XIX. PERMANENCIA

39

Marlene sonrió titubeante a Siever Genarr. Se había habituado a invadir su despacho cuando se le antojaba.

—¿Te interrumpo en tu tarea, tío Siever?

—No, querida, este no es un trabajo arduo. Fue concebido para que Pitt pudiera librarse de mí, así que lo acepté y lo conservé para poder librarme de Pitt. Esto es algo que no confieso a cualquiera; pero me siento impulsado a decirte la verdad, ya que tú descubres siempre la mentira.

—¿Te asusta eso, tío Siever? Asustó al comisario Pitt y habría asustado a Aurinel… si le hubiese dejado saber hasta dónde puedo llegar.

—A mí no me asusta, Marlene, porque he renunciado a la defensa, ¿comprendes? Me he convencido de que estoy hecho de cristal en lo que se refiere a ti. En verdad, resulta tranquilizador. Mentir es un trabajo complicado cuando te detienes a pensar en ello. Si la gente fuera verdaderamente perezosa, nunca mentiría.

Marlene sonrió otra vez.

—¿Es esa la razón por la que te gusto? ¿Porque te hago posible ser perezoso?

—¿No puedes entreverlo tú?

—No. Yo puedo entrever que te gusto, pero no puedo entrever por qué te gusto. Tu forma de comportarte me demuestra que te gusto; pero el motivo está oculto dentro de tu mente, y todo cuanto me es posible detectar algunas veces son sentimientos vagos. No llego hasta ahí —reflexionó unos instantes—. A veces deseo poder hacerlo.

—Me alegro de que no puedas. Las mentes son lugares sucios, malsanos, incómodos.

—¿Por qué dices eso, tío Siever?

—Experiencia. No tengo tu habilidad natural pero he tratado con la gente mucho más tiempo que tú. ¿Te gustan las interioridades de tu mente, Marlene?

La muchacha pareció sorprendida.

—No lo sé. ¿Por qué no habrían de gustarme?

—¿Te gusta todo cuanto piensas? ¿Todo cuanto imaginas? ¿Todo impulso que te mueve? Ahora sé sincera. Aunque yo no pueda interpretar tus reacciones, sé sincera.

—Bueno, a veces pienso en hacer cosas que no querría hacer de verdad. Pero no a menudo, esto es cierto.

—¿No a menudo? No olvides que estás acostumbrada a tu propia mente. Apenas la sientes. Es como la ropa que llevas puesta. No percibes su roce porque estás habituada a él. Tu pelo se te eriza por la nuca, pero tú no lo adviertes. Si alguien te tocara el pelo de la nuca, te daría un repeluzno y no lo soportarías. En la mente de cualquier otra persona podría haber pensamientos que no serían peores que los tuyos; pero al tratarse de los pensamientos de otro, no te gustarían. Por ejemplo, a ti podría no gustarte que me gustaras… si supieses por qué me gustas. Es mucho mejor y más plácido aceptar mi inclinación como algo que existe, y no hurgar mi mente en busca de motivos.

A lo que Marlene replicó sin poder evitarlo:

—¿Por qué? ¿Cuáles son los motivos?

—Bueno, me gustas porque una vez yo fui tú.

—¿Qué quieres decir?

—No quiero decir que fui una jovencita con hermosos ojos y el don de la percepción. Quiero decir que fui joven y pensé que era vulgar y que mi vulgaridad no gustaba a nadie. Y supe que era inteligente y no pude entender por qué tampoco gustaba a nadie mi inteligencia. Consideraba injusto que se me despreciara por una mala cualidad y no se me estimara por mi cualidad buena.

»Me sentí dolido y furioso, Marlene, y resolví no tratar jamás a otros como la gente me trataba a mí; pero no he tenido muchas oportunidades para poner en práctica esa buena resolución. Entonces te conocí y viniste cerca. No eres ni mucho menos tan vulgar como era yo, y sí mucho más inteligente que yo fui jamás; pero no me importa que me superes —le dirigió una amplia sonrisa—. Es como darme a mí mismo una segunda oportunidad… con ventajas. Pero, vamos, no creo que hayas venido para hablarme de eso. Tal vez no sea perceptivo a tu manera, pero eso sí puedo verlo.

