XXXII. PERDIDOS

70

Crile Fisher contempló pensativo la refulgente estrella.

Al principio había sido demasiado brillante para la contemplación ordinaria. Le había echado alguna ojeada que otra para ver una luminosa imagen accidental. Tessa Wendel, que estaba desesperada acerca de los acontecimientos, le había reprendido y había mencionado la lesión que podía ocasionar en la retina; así que él había hecho más opaco el visor para reducir la brillantez de la estrella a niveles soportables. Eso apagaba el fulgor de las otras estrellas hasta dejarlo en un débil centelleo deslustrado.

La estrella brillante era el Sol, por supuesto.

Se encontraba lejos de lo que ningún ser humano lo hubiera visto nunca (exceptuando a la gente de Rotor en su viaje de distanciamiento del Sistema Solar); estaba dos veces más lejos del punto desde el que uno lo vería en Plutón, de modo que no mostraba su orbe y brillaba con la paciencia de una estrella.

No obstante, superaba en cien veces la brillantez de la Luna llena, vista desde la Tierra, y esa brillantez centuplicada se concentraba en un punto radiante. No era extraño, pues, que uno no pudiera soportar la contemplación directa y sostenida a través de un cristal sin el adecuado filtro.

Ello hacía variar las cosas. Por lo general, el Sol no era nada digno de admiración. Resultaba demasiado brillante para mirarlo, era demasiado impar en su posición. La porción menor de su luz, que la atmósfera diseminaba en el azul celeste, era suficiente para anular a las demás estrellas, y aunque estas estrellas no resultaran eclipsadas (como en el caso de la Luna, por ejemplo), se sometían tanto al avasallamiento del Sol que no cabía comparación alguna.

Sin embargo, aquí, en la profundidad insondable del espacio, el Sol se había amortiguado hasta el punto de permitir la comparación. La Wendel había dicho que, desde este punto privilegiado, el Sol era ciento sesenta veces más brillante que Sirio, el objeto más brillante en el cielo. Era, quizá, veinte millones de veces más brillante que las estrellas más pálidas, distinguibles a simple vista. Eso, por comparación, hacía aún más maravilloso al Sol que cuando brillaba sin rival posible en el cielo de la Tierra.

Crile no tenía gran cosa que hacer salvo contemplar el cielo, pues la Superlumínica iba a la deriva, sencillamente. Lo había estado haciendo durante dos días, dos días de marcha a la deriva por el espacio con modestas velocidades de cohete.

A esa velocidad, se requerían treinta y cinco mil años para alcanzar la Estrella Vecina… suponiendo que siguieran la dirección adecuada. Y no era así.

Esta circunstancia había convertido a la Wendel, dos días antes, en la imagen lívida de la desesperación.

Hasta entonces, no había habido percance alguno. Cuando estuvieron listos para entrar en el hiperespacio, Fisher había tensado los músculos temiendo el posible dolor, el ramalazo desgarrador de agonía, la oleada súbita de tenebrosidad eterna.

Nada de eso había sucedido. Todo fue demasiado rápido para experimentar algo. Habían entrado en el hiperespacio y emergido de él en el mismo instante. Las estrellas habían parpadeado en esquemas diferentes, sin que, en ningún momento se percibiera que perdían su primer esquema ni pasaban al segundo.

Fue un alivio por partida doble. No solo porque él siguió vivo sino también por comprender que, si algo hubiera marchado mal y él hubiese muerto, le habría sobrevenido una muerte tan súbita que le hubiera sido imposible darse cuenta. Habría quedado muerto en el acto.

Su alivio fue tan inmenso que no se percató de que Tessa había abandonado rauda la sala de motores dejando escapar un gemido de contrariedad y desconcierto.

Llegó desmelenada… No porque tuviera ni un pelo fuera de su sitio, sino desmelenada por dentro. Con ojos desorbitados miró fijamente a Fisher como si no le reconociera.

