HACIA UNA PREVENCIÓN CON SENTIDO ANAL

Hablar de maricas es hablar del culo y como bien decía Paco Vidarte en su Ética Marica: «No es lo mismo lo que el poder entiende por el culo de un marica, que lo que una marica entiende por su culo». El culo es la esencia del marica, es su leitmotiv, es el órgano por el que pierde su dignidad y se convierte en abyecto, indeseable y exterminable.

Los aspectos biológicos que tienen lugar en una penetración anal nos dan la explicación fisiológica de por qué el VIH y otras infecciones se transmiten con tanta eficacia en estas relaciones. El recto es significativamente distinto a la vagina en lo que respecta a la adecuación para la penetración del pene. La vagina tiene lubricantes y el apoyo de una red de músculos. Está compuesta por una membrana mucosa con un epitelio estratificado en varias capas que permite aguantar la fricción sin daño y resistir las acciones inmunológicas causadas por el semen y el esperma.

En cambio, el ano es un delicado mecanismo de músculos pequeños y su potencial de daño se ve aumentado por el hecho de que el intestino tiene solo una única capa de células que lo separa de tejido altamente vascular, es decir, de la sangre. Por lo tanto, cualquier organismo que se introduzca por el recto tiene mucha mayor facilidad a la hora de establecer un punto de inicio para la infección de lo que la tendría en una vagina. De esta realidad se desprende la gran captación y consumo de cremas lubricantes entre la población que goza con el sexo anal, con lo que se consigue una penetración mucho más agradable y un menor riesgo en la gozosa fricción.

La pareja que inserta (activa) también corre riesgo porque las membranas dentro de la uretra son una vía de entrada al torrente sanguíneo del VIH, que se puede encontrar en la sangre del ano. Desgraciadamente, el azar biológico se pone de nuevo del lado del poder. La persona receptora, al que le dan por culo, corre un mayor riesgo que la insertora a la hora de ser infectado por el VIH. La mucosa anal es muy absorbente (los supositorios, que muchos hombres se niegan a usar, presumiendo de ello, en la línea de Luis Aragonés y sus gambas), es una forma de que los medicamentos entren en el torrente sanguíneo muy rápidamente haciendo que su efecto sea más rápido; además, esta mucosa es más frágil, por lo que es muy fácil que se desgarre y abra (las famosas microheridas). Más aún, el semen tiene componentes que son inmunosupresores. En el curso de la fisiología reproductiva normal, esto permite al esperma evitar las inmunodefensas de la mujer. El resultado final es que la fragilidad del ano y el recto, junto con el efecto inmunosupresor de la eyaculación, hace de la relación ano-genital una manera muy eficaz de transmitir el VIH y otras infecciones. La lista de enfermedades encontradas con extraordinaria frecuencia entre varones que practican el coito anal es bastante abundante: cáncer anal, Chlamydia trachomatis, cryptosporidium, giardia lamblia, herpes simples virus, el VIH, el virus del papiloma humano, isospora belli, microsporidia, gonorrea, hepatitis viral tipo B y C, sífilis.

Así pues, se puede establecer una jerarquía en las prácticas sexuales según el riesgo de transmisión del VIH, no así para otras ITS, y debe ser en esta jerarquía del riesgo donde se base cualquier tipo de prevención. Pero, desgraciadamente, los pequeños éxitos que se dieron al comienzo de la pandemia para implementar políticas preventivas ajenas a prejuicios morales (acompañadas de otras que combatieran la homofobia tanto legal como social) no parece que hayan cosechado grandes frutos, y han ido perdiendo fuerza en detrimento de políticas más formales, más correctas, que han demostrado su falta de eficacia.

¿Cómo se pueden establecer políticas de prevención sin tener en cuenta las políticas anales? Desde una concepción heterocentrada de la sexualidad no se pueden poner en práctica políticas preventivas anales. De hecho, en la mayoría de las campañas de la administración, la prevención parte de presupuestos normalizadores, haciendo alguna contada excepción, y en ningún momento llegan a situar el culo en el eje central del mensaje.

