XXXIV. CERCA

75

—Perfecto —dijo Tessa Wendel—. Perfecto, perfecto, perfecto. —Hizo un ademán como si estuviera clavando algo en la pared con firmeza y vigor—. Perfecto.

Crile Fisher supo a lo que se refería. Habían atravesado el hiperespacio dos veces en dos direcciones diferentes. Las dos veces Crile había observado que el esquema de las estrellas cambiaba un poco. Las dos veces, él había buscado el Sol, encontrándolo algo más pálido la primera vez, y ligeramente más brillante la segunda. Empezó a sentirse como veterano trotamundos hiperespacial.

—Presiento que el Sol nos está molestando —dijo.

—¡Ah, sí! Pero de una forma calculable, de una manera que la interferencia física es un placer psicológico… No sé si entiendes lo que quiero decir.

Fisher contestó, asumiendo el papel de abogado del diablo:

—El Sol está muy distante, ya sabes. El efecto gravitatorio debe acercarse mucho a cero.

—Cierto —reconoció la Wendel—; pero muy cerca de cero no es cero. Es un efecto mensurable. Atravesamos dos veces el espacio, con el sendero virtual aproximándose primero oblicuamente al Sol y luego retrocediendo en otro ángulo. Wu había hecho ya los cálculos, y el sendero que seguimos se ajustó a ellos hasta los puntos decimales que se pueda pedir dentro de lo razonable. Ese hombre es un genio. Entreteje atajos en el programa de la computadora de un modo increíble.

—Lo creo —murmuró Fisher.

—Así que ahora no hay duda, Crile. Mañana podemos estar junto a la Estrella Vecina. Incluso hoy… si nos damos verdadera prisa. No muy cerca, claro está. Durante un tiempo razonable navegaremos por las proximidades de la estrella como medida precautoria. Además, no conocemos la masa de la Estrella Vecina con la suficiente precisión para jugárnosla en una aproximación muy directa. No queremos salir despedidos de forma inesperada y tener que buscar otra vez el camino. —Movió la cabeza en un gesto de admiración—. ¡Ese Wu…! Estoy tan contenta con él que me es imposible describirlo.

Fisher dijo cauteloso:

—¿Estás segura de no sentirte un poco molesta?

—¿Molesta? ¿Por qué? —La Wendel miró asombrada a Fisher y añadió—: ¿Crees que tengo envidia?

—Bueno, no lo sé. Existe la posibilidad de que Chao Li Wu acapare el mérito del vuelo superlumínico…, quiero decir, de los detalles importantes… y tú seas olvidada o se te recuerde solo como una precursora.

—No, ni mucho menos, Crile. Me complace que te inquietes por mí; pero los cabos están bien atados. Mi trabajo ha sido registrado con todo detalle. Las matemáticas del vuelo superlumínico son mías. También he contribuido a los detalles de la ingeniería, aunque otros se lleven el mérito de diseñar la nave, porque les corresponde. Lo que Wu ha hecho fue añadir un factor corrector a las ecuaciones básicas. Importantísimo, por supuesto, y ahora podemos ver que el vuelo superlumínico no habría sido realizable sin él; pero eso es solo como el azúcar glaseado sobre el pastel. Y el pastel sigue siendo mío.

—Estupendo. Me siento feliz si estás segura de eso.

—A decir verdad, Crile, ahora espero que Wu tome las riendas en el desarrollo del vuelo superlumínico. El hecho es que mis mejores años han pasado ya… científicamente, quiero decir. Solo científicamente, Crile.

Fisher hizo una alegre mueca.

—Pero, como científica, marcho cuesta abajo. El trabajo que he hecho ha sido el fruto de los conceptos que yo tenía cuando era una estudiante recién graduada. Me he pasado veinticinco años más o menos extrayendo conclusiones, y he ido lo más lejos que puedo ir. Lo que se necesita ahora son conceptos flamantes, ideas inéditas para extender las actividades a un territorio ignoto. Yo no puedo ir más allá.

—Vamos, Tessa, no te pases de modesta.

