FIESTA EN EL CHALET

«Deberíamos dejarnos

de chapuzas y de inventos

y perdernos por los bosques

que aún no conocemos».

(«La vida moderna«, La Habitación Roja)

Sábado. La semana ha transcurrido de forma tranquila. He pasado cada tarde con Marcos, en una nube. Le conté lo de la carta de Javi y mi respuesta diciéndole que no lo quiero volver a ver ni tener la más mínima noticia suya. Lo de utilizar a Genaro me ha parecido de lo más sucio y rastrero. Le he deseado lo mejor y punto, y le he rogado que no me contestara ni me enviase ninguna carta más. Parece que ha cumplido.

Marcos opina lo mismo, que usar a Genaro es lamentable, pero lo disculpa diciendo que debe de ser muy duro perderme. Yo le doy un beso y le digo que no sea tan pelota.

Acabamos de ver una estúpida peli de superhéroes y ahora estamos escuchando un poco de música en el portátil (suena León Benavente, uno de mis grupos favoritos) y echando un vistazo a su perfil de Ons.

Tiene cuatro invitaciones a fiestas, como de costumbre. Una de ellas es una «fiesta cervecera», en la que hay apuntadas cuarenta personas. Me explica que las cerveceras son quedadas en plan tranqui, «vertical», para tomar algo en un bar, como su propio nombre indica. Ideales para conocer gente nueva o ver a los amigos de siempre. Después de las cervezas se suele acabar con una visita a un local de intercambio, que ese día, como podéis imaginar, se llena.

También hay dos invitaciones a los cumpleaños de dos chicas de la página.

—Cuando no es el cumpleaños de uno es el aniversario de otros o la celebración del fin del pago de la hipoteca, con lo que siempre hay alguna cosa —me dice Marcos—. Si llevas un modo de vida liberal y sales a menudo, te acabas gastando una pasta en los locales, y quedar en casa es gratis, claro. Bueno, solemos poner un bote para comprar algo de comer o beber, lo normal.

»Además, con una fiesta privada, miras la lista de invitados en la web y así también sabes quién va a ir y quién no y te aseguras de que no va a haber nadie extraño o con quien no quieres coincidir.

Mientras hablamos le llega otra invitación. En este caso es de una pareja que celebra sus bodas de plata alquilando un local entero e invitando a todos sus contactos. Es una fiesta de la primavera en un chalet a las afueras de Madrid. Los anfitriones son «Amantesdelsur», una pareja de unos cincuenta. A él se le ve muy grande y gordito y ella una chica quizá algo más joven, algo entradita en carnes y muy sexi. En el evento hay apuntadas unas treinta personas, entre parejas, chicas y chicos solos.

—Hace mucho que no voy a las fiestas del Marqués. Son muy famosas. En la última nos cargamos una cama y un sillón. No me acuerdo de cuál es su nombre real, pero todos lo llaman el Marqués. Es una persona muy atenta y se desvive porque todo el mundo esté cómodo y no le falte de nada —dice mientras repasa el listado de perfiles que han aceptado la invitación—. ¡Vaya, si van Rubita y SirenaAzul! Son dos tías estupendas, amigas mías. Hace mucho que no las veo. Si te apetece, nos hacemos un cine y después nos acercamos un rato por allí.

Marcos sabe utilizar la táctica y las palabras adecuadas: «un cine» y «un rato» son formas de quitarle importancia al asunto. Yo acepto.

Aquí estamos, otro sábado más inmersa en esta vida irreal camino del famoso chalet. Hablamos de todo un poco. Acordamos que el siguiente fin de semana no haremos nada de vida swinger y que lo dedicaremos de nuevo a actividades verticales. Me propone salir a la montaña e ir a La Pedriza o Peñalara, que están muy bonitas en esta época del año. Ya estoy deseando.

