II. NÉMESIS

4

La primera vez que él la hizo callar había tenido lugar dieciséis años antes, el 2220, aquel año emocionante en el que se abrieron para ellos las posibilidades de la Galaxia.

Por entonces, el pelo de Janus Pitt tenía un color castaño oscuro y él no era todavía comisario del Rotor, aunque todo el mundo lo veía ya como el hombre del futuro. En esa época, Pitt dirigía el Departamento de Exploración y Comercio. Por otra parte, la Sonda Lejana estaba bajo su responsabilidad y era, en gran medida, el resultado de sus acciones.

Significaba la primera tentativa para proyectar materia a través del espacio mediante un propulsor con hiperasistencia.

Que se supiera, solo el Rotor había desarrollado le hiperasistencia, y Pitt había sido el defensor más acérrimo del secreto.

Él mismo había dicho en una asamblea del Consejo:

—El Sistema Solar está abarrotado. Cada vez son más los Establecimientos espaciales para los que no resulta fácil encontrar un lugar. Incluso el cinturón de asteroides es solo una mejora pasajera. Muy pronto se hallará atestado hasta la incomodidad. Y, lo que es más, cada Establecimiento tiene su equilibrio ecológico propio, y a este respecto estamos divergiendo bastante. Se estrangula el comercio por temor de captar los vestigios de parásitos o elementos patógenos de algún otro. La única solución, compañeros concejales, es abandonar el Sistema Solar… sin fanfarria, sin anuncios. Marchémonos y busquemos un nuevo hogar donde podamos constituir un mundo nuevo con nuestra propia Humanidad, nuestra propia sociedad, nuestro propio modo de vida. No es posible hacerlo sin la hiperasistencia… Lo que poseemos. A su debido tiempo, otros Establecimientos aprenderán esa técnica e iniciarán también la marcha. El Sistema Solar será como un diente de león despepitado, y sus diversos componentes se disgregarán por el espacio. Pero si nosotros nos vamos primero, encontraremos un mundo, quizá, antes de que nos imiten otros. Podremos establecernos con solidez, de modo que cuando los demás nos sigan y quizá encuentren nuestro nuevo mundo, tengamos la fuerza suficiente para enviarlos a otra parte. La Galaxia es inconmensurable y debe de haber sin duda otros lugares.

Se hicieron objeciones, claro está, y algunas feroces. Hubo quienes arguyeron por temor… Les daba miedo abandonar lo familiar. También los hubo que se resistían por sentimiento… Un fuerte sentimiento hacia el planeta natal. Y no faltaron los que se resistían por idealismo… Por el deseo de divulgar esos conocimientos para que otros pudieran también marchar.

Pitt había tenido pocas esperanzas de hacer prevalecer su criterio. Y si lo consiguió fue porque Eugenia le había facilitado el argumento decisivo. El hecho de que la doctora Insigna acudiera primero a él, había sido un golpe increíble de la fortuna.

Por aquel entonces, ella era muy joven, solo veintiséis años, estaba casada, pero no embarazada. La mujer mostraba excitación, agitación, e iba cargada con hojas de computadora.

Pitt recordaba haber fruncido el ceño ante su intrusión. Él era secretario del Departamento y ella… Bueno, ella era un don nadie, si bien, tal como iban a evolucionar los acontecimientos, aquel sería el último instante en que ella fuese un don nadie.

Por lo pronto, él no lo entendió así, claro está, y se incomodó con la intolerable irrupción. Se acobardó ante la exaltación evidente de la joven. Temió que se propusiera hacerle pasar por las infinitas complejidades de lo que quiera que tuviese entre manos; y, además, con un entusiasmo que sin duda le dejaría exhausto.

No, ella debería dejar un sumario breve a alguno de sus ayudantes. Y decidió decírselo así.

—Veo, doctora Insigna, que trae unos cuantos datos con el propósito de hacérmelos revisar. Me agradará dedicarles un rato a su debido tiempo. ¿Por qué no se los deja a alguno de mis colaboradores?

