6. PSICOANÁLISIS:
EL OSO FREUD SE VA DE AMBIENTE

Edipo es anal, la analidad es la fundadora de Edipo.

GILLES DELEUZE, FELIX GUATTARI

En este capítulo vamos a hablar de una de las propuestas más originales de la historia del pensamiento, la teoría psicoanalítica, y de cómo un oso vienés burgués de finales del XIX va a atreverse a colocar en el centro del pensamiento el sexo, el placer, el deseo, el amor y… el culo. Hasta Freud, la filosofía y la psicología eran espacios asépticos, donde se hablada de lo divino y de lo humano, del alma y de lo trascendente, del sujeto y del ser, de la razón y del destino… pero sin cuerpos, sin deseos, sin hablar jamás de una de las pulsiones más poderosas de los seres humanos, la pulsión sexual.

En contra de lo que se suele creer, a Freud le interesaba bien poco el sexo al inicio de su carrera profesional (nos referimos teóricamente, no en su cama). Pero, a partir del trato con sus pacientes, va a ser capaz de hacer algo bastante inusual en la historia del pensamiento: escuchar. Una de sus pacientes, Ana O., va a cortar a Freud durante su verborrea médico-psiquiátrica y le va a decir:

«¡Cállese! ¡Déjeme hablar! Usted escúcheme».

Freud va a decidir hacer caso a esta mujer, y va a darse cuenta de que las personas son capaces de curarse si son escuchadas de otra manera. En esa escucha analítica que desarrolla Freud, más centrada en los lapsus, los balbuceos al hablar, las repeticiones, los sueños, las fallas del lenguaje, las asociaciones de palabras… va a encontrarse con que sus pacientes se chocan una y otra vez con algo de lo que nadie hablaba abiertamente en la Viena de finales del XIX: de sexo. Lo que percibe Freud no es exactamente un problema de sexo, sino un malestar, barreras, miedos o complejos que poco a poco se van revelando como conflictos entre las exigencias de la vida social, familiar, moral, religiosa, y el deseo.

No vamos a entrar aquí en un desarrollo profundo de la teoría freudiana, nos vamos simplemente a detener en uno de los aspectos menos conocidos de su obra, pero que tiene gran relevancia para este libro: el placer anal. Entre 1905 y 1920, Freud va a desarrollar su teoría sexual, que publica inicialmente en 1905 con el nombre de Tres ensayos para una teoría sexual. Curiosamente, gran parte de esta obra, desde la primera línea, se va a dedicar al estudio de las «perversiones sexuales», pero no va a considerar la homosexualidad como un rasgo negativo, sino como una posible elección más del comportamiento sexual humano[71]. En el primer capítulo encontramos la primera afirmación que va a contradecir el estereotipo sobre el sexo anal:

«Entre los hombres, la inversión no supone necesariamente el coito per anum […] El papel sexual de la mucosa anal no se halla en ningún caso limitado al comercio sexual entre individuos masculinos. Su preferencia no constituye nada característico de la inversión[72]».

Pero lo más destacable de Freud en este campo va a ser el reconocimiento de una fase anal en el desarrollo libidinal de todos los seres humanos, una fase que él sitúa en la infancia, entre la fase oral, la más temprana, y la fase genital, que es la última fase temporalmente hablando.

«También la zona anal es, como la zona buco-labial, muy apropiada por su situación para permitir el apoyo de la sexualidad en otras funciones fisiológicas. La importancia erógena originaria de esta zona ha de suponerse muy considerable. Por medio del psicoanálisis llegamos a conocer, no sin asombro, qué transformaciones experimentan las excitaciones sexuales emanadas de la zona anal y con cuánta frecuencia conserva esta última, a través de toda la vida, cierto grado de excitabilidad genital[73]».

Freud va a desarrollar toda una teoría, absolutamente escandalosa para su época, y probablemente también para la nuestra, sobre el uso que hacen los niños y niñas de la zona anal como lugar de negociación, de placer, de poder, con el uso de la retención o expulsión de las heces, y con el placer erógeno asociado a ello. De hecho, para Freud el contenido intestinal es un cuerpo excitante de la mucosa sexualmente sensible. Para Freud los excrementos, su retención o su expulsión, cumplen una clara función masturbatoria para el niño o la niña. Además,

«los excrementos son para el niño “como un regalo” con el cual puede mostrar su docilidad a las personas que lo rodean o su negativa a complacerlas[74]».

Lo revolucionario de Freud es que, por primera vez en la historia, hay un reconocimiento claro del placer anal en los seres humanos, un intento de explicarlo, y, además, sin adjudicar un juicio moral sobre dicho placer.

