3. CULO, SEXO Y GÉNERO: POLÍTICAS ANALES

Apróstata: dícese del varón que, habiendo sido bautizado en su dimensión anal, decide renunciar a ella para siempre.

¿Es el culo, el ano, el recto un órgano sexual? No, se nos dirá desde la medicina, es una parte del aparato digestivo que no tiene ninguna función reproductora, por lo tanto no es un órgano sexual. Y, como dicen la Iglesia católica y los grupos homófobos, es una perversión su uso erótico ya que no tiene una función reproductora. Bien, por esa misma lógica, como señala Freud, la boca, como es otra parte del aparato digestivo (precisamente el otro extremo en relación al ano) tampoco debería usarse en el juego erótico: su uso sexual, el beso, es entonces también una perversión. En realidad, como sabemos, el culo siempre se ha usado como un órgano para el sexo, y es ahí donde el sistema dominante de sexo y género empieza a temblar. La lógica tradicional heterocentrada, con su binarismo pene (varón) - vagina (mujer), como modelo de «lo natural», lo normal, lo armonioso, lo que debe ser, se viene abajo cuando entra en juego un órgano que es común a todos los sexos, y que no está, por tanto, marcado por el género masculino o femenino[29].

Es un lugar extrañamente vacío de las marcas del género. El binarismo sexual y el mito de la cópula heterosexual-reproductiva no pueden operar con ese lugar de lo anal, desafía su lógica y lo pone en entredicho. Incluso cuestiona otro binarismo, el que divide a los seres humanos en heterosexuales y homosexuales. Aunque, como ya hemos visto, una tradición milenaria identifica continuamente la sodomía con la penetración entre hombres, la realidad es que también hombres y mujeres se penetran analmente en todas las combinaciones posibles, con lo cual en la práctica se desmorona esa división. Y si lo que define a un homosexual ya no es la penetración anal, ¿qué lo define? Dejamos esa pregunta absurda a la curiosidad médico-sexológica. A nosotros lo que nos importa precisamente es la incoherencia de esas definiciones.

Lo que nos ha enseñado la historia del sexo es que este es algo muy maleable, dúctil, variable; discursos médicos recortan partes del cuerpo de diferentes maneras como sexuales según épocas, contextos, discursos, lugares. La mano puede ser un órgano sexual en un siglo y no serlo en el otro. El clítoris hace su aparición en un momento dado de la historia de la medicina, en el siglo XVI, pero su percepción como órgano sexual y su función cambian en el siglo XIX. Hasta el siglo XVIII existía la teoría del sexo único, es decir, solo existía un sexo, el masculino, y todo lo que tenía la mujer era igual a lo del hombre, que era el prototipo, pero invaginado. El trabajo de Thomas Laqueur sobre la construcción social del sexo es fundamental para entender los condicionantes culturales y sociales de eso que llamamos sexo[30].

Pero, lo que queremos señalar aquí, es que en las genealogías sobre el sexo y el género no hay ninguna referencia a la importancia de lo anal, a su función reguladora sobre lo normal y lo patológico, ni sobre su relación clave con la masculinidad y la feminidad. Los discursos en torno al sexo anal configuran importantes valores y determinan prácticas muy concretas: desde quemar a sus practicantes en la hoguera (como hemos visto en el capítulo anterior) hasta ahorcarlos o fusilarlos (en la actualidad en 8 países la práctica del sexo anal entre hombres está condenada a la pena de muerte: Afganistán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Mauritania, Nigeria, Sudán y Yemen; en algunos estados de EEUU el sexo anal consentido de mutuo acuerdo entre adultos es un delito). Ochenta y cinco países persiguen la homosexualidad. La condenan con cárcel, flagelación, internamiento en psiquiátricos o campos de trabajo. Y, en todos estos casos, el detonante, el indicador, la prueba física del delito es la práctica del sexo anal. No estamos hablando solo de agresiones verbales o discriminatorias, estamos hablando del asesinato de miles de personas a lo largo de la historia, y en el momento actual.

Muchos pueblos no sabían que había una relación directa entre el coito y la reproducción. Del mismo modo, el culo, lo anal, ha sido algo sexual en muchos momentos, pero a priori es una sexualidad que no es «de hombres» ni «de mujeres», no es masculina ni femenina, no es reproductiva, no es genital. De hecho, ni siquiera necesita de un pene; la gente (se) penetra con dildos, manos, dedos, pies, objetos, lenguas. Provoca emociones eróticas, sexuales y de placer sin ser reconocido como órgano sexual. Entonces, ¿qué es la sexualidad? ¿Hasta dónde llega, cómo definirla, atraparla, recortarla, conceptualizarla? ¿Qué es exactamente lo genital? El sexo anal desmantela esas preguntas. Incluso, si lo llamamos sexo anal… ¿dónde está aquí el sexo? ¿En qué parte exactamente?