—El esquema no debiera haber cambiado —dijo.

—¿No debiera…?

—No nos hemos movido lo bastante lejos. O no debiéramos hacerlo. Solo 1,3 millares de años luz. Eso no habría sido suficiente para alterar el esquema estelar observado a simple vista. Sin embargo… —la Wendel se estremeció e hizo una inspiración profunda— las cosas no están tan mal como pudieran haberlo estado. Temí que nos hubiésemos desviado para movernos hacia fuera miles de años luz.

—¿Habría sido posible eso, Tessa?

—¡Claro que lo habría sido! Pues si nuestro paso a través del hiperespacio no estuviese sometido a un control férreo, un error de mil años luz sería tan fácil como de uno.

—En tal caso —comentó Fisher—, nos será también fácil volver a…

La Wendel se anticipó a su conclusión.

—No, no podríamos regresar. Si nuestros controles fueran tan inconscientes, cada paso que hiciéramos sería un viaje incontrolado que terminaría en cualquier punto fortuito, y no encontraríamos jamás el camino de vuelta.

Fisher frunció el ceño. Toda la euforia que había sentido al atravesar el hiperespacio y regresar sano y salvo, empezó a disiparse.

—Pero cuando enviaste afuera objetos de ensayo, los hiciste regresar intactos.

Tenían una masa mucho menor y se les hizo recorrer una distancia mucho más corta. Pero, como te he dicho, las cosas no están tan mal. Resulta que hemos recorrido la distancia adecuada. Las estrellas conservan el esquema correcto.

—¡Pero si han cambiado! Las he visto cambiar.

—Porque tenemos una orientación diferente. El eje longitudinal de la nave ha virado sus buenos veintiocho grados. Dicho con otras palabras, por la razón que sea, hemos seguido una trayectoria curva en vez de recta.

La estrella brillante, la estrella faro, entró en el visor y lo cruzó. Fisher parpadeó.

—Ese es el Sol —dijo la Wendel dando respuesta a su mirada de asombro.

—¿Hay alguna explicación razonable para el hecho de que la nave siga una curva al pasar? —inquirió Fisher—. Si Rotor hizo lo mismo ¡quién sabe a dónde habrá ido a parar!

—O a dónde iremos a parar nosotros. Porque no tengo ninguna explicación razonable. De momento —Tessa lo miró confusa a todas luces—. Si nuestras hipótesis son correctas, deberíamos haber cambiado de posición pero no de dirección. Deberíamos habernos movido en línea recta, una línea recta euclidiana, pese al relativismo de la curva espacio-tiempo porque nosotros no estábamos en espacio-tiempo, ¿comprendes? Debe de haber un error en la programación de la computadora… o un error en nuestras hipótesis. Espero sea lo primero; puesto que eso tiene fácil corrección.

Transcurrieron cinco horas. La Wendel volvió a entrar frotándose los ojos. Fisher levantó la vista intranquilo. Había estado viendo una película pero sin el menor interés. Había estado contemplando las estrellas, dejando que su esquema le hipnotizara igual que un anestésico.

—¿Qué hay, Tessa?

—Ningún error en la programación, Crile.

—Entonces las hipótesis deben de ser erróneas.

—Sí, pero ¿en qué sentido? Nos sería posible hacer un número infinito de hipótesis. ¿Cuáles serían las correctas? No podríamos comprobarlas una tras otra. No terminaríamos jamás y nos perderíamos sin esperanza.

