XXIV. DETECTOR

51

Crile Fisher examinó la Superlumínica con expresión glacial. La veía por primera vez. Una mirada rápida a Tessa Wendel le hizo comprender al instante que ella estaba sonriendo con lo que solo podía interpretarse como orgullo de propietaria.

Estaba allí, en una inmensa caverna, protegida por una maraña triple de barreras de seguridad. Había otros seres humanos presentes, pero casi toda la fuerza laboral se componía de autómatas (no humanoides) escrupulosamente computadorizados.

En su día, Fisher había visto muchas naves espaciales. Infinidad de modelos empleados para infinidad de fines, pero no había visto nunca una como la Superlumínica… Jamás había contemplado ninguna con una apariencia tan repelente.

Si la hubiese visto sin saber lo que era, no habría adivinado jamás que se trataba de una nave espacial. ¿Qué debería, pues, decir? Por una parte, él no quería irritar a la Wendel. Por otra, ella aguardaba ansiosa su opinión, y esperaba a todas luces el elogio.

Así que le dijo en tono un poco apagado:

—Tiene una especie de gracia horripilante… semejante a una avispa.

Ella sonrió al oír la frase «gracia horripilante», y Fisher creyó haber escogido bien las palabras. Pero entonces Tessa preguntó:

—¿Qué quiere decir eso de «semejante a una avispa»?

—Me refería a un insecto. Sé que en Adelia no estáis muy familiarizados con los insectos.

—Sabemos cosas acerca de los insectos —replicó la Wendel—. Tal vez no tengamos la profusión caótica de la Tierra; pero…

—No creo que tengáis avispas. Insectos que pican. Su forma es como la de… —y señaló hacia la Superlumínica—. Tienen también una protuberancia delantera y otra trasera, unidas por una fina conexión.

—¿De verdad? —Tessa miró la Superlumínica con un interés nuevo y súbito—. Cuando puedas, búscame la imagen de una avispa. Quizá me sea posible entender mejor el diseño de una nave…, o viceversa, que no vendrá mal.

Fisher preguntó:

—Entonces ¿a qué viene esa forma si no te la inspiró la avispa?

—Necesitamos buscar una geometría que haga aprovechar al máximo las posibilidades de que toda la nave se mueva como una unidad. El hipercampo tiende a extenderse cilíndricamente hacia fuera hasta el infinito y hay que poner ciertas limitaciones a esa tendencia. Por otra parte, no conviene hacerlo por entero. De hecho, no puedes hacerlo, así que es preciso acordonarlo en las protuberancias. El campo está justamente dentro del casco, lo mantiene encerrado ahí un campo electromagnético intenso y alterno… Pero tú no querrás que te explique todas estas cosas, ¿verdad?

—Más bien, no —admitió Fisher con una leve sonrisa—. Ya he oído bastante, creo yo. Pero, puesto que por fin se me autoriza a ver esta…

—Vamos, no te ofendas —dijo la Wendel rodeándole la cintura con un brazo—. Aquí se ha impuesto la estricta e ineludible necesidad de saber. Hubo momentos en que ellos detestaban hasta verme rondar por los contornos. Imagino que se pasaron el tiempo refunfuñando acerca de esta sospechosa colonizadora que se mostraba demasiado fisgona. Sin duda les hubiera gustado que yo no hubiese sido quien tenía que diseñar el hipercampo, porque entonces podrían haberme echado a patadas. Sin embargo, ahora las cosas se han aligerado hasta el punto de permitirme disponer tu visita para verla. Después de todo, tú estarás en la nave a su debido tiempo, y yo quería que vinieras para admirarla —titubeó unos instantes y añadió—: Y para admirarme.

Él la miró de frente y dijo:

—Sabes que te admiro, Tessa, sin necesidad de eso.

Luego, la abrazó.

—Continúo envejeciendo, Crile —comentó ella—. El proceso no quiere detenerse, ni más ni menos. También estoy espantosamente satisfecha de ti. Hace ya siete años que estoy contigo, va para los ocho, y no he sentido el proverbial deseo de comprobar cómo son otros hombres.