Cada día con Marcos es genial. Él se encarga de hacerlo así. Bueno, los dos. Parece mentira, pero justo cuando menos creía en el amor y esas zarandajas, voy y lo encuentro. Empezamos a dar asquito y todo de lo bien que estamos. Creo que la fórmula es dejarle un poco de aire, como al fuego, que necesita oxígeno porque si no se apaga. Lo quiero, me quiere. Fin. Supongo que a veces pasan estas cosas.

Con Marcos la vida es muy fácil, pero cada día es distinto… Y aunque a veces sigo sin saber en qué está pensando, me he dado cuenta de que es así, un poco disperso. A saber cómo funcionará ese mecanismo.

Mientras conduce hablamos de nuestras familias. Yo le digo que mis padres jamás comprenderían una vida liberal. Él me dice que tampoco sus padres lo saben, que son mucho más conservadores, pero que es la educación que han recibido, mucho más estricta en lo moral.

—Pero no siempre se cumple la norma, siempre ha habido personas adelantadas a su época. Mira, por ejemplo, mi tío abuelo —me dice Marcos—. Deberían escribir una novela sobre su vida, de verdad. Era el hermano de mi abuela. Era muy inteligente, guapo y con don de palabra. Nació en el pueblo de mi madre, un pequeño pueblecito de Segovia. Fue uno de los pocos de allí que estudió. Hizo magisterio, y me contaba mi abuela que empezó a dar clase en Asturias, donde conoció a la Pasionaria. La acompañaba a los mítines, donde también tomaba la palabra. Había visto mucha pobreza y quería cambiar las cosas. Pero comenzó la guerra y le pilló de vacaciones en su pueblo, que en ese momento quedó bajo zona nacional.

»Fueron a buscarlo para matarlo, pero el cura lo escondió en su casa. Finalmente se enroló en la Legión, donde, gracias a que tenía “letras” obtuvo el puesto de secretario de un importante general, que pronto lo consideró su mano derecha y empezó a confiar plenamente en él. Tanto que lo que el tío Manuel disponía, el general lo firmaba sin mirar. Así pudo ayudar a muchos compañeros. Salvó a unos cuantos de los famosos “paseíllos”.

—¡Como en La lista de Schindler!

—Sí, y tenía que andarse con cuidado, porque a él también lo estaban buscando por su pasado izquierdista.

—Espero que no lo pillasen.

—No. Terminó la guerra y se convocaron oposiciones para delegado de enseñanza en Galicia, y mi tío, que era listo, se las preparó y aprobó. Allí vivía feliz con su mujer y sus hijos, pero Manuel no era perfecto: le encantaba el juego. Un día se jugó a las cartas la paga entera de los maestros que tenía a su cargo y la perdió.

—¡No fastidies!

—Sí, era muy inteligente pero un poco calavera. Lógicamente, lo echaron y se tuvo que largar a buscarse de nuevo la vida. Por el camino se jugó también una finca de su pueblo que anteriormente le había vendido a su hermana, mi abuela. Cuando los acreedores se presentaron en casa de mi abuela para reclamarla se encontraron con que la finca ya estaba vendida y con escritura de propiedad. ¡Querían matarlo, pero él ya estaba lejos, en Barcelona!

—Vaya personaje, ahora me está recordando a Leonardo DiCaprio en El aviador.

—Era muy guapo y elegante. La gente decía que se parecía a Cary Grant. En Barcelona empezó a trabajar desde abajo en una gran empresa eléctrica y, debido a su capacidad, pronto ascendió hasta ser uno de los jefes. De vez en cuando viajaba a su pueblo y contrataba a quien quería dejar el terruño y acompañarle. A otros les conseguía empleos en otras partes. Ayudaba a todo el mundo. Y acabó dejando el juego. Cada vez que regresaba al pueblo era recibido como un héroe y siempre lo abandonaba con un montón de regalos de los vecinos, que estaban agradecidos: unas buenas viandas, una colcha de lana, un queso bien curado… La gente lo admiraba y le quería. Yo tuve la suerte de conocerle y transmitía un carisma y unas ganas de vivir tremendas. Murió hace no mucho, ya viejito, rodeado de una gran familia. Un gran tipo el tío Manuel.