Se hizo un largo silencio y por fin la Wendel dijo:

—Si hubiese sido la programación, habría cabido la posibilidad de calificarlo de equivocación estúpida. Lo habríamos corregido sin averiguar nada pero habríamos estado a salvo. Sin embargo ahora, si hemos de retornar a los fundamentos, tendremos una oportunidad de descubrir algo verdaderamente importante, pero si fallamos tal vez no encontremos nunca más el camino de regreso —agarró la mano de Fisher—. ¿Lo entiendes, Crile? Algo está mal, y si no descubrimos lo que es, no habrá ningún medio… salvo alguna casualidad increíble… que nos permita hallar el camino hacia casa. Por mucho que nos esforcemos, podemos cometer una equivocación tras otra, lo cual entrañará la muerte cuando nuestro período cíclico falle, o nuestras reservas de energía se agoten o una desesperación profunda nos arrebate el deseo de vivir. Y he sido yo quien te ha arrastrado a esto. Pero la verdadera tragedia sería la pérdida de un sueño. Si no regresamos, ellos no sabrán nunca cuál ha sido el destino de la nave. Quizá deduzcan que la transición ha sido fatal, y por tanto, tal vez no vuelvan a intentarlo nunca más.

—Pero deberán hacerlo si esperan escapar de la Tierra.

—O quizá se resignen y, acobardados, se sienten a esperar que la Estrella Vecina complete su aproximación y pase de largo haciéndoles morir poco a poco —levantó la vista y parpadeó; su rostro pareció presa de una fatiga horrible—. Y eso será también el fin de tu sueño.

Crile apretó los labios y no dijo nada.

Casi con timidez, la Wendel añadió:

—Pero me tendrás a mí por muchos años, Crile. ¿No seré suficiente si tu hija… tu sueño se esfuma?

—Yo podría preguntarte: ¿seré suficiente si el vuelo superlumínico se esfuma?

No pareció haber una respuesta fácil para ninguno de los dos; pero la Wendel dijo:

—Tú eres lo mejor después de lo primero, pero has sido un segundón magnífico. Gracias.

Fisher se emocionó.

—Pareces haber hablado por mí, Tessa, diciendo algo que yo no habría creído al principio. Si yo no hubiese tenido una hija, habrías sido solo tú la primera. Casi deseo…

—No desees eso. Lo mejor después de lo primero es suficiente.

Y se cogieron de la mano para contemplar muy callados las estrellas.

Hasta que Merry Blankowitz asomó la cara por el portón.

—Capitana Wendel, Wu tiene una idea. Me dice que la tuvo hace largo rato pero que vaciló en mencionarla.

La Wendel se puso en pie.

—¿Por qué vaciló?

—Dice que cierta vez te sugirió esa posibilidad pero que la rechazaste diciéndole que no fuera insensato.

—¿Hice eso? ¿Y por qué está tan convencido de que yo no me equivoco nunca? Ahora le escucharé, y si es una buena idea le romperé el cuello por no habérmela impuesto antes.

Dicho esto, la Wendel salió a escape.

71

Fisher solo pudo hacer una cosa durante el día y medio que siguió: esperar. Todos comieron juntos como hacían siempre, pero en silencio. Fisher no creyó que ninguno de ellos durmiera. Él se limitó a dar unas cabezadas para despertar con desesperación renovada.

¿Cuánto tiempo podremos continuar así?, pensó durante el segundo día mientras admiraba la belleza de aquel punto radiante e inalcanzable en el cielo que muy poco tiempo antes le procuró calor e iluminó su camino en la Tierra.

Tarde o temprano todos morirían. La tecnología moderna del espacio les prolongaría la vida. El reciclaje era muy eficiente. Incluso el alimento duraría largo tiempo si ellos se conformaban con el insípido pastel de algas que terminaría siendo su único manjar. Asimismo los motores de microfusión generarían energía durante largo tiempo. Pero sin duda nadie querría prolongar la vida a través del largo período que la nave les facilitaría.

Siendo cierta una muerte solitaria, extinguiéndose de forma lenta, difícil y sin esperanza, lo más racional sería emplear los dispositivos ajustables para anular el metabolismo.

