XXVII. VIDA

58

Siever Genarr abrió despacio los ojos y parpadeó a la luz. Le costó un poco enfocar las imágenes y no pudo percibir con nitidez lo que llenaba su campo visual.

La imagen se perfiló poco a poco, y Genarr reconoció pronto a Ranay D’Aubisson, la neuróloga jefe de la Cúpula.

—¿Marlene…? —inquirió Genarr con voz débil.

La D’Aubisson pareció sombría.

—Ella se encuentra bien al parecer. Eres tú quien me preocupa ahora mismo.

Una punzada de aprensión estremeció los órganos vitales de Genarr. Intentó mitigarla con su sentido del humor negro y dijo:

—Entonces debo de haber salido más malparado de lo que pensaba si el Ángel de la Plaga está aquí.

Y como la D’Aubisson no respondió nada, Genarr preguntó acuciante:

—¿Es así?

Ella pareció despertar a la vida. Alta y angulosa, se inclinó sobre él; las finas arrugas que rodeaban sus penetrantes ojos azules se hicieron más profundas cuando le miró entre guiños.

—¿Cómo te sientes? —inquirió sin responder a su pregunta.

—Fatigado. Muy fatigado. Aparte de eso, bien. ¿No?

La inflexión enfática sirvió como repetición de su primera pregunta.

—Has dormido durante cinco horas —le informó ella, todavía sin contestarle.

Genarr gimió.

—Sea como sea, estoy cansado. Y necesito ir al baño.

Dicho esto empezó a debatirse para incorporarse.

A una señal de D’Aubisson, un joven se le acercó presuroso y con sumo respeto lo cogió por el codo; pero Genarr lo rechazó indignado.

—Por favor, deja que te ayuden —pidió la D’Aubisson—. No hemos hecho todavía el diagnóstico.

Cuando regresó a la cama diez minutos después, dijo arrepentido:

—No hay aún diagnosis. ¿Has hecho una exploración de cerebro?

—Sí, claro. Al instante.

—¿Y qué?

Ella se encogió de hombros.

—No encontramos nada de importancia, pero te hallamos dormido. Haremos otra cuando estés despabilado. Y se te someterá a diversas observaciones.

—¿Por qué? ¿No es suficiente la exploración del cerebro?

Las cejas grises de ella se alzaron.

—¿Crees que lo es?

—Déjate de juegos. ¿A dónde vas a parar? Dilo sin rodeos. No soy un niño.

La D’Aubisson suspiró.

—Los casos de plaga que hemos tenido mostraron rasgos interesantes en la exploración de cerebro; pero no pudimos compararlo nunca con el estado anterior a la plaga, porque ninguno de los pacientes había sido explorado con anterioridad a la infección. Cuando establecimos una rutina y se generalizó el programa de exploración para todos los residentes en la Cúpula, no hubo ya casos inconfundibles de plaga. ¿Lo sabías?

—Deja de tenderme trampas —protestó malhumorado Genarr—. Claro que lo sabía. ¿Acaso piensas que he perdido la memoria? Entonces deduzco… porque puedo también deducir ¿sabes?, aunque tengas mi exploración de días pasados y puedas compararla con la que acaban de hacer, no encuentras nada significativo. ¿No es eso?

—Evidentemente, no tienes nada más a primera vista; pero podríamos encontrarnos con lo que cabría considerar una situación subclínica.

—¿A pesar de no encontrar nada?

—Podría pasar inadvertido cualquier cambio sutil que no busquemos de forma específica. Después de todo, te desvaneciste, y tú no eres una persona dada a los desvanecimientos, comandante.

—Entonces haz otra exploración ahora que estoy despierto; y si hay algo tan sutil que escapa a tu atención, me resignaré a vivir con ello. Pero cuéntame acerca de Marlene. ¿Estás segura de que se halla bien?

—Dije que parece encontrarse bien, Comandante. A diferencia de ti, ella no mostró nada anómalo en su comportamiento. No se desvaneció.

—¿Y está a salvo dentro de la Cúpula?