—Bonita historia, la verdad.

Me fijo en Marcos y observo en él algún rastro del tío Manuel, ese golfo simpático y de buen corazón. Pienso que antes sí se vivían vidas románticas, de película. No sería lo mismo si el tío Manuel naciese ahora. Me lo imagino enganchado al WhatsApp, o viendo porno en Internet, o soltando estupideces en Twitter y ligando por Badoo… Nada que ver.

—Me hubiese gustado nacer un siglo antes, Marcos, la vida era más pura, menos irreal.

—Cierto, a mí también. Pero ten en cuenta que la situación de la mujer entonces no era como la de ahora. Apenas tendrías derechos y tu único destino sería prácticamente casarte y tener hijos.

—Habría sido una rebelde, como Madame Curie o Rosa Luxemburgo. O mejor, Lou-Andreas Salomé. ¿Sabes quién es?

—Ni idea. —¡Increíble! He pillado a Marcos en un renuncio intelectual—. No, espera, ¿no era una amiga de Nietzsche?

—De Nietzsche, y de más grandes hombres. De Freud, de Rilke, de Paul Rée… Todos se enamoraban de ella. Había un dicho en aquella época: «Cuando Lou entra en la vida de un intelectual, este pare una obra extraordinaria». Era una mujer arrebatadora, muy guapa y de una gran inteligencia. Escribió muchos ensayos sobre un montón de materias. Nietzsche estaba coladísimo por ella. Cuando se conocieron le dijo: «¿Desde qué estrellas hemos venido a encontrarnos?».

—¿Un poco cursi, no?

—Pues a mí me encanta. Decía que era la mujer de su vida y le propuso matrimonio, pero Lou fue muy independiente toda su vida y lo rechazó, como a los demás. Y Nietzsche se quedó hecho polvo. Si llega a tener Facebook en aquella época, habríamos flipado. Imagina a Nietzsche diciendo en su estado, «estoy desolado», y trescientas personas marcando me gusta.

—Menos mal que no —contesta riendo Marcos.

—A ella le apasionaba rodearse de inteligencia y sobre todo ser libre. Fue una personalidad en su época. Deberían hacer una peli sobre su vida.

—Pues sí, por lo que cuentas debió de ser una mujer extraordinaria. Y muy liberal. Con lo difícil que era entonces.

—Hoy seguro que nos la encontraríamos en el Encuentros o en alguna fiesta como a la que vamos ahora, con algún golfo como tú, ja, ja, ja.

—Seguramente. Por cierto, no me acuerdo muy bien de dónde está exactamente el chalet. He estado unas cuantas veces y siempre me pierdo. Está al lado de la carretera, pero no me acuerdo del punto exacto y no tengo la dirección para ponerla en el navegador.

Nos metemos por una carretera secundaria, justo antes de llegar a un pueblo, y luego Marcos gira y se mete en un polígono.

—¿Seguro que es por aquí? A ver si todo va a ser una treta para violarme, matarme y abandonar aquí mi cuerpo.

—¡Qué buen rollo! Hoy me pilla mal, pero igual para otro día es un planazo. Creo que nos hemos perdido. Coge mi móvil, busca en contactos «Marqués» y mándale un wasap, por favor, que nos diga la dirección.

Me gusta ese rasgo de confianza. No todo el mundo le deja su móvil a su pareja. Marcos no tiene nada que esconderme. De todas formas, vamos camino de una orgía. ¿Qué necesidad tiene?

—No lo encuentro.

—¿No?

—No. Estoy en la M y no sale.

—¡Perdona! ¡Mira en la O! Tengo a toda la gente que he conocido en Ons con una O delante para no liarme. Ya sabes, para separar lo vertical de lo horizontal.

