III
El día después del regreso de Marge Menninger a su despacho en Washington, recibió el borrador de propuesta de Dalehouse. Para entonces ya había iniciado el proceso de subvención.
Se había marchado temprano de la conferencia para poder tomar un vuelo en un hidrojet de la NASA, un viaje caro e incómodo, pero rápido, que la llevó de vuelta a su apartamento en Houston. Desde allí había llamado al subsecretario de Estado adjunto para Asuntos Culturales. Ya no eran horas de trabajo, pero pudo ponerse en contacto con él sin dificultades. Marge mantenía muy buenas relaciones con el subsecretario adjunto. Era su hija. Una vez le hubo contado que había tenido un agradable viaje, fue directamente al grano:
- Papá, necesito una subvención para un vuelo interestelar tripulado.
Siguió un breve silencio. Luego él preguntó:
- ¿Por qué?
Marge se rascó debajo del ombligo pensando en todas las razones que podría haberle dado. ¿Para el progreso del conocimiento humano? ¿Para el potencial beneficio económico que pudiera obtener Estados Unidos y el resto de los productores de alimentos? ¿Por la promesa que le había hecho a Danny Dalehouse? Todas esas razones eran importantes para unos u otros y, algunas, para ella misma; pero a su padre le dio la única razón que contaba:
- Porque, si no lo hacemos nosotros, lo harán los hijos de perra de los paquis.
- ¿Solos? -Marge pudo captar la nota de escepticismo incluso a tres mil kilómetros de distancia.
- Los chinos se encargarán de la parte técnica. Ellos también están metidos.
- Sabes lo que va a costar eso. -No era una pregunta: ambos conocían bien la respuesta. Transportar de un sistema solar aotro aunque sólo fuera una cápsula de mensajes tactran costaba un par de millones de dólares, y eso que sólo pesaba unos kilos. Marge estaba pensando en, al menos, diez personas con su equipo correspondiente: sabía que estaba pidiendo miles de millones de dólares.
- Mucho -respondió-, pero lo vale.
Su padre se rió entre dientes con admiración.
- Siempre has resultado una niña muy cara, Margie. ¿Cómo vas a conseguir que lo apruebe la Comisión Conjunta?
- Creo que puedo. Deja que yo me preocupe de eso.
- Hum… Bien, yo te ayudaré desde aquí. ¿Qué quieres de mí en concreto ahora mismo?
Marge dudó. Era una conexión telefónica abierta, así que eligió las palabras con cuidado.
- Le pedí al paqui una copia de su informe completo. Por supuesto, hasta que pueda echarle mano estoy en una situación un poco desventajosa.
- Claro -coincidió su padre-, ¿algo más?
- No hay mucho que pueda hacer hasta que lea el informe íntegro.
- Lo entiendo. Bueno, ¿y qué más me cuentas? ¿Qué te parecieron nuestros valerosos aliados búlgaros?
Marge se rió.
- Supongo que ya te has enterado de que me detuvieron.
- Lo único que me sorprende es que no suceda con más frecuencia. Eres tina persona muy difícil, cariño, y eso no lo heredaste de mi rama de la familia.
- Le contaré a mamá lo que has dicho -le prometió, y colgó. Cuando llegó a Washington ya había recibido, por una línea privada, una copia microfilmada del informe íntegro del paquistaní, ya traducido para ella. Lo repasó a conciencia, tomando notas. Luego lo dejó a un lado y se recostó en la silla.
El cabrón del paqui había ocultado mucho. En su informe privado, el triple de grueso que el que había leído en Sofía, había un inventario de formas de vida más importantes. No había mencionado nada de eso en la conferencia. Al menos, tres de las especies parecían poseer alguna clase de organización social: un tipo de artrópodo; una especie que construía galerías subterráneas, de sangre caliente v pelaje suave, v una especie de ave, no, de ave no, se corrigió. Se pasaban la mayor parte de su vida en el aire pero no habían desarrollado alas. Eran globomotrices, no pájaros.
¡Tres especies sociales! Al menos una de ellas podría ser lo bastante inteligente para ser civilizada.
Eso le hizo recordar a Danny Dalehouse, su ponencia sobre el primer contacto con formas de vida sensibles de nivel subtecnológico, y su borrador de propuesta. Volvió a leer la cantidad final de la propuesta y sonrió.
El joven Danny no tenía ningún complejo para pedir lo que quería. La cantidad final ascendía a diecisiete mil millones de dólares.
Diecisiete mil millones de dólares, reflexionó, equivalía aproximadamente al valor estimado de la Isla de Manhattan…, al PNB de unas veinte o treinta naciones del mundo…, a dos meses del déficit de combustible de Estados Unidos en la balanza de pagos. Era mucho dinero.
Metió los documentos y las notas que había tomado en una carpeta de color rojo chillón que llevaba el sello de ALTO SECRETO y la guardó bajo llave. Entonces se puso en marcha para darle a Danny Dalehouse lo que quería.