Ese era el método de suicidio preferido en la Tierra. ¿Por qué no habría de serlo también a bordo de la nave? Si lo querías, podías ajustar la dosis para un día completo de vida relativamente normal, vivir ese día conocido de antemano con la máxima alegría posible. Hacia el fin de la jornada, te adormecerías con toda naturalidad. Bostezarías y soltarías tus resortes para mantenerte alerta, pasando a un adormecimiento tranquilo de sueños reconfortantes. El adormecimiento se haría cada vez más profundo, los sueños se desvanecerían poco a poco y tú no despertarías nunca más. Jamás se había concebido una muerte tan amable.

Y entonces, al cumplirse el segundo día desde la transición que había seguido una línea curva en vez de recta, Tessa irrumpió en la cámara a las 17.00, hora de la nave, con ojos desorbitados y respiración anhelante. Su melena oscura, salpicada desde el pasado año con toques de gris, estaba revuelta.

Fisher se levantó consternado.

—¿Malas noticias?

—¡No! ¡Buenas! —contestó ella dejándose caer sobre una butaca.

Fisher no estuvo seguro de haberla oído bien, pensó que quizá ella estuviese expresándose de modo irónico. La miró pasmado y vio que la mujer se rehacía.

—¡Buenas! —repitió la Wendel—. ¡Excelentes! ¡Extraordinarias! Estás mirando a una idiota, Crile. No creo que jamás me reponga de esto.

—Bueno, ¿qué ha sucedido?

—Chao Li Wu tenía la respuesta. La había tenido todo el tiempo. Y me la comunicó. Hace meses. Tal vez un sueño. Yo la desestimé. Ni siquiera le escuché con atención —hizo una pausa para tomar aliento, pues la excitación había roto por completo el ritmo natural de su discurso—. Lo malo fue —continuó— que me creí la autoridad suprema en vuelos superlumínicos y estuve convencida de que nadie podía decirme nada que no supiese o que no hubiese previsto. Y si alguien me sugería algo que me pareciera extraño, yo daba por hecho que la idea era errónea y presuntamente idiota. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—He conocido personas así —declaró Fisher con expresión sombría.

—Todos somos así alguna vez si las circunstancias lo favorecen —murmuró la Wendel—. Por esa razón los revolucionarios de la ciencia, jóvenes y temerarios, se convierten en viejos fósiles al cabo de unas cuantas décadas. Su imaginación se anquilosa con un egocentrismo petrificado… y ese es su final. Ahora es el mío. Pero dejemos eso. Requerimos todo un día para desentrañarlo de verdad, ajustar las ecuaciones, programar la computadora, montar los necesarios simulacros, recorrer a ciegas caminos y captar nuestra propia onda. Debería habernos costado una semana, pero todos nos espoleábamos unos a otros como maníacos.

La Wendel enmudeció como si quisiera recobrar el aliento. Fisher esperó a que continuara, y le cogió la mano para darle ánimo.

—Esto es complejo —prosiguió ella—. Déjame explicártelo. Mira, nosotros vamos desde un punto del espacio a través del hiperespacio hasta otro punto del espacio en un tiempo cero. Pero hay un sendero que debemos tomar para hacerlo, y cada vez es un sendero diferente, lo cual depende de ambos puntos, el de partida y el de destino. Nosotros no observamos el sendero, realmente no lo seguimos según el procedimiento espacio-tiempo. La vía existe de una forma bastante incomprensible. Es lo que llamamos un «sendero virtual». Yo misma ideé ese concepto.

—Si no lo observas y no lo experimentas, ¿cómo sabes que está ahí?

—Porque se puede calcular mediante las ecuaciones que utilizamos para descubrir el movimiento a través del hiperespacio. Las ecuaciones nos proporcionan el sendero.

—¿Es posible saber algo que las ecuaciones describen y cuya realidad es patente? Podría ser solo… matemáticas.

—Podría serlo. Así lo pensé yo. Y lo desestimé. Fue Wu quien sugirió su posible significado, tal vez hace un año, y yo, como una idiota perfecta, lo descarté. Un sendero virtual, dije, tiene una existencia virtual. Si no se puede medir, no pertenece al reino de la ciencia. ¡Qué miope fui! Cuando pienso en ello no puedo soportarme a mí misma.

