación desde el agua, a la espera de instrucciones, y la base ordena que regresen sin atacar más. Esto es todo lo que hay en la cinta hasta que reciben instrucciones para aterrizar.
- ¿Eso es todo? -preguntó Margie.
- Como le he dicho, coronel, sí. No hay nada más.
- Bien, ¿por qué iban a querer cambiar de opinión en medio de la acción? -preguntó Margie. Ni Dalehouse ni Dimitrova le dieron una respuesta, aunque de hecho tampoco es que la esperara. No importaba. Los Grasis habían declarado la guerra y, si se echaban atrás en pleno ataque, era problema suyo, no de ella. Ella no lo pensaría dos veces. Para Marge Menninger el ataque contra su base -¡su base!- respondía ya todas las preguntas. El «por qué» no importa demasiado. La única pregunta que se planteaba era cómo…, cómo llevar la guerra hasta ellos y ganarla.
- ¿Puedes excavar con ese hombro? -le preguntó a Dalehouse.
- Supongo que sí. No sangra.
- Entonces ve a ayudar a Kappelyushnikov a cavar tumbas. Dimitrova, ahora eres operadora de radio. No transmitas nada, sólo permanece a la escucha. Si los Grasis dicen algo, quiero enterarme en seguida.
Los dejó y se dirigió a la letrina que había sobrevivido. No es que necesitara ir al lavabo, sólo quería estar sola un momento para aclararse las ideas. Se coló poniéndose la primera de la fila, cerró la puerta, se sentó y se fumó un cigarrillo mirando al vacío.
En su mente no había la menor duda de que podía ganar esta guerra porque todavía tenía algunas cartas muy poderosas que jugar. La reserva de plutonio era una de esas cartas. La otra era el pequeño maletín de documentos del mayor Vandemeer. Todavía quedaban cuatro pájaros en órbita: uno de ellos podía alcanzar el campamento principal de los Grasis, y otro, su base en la Cara Oculta en cuanto ella diera la orden, y ahí acabaría todo.
El problema era que no quería destruir las instalaciones de sus enemigos, sino apropiarse de ellas. Los satélites y la bomba eran excesivos, como intentar cargarse un mosquito con un mortero. En el primer arrebato de rabia después del ataque, si hubiera tenido el botón a mano para pulsarlo, lo habría hecho; pero cuando la sacaron de debajo del krinpit había decidido esperar.
No. Tendría que ser una operación terrestre directa. Tal vez utilizaría el plutonio, si podía colocarlo en el lugar preciso, pero no los misiles. Era una lástima que los Grasis hubieran lanzado su ataque preventivo antes de que ella estuviera preparada para lanzar el suyo, pero no había sido un desastre. Lo peor de la incursión es que había reducido mucho sus efectivos. ¿Cómo iba a organizar un ataque de represalia sin soldados?
Sin saberlo, Marge Menninger acababa de tomar la única decisión que daba una posibilidad al futuro de la raza humana en Jem.
- Lo único bueno de todo esto -le dijo Dalehouse a Kappelyushnikov- es que la mayoría de las bajas eran militares. Al menos podemos seguir adelante con el verdadero cometido de la expedición.
Kappelyushnikov refunfuñó y echó unas paladas más de tierra antes de responder.
- Claro, claro -dijo deteniéndose y enjugándose el sudor de la cara- pero, una pregunta: ¿cuál es el verdadero objetivo de la expedición?
- Sobrevivir y conservar. Sabe Dios qué estará pasando en la Tierra. Podríamos ser lo único que quede de la raza humana y, si tenemos que dejar algún legado de, vaya…, de puede que cinco mil años de ciencia, literatura, música y arte, es lo que tenemos aquí.
- Menuda responsabilidad para dos tipos que están cavando tumbas -comentó Kappelyushnikov-. Tienes toda la razón, Danny. En la Unión Soviética tenemos un dicho: el viaje más largo comienza con un solo paso. ¿Qué paso damos ahora?
- Bueno…
- No, espera, era una pregunta retórica. El primer paso es evidente. Hemos acabado de cubrir las tumbas de nuestros amigos ausentes, así que ahora, Danny, por favor, acércate al cuartel general e informa a la coronel de que pueden comenzar los servicios religiosos funerarios.
