LEATHERS, OSOS Y MASCULINIDAD

El porno gay fist muestra lo masculino como vulnerable: a menudo nos presenta a un hombre atado, frágil, a merced, que ofrece su culo… Esto supone una subversión del código masculino-heterocentrado. Por un lado, se representa una imagen hipermasculina para después mostrarla en su fragilidad, mostrarla como una imagen de pasividad, como un espacio manipulable. Cualquier intento de construir una identidad estable y poderosa de la masculinidad queda en evidencia por medio de este discurso. En los códigos tradicionales de la masculinidad, el puño cerrado es un gesto de amenaza, de violencia. En el fist, el puño es resignificado como un objeto de placer, agradable, como un elemento amoroso.

El hecho de que en las películas de fist no haya erección, ni penetración con el pene, ni eyaculación supone un desafío radical al «género» (en el doble sentido, de género cinematográfico y de sistema género/sexo). De hecho, cuando aparecen los genitales masculinos en las películas de fist, el pene está flácido (otro tabú del porno) y no merece ningún interés por parte de los actores, ni de la cámara ni del montaje. El fist es una aberración, es lo abyecto del porno.

Además, tanto el ano como el puño no están marcados por el género o el sexo, todo el mundo tiene ano y todo el mundo tiene brazo independientemente de si se es mujer, hombre o intersexual. Y este «independientemente» es importante porque, para los sistemas dominantes, la diferencia sexual y la asignación de naturalezas masculinas y femeninas es crucial. Aquí se muestra que esa diferencia no es tan evidente, y que quizá ni siquiera es relevante. Se trata de una forma muy soFISTicada de sexualidad.

El fist desafía el sistema de producción de género y desterritorializa el cuerpo sexuado (desplaza el interés de los genitales a cualquier parte del cuerpo). Además, el fist es reversible, el que mete el puño luego lo puede recibir, y viceversa (el código activo/pasivo también se disuelve).

Los clubes de fist también cuestionan la separación entre espacio público y privado, son clubes donde el fist se hace ante la mirada de otras personas. En general, el único lugar donde uno puede jugar con su culo es el váter. Encerrados con la seguridad del pestillo bien echado, todos hemos jugado alguna vez en la ducha a meternos los dedos en el culo. Como mucho, en el espacio también privado del lecho conyugal, algunas parejas osan explorar ese lugar desconocido. Sin embargo, la práctica del fist dentro de la comunidad S/M siempre ha sido una práctica pública, se hace a la vista de las demás personas que están en el club: además, varias personas pueden participar del fist, es una especie de acto social que rompe la barrera de «pareja encerrada en un cuarto». Esto también es una novedad respecto al uso vergonzante del culo, el fist supone una especie de «salida del armario anal», una mostración orgullosa del placer que se puede obtener con el fist, y una forma de crear vínculos de solidaridad.

En ocasiones, se ha criticado al S/M como una reproducción de los roles de poder del mismo modo que se considera a menudo que el pasivo en la penetración anal es el sumiso y que el activo es el dominante. Martínez-Pulet ha criticado esta visión simplista a partir de los análisis de Towsend y Foucault:

