1. LA INJURIA DEL CULO

«Me van a dar a mí un ramo de flores, que no me cabe por el culo ni el bigote de una gamba».

(Frase pronunciada por el ex seleccionador nacional de fútbol Luis Aragonés el 8 de junio de 2006, mientras rechazaba unas flores que le ofrecían en Alemania, para dejar claro que él no era maricón).

Que te den por el culo. Tomar por detrás. Apretar las cacas. Meterle los pelos del culo para dentro. A tomar pol culo. Le han dao por detrás. Que te follen. Vete a tomar por el culo. Le han dao por el culo. Cagar para adentro. Que te den por el saco. Vete a tomar viento. Cinco, por el culo te la hinco. Se la han metido doblada. Me han jodido. Mírale el jodíopolculo. Le pusieron mirando a la Meca. Que te den por el orto. Que te den por ahí. Que te den. Le pusieron a cuatro patas y le dejaron el sieso como un bebedero de patos. Se lo han follado. Le pusieron el culo en pompa. Pega el culo contra la pared que ese es maricón. Ojete (en México, mala persona). Pinche culero. Pinche ojete. Lameculos. Esto me da por el culo. Cuidado con tu culo en las duchas, no te agaches a por el jabón (estereotipo en las cárceles). Le rompieron el culo. Sodomita. Bujarrón. Pecado nefando. Acto contra natura. Bujarra. Bufarrón. Lameculos. Bésame el culo. Daopolculo. Enculado. Le hice un calvo. Ese pierde aceite por el culo. Eso te lo puedes meter por el culo. Quebrar el culo. Que te den por el serete. Eres un sieso. Ya estás otra vez dando pol culo. Eso está a tomar pol culo.

Vés a prendre pel cul. Que et donguin pel cul. Fota-t’ho al cul. Enculat.

Kiss my ass. Asshole. Arsehole. Bugger. Buggery. Fuck you. Fuck your ass. Take it in the ass. Fucking asshole. Butthole. Take it up the ass. Go shove it up your ass. Pog mo thoin.

Enculé. Va te faire enculer. Enculé de merde. Sale enculé. Enculé de ta mère. Enculé de ta race. Bougre. Va te faire foutre. Sodomiser. Anglaiser. Avoir une histoire de cul. Un film de cul. Faux cul. Avoir le feu au cul. J’ai le cigare au bout des lèvres. Trou du cul. Trou d’uc. Va te faire enculer chez les grecs. Espèce d’enculé. Trou à bites. Vide couilles. Va te faire ramoner la boite à merde. C’est pas un cul que t’as, c’est une pompe à foutre.

Atzelaria. Popatik hartzera. Atzetik eman. Ipurditik hartu.

Va fan culo. Busone. Faccia da culo. Bel culo. Andate a fare in culo da un‘altra parte. Ricchione. Recchione. Bucaiolo. Fare il culo a qualcuno. Rompere il culo. Rotto nel culo / rottinculo. Vai a dar via il culo. Ma va’ a vendere il culo. Ma fatti dare nel culo. Vattelo a pigliare nel culo. Che ti possano inculare. Inculato.

Røvhul, røvkedeligt, røvsygt, røvpule, røvpuller, røvpullet, være på røven, rend mig i røven.

Diatithemenos. Impudicus. Abi pedicatu!

El culo es el gran lugar de la injuria, del insulto. Como vemos en todas estas expresiones cotidianas, la penetración anal como sujeto pasivo está en el centro del lenguaje, del discurso social, como lo abyecto, lo horrible, lo malo, lo peor. Todas estas expresiones traducen un valor primordial, unánime, generalizado: ser penetrado es algo indeseable, un castigo, una tortura, un acto odioso, una humillación, algo doloroso, la pérdida de la hombría, es algo donde jamás se podría encontrar placer. Es algo que transforma tu identidad, que te transforma de manera esencial. A partir de ese acto «eres» un jodíopolculo, un enculado, un maricón.

Una de las primeras cosas que aprende un niño o una niña[2] es que «que te den por el culo» es algo terrible. Aunque el pequeño sujeto no sepa qué es exactamente eso de «dar», el tono insultante crea un aprendizaje, una prevención. Lo interesante del insulto es que crea una realidad sin referente, solo un valor flotante, sin contenido. ¡Maricón!, ¡bollera!, ¡que te den por el culo!, cuando es escuchado las primeras veces por un niño o una niña, no significa nada concreto, es el valor de lo negativo lo que se transmite y se percibe, no un saber sobre qué es ser gay, lesbiana, o qué es la penetración anal en concreto. No se trata de un adoctrinamiento preciso y deliberado hacia los/las menores.