—¿Acaso es eso una tragedia? —preguntó Fisher—. Quizá sea el hecho de que el proyecto te ha sorbido el seso. Ahora que la nave está terminada, tendrás probablemente una sensación de alivio, y tiempo suficiente para reanudar la cacería.

—No. No siento ese deseo. Sencillamente no lo siento. ¿Pero qué me dices de ti? Sé que te he descuidado a ratos.

—No importa. Me parece bien que me descuides por tu trabajo. Deseo esa nave tanto como tú, querida, y mi única pesadilla es que, cuando esté terminada por completo, tú y yo seamos demasiado viejos para viajar en ella —Fisher sonrió otra vez, en esta ocasión con ostensible remordimiento—. En tu preocupación por la edad creciente, Tessa, pienso que también yo he dejado hace mucho de ser un chiquillo. Dentro de dos años cumpliré los cincuenta. Pero hay una pregunta que me he resistido a formular por temor a la decepción, aunque tenga que hacerla de todas formas.

—Pregunta.

—Tú lo dispusiste todo para que se me permitiera ver la nave, para que se me admitiera en este sanctasanctórum. Aunque me sea imposible explicarme el porqué, no creo que Koropatsky lo hubiera permitido si el proyecto no estuviese próximo a su terminación. La seguridad le obsesiona casi tanto como a Tanayama.

—Sí, por lo que se refiere al hipercampo, la nave está lista.

—¿Ha volado ya?

—Todavía no. Quedan todavía cosas por hacer; pero no relacionadas con el hipercampo.

—¿Habrá vuelos de prueba, supongo?

—Con tripulación, claro está. No hay forma de hacerlo sin tripulantes si se quiere averiguar cómo funcionan los sistemas de apoyo a la vida. Ni siquiera los animales nos proporcionarían la garantía necesaria.

—¿Quiénes irán en el primer vuelo?

—Voluntarios elegidos entre los operarios del proyecto que reúnan las debidas condiciones.

—¿Y acerca de ti?

—Yo seré la única persona que no irá voluntaria. Debo ir. No puedo confiar a nadie más la toma de decisiones en caso de urgencia.

—Entonces, ¿iré también yo? —preguntó Crile.

—No, tú no.

La cólera ensombreció el semblante de Fisher.

—Se convino que…

—No en los vuelos de prueba, Crile.

—¿Cuándo terminarán entonces?

—Es difícil determinarlo. Depende de los percances que puedan surgir. Si todo marcha con la mayor fluidez posible, dos o tres vuelos bastarán. Cuestión de meses.

—¿Cuándo tendrá lugar el primer vuelo de prueba?

—Eso no lo sé, Crile. Estamos trabajando todavía con la nave.

—Dijiste que se hallaba lista para partir.

—Sí, por lo que respecta al hipercampo. Pero estamos instalando detectores neurónicos.

—¿Y eso qué es? Jamás he oído mencionarlos.

La Wendel no le dio una respuesta directa. Miró a su alrededor, serena y cavilosa, luego dijo:

—Estamos llamando la atención, Crile, y sospecho que tu presencia pone nerviosas a algunas personas. Vámonos a casa.

Fisher no se movió.

—¿Debo entender que te niegas a discutirlo conmigo? ¿Aunque tenga importancia vital para mí?

—Lo discutiremos… en casa.

52

Crile Fisher se mostró inquieto, su furia se acrecentó. Se negó a tomar asiento y se cernió sobre Tessa Wendel que, encogiéndose de hombros se había sentado en el sofá modular blanco y le miraba ceñuda.

—¿Por qué tanto enfado, Crile?

Los labios de Fisher temblaron. Él los apretó y marcó un compás de espera antes de contestar, como si se esforzara por conservar la calma mediante puro esfuerzo muscular.

Por fin dijo:

—Cuando se forme una tripulación sin mí, se sentará precedente. Nunca se me incluirá. Debe quedar bien entendido desde el principio que yo estaré siempre en la nave hasta que alcancemos la Estrella Vecina… y a Rotor. No quiero que se me descarte.