—Sí, te trajo ella misma antes de que perdieras el conocimiento. ¿No lo recuerdas?

Genarr se sonrojó y farfulló algo.

La mirada de la D’Aubisson se hizo sardónica.

—Explícanos, exactamente, qué es lo que recuerdas, comandante. Cuéntanos todo. Cualquier detalle puede ser importante.

La incomodidad de Genarr aumentó al intentar recordar. Parecía como si hubiese transcurrido mucho tiempo, y los pormenores aparecieron borrosos, al igual que si se tratase de rememorar un sueño.

—Marlene se estaba quitando el traje «E» —empezó diciendo, y luego inquirió inseguro—: ¿No fue así?

—Ni más ni menos. Ella entró sin él y hubimos de enviar a alguien para recogerlo.

—Bueno, cuando observé lo que estaba haciendo intenté detenerla, por supuesto. Recuerdo que la doctora Insigna llamó y me alertó. Marlene se hallaba bastante lejos de mí, cerca del arroyo. Traté de gritarle; pero, ante lo inesperado de la situación, no logré emitir ni un sonido al principio. Procuré llegar a ella cuanto antes para… para…

—Corriste hacia ella —le ayudó la D’Aubisson.

—Sí, pero… pero…

—Pero te encontraste con que no podías correr. Estuviste casi en un estado de parálisis. ¿Acierto?

Genarr asintió.

—Sí. Más bien. Intenté correr pero… ¿Has tenido alguna vez una de esas pesadillas en que te persiguen y, por alguna razón, te es imposible mover las piernas y correr?

—Sí. Todos las hemos tenido. Suceden por lo general cuando se te enredan los brazos o las piernas entre las sábanas.

—Pues me sentí como en un sueño. Por fin recuperé la voz y la llamé; pero estoy seguro de que, sin el traje «E», ella no pudo oírme.

—¿Sentiste desfallecimiento?

—No. La verdad. Solo me sentí indefenso y confuso. Como si fuera inútil intentar correr. Entonces Marlene me vio y se me acercó con gran rapidez. Sin duda se dio cuenta de que yo tenía problemas.

—Ella no pareció tener dificultad para correr, ¿verdad?

—No vi que la tuviera. Ella pareció llegar hasta mí… Entonces… Seré sincero contigo, Ranay. No recuerdo nada en absoluto a partir de ese instante.

—Llegasteis juntos a la Cúpula —dijo con calma la D’Aubisson. Ella te ayudaba, te sostenía. Una vez dentro de la Cúpula te desvaneciste, y ahora… aquí estás.

—¿Crees que tengo la plaga?

—Creo que experimentaste algo anormal; pero no logro encontrar nada en tu exploración de cerebro. Estoy desconcertada. Eso es todo.

—Fue el trauma de ver en peligro a Marlene. ¿Por qué habría de quitarse el traje «E» a no ser que estuviera…?

Genarr enmudeció de repente.

—A no ser que estuviera sucumbiendo a la plaga. ¿No es eso?

—Reconozco que me asaltó esa idea.

—Pero ella parece sentirse muy bien. ¿Te gustaría dormir un poco más?

—No. Estoy despabilado. Hazme otra exploración de cerebro y procura que sea negativa, porque ahora que me he desahogado me encuentro mucho mejor. Y luego, pequeña arpía, iré a ocuparme de mis asuntos.

—Aunque la exploración de cerebro sea aparentemente normal, comandante, tú te quedarás en la cama durante veinticuatro horas por lo menos. En observación, ¿comprendes?

Genarr lanzó un gruñido teatral.

—No puedes hacerme eso. Me será imposible quedarme aquí contemplando el techo durante veinticuatro horas.

—No tendrás que hacerlo. Te instalaremos un atril para que puedas leer un libro o distraerte con la holovisión. Incluso se te permitirá recibir un visitante o dos.

—Supongo que los visitantes serán también para observarme.

—Es concebible que luego se les interrogue acerca de la cuestión. Y ahora montaremos el equipo para la exploración de cerebro —la doctora dio media vuelta, pero se volvió al instante con una sonrisa que suavizó algo las angulosidades de su rostro—. Es posible que estés bien, comandante. Tus reacciones me parecen normales. Pero necesitamos asegurarnos, ¿no crees?