Tras decir esto, le señaló la puerta y esperó con verdadera ansia que ella diera media vuelta y se moviese en esa dirección. (Años después, se preguntaba algunas veces qué habría sucedido si ella le hubiese hecho caso. Solo de pensarlo se le helaba la sangre).

Pero ella dijo:

—No, no, señor secretario; debo verle a usted y a nadie más —su voz temblaba como si no pudiera soportar la excitación—. Es el mayor descubrimiento que se ha hecho desde… desde… —renunció a terminar la frase—. ¡Es lo más grande!

Pitt miró dubitativo las hojas que ella sostenía. Las vio agitarse por el temblor pero no experimentó la misma agitación. Estos especialistas creían siempre que unos cuantos microavances en su microcampo trastornarían el sistema.

—Está bien, doctora —aceptó resignado—. ¿Podrá explicármelo con la mayor concisión posible?

—¿Estamos a salvo, señor?

—¿A salvo de qué?

—De que nos oigan. No quiero que nadie se entere hasta estar segura… por completo. Debo revisarlo una vez y otra hasta que no me quede la menor duda. Aunque, en realidad, no tengo duda alguna. Lo que digo parece no tener sentido, ¿verdad?

—No, no lo tiene —respondió con frialdad Pitt mientras colocaba la mano sobre un contacto—. Ya no puede escucharnos nadie. Ahora cuénteme.

—Está todo aquí. Se lo mostraré.

—No. Primero explíquemelo, con palabras. Y brevedad.

Ella hizo una inspiración profunda.

—Señor secretario, he descubierto la estrella más próxima a nosotros.

Sus pupilas se dilataron, su respiración se aceleró.

—La estrella más próxima es Alpha Centauri y eso se conoce desde hace siglos —respondió Pitt.

—Es la estrella más próxima que hemos conocido; pero no la más próxima que podemos conocer. Yo he descubierto una que está más cerca. El Sol tiene una compañera distante. ¿Es usted capaz de creérselo?

Pitt la estudió atento. Un caso típico. Quienes eran lo bastante jóvenes, lo bastante entusiastas y lo bastante inexpertos, explotaban siempre de forma prematura.

—¿Está segura?

—Lo estoy. De verdad. Permítame enseñarle los datos. Es lo más emocionante que ha acontecido en la Astronomía desde…

—Si es que ha acontecido. Y no me enseñe los datos. Los estudiaré más tarde. Primero cuénteme. Si hay una estrella mucho más cercana que la Alpha Centauri ¿por qué no ha sido descubierta hasta ahora? ¿Por qué se la eligió a usted para hacerlo, doctora Insigna?

Pitt comprendió que estaba abusando del sarcasmo, pero ella no pareció prestar atención a su tono porque estaba demasiado excitada.

—Hay una razón clara. Se halla detrás de una nube oscura, un soplo de polvo cósmico que se interpone entre la estrella acompañante y nosotros. Sin la absorción del polvo sería una estrella de octava magnitud y se habría hecho visible sin duda. El polvo merma la luz y la hace de magnitud decimonona, perdida entre muchos millones de otras estrellas tenues. No había ninguna razón para verla. Nadie la miraba. Se encuentra en el distante cielo meridional de la Tierra, de modo que, en los días previos al Establecimiento, casi ningún telescopio podía apuntar siquiera en esa dirección.

—Y siendo así, ¿cómo ha conseguido verla usted?

—Por la Sonda Distante. Fíjese, esa Estrella Vecina y el Sol están cambiando de posiciones relativas entre sí, claro está. Según supongo, ella y el Sol están girando muy despacio alrededor de un centro de gravedad común en un período de millones de años. Hace algunos siglos esas posiciones deben de haber sido tales que podríamos haber visto la Estrella Vecina en todo su esplendor a un lado de la nube; pero, así y todo, habríamos necesitado un telescopio, y los telescopios tienen solo seis siglos de antigüedad… es decir, son menos antiguos que las gentes en aquellos lugares de la Tierra desde donde habría sido visible la Estrella Vecina. Dentro de algunos siglos se la verá otra vez con claridad brillando al otro lado de la nube de polvo. Pero nosotros no hemos necesitado una espera de siglos. La Sonda Lejana nos la ha mostrado ahora.