Habría mucho que contar sobre Marge Menninger, y lo más importante era que siempre sabía lo que quería. Quería muchas cosas y cosas, además, muy distintas. Sus motivaciones estaban clara y jerárquicamente organizadas en su mente. Era probable que consiguiera el tercero o cuarto de sus objetivos en esa lista, por orden de prioridad. El segundo era prácticamente seguro, pero el primero era inevitable.
Una semana más tarde, tenía ya la propuesta definitiva de Dalehouse y una cita para declarar ante la Comisión Conjunta del Senado y el Congreso para el Desarrollo Espacial. Marge aprovechó bien esa semana, primero para decirle a Dalehouse (por teléfono y luego en detalle por fax) cómo cambiar su propuesta para maximizar las posibilidades de que la aprobaran, y a continuación para llenar las escasas lagunas en sus conocimientos de lo que le iban a requerir.
Para lanzar una cápsula transmisora o un cargamento de seres humanos de una estrella a otra, primero hay que ponerlos en órbita.
El transporte taquión es un paradigma de elegancia tecnológica. Una vez se ha elevado la cápsula al estado de carga apropiado se vuelve obediente a las leyes taquiónicas. Se desplaza con facilidad a velocidades mayores que la luz, cubriendo distancias interestelares hasta cualquier punto de la galaxia en cuestión de días. En ese proceso consume una cantidad asombrosamente pequeña de energía. La paradoja del taquión es que exige más energía para ir lento que para ir rápido.
Poner la cápsula en estado de carga es la fase más difícil. Para ello se necesita una plataforma de lanzamiento bastante voluminosa, que es cara y, más aún, pesada.
Colocar la plataforma en órbita no es una acción nada elegante, sino que requiere fuerza bruta. Tienen que consumirse cien kilos de combustible por cada gramo lanzado al estado de taquión, y el combustible es combustible. Se puede quemar petróleo, o algo que se haya creado utilizando petróleo, pongamos hidrógeno y oxígeno líquidos. De un modo o de otro, tenían que consumirse más de medio millón de toneladas métricas de petróleo para poner a diez personas y el equipo mínimo requerido de camino a la estrella de Kung.
¡Medio millón de toneladas métricas!
No se trataba sólo del valor del dólar. Se trataba de cuatro superpetroleros llenos de combustible que tenían que proceder de una de las naciones exportadoras de petróleo que estaban empezando a dar muestras de querer hacer notar de nuevo su poder.
Las conferencias CIP ínterbloques sobre Cuotas de Importaciones y Precios no favorecían demasiado a los países exportadores de alimentos. Si Marge no conseguía cerrar bien la expedición, con el combustible necesario almacenado en los grandes depósitos de Galveston o Bayonne, los precios en alza del combustible dispararían los costes incluso muy por encima de los cálculos de Danny Dalehouse.
Cuando hubo transferido todas las cifras del documento a buen seguro, dentro de su cabeza, Marge cerró su escritorio en el despacho de Washington bajo llave. Se dirigió a la Sala de Audiencias 201 en el antiguo edificio de Oficinas Rayburn, sabedora de que el trabajo que tenía por delante estaba hecho a su medida.
Los obstáculos habrían disuadido a cualquier otro, pero ella no aceptaba la disuasión. Su disciplinada mente diseccionó el problema inmediato en las partes que lo componían y centró su atención en el ataque de cada una de ellas. El problema con la Comisión Conjunta se dividía sin dificultades en cuatro elementos: el presidente, el líder de la minoría, el asesor principal de la Comisión y el senador Lenz. Preparó estrategias para cada uno.
El líder de la minoría era amigo de su padre, y podía dejarlo sin temor en sus manos.
El presidente de la Comisión tenía la ambición de serlo también del país. Era probable que causara problemas cada vez que viera una ocasión de conseguir publicidad. La manera de tratar con él era no hacerse notar demasiado y darle la menor oportunidad posible de que pudiera aprovechar el tema en su campaña política. Después de realizar el juramento y una vez leída la declaración que llevaba preparada, él fue el primero en interrogarla.
Presidente: Bien, señora, no me cabe duda de que sus motivos sean de lo más respetables, pero ¿tiene la menor idea de lo mucho que estamos trabajando aquí, en el Capitolio, para controlar el déficit?
Capitán Menninger: La tengo, señor senador.
Presidente: ¿Y aun así confía en que le demos sabe Dios cuántos miles de millones de dólares para este proyecto?
¡Era un comienzo prometedor! No había dicho: «este atolondrado proyecto» ni «este derroche descabellado».
Capitán Menninger: No «confío», senador, sino que tengo esa esperanza. Espero que la Comisión aprobará la propuesta porque, en mi opinión, es una inversión que recuperaremos multiplicada, durante muchos años.
Presidente: No podernos gastar el dinero de los contribuyentes en esperanzas.
Capitán Menninger: Lo sé y lo tengo en cuenta. No son esperanzas lo que estos pidiendo que compartan conmigo, sino una opinión plenamente justificada. Una opinión que no es sólo mía, sino que sostienen también los expertos mejor informados acerca de este tema.
Presidente: Hum. Bien, hay muchas peticiones valiosas que se basan en juicios muy sensatos. No podemos subvencionarlas todas.
