ON SWINGERS

«Lo que hicieron antes

se convierte en algo normal.

Ya no es excitante.

Intentaremos algo más».

(«Nuevas Sensaciones», Los Planetas)

Estamos en el bar de enfrente de Cap, engullendo unas raciones con unas cervezas. Son las diez de la noche y, tras una tarde de sexo realmente fantástica, necesitamos recuperar fuerzas antes de volver a casa.

Alrededor de la mesa, Marcos, María, Julián y yo nos miramos con complicidad. Lo hemos pasado realmente bien los cuatro juntos. Yo todavía me estoy recuperando de lo fuerte de la experiencia. Pero siento que un mundo nuevo se acaba de abrir ante mí. Miro alrededor y me gusta pensar que el resto de la gente del bar nunca sospecharía que nosotros cuatro hemos estado haciendo de todo hace unos momentos. Claro, que no voy a pasarme de guay. A lo mejor yo tampoco sospecho nada de ellos y a saber lo que hace cada cual. Quizá en comparación con sus secretos lo mío sea solo un juego inocente.

—¿Estáis en Ons? —pregunta Marcos.

—Sí, somos «Aterciopelados». ¿Tú también? Bueno, o vosotros —pregunta María.

—Yo, estoy como chico solo. Me llamo «Navegante».

—¿Qué es eso de Ons? —pregunto yo, que ya me he vuelto a quedar fuera de juego.

—On Swingers. Es una página de contactos solo para gente liberal. Hay muchísimas —Marcos enciende la pantalla de su móvil—, mira.

Introduce una contraseña y ante mí se muestra una web muy parecida a Facebook. Aparece el perfil de Marcos y empiezo a leer: «A 246 usuarios les gusta este perfil». «Chico amante de la libertad, la aventura, lo desconocido. Dispuesto siempre a nuevas experiencias, pero sobre todo, a conocer a gente magnífica, como hasta ahora». A continuación sigue una completa serie de datos: edad, orientación, raza, nacionalidad, peso, altura, tatuajes, piercings, hábitos y preferencias sexuales. Las tiene marcadas todas excepto BDSM y relaciones homo.

También aparece una serie de fotos suyas, similares a las que podrían estar en cualquier red social. Sin embargo, abajo, en su muro, donde se refleja su actividad, observo muchas imágenes de usuarios: mujeres y hombres, desnudos muchas veces, o en lencería, en poses provocativas, practicando sexo sin tapujos…

—¿No tienen miedo de poner sus fotos así? —exclamo con los ojos como los dos platos de las aceitunas que nos estamos comiendo.

—Se ve que no. De todas formas, no creo que estas fotos salgan de aquí. Ten en cuenta que para estar en esta web te tiene que invitar una pareja de dentro de la página, que acredite que eres liberal y de fiar. Y si en cualquier momento los demás usuarios piensan que no me comporto bien me pueden reportar. Y me expulsarían de la página. Es decir, en esta web no se invita a cualquiera, es un círculo cerrado.

—Nosotros nunca hemos tenido noticia de ningún problema —dice Julián.

—Yo tampoco. De todas formas si no quieres que una foto tuya comprometida vea la luz, lo mejor es no publicarla en ningún sitio. Como hago yo. Como veis, yo he colgado fotos muy normales, como las que colgaría en cualquier otro lado. Me gusta dejar algo para la imaginación. Es que si ya lo enseñas todo antes de quedar… A veces esto parece el escaparate de una charcutería.

—Sí —corrobora María—. Nosotros igual. Tenemos fotos en ropa interior, pero nos gusta dejar algo de misterio para cuando se queda en persona, que si no parece esto un concurso de místeres y mises.

—Pues estoy viendo que mucha gente cuelga fotos desnuda. Y haciendo de todo. No les importará mucho que se filtren. Veo que muchos no muestran la cara, aunque otros sí. ¿Qué es eso de «124 verificaciones»? —pregunto.

—Eso es que cuando has estado con alguien, le puedes poner una verificación, es decir, un comentario donde certificas que esa persona o pareja son realmente liberales, y puedes escribir un pequeño texto sobre la experiencia o sobre ellos.

—¡Has estado con ciento veinticuatro! —Leo una de ellas al azar, publicada por una pareja: «Un chico sensacional: agradable, simpático, educado, morboso. Fue una delicia conocerle. Muy activo, incansable y bien dotado. Muy recomendable en todos los sentidos».