Genarr gruñó y, mientras la D’Aubisson se alejaba, hizo una mueca burlona a sus espaldas. Decidió que aquello era también una reacción normal.

59

Cuando Genarr abrió otra vez los ojos lo que vio fue que Insigna le observaba entristecida.

Él mostró sorpresa y empezó a incorporarse.

—¡Eugenia!

Insigna le sonrió pero sin perder la expresión triste.

—Me dijeron que podía entrar, Siever —murmuró—. Me aseguraron que te encontrabas bien.

Genarr sintió alivio. Aunque él supiera que se encontraba bien, fue muy grato oír que alguien refrendaba su opinión.

—Claro que sí —dijo con petulancia—. Exploración de cerebro normal, dormido. Exploración de cerebro normal, despierto. Exploración de cerebro normal para siempre. Pero ¿cómo está Marlene?

—Su exploración de cerebro es también normal.

Pero el hecho de que fuera así no pareció hacerla cambiar de talante.

—Como ves, fui el canario de Marlene, como te había prometido —dijo Genarr—. Lo que quiera que fuese me afectó antes que a ella —y enseguida cambió de tono, pues no era momento para fanfarronadas—. Eugenia —murmuró—, no sé cómo disculparme. Para comenzar, no vigilé a Marlene, y luego el horror me paralizó hasta tal punto que perdí toda iniciativa. Fallé por completo, y eso después de haberte dicho con gran aplomo que me cuidaría de ella. Francamente, no tengo disculpa.

Insigna no cesó de negar con la cabeza.

—No, Siever. No fue culpa tuya. Y me alegro mucho de que ella te ayudara a regresar.

—¿Que no fue culpa mía?

Genarr quedó sin habla. ¡Desde luego la culpa era suya!

—Claro que no. El hecho de que Marlene se quitara estúpidamente el traje o tú fueras incapaz de actuar aprisa no tiene importancia. Hay algo mucho peor. Muchísimo peor. Estoy segura.

Genarr se sintió anonadado. ¿Qué podía haber que fuese peor?

—¿Qué quieres decir?

Acto seguido saltó de la cama pero se vio de repente las piernas desnudas y el extravagante camisón que llevaba, y arrebatando la manta se envolvió en ella.

—Siéntate y cuéntamelo, por favor —pidió—. ¿Se encuentra bien Marlene? ¿No me estarás ocultando algo acerca de ella?

Insigna se sentó y contempló con mirada solemne a Genarr.

—Ellos dicen que se encuentra bien. La exploración de cerebro es absolutamente normal. Quienes conocen bien la plaga afirman que la chica no muestra síntoma alguno.

—Entonces, ¿por qué estás sentada ahí como si fuera el fin del mundo?

—Creo que lo es, Siever. De este.

—¿Qué significa eso?

—No puedo explicártelo. No me es posible razonarlo. Tendrás que hablar con Marlene para comprenderlo. Ella sigue su propio camino, Siever. No está intimidada por lo que hizo. Se empeña en que le es imposible explorar apropiadamente Erythro… «experimentarlo» según su propia expresión. Dice que no tiene intención de ponerse el traje «E» nunca más.

—En tal caso no se le permitirá salir.

—¡Oh, pero Marlene declara que lo hará! Y con gran aplomo. Siempre que me plazca, dice. Y sola. Se culpa por haberte dejado acompañarla. Ella no es insensible acerca de lo que te ha sucedido, créeme. Eso la ha impresionado. Y se alegra de haber llegado a tiempo para ayudarte. Incluso se le saltaron las lágrimas cuando habló de lo que pudiera haber sucedido si no te hubiese conducido a tiempo hasta la Cúpula.

—¿Y eso no la hace temer nada?