En el Marqués de Sade encontramos uno de los pocos elogios que existen en la historia del pensamiento y de la literatura sobre el sexo anal. Su libro La filosofía en el tocador es un curioso texto donde se mezclan numerosas escenas de sexo anal con reflexiones sobre el deseo, la sexualidad, las relaciones humanas y la política. En esta obra, Sade llega incluso a cuestionar el modelo clásico de la copulación pene-vagina, y va a plantear que el lugar natural del pene para la penetración es el ano. Uno de los protagonistas, Dolmancé, afirma lo siguiente:

«Jamás la naturaleza, mi querido caballero, si analizas detenidamente sus leyes, ha indicado otros altares para nuestros homenajes que no sea el orificio de atrás; permite lo demás, pero ha dispuesto que sea en el trasero. ¡Ah, santo Dios! Si no hubiese sido su intención que penetrásemos culos, ¿habría hecho tan proporcionado su orificio a nuestros miembros? ¿Acaso este orificio no es redondo como ellos? Solo un insensato puede pensar que un agujero ovalado pueda haber sido creado por la naturaleza para ser penetrado por miembros redondos[31]».

Sade, además, va a insistir en que, dentro del acto de sodomía, es el pasivo el que disfruta de un mayor placer sexual. Quizá por primera vez en la historia de la literatura encontramos una valoración positiva del lugar receptor en la penetración anal. Sade va a desarrollar en el libro diversos argumentos donde hace una lectura política del sexo anal: considera que es una práctica que libera a la mujer de la pesada carga de la procreación, dado que esta práctica no es reproductiva.

Otro caso bien distinto de referencias al sexo anal lo encontramos en su uso como forma de llegar virgen al matrimonio. En algunos países, al sexo anal entre hombre y mujer se le denomina sexo a la irlandesa porque parece ser que se trataba de una práctica habitual para evitar perder la virginidad. Lo mismo se dice de los gitanos aunque, en realidad, puede que se trate más de un rumor racista que de algo contrastado. En todo caso, lo que nos interesa de estas expresiones es el reconocimiento de la práctica del sexo anal como una suerte de desplazamiento del sexo vaginal a partir de la sobrevaloración de la virginidad que ha realizado históricamente la Iglesia católica. De hecho, parece que la iglesia siempre ha querido tapar todos los agujeros porque ha sido la mayor represora de la sodomía durante siglos. Incluso hoy en día su ensañamiento cotidiano contra los gays, lesbianas y transexuales nos recuerda este triste pasado.

El 30 de junio de 2005, el grupo ultraderechista Foro de la Familia, con el apoyo del PP y de la Iglesia católica, convocó una manifestación en Madrid contra el derecho al matrimonio para las personas homosexuales. La manifestación no pasó a la historia por la presencia en ella de numerosos obispos (que jamás habían acudido a ningún tipo de manifestación), sino por las declaraciones de una señora que asistía a la manifestación y que fue entrevistada por la COPE. Sus palabras fueron emitidas en directo por la COPE y, después, visto su hilarante contenido, se difundieron en numerosas radios y en foros de Internet hasta convertirse en una joya de la historia de la reflexión sobre el sexo anal. Este es el contenido de la famosa entrevista:

—REPORTERO: «Una madre de familia se ha acercado aquí con parte de su prole. Aquí tenemos a sus dos niños al lado. Margarita, buenas tardes».

—MARGARITA: «Buenas tardes».

—REPORTERO: «Encantada de estar aquí, apoyando la manifestación…».

—MARGARITA: «Igualmente; mira, sí, estoy encantada porque soy madre, y esposa, y tengo ocho hijos. Y pienso que esta ley me agrede especialmente a mí como madre, porque si una mujer no se siente protegida por las leyes civiles y por su marido, difícilmente querrá tener hijos. Y luego quiero decir otra cosa. Estudié Neurociencia cuando hacía Psicología, entonces allí nos hablaban de que cuando los animales tienen lesionada una glándula que se llama las amígdalas, empiezan a presentar comportamientos tales como los que hacen los homosexuales: copular por el ano, en donde el ano al recibir esos… esos espermas no pueden nunca engendrar, porque se encuentran con caca. Entonces yo no creo que eso sea interesante para la sociedad en ningún aspecto…[32]».

