XXXVI. ENCUENTRO

85

Eugenia Insigna dijo con un tono que hacía pensar que estaba debatiéndose entre el desconcierto y el descontento:

—Esta mañana Marlene estaba cantando. Cantaba una canción que dice: «Hogar, hogar en las estrellas, donde todos los mundos se mecen en libertad…».

—Conozco la canción —dijo Siever Genarr—. Te la cantaría si supiera la música.

Ambos acababan de terminar el almuerzo. Ahora almorzaban juntos cada día, algo que Genarr aguardaba expectante y con tranquila satisfacción aunque Marlene fuera, invariablemente, el tema de conversación y Genarr intuyera que Insigna recurría a él solo por desesperación, pues ¿con quién, si no, podía hablar sin reservas sobre la cuestión?

Sin embargo, a él no le importaba. Cualquier pretexto era bueno.

—Antes no la he oído nunca cantar —comentó Insigna—. Siempre pensé que no sabía. Y la verdad es que tiene una agradable voz de contralto.

—Debe ser señal de que ahora se siente feliz… o emocionada, o satisfecha… o cualquier otra cosa. Tengo la impresión de que ella ha encontrado su lugar en el universo, su única razón para vivir. Casi todos nosotros, Eugenia, seguimos adelante buscando un significado personal de la vida y acabamos conformándonos con cualquier cosa desde la desesperación clamorosa hasta la serena resignación. Yo mismo soy el tipo sereno y resignado.

Insigna consiguió sonreír.

—Sospecho que no piensas eso de mí.

—Tú no eres dada a la desesperación clamorosa, Eugenia; pero tiendes a seguir luchando en batallas perdidas.

Ella dejó caer los párpados.

—¿Te refieres a Crile?

—Si es lo que crees, no hay más que hablar —dijo Genarr—. Pero, a decir verdad, yo estaba pensando en Marlene. Ella ha salido una docena de veces. Le encanta. Eso la hace feliz. Sin embargo, tú te quedas sentada aquí forcejeando con el terror. ¿Qué es lo que te preocupa al respecto, Eugenia?

Insigna caviló mientras paseaba el tenedor por el plato. Al fin dijo:

—Es la sensación de pérdida. Lo injusto de esta cuestión. Crile hizo su elección y yo lo perdí. Marlene ha hecho su elección y la estoy perdiendo… si no a causa de la plaga, en favor de Erythro.

—Lo sé.

Él hizo ademán de cogerle la mano y Eugenia se la entregó con cierto aire de ensimismamiento, mientras decía:

—Marlene se halla cada vez más ansiosa por salir a ese yermo absoluto, y cada vez menos interesada en estar con nosotros. A su debido tiempo encontrará algún medio para vivir ahí fuera y retardar de forma creciente su regreso, hasta desaparecer.

—Es muy probable que tengas razón; pero la vida entera es una sinfonía de sucesivas pérdidas. Uno pierde su juventud y sus padres, sus amores y sus amigos, sus comodidades, su salud y, por último, su vida. Negar la pérdida significa que, además de perderlo todo pierdes el dominio de ti mismo y la tranquilidad de espíritu.

—Ella no fue nunca una criatura feliz, Siever.

—¿La culpas por eso?

—Yo debiera haber sido más comprensiva.

—Nunca es demasiado tarde para empezar. Marlene quería un mundo entero y ahora lo tiene. Quería transformar lo que ha sido siempre una penosa facultad personal en un método para comunicarse directamente con otra mente. Y ahora lo ha conseguido. ¿La forzarías a que renunciase a eso? ¿Intentarías evitar la pérdida de su presencia más o menos continua, infligiéndole una pérdida bastante mayor de lo que tú y yo podemos concebir… la utilización legítima de su insólito cerebro?

Insigna rio un poco, aunque sus ojos estuvieran anegados de lágrimas.

—Eres tan persuasivo, Siever, que podrías convencer a un conejo para que saliera de su madriguera.

—¿Lo crees así? Sin embargo, mis discursos no fueron nunca tan efectivos como los silencios de Crile.

—Hubo otras influencias —explicó Insigna, y frunció el entrecejo—. No importa. Ahora tú estás aquí, Siever, y eres un gran consuelo para mí.

Genarr dijo entristecido:

—Esa es la señal más segura de que he alcanzado mi edad actual, que me consuela ser un consuelo para ti. El fuego apenas arde ya cuando, en lugar de pedir esto o aquello, solo pedimos consuelo.

—Sin duda eso no es malo.

—No hay nada malo en el mundo. Me figuro que muchas parejas que han pasado por los arrebatos de pasión y los ritos del éxtasis sin encontrar consuelo mutuo, tal vez deseen cambiar todo eso por el consuelo. No lo sé. Las victorias calladas, sigilosas, son esenciales pero pasan inadvertidas.

—¿Como tú, mi pobre Siever?

—Vamos, Eugenia, toda mi vida he intentado evitar la trampa de la autocompasión, y no debes tentarme solo para ver cómo me retuerzo.

—¡Oh, Siever! ¡No quiero ver cómo te retuerces!

—¡Vaya! Eso era, precisamente, lo que quería oírte decir. ¿Ves lo listo que soy? Pero, escucha, si deseas un sustituto para la presencia de Marlene, estoy dispuesto a dejarme ver siempre que necesites consuelo. Incluso un mundo entero para mí no me induciría a apartarme de tu lado… si tú no quisieras que me fuera.

Ella le apretó la mano.

—No te merezco, Siever.

—No emplees eso como un subterfugio para no tenerme, Eugenia. Estoy dispuesto a sacrificarme por ti, y no debieras impedirme hacer la inmolación suprema.

—¿No has encontrado a otra que fuera más merecedora de eso?

—No la he buscado. Ni he notado entre las mujeres de Rotor un gran interés por mí. Además ¿qué haría yo con un objeto más merecedor de eso? ¡Qué insustancial sería brindarme como una ofrenda merecida! ¡Cuánto más romántico sería pasar por una ofrenda inmerecida, ser el regalo del cielo!

—¡Ser cual un dios en tu condescendencia con lo indigno!

Genarr asintió con energía:

—Me gusta eso. Sí. Esa es la imagen que me seduce.

Insigna rio de nuevo; pero esta vez con más espontaneidad.

—Tú estás también loco. Y, fíjate, nunca me he dado cuenta.

—Tengo profundidades recónditas. Cuando me vayas conociendo mejor… tomándote tu tiempo, claro está…

Le interrumpió el súbito zumbido del receptor de mensajes.

Genarr frunció el ceño.

—Ahí lo tienes, Eugenia. Te he llevado al extremo… aunque no recuerde siquiera cómo lo hice… en que estabas dispuesta a arrojarte en mis brazos, y nos interrumpen. ¡Ay, ay! —Su voz cambió de repente—. Es de Saltade Leverett.

—¿Quién es?

—No lo conoces. Casi nadie lo conoce. Es el hombre más parecido a un ermitaño que he visto en mi vida. Trabaja en el cinturón asteroidal porque le gusta. Hace años que no veo al viejo golfo. Pero no sé porqué le llamo «viejo», ya que tiene mi edad. Además viene sellado, según veo. Así pues, lo bastante secreto para pedirte que te retires antes de que lo abra.

Insigna se levantó al instante, pero Genarr le hizo señas para que se sentara.

—No seas boba. El secreto es la enfermedad de la burocracia. No le presto la menor atención.

Dicho esto, apretó el pulgar sobre la hoja; luego, el otro pulgar en el sitio apropiado y las letras comenzaron a aparecer.

—He pensado a menudo que si una persona careciera de pulgares…

Tras estas palabras enmudeció.

Todavía mudo, le pasó el mensaje.

—¿Estoy autorizada a leerlo?

Genarr movió negativamente la cabeza.

—Claro que no. Pero ¿a quién le importa? Léelo.

Ella lo hizo así, casi de una sola ojeada. Al terminar levantó la vista.

—¿Una nave alienígena? ¿A punto de posarse aquí?

Genarr asintió.

—Al menos eso es lo que dice.

—¿Y qué hay de Marlene? —exclamó angustiada Insigna—. Está ahí afuera.