—Ese no ha sido nunca uno de mis defectos, Crile. Necesitamos a la juventud para las nuevas ideas. No es solo porque sean cerebros jóvenes, sino porque son cerebros nuevos. Wu posee un genoma que no ha aparecido en la Humanidad hasta ahora. Ha tenido experiencias que son esencialmente suyas… y de nadie más. Y puede tener nuevas ideas. Desde luego las fundamenta en lo que yo he hecho antes que él, y debe mucho a mis enseñanzas. Él es un discípulo mío, Crile, una criatura de mi intelecto. Todo cuanto él hace bien, se refleja en mí. ¿Envidia de él, dices? Me enorgullezco de sus éxitos. ¿Qué te ocurre, Crile? No pareces feliz.

—Soy feliz si tú lo eres, Tessa, cualquiera que sea mi aspecto. Lo malo es tener la sensación de que estás endilgándome la teoría del avance científico. ¿Acaso la historia de la ciencia, como cualquier otra, no registra casos en que existió la envidia, en que los maestros detestaron a sus discípulos porque estos les aventajaron?

—Seguro. Yo podría citarte de memoria media docena de casos notorios, pero son excepciones muy raras, y el hecho es que ahora mismo no me siento así. No tengo por imposible que algún día pierda la paciencia con Wu y el universo; pero de momento no ocurre así, y me propongo saborear estos instantes mientras… ¡Oh! ¿Qué pasa ahora?

La Wendel pulsó el contacto «Recepción» y Merry Blankowitz dejó ver en el transmisor su rostro joven, con proporciones tridimensionales.

—Capitana —dijo dubitativa—, tenemos ahora mismo una discusión y me pregunto si podríamos consultarte.

—¿Algo defectuoso con el vuelo?

—No, capitana. Es solo una polémica sobre estrategia.

—Ya veo. Bueno no necesitas venir aquí. Yo iré a la sala de motores.

La Wendel borró el rostro.

—La Blankowitz no suele mostrarse nunca tan seria —masculló Fisher—. ¿Tienes idea de lo que puede alterarla así?

—No pienso hacer conjeturas. Iré y lo averiguaré —contestó ella.

Hizo señas a Fisher para que la siguiera.

76

Los tres estaban sentados en la sala de motores, todos sobre asientos asegurados escrupulosamente al suelo, pese al hecho de que se hallaban sometidos a gravedad cero. Lo mismo podrían haber estado sentados cada uno en una pared, pero eso habría menoscabado la seriedad de la situación, y además habría significado una falta de respeto ante su capitán. Desde hacía mucho, se había concebido un complejo sistema de etiqueta para la gravedad cero.

A la Wendel no le gustaba la gravedad cero. Y si ella hubiera querido imponer sus privilegios de capitana, habría dispuesto que la nave estuviese en rotación incesante para generar un efecto centrífugo que hubiera originado cierta sensación de gravedad. Sabía muy bien que era más fácil computar el curso del vuelo cuando la nave mantenía reposo, tanto de traslación como de rotación, respecto al universo como conjunto; pero calcularlo a una velocidad rotatoria constante no presentaba demasiadas dificultades.

No obstante, imponer tal movimiento habría sido una falta de respeto hacia la persona encargada de la computadora. Una vez más la etiqueta.

Tessa Wendel ocupó su asiento, y Crile Fisher observó sin quererlo (sonriendo para sus adentros) que la mujer daba algunos bandazos. Pese a sus antecedentes como habitante de Establecimiento, Tessa no se había habituado nunca a mover las piernas en el espacio. Sin embargo, él (y hubo otra sonrisa secreta… esta vez de satisfacción), no obstante su condición de terrícola, se podía mover en gravedad cero como si la conociera desde su nacimiento.

Chao Li Wu hizo una inspiración profunda. Tenía un rostro ancho… del tipo que parecía pertenecer a un cuerpo corto; pero el hombre sobrepasaba la estatura media. Su pelo era negro, muy liso, y los ojos oblicuos por demás.

—¿Quieres escucharme, capitana? —preguntó con tono afable.

—¿Qué ocurre, Chao Li? —inquirió la Wendel—. Si vas a decirme que ha surgido algún problema en la programación, caeré en la tentación de estrangularte.

—Nada de problemas, capitana. Ningún problema en absoluto. Por el contrario, es tal la ausencia de problemas que me hace pensar que esto ya se ha acabado, y por tanto es aconsejable el regreso a la Tierra. Me gustaría proponerlo así.

