DE CÁRCELES Y CULOS

Hasta aquí hemos planteado la hipótesis de que el rechazo del sexo anal pasivo entre los hombres heteros tiene que ver con cierto ejercicio del poder, con ocupar un lugar de superioridad, de dominación. También hemos visto que el rechazo a ser penetrado es un elemento fundamental en la identidad masculina del varón heterosexual. Pero otro elemento clave de esta dinámica compleja es el deseo. Un deseo del disfrute anal que ha quedado reprimido consciente o inconscientemente, y que, además, es castigado socialmente. En este sentido, podríamos decir que uno de los motores principales de este rechazo de lo anal es el miedo. El miedo en dos direcciones: a perder la identidad de género, de varón, con la amenaza a ser asimilado a una mujer, y el miedo a perder la identidad de la orientación sexual (de heterosexual, pasar a ser percibido como homosexual). Es decir, la relación de los varones heteros con lo anal explica muchas cosas sobre las causas del machismo y la homofobia.

Es interesante señalar que esta dinámica del miedo nos muestra que «ser un hombre» es un lugar vacío. Es decir, es imposible escribir o definir en qué consiste ser hombre. Ni siquiera eso que llamamos masculinidad es algo privativo o propio de los hombres, como ha mostrado Judith Halberstam en su trabajo pionero sobre la participación de las mujeres en la creación de la masculinidad (Masculinidad femenina). Vemos en estos procesos que «ser un hombre» se basa en «no ser» otras cosas: no ser mujer, no ser homosexual. Es una identidad generada por oposición, por negación, o por la repetición de unos gestos estéticos o de conducta que carecen de original, es una noción sin un contenido preciso. El poder de los hombres, el poder patriarcal y machista, se construye, por una parte, por medio de ese desprecio hacia las mujeres y, por otra parte, por el odio hacia los hombres considerados como menos masculinos, los gays.

El problema que plantea el culo es que todo el mundo tiene uno. Eso coloca a los hombres heteros en una cercanía demasiado peligrosa respecto a los gays en el sentido de que ellos (los heteros) también son penetrables por ahí, por el mismo sitio que los maricas. En el machismo, se percibe a la mujer como «el otro absoluto», se magnifica una pequeña diferencia genital (ellas tienen coño, «nosotros» no) como una alteridad total. Con el culo eso no es posible. No hay operaciones de extirpación del culo. Lo más que se puede hacer con él es cerrarlo hasta que no quepa «ni el bigote de una gamba», pero eso, por mucho que diga nuestro ex seleccionador, no se puede mantener constantemente. Luis Aragonés también caga. Y el problema no es solo que esos culos heteros sean penetrables, sino que deseen ser penetrados. Como veremos en el capítulo sobre el psicoanálisis, Freud va a colocar el placer anal como elemento fundamental en todos los seres humanos.

Vemos entonces que el régimen heterocentrado se ejerce sobre los hombres heteros de una forma doblemente paradójica: desean a las mujeres, pero a la vez las desprecian; desean ser penetrados, pero a la vez desprecian esa posibilidad, o a los hombres que disfrutan de esa manera. Su identidad se basa en mantener de forma obsesiva esa doble negación (no mujer+no maricón): mata mujeres y maricas y serás un hombre. El hecho de que «ser un hombre» sea un lugar imposible explica los ritos de masculinidad compulsiva que vemos en los machos heteros, eso que en otra ocasión hemos llamado la pluma hetero: la repetición obsesiva y ostentosa de gritos, garruleces, violencia, escupitajos, fútbol, rascamiento de huevos, motores, Interviú, testosterona, peloenpecho, Marca, riesgo, toros, alcoholismo, tunas, cuadrillas, piropos, tacos, empujones…, es decir, esa condena a la repetición en que consiste la vida cotidiana de muchos hombres heteros[65].

Otro ejemplo de esta relación entre la penetración anal, el poder y lo masculino lo encontramos en el caso de las cárceles. Es sabido que en las cárceles de hombres la penetración anal es una práctica muy extendida aunque dentro de ciertos códigos bastante cerrados o acotados. A diferencia de la fantasía de las películas porno, donde carceleros y presos follan entre sí a todas horas en paz y armonía, el sexo entre hombres en la cárcel se produce bajo condiciones de control muy estrictas, y en ocasiones muy peligrosas.