Freud cita con admiración en ese mismo ensayo a la psicoanalista Lou Andreas-Salomé que, en 1916, publicó un influyente artículo titulado «Anal und Sexual». Esta analista va a abordar un aspecto fundamental de lo que rodea a la sexualidad anal, y es el hecho de que esta sea prohibida, reprimida, social y familiarmente. Andreas-Salomé tuvo la agudeza de comprender que la primera prohibición que se alza ante el niño o la niña es la de procurarse un placer por medio de la actividad anal. Esta prohibición tendrá una influencia determinante sobre todo su desarrollo ulterior. Freud expone los análisis de Andreas-Salomé de esta manera:

«La criatura comienza a darse cuenta de la existencia de un mundo exterior hostil a sus impulsos instintivos, y aprende a diferenciar su propia persona de aquellas otras que la rodean, y a desarrollar la primera “represión” de sus posibilidades de placer. Lo “anal” pasa a constituir, desde este punto, el símbolo de todo lo prohibido, de todo aquello que nos es preciso rechazar y apartar de nuestro camino. La absoluta separación exigida más tarde entre los procesos anales y los genitales está en contradicción con las próximas analogías y relaciones anatómicas y funcionales existentes entre ambos sectores. El aparato genital permanece próximo a la cloaca e incluso no es, en la mujer, sino una “dependencia” de la misma[75]».

No podemos encontrar una explicación más clara y útil de lo que ocurre en torno al erotismo anal, y de las claves de su represión. El problema de la represión es que se reprime lo que se desea, y eso deja siempre huellas en el sujeto. Nuestro sistema de valores condena a todo el mundo a reprimir y suprimir una parte importante de sí mismo, un deseo y un placer que están ahí desde la infancia, es como una mutilación genital simbólica. Afortunadamente, no se puede mutilar un agujero, y menos aún cerrar, de modo que la tentación siempre está ahí, y el acto de defecar nos recuerda cotidianamente ese placer. El retorno de lo reprimido aparece en el caso de lo anal de una forma real, física, con el placer innegable que sentimos al cagar. Para entender la violencia y el odio irracional que hay en torno a la penetración anal, es importante recordar este hecho, estamos partiendo de una situación de auto-represión, de una actividad que es deseada por cada sujeto, de un proceso doloroso y violento de renuncia a una parte de nuestro placer y de nuestro cuerpo. Todo ese odio hacia lo anal no hace sino mostrar el propio deseo.

La investigación de lo anal por Freud no se va a quedar ahí. Años después de su ensayo sobre la teoría sexual, Freud publica tres artículos sobre este tema: El carácter y el erotismo anal (1908), La disposición a la neurosis obsesiva (1913). y Sobre las transmutaciones de los instintos y especialmente del erotismo anal (1915) donde va a desarrollar dos nuevas ideas, no menos originales y actuales. No sabemos si en la Viena de 1910 había muchos bares de maricas, pero, a juzgar por estos textos, se diría que nuestro querido oso vienés se pasó un par de meses de marcha por los bares de ambiente S/M porque, de pronto, se nos pone a hablar tan tranquilo de activos y pasivos, de «besar el culo» y de sadomasoquistas.

En efecto, en estos tres artículos Freud desarrolla, a partir de sus experiencias con los pacientes (suponemos que en la consulta, no en el sling) una teoría donde pone en relación el erotismo anal con una polaridad de actividad-pasividad: Freud hace coincidir la actividad con el sadismo y la pasividad con el masoquismo y con el erotismo anal, y atribuye a cada una de las pulsiones parciales correspondientes una fuente distinta: musculatura para la pulsión de dominio o apoderamiento (Bemächtigungstrieb), y un órgano cuyo fin sexual es pasivo, que está representado por la mucosa anal.

Pero es importante señalar que Freud no quiere decir aquí que esas dos posiciones (activo - pasivo) correspondan a dos personas diferentes, una que sería solo activa y otra solo pasiva, sino que ambas pulsiones son componentes intrínsecos de la vida psíquica del sujeto, es decir, que ese par opuesto está presente a la vez en cada uno. Esto es fundamental para entender que cada sujeto puede adoptar roles o posiciones activas o pasivas, sádicas o masoquistas, penetrantes o penetradas. También nos sirve para entender algo que hemos visto en las culturas S/M, donde los roles de amo-esclavo, o activo-pasivo son reversibles.