—Erythro la protegerá.

—¿Cómo estás tan seguro? Es posible que sea una nave de alienígenas. Auténticos alienígenas. No humanos. Esa cosa de Erythro puede no tener poder sobre ellos.

—Nosotros somos alienígenas para Erythro; sin embargo él nos controla con facilidad.

—Debo ir allá.

—¿De qué servirá…?

—Debo estar con ella. Acompáñame. Ayúdame. La traeremos a la Cúpula.

—Si se trata de invasores omnipotentes y malévolos, no estaremos seguros siquiera dentro de…

—¡Oh, Siever! ¿Acaso es este el momento para la lógica? Por favor. Debo estar con mi hija.

86

Ellos habían tomado fotografías y ahora estaban estudiándolas. Tessa Wendel movió la cabeza.

—Increíble. Es un mundo absolutamente desolado. Excepto esto.

—Inteligencia por doquier —dijo Merry Blankowitz con el entrecejo fruncido—. Ahora que estamos tan cerca, la cuestión es irrebatible. Desolado o no, ahí hay inteligencia.

—Pero con máxima intensidad en esa cúpula. ¿De acuerdo?

—Máxima intensidad, capitana. Perceptible a todas luces. Y muy conocida. Fuera de la cúpula hay ligeras diferencias, y no estoy segura de lo que eso significa.

—Nunca hemos detectado más inteligencia superior que la humana, de modo que… —dijo Wu.

La Wendel se volvió hacia él.

—¿Opinas que la inteligencia fuera de la cúpula no es humana?

—No hay ninguna otra conclusión posible, puesto que todos convenimos en que los seres humanos no pueden haberse enterrado por todas partes al cabo de trece años.

—¿Y la cúpula? ¿Es humana?

—Eso es una cosa totalmente diferente y no depende de las plexonas de Blankowitz. Ahí vemos instrumentos astronómicos. La cúpula, o parte de ella, es un observatorio astronómico.

—¿Acaso las inteligencias alienígenas no pueden ser también astrónomos? —inquirió algo sardónico Jarlow.

—Por supuesto —contestó Wu—; pero con instrumentos propios. Cuando veo lo que me parece un aparato de exploración por infrarrojos computerizado, muy similar al tipo que se ve en la Tierra… Bueno, expongámoslo de otra forma. Olvidemos la naturaleza de la inteligencia. Veo instrumentos que han sido fabricados en el Sistema Solar, o que han tomado como muestra unos diseños creados en el Sistema Solar. De eso no cabe la menor duda. Me resulta difícil concebir que las inteligencias alienígenas, sin contacto con seres humanos, fabriquen semejantes instrumentos.

—Muy bien —aceptó la Wendel—. Estoy de acuerdo contigo, Wu. Sea lo que sea lo que existe en ese mundo, lo cierto es que hay o hubo seres humanos bajo esa cúpula.

—No digas «seres humanos», capitana —la corrigió con aspereza Crile Fisher—. Son rotorianos. No puede haber otros seres humanos en ese mundo, excluyéndonos a nosotros.

—Tampoco tiene respuesta eso —dijo Wu.

—Es una cúpula muy pequeña —murmuró Blankowitz—. Rotor debe de tener miles de personas.

—Sesenta mil —concretó Fisher.

—No pueden caber todas dentro de esa cúpula.

—Por lo pronto puede haber otras cúpulas —sugirió Fisher—. Podríamos volar mil veces alrededor del mundo sin apercibirnos de múltiples objetos.

—Pero en este lugar es donde cambia el tipo de plexona. Si hubiese otras cúpulas similares, yo habría localizado unas cuantas, estoy segura —explicó la Blankowitz.

—Otra posibilidad —continuó Fisher— es que lo que vemos sea solo una porción mínima de toda una estructura que tal vez mida varios kilómetros bajo la superficie.

—Los rotorianos llegaron en un Establecimiento —dijo Wu—. Quizá ese Establecimiento exista todavía. Y tal vez haya muchos. Esta cúpula puede ser solo una mera avanzadilla.

—No hemos visto Establecimiento alguno —recordó Jarlow.

—Tampoco hemos mirado —replicó Wu—. Nos hemos concentrado por completo en este mundo.

—No he localizado inteligencia en ninguna otra parte de este mundo —declaró Blankowitz.

—¿Te has preocupado por hallarla? —insistió Wu—. Sería necesario explorar los cielos para localizar un Establecimiento o dos; pero tú, una vez detectadas las plexonas de este mundo, no miraste en ninguna otra parte.

—Lo haré si lo crees necesario.

—Si hay Establecimientos, ¿por qué no los hemos localizado? Nosotros no hemos hecho nada para ocultar nuestras emisiones de energía. Después de todo, creíamos a ciencia cierta que este sistema de estrellas estaba vacío.

—Ellos pueden haber tenido también un exceso de confianza, capitana —objetó Wu—. Y como tampoco nos han buscado, les hemos pasado inadvertidos. O, si nos han detectado, se preguntarán quiénes… o qué… somos y dudarán acerca de las medidas que deben tomar, al igual que nosotros. Ahora bien, yo digo que conocemos un lugar en la superficie de este gran satélite donde debe de haber seres humanos, y creo que hemos de descender para establecer contacto con ellos.

—¿Crees que sería seguro hacer eso? —inquirió Merry Blankowitz.

—A mi juicio, sí —contestó con firmeza Wu—. Ellos no nos dispararán en cuanto nos vean. Querrán saber más sobre nosotros antes de hacerlo. Por otra parte, si no nos atrevemos a hacer otra cosa que permanecer aquí en la incertidumbre, no habremos conseguido nada, de modo que lo mejor será volver a casa y contar lo que hemos descubierto. La Tierra enviará toda una flota de naves superlumínicas; pero no nos agradecerá que hayamos vuelto con una información tan escasa. Pasaremos a la historia como la expedición que se acoquinó —les dirigió una sonrisa maliciosa—. Ya ves, capitana, que he aprendido unas cuantas lecciones de Fisher.

—¿Crees, entonces, que deberíamos descender y establecer contacto? —preguntó la Wendel.

—Exacto.

—¿Y tú, Blankowitz?

—Siento curiosidad. No por la cúpula sino por la posible vida alienígena. También quisiera averiguar algo acerca de ella.

—¿Jarlow?

—Me gustaría que tuviéramos armas adecuadas o hipercomunicación. Si nos borran del mapa, la Tierra no habrá obtenido nada en absoluto de nuestro viaje. Entonces, puede ser que alguien más venga aquí tan poco preparado como nosotros y no menos inseguro. Ahora bien, si sobrevivimos al contacto, podremos regresar con conocimientos importantes. Supongo que deberíamos aventurarnos.

—¿No piensas pedir mi opinión, capitana? —murmuró muy sumiso Fisher.

—Me figuro que tú querrás el descenso para ver a los rotorianos.

—Justo. Por consiguiente, me permito sugerir… que descendamos con el mayor sigilo posible y que yo abandone la nave para hacer un reconocimiento. Si algo sale mal, despegaréis para regresar a la Tierra, dejándome atrás. Yo no soy indispensable. La nave en cambio, debe volver a su base.

Al instante, la Wendel dijo con facciones tensas.

—¿Por qué tú?

—Porque conozco a los rotorianos —respondió Fisher—. Y porque quiero ir.

—También yo —manifestó Wu—. Deseo ir contigo.

—¿Para qué han de arriesgarse dos? —inquirió Fisher.

—Para mayor seguridad. Porque, en caso de conflicto, uno podría escapar mientras que el otro le cubría la retirada. Y sobre todo, porque, como dices, tú conoces a los rotorianos. Por tanto tu criterio pudiera estar desvirtuado.

—Entonces descenderemos —decidió la Wendel—. Fisher y Wu abandonarán la nave. Si Fisher y Wu estuvieran en desacuerdo por alguna razón, Wu será quien tome las decisiones.

—¿Por qué? —preguntó indignado Fisher.

—Según ha dicho Wu, conoces a los rotorianos y tus decisiones pudieran estar desvirtuadas —dijo la Wendel mirando con firmeza a Fisher—. Y yo estoy de acuerdo con él.