—Bueno… se trata de mi madre.

—¡Ah! —Genarr frunció el entrecejo expresando un interés súbito, evidente y casi doloroso—. ¿Qué hay de ella?

—Está a punto de terminar aquí su proyecto, ya sabes. Si regresa a Rotor querrá que le acompañe. ¿Debo hacerlo?

—Eso me parece. ¿Es que no quieres?

—No, no quiero, tío Siever. Creo importante que yo permanezca aquí. Por tanto, me gustaría que dijeses al comisario Pitt que te agradaría tenernos aquí. Puedes inventarte cualquier excusa que sea admisible. Y el comisario se alegrará de permitirnos permanecer, estoy segura, especialmente si le explicas que madre ha descubierto que Némesis destruirá la Tierra.

—¿Te lo ha dicho ella, Marlene?

—No, no lo hizo; pero no necesitó hacerlo. Puedes indicarle al comisario que, probablemente, madre le importunará de forma continua con su insistencia de que avise al Sistema Solar.

—¿No se te ha ocurrido que Pitt podría sentirse inclinado a no hacerme caso? Si se figura que quiero conservaros a Eugenia y a ti aquí, en la Cúpula de Erythro, es capaz de haceros regresar a Rotor solo para fastidiarme.

Marlene respondió sin alterarse:

—Estoy segura de que el comisario preferirá mucho más complacerse a sí mismo teniéndonos aquí, que desagradarte a ti haciéndonos regresar. Además, tú quieres a madre aquí porque… le tienes afecto.

—Sí, mucho. Me parece que durante toda mi vida. Pero tu madre no me tiene afecto a mí. Tú me dijiste, hace ya algún tiempo, que tu padre ocupa todavía todos sus pensamientos.

—Cada día le gustas más, tío Siever. Le gustas muchísimo.

—Gustar no es amar, Marlene. Estoy seguro de que ya lo has descubierto.

Marlene enrojeció.

—Estoy hablando de personas viejas.

—Como yo.

Genarr echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Luego, dijo:

—Lo siento, Marlene. Es solo que las personas viejas creen que los jóvenes no saben nada del amor; y las jóvenes creen que las viejas se han olvidado del amor. ¿Y sabes una cosa? Ambas están equivocadas. ¿Por qué crees que es tan importante permanecer en la Cúpula de Erythro, Marlene? ¿No será porque te gusto?

—Claro que me gustas —dijo muy seria Marlene—. Y mucho. Pero quiero quedarme aquí porque me agrada Erythro.

—Ya te he explicado que este es un mundo peligroso.

—No para mí.

—¿Tienes todavía la certeza de que la plaga no te afectará?

—Claro que no.

—¿Pero cómo puedes saberlo?

—Lo sé, eso es todo. Lo he sabido siempre, incluso cuando estaba en Rotor. No he tenido ningún motivo para pensar lo contrario.

—No, no lo tuviste. Pero ¿y después de que te contáramos lo de la plaga?

—Eso no cambió las cosas. Me siento completamente segura aquí. Incluso más que en Rotor.

Genarr movió despacio la cabeza.

—Debo reconocer que no lo entiendo —escrutó el solemne rostro, los ojos oscuros, casi ocultos por las magníficas pestañas—. Sin embargo, permíteme leer tu lenguaje del cuerpo, Marlene… si me es posible. Tú quieres salirte con la tuya a cualquier precio, es decir, permanecer en Erythro.

—Eso es —respondió sin ambages Marlene—. Y espero que me ayudes.

40

Eugenia Insigna ardió por dentro de cólera. Su voz no fue desmedida pero sí intensa.

—Él no puede hacer esto, Siever.