Pitt sintió en su interior un punto de ignición, un foco recóndito irradiando calidez desde lo más hondo.

—¿Quiere decir usted que la Sonda Lejana fotografió la sección del cielo en que se halla la tal Estrella Vecina y que la Sonda Lejana profundizó en el espacio lo suficiente para ver alrededor de la nube y detectar la Estrella Vecina en todo su esplendor?

—Exacto. Encontramos una estrella de octava magnitud en un lugar donde no podía haber ninguna estrella de octava magnitud, y el espectro fue el de una enana roja. No es posible ver estrellas enanas rojas a gran distancia, así que esta debía de estar muy cerca.

—Sí; pero ¿por qué más cerca que la Alpha Centauri?

—Como es natural, estudié la misma área del cielo vista desde el Rotor y la estrella de octava magnitud no apareció allí. Sin embargo, había bastante cerca de ese lugar una estrella de decimonona magnitud que no estaba presente en la fotografía tomada por la Sonda Lejana. Supuse que esa estrella de decimonona magnitud era la estrella de octava magnitud, oscurecida, y atribuí el hecho de que ninguna de las dos ocupara, exactamente el mismo lugar, al afecto del desplazamiento paraláctico.

—Sí, eso lo comprendo. Un objeto próximo parece ocupar distintos lugares sobre un fondo distante cuando se observa desde distintos ángulos.

—Eso es. Pero las estrellas están tan distantes que, aun en el caso de que la Sonda Lejana se alejara una fracción considerable de un año luz, ese cambio de posición no ocasionaría una traslación perceptible en las estrellas distantes, pero sí en las cercanas. Y respecto a esa Estrella Vecina, se produjo una traslación enorme. Quiero decir, comparativamente. Inspeccioné el cielo para comprobar las posiciones diferentes de la Sonda Lejana en su viaje hacia el exterior. Hubo tres fotografías tomadas durante esos intervalos cuando el dispositivo se hallaba en el espacio normal, y la Estrella Vecina fue irradiando luminosidad creciente a medida que la Sonda la enfocaba más y más hacia el borde de la nube. A juzgar por el desplazamiento paraláctico, la Estrella Vecina estará a una distancia de dos años luz o poco más. Lo cual equivale a la mitad de la distancia de Alpha Centauri.

Pitt la miró caviloso y, en el largo silencio que siguió, aumentaron la inquietud e incertidumbre de ella.

—Secretario Pitt —dijo por fin Insigna—, ¿quiere usted ver ahora los datos?

—No —contestó él—. Me doy por satisfecho con lo que me ha dicho. Ahora necesito formularle algunas preguntas. Si la he entendido bien, me parece que la posibilidad de que alguien se concentre en una estrella de decimonona magnitud e intente calcular su paralaje y determinar su distancia, es desdeñable.

—Cero, por así decirlo.

—¿Hay otro medio de percibir que una estrella oscura está muy cerca de nosotros?

—Puede tener un movimiento propio… para una estrella. Quiero decir que, si la observamos con fijeza, su movimiento la hará cambiar de lugar en el cielo siguiendo una línea más o menos recta.

—¿Sería perceptible eso en este caso?

—Tal vez. Pero no todas las estrellas tienen un gran movimiento propio, incluso aunque estén cerca de nosotros. Se mueven en tres dimensiones, y nosotros vemos el movimiento propio en una proyección bidimensional. Puedo explicarle…

—No, sigo fiándome de su palabra. ¿Tiene un gran movimiento propio esa estrella?

—Se requeriría algún tiempo para determinarlo. Poseo algunas fotografías antiguas de esa parte del cielo y me ha sido posible detectar un movimiento propio apreciable. Hace falta trabajar más.