En contra de la creencia común de que el ano o el recto o el intestino no puede ser fecundado, nos enteramos gracias a Margarita de que en realidad es «la caca» lo que impide que un chico se quede embarazado. Gracias a Margarita y a la COPE, podemos recordar una de las asociaciones que más se utiliza para desprestigiar el sexo anal: su posible proximidad con las heces. Aparte de impedir la fecundación masculina (Margarita dixit), las heces se utilizan a menudo como argumento contra el uso placentero del culo. En realidad, del mismo modo que uno se puede lavar el coño o la polla antes de follar, el culo también se limpia. El hecho de que hombres y mujeres meen por la misma zona de los órganos genitales no hace que rechacemos el sexo como algo asqueroso o antihigiénico.

Pero la derecha de toda la vida no es la única que tiene un problema con lo anal. Las distintas izquierdas tampoco escapan al pánico anal, y en muchas de sus manifestaciones es habitual escuchar todo tipo de mensajes e iconografías donde la penetración pasiva es sinónimo de lo peor, de la humillación, de lo abyecto. Es típica la imagen del obrero a cuatro patas con los pantalones bajados siendo penetrado por el patrón, y otros muchos chistes y carteles donde «el malo» da por el culo «al bueno». Tenemos una interesante reflexión sobre esto en la introducción del libro El eje del mal es heterosexual:

«Con oraciones como “Con este gobierno vamos de culo” nos estaríamos situando dentro de una gran paradoja política: según los manifestantes, resultaba que el gobierno de Aznar no solo institucionalizaba el placer anal, sino que semejante placer era central para la ejecución de su política neoliberal.

Mientras, nosotras alzábamos nuestros culos en contra del militarismo y del capitalismo (“Placer anal contra el capital”). Fueron frases como “Aznar, hijo de puta” las que hicieron que una asociación de trabajadoras del sexo reaccionara y acudiese a las concentraciones sosteniendo una pancarta en la que declaraban que Aznar no era hijo suyo. Dentro de este marco de manifestaciones contra la guerra, veíamos a dos tíos disfrazados de Bush y Aznar, o de Bin Laden y Sadam Hussein, Blair mediante —la lectora puede componer la representación siguiendo cualquier tipo de combinación pueril con estos cinco elementos—, simulando que estaban follando, que uno le daba por culo a otro, etc. Lejos de proclamar una mariconalización del mundo como marco perfecto para acabar con la guerra (“¡Guarras sí, guerras no!”), no solo reiteraban la apelación a un marco homoerotizado (en este caso, la guerra), siguiendo los preceptos de la heterosexualidad obligatoria, sino que además calificaban las prácticas homoeróticas como abyectas[33]».

La tradicional homofobia de los comunistas y de los socialistas se suele ver corroborada con una nula apertura al mundo anal, cuando no con una verdadera obsesión por la burla hacia el mismo. Tampoco la retórica machirula de los movimientos independentistas suele tener en cuenta la gran contradicción que existe entre querer un Estado independiente, y llevarse a la vez lo peor de sus instituciones y de su represión sexual (por fin tendré «mi» policía, mis tribunales, mi ejército, mi homofobia y mi machismo; pero los culos abertzales, catalanes, corsos o bretones seguirán tan cerrados como los culos españoles). No hay un debate sobre el papel que tendrían el feminismo y las políticas contra la homofobia, la lesbofobia y la transfobia en esa nueva sociedad (socialista, comunista, independiente); eso queda siempre para el final de la agenda, es «superestructura», algo «meramente cultural», no tan importante como el nuevo Estado, o como las cuestiones económicas. Como explica Judith Butler:

«¿Por qué un movimiento interesado en criticar y transformar los modos en los que la sexualidad es regulada socialmente no puede ser entendido como central para el funcionamiento de la economía política? En realidad, sostener que esta crítica y transformación son una cuestión central para el proyecto del materialismo se convirtió en la cuestión decisiva planteada por las feministas socialistas y las personas interesadas en la confluencia del marxismo y el psicoanálisis en las décadas de 1970 y 1980, y fue claramente iniciada por Engels y Marx cuando insistían en que el “modo de producción” tenía que incluir formas de asociación social […] De hecho, muchos de los debates feministas de aquel periodo trataron no solo de caracterizar a la familia como una parte del modo de producción, sino también de demostrar cómo la producción misma del género debía ser entendida como parte de la “producción de lo propios seres humanos conforme a las reglas que reproducía la familia heterosexual normativa”[34]».

Lo que estamos planteando en este libro es precisamente esto, que el género también se produce por medio de la regulación del culo, y que, de hecho, el acceso a «lo humano» también tiene que ver con esta cuestión en la medida en que el sexo anal puede acarrear ni más ni menos que la muerte en 8 países del mundo, y la cárcel en más de 80. Si esto no es un dispositivo que decide sobre la humanidad de las personas, que nos den otro ejemplo mejor.