—¿Por qué llegar a conclusiones precipitadas? —le reprochó la Wendel—. No se te dejará atrás en el momento crucial. La nave todavía no está dispuesta para la partida.

—Dijiste que la nave se hallaba lista —le recordó Fisher—. ¿Qué son esos detectores neurónicos que has mencionado tan de repente? ¿Acaso un dispositivo para mantenerme callado, distraído, y entonces despachar la nave antes de que me aperciba de mi exclusión? Eso es lo que están haciendo ellos. Y tú colaboras en el juego.

—Estás loco, Crile. El detector neurónico es una idea mía, impuesta a instancias mías.

Ella le miró sin pestañear desafiándole a que replicara.

—¡Idea tuya! —explotó él—. Pero…

Tessa levantó la mano para hacerle callar.

—Es algo en lo que hemos estado trabajando al mismo tiempo que con la nave. Esto no entra en el campo de mi experiencia, pero he espoleado a los neurofísicos para que lo conciban. ¿Deseas saber cuál es la razón? Precisamente que te quiero en la nave cuando esta parta hacia la Estrella Vecina. ¿Es que no lo ves?

Él negó con la cabeza.

—Adivínalo, Crile. Lo verías si no te cegara la rabia por un motivo insano. Está clarísimo. Es un «detector neurónico». Detecta a distancia la actividad nerviosa. La compleja actividad nerviosa. En suma, detecta la presencia de inteligencia.

Fisher la miró pasmado.

—¿Te refieres a lo que los médicos usan en los hospitales?

—Por supuesto. Es una herramienta rutinaria en medicina y psicología para detectar los desórdenes mentales precoces… Pero a la distancia de un metro. Yo la necesito a distancias astronómicas. No es nada nuevo. Es algo antiguo con un radio de acción creciente. Si Marlene vive, Crile, estará en el Establecimiento, en Rotor. Y Rotor se hallará allí, por alguna parte, girando alrededor de la estrella. Te dije que no sería fácil de localizar. Si no lo encontramos pronto, ¿cómo podremos estar seguros de que no se halla allí… y de que no nos ha pasado inadvertido como una isla en el océano o un asteroide en el espacio? ¿Deberemos seguir buscando durante meses o años hasta convencernos de que no lo hemos pasado de largo, de que no está verdaderamente allí?

—Y el detector neurónico…

—Encontrará a Rotor.

—¿Y no será difícil de detectar…?

—No, no lo será. El universo está inundado por ondas de luz y radio más toda clase de radiaciones, y nosotros necesitaremos distinguir una fuente de entre millares o millones. Se puede hacer, pero no es sencillo y puede requerir mucho tiempo. Ahora bien, captar la precisa radiación electromagnética asociada a las neuronas en una compleja relación, es algo único. No es posible que encontremos más de una fuente idéntica a esa… Y, si es así, se deberá a que Rotor ha construido otro Establecimiento. Ahí lo tienes. Estoy tan deseosa de encontrar a tu hija para ti, como tú lo estás de encontrarla para ti mismo. ¿Y por qué obraría yo así si no anhelase tenerte con nosotros en el vuelo? Tú estarás allí.

Fisher pareció abrumado.

—¿Y forzaste todo el proyecto para lograr eso?

—Tengo un poder considerable sobre ellos, Crile. Y todavía hay más. Esto es sumamente confidencial. Por esa razón, no pude revelártelo ante la nave.

—¿Ah? ¿Y de qué se trata?

La Wendel dijo con cierto tono de ternura:

—He estado cavilando más tiempo del que crees, Crile. No puedes imaginar cuánto deseo evitarte decepciones. ¿Qué pasará si no encontramos nada en la Estrella Vecina? ¿Qué ocurrirá si un barrido de los cielos nos dice que no hay ninguna forma de vida inteligente en su vecindad? ¿Deberemos volver a casa e informar que no hemos encontrado ni rastro de Rotor? Vamos, Crile, no te dejes vencer por una de tus depresiones. Al mencionar que tal vez no encontremos inteligencia en la Estrella Vecina, no quiero dar a entender que Rotor y su gente no hayan sobrevivido.