—¿Regresar a la Tierra? —La Wendel tardó un poco en decir esto porque necesitó cierto tiempo para expresar estupefacción—. ¿Por qué? No hemos terminado todavía nuestra tarea.

—Yo creo que sí, capitana —dijo Wu con creciente impasibilidad—. Para empezar, no sabíamos cuál era nuestra tarea. Hemos elaborado un sistema práctico de vuelo superlumínico, cosa que no teníamos cuando abandonamos la Tierra.

—Lo sé muy bien. ¿Qué hay con eso?

—No tenemos medios de comunicación con la Tierra. Si seguimos ahora hacia la Estrella Vecina y nos sucede algo, si cualquier cosa sale mal, la Tierra no tendrá vuelo superlumínico práctico, y cualquiera sabe cuándo lo tendrá otra vez. Ello podría afectar seriamente a la evacuación de la Tierra cuando la Estrella Vecina se le aproxime. Creo importante que volvamos allá y expliquemos lo que hemos aprendido.

La Wendel, que le había escuchado con aire grave, dijo:

—Ya entiendo. ¿Y tú, Jarlow, qué opinas sobre esto?

Henry Jarlow era alto, rubio y adusto. Había en su rostro una melancolía permanente que daba una falsa impresión de su carácter, y sus dedos largos (que al parecer no tenían nada de delicados) eran mágicos cuando trabajaban las entrañas de las computadoras y de casi todos los instrumentos de a bordo.

—Creo, francamente, que las palabras de Wu son razonables —dijo—. Si tuviésemos comunicación superlumínica, enviaríamos la información a la Tierra y seguiríamos adelante. Lo que sucediera después no tendría importancia para nadie excepto para nosotros. Tal como están las cosas, no se puede examinar la corrección gravitatoria.

—¿Y tú, Blankowitz? —preguntó con gran calma la Wendel.

Merry Blankowitz se agitó inquieta. Era una joven menuda con larga melena negra cortada en flequillo sobre las cejas. Entre eso, la delicadeza de su estructura ósea y sus movimientos ágiles y nerviosos, parecía una Cleopatra en miniatura.

—A decir verdad, no lo sé —respondió—. No tengo un criterio muy definido al respecto, pero los hombres parecen haberme convencido. ¿No crees importante que llevemos información a la Tierra? En este viaje hemos comprobado unos efectos cruciales y necesitamos más naves y mejores con computadoras concebidas para registrar la corrección gravitatoria. Entonces podremos hacer una sola transición entre el Sistema Solar y la Estrella Vecina, y realizarla bajo intensidades gravitatorias más pujantes, del modo que sea posible empezar más cerca de Sol y terminar más cerca de la Estrella Vecina sin necesidad de malgastar semanas de navegación aproximativa en ambos puntos. Considero que la Tierra necesita saberlo.

—Ya veo —dijo la Wendel—. Me parece que la cuestión es saber si sería aconsejable llevar ahora mismo a la Tierra la información sobre la corrección gravitatoria. Escucha, Wu, ¿es eso, verdaderamente, tan esencial como tú lo presentas? No ideaste la corrección aquí, en la nave. Si mal no recuerdo, la discutiste conmigo hace meses —se detuvo un momento a pensar—. Casi un año.

—Realmente, no la discutimos, capitana. Tú te impacientaste conmigo, según recuerdo, y no quisiste escucharme.

—¡Sí, reconozco que me confundí! Pero tú la pusiste por escrito. Te dije que redactaras un informe oficial, y que yo lo repasaría cuando tuviese tiempo —levantó la mano—. Sé que no tenía nunca tiempo para hacerlo, y no recuerdo siquiera haberlo recibido; pero me imagino, Wu, que tú, siendo como eres, prepararías con detalle el informe y harías todos los razonamientos y análisis matemáticos que cualquiera pudiera desear. ¿No es así, Wu? ¿Y no quedó debidamente registrado el informe?

Los labios de Wu parecieron apretarse. Pero el tono de su voz no varió lo más mínimo.

—Sí, preparé ese informe, pero fue mera especulación, y supuse que nadie le prestaría atención…, tal como hiciste tú, capitana.

—¿Por qué iba a ser así? No todos son tan estúpidos como yo, Wu.

—Aunque le prestaran atención, seguiría siendo especulación. Cuando regresemos, podremos presentar las pruebas.