«Como dice el activista Larry Townsend, “todo lo que ocurre en una relación sexual S/M se hace con la intención de producir placer físico o emocional”. Pero habría que subrayar el aspecto transgresor y subversivo de esta forma de placer, y es Foucault quien apunta directamente a ese núcleo subversivo: “Pienso que el S/M… es la creación real de nuevas posibilidades de placer que no se habían imaginado con anterioridad. La idea de que el S/M está ligado a una violencia profunda y que su práctica es un medio de liberar esa violencia, de dar curso libre a la agresión, es una idea estúpida. Bien sabemos que lo que esa gente hace no es agresivo y que inventan nuevas posibilidades de placer utilizando ciertas partes inusuales de su cuerpo —erotizando su cuerpo. Pienso que ahí encontramos una especie de creación, de empresa creadora, una de cuyas principales características es lo que llamo la desexualización del placer. La idea de que el placer físico siempre proviene del placer sexual y que el placer sexual es la base de todos los placeres posibles considero que es absolutamente falsa. Lo que las prácticas S/M nos muestran es que podemos producir placer a partir de objetos muy extraños, utilizando ciertas partes inusitadas de nuestro cuerpo en situaciones muy inhabituales”. Este texto es muy importante porque, al concebir las prácticas S/M no como expresión de una identidad subyacente, por la cual el que hace de Amo habría de tener una personalidad fuertemente agresiva y violenta, y el sumiso estaría marcado por una falta de autoestima y amor propio, sino, más bien, como técnicas de producción de placer, Foucault desnaturaliza la sexualidad. El fin de estas prácticas no es ni el orgasmo, ni mucho menos la reproducción (para Pat Califia, el S/M es la quintaesencia del sexo no reproductivo). Foucault se está refiriendo, en general, a prácticas como el bondage, el spanking, la cera, la humillación, el juego de pezones, la tortura de polla y de huevos, el uso de dildos, el control de la respiración, pero, sobre todo, al fist-fucking, que, según la antropóloga Gayle Rubin, sería la única práctica sexual que el siglo XX aporta a la historia de las prácticas sexuales. Para Foucault, en virtud de estas técnicas, el S/M opera una ruptura con el monopolio que tradicionalmente han sostenido los genitales en relación al placer físico, lo descentraliza y al mismo tiempo redistribuye las zonas erógenas[62]».

Esta cita de Martínez-Pulet es muy esclarecedora respecto a algo que hemos señalado con anterioridad en este libro, la innovación que introduce lo anal en el circuito de lo genital-sexual, y el cuestionamiento de la identificación tradicional entre el activo-penetrador como detentador de poder, y el pasivo-penetrado como sumiso y carente de poder. Para entender mejor este cuestionamiento, es necesario explicar que en las comunidades sadomasoquistas las relaciones son negociadas y voluntarias, y el que tiene el papel de «esclavo» en realidad controla en gran medida la situación. La dinámica amo-esclavo es mucho más compleja de lo que imaginamos. En el caso de la penetración anal encontramos la misma complejidad, es decir, quien desea ser penetrado no admite cualquier polla, sino que busca, selecciona, elige. En ese sentido, es alguien «activo», se moviliza y actúa para encontrar a la persona adecuada, y es quien decide quién va a penetrarlo. En realidad, se trata de una posición de poder, de control y de decisión.

«Era como si el homosexual llegara tarde para investir la imagen heterosexual del macho, pues, como señala E. Badinter, esa reivindicación gay de lo masculino acontece en un tiempo en que retrocede en el colectivo heterosexual, y ello debido a los avances promovidos por el movimiento feminista. A primera vista, parece tener razón cuando afirma que el “hipermacho y el marica son víctimas de una imitación alienante del estereotipo masculino y femenino homosexual”. Pero solo a primera vista, porque lo que Badinter pasa por alto, es, a mi parecer, que la apropiación homosexual del modelo convencional de “hombre”, no solo indica que el macho heterosexual no es el guardián de la masculinidad (poniendo así de relieve la dimensión cultural y socio-política de los géneros), sino que, además, lleva a cabo una reconstrucción de esa masculinidad desde dentro de ella misma (y, por tanto, prescindiendo de “la pluma”). En efecto, la simulación teatral de la masculinidad va acompañada de una construcción desvirilizada de la misma, ya que las prácticas sexuales de esta comunidad, primero, prestan peculiar atención al ano (el órgano erógeno más desatendido por la sexualidad normativa), erotizando consecuentemente la receptividad o pasividad sexual del hombre (y no solo mediante la penetración, que es una práctica gay generalizada, sino fundamentalmente a través del fist-fucking, o del uso de dildos y de plugs), y, segundo, resaltan una serie de disciplinas que, más que celebrar el poder de la polla y los huevos, los mortifican, escenificando y sacando placer de su vulnerabilidad y fragilidad (azotes, pinzas, agujas, tortura, etc.).