Cuando decimos que en este libro queremos mostrar lo que se produce alrededor de la cuestión del culo, estamos diciendo que esas líneas que lo controlan, lo vigilan, lo estigmatizan o lo promueven conforman una política. El culo es un espacio político. Es un lugar donde se articulan discursos, prácticas, vigilancias, miradas, exploraciones, prohibiciones, escarnios, odios, asesinatos, enfermedades. Llamamos política precisamente a esa red de intervenciones y de reacciones. Porque para entender las causas y las condiciones de la homofobia, del machismo y de la discriminación en general tenemos que entender cómo se relaciona lo anal con el sexo, con el género, con la masculinidad, con las relaciones sociales.

Pongamos un ejemplo muy llamativo: en febrero de 2009 un tribunal popular de Vigo absolvió a Jacobo Piñeiro de dos delitos de asesinato. El autor, que reconoció haber asestado 57 puñaladas a dos jóvenes en una vivienda de la calle Oporto, fue absuelto de los dos delitos de asesinato que pedían las respectivas acusaciones al considerar el jurado que el asesino acabó con las vidas de las víctimas en «legítima defensa» y por «miedo insuperable» a ser violado. Aquí entra en juego el fantasma del sexo anal, y la justificación social de ese extraño «pánico», un pánico que no se comprende fácilmente ya que el mismo acusado había aceptado de buen grado acudir a la casa de los jóvenes gays tras conocerlos en un bar de ambiente.

«Ni las pruebas de la fiscalía, ni los testimonios de los peritos de la Policía Científica, ni la confesión del propio acusado, que admitió haber asestado 57 puñaladas a dos jóvenes con los que acabó tras una noche de marcha, fueron suficientes para que un jurado popular condenase por asesinato a Jacobo Piñeiro por el crimen de la calle Oporto. Su reciente absolución ha causado estupor en Vigo, donde el tribunal del jurado de la sección 5ª de la Audiencia Provincial dio a conocer, el viernes pasado, el veredicto exculpatorio de los delitos de asesinato y hurto, condenando al acusado por el de incendio. Un mazazo para los familiares de las víctimas[35]».

Cuando hablamos de lo político, y del régimen heterocentrado, parece que hablamos de algo que está ya ahí, constituido desde siempre de forma estable, un «otro» que es responsable de todos nuestros males. Creemos que sería conveniente invertir esta lógica, y mostrar que se trata de un régimen muy complejo que se construye día a día, un régimen en cuya elaboración participamos tod@s en mayor o menor medida. Queremos recordar desde aquí que todas esas risitas hacia el pasivo, incluso dentro del ambiente gay, todos esos chistes de maricones a los que dan por el culo, todas esas expresiones negativas hacia el sexo anal, ese acoso a los niños mariquitas con la amenaza de la penetración, todo eso forma parte de este régimen de terror que llamamos régimen heterocentrado, un régimen que impone su ley y su violencia desde el machismo y la misoginia, desde el presupuesto de que tod@s somos heterosexuales, de que solo hay dos sexos, de que nadie debe salirse de sus roles de género, del odio y la persecución a las bolleras, los trans y los maricas, un régimen que respira y crece día a día desde los púlpitos de las iglesias y las mezquitas, desde las escuelas, los juzgados, desde las familias, desde radios, televisiones y periódicos.

Como hemos visto, en la construcción de la masculinidad contemporánea juega un papel clave la represión de lo anal, y creemos que falta un debate serio y amplio sobre esto. Hay que dejar bien claro que esta cuestión forma parte de este entramado de odio y de violencia. Cuando Jacobo Piñeiro asesta esas 57 puñaladas a dos jóvenes gays, tenemos que desentrañar qué hay detrás de ese miedo «insuperable» y su relación con el sexo anal. Cuando el jurado popular le absuelve, tenemos que reconocer que ahí, en «lo popular», en el pueblo, ha calado muy bien ese mensaje milenario contra el sexo anal, «es comprensible que tuviera miedo, imagínate, igual lo iban a penetrar». Miedo insuperable, homofobia insuperable.

Nuestro querido amigo Paco Vidarte publicó un magnífico libro pocos meses antes de morir. El libro se llama Ética marica, y es un texto fundamental para comprender cómo se articulan hoy en día las diversas luchas sociales y políticas en su relación con las minorías sexuales.