—Sí que puede, Eugenia —respondió Genarr no menos contenido—. Es el comisario.

—Pero no un gobernante absolutista. Tengo mis derechos de ciudadana, y uno de ellos es la libertad de movimiento.

—Si el comisario desea decretar un estado de urgencia, sea con carácter general o individual, los derechos de los ciudadanos quedarán abolidos. Esa es más o menos la esencia de lo que dice la Ley de Instauración del 24.

—Pero es una burla de todas nuestras leyes y tradiciones, que datan del establecimiento de Rotor.

—Conforme.

—Y si organizo un escándalo por esto, Pitt se encontrará…

—Por favor, Eugenia. Escúchame. Déjalo estar. De momento ¿por qué Marlene y tú no os quedáis aquí, sencillamente? Sabes que se os acoge con sumo gusto.

—¿Qué está diciendo? Eso equivale al encarcelamiento sin acusación, ni procesamiento ni juicio. Nos vemos obligadas a permanecer por tiempo indefinido en Erythro a causa de un ucase arbitrario…

—Hazlo sin objetar, por favor. Será preferible.

—¿Por qué preferible? —Eugenia habló con infinito desprecio.

—Porque Marlene, tu hija, se halla muy interesada en que lo hagas así.

Eugenia pareció perpleja.

—¿Marlene?

—La semana pasada vino a mí llena de sugerencias para que yo embaucara al comisario y le indujera a ordenar que vosotras dos permanezcáis aquí, en Erythro.

Insigna medio se levantó de su asiento con enorme irritación.

—¿Y le seguiste la corriente?

Genarr negó enérgico con la cabeza.

—No. Ahora escúchame. Todo cuanto hice fue notificar a Pitt que tu trabajo aquí ha terminado y que yo no sabía a ciencia cierta si él tenía el propósito de hacerte volver a Rotor con Marlene o dejarte aquí. Fue un comunicado absolutamente neutral, Eugenia. Se lo enseñé a Marlene antes de expedirlo y ella quedó satisfecha. Dijo, y cito, «si le das a elegir, él optará por dejarnos aquí». Y, al parecer, así lo ha hecho.

Insigna se echó hacia atrás.

—Vamos a ver, Siever, ¿es que sigues de verdad los consejos de una chica de quince años?

—Yo no veo a Marlene tan solo como una chica de quince años. Pero dime, ¿por qué te interesa tanto regresar a Rotor?

—Mi trabajo…

—No hay ninguno. No habrá trabajo ninguno si Pitt no te quiere allí. Aun suponiendo que él te permita regresar, te encontrarás con que alguien te ha remplazado. Por otra parte, aquí tendrás instrumentos que puedes usar… que has usado. Después de todo, viniste aquí para hacer lo que no podía hacerse en Rotor.

—¡Mi trabajo no importa! —gritó Insigna con demoledora inconsistencia—. ¿No ves que quiero volver por la misma razón que él desea dejarme aquí? Busca la destrucción de Marlene. Si yo hubiese sabido lo de la plaga de Erythro antes de partir, no habríamos venido jamás. No quiero arriesgar la mente de Marlene.

—Su mente es lo último que yo quisiera arriesgar —declaró Genarr—. Antes me arriesgaría yo mismo.

—Pero si nos quedamos aquí, correrá peligro.

—Marlene no lo cree así.

—¡Marlene! ¡Marlene! Pareces creerla una diosa. ¿Qué sabe ella?

—Escúchame, Eugenia. Tratémoslo de una forma racional. Si me pareciera de verdad que Marlene estuviese en peligro, os haría volver a Rotor de la manera que fuese; pero primero escúchame. No hay ninguna megalomanía en Marlene ¿verdad?

Insigna empezó a temblar. Su apasionamiento no remitió.

—No sé qué quieres decir.

—¿Acaso tiende ella a presentar grandiosas reivindicaciones fantásticas, que sean ridículas a todas luces?