Básicamente, hay cuatro situaciones de sexo anal entre los presos:

  • la violación de un preso y su conversión en una persona marcada que hará las tareas femeninas en la prisión (cocinar, limpiar, etc.); esta persona quedará vinculada de forma estable a un preso-amo para ser penetrado por él regularmente. A este personaje en Chile se le llama caballo, y, en contra de lo que se suele pensar, no es una persona homosexual. Es más, no debe ser una persona homosexual ya que, en ese caso, se supone que podría disfrutar de la relación cuando de lo que se trata con este tipo de relación con el «caballo» es de marcar la autoridad y la masculinidad del preso-amo (por encima de otro hombre «de verdad», no de un marica);
  • los travestis y los transexuales: a menudo son también objeto de violación, pero de forma anónima y vergonzante ya que la percepción general es que el contacto con ellos te «amaricona»;
  • la violación carceleros-preso; se produce cuando varios carceleros deciden castigar y torturar a un preso y, para ello, lo penetran analmente en grupo;
  • el sexo consentido: en ocasiones, dos hombres, que no necesariamente se identifican como gays, mantienen relaciones sexuales (e incluso afectivas) de forma más o menos estable, habitualmente en secreto. Algunos de estos hombres practican el sexo anal durante la prisión y afirman abandonar esta práctica al salir de la cárcel («era un desahogo, no había más remedio», etc.).

De estas cuatro situaciones, nos vamos a fijar especialmente en la primera. En un interesante artículo[66], el psicólogo mexicano Rodrigo Parrini explica que la figura del «caballo», ese reo que es utilizado sexualmente por otros internos, cumple una función de sacrificio; esa víctima, el caballo, permite canalizar las tensiones de la cárcel y, al mismo tiempo, mantener la identidad masculina de los reclusos que lo penetran; el caballo atesora en sí la identidad femenina, lo otro, de manera que la masculinidad queda del lado de los no penetrados. Para Parrini,

«la violación es un acto fundante. ¿Fundante de qué? De las relaciones que los hombres presos mantienen entre sí y de una comunidad particular que posee una ética específica. Pero ¿para qué se lo requiere? Diremos que lo que se sacrifica en el caballo no es su vida —en términos biológicos— sino su masculinidad: la violación es un acto que obtura —así como penetra— la identidad y la colapsa[67]».

Una vez más, constatamos esa extraña paradoja que se da en el sexo anal entre hombres: el que toma el papel activo en la penetración no solo no es considerado marica o sodomita, sino que reafirma su masculinidad y su hombría por medio de ese acto sexual.

En un libro que publica Parrini años después (Panópticos y laberintos. Subjetivación y corporalidad en una cárcel de hombres), va a hacer una lectura más compleja de la sexualidad anal en las cárceles. Esta vez analiza la figura del travesti, y va a descubrir un cuerpo mucho más fluido y dinámico, que desafía las posiciones cerradas de puto/hombre (puto significa marica en mexicano). En una entrevista sobre su libro, Parrini explica lo siguiente:

«Creo que un punto importante que trabajé en la investigación son los desplazamientos entre una enunciación de la masculinidad —el plano de las identidades— y el de las prácticas vinculadas con su enunciación. Fue una cita la que me permitió entrar con mayor profundidad en el juego entre parcialidad y reversibilidad; en ella un interno me habló de un travesti preso en la cárcel que decía que “lo puto lo tenía en el culo”, pero que podía golpear a quien se le pusiera al frente. Ese travesti decía que era puto y hombre alternadamente y que en su propio cuerpo se encontraba el lugar —el culo— que le permitía transitar entre identidades y posiciones subjetivas. Por otra parte, había encontrado una dinámica entre intimidad y extrañamiento que apuntaba hacia una paradoja: los contenidos y las definiciones identitarias más apreciadas e importantes eran un producto social, el extrañamiento que se instalaba en el corazón mismo de la intimidad[68]».

