XIV. PESCANDO

28

Habían transcurrido cinco años desde la Partida. Crile Fisher lo encontraba difícil de creer, pues le parecía que había pasado mucho más tiempo, infinitamente más. Rotor no quedaba en el pasado sino en otra vida distinta por completo, una vida que él podía contemplar tan solo con creciente incredulidad. ¿Había vivido realmente allí? ¿Había tenido una esposa?

Solo recordaba con claridad a su hija, e incluso eso contenía cierto elemento de confusión, pues a veces le parecía recordarla como una adolescente.

Desde luego el problema estaba agravado por el hecho de que, en los últimos tres años, desde que la Tierra descubrió la Estrella Vecina, su vida había sido febril. Él había visitado siete Establecimientos nada menos.

Todos ellos estaban habitados por colonos de su propia pigmentación, que hablaban más o menos su lenguaje y compartían más o menos su orientación cultural. (Esa era la ventaja de la variedad de la Tierra. La Tierra podía proporcionar un agente similar por su apariencia y cultura a la población general de cualquier Establecimiento).

Desde luego, su capacidad de adaptación a los distintos Establecimientos tenía también un límite. Por mucho que él se asemejara superficialmente a su población, tenía un acento distinto, era incapaz de permanecer tan airoso como ellos bajo los cambios de atracción gravitatoria, no podía avanzar fluctuando como ellos con una gravedad reducida. Se traicionaba a sí mismo de mil maneras en cada Establecimiento que visitaba, y ellos le mantenían un poco a distancia aunque hubiera pasado por una cuarentena y un tratamiento médico antes de permitírsele entrar en el Establecimiento propiamente dicho.

Desde luego él permanecía en cada uno de ellos solo varios días, a lo sumo unas cuantas semanas. Jamás se esperaba de él que permaneciese en un Establecimiento con carácter más o menos permanente o que constituyese una familia como había hecho en Rotor.

Estaba de vuelta desde hacía tres semanas. No se le decía ni palabra sobre una nueva misión, y tampoco podía afirmarse que le interesara. Estaba cansado de tanto desasosiego, de no encajar en ninguna parte, de fingirse turista.

Y ahí estaba Garand Wyler, su viejo amigo y colega, recién llegado de un Establecimiento propio y mirándole fijamente con ojos fatigados. La piel oscura de su graciosa mano relucía a la luz cuando alzó la manga por un momento hasta la nariz y luego la dejó caer.

Fisher sonrió a medias. Él conocía ese gesto, pues también lo había hecho. Cada Establecimiento tenía su propio olor característico, lo cual dependía de los cultivos que tenía, las especias que usaba, los perfumes que le afectaban, incluso la naturaleza misma de la maquinaria y de los lubricantes que utilizaba. Ello dejaba pronto de advertirse; pero, de vuelta a la Tierra, el olor del Establecimiento se adhería a uno con fuerza. Aunque la persona se bañara y sus ropas se lavasen bien para que los demás no lo percibieran, uno notaba el olor encima de sí.

—Bienvenido —saludó Fisher—. ¿Cómo estuvo esta vez tu Establecimiento?

Terrible… como siempre. El viejo Tanayama tiene razón. Lo que más temen y aborrecen todos los Establecimientos es la variedad. Ellos no quieren diferencias de gustos, apariencias, maneras y vida. Se seleccionan a sí mismos para la uniformidad a despecho de toda variedad.

—Estás en lo cierto —dijo Fisher—. Es una pena.

—Eso es una forma benigna e insensible de expresarlo. «Una pena». «¡Caramba, se me cayó la fuente! ¡Ah, una pena!». «Mi sello de contacto se ha estropeado. ¡Ah, una pena!». Aquí estamos hablando de la Humanidad. Aquí estamos hablando sobre la larga lucha de la Tierra para encontrar un modo de convivencia entre todas las culturas, todas las apariencias. No es perfecta todavía; pero, comparada con lo que había hace un siglo, es gloria pura. Y entonces, cuando tenemos la oportunidad de movernos por el espacio, echamos a rodar todo y retornamos al oscurantismo. Y tú dices que «es una pena». ¡Vaya reacción ante algo que es una tragedia inmensa!

—Conforme —admitió Fisher—. Pero a menos que puedas recomendarme algo que se pueda hacer, ¿qué importa el modo más o menos elocuente de denunciarlo? Estuviste en Akruma, ¿verdad?

—Sí —repuso Wyler.

—¿Tenían ellos noticias acerca de la Estrella Vecina?