—Está bien. Supongamos que el sendero virtual tiene una especie de existencia. ¿Qué ocurre entonces?

—En tal caso, si el sendero virtual está trazado cerca de un cuerpo grande, la nave sufrirá efectos gravitatorios. Esta fue la primera verdad asombrosa, el primer concepto inédito y útil: que la gravitación puede dejarse sentir a lo largo del sendero virtual —encolerizada, la Wendel agitó el puño—. Yo misma lo vi en cierto modo; pero aduje que si la nave avanzase a muchas veces la velocidad de la luz, la gravitación no tendría tiempo suficiente para dejarse sentir en un grado mensurable. Por consiguiente, según mi suposición, el viaje seguiría una trayectoria recta euclidiana.

—Sin embargo, no fue así.

—A todas luces. Y Wu lo explicó. Imagina que la velocidad de la luz está en punto cero. Todas las velocidades inferiores a la de la luz tendrían magnitudes negativas, y todas las velocidades superiores tendrían magnitudes positivas. Por consiguiente, en el universo ordinario donde vivimos, todas las velocidades serían negativas, según esa estipulación matemática, y de hecho, deben ser negativas. Ahora bien, el universo ha sido construido con arreglo a los principios de la simetría. Si una cosa tan fundamental como la velocidad del movimiento es siempre negativa, otra cosa no menos fundamental deberá ser siempre positiva, y Wu sugirió que esa otra cosa era la gravitación. En el universo ordinario hay siempre atracción. Cada objeto con masa atrae a cualquier otro objeto con masa.

»Sin embargo, si algo marcha a una velocidad superlumínica, es decir, más aprisa que la luz, su velocidad será positiva y esa otra cosa que era positiva habrá de hacerse negativa. Dicho con otras palabras, a velocidad superlumínica, la gravitación es una fuerza repelente. Cada objeto con masa repele a cualquier otro objeto con masa. Wu me lo sugirió así hace mucho tiempo, y yo no quise escucharle. Me entró por un oído y me salió por otro.

—¿Pero cuál es la diferencia, Tessa? —se interesó Crile—. Si vamos a enormes velocidades superlumínicas y la atracción gravitatoria no tiene tiempo para afectar a nuestro movimiento, tampoco lo hará la repulsión gravitatoria.

—¡Ah, es que no sucede así, Crile! Ahí estriba la belleza del caso. Y también lo invierte. En el universo ordinario de velocidades negativas, cuanto mayor sea la velocidad relativa a un cuerpo atrayente, tanto menos afectará la atracción gravitatoria a la dirección del movimiento. En el universo de velocidades positivas, el hiperespacio, cuanto más aprisa marchamos en relación con un cuerpo repelente, tanto más afecta la repulsión gravitatoria a la dirección del movimiento. Eso no tiene sentido para nosotros, puesto que estamos habituados a la situación existente en el universo ordinario, pero tan pronto como te ves obligado a cambiar los signos de más a menos y viceversa, encuentras que cada cosa encaja en su sitio.

—Matemáticas, sí. ¿Pero hasta qué punto puedes confiar en las ecuaciones?

—Confrontas tus cálculos con los hechos. La atracción gravitatoria es la más débil de todas las fuerzas tanto como lo es la repulsión gravitatoria a lo largo de los senderos virtuales. Dentro de la nave y dentro de nosotros mismos, cada partícula repele a todas las partículas mientras estamos en el hiperespacio; pero esa repulsión no puede hacer nada contra las otras fuerzas que las mantienen unidas y «no» han cambiado de signo. No obstante, nuestro sendero virtual desde la Estación Cuarta hasta aquí, nos llevó cerca de Júpiter, cuya repulsión a lo largo del sendero hiperespacial virtual fue tan intensa como lo habría sido su atracción a lo largo de un sendero espacial no virtual.