Capitán Menninger: Lo entiendo perfectamente, senador. No estaría aquí si no tuviera una confianza plena en su sentido de la justicia y en su competencia.
Presidente: Bien, ¿alguno de mis distinguidos colegas tiene preguntas para esta declarante?
Las tenían, pero se trataba en su mayoría de cuestiones superficiales. Los miembros importantes de la Comisión, como el senador Lenz y el líder de la minoría, se reservaron para otra ocasión; a los miembros menos significados les preocupaba sobre todo que quedara constancia de su propia posición.
El asesor principal era un problema más delicado. Era inteligente. Además, se dedicaba exclusivamente a hacer que sus jefes quedaran bien evitando que la Comisión Conjunta se metiera en problemas. La esperanza de Margie radicaba en conseguir que decir que sí pareciera menos problemático que decir que no.
Sr. Gianpaolo: Ha mencionado los beneficios que obtendríamos de una inversión parecida. ¿Se refería a dinero en efectivo o más bien a algo más abstracto, como conocimientos o ventajas indeterminadas?
Capitán Menninger: Oh, a ambos, señor Gianpaolo.
Sr: Gianpaolo: ¿De verdad, señora Menninger? ¿Beneficios en dólares?
Capitán Menninger: Basándome en experiencias anteriores y en lo que ya se sabe sobre este planeta, sí. Sin duda.
Sr. Gianpaolo: ¿Podría darnos una idea de a cuánto ascenderían esos beneficios?
Capitán Menninger: En términos generales, sí, señor Gianpaolo. Los informes tactran indican la existencia de materias primas y la presencia de vida inteligente: como mínimo, una certeza casi absoluta de la primera y una gran posibilidad de la segunda. Por supuesto, se trata sólo de informes obtenidos mediante instrumentos.
Sr. Gianpaolo: Los que, según tengo entendido, están sometidos a interpretaciones contradictorias.
Capitán Menninger: Exacto, señor Gianpaolo, y precisamente por eso es necesario enviar allí una expedición tripulada. La única razón de ser de la expedición es descubrir lo que no podemos averiguar de otra forma. Si supiéramos qué nos íbamos a encontrar, no tendríamos que enviarla. Pero, además, hay otro tipo de beneficio que me parece incluso más importante. Lo denomino «liderazgo».
Señor Gianpaolo: ¿Liderazgo?
Capitán Menninger: Todas las naciones exportadoras de alimentos del mundo libre nos miran buscando ese liderazgo, señor Gianpaolo. No creo que ninguno de nosotros quiera decepcionarlas. Ésta es una de esas oportunidades que sólo se tienen una vez en la vida. Con toda honestidad, estoy aquí porque me siento incapaz de asumir la responsabilidad de dejarla pasar. En última instancia, es la ardua responsabilidad que le compete a esta Comisión.
Dado que nada se iba a decidir en sesión pública, Marge estaba convencida de que habría tiempo para hacer que los miembros de la Comisión entendieran que la mejor manera de que esa responsabilidad fuera menos «ardua» era concediéndole el dinero.
Si Marge Menninger hubiera podido hacer lo que quería, la declaración habría terminado ahí. Pero era Gianpaolo el que orquestaba el acto, y era demasiado astuto para darlo por finalizado como ella hubiera preferido. Gianpaolo desactivó parte del impacto dramático que había conseguido Marge extrayéndole una larga y tediosa serie de datos técnicos:
- Sí, señor Gianpaolo, por lo que sé, la gravedad de la superficie es 0,76 veces la de la Tierra, v su presión atmosférica alrededor de treinta por ciento más elevada, pero el nivel de oxígeno es aproximadamente el mismo.
Gianpaolo leyó las notas de Marge sobre el «efecto semiinvernadero» y le preguntó qué querían decir los comentarios que alguien había apuntado sobre «la inagotable reserva de gasificación exterior de la cara fría del planeta, pues el calor interior evapora los volátiles». La metió, v se metió él mismo, en una enrevesada discusión sobre si el nombre de la estrella de la que estaban hablando era en realidad Besbes Geminorum 8326 o Besbes Geminorum 8426, de acuerdo con el Nuevo Catálogo General del OAO -según parecía se le habían dado ambos nombres porque un mecanógrafo había cometido un error-, hasta que el presidente empezó a mostrarse inquieto. En ese momento, satisfecho de que el público estuviera más que adormilado, Gianpaolo solicitó un aplazamiento de diez minutos y volvió al ataque.
Sr. Gianpaolo: Capitán Menninger, estoy convencido de que conoce el coste de un lanzamiento de una nave espacial transportada por taquión. Primero…
Capitán Menninger: Sí, señor, creo que lo sé.
Sr. Gianpaolo: Primero tenemos el gasto ingente de lanzar el vehículo. El coste de tan sólo ese lanzamiento, según tengo entendido, ronda los seis mil millones de dólares.
Capitán Menninger: Sí, señor. Sin embargo, como anunció el vicepresidente en el mensaje a la Décima Asamblea General de la Conferencia Mundial de Exobiología, ya disponemos de ese vehículo de lanzamiento. Puede utilizarse en un gran número de misiones.