—En el momento en que exista la especulación, siempre habrá alguien para obtener las pruebas. Ya sabes cómo funciona la ciencia.

Wu dijo con lentitud, empleando un tono significativo:

—Alguien…

—Ahora conocemos ya la naturaleza de tu preocupación, Wu. No te inquieta que la Tierra no tenga el método práctico del vuelo superlumínico. Te inquieta que la tenga en su día pero que el mérito no sea tuyo. ¿Me equivoco?

—Nada de eso, capitana. Un científico tiene pleno derecho a preocuparse por asuntos de prioridad.

La Wendel ardió de indignación.

—¿Has olvidado que yo soy la capitana de esta nave y la encargada de tomar decisiones?

—No lo he olvidado —contestó Wu—; pero esto no es una embarcación del siglo XVII. Aquí todos somos científicos ante todo, y debemos tomar decisiones de una forma democrática. Si la mayoría desea regresar…

—Alto —exclamó Fisher—. Antes de continuar, ¿tenéis inconveniente en que yo diga algo? Soy la única persona que no ha hablado, y si hemos de ser democráticos, quiero hacer uso de la palabra. ¿Puedo, capitana?

—Adelante —autorizó la Wendel mientras su mano derecha se cerraba y abría como si ansiara agarrar por la garganta a alguien.

Fisher dijo:

—Hace siete siglos y medio, Cristóbal Colón navegó rumbo oeste desde España. A su debido tiempo, descubrió América, aunque él mismo no supiera nunca lo que había hecho. Durante la travesía, descubrió que la desviación de la brújula magnética del verdadero Norte, la llamada «declinación magnética», variaba con la longitud. Esto fue un hallazgo importante y, de hecho, el primer descubrimiento puramente científico realizado en el curso de aquel viaje marítimo. Ahora bien, ¿cuántos saben que Colón descubrió la variación de la declinación magnética? En realidad, nadie. Así pues, supongamos que, al descubrir esa variación, Colón decidiera, a mitad de camino, volver a casa para hacer tan feliz revelación al rey Fernando y a la reina Isabel, preservando su prioridad como descubridor del fenómeno. Resulta concebible que los monarcas acogieran con interés ese descubrimiento y más tarde enviaran otra expedición bajo el mando de, digamos, Américo Vespucio, quien alcanzaría entonces América. En tal caso, ¿quién recordaría que Colón había hecho tal o cual descubrimiento acerca de la brújula? Nadie ciertamente. ¿Quién recordaría que Vespucio había descubierto América? Todo el mundo. Así que vosotros queréis de verdad regresar ¿eh? Solo unos pocos recordarán, os lo aseguro, el descubrimiento de la corrección gravitatoria como un pequeño efecto secundario del viaje superlumínico. Pero la tripulación de la siguiente expedición que alcance la Estrella Vecina será glorificada como la primera en alcanzar una estrella mediante el vuelo superlumínico. Vosotros tres, incluido tú, Wu, seréis acreedores apenas a una reseña accesoria. Quizá penséis que, para recompensaros por ese gran descubrimiento de Wu, se os seleccionará para una segunda expedición; pero mucho me temo que no sea así. Porque mirad, Igor Koropatsky, director de la Junta Terrestre de Indagación que os espera de vuelta a la Tierra, está particularmente interesado en la información sobre la Estrella Vecina y su sistema planetario. Y explotará como el Krakatoa cuando sepa que hemos estado en sus inmediaciones y que vosotros tres os amotinasteis, lo cual es un delito extremadamente grave aunque no naveguemos con una embarcación del siglo XVIII. Y en vez de constituir la próxima expedición, no veréis nunca más el interior de un laboratorio. Podéis darlo por seguro. Lo que tal vez veáis, a pesar de vuestra eminencia científica, es el interior de una cárcel. No perdáis de vista la furia de Koropatsky. Así que vosotros tres reflexionad sobre ello y decidid. O la Estrella Vecina. O regreso a casa.

Se hizo un gran silencio. Durante un rato nadie dijo nada.

—Bueno —dijo con aspereza la Wendel—. Creo que Fisher ha explicado de forma muy clara la situación. ¿No tiene nada que decir ninguno de vosotros?

La Blankowitz respondió con voz apagada:

—A decir verdad, yo no me he detenido nunca a pensarlo. Creo que debemos seguir adelante.