—¿Pero cree usted que tiene el tipo de movimiento propio que se haría ostensible para un astrónomo si este descubriera por casualidad la estrella?

—No, no lo creo.

—Entonces es posible que nosotros, en Rotor, seamos los únicos que conocemos la Estrella Vecina, pues somos también los únicos que han lanzado la Sonda Lejana. Ese es su campo, doctora Insigna. ¿Conviene usted conmigo en que somos los únicos que hemos lanzado una Sonda Lejana?

—La Sonda Lejana no es un proyecto muy secreto, señor secretario. Nosotros hemos aceptado experimentos de otros Establecimientos, y discutido ese renglón con todos, incluso con la Tierra que, en estos últimos tiempos, no muestra demasiado interés por la Astronomía.

—Sí, ellos se la ceden a los Establecimientos, lo cual es razonable. Pero ¿acaso algún otro Establecimiento ha lanzado una Sonda Lejana y lo ha mantenido en secreto?

—Lo dudo mucho, señor. Para eso se necesitaría hiperasistencia, y nosotros hemos ocultado celosamente la técnica de la hiperasistencia. Si alguien la tuviese, estaríamos enterados, pues eso requeriría la realización de ciertos experimentos en el espacio que delatarían el hecho.

—Según el Convenio de la Ciencia Abierta, todos los datos obtenidos mediante la Sonda Lejana han de ser objeto de publicación. ¿Significa eso que usted ha informado ya…?

Insigna le interrumpió indignada.

—¡Claro que no! Necesitaría reunir mucho más material antes de publicar nada. Lo que tengo ahora es solo un resultado preliminar que le he transmitido a título confidencial.

—Pero usted no es el único astrónomo que trabaja con la Sonda Lejana. Supongo que habrá mostrado esos resultados a otros.

Insigna enrojeció y desvió la mirada. Luego, dijo con tono defensivo:

—No, no lo he hecho. Yo advertí este dato. Le seguí la pista. Elaboré su significado. ¡Yo! Y quiero asegurarme de que obtengo todo el mérito. Hay solo una estrella que está próxima al Sol y quiero figurar en los anales de la historia como su descubridora.

—Podría haber otra todavía más cercana.

Pitt se permitió la primera sonrisa de aquella entrevista.

—Se la habría conocido desde hace mucho. Incluso mi estrella sería conocida si no fuera por la presencia de esa tenue nube ocultadora tan desusada. Que haya otra estrella más cercana es una imposibilidad absoluta.

—Entonces todo se reduce a esto, doctora Insigna: usted y yo somos los únicos que conocemos la Estrella Vecina. ¿Estoy en lo cierto? ¿Nadie más?

—Sí, señor. Solo usted y yo hasta ahora.

—Nada de hasta ahora. Debe seguir siendo un secreto entre nosotros hasta que yo esté preparado para revelárselo a otras personas muy específicas.

—Pero el convenio… el Convenio de la Ciencia Abierta…

—Se ha de pasar por alto. Todo tiene siempre ciertas excepciones. Su descubrimiento afecta a la seguridad del Establecimiento. Si la seguridad del Establecimiento resulta afectada, no se nos podrá exigir que divulguemos el descubrimiento. ¿Acaso hemos divulgado la hiperasistencia?

—Pero la existencia de la Estrella Vecina no tiene relación alguna con la seguridad del Establecimiento.

—Sí la tiene, doctora Insigna. Quizá usted no se dé cuenta, pero ha desvelado algo que puede cambiar el destino de la especie humana.

5

Ella se quedó allí, inerte, mirándole con pasmo.

—Siéntate. Nosotros somos conspiradores, tú y yo, y debemos ser amigos. Desde ahora tú serás Eugenia para mí cuando estemos solos, y yo Janus para ti.

Insigna titubeó.

—No lo considero correcto.

—Tendrá que ser así, Eugenia. No podemos conspirar en términos fríos y ceremoniosos.

