LUCES EN LA NOCHE

«Seguiré la pista a ciegas y te encontraré,
alcanzaré la altura,
caeré en picado y te encontraré
como a un animal en un combate,
yo te encontraré».

(«Como un animal», Najwa)

La comida en casa de mis padres resultó bastante tensa. Por mucho que traté de mostrarme tranquila y de jurar y perjurar a mi santa que no iba por ahí haciendo esas cosas que Javi le contaba, una madre es una madre y te conoce como si te hubiera parido. Vamos, que creo que no la convencí mucho. Hizo como que me creyó pero su mirada me dijo todo lo contrario.

Han pasado ya dos días desde eso. Ahora me dirijo con Tere y Marcos al chalet de ese amigo suyo, en las afueras de Madrid.

Al final, como siempre, le he hecho caso a mi chico y vamos a ver si nuestro plan funciona y logramos grabar a la persona que me está espiando. Pero inmediatamente después pienso ir a comisaría.

Me he pasado los dos días intentando aparentar normalidad y hablando en mi salón de la maravillosa quedada swinger a la que supuestamente voy a asistir en ese chalet. La idea es grabarme en casa hablando de esa falsa quedada y después grabar a Javi acudiendo como un corderito a la misma, lo que probaría que me ha puesto los micrófonos. Y con eso llamarlo y decirle que pare de chantajearme o bien ir directamente a la policía. O algo así, la verdad es que no sabemos ni qué hacer. Eso contando con que sea Javi quien aparece.

Sea como sea ha llegado el día, vamos camino del lugar de la supuesta fiesta. Después de un trayecto de unos veinte minutos, tras dejar la autovía y tomar una vía secundaria y luego un sinuoso camino, llegamos hasta el final del mismo, donde un pequeño y coqueto chalet nos espera. Está todo cerrado, con las persianas bajadas. Según le ha contado su amigo a Marcos, el chalet es de sus padres, que viven ahora en Portugal, y lleva sin usarse casi dos años.

Subimos las persianas, encendemos las luces y ponemos música a un volumen alto, para que parezca que allí realmente hay una fiesta. Comprobamos que el ambiente que hemos creado da el pego y ascendemos a la planta de arriba del todo, donde nos parapetamos en la buhardilla con la vieja cámara con teleobjetivo de Tere, abandonada desde sus tiempos de frustrada paparazi, dispuestos a cazar a nuestra presa.

Los minutos pasan y nos turnamos en la vigilancia. Al situarse el chalet en una zona aislada a la que se accede por el camino que termina justo en su entrada, si aparece algún coche está claro que lo hace con la intención de visitar la vivienda y venir a la fiesta.

Durante mis declamaciones en el salón de mi casa estuve de lo más prolija a la hora de dar detalles de localización para que nuestro escuchante no se perdiera. Y si no, para eso está el GPS. Repetí varias veces en voz alta la dirección exacta. Si es Javi, que me ha seguido a todas partes hasta ahora, tiene que aparecer hoy también.

Ya son las diez, más de treinta minutos pasada la hora D, y no aparece nadie. Javi es asquerosamente puntual, lo que me mosquea bastante… De pronto obtenemos premio: como dos pequeñas luciérnagas al principio, y mayores cada vez, las luces de los faros de un coche se aproximan hacia nosotros.

Contenemos la respiración.

Cuando ya está lo suficientemente cerca comprobamos que no se trata del Opel de mi ex. Puede que haya cambiado de coche o que hoy utilice otro. El vehículo se acerca a la verja y apaga el motor. Escondidos en la buhardilla, no queremos perdernos ni un detalle, mientras Tere graba todo con su cámara.

El coche permanece enfrente de la casa. Pero no sale nadie de él.

—¡Es una chica! —exclama Tere—. Acabo de darle al máximo al zoom y es una chica, aunque no distingo su forma.

—¿Seguro?

—Seguro. Es morena.

—Graba. Graba.

—Eso hago. ¡Dios mío…, no me lo puedo creer! Es…

Levanto la cabeza para distinguir mejor. Tenemos la luz de la buhardilla apagada y desde fuera no se me debería ver.

La puerta del coche por fin se abre y, efectivamente, de él emerge una figura de mujer. Viste falda por la rodilla, botas de cuero con tacón y una chaqueta de cuero roja. Permanece al lado de la puerta abierta del coche, mirando a los lados con gesto de sorpresa, suponemos que al no ver ningún otro vehículo aparcado.

Observo su media melena de color oscuro, hasta que se gira, y finalmente puedo contemplar su cara, iluminada por el farol del porche. Y mi sorpresa es mayúscula. Conozco a esa mujer. La veo muchos días. Es mi vecina de arriba. Susana. Se coloca torpemente una máscara que oculta parte de su cara, de estilo veneciano. No entiendo nada.

—La conozco, es mi vecina. Se llama Susana. No tengo ni idea de qué hace aquí. Ni de por qué se ha puesto una máscara.

—¡Sí, es ella! ¡No hay duda! —corrobora con la voz entrecortada Tere.

—Pues esto se complica. ¿Sabes si Javi y ella se conocían? —pregunta en voz baja Marcos.

—Sí, claro, de cuando Javi vivía conmigo. De vez en cuando salíamos por ahí a tomar algo con ella.

Se oye el timbre de la puerta. Susana está llamando. Una, dos, tres veces. No movemos ni un músculo. Tere sigue grabando. Tras un par de minutos, Susana se da la vuelta y vuelve a montarse en el coche. Espera unos momentos, gira la llave de contacto y se pierde a gran velocidad por el camino, dejando una estela de polvo detrás.