La segunda idea de Freud tiene que ver con lo que les pasa a aquellos que, efectivamente, reprimen esta pulsión anal. Para Freud hay ciertos rasgos de carácter que persisten en algunas personas adultas, como una consecuencia de haber sublimado las pulsiones anales. Se trata de personas ordenadas (pulcras, escrupulosas, cumplidoras), económicas (centradas en el dinero, incluso avaras) y tenaces; estas características definen lo que él llama el carácter anal. Se da una pérdida del interés erótico por lo anal, un interés que esas personas habían tenido de forma acentuada en la infancia, y se produce un desplazamiento de oposición: de la suciedad de las heces, hacia el orden, la limpieza. De las heces, lo que no vale nada, a su antitético, el dinero. De la relajación que supone defecar, a la tenacidad, al control obstinado y colérico a veces.

Tratando de explicar la tenacidad y su relación con lo anal, Freud hace dos referencias geniales: la expresión bésame el culo, y el hacer un calvo a tu enemigo como formas de desafío. Gracias a Freud, sabemos que en la Viena de 1908 se decían y se hacían esas cosas. Para Freud, la frase bésame el culo no es ni más ni menos que «una invitación a una caricia que ha sucumbido a la represión»[76]. También se le ocurre a Freud relacionar las azotainas en el culo que nos daban nuestros padres para castigarnos o hacernos obedecer con este estímulo reprimido de lo anal. Resumiendo: que es mejor ser una marica liberada que disfruta de su culo, que un estreñido tacaño obsesionado con el orden (bueno, Freud no lo dice así exactamente, pero es nuestra lectura).

Otra cosa sorprendente de Freud, en comparación con la opinión dominante entonces y ahora, es que no valora especialmente el erotismo anal como algo negativo o malsano. En los cuatro textos que hemos señalado hay referencias a las personas que mantienen como adultos su interés por la sexualidad anal, pero sin ningún juicio al respecto, simplemente como una posible conducta sexual sin más. Y, como ya hemos señalado, tampoco considera que el sexo anal sea una práctica exclusiva de los homosexuales, a tenor de lo que le cuentan sus pacientes.

Los análisis de Freud nos sirven también para entender algo que quizá todos nos hemos preguntado alguna vez. ¿Cómo se convierten ciertas zonas de nuestro cuerpo en zonas erógenas? No hace falta ninguna justificación a nuestros placeres, ni ninguna explicación de por qué podemos sentir placer en la zona anal, o en la boca, o en otros órganos o partes del cuerpo. Pero no deja de ser interesante conocer la explicación freudiana. Para Freud, cualquier parte del cuerpo humano es susceptible de cargarse de valor sexual según las experiencias y vivencias de cada uno/a. Pero, además, el cuerpo es especialmente sensible en aquellas partes donde hay aberturas, donde hay intercambio, es decir, en los orificios, en el lugar donde algo sale, entra o se pierde. Es el caso de la boca, el ano o los ojos. Hay una relación especial entre el cuerpo y la separación de ciertos objetos, es en esos bordes de separación entre el interior y el exterior donde se instala un interés especial, donde se aparece una excitación particular.

Por ello, Freud va a elaborar también la teoría de que nos vinculamos especialmente con aquellos objetos que hemos perdido: el seno, objeto de la succión, las heces, objeto de la excreción, la voz y la mirada. Estos objetos nos producen fascinación, placer: al succionar un pecho o un pene reincorporamos oralmente ese objeto perdido; el evacuar, el roce de las heces en el ano nos produce placer (y al introducirnos penes, dildos, manos u objetos por el culo, también se produce excitación sexual, aunque Freud no menciona este tipo de actos); hay un placer en hablar, en emitir la propia voz, y en la escucha de ciertas voces que nos rodean; la mirada es algo que parece surgir de los ojos, es una abertura al mundo, y al mismo tiempo necesitamos que nos miren, que haya un otro que nos devuelva la mirada.

Desde Freud, tenemos al menos un reconocimiento de la zona anal como un lugar habitual y generalizado de placer sexual. Un siglo después de sus Tres ensayos para una teoría sexual, cuando Freud plantea la existencia de una dimensión anal en todos los sujetos, y la existencia de la sexualidad infantil, siguen sin estar reconocidas socialmente estas dimensiones de la sexualidad humana.

No obstante, queremos terminar este capítulo señalando algo que nos ha llamado la atención. En todos estos artículos que Freud dedicó al erotismo anal, y en las referencias que hacen otros psicoanalistas como Ferenczi o Lacan al mismo en su obra, se trata siempre de una visión de lo anal como espacio de salida, de expulsión de las heces, como un espacio de paso siempre de dentro a afuera. En ningún momento se estudia qué pasa con el deseo de introducirse objetos o pollas, qué ocurre con el sexo anal receptor, ni se mencionan experiencias o casos de personas que disfrutan en esa dimensión anal «pasiva». Es sorprendente que, en cien años de psicoanálisis, todos caigan en el lapsus gigantesco de no abordar el placer anal «hacia adentro», del culo como espacio receptor.