—Por descontado. Que yo sepa, la noticia ha llegado ya a cada Establecimiento.

—¿Les preocupó?

—Ni un pelo. ¿Por qué habría de hacerlo? Ellos han calculado millares de años. Mucho antes de que la Estrella Vecina esté en un lugar próximo y parezca peligrosa, lo cual no es absolutamente seguro, como sabes, ellos podrán emigrar. Todos podrán hacerlo. Admiran a Rotor, y solo están esperando la ocasión de largarse.

Wyler frunció el ceño, su tono fue amargo.

—Todos se marcharán y nosotros nos quedaremos empantanados —prosiguió—. ¿Cómo vamos a construir los Establecimientos suficientes para ocho billones de seres humanos con objeto de evacuarlos?

—Te estás expresando como Tanayama. ¿De qué nos servirá perseguirlos y castigarlos o destruirlos? Nosotros seguiremos todavía aquí, empantanados como siempre. ¿Acaso nos iría mejor si ellos se quedaran cerca como buenos chicos y afrontaran con nosotros a la Estrella Vecina?

—Muestras mucha frialdad al respecto, Crile. Tanayama está que arde y yo le secundo. Se halla lo bastante indignado para hacer pedazos la Galaxia si fuera necesario, y para desarrollar por nuestra cuenta la hiperasistencia. Él la quiere con objeto de perseguir a Rotor y hacerle volar fuera del espacio; pero, aunque eso no dé resultado, necesitaremos la hiperasistencia para sacar de la Tierra a todas las personas que sea posible si la Estrella Vecina nos fuerza a ello. Así pues, Tanayama está procediendo como es justo aunque sus móviles sean erróneos.

—Supón que tenemos hiperasistencia y luego nos encontramos con que tenemos solo tiempo y recursos para evacuar un billón de personas. ¿Cuál ha de ser el billón que salga? ¿Y qué sucederá si los encargados del salvamento atienden solo a las personas afines?

—No cabe ni pensarlo —gruñó Wyler.

—Exacto —convino Fisher—. Celebramos que nosotros podamos habernos ido mucho antes de que se den los primeros pasos.

—Si vamos a eso —arguyó Wyler bajando de repente la voz—, es posible que se hayan dado ya los primeros pasos. Sospecho que tenemos ahora mismo hiperasistencia, o estamos a punto de tenerla.

La expresión de Fisher dejó entrever un profundo cinismo.

—¿Qué te hace pensarlo? ¿Sueños? ¿Intuición?

—No. Conozco a una mujer cuya hermana tiene amistad con alguien de la plantilla del Viejo. ¿Te basta con eso?

—Por supuesto que no. Tendrás que darme algo más sustancial.

—No estoy en condiciones de hacerlo. Mira, Crile, soy amigo tuyo. Sabes que te ayudaré a recobrar tu posición en la Oficina.

Crile asintió.

—Lo sé y agradezco tus esfuerzos. Por mi parte he procurado devolverte el favor de tanto en tanto.

—Lo has hecho así y lo aprecio. Ahora lo que quiero es darte cierta información que se supone es confidencial y que, según creo, encontrarás útil e importante. ¿Estás dispuesto a aceptarla sin comprometerme?

—Siempre dispuesto.

—Desde luego, sabes muy bien lo que hemos estado haciendo, ¿no?

—Sí —contestó Fisher.

Era el tipo de pregunta vacua, retórica que no requería contestación.

Durante cinco años, agentes de la Oficina (Fisher entre ellos a lo largo de los tres últimos) habían estado rebuscando en los montones de basura informativa acumulados por los Establecimientos. Carroñeros.

Todos los Establecimientos trabajaban en la hiperasistencia, al igual que la Tierra, desde que corrió la voz de que Rotor la tenía, y ciertamente desde que Rotor lo demostró abandonando el Sistema Solar.

Era presumible que la gran mayoría de los Establecimientos, quizá la totalidad, habían obtenido alguna noción de lo que hizo Rotor. Según el Convenio de Ciencia Abierta, cada una de esas nociones debería haber sido puesta al descubierto y, si se hubiesen reunido todas ellas, tal vez habría habido hiperasistencia práctica para todo el mundo. Sin embargo, eso era pedir demasiado a todas luces en este caso particular. Resultaba imposible predecir cuáles serían los efectos secundarios resultantes de la nueva técnica, y ningún Establecimiento podía perder la esperanza de ser el primero en ese campo y, de este modo, ganar una ventaja importante sobre los demás. Así que cada cual atesoraba lo que tenía, suponiendo que tuviera algo…, y ninguno creía tener lo suficiente.