—También lo creo así —gruñó Jarlow.

—¿Qué dices tú, Chao Li Wu?

Wu se encogió de hombros.

—No me opondré al resto.

—Celebro oír eso. Este incidente queda olvidado por cuanto se refiere a las autoridades de la Tierra; pero mejor será que no haya una repetición ni ninguna acción que pudiera ser conceptuada como sediciosa.

77

De vuelta en su cuartel general, Fisher dijo:

—Espero no te haya importado mi intromisión. Temí que explotaras sin resultado alguno.

—No; estuvo bien. A mí no se me habría ocurrido la analogía con el viaje de Colón, que por cierto fue perfecta. Gracias, Crile.

Tessa le cogió la mano y se la apretó.

Él sonrió apenas.

—Tuve que justificar de algún modo mi presencia a bordo y en la nave.

—La has justificado de sobra. No puedes imaginarte cuánto me disgustó la actuación de Wu justo cuando yo acababa de contarte lo feliz que me hacía su hallazgo y cuán merecedor era él del correspondiente reconocimiento. Yo me sentía muy noble por mi buena disposición a compartir el mérito, por la ética de investigación científica que reconoce los merecimientos de cada cual, y entonces va él y antepone su orgullo personal al proyecto.

—Todos somos humanos, Tessa.

—Lo sé. Y comprobar que el interior de ese hombre tiene lagunas éticas no altera el hecho de que su mente científica sea de una sagacidad tremenda.

—Debo reconocer, a pesar mío, que mis propios argumentos tuvieron como fundamento un deseo privado más que el bien público, por decirlo así. Quiero ir a la Estrella Vecina por razones que no tienen la menor relación con el proyecto.

—Lo comprendo. Y sigo estándote agradecida.

A Fisher le impresionó ver lágrimas en los ojos de ella, y que se viera obligada a parpadear para contenerlas.

Entonces la besó.

78

Fue solo una estrella, demasiado pálida todavía para distinguirse entre las demás. A Crile le hubiera pasado inadvertida si no fuera porque había pulsado el canal que apuntaba hacia ella en círculos concéntricos y radios.

—Te decepciona verla como una estrella cualquiera, ¿verdad? —dijo.

Cuando sus facciones recobraron la expresión natural, el rostro dejó entrever el malhumor que parecía sentir.

Merry Blankowitz, la única persona a su lado en el tablero de observación, dijo:

—No es más que eso, Crile. Una estrella.

—Quiero decir que parece una estrella muy pálida… aunque estemos tan cerca.

—Cerca es una forma de hablar. Distamos todavía una décima de año luz, lo que no es verdaderamente cerca. Solo ocurre que la capitana es cautelosa. Yo me hubiera acercado mucho más con la Superlumínica. Me gustaría que estuviésemos ya mucho más próximos. Resulta difícil la espera.

—Antes de esta última transición, Merry, eras partidaria de volver a casa.

—No del todo. Ellos me indujeron a serlo. Apenas terminaste tu pequeño discurso me sentí como una completa burra. Di por supuesto que si regresábamos, volveríamos una segunda vez; pero, desde luego, tú aclaraste la situación. ¡Ah! ¡Deseo tanto utilizar el DN!

Fisher supo lo que era el DN. Se trataba del detector neurónico. Él sintió la misma agitación. Detectar inteligencia equivaldría a saber que habían encontrado algo infinitamente más importante que todos los metales y rocas, hielos y vapores que pudieran descubrir.

Preguntó dubitativo:

—¿Es posible experimentarlo desde aquí?

Merry negó con la cabeza:

—No. Necesitaríamos estar mucho más cerca. Y no podemos costear a esta distancia. Tardaríamos un año más o menos. Tan pronto como la capitana se asegure de lo que podemos averiguar desde aquí acerca de la Estrella Vecina, haremos otra transición. Espero que dentro de dos días como máximo estemos a dos o tres unidades astronómicas de la Estrella Vecina, y entonces podremos empezar a hacer observaciones, a ser útiles. Es una sensación opresiva, como un peso muerto.

—Sí —dijo con sequedad Fisher—. Lo sé.

Un gesto de preocupación ensombreció el rostro de la Blankowitz.

—Lo siento, Crile. No me estaba refiriendo a ti.

—Pues podías haberlo hecho. Nunca seré de utilidad por mucho que nos acerquemos a la Estrella Vecina.