Clavó la pala en la tierra y se sentó, con la expresión más abatida que Dalehouse jamás le había visto.
- Muy bien. Supongo que todos estamos muy cansados y conmocionados.
El piloto negó con la cabeza, luego levantó la mirada y sonrió.
- No sólo estoy cansado, Danny, es que también soy ruso hasta la médula. Es una carga muy pesada de sobrellevar. En la Unión Soviética tenemos otro dicho: dentro de mil años, todos calvos. Te voy a ser sincero: los refranes son una tontería. Te diré lo que hacemos tú, yo y todos los demás: hacemos lo que podemos. No es mucho, pero es lo que hay.
Dalehouse dejó la pala en el suelo y subió trabajosamente la colina hasta la cabaña del cuartel general, concentrado en sus pensamientos. ¡Una gran responsabilidad! A poco que uno lo pensara, se daba cuenta de que no había manera de conservarlo todo; había muchas cosas insustituibles que se perderían sin remedio. Era probable que ya se hubieran perdido: no había muchas posibilidades de que el Arco de Triunfo, el British Museum y el Partenón hubieran sobrevivido, por no mencionar algunos miles de millones de irreemplazables seres humanos. A Danny le resultaba difícil aceptar que nunca más vería un ballet ni asistiría a un concierto, que jamás volaría en un valvajet, ni tomaría más copas en un restaurante giratorio sobre un rascacielos. ¡Se había perdido tanto para siempre! Y mucho más se desvanecería de manera inevitable mientras intentaban reconstruir…
A pesar de todo, había un activo de gran valor que todavía no había sido destruido: la esperanza. Podían sobrevivir. Podían reconstruir, incluso podían reconstruir mejor, aprendiendo de los errores del pasado, en este planeta virgen…
Un grupo de gente se estaba congregando alrededor de la cabaña del cuartel general, y Marge Menninger, con un par de ayudantes, corría a unirse a ellos. Dalehouse apresuró el paso y llegó a tiempo de oír cómo Ana decía:
- Acaba de llegar este mensaje, coronel Menninger. Le pasaré la cinta.
- Hágalo -le espetó Marge sin aliento y agotada. Dalehouse se acercó a ella. La coronel parecía a punto de desmayarse. Cuando el magnetófono zumbó y chirrió se recompuso y escuchó con atención.
Danny reconoció la voz. Era el vicemariscal negro, Pontrefact; no se extendió mucho.
«Éste es un mensaje oficial en nombre de las Potencias Exportadoras de Combustible al campamento de Alimentación. Les ofrecemos un armisticio inmediato y permanente. Les proponemos que permanezcan dentro de unos límites de veinte kilómetros alrededor de su campamento, en dirección al nuestro, y nosotros nos mantendremos dentro de los mismos límites aquí. Solicitamos una respuesta antes de una hora.»
Seguía una pausa, como si estuviera barajando papeles en la mano, y luego volvía a oírse la matizada cadencia jamaicana:
«Como saben, nuestro ataque aéreo a su campamento fue una respuesta a su destrucción de nuestros satélites. Sólo se ordenó después de un examen completo de todas las alternativas. Nuestra intención era arrasar completamente su base. Sin embargo, como también saben, interrumpimos el ataque tras haber infligido daños relativamente menores. La razón de esa decisión es también el motivo de esta oferta de armisticio.
»Nuestra estrella, Kung, es inestable y está a punto de sufrir una erupción solar.
»Sabíamos desde hace cierto tiempo, que su nivel de radiación ha estado fluctuando. Durante las últimas veinticuatro horas la fluctuación se ha extremado. Mientras el ataque aéreo estaba en marcha nuestros astrofísicos nos informaron de que una erupción muy importante tendría lugar en un futuro próximo. Desconocemos el momento exacto en que ocurrirá, aunque creemos que podría ser en las próximas cuarenta y ocho horas y, casi con toda seguridad, durante las dos semanas próximas. Si aceptan nuestra oferta de armisticio, les transmitiremos todos los datos técnicos inmediatamente y su gente podrá emitir sus propios juicios».