Sr. Gianpaolo: Pero, como también anunció el vicepresidente, el vehículo en cuestión tiene la agenda de lanzamientos completa. Y el tiempo necesario para la preparación de un lanzamiento es de treinta días.
Capitán Menninger: Sí, señor.
Sr. Gianpaolo: Y aunque lo sabe, según su programa, se requerirá un lanzamiento a ese…, ¿cómo se llama el planeta? Capitán Menninger: De momento se refieren a él como «Hijo de Kung», señor, pero esa denominación todavía no es oficial. Si: Gianpaolo: Eso espero. Bien, decía que usted quiere un lanzamiento cada diez días.
Capitán Menninger: Sí, señor. Suministros esenciales.
Sr. Gianpaolo: Algo que implicaría la anulación de la misión de prospección minera a Procyon TV. No me cabe duda de que está al tanto de que se ha descubierto que ese planeta tiene un núcleo muy denso, lo que indica un gran potencial de uranio y otros fisibles para nuestras centrales energéticas.
Los británicos habían enviado aquella sonda. Con meticulosidad, habían anunciado que, según los acuerdos internacionales vigentes, divulgarían las mediciones telemétricas.
Toda aquella información era de dominio público. Gianpaolo se limitaba a recordarla.
Capitán Menninger: Sí, señor. Por supuesto, esa operación resultaría secundaria, si se considera la inversión necesaria para explotar y refinar el uranio y trasladarlo luego aquí. El planeta de Besbes Geminorum tiene un potencial mucho mayor, como va he declarado.
Sr. Gianpaolo: Sí, capitán Menninger, nos ha puesto al tanto de nuestras opiniones.
Todo aquello no eran más que tonterías. Lo que los británicos no habían hecho público, pero que sabían tanto Marge como Gianpaolo de una anterior reunión informativa, era que sus contadores de escintilación no habían encontrado radiación de ionización digna de tal nombre en la atmósfera más bien inhóspita de Procyon IV. Era posible que hubiera uranio pero, en ese caso, debía de estar a miles de metros de profundidad. Marge también estaba al corriente, aunque esa información concreta era privada.
Cuando acabó la declaración, Marge se daba por satisfecha con que las cosas fueran encaminadas en la dirección correcta.
Pero el problema que suponía el senador Lenz seguía vigente. Tenía mucho más poder en la Comisión, y en el Senado en general, que cualquier otro, el presidente incluido. Debía abordarlo de manera individual y en privado, y Marge había hecho sus propios planes.
Reservó su vuelo de regreso a Houston dando un rodeo, vía Denver. Su padre la llevó en su propio coche al aeropuerto Dulles. Bueno, en realidad no era suyo, pertenecía a un organismo gubernamental. Pero, bien mirado, también pertenecía al organismo el propio Godfrey Menninger. El coche era a la vez una ventaja inherente a la categoría de su cargo v una necesidad indispensable para lo que hacía en el organismo; dos veces al día, otros funcionarios lo revisaban con artilugios electrónicos para comprobar que no le habían puesto micrófonos ni bombas.
God Menninger le comentó a su hija:
- Lo hiciste bastante bien en la audiencia.-Gracias, papá. Y gracias también por el informe del paqui.
- ¿Encontraste lo que necesitabas?
- Ajá. ¿Hablarás con el líder de la minoría por mí? -Ya lo he hecho, cariño.
- Y?.
- Oh, ningún problema por su parte. Si consigues convencer a Gus Lenz, creo que tendrás a la Comisión en el bolsillo. Lenz no habló mucho en la audiencia.
- No esperaba que lo hiciera.
Su padre aguardó alguna explicación más, pero como Marge no dijo nada, tampoco insistió.
- Estamos haciendo un seguimiento a tu amigo paquistaní -le explicó-. Se encuentra en una reunión en K'ushui en la que participa gente con mucho poder.
- ¿K'ushui? ¿Y qué coño es K'ushui?
- Bueno -dijo el padre-, me gustaría responderte algo más de lo que sé. Es un lugar de la provincia de Sianking. No tenemos, ¿cómo decirlo?… informes muy detallados todavía, pero no está lejos de Lop Nor, ni tampoco demasiado lejos de la gran antena parabólica de radio, a lo que hay que añadir que el Heredero de Mao lo visitó cinco o seis veces el año pasado.
- Todo parece indicar que van a ponerse en movimiento.
- Yo también lo creo. Analicé tus cálculos, y la mejor interpretación es que el Heredero de Mao está empezando a hacer lo que tú quieres que hagamos nosotros.
- ¡Mierda!
- No hay por qué preocuparse -dijo su padre-, se lo conté, en el más estricto secreto, al líder de la minoría. Y no me cabe la menor duda de que él se lo contará a Gianpaolo. Así que, mira, te vendrá bien.
- ¡Quería ser la primera!
- Los primeros no son siempre los que se llevan la mejor tajada, cariño. ¿Cuántos descubrieron Norteamérica antes de que los ingleses se la metieran en el bolsillo? Da igual, cuéntame qué tiene de tan interesante ese planeta.