—Claro que no. Ella es muy razonable… ¿Por qué haces esas preguntas? Sabes que ella no presenta reivindicaciones que…

—Que no sean justificadas. Lo sé. Ella no ha alardeado nunca de su facultad perceptiva. Las circunstancias se la impusieron más o menos.

—Sí. ¿Pero cuál es la finalidad de todo esto?

Genarr continuó impertérrito:

—¿Se ha jactado alguna vez de poseer extraños poderes intuitivos? ¿Se ha expresado en alguna ocasión como si estuviera segura de que algo muy particular iba a suceder o no iba a suceder por la sencilla razón de que ella estaba segura?

—No, claro que no. Ella se aferra a las pruebas. No hace declaraciones extravagantes sin poderlo probar.

—No obstante, en cierto aspecto, solo en cierto aspecto, ella lo hace. Está segura de que la plaga no puede afectarla. Asevera que experimentó ya esa confianza suprema, esa certidumbre de que Erythro no puede dañarla, ya en Rotor, y que su convicción aumentó cuando llegó a la Cúpula. Ella está decidida, absolutamente decidida, a permanecer aquí.

Insigna abrió mucho los ojos y se llevó una mano a la boca. Dejó escapar un sonido inarticulado y luego dijo:

—En tal caso…

Y se quedó mirándole fijamente.

—Sí —murmuró Genarr alarmado de súbito.

—¿Es que no lo ves? ¿No es este el primer golpe de la plaga? Su personalidad está cambiando. Su mente está resultando afectada.

Genarr quedó petrificado por un instante, pero luego manifestó:

—No, no puede ser. En todos los casos de plaga no se ha detectado nunca nada semejante. Esto no es la plaga.

—Si su mente difiere de todas las demás, resultará afectada de forma diferente.

—¡No! —exclamó desesperado Genarr—. Me es imposible creerlo. Y no lo creeré. Si Marlene dice que es inmune, creo que es inmune y que su inmunidad nos ayudará a resolver el problema de la plaga.

—¿Es eso lo que te hace querernos aquí, Siever? ¿Usarla como instrumento contra la plaga?

—No. No os quiero aquí para usarla. Sin embargo, ella quiere quedarse y puede llegar a ser una herramienta tanto si lo deseamos como si no.

—¿Y solo porque ella quiere quedarse estás dispuesto a permitírselo? ¿Solo porque ella quiere quedarse por algún deseo perverso que no puede explicar y en el que ni tú ni yo vemos razón o lógica? ¿Crees en serio que se le debe permitir quedarse aquí por el simple hecho de que lo desea? ¿Cómo te atreves a decirme eso?

Haciendo un esfuerzo Genarr contestó:

—A decir verdad, yo mismo me siento tentado en esa dirección.

—Para ti es fácil sentirse tentado. Ella no es tu hija. Es la mía. Y es lo único…

—Lo sé —concluyó él—. Es lo único que te queda de… Crile. No me mires así. Sé que no te has sobrepuesto nunca a tu pérdida. Comprendo cómo te sientes.

Pronunció con ternura las últimas palabras, y pareció querer acariciar la cabeza abatida de Insigna.

—De todas formas, Eugenia, si Marlene desea de verdad explorar Erythro, creo que nada podrá detenerla en definitiva. Y ella está absolutamente convencida de que la plaga no afectará a su cerebro; quizá esa actitud mental lo impida. La agresiva salud y confianza de Marlene pueden ser su mecanismo de inmunidad mental.

Insigna respingó, sus ojos brillaron enfebrecidos.

—Estás diciendo disparates y no tienes derecho a ceder ante ese súbito arrebato de romanticismo en una niña. Ella es una extraña para ti. Tú no la quieres.

—No es una extraña para mí y sí la quiero. Lo que es más importante, la admiro. El amor no me daría esa confianza profunda que tolera el riesgo; pero la admiración sí. Reflexiona sobre ello.

Ambos permanecieron sentados mirándose de hito en hito.