87

Marlene era feliz. Se sentía como si unos brazos afectuosos la estrecharan, la protegieran y la escudaran. Podía ver la luz rojiza de Némesis y percibir el viento en las mejillas. Podía contemplar las nubes que oscurecían a ratos el gran globo de Némesis o parte de él, de modo que la luz se atenuaba y se tornaba grisácea.

Pero ella podía ver igual de bien con la luz gris que con la roja, y captaba las sombras y medias tintas, las cuales componían unos dibujos fascinantes. Y aunque el viento se hiciera fresco cuando la luz de Némesis se extinguía, ella no sentía nunca frío. Era como si Erythro le agudizara la vista y calentara el aire alrededor de su cuerpo cuando se hacía necesario, como si la cuidara solícito en todo.

Y ella podía hablar con Erythro. Se había propuesto pensar en las células que componían la vida de Erythro como si fuesen el propio Erythro. Como el planeta. ¿Por qué no? ¿Qué otra cosa cabía hacer? Una por una, las células eran solo células, tan primitivas (quizá mucho más) como las células individuales de su propio cuerpo. Pero todas las células prokaryotes juntas formaban un organismo que envolvía el planeta en incontables trillones de minúsculas piezas conectadas entre sí, las cuales llenaban, penetraban y aferraban el planeta, y podían ser vistas como el planeta propiamente dicho.

¡Qué extraño!, pensaba Marlene. Esta forma gigantesca de vida no debe de haber sabido, con anterioridad a la llegada de Rotor, que existiese una cosa viviente aparte de ella. Sus interrogaciones y sensaciones no existían exclusivamente en su mente. Algunas veces Erythro se alzaba ante su vista cual una voluta de humo gris que se solidificaba hasta representar una figura humana espectral de borroso contorno. Entonces se manifestaba siempre una sensación de fluidez. Ella no podía verlo; pero sentía sin lugar a dudas que millones de células invisibles desaparecían cada segundo para ser remplazadas sin pausa por otras. Ninguna célula prokaryote podía existir largo rato fuera de su envoltura líquida, de modo que cada una era solo una parte evanescente de la figura, pero esta era todo lo permanente como quisiera, y no perdía jamás su identidad.

Erythro no tomó nunca más la forma de Aurinel. Se percató por intuición de que eso resultaba perturbador. Ahora sus apariciones eran neutrales, variando ligeramente, según las ocurrencias del pensamiento de Marlene. Erythro se adaptaba a los delicados cambios de su trayectoria mental mucho mejor que ella misma, según pudo juzgar Marlene. Y la figura se ajustaba a eso. Entonces, cuando ella intentaba enfocarla e identificarla, se transformaba suavemente en algo distinto. A veces, ella lograba captar algunos trazos: la curva de la mejilla de su madre, la nariz enérgica del tío Siever, rasgos de chicas y chicos que había conocido en el colegio…

Era la interacción de una sinfonía. No exactamente una conversación entre ellos sino más bien un ballet mental que ella no podía describir; algo infinitamente sedante, de variedad inacabable. Apariencia cambiante… voz cambiante… pensamiento cambiante.

Era una conversación de dimensiones tan varias que la posibilidad de retornar a una comunicación consistente solo en lenguaje la dejaba exhausta, desanimada. Su don de sentir mediante el lenguaje del cuerpo hacía florecer algo que ella no había imaginado nunca. Los pensamientos podían ser objeto de un intercambio mucho más rápido y profundo que mediante la crudeza burda del lenguaje.

Erythro se lo explicaba, más bien la llenaba, mediante el sobresalto de los encuentros con otras mentes. ¡Mentes! Plural. Una más podría haber sido captada sin dificultad. Otro mundo. Otra mente. Pero el encuentro con muchas mentes, atropellándose unas a otras, cada una de ellas diferente, superponiéndose en un espacio reducido… Inconcebible.

Los pensamientos que penetraban la mente de Marlene cuando Erythro se manifestaba, podían ser expresados con palabras solo de una forma distante y nada satisfactoria. Detrás de esas palabras, desbordándolas y asfixiándolas, estaban las emociones, los sentimientos, las vibraciones neurónicas que estremecían a Erythro y le hacían reorganizar los conceptos.

Él había experimentado con las mentes… Las sentía. No como un ser humano interpretaría lo que era «sentir», sino como algo totalmente distinto que podía ser abordado desde gran distancia mediante la palabra y el concepto humanos. Si algunas de las mentes ajadas, decadentes, se tornaban desagradables, entonces Erythro cesaba de explorar al azar las mentes y buscaba otras que ofrecieran resistencia al contacto.

—¿Y me encontraste a mí? —preguntó Marlene.

—Te encontré.

—¿Por qué? ¿Por qué me buscaste? —inquirió ansiosa.

La figura osciló y se tornó más difusa.

—Solo para encontrarte.

Eso no era una respuesta.

—¿Por qué quieres que esté contigo?

La figura empezó a extinguirse y el pensamiento fue fugaz.

—Solo para estar conmigo.

Y después desapareció.

Solo desapareció su imagen. Marlene sintió todavía su protección, su envoltura cálida. ¿Por qué había desaparecido? ¿La habría disgustado con sus preguntas?

Entonces oyó un sonido.

En un mundo vacío es posible catalogar al instante los sonidos, pues no son muchos. Hay el sonido del agua corriente y el gemido, más delicado, de la brisa. Están los ruidos previsibles que uno mismo hace, ya sea una pisada, el roce de la ropa o el leve silbido del aliento.

Marlene oyó algo que no era nada de eso, y se volvió en aquella dirección. Por encima de las peñas, a su izquierda, apareció la cabeza de un hombre.

Su primer pensamiento fue, por supuesto, que alguien había venido de la Cúpula para recogerla, lo que provocó un arrebato de cólera. ¿Por qué se empeñarían en seguir buscándola? En adelante, se negaría a llevar un emisor de ondas, y entonces ellos no podrían localizarla a menos que emprendieran la búsqueda a ciegas.

Pero no reconoció el rostro y estuvo segura de que, a esas alturas, conocía ya a todos los ocupantes de la Cúpula. Tal vez no los distinguiera por sus nombres o sus particularidades personales, pero sus rostros le resultaban familiares.

Ella no había visto nunca aquella cara en la Cúpula.

Los ojos la miraban con fijeza. La boca estaba un poco entreabierta, como si la persona jadeara. Y entonces, quienquiera que fuese, descendió de la altura y corrió hacia ella.

Marlene se quedó mirándole. La protección que sentía en torno suyo era sólida. No tuvo miedo alguno.

El hombre se detuvo a una distancia de tres metros, sin dejar de mirarla, inclinándose hacia delante como si hubiera alcanzado una barrera que no pudiera atravesar, que le impidiera seguir adelante.

Por fin exclamó con voz ahogada:

—¡Roseanne!

88

Marlene lo miró asombrada, estudiándolo a conciencia. Sus movimientos fueron ansiosos y dejaron entrever un sentido de propiedad: posesión, intimidad, mía, mía, mía…

Ella dio un paso atrás. ¿Cómo era posible semejante cosa? ¿Por qué habría de…?

El recuerdo oscuro de una holoimagen que había visto cierta vez cuando era muy pequeña…

Y por fin no pudo negarlo por más tiempo. Aunque pareciera imposible, inimaginable…

Ella se arrebujó en la manta protectora e invisible y murmuró:

—¿Padre?

El hombre corrió a su encuentro como si quisiera estrecharla entre sus brazos, y ella retrocedió de nuevo. Él hizo alto, se tambaleó y se llevó la mano a la frente como si luchara contra el vértigo.

—Marlene —rectificó—. Quiero decir Marlene.

Marlene observó que lo pronunciaba mal. Dos sílabas. Pero eso era propio de él. ¿Cómo podía saberlo?

Un segundo hombre apareció y se detuvo junto a él. Tenía pelo negro y lacio, ojos oblicuos, piel cetrina. Marlene no había visto nunca un hombre de semejante apariencia. Le miró boquiabierto y tuvo que hacer un esfuerzo para cerrar la boca.