—¿Qué otra cosa puede significar?

—Ellos podrían haber quedado tan insatisfechos con la Estrella Vecina que hubiesen decidido dirigirse hacia otra parte. Quizá se hayan detenido el tiempo suficiente para minar algunos asteroides y adquirir nuevos materiales que necesitarán en la construcción y la restauración de los motores de microfusión. Luego, se pondrían en marcha.

—Y si fuera así, ¿cómo podemos saber dónde se encuentran?

—Han transcurrido casi catorce años desde su partida. Con la hiperasistencia ellos habrán podido viajar solo a la velocidad de la luz. Si han alcanzado alguna estrella y se han instalado en su vecindad, será por fuerza una estrella que diste de nosotros catorce años luz como máximo. No hay muchas de esas. A velocidad superlumínica podremos visitar cada una de ellas. Con los detectores neurónicos conseguiremos determinar si Rotor está en la cercanía de alguna de ellas.

—En este momento ellos podrían encontrarse vagando por el espacio entre las estrellas. ¿Cómo los detectaríamos en tal caso?

—No podríamos; pero al menos aumentarían un poco nuestras probabilidades si investigáramos con los detectores neurónicos una docena de estrellas en seis meses, y no perderíamos el tiempo explorando una estrella en una búsqueda inútil. Si fracasamos… y habremos de arrostrar un posible fracaso… por lo menos regresaremos con datos considerables sobre una docena de estrellas diferentes… Una enana blanca, una estrella caliente blanquiazul, otra similar al Sol, una binaria próxima y así sucesivamente. No es probable que realicemos más de un viaje en nuestra vida, así que ¿por qué no hacer uno bueno y pasar a la historia con un éxito inmenso, Crile?

—Supongo que tienes razón, Tessa —contestó pensativo Crile—. Peinar una docena de estrellas sin encontrar nada será ya bastante malo, pero explorar la vecindad de una sola estrella y regresar pensando que Rotor podría haber estado en cualquier otra parte accesible pero que no hemos tenido tiempo para su exploración, sería mucho peor.

—Exacto.

—Procuraré recordarlo —dijo entristecido Crile.

—Otra cosa. El detector neurónico podría detectar inteligencia que no fuera de origen terrestre. No debiéramos perdérnoslo por nada del mundo.

Fisher pareció sorprendido.

—Pero eso no es probable ¿verdad?

—Nada probable; no obstante, si sucediera, mayor razón para no perdérnoslo. Particularmente, si está a catorce años luz de la Tierra. En el universo no puede haber nada tan interesante como la presencia de otra forma de vida inteligente… o tan peligroso. Nos gustaría averiguarlo.

—¿Cuál es la posibilidad de detectarla si no es de origen terrestre? —inquirió Fisher—. Los detectores neurónicos están ajustados para captar, únicamente, inteligencia humana. Me parece que si ya nos costaría lo nuestro detectar vida en una forma extraña, más valdría no mencionar la inteligencia.

La Wendel dijo:

—Podemos ser incapaces de reconocer vida; pero, a mi juicio, no es posible que nos pase inadvertida la inteligencia, y lo que nosotros buscamos no es vida sino inteligencia. Fuese cual fuere la inteligencia, por muy extraña e irreconocible que nos parezca, requerirá una estructura compleja, sumamente compleja…, al menos tan compleja como el cerebro humano. Es más, tiene muchísimas probabilidades de requerir la interacción electromagnética. La atracción gravitatoria resulta demasiado débil; las interacciones nucleares intensas y débiles son de alcance demasiado corto. Respecto a este nuevo hipercampo con el que estamos trabajando para el vuelo superlumínico no existe en la Naturaleza, que sepamos, pero sí cuando lo concibe la inteligencia. El detector neurónico puede captar un campo electromagnético muy complejo que implicará inteligencia cualquiera que sea la forma o la composición química utilizada para moldear esa inteligencia. Y nosotros deberemos estar prestos a aprender o a correr. Por lo que se refiere a la vida no inteligente que no sea peligrosa para una civilización tecnológica como la nuestra, cualquier forma de vida extraña, incluso en la fase del virus, será interesante.