Cuando hablamos de un régimen de poder o un régimen cultural, heterocentrado por ejemplo, o machista, no se trata de un poder vertical y jerárquico que planifica el odio a las mujeres, o el odio a los gays o el odio al hecho de ser penetrado. Es un régimen de discursos y prácticas que, simplemente, funciona, se ejerce, se repite continuamente en expresiones cotidianas, desde múltiples lugares y momentos, y que crea realidad (y que hiere) a partir de esa mera repetición. Se aprende el valor antes que el objeto o el acto en sí. Es más, es ese valor negativo el que crea el objeto, y no al revés.

El sexo anal aparece inicialmente en el imaginario colectivo como lo peor, lo abyecto, lo que no debe pasar. Ese es su significado original, su sentido. En ese estado inicial de enunciación, no aparece el acto de la penetración, no hay culo ni polla, ni ano, ni dildo, lo que se produce ahí es la prohibición, la amenaza, la negatividad, una advertencia fantasmal, peligrosa, sin referente. Como diría Judith Butler, cuando habla del insulto homófobo (¡maricón!, ¡bollera!), ese enunciado, esa frase, ¡que te den por el culo!, crea realidad, produce realidad[3].

Cuando decimos habitualmente estas expresiones, que te follen, vete a tomar por el culo, jodíopolculo… no somos conscientes de la realidad que estamos creando o de los valores que estamos transmitiendo. Pero ahí están, es el insulto, y, para el que lo recibe, es el miedo a caer bajo la marca, una marca que crea una identidad, ser señalado como «el que hace eso»: le gusta que se la metan, se lo han follado, y su corolario habitual: es maricón. Veremos más adelante esa cadena imaginaria que lleva a identificar la penetración anal con la homosexualidad, un gesto que de paso hace desaparecer la penetración anal del mundo de la heterosexualidad, limpia el espacio hetero de esa lacra. Pero toda limpieza deja siempre espacios sucios, es imposible borrar del todo lo que hacen los heteros con lo anal, quedan restos de esas prácticas, aunque incesantemente se quieran borrar. Es como el culo: lo limpias, pero siempre vuelve a ensuciarse.

Veremos más adelante que el acto del sexo anal es desigual, se valora de forma completamente distinta a quien adopta el papel activo (la persona que penetra) y a quien toma el papel llamado pasivo (la persona penetrada). Todas estas expresiones que hemos referido insultan a la persona que recibe la penetración, se trata de un odio al lugar pasivo, y sobre todo al varón penetrado. No se insulta diciendo vete a dar por el culo, has dado pol culo, follaculos, que des por el culo, enculador, dador pol culo. La masculinidad de los hombres se construye de una manera extraña: por un lado, evitando a toda costa la penetración, pero por otro lado con un curioso permiso para penetrar lo que sea, incluyendo los culos de otros varones. Con una llamativa doble moral, ese «acto tan asqueroso que hacen los maricones», darse por el culo, en muchas culturas no amenaza la masculinidad, al revés, está permitido si se hace desde el papel activo: muchos hombres heteros penetran analmente a sus mujeres (de pronto ese acto ya no es tan asqueroso, pero prefieren no hablar de ello), muchas mujeres penetran a sus maridos (de eso se habla todavía menos); muchos hombres penetran a otros hombres en playas, parques, váteres, saunas y, por el hecho de ser activos, no se consideran gays, ni maricas, ni sodomitas, ni homosexuales: maricones son los penetrados. Muchas mujeres penetran a otras mujeres analmente, pero eso no existe para el imaginario machista y lesbófobo, su corto repertorio de lo sexual no da para concebir eso. Muchas mujeres trans con polla penetran analmente a hombres, a mujeres y a otras trans, pero eso es castigado por el régimen médico que vigila a las personas trans, eso no es ser «una mujer de verdad» («tómate las hormonas, deja de penetrar, o mejor, opérate»).

En estas expresiones vemos el enorme desequilibrio que existe en la percepción social de la sexualidad anal: dar y tomar (pol culo). Ser activo o pasivo se asocia históricamente a una relación de poder binaria: dominador-dominado, amo-esclavo, ganador-perdedor, fuerte-débil, poderoso-sumiso, propietario-propiedad, sujeto-objeto, penetrador-penetrado, todo ello bajo otro esquema subyacente de género: masculino-femenino, hombre-mujer. El macho se construye asumiendo esos valores, el primer término del par. «La mujer» en el sentido de Wittig, de una categoría creada por el régimen heterosexual, se construye asociada al segundo término de ese par binario[4].

