FUSIÓN

«Y dormíamos tan juntos,
que amanecíamos siameses.

Y medíamos el tiempo,
en latidos».

(«Diecinueve», Maga)

Marcos está enrollado como un ovillo a mi lado, en la cama. Yo entreabro los ojos y lo acaricio con cuidado, con la yema de los dedos, como si se fuera a volatilizar. Me acurruco un poco más cerca de él, lo abrazo y vuelvo a cerrar los párpados.

Mi chico alarga con pereza su brazo hasta la mesilla, se gira y extrae el portátil de su funda. Lo enciende mientras yo protesto tímidamente.

—¿Ya estás otra vez con el maldito ordenador?

—Pero si hace ocho horas que no lo enciendo.

—Claro, justo las que llevamos durmiendo. ¡Eres un tramposo! —Me echo encima de él y jugamos a pelearnos como dos cachorrillos. Acerco mi cabeza a la suya y echo un vistazo a la red.

—Está buenorro este ministro, ¡eh!

—¿Qué dices? Pero ¡si es más feo que pegarle a un padre!

Leemos por encima las noticias:

NACIONAL: Los políticos con el «y tú más» de siempre. Han imputado a otros dos y se descubren nuevas cuentas en Suiza. Deberían hacernos un monumento en ese país.

INTERNACIONAL: La Unión Europea mira para otro lado en la última crisis humanitaria. En letra pequeña, tres guerras en África. Los del DAESH retroceden otros doscientos años en el calendario.

DEPORTES: Uno que antes era muy bueno ahora es muy malo. Se descubre que en España existen más equipos además del Madrid y el Barcelona, dato aún sin confirmar.

Y así.

Finalmente Marcos y yo cruzamos una mirada y una sonrisa, y los dos sabemos que estamos pensando lo mismo:

—¿Echamos un vistazo a Ons?

Después de un fin de semana completamente «vertical» ya sabía yo que volveríamos a caer. Abrimos la web y descubrimos que tenemos muchos mensajes, como siempre, y una invitación a una fiesta. Procede del Marqués. Es una quedada en un local llamado Fusión.

—Ya sé lo que me vas a decir, majete, que si vamos. Pues no, que parece que no sabes hacer otra cosa que llevarme a sitios donde te tiras a otras.

—Pero si no he abierto la boca. ¿No serás tú la que quieres ir?

—¿Yo? ¡Qué va!

—Pues es una pena, porque Fusión es el local más grande y espectacular de Madrid. Tiene hasta piscina.

—Me parece muy bien. Pero también tengo piscina en mi comunidad.

—Pues aquí dice que es por el cumpleaños del Marqués. He ido los tres últimos años.

—¡Qué pena, este año te lo vas a perder!

—Me quedo con ganas de preguntarle al Marqués por qué invitó a Javi a su fiesta y cómo contactó con él. No suele invitar a su casa a nadie que no conozca bien de antes. Su casa es su santuario, como él dice. Solo invita a viejos amigos y, por lo que me cuentas, dudo que Javi lo fuera.

—¿Y los moteros?

—También eran amigos suyos, son sus vecinos. Les gusta montar el número de que llegan dos chicos nuevos y demás, para darle salsa a la fiesta. Se inventa cada cosa…

—Maldito, ¡me engañó!

—Pues eso, que digo que estaría bien ir a su cumple para que nos cuente cómo apareció Javi en su fiesta…

—Al final no vas a parar hasta que me convenzas para ir este sábado a Fusión. Vale, ya tienes el sí. Pero solo a investigar.

—Sí, sí. Solo a investigar.

Unas horas después estoy frente a otra de esas entradas misteriosas y discretas, presa de los nervios y preguntándome por qué demonios siempre acabo haciendo lo que Marcos quiere. Bueno, quizá es porque es lo que yo también quiero.

Miro a ambos lados de la calle. Apenas tres o cuatro personas deambulan por la acera. Después de recibir el mail del idiota de Javi me pregunto todo el tiempo si no estará escondido detrás de alguna esquina, o grabándome desde alguna ventana, o si no habrá enviado a alguno de sus compañeros o a cualquiera a espiarme. Me ha sumido en un estado de intranquilidad.

—Vamos ya para dentro, Marcos, no quiero que nadie me vea entrar.