«Una Ética Marica deberá ser decididamente anal: una Analética […]. No es lo mismo lo que el poder entiende por el culo de un marica, que lo que una marica entiende que es su culo. Para el poder somos putos culos, culos sin yo, sin posibilidad, necesidad ni aptitud para llevar iniciativa política alguna. Culos para darles, para que les den. Culos que reclaman servicios públicos para no cagarse por las aceras: está bien, se los daremos, no mola que nos llenen todo de mierda. Culos despolitizados. Pues bien, yo mi culo lo tengo colectivizado, que no es lo mismo que ser mi culo. Tengo un culo solidario, que no es igual que tener un culo que busca su placer egoístamente. Tengo un culo entregado, que no es lo mismo que un culo vampiro. Tengo un culo comprometido, incapaz de follar con rabos anónimos, de derechas, depauperados, inmigrantes: dándole todo igual. O, al menos, esa es la ética a la que aspira, su analética. Ya sabemos a lo que nos ha conducido la ética racional, la ética hecha con el cerebro; lo mismo una puta ética hecha con el culo nos resulta menos perjudicial, más inmediata, más franca, más carnal, más callejera, más animal, más apegada a las necesidades básicas de la gente que anda con el culo al aire. […] Me fascina pensar en un movimiento LGTBQ que pusiera en práctica una política de agujero negro: absorber todo, apoderarse de todo, chuparlo todo sin dar nada a cambio. Sobre todo, no dar nada de nosotras mismas, no dejar que se escape hacia afuera ni siquiera una parte mínima de nuestros efluvios esenciales. No darle nada al sistema y robarle todo lo que caiga en las proximidades de nuestro negro ojete[36]».

Como se puede ver, este texto de Paco ha sido el principal inspirador de nuestro libro y, por ello, se lo hemos dedicado. Entre otras muchas cuestiones, Paco desarrolla una innovadora propuesta política y ética de lo anal. Pero no de una analidad pasiva ni vergonzante, sino activa, vinculada a una relación de negación respecto al poder. No darle nada, y absorberlo todo. Paco abre la posibilidad de una nueva política marica, bollera o trans donde no hay intercambio, ni diálogo, ni negociación. En realidad lo que está proponiendo es un giro histórico, la posibilidad de una analidad activa, de un culo activo, de un culo que selecciona, elige, decide, capaz de crear su propia ética, una ética no universal y que, además, no facilita al poder ningún saber.

La ciencia, la antropología, la medicina, el psicoanálisis, la sociología, la sexología, la prensa, todos quieren saber sobre los maricas, las bolleras, l@s trans, las minorías sexuales. Nos piden que hablemos, que confesemos, que negociemos, que nos expliquemos, que digamos cómo somos y qué queremos. La ética anal de Paco se va a negar a todo eso. Se acabó el diálogo y el informar. Porque las condiciones de ese saber están amañadas de antemano, porque las condiciones del diálogo están manipuladas, parten de un desequilibrio de poder, de quien tiene el poder para escribir sobre nuestras vidas, cosificarnos, clasificarnos, documentarnos, convertirnos en un objeto. Ese contexto homófobo y machista está ya prescrito de antemano por eso no hay que caer en el juego: no responder, no pedir nada, no decir nada. Solo ser un agujero negro:

«Luego, dándole vueltas al agujero negro, me vino a la mente la necesidad de personalizar esta política, hacerla nuestra, darle unas señas indiscutibles de identidad. Y del agujero negro pasé al ojo del culo. De nuevo el culo se me ofrecía a la reflexión como portador de valores insondables, inexplorados, la mayoría aún por descubrir, estando como están ahí delante, o detrás, absolutamente expuestos y accesibles. El sempiterno error de pensar con el cerebro y no pensar con el culo. De hacer políticas cerebrales y no políticas anales. Otra vez la Analética se cruzaba en mi camino. Hacer del culo nuestro instrumento político, la consigna fundamental de otra militancia LGTBQ, diseñar una política anal muy básica: todo para dentro, recibir todo, dejar que todo penetre y hacia fuera solo soltar mierda y pedos, esta es nuestra contribución escatológica al sistema. Habrá quien vea en esto la típica política de una pasiva fundamentalista. No me parece mal. Pero oponer esta política anal a la política falócrata de toda la vida no creo que sea mala cosa. El esfínter es perfectamente capaz de convertirse en sujeto político, cerrarse y abrirse, dilatarse o contraerse, como dicen los heteros inconscientemente necesitados de una penetración, que no quepa ni el bigote de una gamba. El culo siempre ha sido objeto de violación, de vejación, de estigmatización. De deseo. Una pasividad más pasiva que toda pasividad. Mero receptor. Órgano penetrable, trasero, vulnerable, poco vigilado, cuya única actividad política, su única iniciativa propia reconocible era el arrimarse a la pared como estrategia defensiva. Siempre ha habido una política anal. No me la estoy inventando yo ahora. Yo lo que me estoy inventando es otra política anal diferente. Que no vaya a la defensiva, que no sea meramente receptiva, que no sea vergonzante: méteme todo lo que yo quiero que entre por mi culo y luego recoge mis cagadas y huele mis pedos. Sinceramente, yo no veo otra manera de relacionarme con el sistema. Y me he dado cuenta de que llevo mucho tiempo haciéndolo sin ser consciente de ello. Y de que hay mucha gente que anda en las cercanías[37]».