El segundo hombre dijo al primero con un tono suave de incredulidad:

—¿Así que esta es tu hija, Fisher?

Marlene abrió ojos como platos. ¡Fisher! ¡Aquel era su padre!

Crile no miró al otro hombre. Solo a ella.

—Sí.

El otro dijo con creciente blandura:

—A la primera en el clavo, ¿eh Fisher? Vienes aquí y la primera persona con quien te encuentras es tu hija.

Fisher pareció hacer un esfuerzo para apartar su mirada de la muchacha; pero no lo consiguió.

—Creo que es así, Wu. Escucha, Marlene, tu apellido es Fisher ¿verdad? Tu madre es Eugenia Insigna. ¿Me equivoco? Yo me llamo Crile Fisher y soy tu padre.

Y avanzó con los brazos abiertos.

Marlene tuvo la certeza de que la mirada anhelante en el rostro de su padre era sincera; pero retrocedió otra vez y preguntó con frialdad:

—¿Cómo es que estás aquí?

—Vine de la Tierra para buscarte. ¡Para buscarte! Después de tantos años…

—¿Por qué querías buscarme? Me abandonaste cuando yo era un bebé.

—Hube de hacerlo, pero tuve siempre el propósito de volver por ti.

De pronto otra voz áspera, acerada les interrumpió diciendo:

—¿Así que volviste por Marlene? Y por nada más.

Apareció Eugenia Insigna, erguida, pálida, los labios casi lívidos, las manos trémulas. Detrás de ella, Siever Genarr, como atónito pero manteniéndose en segundo plano. Ninguno de los dos llevaba traje protector.

Insigna dijo atolondrada, casi histérica:

—Pensé que sería gente de algún Establecimiento, gente del Sistema Solar. Pensé que podrían ser formas de vida alienígena. Barajé todas las posibilidades imaginables. Me asaltaron innumerables pensamientos al enterarme de que se había posado una nave extraña. No se me ocurrió, sin embargo, que Crile Fisher volviera. ¡Y para buscar a Marlene!

—Vine con otros en una misión importante. Este es Chao Li Wu, un compañero de viaje. Y… y…

—Y nos hemos encontrado. ¿Se te ocurrió por ventura que pudieras encontrarme? ¿O tus pensamientos fueron solo para Marlene? ¿Cuál es esa misión tuya tan importante? ¿Buscar a Marlene?

—No. Eso no era la misión. Solo mi deseo.

—¿Y yo?

Fisher dejó caer los párpados.

—Vine por Marlene.

—¿Viniste por ella? ¿Para llevártela?

—Pensé qué…

Fisher no pudo seguir.

Wu le observó extrañado. Genarr caviló ceñudo y colérico. Insigna se volvió de repente hacia su hija.

—Marlene, ¿estarías dispuesta a irte con este hombre?

—No iré a ninguna parte con nadie —contestó la joven sin alterarse.

—Ahí tienes la respuesta, Crile —dijo Insigna—. No tienes derecho a abandonarme con mi niña de un año y regresar al cabo de tres lustros para decir, «por cierto, ahora me la llevaré». Sin pensar ni una vez en mí. Ella es hija tuya biológicamente pero nada más. Ella es mía por el derecho que me dan quince años de cariño y cuidados.

—No tiene sentido disputar sobre mí, madre —interrumpió Marlene.

Chao Li Wu se adelantó un paso.

—Discúlpenme. He sido presentado pero no me han presentado a nadie. ¿Quién es usted, señora?

—Eugenia Insigna Fisher —Eugenia señaló a Crile—. Fui su esposa… antaño.

—¿Y esta es su hija, señora?

—Sí. Marlene Fisher.

Wu hizo una leve inclinación.

—¿Y quién es este caballero?

Genarr respondió:

—Soy Siever Genarr, comandante de la Cúpula que ve usted detrás de mí en el horizonte.

—¡Ah! Excelente, comandante, me gustaría hablar con usted. Siento que esto parezca una discusión familiar, pero no tiene nada que ver con nuestra misión.

—¿Y cuál es su misión? —gruñó otra voz nueva.

Avanzando hacia ellos apareció una figura de pelo blanco, boca crispada y empuñando algo que tenía mucha similitud con un arma.

—Hola, Siever —dijo pasando de largo ante Genarr.

Genarr pareció sorprendido.

—¡Saltade! ¿Qué haces aquí?

—Represento al comisario Janus Pitt de Rotor. Y ahora le repito mi pregunta, señor. ¿Cuál es su misión? ¿Y cuál es su nombre?

—Al menos dar mi nombre es cosa fácil —contestó Wu—. Doctor Chao Li Wu. ¿Y el suyo, señor?

—Saltade Leverett.

—Le saludo. Venimos en son de paz —dijo Wu echando una ojeada al arma.

—Así lo espero —se puso torvo Leverett—. Traigo conmigo cinco naves, y todas ellas tienen a la suya en sus puntos de mira.

—¡Caramba! —exclamó Wu—. ¿Toda una flota para esa pequeña cúpula?

—Esa pequeña cúpula es solo una diminuta avanzadilla —explicó Leverett—. Yo tengo la flota. No espere conseguir nada con un farol.

—Creo en su palabra —convino Wu—. Pero nuestra pequeña nave proviene de la Tierra. Llegó aquí porque tiene la capacidad suficiente para el vuelo superlumínico. ¿Sabe lo que quiero decir? Viajar más aprisa que la luz.

—Sé lo que significa esa palabra.

Genarr preguntó de improviso:

—¿Dice la verdad el doctor Wu, Marlene?

—Sí, tío Siever —respondió la chica.

—Interesante —murmuró Genarr.

Wu continuó muy tranquilo.

—Me encanta que esta joven dama confirme mis palabras. ¿Debo suponer que ella es una experta de Rotor en vuelo superlumínico?

—Usted no necesita suponer nada —dijo impaciente Leverett—. ¿Por qué está usted aquí? No se le ha invitado.

—No, no se nos ha invitado. No esperábamos encontrar a nadie que vetara nuestra presencia. Pero le ruego encarecidamente que no se deje dominar por el mal genio. Cualquier movimiento falso por su parte hará que nuestra nave desaparezca en el hiperespacio.

Marlene se apresuró a decir:

—Él no está seguro de eso.

Wu frunció el ceño.

—Estoy lo bastante seguro. E incluso, aunque usted consiga destruir la nave, nuestra base en la Tierra sabrá dónde estamos porque estará recibiendo informes continuos. Si nos sucediera algo, la próxima expedición estará compuesta por cincuenta cruceros de batalla superlumínicos. No se arriesgue a eso, señor.

—No es así —le contradijo Marlene.

—¿El qué no es así, Marlene? —inquirió Genarr.

—Cuando él ha manifestado que su base en la Tierra sabía dónde se hallaba, no era así, y él lo sabía.

—Eso es suficiente para mí —dijo Genarr—. Escucha, Saltade, esta gente no tiene hipercomunicación.

La expresión de Wu no cambió.

—¿Confían ustedes en las conjeturas de una adolescente?

—No es conjetura sino certidumbre. Te lo explicaré más tarde, Saltade. Debes creer en mi palabra.

—Pregunta a mi padre —propuso de súbito Marlene—. Él se lo explicará.

La muchacha no sabía a ciencia cierta cómo podría estar enterado su padre de ese don suyo… porque, a buen seguro, ella no lo había tenido, o por lo menos no lo había revelado, cuando tenía un año; pero el conocimiento de él estaba claro. Era como si se lo dijera a voces, aunque los demás no pudieran oírlo.

—Es inútil, Wu —le aconsejó Fisher—. Marlene puede ver a través de nosotros.

Por primera vez, la impasibilidad de Wu pareció flaquear. El hombre frunció el ceño y preguntó con acidez:

—¿Cómo puedes saber nada acerca de esta chica aunque sea tu hija? No la has visto desde que era un bebé.

—Yo tenía una hermana menor… —murmuró Fisher.

Genarr dijo con súbita clarividencia:

—Entonces viene de familia. Interesante. Bien, doctor Wu, como puede ver usted, tenemos aquí una herramienta que no tolera los faroles. Así pues, seamos francos el uno con el otro. ¿Por qué han venido ustedes a este mundo?