Un timbre, una puerta metálica que se abre, un portero que nos da la bienvenida, una chica amable en la recepción… Esta vez, a diferencia de las anteriores, mis nervios se han calmado al entrar y alejarme de las posibles miradas del exterior en lugar de dispararse como antes. Empiezo a pensar que quizá comience a pertenecer ya más a este mundo subterráneo que al otro.

Avanzo con Marcos por el local y descubro que es un sitio elegante, con sillones y espejos con cierto toque versallesco, escogidos con gusto. A la izquierda, unas escaleras se adentran en una pequeña habitación. Se oyen jadeos procedentes del interior.

—Es la mazmorra —dice Marcos—. Luego echamos un vistazo si quieres.

Continuamos y vamos a dar al centro del recinto, donde se sitúa la zona de bar, decorado como un local de moda. La música va acorde con la decoración. Hay mucha gente y bastante bullicio, se nota que es sábado por la noche. Una chica le está realizando sexo oral a otra justo al lado de la barra, mientras sus amigos y amigas miran divertidos y excitados y hacen comentarios.

—Una cosa es tener la mente abierta, y otra hacer del sexo un mero espectáculo y algo trivial —le digo a Marcos—. Es que si nos ponemos ya a hacerlo en la barra también…

—Pues a veces las mejores movidas se montan en la barra. Tiene su gracia.

—No tenéis límite, de verdad. Es que así ya es como comer pipas. Alguna seguro que se ha hecho la manicura mientras se lo comían.

—Si yo te contara…

Avanzamos por un pequeño corredor y vamos a dar a una zona de descanso muy agradable, atendida por otra barra que está justo a espaldas de la anterior. Palmeras y ¡la piscina! dan al conjunto el aspecto de un lounge bar ibicenco. Alrededor del recinto acuático se extienden una especie de jaimas de tela blanca.

Damos un garbeo y vemos que en el interior de buena parte de ellas hay gente follando. Parece una orgía de la Roma imperial. Es espectacular. Observo que la media de edad en este local es bastante joven, y que abundan los físicos cuidados y de gimnasio.

—Fusión es un sitio que a alguna gente le encanta y a otra no le gusta nada. Vendría a ser como la disco pija del mundo swinger, con mucho postureo, mucho rollo Ibiza, y cierto elitismo. En otros sitios no se mira tanto el físico, o incluso el país de origen, pero aquí si no estás muy bien de cuerpo o tienes cierta edad, parte del personal ni te mira —me ilustra Marcos.

A continuación accedemos por unas escaleras a la planta baja, y me enseña una sala para orgías donde se está liando una buena, y las duchas y las taquillas.

—¿No hay reservados para estar tú y yo solos? Hoy no tengo muchas ganas de compartirte —le digo yo.

—Sí, hay dos arriba. Ven, vamos a tomar una copa en el bar a ver si vemos al Marqués y luego vamos a un reservado, nos encerramos, y a nuestro rollo.

Tomamos asiento en uno de los cómodos sillones del lounge bar y le pido a Marcos:

—Hoy me apetece un cóctel. Me gustaría probar el Bloody Mary, que tiene mucha fama.

—Lleva ron y granadina, ¿no?

—Ese es el California, no tienes ni idea —le digo.

—¿Apostamos? ¿Y el que pierde es hoy el esclavo del otro?

—Eh…, no. Cuando no estoy segura no apuesto. Llámame aburrida.

—No, te llamaré sensata: tres partes de vodka, seis de zumo de tomate, una pizca de sal y pimienta negra, tres gotas de salsa inglesa, otras tres de Tabasco y un poquito de zumo de limón o lima. Y dicen que se llama así en honor a la reina María I de Inglaterra, que organizó una tremenda persecución de protestantes.

—¿Qué pasa, también eres experto en cócteles?

—Qué va, lo leí justo ayer de casualidad. No tengo casi ni idea de bebidas. Bueno, sé que James Bond tomaba siempre su vodka con Martini, mezclado, no agitado.

—¿Y sabes por qué? ¿Apostamos? —contraataco yo.

—Como bien dices tú, si no tengo mucha idea de un tema, no me arriesgo. A ver, dime.