Conocemos los valores que existen sobre la penetración, valores que dentro del sistema heteropatriarcal, no solo son simbólicos, sino que, como es el caso que nos atañe, están totalmente encarnados en cuerpos que corresponden a un segundo grado, a algo inferior. El penetrador es «activo», el insertor sabe del valor social que supone meterla, en un culo o en un coño: es una muestra de superioridad, de poder y de status. Esto se publicita, se estimula hasta el paroxismo: no basta con tener polla, un privilegio, sino que hay que meterla en otro cuerpo como forma de posesión y dominación, como conquista. Sin embargo, ¿dónde encontrar el valor del ser penetrado? Si el que penetra detenta el poder, que no el placer, ¿en qué espacio se encuentra el que expone su acogedor culo al insertor? ¿Cómo se puede vivir el placer, el orgullo y la dignidad de sentir la penetración cuando todos los discursos están basados en la denigración del penetrado?[79]

Dentro de los miles de mecanismos que se dan en la construcción del deseo, el penetrado se sitúa en un espacio de sumisión, el pasivo recibe la acción sin más actitud que el ofrecimiento, tan denostado socialmente. ¿No nos encontramos ante unos penetrados que en su fuero interno buscan el castigo por lo vergonzoso de sus actos? ¿Busca el pasivo el castigo cuando le follan? Si es así, el dejarse follar sin condón es parte de la búsqueda de castigo ¿o nos encontramos ante una forma de depredación sexual que renuncia a su salud por conseguir una polla dentro? ¿Es el condón la única forma de prevención en una penetración anal? ¿Cómo hacer una prevención al pasivo-receptor? ¿Se puede acceder a una prevención no victimista? ¿No es ya el pasivo una víctima de un sistema de valores donde la pasividad es el último escalafón? ¿Se puede plantear la prevención desde un abordaje más amplio y explícito del papel receptor? ¿Cómo pedir al pasivo una verbalización de su analidad sin caer en una confesión, en el sentido en el que habla Foucault? ¿Cómo dotar al culo del gran orgullo que supone el placer que otorga? Todas estas cuestiones son cruciales para iniciar nuevas políticas de prevención basadas en el orgullo pasivo.

Es necesario establecer discursos, prácticas y actitudes que no solo cuestionen los valores del penetrador, sino que pongan en alza las valías del penetrado. Durante muchos años, se ha reconocido que los programas contra el VIH-SIDA dirigidos a hombres «gays» es probable que alcancen solo a una proporción pequeña del público al que están dirigidos, particularmente en el mundo en vías de desarrollo. Para muchos hombres que tienen sexo con otros hombres, gay es un concepto extranjero; proviene de Estados Unidos, de la clase media, lo asocian a afeminado, travestido, transgénero, o es una palabra que ellos raramente oyen.

Por esta razón, surge el término hombres que tienen sexo con otros hombres, HSH, para describir a todos aquellos involucrados en el sexo entre hombres, sin importar sus circunstancias, preferencias o auto-identificación. ¿Pero el sodomita se siente identificado en esa categoría? HSH es un término que puede ser altamente cuestionado ya que, aunque nazca de la necesidad de hacer una prevención más eficaz, vuelve a ocultar, sofisticadamente, una práctica sexual, la penetración anal, que debe ser el centro de una verdadera prevención.

¿Para qué mantener una categoría cuya lectura puede ser conductual, epidemiológica o activista si la población a quien va dirigida no se siente identificada? ¿Qué hacer cuando tal falta de adscripción está totalmente relacionada con su vulnerabilidad a la infección? Si al final esa categoría va ser reducida a la del marica, al sodomita, al daoporculo, ¿por qué no crear campañas que se dirijan a esas prácticas, independientemente de las identidades de sus practicantes?

El mismo léxico, pasivo versus activo, ya supone una graduación en sí. Pero no tienen mejor suerte otras definiciones como la de insertivo y receptivo, utilizadas, médica y científicamente, para describir la práctica del coito anal con un cierto grado de distanciamiento, y tampoco las creadas desde dentro de la propia comunidad, si bien es cierto que parten de supuestos diferentes. La pasivofobia en los ambientes gays sigue teniendo su cuota, bastante animada por la norma heterocentrada. Top y Bottom, arriba y abajo, no escapa a una mínima valoración sobre lo que se entiende por poder, pero, por lo menos, la definición pasaría a un orden más geométrico y menos biológico. La primera premisa de una política anal, visto que la reapropiación de los términos es costosa, debe ser la de crear nuevos tropos, palabras y realidades que desvirtúen de su sentido negativo al pasivo, receptor, bottom. Muerde almohadas y soplanucas, por ejemplo, ya se encuentran en otro registro.