La voz vaciló y al momento prosiguió en tono menos formal:
«No tenemos ninguna información sobre la situación de la Tierra en la actualidad, y suponemos que ustedes tampoco. Es evidente que, a efectos prácticos, cuantos nos encontramos en Jem estamos solos en el universo en este momento. Pensamos que necesitaremos todos los recursos de que disponemos para preparar nuestro campamento para la erupción. Si seguimos luchando, suponemos que moriremos todos. No estoy proponiendo que trabajemos juntos, pero sí que dejemos de combatir, al menos hasta que haya pasado esta crisis».
Otra pausa, y luego:
«Por favor, respondan antes de una hora. Que Dios nos ayude a todos».
Marge cerró los ojos un instante, mientras todos esperaban. Luego los abrió y dijo:
- Llámelos, Dimitrova. Dígales que aceptamos su oferta, pídales inmediatamente los datos técnicos e infórmeles de que nos volveremos a poner en contacto cuando tengamos algo que decir. Amigos, la guerra ha terminado.
Diez minutos después, el campamento entero lo sabía. Margie había hablado por el sistema de altavoces, pasado la cinta del mariscal Pontrefact y dado las noticias del desastre y la tregua. Había convocado una reunión general para las tres en punto, unos noventa minutos más tarde, y ordenado a Alexis Harcourt, lo más parecido que tenían a un astrónomo, que repasara los datos que les habían enviado los Grasis y le informara antes de esa hora. Entonces se volvió hacia Danny Dalehouse y dijo:
- Ya no tengo cama, pero necesito urgentemente una hora de sueño.
- Hay una cama de sobra en mi tienda.
- Esperaba que me la ofrecieras. -Miró hacia arriba, al resplandor apagado de las nubes tras las que se ocultaba Kung, y negó con la cabeza-. Ha sido un día muy cabrón -dijo, mientras se dirigían hacia la hilera de tiendas-, y todavía no ha acabado. ¿Sabes qué voy a hacer en la reunión?
- ¿Se supone que debo adivinarlo?
- En absoluto, Danny. Jamás lo descubrirías. Voy a anunciar el inminente retiro de la coronel Marjorie Menninger del servicio activo.
- ¿Qué?
- Levanta la mandíbula, Danny, y no te quedes ahí parado -le aconsejó, tirando de él-. En cuanto haya pasado la situación de emergencia vamos a transferir el gobierno de este lugar a los civiles, o puede que antes. Me da igual. Puede que todos vosotros, los que despotricáis por el modo en que el ejército hace las cosas, tengáis razón. Si lo analizo todo en conjunto, he de reconocer que mi estilo de trabajo no ha funcionado muy bien, así que creo que necesitaremos celebrar elecciones para un nuevo gobierno, y, si quieres mi consejo, preséntate.
- ¿Para qué? ¿Por qué yo? ¡Margie, me confundes!
- ¿Por qué tú? Porque eres prácticamente el único de los colonos originales que queda, ¿lo sabías? Sólo tú y Cappy; porque no le caes muy mal a nadie; porque eres el único civil en el campamento con edad y experiencia suficientes para asumir la tarea de dirigirlo todo. No dejes que te presione, la decisión es tuya, pero tienes mi voto, si es que -añadió en un tono diferente- algo de lo que decidamos ahora importa lo más mínimo.
Estaban ante su tienda y Marge se detuvo en la entrada, mirando hacia el cielo.
- Oh, mierda -dijo-, está empezando a llover.
Y así era, caían ya grandes gotas, con la promesa de que les seguirían más.
- ¡Los heridos! -dijo él.
- Sí, vamos a tener que llevarlos a cubierto. Es una pena, Danny, porque casi esperaba que pudiéramos permitirnos un baile antes de la reunión.
Pese a todo, Danny no pudo contenerse. Se rió alto y fuerte.
- Marjorie Menninger, eres verdaderamente rara. Métete ahí y duerme un poco. -Antes de que ella le diera la espalda, él la abrazó brevemente-. Nunca lo habría imaginado -dijo-, ¿qué te ha convertido a los valores civiles?
- ¿Quién se ha convertido? -Y añadió-: Bueno, tal vez fue aquel maldito krinpit. Si no hubiese sido por él, me habrías enterrado hace un momento. No me fiaba de él, pero dio su tonta vida para salvarme.