Margie miró por la ventanilla a los edificios de muchos pisos de las zonas residenciales de Virginia, zigurats que se alzaban rehuyendo la exposición al sur con las fachadas cubiertas de los cuadrados de textura negra como el carbón de los paneles solares de calefacción.
- Estaba todo en el informe de Ahmed Dulla, papá.
- No lo leí.
- Una lástima. Bien, una estrella pequeña con un montón de planetas insignificantes y uno grande, de aproximadamente el tamaño de la Tierra. Una gravedad un poco más baja; el aire un poco más denso. Un montón de bienes raíces, papá. Y apesta a vida.
- Hemos encontrado vida otras veces.
- ¡Musgos y medusas! Seres de cristal que, si quieres, puedes denominar vivos. Pero esto es distinto. Se trata de una biota que tal vez sea tan variada como la nuestra, puede que incluso de una civilización. Y el planeta es interesante también en otro sentido. No rota, quiero decir que no rota con respecto a su estrella primaria, igual que la Luna no rota en relación con la Tierra, de manera que la cara iluminada tiene un sol en el firmamento todo el tiempo…
El padre lo escuchaba con tranquilidad, rascándose el abdomen justo por debajo del ombligo mientras la hija se extendía sobre los detalles del planeta. Cuando ella hizo una pausa para recuperar el aliento, la interrumpió:
- Un momento, cariño. -Se inclinó hacia delante para encender la radio; incluso en un vehículo que era sometido a sistemáticas revisiones contra escuchas, God Menninger prefería no correr riesgos. Por encima del tañido de guitarras sintéticas añadió-: Hay otra información que debes conocer. Los países productores de petróleo están manteniendo conversaciones para una subida del sesenta por ciento.
- ¡Por dios, papá! ¡No volveré a tomar otro trago de whisky escocés!
- No, esta vez no son los británicos. Son lo chinos, por extraño que parezca.
- Pero ¡si son exportadores de población!
- Son exportadores de lo que les salga de las narices -la corrigió su padre-. La única razón por la que están en el Bloque de Población es que allí pueden tener más fuerza. El Heredero de Mao va a la suya. Esta vez ha dado a entender a los Grasis que China iba a elevar sus precios de manera unilateral, con independencia de lo que decidiera el bloque. Y eso era lo que necesitaban los halcones de Caracas y Edimburgo. Los saudíes también estaban a favor, faltaba más. Quieren sacarle todo el provecho posible al petróleo que les quede. Los indonesios y los demás países pequeños sólo tienen que limitarse a seguir a los grandullones. -hizo una pausa y se quedó pensativo-. De manera que te has presentado con una factura de medio millón de toneladas de petróleo en un momento un tanto complicado.
- Ya veo, papá. ¿Qué vamos a hacer? No me refiero a mi proyecto, sino al país.
- Lo que no vamos a hacer -respondió él con gesto adusto-es subir los precios de los cereales. No podemos. El comodín del Heredero de Mao es que la subida de precios sólo se aplicará a las exportaciones, y considera todas las ventas dentro del Bloque de Población como ventas internas. Así pues, vende barato a los Poblas, lo que significa que éstos consiguen cuanto necesitan para irrigación y fertilización a precios de ganga. Si incrementamos el coste del cereal, lo único que conseguiremos será que dejar de importar les merezca la pena dentro de tres o cuatro años. En nuestro país podríamos, tal vez, resistirlo, pero los soviéticos, los indochinos, los búlgaros, los brasileños y los demás latinos no podrían. Sus economías se arruinarían. El bloque se rompería. Sin duda, ésa es la intención del Heredero de Mao.
Llevó el coche hasta el aparcamiento de estancias breves del aeropuerto de Dulles. Antes de apagar la radio, añadió:
- No sucederá, creo, hasta dentro de un par de meses. Así que más vale que pongas en marcha tu proyecto tan deprisa como puedas.
Marge salió a la atmósfera nocturna, húmeda y calurosa de Virginia. Los lomos jorobados de los valvajets de embarque se cernían sobre el seto que bordeaba el aparcamiento. Oían el ruido de dos de ellos calentando motores y el sonido más suave de la aceleración de otro que despegaba.
Marge siguió a su padre, que le tomó la maleta y se encaminó hacia la terminal.
- Papá -le preguntó-, ¿puedo hablarle al senador de…, de eso?
- ¡Dios mío, no! Y no se trata de que él no lo sepa ya, sino de que se supone que tú no debes saberlo.
De forma sorprendente, Marge se rió.
- Bueno, de todas maneras lo iba a plantear de otro modo. Eh, espera, papá. No voy a tomar el vuelo de Houston.
- Ah, ¿no?
- Pues no. Vuelvo a casa por una ruta distinta.
Menninger se despidió de su hija con un beso en el mostrador de facturación para el valvajet de Denver. Observó cómo desaparecía por la puerta del túnel con una mezcla de admiración y pena. Había estado pensando en preguntarle cómo se proponía manejar al senador, pero no tuvo que hacerlo. Lenz también iba en ese vuelo.
