XI. ÓRBITA

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La hora de tranquilidad para Pitt había concluido; pero él no quiso que terminara aún. Con toda arbitrariedad, canceló sus audiencias de la tarde. Quiso más tiempo para pensar.

En particular, deseó pensar sobre Marlene.

Su madre, Eugenia Insigna Fisher, constituía un problema y, de hecho, este se había multiplicado durante los últimos doce años. Ella era emocional y llegaba a conclusiones prematuras más allá de lo que cualquier persona razonable toleraría. Sin embargo, era también un ser humano; se la podía conducir y controlar; se la podía refrenar y recluir entre las confortables paredes de la lógica; y aunque fuera turbulenta a ratos se podía lograr que permaneciera tranquila.

No ocurría lo mismo con Marlene. Pitt no dudaba de que la chica era un monstruo; pero estaba contentísimo de que ella se hubiese delatado tontamente con el fin de ayudar a su madre en una ocasión tan trivial. En verdad, ella era inexperta y le faltaba la sabiduría necesaria para disimular sus facultades hasta que pudiera utilizarlas de forma realmente devastadora.

Pero se haría cada vez más peligrosa a medida que creciera, y por consiguiente sería preciso detenerla ahora. Y la detendría ese otro monstruo, Erythro.

Pitt se adjudicó ese mérito. Desde el principio él había catalogado a Erythro como un monstruo. Este tenía su propia expresión reveladora…, la reflexión de la luz sanguínea de su estrella, una expresión que era ominosa y amenazante.

Cuando ellos alcanzaron el cinturón asteroidal, a cien millones de millas de la órbita donde Megas y Erythro giraban alrededor de Némesis, él había dicho lleno de confianza:

—Este es el lugar.

No había esperado encontrar dificultades. El enfoque racional no admitía otra cosa. Némesis distribuía poco calor y poca luz entre los asteroides. La pérdida de calor y luz naturales era desdeñable, pues Rotor tenía al completo la microfusión funcional. De hecho, resultaba beneficiosa. Con su luz rojiza atenuada casi hasta la insubsistencia, no pesaba en el corazón, ni oscurecía la mente ni hacía estremecerse el alma.

Por añadidura, una base en el cinturón asteroidal los colocaría en un área en la que los efectos gravitatorios de Némesis y Megas serían débiles, y donde, en consecuencia, la maniobrabilidad ocasionaría un gasto menor de energía. Sería más sencillo minar los asteroides y, considerando la luz sutil de Némesis, habría gran cantidad de elementos volátiles en esos pequeños cuerpos.

¡Idóneo!

No obstante, la gente de Rotor manifestó con una mayoría abrumadora que quería poner el Establecimiento en órbita alrededor de Erythro. Pitt se esforzó por advertirles que se bañaría en una deprimente e irritante luz roja, que les atraparía la tenaza firme de Megas y Erythro y que, por añadidura, deberían seguir yendo a los asteroides en busca de materias primas.

Pitt lo discutió, irritado, con Tambor Brossen, el excomisario a quien él había sucedido. Brossen, que se mostraba más bien harto, estaba disfrutando con su nuevo papel como estadista veterano mucho más de lo que jamás disfrutara siendo comisario. (Se le había oído decir que él no compartía el placer de Pitt a la hora de tomar decisiones).

Brossen se había reído de su preocupación por emplazar allí el Establecimiento… No lo hizo abiertamente, claro está, sino de una forma afable, con los ojos. Y dijo:

—Escucha, Janus, no es necesario que te creas obligado a educar a Rotor para que esté de plena conformidad contigo. Deja por una vez que el Establecimiento elija su camino; así todos se hallarán mejor dispuestos para dejarte elegir en otras ocasiones tu propio camino. Si quieren estar en órbita alrededor de Erythro, permíteles estarlo.

—Pero eso no tiene sentido, Tambor. ¿Es que no lo entiendes?

—Claro que lo entiendo. También entiendo que, durante toda su existencia, Rotor ha estado siempre en órbita alrededor de un mundo importante. Eso es lo que les parece adecuado a los rotorianos y eso es lo que quieren tener otra vez.

—Nosotros estuvimos en órbita alrededor de la Tierra. Erythro no es la Tierra; no se asemeja en nada a la Tierra.

—Es un mundo y tiene más o menos el mismo tamaño. Posee tierra y mar. Una atmósfera con oxígeno. Podríamos viajar millares de años luz antes de encontrar un mundo tan parecido a la Tierra. Te lo digo otra vez. Deja que la gente se salga con la suya.

Pitt había seguido el consejo de Brossen aunque algo en su interior gruñera disconforme a todo lo largo del camino. Nuevo Rotor estaba también en órbita alrededor de Erythro, así como los otros en vías de construcción. Desde luego los Establecimientos en el mundo asteroidal estaban ya sobre las mesas de dibujo; pero al público le faltaba claramente el ánimo necesario para llevarlo a buen fin.

Todo eso había sucedido desde el descubrimiento de Némesis, y esa órbita alrededor de Erythro era lo que Pitt consideraba el error más garrafal de Rotor. Aquello no debiera haber sucedido. Y sin embargo…, sin embargo…, ¿no podría él haberlo impuesto incluso en Rotor? ¿Debió haberse esforzado más? ¿Y no había acarreado eso unas nuevas elecciones y su consiguiente desplazamiento?

La nostalgia era el gran problema. Las personas tendían a mirar hacia atrás y él no lograba siempre hacerles volver la cabeza para mirar hacia delante. Ahí estaba el ejemplo de Brossen…

Este había fallecido siete años antes, y Pitt estuvo junto a su lecho de muerte. Era el único que había captado las últimas palabras del anciano moribundo. Brossen le había hecho señas para que se le acercara más. Luego, le tendió una mano achacosa con la piel seca como el papel. Aferrándole sin fuerzas susurró:

—¡Qué brillante era el sol de la Tierra!

Acto seguido murió.

Y como los rotorianos no podían olvidar lo brillante que había sido antaño el Sol y lo verde que había sido antaño la Tierra, clamaban desesperados contra la lógica de Pitt y exigían que Rotor estuviera en órbita alrededor de un mundo que no era verde y que giraba alrededor de un sol sin el menor brillo.

Aquello significaba la pérdida de diez años en la cadencia del progreso. Si hubiesen estado emplazados en el cinturón asteroidal desde el comienzo, tendrían ya diez años de adelanto. Pitt estaba convencido de ello.

Eso bastaba por sí solo para emponzoñar sus sentimientos respecto a Erythro; pero había además otras cuestiones mucho peores…, muchísimo peores.