Leo dos o tres más del mismo tono, donde diversa gente ensalza las virtudes amatorias y la personalidad de Marcos. Ni una crítica.

—Eres como las pelis de Amenábar: un gran éxito de crítica y de público.

—Bueno, cuando alguien no tiene nada bueno que decir o ha tenido una mala experiencia, generalmente o no verifica o verifica sin ningún comentario. Aquí no se viene a criticar.

—Entiendo. Pero ¡ciento veinticuatro! ¿Has estado con ciento veinticuatro?

—Supongo que con más gente. Esos son los que me han verificado. Pero ten en cuenta que en una misma fiesta te pueden verificar varias personas.

—Vamos, que te pegas buenas fiestas.

—Sí, de todas formas no hace falta tener sexo para verificarse, eh. Si te fijas, también tengo verificaciones de chicos y, obviamente, no me los he tirado.

—¿Obviamente? A ver si ahora resulta que la mojigata no voy a ser yo. ¿Por qué no ibas a poder estar con un chico?

—Tienes razón, me he expresado mal. Hasta ahora todavía no he explorado mi lado homo, ja, ja, ja. Nunca se sabe.

—Yo tampoco he estado nunca con un hombre. Bueno, miento, una vez en una orgía un chico me cogió el pene, me empezó a acariciar y yo me dejé. Pero no pasamos de ahí. —Sorprendentemente Julián se sonroja.

—Y le gustó, eh, que estaba yo ahí al lado —interviene María.

—Dicen que nadie la chupa mejor que un chico a otro chico. Y lo mismo con el cunnilingus y las chicas.

—Yo doy fe de lo segundo —corrobora María sonriendo y dedicándome una pícara mirada.

—¿Y en estos sitios y en esas fiestas los chicos no se enrollan a tope entre ellos? A mí me encantaría verlo —digo yo.

—Pues fíjate, así como el noventa por ciento de las chicas juegan entre sí, es mucho más raro ver a dos chicos montándoselo. Aunque a veces pasa. A mí me pone mogollón cuando ocurre. —A María se le iluminan los ojos mientras lo cuenta—. La semana pasada estábamos en la fiesta de unos amigos y uno de ellos, que sí suele estar con chicos además de chicas, empezó a comerse la polla con otro y las chicas nos pusimos como motos. Les hicimos un corrillo y todo. Pero no es muy habitual verlo. Yo creo que todos somos bisexuales, pero es curioso que en este caso son los chicos los que se reprimen más por cultura. En cambio nosotras somos más abiertas y a la primera nos lanzamos.

—También es que lo vuestro es más, cómo decirlo, más suave, más delicado…, y a nosotros nos da un poco de miedo que nos borren el cerín, ja, ja, ja —suelta un Julián reconvertido ahora en Chiquito de la Calzada—. Es más violento.

—Pero también podéis tocaros, acariciaros… Igual que nosotras —insiste María.

—Ya, supongo que nuestra barrera mental es mucho mayor en este caso que la vuestra. Pero es un tema muy interesante a estudiar.

—A muchos les encantan los transexuales… Así disfrutan de un pene pero su orgullo de machitos no se ve afectado, al estar a la vez con una mujer —me dice María.

—Es que hay algunas que son más femeninas que cualquier mujer, y son de lo más sensual —añade Julián.

—Sí, las trans están muy cotizadas en este mundo. En la página hay tres o cuatro y no paran de recibir proposiciones —corrobora Marcos.

—¿Habéis estado alguna vez con una trans? —pregunto, aunque me imagino la respuesta.

—Sí, un par de veces —contesta María— y fue fantástico. Hicimos un trío que fue una locura. No sabes lo que es que te hagan una doble penetración mientras le comes las tetas a una de las personas que te está penetrando.

—Sí, y Mónica es una tía genial. Ya somos amigos de ir a tomar cañas por ahí, o al cine. Precisamente esta semana hemos quedado para tomar algo —dice Julián, mientras sus manos comienzan a juguetear con su mechero.