En cualquier caso, esa reapropiación de la masculinidad convencional por los leathermen de los años 40 y 50, y que durante esas primeras décadas estaba creando una subcultura, fue objeto, ya en los años 80, de algunas aproximaciones teóricas de corte marcadamente esencialista, como las de Geoff Mains o Richard Hopcke, con las que trataban de hacer frente, por un lado, a la imagen deformada que los gays dominantes se habían hecho del S/M (convirtiendo esta sexualidad en alteridad absoluta), y, por otro, a las consecuencias políticas que esa construcción traía consigo[63]».

Esta reflexión de Martínez-Pulet es muy relevante para entender el cambio que han operado ciertas comunidades gays S/M, leather y de osos, y ciertas comunidades lesbianas y trans en el uso y la reivindicación del sexo anal. En el caso de las subculturas leather, S/M y de osos, estas prácticas suponen un cuestionamiento de arraigados estereotipos sobre la homosexualidad. Según el prototipo homófobo habitual, el gay es un ser afeminado al que le gusta ser penetrado. Como aún figura en el diccionario de la RAE: Marica: «hombre afeminado y de poco ánimo y esfuerzo». La virilidad o la masculinidad es un valor propio de los hombres heteros, algo imposible entre los maricas.

La novedad de estas comunidades es que, por un lado, se reapropian de los rasgos de la masculinidad y, por otro, integran en su cultura el sexo anal de forma visible y orgullosa, lo cual supone una paradoja para el estereotipo homófobo: ¿un hombre muy viril al que le gusta ser penetrado? Esto en principio es una contradicción. Penetración pasiva equivale a femenino. Virilidad equivale a culo impenetrable (ejemplo: Luis Aragonés y sus gambas bigotudas) y a actividad penetradora. En cambio, en muchos perfiles de páginas de ligue gay en Internet encontramos estos descriptores: «José, macho viril pasivo», «Manolo, osazo peludo pasivo», «Pedro, 1,90, 120 kilos, cachas, bigote, barba, varonil, para que me folles», «Alberto, tío masculino, cuero, fuerte, busca ser fisteado», etc. En estos perfiles, así como en el porno que hemos descrito, se unen esos dos valores en principio incompatibles, una masculinidad clara, incluso exagerada a veces, con un deseo manifiesto de ser penetrado analmente. Esto nos parece un cambio histórico importante que merece ser destacado, algo que desestabiliza las ecuaciones tradicionales sobre lo pasivo y lo masculino.

Por otra parte, hay que reconocer que estas culturas hipermasculinas han sabido apropiarse del placer anal, pero no de la feminidad. En general, en los ambientes leather, S/M y de osos, la pluma y el afeminamiento están muy mal vistos. Tú vete a una fiesta leather hablando en femenino y no se te acercan ni los camellos. En las convocatorias de muchas fiestas leather, bakala, osos, etc. leemos cosas como «solo tíos machos», «abstenerse locas y plumas», «para tíos de verdad», «rollo muy masculino», etc. Siempre nos pueden decir que para ese tipo de ambiente de marica plumera ya hay un montón de bares y fiestas gays, o que es muy difícil ser masculino y femenino a la vez. Quizá. Pero esa no es la cuestión. La cuestión es que aún se sigue asociando lo femenino a algo inferior, ridículo o incompatible con el varón. La cuestión es que en esa plumofobia se traduce una misoginia evidente, un desprecio y un odio hacia las mujeres. Muchos se defienden de esta acusación diciendo que «pero es que a mí no me da morbo un tío afeminado, no quiero ir a un bar con gente así porque no me excitan». Bien, nadie te pide que te vayas a la cama con un marica plumero, pero de ahí a menudo se pasa al desprecio y al insulto. Para colmo, muchos de esos supermachos plumófobos tienen más pluma que un edredón noruego, con lo cual uno se pregunta si no habrá también una pizca de autodesprecio inconsciente en ese rechazo visceral a la pluma en el otro[64].