Este modelo explica bastante bien por qué se percibe también de forma diferente que un hombre sea penetrado analmente a que lo sea una mujer. «La mujer» es construida socialmente como un ser penetrable, por esa lectura del régimen heterocentrado donde la mujer debe procrear, satisfacer al hombre, ser pasiva, humilde, dócil, buena madre: reducir su sexualidad a su coño. El coño, para ese régimen, se supone que es un lugar que espera ser penetrado. El macho «la posee». Hay un paso muy pequeño desde esa posesión corporal/sexual a la posesión total de la mujer que aparece en el discurso machista asesino: «la maté porque era mía». La socialización de los varones en lo referente al amor y las relaciones sexuales (por medio de la educación, la cultura, el cine, la prensa, la religión, los juegos, la familia, el matrimonio, el amor, la literatura, etc.) promueve esa visión poseedor-poseída respecto a las mujeres. Amar es poseer sexualmente (penetrando) y poseer como un objeto de por vida como pareja (es mía, el amor es para siempre, hasta que la muerte los separe, es solo para mí, te poseo). Cuando se analiza la violencia machista, que asesina a más de 80 mujeres en España cada año, nunca se pone de manifiesto este conjunto de valores previos que conforman lo que es ser un hombre. Entonces el régimen machista mira para otro lado o, lo que es peor, mira a las mujeres: es que se han liberado, es que esa ideología malsana del feminismo ha cambiado las cosas, es que las mujeres ya no se comportan como antes. La víctima de nuevo responsable, en vez del verdugo.

Dentro de esta misma lógica, el hombre penetrado es equiparado a ese estatuto inferior de «la mujer». Como el único cuerpo penetrable en ese imaginario colectivo es el de la mujer, el que un hombre sea penetrado es la mayor agresión posible a su virilidad, queda rebajado a algo femenino, ha perdido su hombría, su estatus superior. El paso siguiente del desprecio tiene que ver con el placer: si el hombre penetrado no disfruta con ello (ha sido violado, por ejemplo), el desprecio y el escarnio social es menor, queda algo disculpado, pero aun así habrá entrado en un territorio de la vergüenza irreversible, será siempre algo traumático y terrible. Pero si el hombre penetrado disfruta con ello, es alguien que lo busca, lo desea, lo valora… entonces el castigo y el oprobio social es total. Desde la Grecia clásica hasta la actualidad, en numerosas culturas y épocas, el diatithemenos, el hombre que disfruta en una posición pasiva (ya veremos lo discutible de esa palabra, pasivo) ha sido despreciado y castigado. Para todas esas culturas es incomprensible ese desafío a lo que se supone que debe ser un hombre. Ser un hombre es ser impenetrable.

Esta impenetrabilidad puede llegar a conducir a la misma muerte. La prevención del cáncer de próstata, o su diagnostico precoz, en varones de más de 45 años es fácil de realizar mediante un sencillo tacto rectal que calibre el tamaño de la glándula prostática. Un diagnóstico precoz puede servir para evitar el desarrollo cancerígeno de esta glándula que puede llegar a afectar a un 10-15% de la población masculina. Pero la negativa a someterse a esa prueba lleva a muchos hombres a que se les diagnostique cuando ya es irreversible la cirugía, o la muerte. Una vez más el culo es el escudo supremo de la hombría, hombría que hay que llevar íntegra hasta la tumba.

Muchas pruebas médicas pueden ser desagradables, molestas e incluso dolorosas, pero no creemos que la sensación de un dedo índice en el tracto rectal masajeando la glándula prostática (una sensación placentera altamente recomendable) se encuentre entre esas sensaciones. Más bien debemos situar esta negativa en otro orden, el orden patriarcal que construye la virilidad en la impenetrabilidad del cuerpo, más cerca de conceptos como el honor o la honra en cuyo nombre se han cometido, y se cometen, los crímenes más injustos y salvajes que conocemos. Y es que este paralelismo Virilidad=Impenetrabilidad=Honor se sustenta en la violencia, en la muerte, aunque sea la propia.

Poco parecen servir las advertencias que desde la salud pública se hacen para que esta prueba se generalice entre la población de riesgo, varones de más 45 años; incluso se realizan estudios que indican el gran rechazo que existe a esta prueba diagnóstica[5].

Ante el rechazo de una parte de la población a este tipo de analítica, cierto sector de la ciencia médica se dedica a la investigación de otro tipo de pruebas diagnósticas[6] que no «humillen» la virilidad impenetrable de esos pacientes. De nuevo la ciencia se alía con la ideología para salvaguardar el sagrado estatus del machoculocerrado: ¡¡antes muerto que penetrado!![7]