—Pero ¡si tienes cincuenta mil! Aquí, ya lo veo. —Pruebo a enviar un wasap—. Parece que el señor Marqués no está en línea.

—Joder, es que odia los móviles. Casi siempre lo tiene apagado, y cuando le mandas un wasap te lo contesta a los tres días. Eso sí, siempre los contesta. A todo el mundo. Como si fuera el correo.

Son las doce de la noche, el polígono está completamente vacío, y nosotros deambulamos entre las naves más perdidos que un concursante de Gran Hermano en una biblioteca. Ya es la segunda vez que acabo con Marcos en un lugar extraño y despoblado. De pronto un coche de la Guardia Civil comienza a seguirnos.

—Ahora nos sigue la Guardia Civil. Vaya planazos de sábado que me preparas.

—Pues aprovecho y les pregunto.

—A ver si van a ser ellos los que te pregunten a ti por el cuadro famoso —le comento medio en broma.

—Vamos a averiguarlo.

Marcos para el coche y los guardias hacen lo mismo, justo a nuestro lado. Mis pulsaciones suben. Sin serlo, me siento como una prófuga de la justicia. Me fijo, los agentes son dos chicos jóvenes que nos miran con curiosidad.

—¡Hola! Es que estamos perdidos, vamos a una fiesta de unos amigos en un chalet que está por aquí, justo al lado de una carretera. Creo recordar que está detrás de unos campos de fútbol —les dice Marcos.

—Hola, buenas noches. —Los guardias siempre tan protocolarios—. Ah, sí, hay una fiesta en un chalet muy cerca de aquí, hay muchos coches.

Los dos agentes sonríen, se nota que conocen perfectamente el chalet del Marqués y el tipo de fiestas que se montan allí. Seguro que más de un día se han quedado con ganas de entrar.

—Tiene que salir por este desvío del fondo, seguir todo recto hasta una rotonda y luego coger la dirección Madrid. Verá los campos de fútbol y a continuación el chalet.

—¡Ya recuerdo! Claro, muchas gracias.

—De nada, buenas noches. —Los guardias se llevan la mano a la visera en señal de saludo y arrancan el coche.

—Ya sé por dónde es —dice Marcos. Y arranca de nuevo el motor.

En menos de lo que tarda en acabarse la canción que estamos escuchando aparece el famoso chalet. Bien es verdad que la canción es «Starway to heaven», que dura casi nueve minutos.

—Ja, ja, ja. Pues mira, estos al final no sabían nada del robo. Nos hemos librado por los pelos, eh. Por cierto, ¿se sabe algo nuevo de la investigación? ¿Has hablado con tu tío?

—Hablamos el otro día que estuve con él y con su novia, me la presentó después de tanto hablarme de ella, y no me contó nada nuevo. La policía no le ha vuelto a preguntar y no se sabe nada de las diligencias. Creo que hay secreto de sumario, así que imposible enterarse de nada. Si tuviesen algún dato sobre que estuvimos allí, ya nos habrían interrogado. Ha pasado mucho tiempo. Lo mejor es tratar de olvidar el tema. Por cierto, su chica es muy maja, pero mucho más joven que él. Eso sí, es guapísima, la típica mujer del este espectacular. Hacen una pareja un tanto extraña, el ratón de biblioteca con la «modelo» eslava.

—A ver si vas a tener envidia, Marquitos…

—¿Yo? Si estoy con la mujer más preciosa del mundo…

—¡Qué mal se te da ser pelota! Oye, cambiando de tema: parece que los picoletos conocen bien el chalet. ¡Cómo se sonreían cuando les preguntaste!

—Sí, las fiestas del Marqués son legendarias. Seguro que más de un día han pensado en venir a hacer una redada para cachear a la gente, ja, ja, ja.

—No lo dudes.