La propia Tierra, con su elaborada Junta Terrestre de Indagación, husmeaba sin distinción todos los Establecimientos. La Tierra estaba pescando, y Fisher era uno de los pescadores.

Wyler dijo midiendo las palabras:

—Hemos reunido todo lo que tenemos y me figuro que es suficiente. Podremos conseguir viajar con hiperasistencia. Y me imagino que saldremos hacia la Estrella Vecina. ¿No te gustaría estar en esa travesía cuando se emprenda la marcha hacia allí?

—¿Por qué he de querer estar en ella, Garand? Suponiendo que haya tal travesía, lo cual dudo.

—Estoy seguro de que la habrá. No puedo dejarte saber cuál es mi fuente; pero créeme bajo palabra, es fiable. Y, desde luego, tú querrás hacer ese viaje. Podrías ver a tu mujer. O, si no, a ella…, a tu pequeña.

Fisher se agitó inquieto. Le pareció que pasaba la mitad de sus días intentando no pensar en esos ojos. Marlene tendría ahora seis años, hablaría con una serenidad deliberada…, como Roseanne. Vería a través de las personas…, como Roseanne.

—Estás diciendo sandeces, Garand —sentenció—. Aunque se emprendiese ese vuelo, ¿por qué habrían de dejarme participar en él? Enviarían especialistas de cualquier tipo. Además, si hay alguna persona que el Viejo quiera descartar, esa persona seré yo. Me ha permitido reingresar en la Oficina y me ha confiado tareas, conforme; pero ya sabes cómo es él acerca de los fracasos, y yo le defraudé en Rotor.

—Sí, pero esa es, precisamente, la cuestión. Eso ha hecho de ti un especialista. Si él se propone perseguir a Rotor, ¿cómo puede olvidarse de incluir al único terrícola que ha vivido allí durante cuatro años? ¿Quién entendería mejor Rotor y quién sabría mejor cómo tratar con sus ocupantes? Pídele una audiencia. Haz hincapié sobre eso; pero recuerda, se supone que no sabes que tenemos hiperasistencia. Habla solo de posibilidades, haz uso del subjuntivo. Y no me mezcles en manera alguna. Se supone que tampoco sé nada de eso.

29

Al día siguiente, mientras Fisher se preguntaba si le convendría arriesgar todo en una entrevista con Tanayama, se le ahorró el trabajo de tomar una decisión. Se ordenó su comparecencia.

El director daba raras veces la orden de comparecer a un mero agente. Había muchos delegados para allanar el camino. Y si un agente era convocado por el Viejo, ello no significaba casi nunca una buena noticia. Así que Crile Fisher se preparó con sombría resignación para una misión como inspector de las fábricas de fertilizantes.

Tanayama levantó los ojos y lo miró desde detrás de su mesa. Fisher le había visto solo en raras y breves ocasiones durante los tres años transcurridos desde que la Tierra descubrió la Estrella Vecina. No daba la impresión de haber cambiado. Había sido una persona tan menuda y apergaminada durante tanto tiempo que parecía no haber lugar para más cambios físicos. Tampoco había menguado la sagacidad de sus ojos ni se había alterado la mueca mustia de sus labios. Podría ser incluso que el hombre vistiera la misma ropa que llevó tres años antes. Fisher no pudo asegurarlo.

Pero si la voz áspera fue también la misma, el tono resultó sorprendente.

Al parecer, y en contra de una improbabilidad astronómica, el Viejo le había llamado para elogiarle.

El Viejo dijo con su extraña y no del todo desagradable distorsión del inglés planetario:

—Usted ha actuado bien, Fisher. Quiero que lo oiga de mis propios labios.

Fisher, de pie y muy erguido (no le había invitado a sentarse) reprimió un leve respingo de sorpresa.

El director continuó:

—No puede haber una celebración pública de esto, ni desfile bajo los rayos láser, ni procesión holográfica. Pero se lo digo yo.

—Es más que suficiente, director. Se lo agradezco.

Tanayama le miró fijamente con los ojos entornados. Por fin preguntó:

—¿Es eso cuanto tiene que decir? ¿Ninguna pregunta?

—Supongo, director, que usted me dirá lo que necesito saber.

—Usted es un agente, un hombre capaz. ¿Qué ha averiguado por su cuenta?

—Nada, director. No pretendo hacer ninguna averiguación salvo lo que se me mande que averigüe.