Estoy alucinando con lo que he hecho en el spa y con lo que estoy escuchando ahora. Sin embargo, mi curiosidad va en aumento, no puedo evitar sentir que he roto algún tipo de barrera y que ahora soy capaz de entender el sexo de un modo completamente distinto a como lo entendía hace solo una semana. Y no es que no siga teniendo miedo, pero es diferente: antes era miedo de resbalar por un precipicio y ahora es miedo a caer por el bucle más alto de una montaña rusa. Ese miedo que en el fondo buscas, porque te gusta.

—Joder, me estáis volviendo a poner a cien —les digo—. Creo que ya estoy irremediablemente atrapada en este ambiente. Presiento que acabo de abrir una ventana secreta y que no sé si seré capaz de volver a cerrar. A ver, enséñame un poco más de la página.

En la pantalla aparecen multitud de perfiles con fotos, la mayoría realmente explícitas, incluso vídeos. Hay un apartado titulado «Citas», y que sirve para contactar un día concreto. ¿Que quieres lío el martes 14 o el miércoles 15? Ahí tienes mensajes de gente de la página que propone cosas. O las puedes proponer tú y la gente se apunta. También veo un blog, un foro, un apartado de fiestas… Observo una pestañita y la abro con toda la confianza y el morro del mundo. Marcos sonríe. No le importa nada que fisgonee en su perfil. Es más, parece que le gusta.

—Tienes tres invitaciones de fiestas, Marcos. Espero que algún día te acuerdes de mí.

—¡Qué tonta! A ver… ¡Uy, esta tiene buena pinta! Fiesta ibicenca, en el antiguo teatro Belize. Hay que ir de blanco. ¿Te vienes conmigo, Zoe? ¡Y vosotros también!

—Ese finde tenemos niños. No podemos dejárselos siempre a los abuelos.

—Bueno, pero tú te vienes sí o sí, Zoe.

—Ya veremos, que quedan muchos días. Mira, tienes también tres solicitudes de amistad.

—Anda, sí.

—Y aquí pone que seis amigos tuyos están en línea en el chat. Pero ¡si hay hasta un concurso de fotografía erótica!

—Sí, y este apartado es el mejor, el de «Gente» —me explica Marcos—. Es un buscador donde seleccionas la ciudad que quieras, el tipo de persona o pareja que buscas, para qué los buscas, si intercambio completo, intercambio de fotos, mirar y ser vistos, tríos, sexo oral…

—A ver, pon Cuenca, por ejemplo. Que siempre tuve curiosidad por ver hacia dónde te ponían mirando los de Cuenca. —Le tengo que preguntar al doctor Encinar por mi obsesión con esta ciudad. Desde pequeñita, oye.

Marcos selecciona Cuenca, marca todas las casillas de parejas y chicas, obviando la de chicos solos, vuelve a seleccionar todas las actividades posibles y frente a nosotros aparecen una decena de perfiles.

—Ahora ya, si quieres, te vas metiendo en el que te interese, ves sus fotos, su biografía, sus vídeos si es que tienen, sus preferencias… Y si quieres les envías una solicitud de amistad, o un mensaje, o comentas una foto que te haya gustado…

—Interesante y muy práctico —digo yo—. ¿Y hay más webs como esta?

—Claro, de hecho cada vez hay más. El mundo swinger ha estado muy en la sombra pero cada vez lo conoce más gente.

—Dicen que comenzó en los años cuarenta entre los pilotos de la Fuerza Aérea de Estados Unidos y sus mujeres, en las bases militares. Y que luego ya en los sesenta con los hippies y el amor libre se popularizó —explica Julián.

Siguen hablando, pero yo fijo la vista en el televisor del bar. Están hablando sobre el robo del Ateneo. No puedo oír nada porque el local tiene puesta la música en lugar de la voz de la tele, pero creo que es exactamente la misma pieza informativa que ya había visto en mi casa, sin ningún añadido nuevo. Le hago un gesto a Marcos y él también observa la pantalla, me coge la mano como en el metro y vuelve a dedicarme la misma mirada llena de apoyo y confianza que el día que nos conocimos. El telediario pasa a otra noticia, y nuestras manos siguen agarradas por debajo de la mesa.

—¿Qué pasa? —nos dice María—. De pronto se os ha puesto mala cara. ¿Hemos dicho algo raro?