Buscamos sitio para aparcar mientras escuchamos las risas y la música de fondo. Veo que el chalet tiene piscina y que hay un chico nadando de espaldas plácidamente dentro de ella. Aparcamos y nos dirigimos hacia la fiesta. Me acabo de poner nerviosa y agarro la mano de Marcos con fuerza. Él me mira sonriendo, trata de transmitirme confianza. Y lo consigue. Sin él jamás me atrevería a adentrarme entre esas cuatro paredes. Se aprieta a mí y me besa el pelo.

La casa no parece muy grande. En el porche nos encontramos con varias personas. Marcos saluda a dos chicas, que resultan ser las amigas que me comentó, y estas nos presentan a un par de parejas que están fumando y tomando algo. Sobre una gran mesa de plástico hay refrescos, alcohol, canapés, empanada, tortilla y hasta una paella. La edad media es de unos treinta y muchos.

—¡Bienvenidos! —Una enorme figura ataviada con un vistoso pareo y una camisa blanca de lino aparece en la entrada y se abraza a Marcos.

—¿Cómo está el señor Marqués? Mira, te presento a Zoe.

El Marqués me abraza de forma cariñosa y me da dos besos, de esos que se te quedan pegados. Es de tez morena, con su buena barriga, espaldas anchas y mide casi un metro noventa. Sin ser especialmente atractivo, tiene un rostro agradable. Marcos le hace entrega de una botella de vino que hemos traído, él nos da las gracias diciendo que no era necesario y se ocupa de que no me falte de nada:

—Siéntete como en tu casa, Zoe. ¿Qué te apetece tomar? Tenemos todo lo que quieras. Bueno, todo no, pero se hace lo que se puede, ja, ja, ja. —Su risa es grande, como él. En un santiamén nos presenta a toda la gente que hay a nuestro alrededor.

Hace una noche perfecta. Por un momento pienso que me gustaría estar en medio del campo contemplando las estrellas con Marcos, cogidos de la mano, susurrándonos alguna estúpida canción de La Buena Vida. En cambio, estoy aquí, rodeada de extraños, en una fiesta extraña. Me preparo un vodka con naranja y miro hacia la piscina: el chico que nada de espaldas, desnudo, me resulta familiar. Lucho contra mi miopía y trato de fijarme un poco mejor. ¡Ahora caigo!, es Günter, el hombre que conocí en Encuentros. El de las manos bonitas. Sin las gafas no lo había reconocido. Me acerco hasta el borde y lo saludo sonriendo.

—¡Anda, qué sorpresa tan agradable! Pero ¡si es Zoe! —me saluda con su peculiar acento.

—¡Hola, Günter! ¿Qué tal está el agua? Dan ganas de meterse.

—Está un poco fría al principio, pero luego uno no quiere salir, como de algunas mujeres.

—Eres un valiente. ¿Y tu chica, Cristina, está por aquí? ¿O se ha enfriado demasiado?

—Está dentro, seguro que no se aburre. Yo necesitaba tomar el aire. Esto es buenísimo, toda la semana trabajando y ahora aquí haciendo largos debajo del cielo. ¿Has venido con alguien?

—Sí, con Marcos, el chico con el que estaba en Encuentros. Estamos juntos.

—Me alegro. Hacéis muy buena pareja. Verás que esto del mundo liberal es como un pueblo, al final te vas encontrando con mucha gente conocida en distintos sitios.

—Ya veo, ya.

Mientras hablamos, Marcos y el Marqués se han acercado a la piscina. Marcos saluda a Günter. Charlamos un rato de tonterías y finalmente nuestro amigo alemán sale del agua completamente desnudo, se pone una toalla y volvemos los cuatro al porche. Allí, junto a un grupo de unas doce personas, bebemos, comemos y hablamos un poco de todo, aunque el nexo de todos los temas al final acaba siendo el sexo. La velada transcurre de forma agradable y Marcos está en todo momento pendiente de mí. Me encanta ver cómo se relaciona con todo el mundo, con su simpatía natural.