La pequeña cabeza de Tanayama se inclinó en un leve gesto de asentimiento.

—Una respuesta apropiada, pero yo busco las inapropiadas. ¿Cuáles son sus conjeturas?

—Usted parece complacido conmigo, director, y por consiguiente puede ser que haya aportado cierta información que le resulta útil.

—¿En qué sentido?

—A mi juicio nada sería tan útil como captar la técnica de la hiperasistencia.

La boca de Tanayama formó la exclamación «ah» sin emitir sonido alguno.

—¿Y qué más? —dijo—. Suponiendo que sea así, ¿qué debemos hacer a continuación?

—Viajar a la Estrella Vecina. Localizar a Rotor.

—¿No se le ocurre nada mejor? ¿A eso se reduce todo? ¿No ve usted más allá?

En ese momento Fisher decidió que sería una estupidez no arriesgarse. Tal vez no se le brindara jamás una oportunidad tan favorable.

—Una cosa mejor es que, cuando la primera nave terrestre salga del Sistema Solar por medio de la hiperasistencia, yo esté en ella.

Apenas dijo eso, Fisher tuvo la certeza de haber perdido el juego… o al menos de no haberlo ganado. El rostro de Tanayama se ensombreció.

—¡Siéntese! —exclamó con tono imperioso.

Fisher oyó el movimiento lento de la butaca que, detrás de él se le aproximaba obedeciendo a las palabras de Tanayama, palabras que su primitivo motor asociado a la computadora podía entender.

Fisher tomó asiento sin mirar hacia atrás para asegurarse de que la butaca estaba allí. Si lo hubiera hecho, habría sido insultante, y en aquel preciso momento Tanayama no estaba para insultos.

—¿Quiere estar en esa nave? —inquirió Tanayama.

Fisher se esforzó por mantener un tono neutro.

—Tengo una esposa en Rotor, director.

—Una esposa a la que usted abandonó hace cinco años. ¿Cree que ella le reservará una buena acogida?

—Tengo una hija, director.

—Que tenía un año cuando usted se marchó. ¿Cree que sabe que tiene un padre? ¿O que le interesa?

Fisher guardó silencio. Esas eran las preguntas que él se había hecho sin cesar a sí mismo.

Tanayama hizo una breve pausa y continuó:

—Pero no habrá ningún vuelo a la Estrella Vecina. No habrá ninguna nave para que usted vaya en ella.

Una vez más, Fisher hubo de disimular su sorpresa.

—Discúlpeme, director, usted no dijo que tuviéramos hiperasistencia, dijo «suponiendo que la tengamos…». Y yo debiera haberlo apercibido de su elección de palabras.

—Sí, debiera haberlo hecho. Debiera hacerlo siempre. No obstante, nosotros tenemos hiperasistencia. Ahora podemos movernos por el espacio, tal como ha hecho Rotor; o al menos lo haremos una vez hayamos construido el vehículo y nos aseguremos de que su diseño es adecuado y tiene todos los elementos funcionales…, lo cual tal vez requiera un año o dos. Pero entonces ¿qué? ¿Sugiere usted en serio que la conduzcamos a la Estrella Vecina?

Fisher dijo cauteloso:

—Sin duda eso es una opción, director.

—Pero inútil. Reflexione, hombre. La Estrella Vecina se encuentra a más de dos años luz. Por muy hábil que sea nuestro empleo de la hiperasistencia, tardaremos más de dos años en llegar allí. Nuestros teorizantes me dicen ahora que, si bien la hiperasistencia permitirá a una nave viajar más aprisa que la luz durante breves períodos de tiempo (tanto más breves cuanto mayor la velocidad), el resultado final será siempre que no podrá alcanzar ningún punto del espacio más aprisa que la luz cuando ambos partan del mismo punto de origen.

—Pero si es así…

—Si es así, usted se verá obligado a permanecer en los exiguos alojamientos de una nave espacial con otros tripulantes durante más de dos años. ¿Cree que podrá resistirlo? Usted sabe que las naves pequeñas no han hecho nunca largos viajes. Lo que necesitamos es un Establecimiento, una estructura lo bastante grande para proveer un medio ambiente aceptable…, como Rotor. ¿Cuánto tiempo requerirá eso?

—No sé decirle, director.

