SUSANA

«Ya empezó el segundo asalto.

Y esperaré el gran impacto.

Golpea bien, hazlo bien.

Aún hay más, es algo extraño,
a quien te ayuda lo rechazas sin pensar,
conmigo harás igual».

(«Segundo asalto», Love of Lesbian)

Conozco a Susana desde que Javi y yo nos mudamos al barrio. Ella llegó con Jaime, su chico de aquel entonces, y recuerdo que nuestro primer contacto fue cuando subí a pedirle por favor que usasen la taladradora a cualquier hora menos a la de la siesta, como tenían por costumbre durante esos días de mudanzas. Ella me pidió mil disculpas, me invitó a un café con pasteles para compensarme y nos fuimos haciendo muy buenas vecinas.

Definir a Susana es fácil y difícil a la vez: es la típica persona normal. El clásico vecino del que luego en el telediario se dice que siempre saludaba. De edad similar a la mía, trabaja en una consultoría con el mismo horario que yo, gustos clásicos, conversación tópica y costumbres rutinarias. No puede decirse que seamos amiguísimas, pero sí que desde que Jaime la dejó y se quedó sola en el piso, nuestra relación se estrechó, y Javi y yo le hicimos un pequeño hueco en nuestras vidas.

Comenzamos a realizar alguna actividad juntos: algún partido de pádel con amigos de Javi, alguna salida de cañas, conciertos… Hubo un tiempo en que tanto Javi como yo asumimos el papel de celestinos y durante unos meses le presentamos a todos y cada uno de nuestros amigos que estaban libres. A casi todos les gustaba Susana, pues es una chica bastante atractiva, pero ella no parecía tener demasiado interés. Tampoco le conocimos novio o ligue durante ese tiempo.

Parecía estar a gusto con nosotros dos y un día nos dijo que por favor no le presentásemos más tíos, que se sentía como la fea del baile.

Cierta tarde llegué un poco antes a casa y me la encontré charlando muy animada con Javi. No estaban haciendo nada raro, pero por un momento mi sexto sentido me avisó de que allí podía estar ocurriendo algo, aunque pronto lo deseché. Ahora ya no sé qué pensar. Quizá entre ella y Javi haya algo más que amistad. Voy a tratar de averiguarlo.

Son las tres y cuarto. Subo las escaleras con el corazón latiéndome cada vez más deprisa, dispuesta a enterarme de qué demonios hacía mi vecina en aquel chalet. Llamo a la puerta. Nadie contesta. Pero oigo pasos dentro. Vuelvo a llamar, noto cómo alguien atisba por la mirilla y un cerrojo se descorre. Susana me abre la puerta y trata de esbozar una sonrisa. Viste ropa cómoda de estar por casa y lleva el pelo recogido en un moño improvisado. Me saluda, simpática:

—¡Hola, Zoe! ¿Qué tal? ¡Hacía tiempo que no te veía! ¿Necesitas algo?

—No, me gustaría hablar contigo de una cosa un poco extraña. ¿Puedo pasar?

—Claro, estaba haciendo la comida. Pasa y comemos juntas si quieres —noto cómo, aunque trata de disimular, le ha cambiado el gesto.

—Gracias, pero hace unos días que se me ha quitado el apetito.

Me invita a pasar a su salón. En una jaula corretea en su rueda su hámster Vicky. La casa está limpia y ordenada, y huele a ambientador. En la tele, una panda de tarados elige pareja.

—Pues dime, ¿te ha pasado algo? ¿Estás bien? Me estás asustando. —Cualquiera diría que Susana no sabe nada de nada.

—Voy a ir al grano. El otro día te vi. En un chalet a veinte minutos de Madrid, por la noche. ¿A que sí? —Su cara se descompone dándome la razón. Pero sus labios lo niegan.

—¿Yo? ¡Si estuve todo el finde en Valladolid, con mis padres!

—No te esfuerces en negarlo. Mira. —Le muestro la grabación que Tere realizó y que ha compartido conmigo por WhatsApp. Su coche llegando, ella saliendo, zoom con primer plano de su cara, Susana poniéndose luego la máscara…

Sus dos grandes y expresivos ojos se abren tanto que parecen a punto de salirse de sus órbitas.

—¿Desde cuándo te dedicas a grabarme? —me pregunta enfadada.

—Desde nunca. Fue una sorpresa verte allí. Yo estaba esperando a otra persona. El objetivo de esa grabación en principio no eras tú. Pero apareciste. ¡Ahora ya no lo niegas!, ¿eh? ¡Cuéntame, qué hacías allí! —Empiezo a crispar el tono, y noto que estoy a punto de perder los nervios. Pero me controlo a duras penas.

—Zoe, estás muy nerviosa. Iba camino de Valladolid y me perdí, y no sé cómo di con ese chalet. Iba a preguntar…

—¡Mira, no me tomes por tonta! Con el numerito de la máscara y todo…, y la carretera de Valladolid pilla un poquito lejos, ¿no?

—Está bien. Iba a una fiesta a la que me habían invitado. Pero no había nadie.

—¿Quién te invitó?

—No los conoces, unos amigos nuevos.

—¿No te habrá invitado Javi?

—No, qué dices. Hace mucho que no sé nada de él. Pero ¿tú qué hacías allí grabando?

—Yo inventé esa fiesta, con la única intención de comprobar una cosa. —De pronto tengo una corazonada—. Estoy muy nerviosa, lo siento. ¿Puedo ir al baño?

—Sí, ya sabes dónde está.