—Pero yo no quiero conspirar con nadie sobre nada, y eso es lo que esto significa. No veo la finalidad de mantener secretos los hechos concernientes a la Estrella Vecina.

—Te asusta la posibilidad de perder todo el mérito, supongo yo.

Por un instante Insigna vaciló y luego dijo:

—Puedes apostar hasta la última pieza de tu computadora a que es así, Janus. Quiero todo el mérito.

—Por el momento, olvida que existe la Estrella Vecina —dijo él—. Como sabes, desde hace bastante tiempo vengo insistiendo en que Rotor debiera abandonar el Sistema Solar. ¿Cuál es tu opinión al respecto? ¿Te gustaría dejar el Sistema Solar?

Eugenia se encogió de hombros.

—No estoy segura. Sería muy grato ver por primera vez algunos objetos astronómicos a corta distancia… Pero es también un poco estremecedor, ¿no crees?

—¿Te refieres a abandonar el hogar?

—Sí.

—Es que no abandonarías el hogar. El hogar es esto. Rotor —Pitt señaló con el brazo de un lado a otro—. Él iría contigo.

—Incluso así, señor Sec… Incluso así, Janus, Rotor no representa por sí solo el hogar. Tenemos un vecindario, los otros Establecimientos, el planeta Tierra, todo el Sistema Solar.

—Es un vecindario multitudinario. Tarde o temprano algunos tendrán que marchar, tanto si lo quieren como si no. Antaño hubo una época sobre la Tierra en que ciertos pueblos se vieron obligados a cruzar cordilleras y océanos. Hace dos siglos, los pueblos de la Tierra tuvieron que abandonar su planeta camino de los Establecimientos. Esto es solo otro paso adelante en una historia muy antigua.

—Lo comprendo, pero hay también algunos pueblos que no han marchado jamás, que se apegan todavía a la Tierra. Hay pueblos que han vivido en pequeñas regiones de la Tierra durante incontables generaciones.

—Y tú quieres ser uno de esos sedentarios.

—Creo que Crile, mi marido, sí lo quiere. Se muestra muy reacio acerca de tus opiniones, Janus.

—Bueno, en Rotor tenemos libertad de expresión y pensamiento, de modo que él puede mostrar disconformidad si le place. Y hay otra cosa que me gustaría preguntarte. Cuando la gente, en Rotor o cualquier otro lugar, proyecta distanciarse del Sistema Solar, ¿adónde se propone ir por lo general?

—A Alpha Centauri, por supuesto. Es la estrella que todo el mundo cree más cercana. Ni con la hiperasistencia podríamos ir más aprisa que la velocidad de la luz, y por tanto requeriríamos cuatro años. Cualquier otro lugar exigiría mucho más tiempo, y cuatro años representan ya un viaje bastante largo.

—Supón que fuera posible viajar incluso más aprisa, e imagina que pudieras llegar mucho más allá de Alpha Centauri. ¿Adónde irías entonces?

Insigna se detuvo a pensar un rato y por fin dijo:

—Me figuro que también a Alpha Centauri, pues seguiría siendo la más próxima. De noche, las estrellas que viéramos serían las mismas. Estaríamos más cerca de casa si quisiéramos regresar. Además, Alpha Centauri A, la mayor del sistema de tres estrellas Alpha Centauri, es, virtualmente, una gemela del Sol. Alpha Centauri B es más pequeña pero no demasiado. E incluso si desestimaras a Alpha Centauri C, una enana roja, tendrías todavía dos estrellas por el precio de una, dos juegos de planetas por así decirlo.

—Supón que un Establecimiento ha partido hacia Alpha Centauri y, al encontrar allí una habitabilidad decente, decide establecerse y crear un mundo nuevo, mientras que, en el Sistema Solar, se tiene noticia de tal acontecimiento. ¿Adónde irían los siguientes Establecimientos una vez optaran por abandonar el Sistema Solar?

—A Alpha Centauri —contestó sin vacilar Insigna.