—¿Y por qué mantener secreto todo eso?

—Porque sospecho… Bueno, en realidad sé que el Congreso Global nos querrá de vuelta cuanto antes para estar seguros de que el proyecto ha tenido éxito y poder construir mejores modelos de nave superlumínica basándose en nuestra experiencia con este prototipo. Por otra parte, si las cosas marchan bien, yo quisiera ver el universo y hacerles esperar. No digo que me proponga hacerlo, pero quiero que me quede esa opción. Si ellos supieran que tengo tales planes… si lo presintiesen siquiera… intentarían, según sospecho, formar la tripulación con otras personas a quienes consideren más dóciles a sus órdenes.

Fisher esbozó una vaga sonrisa.

—¿Qué te pasa, Crile? —preguntó la Wendel—. Supón que no encontramos ni rastro de Rotor o de su gente. ¿Te gustaría volver a la Tierra con esa decepción? ¿Rendirte después de tocar el universo con la yema de los dedos?

—No. Me pregunto cuánto se tardará en instalar los detectores y todas las demás cosas con que sueñas. Dentro de dos años cumpliré los cincuenta. A esa edad, los agentes que trabajan para la Oficina son retirados del servicio activo. Se les asignan empleos burocráticos en la Tierra y no se les permite hacer vuelos espaciales.

—¿Y qué?

—Dentro de poco más de dos años, no reuniré ya las condiciones para el vuelo. Me dirán que soy demasiado viejo, y entonces el universo no se encontrará al alcance de mis dedos.

—¡Tonterías! Ellos me permiten ir, y ahora mismo tengo más de cincuenta.

—Tú eres un caso especial. Es tu nave.

—Tú eres también un caso especial puesto que insistiré en tu participación. Además, ellos no encontrarán con tanta facilidad gente competente para ir en la Superlumínica. Ya nos costará lo nuestro persuadirles de que se presenten voluntarios. Y deberán ser voluntarios; no podemos arriesgarnos a dejar este viaje en manos de reclutas mal dispuestos y asustadizos.

—¿Por qué no habrá voluntarios que quieran ir?

—Porque son terrícolas, mi querido Crile, y el espacio es un horror para casi todos los terrícolas. El hiperespacio es todavía más horripilante, y ellos se echarán atrás. Quedaremos tú y yo. Necesitaremos, pues, tres voluntarios más, y créeme si te digo que tendremos dificultades para encontrarlos. He sondeado ya a muchos y lo único que he obtenido es una promesa a medias de dos personas muy aceptables: Chao Li Wu y Henry Jarlow. Todavía no he conseguido hallar a la tercera. Aunque hubiera, contra lo que creo probable, una docena de voluntarios, ellos no te descartarían en favor de cualquier otro, porque yo insistiría en que vinieras conmigo como embajador ante los rotorianos… si ello fuere necesario. Y si eso no es suficiente, te prometo que la nave partirá antes de que cumplas los cincuenta.

Ahora Fisher sonrió con alivio patente y dijo:

—Te quiero, Tessa. Sabes que te quiero de verdad.

—No —respondió la Wendel—. No sé que me quieras de verdad, sobre todo cuando lo dices con ese tono, como si la admisión te hubiese cogido por sorpresa. Es muy extraño, Crile, pero durante los casi ocho años transcurridos desde que nos conocemos, vivimos juntos y hacemos el amor, no has dicho nunca una cosa así.

—¡Ah! ¿No?

—Créeme, he escuchado muy bien. ¿Sabes qué otra cosa es extraña? Yo no he dicho nunca que te quisiera; y sin embargo, te quiero. Esto no empezó así. ¿Qué supones que ha sucedido?

Fisher dijo en voz baja:

—Puede ser que nos hayamos enamorado mutuamente de una forma tan gradual que no nos hemos enterado. Eso sucede a veces ¿no crees?

Se sonrieron mutuamente, tímidos, como si se preguntaran qué debían hacer al respecto.