Dado que era un vuelo nocturno, el jet permaneció detenido durante veinte minutos de precalentamiento antes de despegar. Los pasajeros tenían que estar a bordo y las azafatas correteaban arriba y abajo con tapones para los oídos y miradas comprensivas. La mejor fuente de calor que existe es un turborreactor. Los motores que impulsarían al avión por el aire durante el vuelo estaban ahora girando hacia dentro y las pantallas con forma de caparazón desviaban la ráfaga para derramar incontables miles de BTU en la sección de elevación con forma de bivalvo.
Marge aprovechó ese rato para lavarse la cara, peinarse y cambiar de maquillaje. Había visto cómo el senador subía a bordo. Había sopesado la posibilidad de cambiar el uniforme por algo más femenino y al final la había desechado. No hacía falta. Tampoco era aconsejable: podría haber dado la impresión de un gesto calculado, y Marge calculaba cuidadosamente la mejor forma de evitar parecer calculadora.
El estruendo de los reactores de calentamiento a potencia máxima se detuvo y todos se abrocharon los cinturones para el despegue. Ese era un sonido más suave. El valvajet avanzó dando unos cuantos saltos y se elevó bruscamente.
En cuanto alcanzaron la altitud de crucero, Marge salió de su cubículo y pidió una copa en el salón delantero de primera clase. Al cabo de un par de minutos, el senador Lenz estaba en pie ante ella, sonriéndole.
Adrian Lenz tenía una antigüedad de dos legislaturas y dos días en el Senado; un gobernador amigo suyo lo había designado para ocupar una vacante de cuarenta y ocho horas sólo por la jerarquía superior que le daría sobre los demás senadores elegidos el mismo año. Aun así, no había superado en mucho los cuarenta. Y parecía todavía más joven. Se había divorciado dos veces: los votantes de Colorado se reían de la invariable mala suerte de su senador, aunque lo reelegían sin demasiado revuelo. Podría haber presidido su propia comisión, pero había preferido pertenecer a comisiones más interesantes y conspicuas. Tarde o temprano, «Gus» Lenz sería presidente de Estados Unidos, y todo el mundo lo sabía.
- Marge -le dijo-, estaba seguro de que éste iba a ser un vuelo muy agradable, pero hasta este momento no sabía por qué. Margie dio unas palmadas al asiento vecino.
- ¿Vas a darme mis diecisiete mil millones? -le preguntó. Lenz se rió.
No pierdes el tiempo, Margie.
- No tengo tiempo que perder. Los Poblas van a ir a ese planeta si nosotros no vamos. Probablemente vayan de todos modos. Es una carrera.
El senador frunció el ceño e hizo un gesto hacia la azafata: menuda v morena, vestía el uniforme de la United Air Lines como si fuera un sari. Citando les hubieron servido las bebidas, dijo:
- He escuchado tu declaración, Margie. Me pareció muy buena, pero no sé si vale diecisiete mil millones.
- En la declaración complementaria había algún material que quizá no hayas tenido ocasión de leer.;Reparaste en la parte que explica que el planeta tiene su propio sol?
- No estoy seguro.
- Es un sol pequeño, pero no muy distante. Emite casi toda su radiación en las longitudes de onda más bajas. No hay demasiada luz visible, pero sí muchísimo calor. Y el planeta no gira en relación a ese sol, así que siempre está ahí colgado.
- ¿Y?
- Y energía, senador. ¡Energía solar! ¡Barata!
- No acabo de entender del todo a qué te refieres. ¿Me estás diciendo que ese objeto subestelar es más caluroso que nuestro sol?
- No, ni de lejos, pero está mucho más cerca. Y lo importante es que no se mueve. ¿Cuál es el gran problema de la energía solar en nuestro planeta? Que el sol no permanece quieto. Se desplaza por todo el firmamento, y la mitad del tiempo ni siquiera está en el cielo porque es de noche, así que ilumina el otro lado de la Tierra. Fíjate en esta aeronave. Tuvimos que precalentarla durante casi media hora para que el gas hiera lo bastante ligero y pudiera elevarse porque ya ha oscurecido. En la cara del planeta que da al sol, la única cara que a mí me interesa, Gus, nunca es de noche.
Lenz asintió y dio un sorbo a su bebida, esperando más información.
- Nunca se hace la oscuridad. No existe el invierno. El sol permanece inmóvil, así que no tienes que hacer que tus Fresnels sean móviles. Y, lo que es casi igual de importante, el clima no es ningún problema. Ya sabes cuál es el rendimiento de nuestras instalaciones de energía solar. Sin contar a los valvajets durante el día (porque pasan sobre las nubes buena parte del tiempo) perdemos hasta el veinticinco por ciento del tiempo operativo posible porque las nubes impiden el paso de la luz del sol.
Lenz parecía perplejo.
- ¿Es que ese planeta no tiene nubes?