—No, nada —contesta rápido Marcos mientras yo trato de alegrar algo mi semblante y disimular—. Es que me he acordado de que mañana tengo un montón de trabajo y me ha entrado la depre, ja, ja. Ni caso, ¿de qué estábamos hablando? ¡Ah, sí!, del origen del mundo swinger, ¿no? —Marcos retoma la charla para no volver sobre el tema—. Yo he leído que ya en la antigua India, China y Egipto era una práctica muy común entre los miembros de las clases altas.

—Pues seguro, y en Roma ya ni te cuento. Si es que al final lo raro va a ser la monogamia. Y oye, no me recuerdes que mañana hay que trabajar, que te doy —dice María riendo.

—Rara no sé, pero aburrida lo es un rato —interviene Julián—. Es como si, porque te gusta mucho el chocolate, te condenas toda la vida a comer solo chocolate. Y vas viendo pasar ante tus ojos bandejas llenas de pasteles y bombones de todos los sabores, pero nada, a comer siempre lo mismo.

—Yo lo comparo más con leer siempre el mismo libro. Tienes un libro que te gusta mucho, te enamoras de él, de las tapas, de lo que hay dentro… Disfrutas muchísimo de la primera lectura, de una segunda, de una tercera… Pero cuando al final acabas condenado a leer esas páginas eternamente y no puedes acercarte a ningún otro libro más, la cosa cambia —señala Marcos.

—Pero las personas no somos libros ni bombones —protesto yo, que vuelvo a meterme en la conversación—. Me niego a pensar que todo es así de simple. Además, conozco muchos casos de parejas que son superfelices con su relación monógama y no necesitan nada más.

—Bueno, tú sí eres un bombón. Y te explicas como un libro abierto. —Marcos es único haciendo chistes fáciles y malos.

—Ya, ya, pero no habéis pensado que los libros y los bombones tenemos sentimientos —digo volviendo al tema y siguiendo la broma.

—Sí —tercia María—, sentimientos de posesión, miedo, egoísmo… Todos los tenemos, en mayor o menor medida. Pero si logras expulsarlos, es como apartar una piedra que tapa la luz de la ventana. Empiezas a ver las cosas de una manera más amplia y generosa, más abierta, y se abre ante ti un mundo nuevo lleno de sensaciones, conocimiento, placer… Algo que te enriquece como persona.

—Siempre que no te pases al otro extremo y luego ya no hagas nada más. Porque tenemos algún amigo que no hace otra cosa. Y eso más que enriquecedor es todo lo contrario —añade Julián. Es increíble cómo se entienden e incluso completa el uno lo que está diciendo el otro.

—Ya, bueno, eso es como todo en la vida. Por muy bien que esté algo, si abusas al final acaba siendo una mierda. Como una droga. Te conviertes en adicto —dice Marcos mientras echa un vistazo por encima a las decenas de wasaps acumulados durante estas horas en su móvil—. En ese caso hay gente que es mejor que ni lo pruebe. Y sí, hay parejas muy felices con su relación monógama y convencional de toda la vida. Muchas. Y a las que no les hace falta probar. O que si prueban tienen mucho más que perder que ganar. Ya depende de la personalidad de cada uno. Pero luego estamos muchos otros que somos un poco más inquietos, o malditos o lo que sea. Tratar de hacernos vivir a todos con los mismos parámetros es absurdo. Y eso es lo que ha intentado hacer hasta ahora la sociedad.

—Por cierto, hablando de drogas… No he visto a nadie metiéndose nada, pero seguro que en este mundo hay un montón de droga —pregunto.

—Qué va. —Julián pega un sorbo a su cerveza. Un poco de espuma queda reposando en sus labios, que son muy sexis, como él—. Eso es lo que piensa mucha gente, pero en realidad yo creo que hay la misma que en cualquier otra parte o incluso menos. Hemos conocido muchas parejas vegetarianas, naturistas…, gente muy deportista, muy activa, con muchas inquietudes y hobbies… Gente que ni siquiera bebe alcohol.

—El sexo es nuestra droga. —María seca amorosamente con su dedo índice los labios de Julián, que sonríe y le dedica un beso.

Creo que voy a estar una temporada drogándome de lo lindo. Al menos en estas pocas horas nada me ha preocupado, ni siquiera el maldito robo del cuadro, hasta que lo he vuelto a ver en la televisión. Incluso ahora empieza a resbalarme. ¿Habrá swingers en la cárcel?