—Pues porque para agitar un cóctel se usa una coctelera, y para mezclarlo, una cuchara larga y un vaso mezclador de cristal. La diferencia está en que, al usar la coctelera, la bebida se enfría mucho porque también incorpora agua a la mezcla, suavizando así su sabor. En cambio, si quieres enfriar el cóctel pero respetando al máximo la fuerza de sus ingredientes, lo mejor es removerlo junto a unos hielos en un vaso mezclador y después colarlo y servirlo en una copa previamente enfriada. ¡Toma, listo!

—Claro, el señor Bond era un exquisito y no quería que se perdiera nada de sabor. ¿Y sabes todo eso y no sabes qué es un Bloody Mary? Alucino contigo.

—De pequeña pensaba que el Bloody Mary era algo que tenía que ver con la canción de «Sunday Bloody Sunday» de U2, para que veas.

—Vaya cóctel pero de ideas que tenías en la cabeza. «Sunday Bloody Sunday», un clásico.

Una pareja muy joven se sienta muy cerca de nosotros. Nos lanzan miraditas de vez en cuando. Son muy guapos, de físicos perfectos. Tienen aspecto de ser encantadores. Charlamos unos minutos con ellos. Tienen veinte y veintiún años, pero me admiro de lo bien amueblada que tienen la cabeza y la seguridad con la que hablan. Llevan casi dos años juntos, su relación es totalmente abierta y se les ve muy enamorados. Disfrutamos de una agradable conversación, pero hoy no estoy para mucha fiesta y les decimos que en principio vamos de tranquis. Ellos lo entienden, charlamos un poquito más y finalmente nos comentan que se van «a dar una vuelta» y que encantados. Lo mismo digo.

—Las nuevas generaciones vienen pisando fuerte —me dice luego Marcos—. Admiro la naturalidad con que se toman todo esto, como debe ser. A los que somos algo más mayorcitos, aunque tampoco mucho, nos costó recorrer un camino hasta que nos quitamos toda la represión cultural. Hasta hace no mucho el mundo swinger estaba lleno de parejas en torno a los cuarenta, con muchos años de vida en común, y que al final se deciden a meterse en esto poquito a poco. En cambio cada vez estoy conociendo a más parejas de veinteañeros que viven todo esto sin ningún problema desde el principio. Algo está cambiando.

—Sí, estos con veinte ya tan espabilados pasándoselo bien y yo con treinta y cuatro aquí de panoli.

—Más vale tarde que nunca, señora ancianita.

Continuamos disfrutando de nuestros cócteles y observando el ambiente y, al cabo de un tiempo, aparece la imponente figura del Marqués, vestido totalmente de blanco y rodeado de sus fieles y su chica, que luce un apretado vestido que le corta la respiración. El gigante amable se percata de nuestra presencia y viene directo a saludarnos. Charlamos un poco de todo y Marcos le pide que haga un aparte para charlar en privado los tres.

—¡Qué bien lo pasamos al final el otro día! —le comenta Marcos—. Y eso que al principio fue un marrón lo del ex de Zoe. ¿De qué le conoces?

—Es un tipo extraño. Lo conocí en la página. Se hizo un perfil y me escribía todos los días. De tan pesado me cayó simpático. Y a Leire le gustaba por las fotos. Al final por aburrimiento le acepté la solicitud de amistad y como vi que tenía tantas ganas de entrar en el ambiente y andaba un poco perdido, le invité a la fiesta para que conociese gente. Ya le he reportado en la página, y como yo casi todos los que estuvieron en esa fiesta y más amigos. No creo que tarden mucho en cerrarle el perfil.

—Gracias. Zoe lo está pasando muy mal con todo esto. El tipo no la deja en paz, se resiste a salir de su vida.

—Joder, siento mucho todo esto. ¿Os ha vuelto a molestar? ¿Puedo hacer algo por ayudaros?

Marcos le da las gracias y le dice que mejor no haga nada más. El mundo liberal madrileño es como un pueblo, y Ons mucho más. Lo que le cuentas a alguien pronto lo sabe mucha más gente. Y no queremos hacer ruido de momento, a ver si lo cazamos de alguna manera. Pasamos a hablar de otros temas y, tras un par de copas, bajamos todos a las taquillas.

A partir de aquí, la noche nos envuelve en un manto de lascivia. Al final, Marcos y yo no visitamos el reservado.