A finales de los años 80, el poeta y ensayista marica argentino Néstor Perlongher también había señalado esta relación entre el poder y la analidad. En su escalofriante texto Matan a un marica leemos lo siguiente:

«Para decirlo rápido, estas fuerzas convergen en el ano; todo un problema con la analidad. La privatización del ano, se diría siguiendo al Antiedipo, es un paso esencial para instaurar el poder de la cabeza (logo-ego-céntrico) sobre el cuerpo: “solo el espíritu es capaz de cagar”. Con el bloqueo y la permanente obsesión de limpieza (toqueteo algodonoso) del esfínter, la flatulencia orgánica sublimase, ya etérea. Si una sociedad masculina es —como quería el Freud de Psicología de las Masas— libidinalmente homosexual, la contención del flujo (limo azul) que amenaza estallar las máscaras sociales dependerá, en buena parte, del vigor de las cachas. Irse a la mierda o irse en mierda parece ser el máximo peligro, el bochorno sin vuelta (el no llegar a tiempo a la chata desencadena, en El Fiord de Osvaldo Lamborghini, la violencia del Loco Autoritario; Bataille, por su parte, veía en la incontinencia de las tripas el retorno orgánico de la animalidad). Controlar el esfínter marca, entonces, algo así como un “punto de subjetivación”: centralidad del ano en la constitución del sujetado continente[38]».

El ano es una gran metáfora del control de los sistemas sociales. Podemos definir un sistema como una estructura topológica (lo espacial) con un dispositivo termodinámico (la energía que circula por ese espacio). Lo político es una regulación de esos espacios y de esos flujos de energía. Todo sistema social es un sistema abierto, necesita de intercambios de energía, información, población, fuerza, materia. Intentad cerrar una ciudad y morirá. Intentad cerrar el culo de una persona y morirá.

Ese control llega hasta nuestros cuerpos, nos obliga a ceñirnos a unos roles de género y sexuales, cómo actuar, follar, trabajar, vestir, vivir. Incluso llega a regular nuestros esfínteres: solo debe ser un espacio de salida, nunca de entrada. Al menos como valor público. Como ya hemos señalado, en realidad hay un despliegue enorme de penetraciones anales. El porno, por ejemplo, es una máquina de producción de imágenes y una tecnología del género; en el cine porno, tanto hetero como gay, aparecen penetraciones anales continuamente, es casi un requisito indispensable. Hay en esto una esquizofrenia que explica el malestar de lo anal: todo el mundo fantasea con ello, lo desea, le excita, lo mira, lo practica en secreto; el porno lo promueve, lo valora, lo explota, lo pone en el centro de su discurso. Pero de cara a lo público, a los valores sociales, que te den por el culo es lo peor. ¿Cómo se explica esa doble moral? Se trata de un enorme armario del que nadie habla, el armario del sexo anal.

Un ejemplo curioso de la relación entre lo sexual y lo anal se da en el idioma francés. En francés, la palabra cul, culo, es sinónimo de sexo. Un film de cul es un film porno (no porno gay, sino de cualquier tipo). Une histoire de cul (una historia de culo) es haber follado, es tener sexo con alguien, pero no analmente, sino en general. En este caso, la identificación del culo con lo sexual, incluso con el coito vaginal, es total, forma parte del lenguaje cotidiano. Eso no significa que la penetración anal sea mejor considerada en Francia que en otros países, la actitud es la misma[39].