—Si detectamos inteligencia, serás útil. Podrás hablarles. Eres rotoriano y necesitamos esa capacidad.

Fisher sonrió taciturno.

—Rotoriano solo unos pocos años.

—Eso basta, ¿no?

—Ya veremos —y cambió adrede de tema—. ¿Estás segura de que funcionará el detector neurónico?

—Absolutamente segura. Podemos localizar a cualquier Establecimiento en órbita solo por su radiación de plexonas.

—¿Qué son las plexonas, Merry?

—Un nombre que inventé para designar el complejo fotón característico del cerebro de los mamíferos. Fíjate, podríamos detectar caballos si no distásemos demasiado de ellos, pero podemos detectar cerebros humanos en masa a distancias astronómicas.

—¿Y por qué plexonas?

—Por «complejidad». Algún día…, ya lo verás, algún día se trabajará con las plexonas no solo para detectar vida sino también para estudiar el funcionamiento profundo del cerebro. Asimismo he inventado un nombre para eso…, «plexofisiología». O quizá «plexoneurónica».

—¿Consideras tan importantes los nombres? —inquirió Fisher.

—Claro que sí. Te proporcionan un medio para hablar de un modo conciso. No necesitas decir, «ese campo de la ciencia que estudia eso y lo de más allá». Te basta con decir, «plexoneurónica»… Sí, incluso suena mejor. Es una abreviatura. Te ahorra tiempo para dedicarlo a cuestiones más importantes. Además… —Merry titubeó.

—¿Además qué?

—Las palabras llegan en alud. Si ideo un nombre y arraiga, eso bastará para ganarme una reseña en la historia de la ciencia. Ya sabes, la palabra «plexona» fue introducida por Merrilee Augina Blankowitz con ocasión del vuelo inaugural más veloz que la luz de la Superlumínica. No es probable que se me cite en ninguna otra parte por ninguna otra razón, y me contentaré con eso.

Fisher dijo:

—Escucha, Merry, ¿qué pasará si detectas tus plexonas y no hay seres humanos por los alrededores?

—¿Te refieres a la vida alienígena? Eso sería todavía más emocionante que detectar personas. Pero no hay muchas probabilidades, la verdad. Se han sufrido decepciones una vez y otra. Pensamos que podría haber al menos formas de vida primitivas en la Luna, en Marte, en Calisto, en Titán… Pero nunca se encontró nada. La gente ha especulado sobre todo tipo de vida esotérica… Galaxias vivientes, nubes de polvo vivientes, vida en la superficie de la estrella de neutrones… Se han hecho toda clase de conjeturas. No hay pruebas de nada de eso. No. Si yo detecto algo, será vida humana, estoy convencida de ello.

—¿No estarías detectando las plexonas emitidas por las cinco personas a bordo de esta nave? ¿No ahogaríamos nosotros cualquier cosa que detectásemos a millones de kilómetros?

—Eso es una complicación, Crile. Necesitamos equilibrar el DN para que nosotros cinco quedemos excluidos, y eso es una operación delicada. La más mínima fuga eclipsará todo cuanto detectemos en otra parte. Algún día, Crile, el DN automatizado será proyectado al hiperespacio para que detecte plexonas en los más diversos lugares. No habrá seres humanos en su vecindad y eso las hará por lo menos dos o tres grados de magnitud más sensitivas que todo cuanto podamos hacer ahora, obligados siempre a tener en cuenta nuestra presencia, inevitable en todas partes. Descubriremos dónde existe inteligencia mucho antes de que nos acerquemos al lugar.

En ese instante apareció Chao Li Wu. Miró con cierto desagrado a Fisher y preguntó indiferente:

—¿Qué hay de la Estrella Vecina?

—No mucho a esta distancia —contestó la Blankowitz.

—Bueno, probablemente mañana, o pasado mañana, haremos otra transición y entonces veremos.

—Será emocionante ¿verdad? —dijo la Blankowitz.

—Lo será… si encontramos a los rotorianos —respondió Wu y, mirando a Fisher añadió—: ¿los encontraremos?

Si había sido una pregunta dirigida a Fisher, este no respondió a ella. Se redujo a mirar impasible a Wu.

¿Los encontraremos?, pensó.

La larga espera concluiría pronto.