- Oh, claro que tiene, pero da igual. La radiación es casi toda calor y las atraviesa sin dificultades. Imagínatelo. Aquí perdemos la mitad del tiempo de generación de energía solar por la noche y otro considerable porcentaje durante el crepúsculo y el alba, porque el sol está tan bajo que no produce demasiada energía, a lo que hay que añadir un sesenta por ciento adicional a lo largo del año porque es invierno y otro veinticinco por ciento porque las nubes cubren el cielo. Lo sumas todo y con suerte llegamos a una utilización del diez por ciento de la energía. En ese planeta, una instalación más barata puede llegar a un aprovechamiento muy cercano al ciento por ciento.
Lenz se quedó pensando un instante.
- Parece interesante -dijo con cautela, e hizo un gesto para que le volvieran a llenar la copa.
Margie dejó que se fuera haciendo una idea más definida por sí solo. Tarde o temprano se le ocurriría plantearse de qué les serviría a los votantes del estado de Colorado, en la Tierra, una energía que se encontraba a varios cientos de años luz. Ella va tenía preparada también la respuesta a esa pregunta, pero prefería esperar a que el senador se la formulara.
Sin embargo, la pregunta que finalmente le hizo Lenz la pilló desprevenida:
- Margie, ¿qué tienes contra los paquis?
- ¿Contra los paquis? Vaya, nada, de verdad.
- Pues pareces tomarte muy en serio la competición con ese Ahmed.
- No es nada personal, Gus. Tampoco es que me vuelvan loca, pero he mantenido relaciones amistosas con algunos. Tenía un ordenanza paqui cuando enseñaba en West Point. Un buen chico. Me planchaba la ropa y nunca me molestaba cuando no quería verlo.
- Hablas de él como si fuera un electrodoméstico que mereciera la pena -comentó Lenz.
- Sí, sí. Ya te entiendo. -Pensó un momento antes de proseguir-. Pero no se trata de eso. No estoy contra Ahmed porque sea paqui. Estoy contra los paquis porque están en el otro bando. No puedo evitarlo, senador. Defiendo a mi equipo.
- ¿Y quién es tu equipo, Margie? ¿El Bloque de Alimentos? Estados Unidos? ¿Tal vez sólo las oficiales femeninas del ejército norteamericano?
Ella se rió relajadamente.
- Todos ellos y en ese orden -reconoció.
- Margie -dijo el senador en tono serio-, ahora sólo estamos charlando mientras tomamos unas copas. No querría ponerme demasiado trascendente.
- ¿Por qué no, Gus? Pide un par más y vayamos al grano. El obedeció. Mientras esperaban las bebidas, comentó: -Eres una buena chica, Margie, pero con un poco de mala idea. Es una lástima que fueras a West Point.
- Te equivocas, Gus. La pena es que tan pocos jóvenes norteamericanos tengan ahora esa oportunidad.
El senador negó con la cabeza.
- Yo voté a favor de la reducción de las academias militares y del presupuesto militar.
- Lo sé. El peor voto de toda tu vida.
- No. No había elección. La guerra es algo que ya no podemos permitirnos, Margie. ¿Es que no lo entiendes? ¡Hasta Pakistán podría borrarnos del mapa! Por no mencionar a chinos, turcos, polacos y el resto del Bloque de Población. Y menos aún a los británicos, los saudíes o los venezolanos. No podemos asumir el riesgo de luchar contra nadie, v nadie puede asumir tampoco ese riesgo contra nosotros. Y todos lo sabemos. No son nuestros enemigos…
- Pero compiten con nosotros, senador -dijo la capitán Menninger irguiéndose en su asiento con brusquedad para hablar con mayor precisión-; compiten económica y políticamente, por activa o por pasiva. Recuerda a Clausewitz: la guerra es la continuación lógica de la política. Admito -se apresuró a añadir- que no podemos llegar tan lejos. No querernos volar ese planeta. Te entiendo perfectamente. Es como aquel famoso dicho de (¿cómo se llamaba aquel astronauta ruso?, uno de hace muchos años) Sevastianov, me parece: «Cuando estaba en el espacio vi lo diminuta que era la Tierra y me di cuenta de lo importante que era para todos nosotros aprender a vivir juntos en ella». Bien, estoy completamente de acuerdo con él, Gus. Pero aprender a convivir no significa que algunos no puedan vivir mejor que otros. ¡Es ley de vida! Los del Bloque de Combustible no paran de subir sus precios. Y los de Población siempre están exigiendo más dinero por los trabajadores que exportan, amenazando con retenerlos en sus países si no se satisfacen sus demandas, ¿y quién haría de ordenanzas y azafatas si no vienen? Y nosotros competimos con ellos. Pues bien, Gus, cuando compito, compito a fondo. juego para ganar! El planeta de la estrella de Kung es algo que quiero ganar. Creo que ese planeta tiene cosas que valen la pena. Y las quiero para nosotros, un nosotros que se define como el Bloque de Alimentos, Estados Unidos, el estado de Texas, la ciudad de Houston y todas las demás subdivisiones que has mencionado o quieras mencionar, incluidas, si quieres, las ex profesoras rubias de West Point, en orden descendente de tamaño de la comunidad a la que representar. Cualquiera que sea la comunidad de la que te apetezca hablar, si pertenezco a ella quiero que sea la primera, la mejor y la que tenga más éxito. Me parece que a eso le llamamos patriotismo, senador. Y dudo de verdad que quieras acabar con él.