Como eran tan pocos, en realidad no les hacía falta el sistema de altavoces para comunicarse con las cincuenta y cinco o sesenta personas que escuchaban, pero colgaron un altavoz para que también los heridos que estaban en condiciones pudieran oír el mensaje desde sus tiendas, colina abajo. El resto se sentaba o estaba de pie sobre los tablones de la pista de baile, bajo la lluvia persistente y mortecina, mientras Marge Menninger hablaba desde el pequeño estrado. Le pasó la palabra a Harcourt, que dijo:
- Gran parte de los datos de los Grasis no son astronómicos, sino geológicos. Han excavado mucho. Dicen que parecen darse episodios de fuertes erupciones solares cada veinte o treinta años. No hay un patrón establecido, pero por la cantidad de ceniza y carbón, creen que la erupción media implica un incremento de la radiación de alrededor del 75 por ciento a lo largo de un período de una semana o más. Eso bastaría para matarnos en parte por el calor, pero sobre todo por la radiación iónica.
»Bien, ¿cuándo va a suceder? Su mejor conjetura es que dentro de diez días, diez días arriba o abajo. -Hubo un murmullo entre los oyentes y Harcourt asintió-: Lo siento, pero carezco de la formación necesaria para realizar una aproximación mejor que la de los Grasis y, por lo tanto, lo único que puedo hacer es aceptar su palabra como buena. La imagen que me he formado de lo que va a pasar es la de un lento aumento de la temperatura a lo largo de un par de semanas. Me parece que ya lo estamos sufriendo y tal vez por eso el clima ha sido tan malo. Luego vendrá la erupción. La temperatura de superficie asciende a puede que 350 grados Kelvin, es decir, nos situaremos en algún punto entre la temperatura actual y la de la ebullición del agua. No creo que este máximo se supere, al menos, en todo caso, no durante un tiempo prolongado. Habrá erupciones pico, que son como encender una cerilla: si algo puede arder, arderá. Según parece los bosques se incendiarán, pero no de manera inmediata, pues probablemente tendrán que secarse antes. La erupción, después, perderá intensidad, la temperatura bajará, el aire desprenderá humedad y llegará la lluvia para apagar los incendios. Probablemente lloverá intensamente y sin parar durante semanas o meses, hasta que volvamos a la situación normal.
- Pero muertos -gritó alguien de entre los oyentes. Harcourt extendió las manos a la defensiva.
- Tal vez no. Si estuvieras en un refugio, es posible que sobrevivieras. -Iba a proseguir, pero se interrumpió. Margie se acercó a él.
- No pareces demasiado convencido.
- No lo estoy. El… el informe geológico no inspira demasiada confianza. Los Grasis tomaron muestras de núcleos de un centenar de yacimientos diferentes, y todos mostraban el mismo patrón: restos de tierra y carbón periódicos de hace miles de años.
Dalehouse se levantó.
- Alex -dijo-, ¿por qué esas erupciones no han aniquilado todo lo que hay en la superficie de Jem hace mucho?
- ¿Me estás pidiendo una conjetura? Pues creo que sí, que lo han arrasado. Al menos, toda la vegetación. Se quema, y lo más probable es que luego renazca a partir de las raíces. Probablemente las semillas también sobreviven. Las lluvias torrenciales que siguen a cada erupción darían un buen empujón al crecimiento en suelo fértil, ya que el carbón es un espléndido fertilizante; el hombre primitivo solía practicar la tala y quema para empezar sus cultivos en la Tierra. No sé qué pasaría con los animales. Supongo que los reptadores estarían bien en los túneles, si es que no se mueren de hambre mientras esperan a que crezca la nueva cosecha. Probablemente sea lo que les pase a muchos de ellos. Tal vez a los krinpit les ocurra algo parecido, porque sería muy difícil exterminarlos a todos. No tienen que temer quedarse ciegos por la radiación porque, para empezar, carecen de ojos. Además, sus caparazones ofrecen una buena protección a sus órganos vitales. Seguramente sufren numerosas mutaciones pero, a largo plazo, eso es tan bueno como malo para la raza.
- ¿Qué me dices de Charlie?
- No lo sé, eso es más difícil. Me imagino que una erupción potente podría exterminar a casi todos los adultos, pero la especie desova cuando hay erupciones y los huevos podrían sobrevivir aunque también, sin duda, con muchas mutaciones. Diría que aquí la evolución avanza muy rápido.