—Para salvar al Sistema Solar. Puesto que esta jovencita parece poseer la máxima autoridad, pregúntele si estoy diciendo la verdad esta vez.

—Desde luego —respondió Marlene—, está diciendo la verdad, doctor Wu. Conocemos ese peligro. Mi madre lo descubrió.

Wu replicó:

—Y también lo hemos descubierto nosotros, señorita, sin ayuda de su madre.

Saltade Leverett miró a los presentes de uno en uno y dijo:

—¿Puedo preguntar de qué están hablando ustedes?

—Escúchame, Saltade —contestó Genarr—, Janus Pitt sabe todo al respecto. Lamento que no te lo haya contado; pero si comunicas ahora con él, lo hará. Dile que estamos negociando con una gente que sabe cómo viajar más aprisa que la luz; dile también que podríamos llegar a cerrar un trato.

89

Los cuatro se acomodaron en el alojamiento particular que tenía en la Cúpula Siever Genarr, quien intentó conservar su sentido de la historia sin que le abrumara. Era el primer caso de una negociación interestelar. Si ninguno de los cuatro fuera famoso por otra cosa, sus nombres sonarían en los pasillos de la historia galáctica por esta razón única.

Dos frente a dos.

Por el lado del Sistema Solar, la Tierra (a decir verdad, nadie hubiera dicho que la decadente Tierra estaría representando al Sistema Solar por haber descubierto el vuelo superlumínico en vez de uno de los avanzados y dinámicos Establecimientos) personificada por Chao Li Wu y Crile Fisher.

Wu se mostró locuaz y sugerente. Era un matemático que poseía, sin duda alguna, agudeza pragmática. Por su parte, Fisher (y Genarr no pudo acostumbrarse a la idea de que lo estaba viendo otra vez) se sentó muy callado, perdido en cavilaciones y aportando muy poco.

Saltade Leverett, receloso e inquieto al verse en tan estrecho contacto con aquellos tres, se mantenía no obstante firme. Y, aunque carecía de la locuacidad de Wu, no tuvo la menor dificultad para manifestarse con claridad.

Respecto a Genarr, estuvo tan callado como Fisher, pero esperando que los demás solucionaran el asunto… Porque él sabía algo que los otros tres desconocían.

A todo esto había anochecido y las horas transcurrían. Primero se había servido el almuerzo, más tarde la cena. Había habido descansos para aliviar la tensión y, durante uno de ellos, Genarr salió para hablar con Eugenia Insigna y Marlene.

—No marcha mal —informó—. Ambos campos tienen mucho que ganar.

—¿Qué me dices de Crile? —preguntó nerviosa Eugenia—. ¿Ha puesto sobre el tapete la cuestión de Marlene?

—Francamente, Eugenia, ese no es tema de discusión y él no lo ha suscitado. Creo que es un asunto que le hace sufrir mucho.

—Como debe ser —dijo con amargura Eugenia.

Genarr titubeó.

—¿Qué opinas tú, Marlene?

La chica lo miró con ojos oscuros e insondables.

—Yo estoy ya de vuelta, tío Siever.

—Eres un poco insensible —murmuró Genarr.

Pero Insigna le gritó:

—¿Por qué no habría de serlo? La abandonó en la infancia.

—No soy insensible —dijo pensativa Marlene—. Si puedo arreglarlo para darle alguna tranquilidad de espíritu, lo haré. Pero no le pertenezco, ¿comprende? Ni a ti tampoco, madre. Lo siento, pero yo pertenezco a Erythro. Ya me dirás lo que se decide, ¿verdad tío Siever?

—Te lo prometo.

—Es importante.

—Lo sé.

—Yo debería estar ahí para representar a Erythro.

—Me imagino que Erythro está ahí, pero tú formarás parte de él antes de que esto termine. Aunque yo no pueda asegurártelo, Marlene, te lo garantizo; creo que Erythro se ocupará de eso.

Tras estas palabras regresó a su puesto para reanudar el debate.

Ahora Chao Li Wu se respaldó en el asiento, sus astutas facciones no mostraron señales de cansancio.

—Permítanme recapitular —pidió—. Sin vuelo superlumínico, esta Estrella Vecina, o si quieren la llamaré Némesis como hacen ustedes, es la estrella más próxima al Sistema Solar, de modo que cualquier nave haciendo el recorrido hacia las estrellas está obligada a detenerse primero aquí. Ahora bien, una vez toda la Humanidad tenga el vuelo superlumínico, la distancia no será ya un factor esencial y los seres humanos no buscarán la estrella más próxima sino la más cómoda. Se iniciará la búsqueda de estrellas similares al Sol que tengan a su alrededor, por lo menos, un planeta semejante a la Tierra. Némesis quedará al margen.

»Hasta ahora, Rotor parece haber rendido culto al secreto para mantener apartados a otros y reservarse este sistema estelar; pero ya no tendrá necesidad de seguir haciéndolo. No solo los otros Establecimientos desdeñarán este sistema sino que tal vez el propio Rotor no lo necesite. Puede buscar por su cuenta, si lo desea, estrellas similares al Sol. En los brazos espirales de la Galaxia hay billones de estrellas semejantes.

»Para que Rotor tenga el vuelo superlumínico, se les podría ocurrir a ustedes apuntarme con un arma y exigirme que les dijera todo cuanto sé. Soy un matemático teórico, y mi información es limitada. Incluso aunque ustedes capturaran nuestra nave, averiguarían muy poco de ella. Lo que deben hacer ustedes es enviar una delegación de científicos e ingenieros a la Tierra, donde se les instruirá adecuadamente.

»A cambio, nosotros les pedimos este mundo que llaman Erythro. Según tengo entendido, ustedes no lo ocupan, salvo la presencia de esta cúpula cuya finalidad es la investigación astronómica entre otras materias. Ustedes están viviendo en Establecimientos.

»Mientras los Establecimientos del Sistema Solar pueden deambular en busca de planetas similares al Sol, la gente de la Tierra no puede hacerlo. Somos ocho billones de personas a las que se deberá evacuar dentro de unos cuantos millares de años. A medida que Némesis se aproxime al Sistema Solar, Erythro será cada vez más útil como estación de paso para colocar a la población terrestre hasta el momento en que encontremos mundos similares a la Tierra para transferirlo allí.

»Nosotros regresamos a la Tierra con un rotoriano de su elección como prueba de que hemos estado aquí. Se construirán más naves y estas vendrán a visitarles… Pueden estar seguros de que lo harán porque necesitamos a Erythro. Entonces llevaremos a sus científicos para que aprendan la técnica del vuelo superlumínico, una técnica que transmitiremos también a los demás Establecimientos. ¿Resume esto de forma adecuada lo que hemos decidido?

—Las cosas no son tan fáciles —objetó Leverett—. Erythro deberá cobrar carácter terrestre si ha de acoger un número respetable de personas de la Tierra.

—Sí, he omitido adrede los detalles —dijo Wu—. Estos habrán de ser también negociados, pero no por nosotros.

—Cierto. El comisario Pitt y el Consejo habrán de decidir por parte de Rotor.

—Y el Congreso Global por parte de la Tierra, pero con tantas cosas en juego no es previsible el fracaso.

—No obstante, hacen falta garantías. ¿Hasta dónde podemos confiar en la Tierra?

—Más o menos hasta donde la Tierra puede confiar en Rotor, me imagino. La puntualización de las garantías puede requerir un año. O cinco. O diez. En cualquier caso, la construcción de naves suficientes con las cuales comenzar, requerirá años; pero nosotros tenemos un programa que durará varios miles de años, y que terminará con el imperioso abandono de la Tierra y dará comienzo a la colonización de la Galaxia.

—Suponiendo que no haya que tener presentes a otras inteligencias competidoras —gruñó Leverett.

—Una hipótesis que podemos aceptar hasta que nos veamos forzados a abandonarla. Eso es para el futuro. Ahora ¿consultarán ustedes con su comisario? ¿Elegirán ustedes su rotoriano para que nos acompañe y nos permitirán partir lo antes posible hacia la Tierra?