—Quizá diez años si todo marcha bien…, si no hay impedimentos ni contratiempos. Recuerde, hace casi un siglo que no construimos Establecimientos. Todos los de creación reciente los han hecho otros Establecimientos. Si empezamos a construir uno de repente, llamaremos la atención de todos los ya existentes, y es preciso evitar eso. Además, si se puede construir tal Establecimiento, equiparlo con hiperasistencia y enviarlo a la Estrella Vecina en un vuelo de dos años largos, ¿qué hará cuando llegue allí? A semejanza de un Establecimiento, será vulnerable y fácil de destruir si Rotor tiene naves de combate…, que las tendrá sin duda. Rotor tendrá más naves de las que nosotros podamos transportar en nuestro Establecimiento viajero. Después de todo, ellos llevan ya tres años allí, y pueden estar doce más antes de que lleguemos nosotros. Del primer golpe, pulverizarán por el espacio a nuestro Establecimiento.

—En tal caso, director…

—No más conjeturas, agente Fisher. En tal caso necesitamos auténticos viajes hiperasistenciales para movernos a la distancia que queramos con tanta brevedad como nos apetezca.

—Discúlpeme, director; pero ¿es posible tal cosa? ¿Siquiera en teoría?

—Eso no lo debo decir yo. Necesitamos científicos que se concentren en el asunto, y no los tenemos. Desde hace un siglo o más, la Tierra viene sufriendo una fuga de cerebros hacia los Establecimientos. Así que ahora debemos invertir esa corriente. Es preciso hacer incursiones por los Establecimientos, en el buen sentido, y persuadir a los mejores físicos e ingenieros para que vengan a la Tierra. Podemos ofrecerles mucho, pero hay que hacerlo con cautela. No debemos ser demasiado ostensibles; pues, de lo contrario, los Establecimientos nos cortarán el paso. Ahora…

El hombre hizo una pausa y examinó caviloso a Fisher, el cual se agitó inquieto y murmuró:

—Dígame, director…

—El físico que ha captado mi interés es un tal T. A. Wendel, quien según han dicho, es el mejor hiperespecialista del Sistema Solar…

—Los hiperespecialistas de Rotor fueron quienes descubrieron la hiperasistencia.

Fisher no pudo evitar cierto tono seco en su voz.

Tanayama hizo caso omiso, y continuó:

—Los descubrimientos pueden obedecer a un feliz accidente, y una mente inferior puede avanzar dando tropezones mientras que otra superior se toma su tiempo para establecer fundamentos firmes. Eso ha sucedido con frecuencia en la Historia. Por añadidura, Rotor tiene solo lo que se ha demostrado es, en definitiva, un impulso equivalente a la velocidad de la luz. Yo quiero un impulso superlumínico, que supere la velocidad de la luz. Y quiero a Wendel.

—¿Y desea que yo vaya a buscarlo?

—Buscarla. Es una mujer. Tessa Anita Wendel, del Adelia.

—¡Ah!

—Esa es la razón de que le necesite para este trabajo. Al parecer… —Tanayama pareció experimentar cierto regocijo aunque su expresión facial no lo denotara—, usted es irresistible para las mujeres.

Las facciones de Fisher se endurecieron.

—Perdone si le contradigo, director; pero no lo estimo así. Ni lo he visto nunca de ese modo.

—Sea como sea, los informes son persuasivos. La Wendel es una mujer de mediana edad, cuarenta y tantos años, divorciada dos veces. No será demasiado difícil convencerla.

—Para ser franco, señor, encuentro que la misión es desagradable y, en estas circunstancias, es posible que otro agente sea más adecuado para la tarea.

—Pero de todas formas le quiero a usted. Si teme que no actúe su personalidad atractiva y seductora, abordarla esquivando la cara y arrugando la nariz, suavizaré las cosas para usted, agente Fisher. Usted fracasó en Rotor, pero sus servicios desde entonces lo han compensado en parte. Ahora puede compensarlo por completo. Sin embargo, si no trae a esa mujer, el fracaso será aún mayor que el de Rotor, y usted no tendrá jamás la oportunidad de compensarlo. Ahora bien, como no quiero que actúe dominado solo por la aprensión, añadiré algo prometedor. Traiga a la Wendel y, cuando se construya la nave superlumínica y sea encaminada hacia la Estrella Vecina, usted irá en ella si lo desea.

—Haré cuanto pueda —contestó Fisher. Y haría cuanto pudiese aunque no hubiese motivos para la aprensión ni para las promesas.

—Excelente respuesta —dijo Tanayama permitiéndose una sonrisa desvaída—, y sin duda bien ensayada.

Fisher se marchó con el convencimiento de que se le había enviado a la expedición de pesca más crucial de su vida.