El escritor marica chileno Pedro Lemebel también ha señalado en algunos de sus textos esta relación entre la hombría y la negación del culo:

El fútbol es otra homosexualidad tapada

Como el box, la política y el vino

Mi hombría fue morderme las burlas

Comer rabia para no matar a todo el mundo

Mi hombría es aceptarme diferente

Ser cobarde es mucho más duro

Yo no pongo la otra mejilla

Pongo el culo compañero

Y esa es mi venganza

Mi hombría espera paciente

Que los machos se hagan viejos

Porque a esta altura del partido

La izquierda tranza su culo lacio

En el parlamento

Una de las mejores lecturas de las políticas que hay alrededor del ano la encontramos en el libro de Beatriz Preciado Testo Yonqui. Preciado denomina sexopolítica a ese conjunto de prácticas sobre el sexo, la sexualidad y la raza que van a regular la construcción del cuerpo desde el siglo XIX hasta la actualidad. Este sistema de construcción biopolítica va a localizar «el sexo» como el centro de la subjetividad, pero para ello va a tener que diferenciar órganos y asignarles funciones, funciones productoras de la masculinidad y la feminidad, y de lo normal y lo patológico. Preciado expone las ideas de Deleuze y Guattari en El Antiedipo, y de Guy Hocquenghem en El deseo homosexual, que van a localizar al ano como el primer órgano que es excluido del campo social, y explica cómo esta operación de exclusión va a servir para construir el cuerpo heterosexual masculino:

«Una sexualidad implica una territorialización precisa de la boca, de la vagina, de la mano, del pene, del ano, de la piel. De este modo, el pensamiento straight […] asegura la relación estructural entre la producción de la identidad de género y la producción de ciertos órganos (en detrimento de otros) como órganos sexuales y reproductivos. Buena parte de este trabajo disciplinario consistirá en extraer el ano de los circuitos de producción de placer. Deleuze y Guattari: el ano es el primer órgano privatizado, colocado fuera del campo social, aquel que sirvió como modelo de toda posterior privatización, al mismo tiempo que el dinero expresaba el nuevo estado de abstracción de flujos. El ano, como centro de producción de placer […] no tiene género, no es ni masculino ni femenino, produce un cortocircuito en la división sexual, es un centro de pasividad primordial, lugar abyecto por excelencia próximo del detritus y de la mierda, agujero negro universal por el que se cuelan los géneros, los sexos, las identidades, el capital. Occidente dibuja un tubo con dos orificios, una boca emisora de signos públicos y un ano impenetrable, y enrolla en torno a estos una subjetividad masculina y heterosexual que adquiere estatus de cuerpo social privilegiado[40]».

Para Preciado, la subjetividad masculina hetero se basa en ese cuerpo donde la boca puede abrirse continuamente en el espacio público y donde el ano es cerrado completamente, es privatizado al máximo. Los hombres pueden hablar en público, pero no se les debe dar por el culo. Por el contrario, el proceso de producción de la subjetividad femenina heterosexual exigirá una privatización de la boca (privatización de signos emitidos) y una apertura pública del ano y de la vagina, técnicamente regulada. Las mujeres tienen que callarse y son penetrables.

Volviendo a esta relación entre la masculinidad y la impenetrabilidad, es interesante señalar que la masculinidad no es algo privativo de los hombres, o propio de los hombres. Las mujeres también han contribuido a construir eso que llamamos masculinidad, como ha demostrado Judith Halberstam en su magnífico ensayo Masculinidad femenina. El libro es un recorrido fascinante por las distintas formas de masculinidad que han ejercido las mujeres a lo largo de la historia, desde las mujeres que pasaban por hombres en los siglos XVIII y XIX, pasando por los chicazos, las mujeres soldado, las lesbianas butch, o los drag kings.

Queremos detenernos en una de las figuras que aparece en el libro de Halberstam porque tiene una relación especial con la penetración: la stone butch. En el capítulo Masculinidad lesbiana: también las stone butches se deprimen, Halberstam nos expone lo siguiente:

«Además están las butches “de granito”, stone butches que no se enternecen nunca y que son impenetrables. La stone butch es un lugar muy apropiado para comenzar a hacer una genealogía de la diversidad butch, porque es una categoría muy enigmática: como veremos, la parte “stone” de la stone butch se refiere a una especie de impenetrabilidad, y eso implica curiosos aspectos de “no acción” sobre la identidad sexual butch. La stone butch tiene la dudosa distinción de ser probablemente la única identidad sexual que se define casi por completo en función de las prácticas que no hace. Podríamos preguntarnos si existe alguna otra identidad que se defina por lo que una persona no hace. ¿Qué significa definir una identidad sexual y un conjunto de prácticas sexuales que configuran esta identidad dentro de un registro negativo? ¿Cuáles son las implicaciones de una acción negativa para teorizar las subjetividades sexuales? Además, ¿podríamos acaso imaginar que se definiera una identidad sexual masculina en términos de “no acción”? Muchos hombres no practican la penetración sexual como parte de sus hábitos sexuales, y sin embargo esta omisión no provoca apenas comentarios, y por supuesto nunca se ha diagnosticado esta conducta como un complejo de disfunción sexual. Quizá tengamos que recurrir al término “hombre stone” cuando el miedo a la penetración se combina con una ilusoria sensación de superioridad innata y de violencia de diversos tipos, incluyendo la sexual. “El hombre stone” podría convertirse en una herramienta de diagnóstico para identificar las patologías sexuales de los hombres adultos[41]».