Fisher se inclinó hacia delante.

—¿Puedo sugerir que mi hija Marlene sea la…?

Pero Genarr no le dejó terminar la frase.

—Lo siento, Crile. He consultado con ella. Marlene no quiere abandonar este mundo.

—Si su madre va con ella, quizá…

—No, Crile. Su madre no tiene nada que ver con ello. Aunque tú quisieras llevarte a Eugenia y esta decidiera ir contigo, Marlene seguiría en Erythro. Y si tú decidieras quedarte aquí, tampoco te serviría de nada. Marlene está perdida para ti, y también para su madre.

Fisher dijo encolerizado.

—Es solo una niña. Ella no puede tomar decisiones.

—Por desgracia para ti, y para Eugenia, y para todos los presentes, y quizá para toda la Humanidad, ella puede tomar esa decisión. De hecho, le he prometido que, cuando terminemos aquí, como creo que ya lo hemos hecho, le daremos cuenta de nuestras decisiones.

—No lo estimo necesario —objetó Wu.

—Vamos, Siever —terció Leverett—, nosotros no tenemos que pedir permiso a una niña.

—Escúchenme, por favor —pidió Genarr—. Es necesario, y nosotros debemos seguirle la corriente. Permítanme hacer un experimento. Sugiero que Marlene comparezca aquí de modo que podamos notificarle lo que hemos decidido. Si alguno de ustedes no lo cree aconsejable, que se ausente. Que se levante y se marche.

—Pienso que has perdido el sentido, Siever —protestó Leverett—. No me propongo sentarme a jugar con una adolescente. Hablaré con Pitt. ¿Dónde tienes el transmisor?

Diciendo esto se levantó, y casi al instante se tambaleó y se desplomó.

—¡Mr. Leverett…! —exclamó alarmado Wu.

Leverett rodó sobre sí mismo y alzó un brazo.

—Que alguien me ayude.

Genarr le prestó asistencia y le hizo sentarse otra vez en la butaca.

—¿Qué te ha sucedido? —preguntó.

—No estoy seguro —dijo Leverett—. Durante unos instantes, tuve un dolor de cabeza cegador.

—Tanto que no fuiste capaz de abandonar la habitación. —Genarr se volvió hacia Wu—. Puesto que usted no estima necesario ver a Marlene, ¿le importaría salir de la estancia?

Con mucho tiento y sin perder de vista a Genarr, Wu se levantó de su butaca, dio un respingo y volvió a sentarse.

—Quizá sea mejor ver a la jovencita —dijo en tono cortés.

—Debemos hacerlo —dijo Genarr—. Lo que esa jovencita desea es ley, por lo menos en este mundo.

90

—¡No! —dijo Marlene con tal apasionamiento que casi fue un alarido—. No podéis hacerlo.

—¿El qué no podemos hacer? —inquirió Leverett, y sus cejas blancas casi se unieron en el entrecejo.

—Utilizar a Erythro como estación de paso… ni ninguna otra cosa.

Leverett la miró furioso y recogió los labios como para hablar, pero Wu intervino.

—¿Por qué no, joven? Es un mundo vacío, no utilizado.

—No está vacío. Ni tampoco sin utilizar. Díselo, tío Siever.

Genarr explicó:

—Lo que Marlene quiere decir es que Erythro está ocupado por innumerables células prokaryotes facultadas para la fotosíntesis. Por esa razón hay oxígeno en la atmósfera de Erythro.

—Muy bien —aceptó Wu—. ¿Y eso qué importa?

Genarr se aclaró la garganta.

—Por sí sola, cada una de esas células es tan primitiva como pueda serlo la vida por encima del virus; pero al parecer, no se las puede tratar de forma individual. En conjunto, constituyen un organismo de enorme complejidad. Abarca todo el mundo.

—¿Un organismo? —preguntó Wu optando por la cortesía.

—Un organismo único, y Marlene le ha dado el nombre del planeta puesto que la compenetración es muy íntima.

—¿Habla usted en serio? —se asombró Wu—. ¿Cómo sabe usted todo eso acerca del organismo?

—Principalmente a través de Marlene.

—¿A través de la jovencita que… tal vez sea algo histérica?

Genarr le reconvino alzando un dedo.

—No diga nada contra ella. No estoy seguro de que Erythro… el organismo… tenga sentido del humor. Lo sabemos sobre todo a través de Marlene… aunque no por completo. Cuando Saltade Leverett se levantó para marcharse, se desplomó. Cuando usted se levantó a medias, tal vez para hacer lo mismo, se sintió claramente indispuesto. Esas son las reacciones de Erythro. Él protege a Marlene actuando de forma directa sobre las mentes. Durante los primeros días de nuestra existencia en este mundo, él causó, por inadvertencia, una pequeña epidemia de dolencia mental que nosotros dimos en llamar la plaga Erythro. Y temo que, si lo desea, puede causar un daño mental irreversible, y que incluso puede matar. No intente hacer esa prueba, por favor.

—¿Quieres decir que no es Marlene quien…? —se interesó Fisher.

—No, Crile. Marlene tiene ciertas facultades, pero no llegan al extremo de hacer daño. El peligro es Erythro.

—¿Cómo evitaremos ese peligro? —inquirió Crile.

—Para empezar, escuchando cortésmente a Marlene. Después, permitiendo que sea yo quien hable con ella. Al menos Erythro me conoce. Y créeme cuando hablo de querer salvar a la Tierra. No deseo lo más mínimo acarrear la muerte a billones de personas. —Se volvió hacia Marlene—. Tú comprendes, Marlene, que la Tierra está en peligro ¿verdad? Tu madre te demostró que la aproximación de Némesis podría destruirla.

—Lo sé, tío Siever —dijo angustiada Marlene—, pero Erythro se pertenece a sí mismo.

—Quizá quiera compartir esa posesión, Marlene. Por lo pronto permite que la Cúpula permanezca aquí, en el planeta. No parece que le perturbemos mucho.

—Pero en la Cúpula hay menos de mil personas y todas se mantienen aquí dentro. A Erythro no le importa la Cúpula porque así puede estudiar las mentes humanas.

—Podría estudiarlas mucho mejor cuando los terrícolas viniesen aquí.

—¿Ocho billones nada menos?

—No, no todos los ocho billones. Ellos vendrán aquí para establecerse temporalmente y luego seguirán camino hacia otra parte. Aquí solo habrá una fracción de la población. Y por un tiempo determinado.

—Serán millones. Estoy segura de que lo serán. No podrán quedarse apretujados en una cúpula y ser abastecidos allí con alimentos, agua y cuanto necesiten. Será preciso distribuirlos por todo Erythro, al que habría que dar características terrestres. Erythro no podrá sobrevivir.

—¿Estás segura de eso?

—Yo no lo haría. ¿Y tú?

—Significaría la muerte de billones de seres.

—Yo no puedo evitarlo. —Marlene apretó los labios y luego dijo—: Hay un procedimiento diferente.

Leverett inquirió con voz enronquecida:

—¿De qué está hablando la chica? ¿Cuál es el procedimiento diferente?

Marlene lanzó una mirada fugaz en dirección a Leverett y después se volvió hacia Genarr:

—No lo sé. Erythro sí lo sabe. Al menos… al menos dice que el conocimiento está aquí, pero no puede explicarlo.

Genarr alzó los brazos para detener lo que podría haber sido un alud de preguntas.

—Dejadme hablar.

Luego dijo con mucha clama:

—Tranquilízate, Marlene. Es inútil que te preocupes por Erythro. Sabes que él puede protegerse a sí mismo contra cualquier cosa. Aclárame lo que quisiste decir con eso de que Erythro no puede explicarlo.

Marlene abrió la boca intentando recuperar el aliento.

—Erythro sabe que el conocimiento está aquí, pero él no tiene experiencia humana, ni ciencia humana ni razonamientos humanos. Él no entiende nada.

—Entonces, el conocimiento se halla en las mentes presentes aquí, ¿verdad?

—Sí, tío Siever.

—¿No puede él sondear las mentes?

—Les haría daño. Yo puedo sondear mi mente sin dañarla.