La miró con expresión pensativa por encima de las nuevas bebidas v levantó su copa:
- Por ti, Margie. Eres una auténtica mujer de acero. Ella se rió.
- Muy bien -dijo en tono más suave-. Brindaré por eso. Pero ¿qué me dices de mi presupuesto?
Lenz apuró su copa y la dejó sobre la mesa.
- Para bien o para mal, formamos parte de una comunidad económica, y eso es ley de vida para ti, capitán Margie Menninger. No puedes venderme este proyecto como una empresa de Estados Unidos. Podrías, quizá, si lo plantearas como un acuerdo de cooperación para el Bloque de Alimentos.
- ¡Mierda, Gus! ¡Si vamos a ser nosotros los que lo pagaremos todo!
- Alrededor de un noventa por ciento, sí, en efecto, es posible.
- Entonces, ¿por qué no nos encargamos de todo y nos quedamos con todo?
- Porque -replicó con paciencia- yo no votaré a favor. ¿Qué me dices?
Margie permaneció en silencio un instante, sopesando sus prioridades. Se encogió de hombros.
- Pues te digo que muy bien -respondió-. No me importa si incluimos a algunos asiáticos. Tal vez dos o tres canadienses. Un brasileño. Incluso algún búlgaro. De hecho, había una búlgara en la convención…
Se contuvo. A media frase se le ocurrió que en cierto sentido le debía a aquella Nan Cómosellame una especie de favor; pero a la vez recordó que aquella joven búlgara había mostrado una intimidad excesiva con el paqui que más le preocupaba.
- No -dijo-, pensándolo mejor, no estoy segura de querer a ningún búlgaro. Para serte sincera, es una potencia demasiado minúscula para que nos suponga ningún problema. Aunque tal vez sí tengamos que aceptar a uno o dos soviéticos. Si enviamos a diez personas, y si al menos seis de ellas son auténticos ciudadanos estadounidenses madeinAmerica, puedo asumir llevar a unos pocos del resto del bloque.
- Hum… -Lenz se quedó mirándola con expresión pensativa por un instante, removiéndose ligeramente en su asiento al ritmo del suave cabeceo del valvajet, que subía y bajaba a través del firmamento nocturno-. Bien -dijo por fin-, va veremos. -Le sonrió-. ¿Qué vamos a hacer con esta noche que nos ha regalado Dios, Margie? Es demasiado tarde para pensar mucho, y demasiado temprano para dormir. ¿Quieres ver un rato las estrellas?
- Eso es precisamente lo que quiero -respondió ella acabándose lo que le quedaba de la copa y levantándose. Salieron del salón casi vacío, se dirigieron a la sección delantera de observación y se apoyaron en la barandilla acolchada. El valvajet descendía en picado pero con suavidad sobre las colinas onduladas de Virginia Occidental. Ante ellos, Venus seguía a la luna creciente hacia el horizonte. Al cabo de un rato, Lenz la rodeó con el brazo.
- Sólo estoy comprobando -le dijo- la vieja resistencia femenina.
Margie se apoyó en él de bastante buena gana. Lenz no era un hombre corpulento, ni tampoco especialmente atractivo, pero despedía calor, tenía músculos y el brazo que la rodeaba la hacía sentir bien. Había maneras mucho más desagradables de presionar para buscar votos que ésta, reflexionó mientras volvía la cara hacia la del senador.
Lenz cedió. La comisión en pleno aprobó el proyecto y, dos o tres meses más tarde, una calurosa tarde de Georgia, a Margie le hicieron abandonar su compañía para recibir una llamada telefónica de alta prioridad. No se había bañado desde hacía tres días, las maniobras estivales se realizaban en las condiciones más parecidas a las reales que era posible. Ella estaba sudando, sucia, tanto de pintura de camuflaje como de barro de Georgia, y se daba cuenta de que olía. Además, su compañía estaba a punto de tomar una colina que ella misma había descubierto y atacado, de manera que cuando llegó al teléfono no estaba de muy buen humor.
- Capitán Menninger -gruñó al aparato-, ¡y más vale que lo que tenga que decirme sea importante!
La voz de su padre rió en su oído.
- Tú me dirás -le respondió animadamente-, el presidente acaba de firmar tu proyecto hace diez minutos.
Marge se hundió en la inmaculada silla del sargento primero, sin hacer caso de las miradas del suboficial.
- Por Dios, papá-dijo-, ¡eso es magnífico! -Miró fijamente las paredes de la caravana de mando sin verlas, calculando si era más importante volver a las maniobras para tomar aquella colina con el resto de los soldados de fin de semana o seguir al teléfono para que Danny Dalehouse se pusiera manos a la obra-. ¿Qué? -Acababa de darse cuenta de que su padre seguía hablando.
- He dicho que tenía más noticias, y no tan buenas. Tu amigo paqui.
- ¿Qué le pasa?
- ¿Te acuerdas de aquellas, digamos… vacaciones que iba a tomarse? Las empezó la semana pasada.