Dejo a mi vecina cavilando en el salón y, en lugar de encaminarme al baño, me dirijo a su habitación. Mi corazonada era cierta. Sobre su escritorio, medio tapado, distingo un equipo de radioaficionado como el que mis primos tenían cuando éramos pequeños.

—El baño está al entrar, ya sabes. —Susana acaba de aparecer rauda detrás de mí, apoyada en el quicio de la puerta.

—¡Vaya, no sabía que eras radioaficionada! ¿A ver qué se escucha? —Tomo los auriculares y no oigo nada. Conectado al equipo hay un radiocasete con una cinta dentro.

—¡Deja eso, que es muy delicado y no es mío! Venga, vamos a tomar algo al salón.

—¡Ah, hay que dar la vuelta a la cinta!

Susana se acerca y forcejea conmigo tratando de impedirlo. Me agarra el brazo, pero yo me zafo y me sorprendo a mí misma soltándole una torta que la tira al suelo. Doy la vuelta al casete y pulso el play. Y lo que se oye es mi voz. Mi conversación con el señuelo. Estallo:

—¡Habla, zorra! ¡Me has estado espiando! ¿Por qué? ¡Habla o te denuncio a la policía! —Me ha salido una vena agresiva que desconocía en mí. Pero es mi vida y estoy luchando porque nadie me la joda.

Susana se acaricia la mejilla dolorida, y comienza a llorar.

—No fue idea mía. Fue idea de…

—¿De quién? ¡Habla! ¿De Javi?

—Sí… —reconoce entre sollozos—, de Javi, pero no le digas nada, por favor.

—¿Y qué pintas tú haciendo lo que Javi te diga? ¿Estáis liados?

—No, no estamos juntos. —Susana sigue llorando y empieza a temblar. Nunca fue una mujer muy fuerte. Temo que le entre un ataque de ansiedad. Yo también estoy pasándolo muy mal.

—Tranquila, Javi es un capullo. ¿Puedes contarme lo que está pasando, por favor? —Adopto un tono más calmado y empático.

Susana se derrumba y se abraza a mí.

—Lo siento mucho, Zoe. No sé cómo he podido acceder. Y menos contigo, con lo bien que te has portado siempre conmigo. Pero Javi… siempre me gustó. Mucho, Zoe, mucho. Siempre deseé ser tú. Y cuando rompisteis, vi la oportunidad. Me acerqué a Javi, empezamos a salir…, pero no había manera. Él sigue pensando en ti, Zoe, está obsesionado. —Le acerco un pañuelo, se limpia las lágrimas y continúa—: Yo intentaba que te olvidara, que iniciase una nueva vida conmigo, pero se pasaba el día hablando de ti.

»Un día me contó que estaba preocupado porque habías empezado una etapa de adicción al sexo, y que te quería ayudar, pero que tú no te dejabas. Que quería ponerte contra la espada y la pared a ver si así reaccionabas.

—¿Cómo habéis entrado en mi casa? He visto los micrófonos debajo de los cuadros.

—Lo siento de veras, Zoe. Para Javi fue muy fácil. Ni siquiera echas la llave. Usó unas láminas y abrió la puerta en un momento. Consiguió unos micrófonos muy viejos que estaban olvidados en el almacén de su comisaría. Es una tecnología tan antigua, que para poder escuchar y grabar algo hay que tener un equipo a muy pocos metros, porque el radio de acción es muy pequeño.

»Necesitaba instalar el equipo muy cerca, en mi casa. Me pedía que lo grabase todo, y él lo escuchaba después. —Susana rompe a llorar otra vez—. Yo también lo escuchaba y así le informaba al minuto de lo que ibas a hacer.

»Lo siento mucho, Zoe, no sé cómo he podido hacer algo así. Yo quería que me quisiera, demostrarle que haría cualquier cosa por él. Y que al ver que te acostabas con cualquiera te olvidara y me diese una oportunidad. He perdido la cabeza. Él lo sabía y me manipulaba. He sido su marioneta.

—Es tremendo. Pero ¿por qué apareciste tú en el chalet y no él? ¿Sospechaba algo?

—No. Al final yo no me sentía bien con lo que estaba haciendo. Decidí no informarle más de tu vida. Quedé con él y le dije que eso no estaba bien, que no lo iba a hacer más, y que le iba a devolver su equipo. Me dijo que lo pensara, que me calmase, y que ya hablaríamos la semana que viene. Estos días él ha estado fuera de Madrid, o eso dice.

»Sabía que estaba mal, pero seguía escuchando tus conversaciones. Siempre te admiré. Para una amargada como yo era como leer esas revistas del corazón donde todo es maravilloso. Me encantaba escuchar cómo Marcos te gastaba bromas, vuestros diálogos, vuestras confidencias… Lo siento, soy una basura. —Susana rompe otra vez a llorar. Está deshecha.

—Pero ¿por qué te atreviste a ir al chalet?

—Todos los días te escuchaba hablar de tu nueva vida, de lo divertida y excitante que era. Quería verlo con mis propios ojos, entrar en ese mundo, ser un poco tú… La curiosidad pudo conmigo y decidí acudir a la fiesta. Tonta de mí, había pensado en llevarme esa máscara, para que no se me reconociera. He visto demasiadas películas. No sabía ni lo que estaba haciendo, esa noche bebí mucho, tomé pastillas y es un milagro que no me matase con el coche. Soy una imbécil.

—¿Y ahora qué hago yo? Si denuncio todo esto tú también estás implicada, y debo ser muy gilipollas, pero todavía te tengo un poco de aprecio.

—No sé, Zoe. Haz lo que creas que es mejor para ti. Lo que venga, me lo merezco. Lo siento muchísimo. Si puedo ayudarte en algo, lo haré.