—Así lo espero —dijo Genarr—. Pero… ¿tienes el conocimiento?

—No, claro que no. Sin embargo, él puede emplear mi mente como una sonda entre los demás presentes. La tuya. La de mi padre. Todas.

—¿Es seguro eso?

—Erythro cree que lo es, pero… ¡oh!, tío Siever, tengo miedo.

—Esto es una locura sin la menor duda —musitó Wu.

Genarr se llevó un dedo a los labios.

Fisher se puso en pie.

—Marlene, no debes…

Genarr le hizo callar con un ademán furioso.

—No puedes hacer nada, Crile. Aquí hay riesgo para billones de seres humanos… lo estamos diciendo una vez y otra… y debemos dejar que el organismo haga lo que pueda. Marlene.

A la chica se le pusieron los ojos en blanco y pareció caer en trance.

—Sujétame, tío Siever —susurró.

Luego, se acercó tambaleante a Genarr, quien la aferró con fuerza.

—Marlene… cálmate… todo saldrá bien.

Se sentó despacio en la butaca sujetando todavía el joven cuerpo rígido.

91

Fue como una silenciosa explosión de luz que anuló al mundo. Nada existió más allá de ella.

Genarr no tuvo conciencia siquiera de ser Genarr. Tampoco existió el yo. Solo hubo una bruma luminosa de gran complejidad que, a modo de interconexión, se fue extendiendo y disgregándose en fibras que adoptaron la misma complejidad a medida que se separaban.

Un torbellino y un repliegue, y luego una expansión al aproximarse otra vez. Más y más, de forma hipnótica, como algo que hubiese existido siempre y siempre existiría, sin fin.

Una caída inacabable en una abertura que se ensanchó cuando eso se aproximó sin hacerse más ancho. Cambio continuo sin alteración. Pequeños abultamientos desplegándose hasta alcanzar nueva complejidad.

Y así sin cesar. Ningún sonido. Ninguna sensación. Ni siquiera visión. Conciencia de algo que tenía las propiedades de la luz sin ser luz. Fue la mente adquiriendo percepción de sí misma.

Y luego, de un modo doloroso… si hubiese habido en el universo una cosa llamada dolor… y con un sollozo… si hubiese existido tal sonido en el universo… todo se atenuó y giró en espiral, cada vez más aprisa, hasta formar un punto de luz que centelleó y se esfumó.

92

El universo fue importuno al recobrar su existencia.

Wu se estiró y dijo:

—¿Ha experimentado esto alguien más?

Fisher asintió.

—Bueno, yo soy creyente —declaró Leverett—. Si esto es locura, todos nosotros estamos locos.

Genarr sujetaba todavía a Marlene. Se inclinó sobre ella con gesto de dolor. La respiración de la muchacha era entrecortada.

—Marlene. Marlene.

Fisher hizo un esfuerzo para ponerse de pie.

—¿Se encuentra bien ella?

—No puedo asegurarlo —masculló Genarr—. Está viva pero eso no basta.

Los ojos de la joven se abrieron para clavar la mirada en Genarr. Pero estaban vacíos, ausentes.

—Marlene —bisbiseó desesperado Genarr.

—Tío Siever —musitó a su vez ella.

Genarr recobró el aliento. ¡Al menos le había reconocido!

—No te muevas —le pidió él—. Espera a que todo termine.

—Ya ha terminado. ¡Qué contenta estoy de que haya terminado!

—¿Te encuentras bien?

Ella guardó silencio un momento y luego dijo:

—Sí, me encuentro muy bien. Erythro dice que estoy muy bien.

—¿Encontraste ese conocimiento oculto que se supone poseemos nosotros? —preguntó Wu.

—Sí, doctor Wu, lo encontré —Marlene se pasó la mano por la frente sudorosa—. Verdaderamente era usted quien lo tenía.

—¿Yo? —exclamó vehemente Wu—. ¿Cuál es?

—Yo no lo entiendo —dijo Marlene—. Tal vez lo comprenda usted si se lo describo.

—¿Describir el qué?

—Algo que es gravedad repeliendo las cosas en lugar de atraerlas.

—¡Sí, repulsión gravitatoria! —exclamó Wu—. Es parte del vuelo superlumínico —hizo una inspiración profunda y enderezó el cuerpo—. Yo mismo realicé ese descubrimiento.

—Bueno —dijo Marlene—; entonces, si se pasa cerca de Némesis en vuelo superlumínico habrá una repulsión gravitatoria. Cuanto más aprisa se mueva uno, tanto mayor será la repulsión.

—Eso es. La nave resultará repelida.

—¿No sería repelida Némesis en la dirección contraria?

—Sí, en relación inversa a la masa, pero el movimiento de Némesis sería inconmensurablemente pequeño.

—¿Y qué pasaría si se repitiese una vez y otra durante centenares de años?

—El movimiento de Némesis seguiría siendo muy pequeño.

—Sin embargo, su trayectoria sufriría un leve cambio y, al cabo de muchos años luz, la distancia aumentaría y Némesis pasaría lo bastante lejos de la Tierra para que esta no resultara dañada.

—Bueno… —murmuró Wu.

—¿Se podría concebir algo de esa especie? —preguntó Leverett.

—Podríamos probar. Un asteroide circulando a velocidades ordinarias, penetrando el hiperespacio durante una trillonésima de segundo para salir de él a velocidad ordinaria y recorrer un millón y medio de kilómetros… Los asteroides alrededor de Némesis moviéndose siempre dentro del hiperespacio por el mismo lado…

Durante unos momentos se perdió en cavilaciones. Luego, añadió con actitud defensiva:

—Si hubiera tenido algún tiempo para pensar, eso se me habría ocurrido.

—Puede usted apuntarse todavía ese mérito —dijo Genarr—. Después de todo, Marlene se lo extrajo de la mente.

Luego miró a los otros tres.

—Bien, caballeros, a menos que haya un terrible error, olvidemos lo de utilizar Erythro como estación de paso. Además de que él no lo permitiría, no hay motivo para preocuparse por la evacuación de la Tierra… si aprendemos a hacer uso pleno y adecuado de la repulsión gravitatoria. Creo que la situación ha mejorado mucho desde que hicimos intervenir a Marlene.

—Tío Siever —murmuró Marlene.

—Dime, querida.

—¡Tengo mucho sueño!

93

Tessa Wendel miró con expresión seria a Crile Fisher.

—No ceso de decirme, «está de vuelta». Por alguna razón inexplicable pensé que, cuando hubieses encontrado a los rotorianos, ya no volverías.

—Marlene fue la primera persona… ¡la primera persona que encontré!

Él miró al vacío, y la Wendel no lo molestó. Crile necesitaría meditar. Ambos tenían mucho que pensar en otros sentidos.

Se llevaban consigo a una rotoriana: Ranay D’Aubisson, una neurofísica. Veinte años antes, ella había trabajado en un hospital de la Tierra. Sin duda habría quienes la recordasen y reconociesen. También habría registros que servirían para identificarla. La mujer sería una prueba viviente de lo que ellos habían hecho.

Por otra parte, Wu era una persona distinta. Estaba lleno de planes para usar la repulsión gravitatoria y corregir así el movimiento de la Estrella Vecina.

(Ahora él la llamaba Némesis; pero si él pudiese formular un plan para moverla, aunque solo fuera un poco, ya no sería, ni mucho menos, la diosa de la venganza de la Tierra).

Además, Wu había ganado en modestia. No quería que se le atribuyera el mérito del descubrimiento. Lo cual le parecía increíble a la Wendel. Wu decía que el proyecto había sido elaborado en conferencia y no quería añadir nada más.

Por añadidura, el hombre proyectaba volver al Sistema Nemesiano… y no solo poner en marcha el proyecto. Quería estar allí.

—Aunque tenga que ir andando —dijo.

La Wendel se dio cuenta de que Fisher la estaba mirando con el ceño fruncido.

—¿Por qué no creíste que yo volvería, Tessa?

Ella decidió hablar claro.

—Tu esposa es más joven que yo, Crile, y se aferra a tu hija. Yo estaba segura de eso. Y, desesperada al ver cuánto querías tener a tu hija, pensé…

—Que me quedaría con Eugenia porque era la única salida, ¿no?