El pasivo, el que recibe la acción, según la definición gramatical, se construye como mero receptor, no elige, es penetrado y parece darle igual la calidad del material de relleno. Este planteamiento machista es transferido desde la misoginia patriarcal. Es el discurso de que quien la mete posee, gana, goza, en detrimento del cuerpo penetrado. Es curioso que los cientos de discursos que circulan sobre el valor que supone penetrar (más poder, más placer, más hombría y por ende más y mejor estatus) no hayan sido contrarrestados por discursos que exalten la receptividad. La crítica que desde los feminismos se ha realizado a la colonización sexual del cuerpo de la mujer no ha logrado que las mujeres que disfrutan de la penetración, anal o vaginal, puedan presumir de ello, so pena de rebajar su estatus al de prostituta o actriz porno vocacional, por no hablar de la lectura perversa y misógina que podría justificar una permanente accesibilidad.

En un sistema de valores donde el poder, la dominación y la hombría están en el penetrador, ¿cuál es la relación de un pasivo con su culo? ¿Cómo vive el placer de la penetración en un entorno donde el que es penetrado es denostado? La penetración anal ha sido históricamente un signo de castigo, de sumisión: el prisionero, el esclavo, el otro, el inferior al fin y al cabo, tenía que notar el estigma en su culo agujereado, un estigma invisible, que solo reconoce el que lo ha padecido, el paciente, el pasivo, pero que, según su status y situación, puede despertar sospecha ya que toda la tradición sodomítica está flotando en el ambiente como una cantinela. El penetrado pues no va a desarrollar una esencia, pero sí una identidad interna que, con suerte, solo él, y él o los sodomizadores pueden revelar.

No parece difícil que la ecuación del penetrado como sujeto de castigo, de vergüenza o de ignominia se establezca en la identidad del sodomita, haciendo una vez más de unas prácticas una identidad. Si bien esta identidad de sumisión, de recepción del castigo, ha sido gozosamente reapropiada por los sodomitas receptores como un espacio de placer, puede encontrarse en otros aspectos de la vida y de las relaciones. Romper con esos sentimientos negativos, aquellos que no están en los juegos sexuales, no supone lograr la felicidad absoluta, ni mucho menos, pero sí puede ayudarnos a mantener la propia autoestima en un mundo hostil. Y esa debe ser una de las bases de las políticas anales[80].

Si entendemos la sodomía como una forma de imposición y de ultraje que atraviesa tiempos y culturas, sin saber dónde y cómo se originó, pero que es repetida sin cuestionar sus medios o fines, podríamos hablar de un acto performativo. Todo acto performativo se basa en una repetición que no tiene original, pero que produce un efecto de realidad a partir de su propia repetición. Por eso mismo, porque no se remite a ninguna esencia o realidad natural, podemos apropiarnos de esos actos repetidos y darles un significado diferente. Es decir, podemos promover un orgullo pasivo, una repetición de actos explícitos donde lo positivo es lo anal, la posición de receptor anal como algo placentero, productivo y potente, donde invirtamos esa tradición milenaria. Ya lo hicieron los grupos queer con la palabra maricón o bollera, que era negativa, pero cuando nos apropiamos de ella con orgullo pasó a ser algo positivo en los círculos de las militancias queer. Así se desactiva el insulto, apropiándose de él.

La construcción de la sexualidad, del deseo está atravesada por muchas variables transversales, pero sobre todo está dentro de un sistema, el heteropatriarcal, donde los valores del penetrador son los más altos. Parece que es difícil, casi imposible, cuestionar esta jerarquía, en la que no cabe la duda de quién posee a quién; hay excepciones como las que se dan en las comunidades leather y S/M, pero el estigma al que están sometidas estas comunidades y prácticas impide en gran medida que se generalicen.

La promoción de un orgullo pasivo debería también cuestionar algunas de las connotaciones de la palabra pasivo. Ya hemos referido algunas, pero hay otra connotación que es importante, que asocia lo pasivo a la idea de «no hacer nada», a un lugar de «dejarse hacer», de nulidad o de inactividad. En realidad, el culo, el ano, el recto, la próstata son lugares de actividad, son músculos y órganos que actúan, se mueven, aprietan, relajan, se agitan, se excitan. Es importante recordar que en el propio acto sexual de la penetración el culo juega un papel muy activo. Una práctica muy común en el sexo anal es que el «pasivo» apriete y relaje los músculos anales y rectales, lo cual proporciona mucho placer al pene de la persona «activa».

El orgasmo que sienten muchos hombres por el contacto prostático también es algo activo; el lugar mal llamado pasivo en la penetración no supone la mera recepción de un objeto o una polla, es un acto complejo lleno de actividad. Incluso en muchos casos el «activo» se limita a tumbarse boca arriba mientras que es el «pasivo» el que se pone encima y el que hace todo el trabajo con su culo[81].