—Así que la especie humana propendería a dirigirse hacia el lugar evidente. Y, si un Establecimiento tuviera éxito, otros le seguirían sin dilación, hasta que el nuevo mundo estuviese tan abarrotado como el viejo, hasta que hubiese muchos pueblos con muchas culturas y, a su debido tiempo, muchos Establecimientos con muchas ecologías.

—Entonces habría llegado el momento de moverse hacia otras estrellas.

—Pero, escucha, Eugenia, el éxito en un lugar atraerá siempre a otros Establecimientos. Una estrella, un buen planeta, será punto de congregación.

—Supongo que sí.

—Pero, si vamos a una estrella que diste un poco más de dos años luz, la mitad de la distancia de Alpha Centauri, y nadie lo sabe salvo nosotros, ¿quién nos seguirá?

—Nadie, hasta que averigüe lo de la Estrella Vecina.

—Eso puede tardar muchísimo. Durante ese largo período, todos se congregarán en Alpha Centauri o en cualquiera de las escasas opciones que les queden. No se percatarán nunca de una estrella enana roja en su umbral; o, si se percatan, la descartarán como inadecuada para la vida humana… es decir, mientras no sepan que unos seres humanos la han convertido ya en una empresa próvida.

Insigna miró dubitativa a Pitt.

—¿Pero qué significa todo eso? Supón que vamos a la Estrella Vecina sin que lo sepa nadie. ¿Cuál es la ventaja?

—La ventaja es que podremos llenar el mundo. Si hay un planeta habitable…

—No lo habrá. No alrededor de una estrella enana roja.

—Entonces podremos utilizar cualquier materia prima que exista allí para construir cierto número de Establecimientos.

—¿Quieres decir que habrá más espacio para nosotros?

—Sí. Mucho más espacio que si ellos acudieran en rebaño detrás de nosotros.

—Así tendríamos un poco más de tiempo, Janus. Llegaría un momento en que habríamos llenado el espacio disponible en la Estrella Vecina. Aunque estuviésemos solos. Tardaríamos quinientos años en vez de doscientos. ¿Cuál sería la diferencia después de todo?

—Toda la diferencia que te sea posible concebir, Eugenia. Permite a los Establecimientos que se aglomeren como desean, y tendremos un millar de culturas diversas, acarreando consigo todas las rivalidades e inadaptaciones inherentes a la desalentadora historia de la Tierra. Si disponemos de tiempo para estar allí a solas, podremos construir un sistema de Establecimientos que sea uniforme en cultura y ecología. Será una situación mucho más propicia… menos caótica, menos anárquica.

—Y menos interesante. Menos diversificada. Menos viva.

—Nada de eso. Nosotros la diversificaremos. Estoy seguro. Los distintos Establecimientos tendrán sus diferencias; pero habrá por lo menos una base en común desde la cual surgirán esas diferencias. Por eso será un grupo de Establecimientos mucho más sano. Aunque me equivoque, verás que merece la pena intentar el experimento. ¿Por qué no dedicar una estrella a ese desarrollo razonado para ver si funciona? Podemos elegir una enana roja desdeñable, que no interesa a nadie, y usarla para comprobar si podemos crear un tipo de sociedad nuevo y, a ser posible, mejor.

Tras una pausa, Pitt continuó:

—Veamos lo que nos es posible hacer cuando nuestras energías no sufran desgaste y quebranto por la acción de diferencias culturales inútiles, y nuestra biología global no se vea pervertida constantemente por extrañas intrusiones ecológicas.

Insigna se sintió conmovida. Aunque el experimento no fuese positivo, la Humanidad habría aprendido una cosa: que eso no daba resultado. ¿Y si funcionaba? Pero al fin meneó la cabeza.

—Es un sueño vano. La Estrella Vecina será descubierta por otros conductos aunque nos esforcemos para guardar el secreto.