—Algo parecido.

Fisher negó con la cabeza.

—Eso no habría acabado así, de cualquier forma que fuese. Al principio creí que era Roseanne… mi hermana. Sobre todo los ojos; pero había también otros rasgos que la asemejaban a Roseanne. Sin embargo, ella era mucho más que Roseanne. No era humana, Tessa, no es un ser humano. Te lo explicaré más tarde. Yo…

Meneó la cabeza.

—No te preocupes Crile —lo calmó la Wendel—. Ya me lo explicarás cuando te plazca.

—No ha sido una pérdida total. La he visto. Está viva. Goza de buena salud. Me figuro, a fin de cuentas, que yo no quería nada más. Por alguna razón, después de mi experiencia, Marlene vino a ser eso… Marlene. Tessa, tú eres todo cuanto quiero para el resto de mi vida.

—¿Conformándote con lo menos malo, Crile?

—Conformándome con lo estupendo, Tessa. Pediré el divorcio. Nos casaremos. Dejaré Rotor y Némesis a Wu. Tú y yo permaneceremos en la Tierra o en el Establecimiento que prefieras. Los dos tendremos buenas pensiones y podremos abandonar la Galaxia y sus problemas a otros. Hemos hecho ya lo suficiente, Tessa. Es decir, si lo deseas también tú.

—Se me hace difícil la espera, Crile.

Una hora después, se hallaban el uno en brazos del otro.

94

—Me alegro mucho de no haberme encontrado allí —dijo Eugenia Insigna—. No ceso de pensar en ello. Pobre Marlene. ¡Qué asustada debe de haber estado!

—Sí, lo estaba. Pero lo consiguió, hizo posible la salvación de la Tierra. Ahora, ni siquiera Pitt puede hacer nada al respecto. En cierto modo, eso ha anulado el trabajo de toda su vida. No solo carece de sentido su proyecto para constituir en secreto una nueva civilización, sino que por añadidura, debe ayudar a supervisar el proyecto para la salvación de la Tierra. Rotor no se mantiene ya oculta Se puede alcanzar en cualquier momento, y cada sector de la Humanidad en la Tierra, y fuera de ella, se revolverá contra nosotros si no nos unimos a la raza humana. Eso no podría haber sucedido sin Marlene.

Pero Insigna no pensó en las grandes significaciones.

—Sin embargo, cuando ella se asustó de verdad —dijo—, recurrió a ti, no a Crile.

—Sí.

—Y fuiste tú quien la sujetó. No Crile, ¿verdad?

—Sí. Pero escucha, Eugenia, no hagas nada sublime de esto. Ella me conocía, y a Crile no.

—Te muestras inclinado a razonarlo, Siever. Es tu estilo. Pero celebro que ella recurriera a ti. Él no la merece.

—De acuerdo. Él no la merece. Y ahora… por favor, Eugenia, dejemos el asunto. Crile se marcha. No volverá nunca más. Ha visto a su hija. Ha presenciado su contribución a la salvación de la Tierra. No le guardo rencor, y tampoco deberías guardárselo tú. Así que, si no te importa, cambiemos de tema. ¿Sabes que Ranay D’Aubisson se marcha con ellos?

—Sí, todo el mundo habla de eso. No sé por qué, pero no la echaré de menos. Nunca me pareció muy afecta a Marlene.

—Tampoco lo fuiste tú a veces, Eugenia. Es una gran oportunidad para la Ranay. Tan pronto como se apercibió de que la llamada plaga Erythro no era un campo de estudio útil, su trabajo se vino abajo. Por el contrario, en la Tierra podrá introducir la exploración moderna del cerebro y hacer una gran carrera.

—Está bien. Me alegro por ella.

—Pero Wu regresará aquí. Un hombre genial. Su cerebro fue lo que proporcionó el hallazgo. Fíjate, estoy seguro de que cuando vuelva aquí para elaborar el Efecto de Repulsión, su verdadero deseo será permanecer en Erythro. El organismo Erythro le ha captado, al igual que a Marlene. Y lo más gracioso es que, según creo, ha captado también a Leverett.

—¿Qué sistema emplea a tu juicio, Siever?

—¿Quieres decir que por qué ha captado a Wu y no a Crile? ¿Por qué a Leverett y no a mí?

—Bueno, es fácil ver que Wu es un hombre mucho más lúcido que Crile. Sin embargo tú, Siever, eres mucho mejor que Leverett. No es que quiera perderte, ni mucho menos.

—Gracias. Supongo que el organismo Erythro posee un criterio muy peculiar. Incluso creo tener una idea vaga de lo que pudiera ser.

—¿De verdad?

—Sí. Cuando se sondeó mi mente, quiero decir a través de Marlene, el organismo Erythro penetró en mí. Me imagino que entonces atisbé sus pensamientos. No de forma consciente, por supuesto; pero cuando todo terminó, parecía saber cosas que no sabía antes. Marlene posee un raro talento que la faculta para comunicar con el organismo, y por tanto le posibilita a él el uso de su cerebro para sondear otros cerebros. Pero, según creo, eso es solo una ventaja práctica. Él la elige para algo mucho más desusado.

—¿Qué puede ser?

—Imagínate, Eugenia, que eres un trozo de cuerda. ¿Cómo te sentirías si te encontrases de forma inesperada con un trozo de encaje? Imagínate que eres un círculo. ¿Cómo te sentirías si te encontrases con la maqueta de una esfera? Erythro conoce solo un tipo de mente. La suya. Su mente es inmensa, pero muy burda. Es lo que es porque la forman trillones y trillones de unidades celulares unidas entre sí por lazos muy flojos. Entonces se encuentra con mentes humanas cuyas unidades celulares son comparativamente pocas; pero enlazadas por un número increíble de interconexiones… de complejidad no menos increíble. Encaje en lugar de cuerda. El organismo debe de haber quedado abrumado ante tanta belleza. Y habrá encontrado que la mente de Marlene es la más bella de todas. Esa fue la razón de que la captara. ¿No harías tú lo mismo… si se te brindase la oportunidad de adquirir un Rembrandt o un Van Gogh auténtico? Esa fue la razón de que la protegiera con tanto celo. ¿No habrías tú protegido una gran obra de arte? No obstante, él la hizo correr un riesgo por el bien de la Humanidad. Fue duro para Marlene, pero bastante noble por parte del organismo. Sea lo que sea, yo veo así el carácter del organismo Erythro. Lo conceptúo como un conocedor de arte, un coleccionista de mentes hermosas.

Insigna se rio.

—A ese tenor, Wu y Leverett tienen unas mentes muy hermosas.

—Probablemente, ambas le sirven a Erythro. Y continuará seleccionándolas cuando vengan los científicos de la Tierra. Mira, acabará teniendo una colección de seres humanos fuera de lo común. El grupo Erythro. Él puede ayudarles a encontrar nuevos hogares en el espacio y, al final, quizá la Galaxia tenga dos clases de mundos. Los de terrícolas y los mundos de pioneros, mucho más eficaces, los auténticos surcadores del espacio. Me pregunto cómo funcionará eso. Seguramente el futuro residirá en ellos. Cosa que lamento sin poder explicármelo.

—No pienses más en ello —le apremió Insigna—. Deja que la gente del futuro se las entienda con el futuro a medida que vaya llegando. Ahora mismo, tú y yo somos seres humanos juzgándose uno a otro con raseros humanos.

Genarr sonrió satisfecho, su agradable rostro hogareño se iluminó.

—Celebro eso, porque encuentro que tu mente es hermosa y quizá tú encuentres que la mía también lo es.

—¡Oh, Siever! Siempre fue así. Siempre.

La sonrisa de Genarr se heló un poco.

—Pero hay otros tipos de belleza, lo sé bien.

—Para mí ya no. Tú posees todos los tipos de belleza, Siever. Hemos perdido la mañana, tú y yo. Pero podemos aprovechar todavía la tarde.

—En tal caso, ¿qué más puedo desear, Eugenia? Doy por bien perdida la mañana… si podemos compartir la tarde.

Sus manos se tocaron.