—Ya le vale a la pareja que se acaba de ir. Le he oído decir a la chica que «aquí no había nivel». ¡Como si ellos fuesen unos modelos! —Oigo quejarse al Marqués.

—Pues yo te digo que me ponéis mucho más cualquiera de los que estáis aquí que el figurín y la siliconada esa. Y además, si lo importante es que haya buen rollo, y sobre todo ganas. ¿Qué esperaban? Yo alucino, han estado veinte minutos y se han ido —comenta Sole, una especie de Marilyn en formato pequeñito y castizo.

Me fijo en que la mayoría de los invitados son gente completamente normal, unos más guapos que otros, algunos de cierta edad, otros más jóvenes…

—No sé, ni que hiciese falta hacer un casting para pasar un rato agradable y estar a gusto con una persona —me atrevo a decir.

—Ya ves. Y además, aquí hay gente que está muy bien. Tú la primera —me halaga el Marqués.

Por la puerta de la casa asoma una chica con el pelo alborotado. Es Cristina, que me saluda muy contenta y dice:

—¿Marqués, empezamos ya con el juego o no?

El Marqués asiente y nos indica que entremos.

La casa es sencilla, igual que su decoración. En una de las habitaciones una pareja ya está follando alegremente, y al fondo aparece el salón. Hacia allí nos dirigimos todos.

Cuando entro me quedo petrificada:

—Marcos, no me lo puedo creer —le susurro al oído—. Ese de ahí es… Javi. —Efectivamente, sentado tranquilamente en el sillón con una copa en la mano se encuentra mi ex, que me dedica una mirada tras la que no hay ni pizca de asombro o sorpresa por lo extraño del encuentro. Estoy segura de que no está aquí por casualidad. Tiene buen aspecto, lo veo incluso bastante musculado, como si le hubiese dado por cuidarse más y apuntarse a un gimnasio.

—Vámonos, Marcos. Estoy alucinando. —Pero no me da tiempo ni a escuchar su respuesta. Javi se ha levantado y se dirige hacia nosotros.

—¡Zoe! Pero ¡qué sorpresa! ¡Cuánto tiempo! —Me da un par de besos y le tiende la mano a Marcos—. Soy Javi, su ex.

Marcos pone cara de póquer y le devuelve el saludo. Las manos de los dos hombres se estrechan con fuerza, como queriendo demostrar al otro quién es más fuerte. El Marqués, detrás de nosotros, observa cómo la tensión acaba de subir por momentos.

—Encantado de conocerte, Javi. —Marcos lo mira a los ojos marcando terreno.

—¿Qué haces aquí? —pregunto directamente.

—Pues ni yo mismo lo sé. Me invitaron y me he pasado un rato. Estoy muy solo últimamente y algo tendré que hacer. Si te incomodo, me voy. Tampoco esperaba yo encontrarte aquí, mira qué coincidencia.

—No creo mucho en las coincidencias, ya lo sabes —le digo con gesto serio.

—¡Chicos, dejad la charla y sentaos, que vamos a empezar!

El Marqués, con su corpachón y su energía, ejerce un efecto de gran padre sobre nosotros y cuando queremos darnos cuenta estamos sentados en un sillón, alrededor de una mesa, junto con otras catorce personas, algunas sentadas en los sillones y otras en sillas o en la alfombra. Creo que ha cortado la conversación porque se ha dado cuenta de que no iba a acabar demasiado bien.

Quiero irme y lo voy a hacer. Marcos me pregunta al oído si nos marchamos, pero decido quedarme cinco minutos para investigar por qué narices está Javi en la fiesta y si es casualidad, que no creo. Javi es policía, tiene muchas formas de enterarse de la vida de quien quiera, y está claro que en este caso sabe demasiado de la mía. Tengo que parar esto como sea y lo quiero hacer esta misma noche. Necesito saber cómo se ha enterado de que yo venía a este chalet perdido en mitad de la nada. Pero primero el juego reclama nuestra atención.