PRETÉRITO IMPERFECTO

«En un mundo tan pequeño,

una burbuja interior

de millones de colores.

Un jardín de mantequilla».

(«En un mundo tan pequeño», Mercromina)

Esta mañana me he despertado con la imagen de Belén y Patricia en mi cabeza. Ya han pasado catorce días desde aquello y todavía me parece increíble que me atreviera y que me lo pasara tan bien. Estos días en el trabajo me quedaba absorta pensando en ello. Se lo habré contado a Marcos como unas cien veces y no se cansa de escucharlo.

Nos hemos estado viendo estas dos semanas, los dos solos, como cualquier otra pareja, lejos del mundo liberal. Hemos ido al cine, hemos paseado por el parque, hemos visitado mil museos y exposiciones, hemos hecho el amor como dos locos, hemos convertido en nuestro cada rincón de la ciudad y nos hemos dicho todas y cada una de las tonterías que se dicen los enamorados. Yo al menos sí sé que estoy enamorada de él, sin embargo, lo que piensa mi chico me resulta casi impenetrable. Nunca sé muy bien qué pasa por su cabeza. En muchas ocasiones parece estar en otro lugar, a pesar de mostrarse terriblemente encantador todo el tiempo.

Pero estoy convencida de que es «Él». El chico que estaba esperando. Lo sé porque podemos estar los dos en silencio tranquilamente el uno junto al otro y todo está bien, como decía Mia Wallace en Pulp Fiction.

Cada día hay un pequeño detalle: un poema, un regalo sin importancia, una canción, una sorpresa… Y siempre de una forma algo caótica, inesperada, que consigue poner mi mundo del revés.

La historia del robo del dichoso cuadro, lejos de apartarme de él, ha hecho que me una más. Hay algo irresistible en el peligro. Y a la vez, cuando estoy en su regazo, escuchando su respiración tan cerca, contemplando el iris de sus ojos a un centímetro, me digo que es imposible que algo que haya hecho esté mal. Incluso si hubiese cometido el robo, habría sido por una razón. Mi imaginación vuela mientras me abraza y lo veo convertido en una especie de Robin Hood que roba a los ricos para dárselo a los pobres, o simplemente en un canalla de película del Hollywood de los cincuenta, elegante y soñador. Cuando me mira a los ojos y me dice que él no lo ha hecho, lo creo. Y me basta.

Por cierto, no hay noticias nuevas, y ya parece un episodio que perteneciera a la nebulosa del pasado, algo casi irreal y que nunca tuvo lugar.

Ayer Marcos se marchó a Barcelona. Tiene la presentación de un libro, un futuro bestseller de un nuevo escritor que está arrasando. No volverá hasta el lunes y yo ya lo echo de menos como una tonta. Hoy he estado a punto de meter la pata en el trabajo, por andar despistada pensando en él como una quinceañera.

En todo caso, el fin de semana promete ser divertido con la loca de Tere. Esta mañana me ha llamado desde el móvil de Víctor porque el suyo se le ha caído al váter. Me dice que Víctor se queda con el de la empresa y que la localice en ese, que tenemos que liarla. «Noche de chicas», me dice. Parece que Víctor también se va fuera de Madrid hasta el miércoles por temas de su trabajo.

¡Cómo es mi Teresa!, desde el teléfono de su marido y me dice que ya ha quedado para pasar el domingo y el lunes con un tío buenísimo, por supuesto más joven, que ha conocido en un chat y que viene a visitar Madrid y ya de paso a visitarla a ella. A veces no puedo evitar juzgarla, me recuerda un poco a lo que me hicieron a mí y, aunque ya lo tengo superado, no dejo de pensar que no está bien. Víctor, que está enamorado como el primer día, pendiente de ella, confiado… Si él lo supiera, le partiría el corazón. Pero no lanzaré ninguna primera piedra contra Tere ni contra nadie, ella sabrá lo que hace con su vida…

El caso es que hemos quedado para salir esta noche de fiesta. En principio íbamos a ser tres, porque mi vecina Susana, que ahora está sola también, se iba a venir, pero al final ha optado por irse al pueblo. Eso debería hacer yo, irme a un pueblo perdido en las montañas como el de Susana.

A mí me apetece un plan tranquilo, pero Tere y tranquilidad son dos palabras que no suelen ir juntas, así que probablemente acabaremos bebiendo y bailando en alguna de esas discotecas donde van los famosillos de la tele que tanto le gustan, los descerebrados de Telecinco y demás fauna.

Cuando todo estaba bien entre Javi y yo, alguna noche salíamos las dos mientras él y Víctor se quedaban en casa, y fantaseábamos en plan de cachondeo con tener una aventura de una noche con algún periodista, presentador o, mejor, algún futbolista. Lo de los futbolistas más que nada era por la curiosidad de comprobar si son capaces de pronunciar tres frases seguidas. Por supuesto, nunca pasó nada ni remotamente parecido.