—No. Ahí está lo más extraño. Ahora ella está segura de que tú corriste peligro, de que cualquiera habría corrido peligro. Mas ella no. Se muestra tan convencida, Siever, que yo sería capaz de… —meneó la cabeza y murmuró—: No sé qué hacer…

—Ella es una chica positiva por naturaleza, Eugenia. Debes saberlo mejor que yo.

—¡No tan positiva…! Es como si supiera que no podemos detenerla.

—Quizá podamos. Hablaré con ella, y si me sale con un «tú no puedes detenerme», la enviaré de vuelta a Rotor… sin pérdida de tiempo. Yo me había puesto de su parte; pero después de lo que me ha sucedido fuera de la Cúpula, mucho me temo que habré de ser riguroso.

—Pero no lo serás.

—¿Por qué? ¿A causa de Pitt?

—No. Solo quiero decir que no lo serás.

Genarr la miró pensativo, luego rio inquieto.

—¡Vamos, no he caído tan bajo su embrujo! Tal vez me sienta como un tío afable, Eugenia; pero no tan afable como para dejarla arrostrar el peligro. Todo tiene sus límites, y ya verás cómo sé imponerme —hizo una pausa y añadió alicaído—: Tú y yo parecemos haber cambiado de campo. Antes eras tú quien insistía en detenerla, en tanto que yo lo veía imposible. Ahora es al revés.

—Eso es porque el incidente ahí fuera te ha asustado, y lo experimentado desde entonces me ha asustado a mí.

—¿Qué has experimentado desde entonces, Eugenia?

—Cuando ella regresó a la Cúpula, yo intenté imponer los límites. Le dije, «jovencita, no te atrevas a hablarme así otra vez, pues de lo contrario no solo se te prohibirá abandonar la Cúpula sino también tu habitación. Te encerraré ahí, y se te atará si se hace necesario, y luego nos embarcaremos en el primer cohete hacia Rotor». Ya ves, estuve lo bastante furiosa como para amenazarla en serio.

—Bien hecho. ¿Y qué respondió ella? Yo apostaría cuanto tengo a que no estalló en sollozos. Sospecho que haría rechinar los dientes y te desafiaría. ¿Acierto?

—No. Apenas hube pronunciado esas palabras los dientes me empezaron a castañetear y quedé sin habla. Las náuseas me dominaron.

Frunciendo el ceño Genarr dijo:

—¿Estás sugiriendo que, a tu juicio, Marlene posee un extraño poder hipnótico que nos impide llevarle la contraria? Eso es imposible, no cabe duda. ¿Acaso has percibido con anterioridad algo semejante en ella?

—No, claro que no. Ni siquiera lo percibo ahora. Ella no tiene nada que ver con eso. Debo haber parecido estar muy indispuesta en el momento de desafiarla, lo cual la asustó a todas luces. Se mostró muy preocupada. Ella no pudo haberlo causado de ninguna forma, y actuó en consonancia. Cuando vosotros dos estabais fuera de la Cúpula, ella se quitaba el traje sin mirar hacia ti. Te daba la espalda. Lo sé porque yo estaba viéndolo todo. Sin embargo, te hallaste impotente para impedírselo y, cuando ella comprendió que estabas en dificultades, corrió a ayudarte. Reaccionó de esta forma porque fue incapaz de hacerte deliberadamente una cosa así.

—Pero entonces…

—Aguarda, no he terminado. Después de que yo la amenazara, o más bien que fracasara en mi intento de amenazarla, no me atreví a decirle nada que no fuera absolutamente trivial. Pero puedes estar seguro de que no la perdí de vista, aunque con disimulo para no despertar su recelo. En cierta ocasión, Marlene conversó con uno de tus centinelas… Los tienes por todas partes.