La irónica reflexión de Halberstam sobre el hombre stone explica muy bien el doble rasero que se aplica sobre la penetración si se da en hombres o en mujeres. Mientras que en el hombre «ser intocable» es poderoso y positivo, en las mujeres ello ha sido siempre relacionado con la disfunción, la melancolía y la desgracia[42]. Esa «no acción», no ser penetrado, en los hombres no se considera una patología como en el caso de las mujeres; es al revés, en el caso de los hombres la patología consiste en ser penetrado. Por otra parte, lo interesante de este análisis de Halberstam sobre la stone butch es que esta va a ejercer la masculinidad por medio de su renuncia a la penetración; es por este gesto por lo que va a ser considerada masculina, pero, como señala Halberstam, va a ser considerada una enferma, y alguien condenada al fracaso y a la tristeza. Una vez más, el criterio del género va a filtrar la visión social de la masculinidad y de lo penetrable: en el caso de una mujer, es una masculinidad «fallida» o, en todo caso, incomprendida ya que se supone que su destino, como mujer, es la penetración. El rígido sistema se aplica de nuevo: lo impenetrable es solo cosa de biohombres.

Esta posición de la stone butch nos plantea un interesante problema lógico, el mismo que ya tuvo la conexión neuronal de Luis Aragonés, en concreto el problema que se dio en su neurona 6: si soy un hombre entonces mi culo es impenetrable (¿o es al revés, cómo era esto?). Hay una lógica circular entre la masculinidad y la impenetrabilidad. ¿Se es masculino y por ello se es impenetrable, o se es impenetrable y por ello se es masculino? Como ya hemos señalado, en realidad no hay una esencia natural de la masculinidad; ni siquiera el discurso médico sobre las hormonas «masculinas», la testosterona, está bien fundamentado. Como explica Anne Fausto-Sterling, las hormonas que ahora llamamos con demasiada ligereza «femeninas» y «masculinas», son necesarias para el desarrollo de muchos órganos vitales y, además, tanto hombres como mujeres necesitan de ambos tipos de hormonas para el desarrollo corporal. Fue un prejuicio de los investigadores lo que hizo que se definieran a ciertas hormonas (progesterona, estrógeno, testosterona, en realidad reguladores ontogénicos de amplio espectro) como «sexuales». Fausto-Sterling explica en su libro cómo la investigación científica sobre la biología hormonal ha estado siempre estrechamente ligada a la política del género.

«El cerebro, los pulmones, los huesos, los vasos sanguíneos, el intestino, el hígado requieren todos del estrógeno para su normal desarrollo. A grandes rasgos los efectos generalizados del estrógeno y la testosterona se conocen desde hace décadas[43]».

Entonces, si la masculinidad no está en los genitales (hay biomujeres masculinas, y hay trans F2M que son hombres sin genitales masculinos), ni en las hormonas… ¿dónde está? Pues en el culo, o más bien en su impenetrabilidad. Por supuesto, esto solo es así dentro del régimen heterocentrado y machista. Como veremos en el capítulo sobre el fist, ciertas comunidades de cuero y sadomasoquistas de gays y lesbianas han subvertido ese régimen, y han desarrollado una apropiación de la masculinidad precisamente por el lugar más inesperado, por una valorización del papel pasivo en la penetración.

Santiago Sierra presentó a comienzos de 2009 la obra Los Penetrados. Es un vídeo de 45 minutos en 8 actos en donde se pueden ver todas las formas posibles del sexo anal entre hombres y mujeres, de raza blanca y negra. La obra pretende ser una reflexión sobre el pánico asociado a la inmigración comparándolo con el pánico al sexo anal, a que nos den por el culo. La exposición desató una polémica sobre la posible provocación que suponía semejante vídeo, pero lo más interesante para nosotros está en un detalle del que se habló poco: al casting que preparó Serra acudió mucha más gente de la que se necesitaba, un indicador de que el mero acto de la penetración anal no asusta tanto, no produce tanto rechazo, sino todo lo contrario. Eso sí, los rostros se pixelaron para evitar identificar a las personas que actuaban, es decir, nos encontramos con un nuevo armario anal, y una nueva muestra de que quizá el porno se basa en el rostro y no en los genitales. Tampoco se puede considerar ese vídeo como una provocación dado que, desde hace mucho tiempo, el sistema asimila casi todas las variantes de la sexualidad (quizá el canibalismo y la pederastia son los únicos actos que aún escandalizan al sistema)[44].