- Bien, veamos -intervino Margie-, si todas esas criaturas pueden sobrevivir, ¿por qué nosotros no?
Harcourt se encogió de hombros.
- Están adaptadas al medio. Además, estoy hablando de razas que sobreviven, no de individuos. Tal vez sólo un uno por ciento de los miembros de esas especies supere la crisis, es posible que menos. -Miró a los presentes que lo rodeaban-. Un uno por ciento de nosotros, ¿con cuántos nos deja? -preguntó.
- Sí -dijo Margie despacio-, bien, creo que nos hemos hecho una idea. Hemos de meternos debajo de algo lo bastante grande para que detenga tanto el calor como la radiación, y debemos hacerlo a toda prisa. ¿Tienes alguna idea de con qué material podemos confeccionar ese techo?
Harcourt vaciló.
- Ni idea -confesó-. Ciertamente, las tiendas no servirán.
Ah, y se me olvidaba mencionar los vientos. Probablemente, con toda esa insolación, serán muy violentos, de manera que cualquier cosa que construyamos tendría que resistir huracanes de hasta unos doscientos kilómetros por hora, tal vez más. Se me había ocurrido utilizar los túneles de los reptadores, y tal vez podría funcionar, por lo menos para algunos de nosotros. Dudo que más de un diez por ciento pudiera sobrevivir dos o tres semanas bajo tierra, sin la ventilación adecuada ni aire acondicionado… y os aseguro que el aire de ahí abajo se va a calentar de verdad.
Mientras todo el mundo sopesaba las posibilidades se hizo el silencio. Kappelyushnikov se adelantó.
- Podemos hacer una cosa -anunció-, aunque tal vez sólo quince o veinte de nosotros: podemos entrar en la cápsula de regreso y ponernos en órbita.
- Ahí arriba hará el mismo calor -objetó Marge Menninger. Cappy negó con la cabeza.
- Se trata sólo de radiación. El casco de acero refleja el noventa y nueve por ciento, tal vez. Eso es mucho. El único problema es ¿quién decide qué veinte afortunados subirán?
Marge Menninger lo pensó un momento, luego dijo:
- No, ésa sería una solución a la desesperada, Cappy. Además, presenta otro problema: ¿qué hacen esos afortunados cuando vuelvan a bajar? Ahora mismo ya no quedamos muchos y no creo que veinte personas puedan sobrevivir solas. Si subiéramos en la cápsula…, un momento, olvidadlo, no estoy diciendo que yo vaya a ser uno de los que suba: si cualquiera de los presentes accediera a la cápsula, una opción igual de inteligente sería seguir camino, intentar volver a la Tierra o tal vez intentar ir a alguna de las otras colonias. Las oportunidades serían las mismas que volver aquí cuando el planeta entero esté frito.
Harcourt asintió, pero corrigió mecánicamente:
- No todo el planeta.
- ¿Qué?
- Bien, sólo la mitad, nuestra mitad, la parte que mira hacia Kung. La cara oculta probablemente ni notará que hay una erupción en marcha, pero a nosotros no nos sirve de nada -añadió rápidamente-, porque no podemos vivir allí; no tenemos tiempo para construir una cúpula hermética y con calefacción y trasladar todo… ¿Qué pasa?
Margie había estallado en carcajadas.
- Hijo de puta -dijo-. Esto demuestra lo mucho que uno se equivoca cuando se propone confiar en la gente. Esos bastardos de Grasis no han jugado limpio. No dejaron de luchar porque quisieran la paz. ¡Pararon porque nosotros ya estábamos muertos de todos modos!
- Pero…, pero ellos también.
- ¡Error! ¡Porque ellos sí tienen una base en la Cara Oculta! -Negó compungida con la cabeza-. Amigos -dijo-, iba a realizar un anuncio verdaderamente grandilocuente sobre la entrega de las riendas del poder a un gobierno civil, pero ahora creo que eso tendrá que esperar, antes tenemos un trabajo militar por delante. Cuando este lado del planeta desaparezca, ellos tienen ese acogedor nidito en la cara que nunca recibe radiación de Kung, y ni les va ni les viene que la estrella estalle o deje de estallar. Esa base va a ser un sitio muy agradable en el que esconderse, y nosotros se lo vamos a arrebatar.