—En teoría, la Cúpula es un destacamento militar —gruñó Genarr—. Pero los centinelas se limitan a mantener el orden, a prestar ayuda cuando se necesita…

—Sí, ya me lo imagino —dijo Insigna con cierto desprecio—. Ahí se ve la mano de Janus Pitt buscando un medio para manteneros a todos bajo vigilancia y control… pero dejemos eso. Marlene y el centinela hablaron durante un rato. Me pareció que discutían. Después de que Marlene se fuera, me dirigí al centinela y le pregunté qué le había dicho mi hija. Al principio, el hombre se resistió pero por fin logré hacérselo soltar. Me explicó que ella quería obtener una especie de pase que le otorgara libertad de movimiento en la Cúpula para entrar y salir. Entonces le dije: «¿Qué le contestó usted?». «Que eso se debería gestionar en la Comandancia», respondió él, «pero que yo procuraría ayudarle». Yo me indigné. «¿Qué quiere decir con procurar ayudarle?», le imprequé. «¿Cómo pudo hacerle tal ofrecimiento?». Él contestó: «Tuve que hacerlo así, señora. Cada vez que intentaba explicarle la imposibilidad de hacerlo, me sentí indispuesto».

Genarr escuchó el relato sin pestañear y luego dijo:

—¿Me estás diciendo que Marlene hace eso de forma inconsciente, que quien se atreva a contradecirla sentirá malestar físico, y que ella no sabe siquiera que es responsable de ello?

—No, claro que no. Me es imposible concebir que ella haga semejante cosa. Si eso fuese una facultad subconsciente suya, se habría manifestado ya en Rotor, y desde luego no ha sucedido nunca nada de ese estilo. Además, no se trata de una contradicción cualquiera. Anoche, durante la cena, ella intentó servirse postre por segunda vez, y yo, olvidando por completo mi propósito de no enfadarla, dije con aspereza: «¡No, Marlene!». Ella mostró enorme rebeldía, pero se resignó, y yo no experimenté la menor indisposición. Te lo aseguro. Creo que es en lo relacionado con Erythro cuando no se la puede contradecir.

—¿Pero por qué supones eso, Eugenia? Pareces tener alguna idea al respecto. Si yo fuese Marlene, leería tus pensamientos como en un libro y te diría cuál es esa idea; pero, puesto que no lo soy, debes decírmelo tú.

—No creo que sea Marlene quien hace todo eso. Es… el propio planeta.

—¡¿El planeta?!

—¡Sí, Erythro! El planeta controla a Marlene. Si no, ¿por qué muestra ella tanto aplomo al decir que es inmune a la plaga y que no sufrirá daño alguno? Y también nos controla al resto de nosotros. Tú resultaste maltrecho cuando intentaste detener a mi hija. Yo también. Y asimismo el centinela. En los primeros días de la Cúpula, muchas personas sufrieron daños porque el planeta temió la invasión, y por tanto desencadenó la Plaga. Entonces, cuando todos os quedasteis dentro de la Cúpula, él aflojó las clavijas y la plaga cesó. ¿Ves cómo encaja todo?

—¿Crees, entonces, que el planeta quiere a Marlene sobre su superficie?

—Así parece.

—¿Y por qué?

—No lo sé. Ni pretendo desentrañarlo. Solo te estoy explicando cómo están las cosas.

La voz de Genarr se suavizó.

—Tú comprendes sin duda, Eugenia, que el planeta no puede hacer nada. Es un bloque de roca y metal. Te estás poniendo mística.

—No, Siever, no tengo la menor intención de hacerme pasar por una mujer boba e indefensa. Soy una científica de primer orden y no hay nada místico en mi forma de pensar. Cuando digo el planeta, no quiero decir roca ni metal. Quiero decir que lo impregna una poderosa forma de vida.

—Entonces tendrá que ser invisible, porque este es un mundo yermo con ningún signo de vida por encima de las prokaryotes, y no hablemos de inteligencia.

—¿Qué sabes acerca de este mundo yermo, como le llamas? ¿Lo habéis explorado como es debido? ¿Lo habéis sondeado de punta a cabo?

Genarr negó despacio con la cabeza. Y dijo con tono suplicante:

—¿Estás cayendo en la histeria, Eugenia?

—¿Lo estoy? Piénsalo bien y dime si puedes encontrar otra explicación. Te digo que la vida en este planeta, sea la que sea, no nos quiere aquí. Estamos condenados. ¿Qué desea de Marlene? —su voz tembló—. Eso me es imposible imaginarlo.