—¿Pero qué proporción de tu descubrimiento fue accidental, Eugenia? Ahora sé sincera. Acertaste a avistar la estrella. Acertaste a compararla con lo que podías ver en otro mapa. Solo eso. ¿No te podría haber pasado inadvertida por completo? ¿Y no podría pasar inadvertida a otros en circunstancias similares?

Insigna no contestó, pero la expresión de su rostro satisfizo a Pitt.

La voz de él se suavizó, se hizo casi hipnótica.

—Y si hay un retraso de solo cien años, si se nos conceden nada más que cien años para crear una nueva sociedad, seremos ya lo bastante grandes y fuertes para protegernos y hacer que otros pasen de largo hacia mundos distintos. No necesitaremos ocultarnos por más tiempo.

Insigna siguió sin reaccionar.

—¿Te he convencido? —inquirió Pitt.

La doctora pareció estremecerse.

—No del todo.

—Entonces reflexiona sobre ello. Solo te pediré un favor. Mientras lo piensas, no digas ni una palabra a nadie acerca de la Estrella Vecina, y déjame los datos relacionados con ella para ponerlos a buen recaudo. No los destruiré. Te lo prometo. Los necesitaremos si vamos a visitarla. ¿Te comprometerás hasta ese extremo, Eugenia?

—Sí —dijo al fin con voz tenue, y luego se animó—. Pero escucha una cosa. Necesito reservarme la facultad de dar nombre a la estrella. Le daré un nombre, pues en definitiva es mi estrella.

Pitt sonrió condescendiente.

—¿Cómo quieres que se llame? ¿La estrella de Insigna? ¿La estrella Eugenia?

—No, no soy tan insensata. Deseo que sea llamada Némesis.

—¿Némesis? ¿NÉ-ME-SIS?

—Sí.

—Y eso… ¿por qué?

—Allá por el siglo XX hubo un breve período de especulación sobre la posibilidad de una estrella vecina cercana al Sol. No se llegó a ninguna conclusión por entonces. No se encontró ninguna estrella vecina; pero los periódicos se refirieron a ella como Némesis. Yo quisiera honrar a esos audaces pensadores.

—Némesis… ¿No hubo una diosa griega llamada así? ¿Y, por cierto, bastante desagradable?

—La diosa de la venganza, del castigo justificado. Se incorporó al lenguaje como una palabra un tanto florida. La computadora la llamó «arcaica» cuando la consulté.

—¿Y por qué la llamarían Némesis esos veteranos?

—Algo relacionado con la nube cometaria. Al parecer, en sus evoluciones alrededor del Sol, Némesis atravesaba esa nube e inducía rayos cósmicos que aniquilaban grandes porciones de la vida terrestre cada veintidós millones de años.

Pitt pareció atónito.

—¿Es cierto eso?

—No, no lo es. La sugerencia no subsistió; pero, de todas formas, quiero que su nombre sea Némesis. Y que quede constancia que yo la bauticé.

—Te lo prometo, Eugenia. El descubrimiento es tuyo, y así constará en nuestros registros. A su debido tiempo, cuando el resto de la Humanidad descubra la región «nemesiana»… ¿crees que se podría llamar así?, sabrá quién hizo el descubrimiento y cómo ocurrió. Tu estrella, tu Némesis, será la primera estrella, aparte del Sol, que brille sobre una civilización humana cuyo origen estuvo en otro lugar.

Pitt la miró marchar y se sintió bastante confiado. Ella se avendría. Permitirle dar nombre a la estrella había sido el toque perfecto. Sin duda Eugenia querría ir a su propia estrella. Sin duda le atraería la idea de crear, alrededor de ella, una civilización lógica y ordenada de la cual se derivaran civilizaciones por toda la Galaxia.

Y entonces, justo cuando debiera haberse recreado con el resplandor de un futuro dorado, le sacudió un estremecimiento de horror que era impropio de él.

¿Por qué Némesis? ¿Por qué se le habría ocurrido a Eugenia llamarla como la diosa de la venganza?

Se sintió lo bastante débil como para considerarlo casi un mal augurio.