»Nosotros calculamos cómo afectaría la repulsión gravitatoria de Júpiter a nuestro sendero a través del hiperespacio, y ese sendero se curvó tal como habíamos observado. La corrección de mi ecuación por Wu no solo lo simplifica sino que también hace que funcione bien.

—¿Y rompiste el cuello a Wu según prometiste?

La Wendel se rio recordando su amenaza.

—No, no lo hice. A decir verdad, le di un beso.

—No te culpo.

—Desde luego, ahora nos importa más que nunca regresar sanos y salvos, Crile. Hace falta informar de este avance en el vuelo superlumínico, y Wu ha de recibir los merecidos honores. Bien es verdad que él se fundó en mi trabajo; pero continuó haciendo lo que yo no había pensado hacer jamás. Considerar las consecuencias, quiero decir.

—Yo puedo verlas —dijo Fisher.

—No, no puedes —replicó ella—. Ahora, escúchame. Rotor no tuvo problemas con la gravitación porque bordeó, meramente, la velocidad de la luz… un poco por encima unas veces, un poco por debajo otras… de tal modo que los efectos gravitatorios, tanto si eran positivos como negativos, atrayentes o repelentes, fueron de una exigüidad inconmensurable. Nuestro verdadero vuelo superlumínico, a muchas veces la velocidad de la luz, es lo que hace imperativo el tener presente la repulsión gravitatoria. Mis propias ecuaciones son inútiles. Llevarán a las naves a través del hiperespacio; pero no en la dirección deseada. Y eso no es todo. He pensado siempre que había cierto peligro inevitable al emerger del hiperespacio… La segunda mitad de la transición. ¿Pero qué pasaría si emergieses en un objeto ya existente? Habría habido una explosión enorme que destruiría la nave y todo cuanto contenía en una billonésima de segundo.

»Naturalmente, nosotros no emergemos frente a una estrella porque sabemos dónde están situadas las estrellas y cómo evitarlas. Pero hay asteroides por centenares de millares y cometas por centenares de billones en la vecindad de cada estrella. Y rozar uno de ellos, representa un peligro mortal.

»Lo único que nos salvaría en la situación que yo he creído ver antes de hoy, es la ley de las probabilidades. El espacio es tan vasto, tan inmenso que las probabilidades de chocar contra un objeto mayor que un átomo o, a lo sumo, una mota de polvo son mínimas, casi inapreciables. Sin embargo, si se hacen muchos viajes a través del hiperespacio, tropezar con la materia es una catástrofe en acecho.

»En las condiciones actuales, como sabemos, las probabilidades son cero. Nuestra nave y cualquier objeto de gran tamaño se repelerían recíprocamente y tenderían a apartarse. No es probable que arremetamos a ciegas contra nada letal. Todo se alejará, automáticamente, de nuestro sendero.

Fisher se rascó la frente.

—¿Y no nos apartarán también de nuestro sendero? ¿No alterarán nuestro curso de forma inesperada?

—Sí, pero los objetos pequeños que, probablemente, encontraremos, alterarán nuestro sendero de forma muy limitada y podremos rectificarlo con facilidad. Es un pequeño precio que hay que pagar por la seguridad.

La Wendel hizo una profunda inspiración y se desperezó con deleite.

—Me siento fantástica. ¡Qué sensación causaremos cuando regresemos a la Tierra!

Fisher rio entre dientes.

—¿Sabes una cosa, Tessa? Poco antes de que entraras aquí, yo estaba forjando en mi cabeza un morboso cuadro sobre nuestra irremediable perdición; veía nuestra nave vagando para siempre con cinco cuerpos muertos a bordo hasta que al final la encontraran unos seres inteligentes, quienes llorarían la evidente tragedia en el espacio.

—Pues bien, no sucederá así, puedes darlo por seguro, querido —dijo sonriente la Wendel.

Se abrazaron.