En el libro va a desarrollar la idea de que es el rechazo del sexo anal lo que moviliza el rechazo, no la orientación sexual tal y como se entiende hoy en día:

«Puto y maricón son expresiones del lenguaje cotidiano en México utilizados también en la cárcel. Son términos que intentan identificar a alguien, a la vez que lo descalifican, y que sin duda tienen una carga homofóbica. No obstante, responden a un imaginario sexual que no se organiza en torno a preferencias sexuales tal como las delimita la sexología y el sentido común sexual moderno —heterosexual, homosexual, bisexual—, sino a partir de una polaridad de identidades y posiciones subjetivas: hombre-puto. En este punto debemos indicar que la homofobia de la cárcel no corresponde al rechazo de una identidad —lo gay, lo homosexual— sino de un deseo, una práctica corporal, una posición en las relaciones de poder que se conjugan en el “puto”. Aquí la homofobia debe leerse como el rechazo tajante a lo abyecto que se condensa en el puto (rechazo que constituye lo abyecto en su mismo gesto). Lo abyecto, la parte caída de un sistema, la basura, lo rechazado, las sobras: eso es un puto. Por esto mismo funciona como el elemento caído, expulsado, en polaridad con el hombre: completo, integrado, prestigioso, estimable[69]».

Según Parrini, en el orden carcelario, al menos en el ámbito del género y la sexualidad, no hay jerarquías estrictas ni posiciones fijas y estables. Las identidades se trasplantan y fluyen. Lo que señala este travesti, que lo puto lo tiene en el culo, es un orden performativo de las identidades y de la subjetividad. Ella misma pasa por su cuerpo desde lo puto a lo cabrón. Puto, marica, por el culo. Pero cabrón, agresivo, de frente. Por lo tanto, esa persona queda en una zona intermedia, en un «entre» permanente. No es ni solo puto ni solo cabrón. Es ambos a la vez, y consecutivamente. Parrini plantea como conclusión que para entender lo que pasa en las cárceles no se puede mantener la polaridad femenino/masculino, hombre/mujer, creyendo que el género corresponde a la diferenciación de unidades discretas. Él plantea una posición de «estar entre», y «entender al género como una línea, cuyos costados son trazados desde dentro: se está en este campo indeterminado, se está entre, y luego se dirime, por decirlo así, hombre y mujer, masculino y femenino»[70].

Nos interesa señalar de este análisis que ese pasaje del hombre al marica se hace por la penetración anal. Ese acto, en el papel receptor, es el que desplaza a la persona de ser un hombre a ser un marica (un puto). A su vez, cuando esas personas abandonan la cárcel, o cuando toman un papel agresivo y violento, pueden volver a ser «hombres». Es el lugar del culo el que permite esos cambios, esas transiciones en la subjetividad que, como vemos, son bastante fluidas.

OZ, una de las mejores series de televisión de las últimas décadas, creada por Tom Fontana para la productora HBO, narra la vida dentro de una prisión de máxima seguridad. La riqueza de la serie radica en la complejidad de las identidades grupales y raciales de los presos: afroamericanos, latinos, italoamericanos, travestis, nazis, musulmanes, moteros… La serie a menudo es muy violenta y, además, es muy explícita en contenidos sexuales, y muestra sin tapujos las relaciones sexuales entre los presos. A lo largo de la serie, vamos conociendo las distintas percepciones sobre el sexo anal, la violación y la homosexualidad, y cómo estas varían en función de las distintas comunidades que hemos señalado.

Entre los nazis es habitual la figura del «caballo», un joven blanco que es violado por el jefe nazi y que, a partir de entonces, le servirá como esclavo sexual y como criado; entre los italoamericanos, ser penetrado es lo peor que le puede ocurrir a un hombre. Por ejemplo, un jefe mafioso queda traumatizado de por vida tras ser violado por miembros de la comunidad negra. Un abogado blanco y hetero primero es esclavizado por los nazis, y, más adelante, se enamora de un psicópata que le arruinará la vida; los travestis suelen ser agredidos por los nazis, los negros y los latinos… En esta brillante serie, queda patente que la percepción del sexo anal varía en función de criterios como la raza, la religión, la posición de poder o la ideología.

Nos interesa reflexionar sobre lo anal porque tiene un papel central en estos procesos de violencia. Mientras no seamos capaces de cuestionar y subvertir los valores asociados a lo anal, al acto de la penetración de un culo, no podremos desmantelar este régimen de terror sobre los géneros y los cuerpos.