La mañana transcurre tranquila, aprovecho para limpiar un poco la casa y poner un par de lavadoras, que falta hacía. Marcos se ha quedado a dormir varias noches en casa y lo tengo todo felizmente manga por hombro. Como decía el gran Krahe: «No todo va a ser follar».

Cuando termino, me pongo a leer un libro que empecé hace siglos y que me regaló Javi en nuestro aniversario. Es interesante, pero me desconcentro cada dos por tres. Creo que el hecho de que sea un regalo suyo es lo que impide que disfrute de su lectura. Termino guardándolo en un cajón, como he hecho con el propio Javi.

Mi amiga del alma y yo hemos quedado a las ocho, y como de costumbre, llegamos las dos tarde a nuestra plaza favorita. La plaza de Santa Ana tiene un aspecto maravilloso, como siempre; llena de gente, en un ambiente relajado, con parte de la tarde y toda la noche por delante. Tan solo el agudo eco de una sirena de policía rompe la armonía, pero el odioso sonido pronto se desvanece en el laberinto de Madrid. No quiero saber nada de los hombres de azul.

Nos pedimos las dos primeras cervezas de las muchas que vendrán después y nos ponemos rápidamente al día.

—Estás que no paras, Tere, quién te ha visto y quién te ve. No sé cómo el pobre Víctor ha entrado en el avión con los cuernos que tiene. ¿No tienes remordimientos, o sentimiento de culpa o algo?

—Pues sí, tengo remordimientos, pero de no haber empezado antes. Mira, Víctor es muy buena persona, muy buen trabajador, muy buen amigo de sus amigos…, pero como amante deja mucho que desear. Acaba siempre rapidísimo y, entre nosotras, ahora que he visto un poco cómo está el mercado, la tiene bastante pequeñita. No le vayas a decir nada.

—No, yo no soy tan indiscreta como tú.

—Tú con Javi, ¿qué tal estabas en ese terreno? Las veces que te preguntaba me decías que bien, pero no sé yo…

—Bien, con Javi bien. No tenía queja. No era la alegría de la huerta en cuanto a creatividad, pero cumplía.

—Cumplir. Qué palabra más cutre. Eso es sacar un 5 y yo ya no me conformo con menos de un 8.

—Bueno, démosle un 7. Que no era malo el muchacho.

—Hablando de Javi, no pensaba decirte nada, porque ahora te veo bien, pero me lo encontré el otro día. Salía a comprar el pan y me lo topé por la calle. Yo al principio me hice la distraída pero vino a saludarme.

—¿Ah, sí? —Desde que lo dejamos no había vuelto a tener noticias de mi ex y tampoco me hacía demasiada ilusión tenerlas.

—Le pregunté lo típico, que qué tal le iba, y me dijo que no muy bien, que te echaba mucho de menos y que no lo había superado. Lo vi bastante hecho polvo. Ahora se ha dejado barba en un alarde de originalidad. No entiendo esta puta manía que tienen ahora todos los chicos de dejarse barba. ¡Si antes solo la llevaban cuatro inadaptados!

—A mí me gusta. La barba, digo. Javi, para nada. Me hizo mucho daño.

—Mujer, fue una putada, pero al fin y al cabo fueron unos cuernos como miles de los que sufre cualquiera. Y mucha gente los perdona.

—Pues yo no. Si algo me gustaba de Javi es que era como la nieve, claro, transparente, sincero. Eso fue lo que me enamoró de él. Y, mira, a partir de que lo pillé ya no pude verlo igual. Para mí es otra persona, un extraño.

—Pues me estuvo insistiendo en que quedásemos con Víctor, los cuatro, para tomar algo. Dice que te quiere recuperar, al menos como amiga.

—¿Tú crees en la amistad después del amor? Mira, si lo hubiésemos dejado por rutina, o porque se nos gastó el amor y esas cosas, tal vez. Pero después de haberme estado tomando el pelo como una tonta, paso. Mis amigos no me mienten, o al menos eso espero.

—Ahora no te mentirá, no tiene motivos.

—Yo ya no podré fiarme nunca más de él. ¿Sabes lo que decía Albert Camus? Que la amistad puede transformarse en amor, pero el amor en amistad, nunca.

—Vaya, buena frase. ¿Quién era ese tío, un cantante?

—¡Madre mía! ¡Un escritor! —Tere nunca destacó por su nivel cultural.

—Ah, bueno, yo qué sé. Yo solo te digo que vi a Javi bastante mal. Tampoco hace falta que seas su amiga, pero un café al menos para dejarlo todo zanjado…

—Si está todo clarísimo. Y, sinceramente, no me apetece nada verlo. Se me revuelve todo. Y menos ahora que estoy empezando a remontar con Marcos. Tú eres más flexible, pero a mí me gustan las cosas claras.

—Te entiendo. Pues Javi parecía decidido, fuera como fuera, a recuperar el contacto. Al final se me puso casi a llorar.

—Ya se le pasará. Oye, vamos a hablar de otros temas más agradables. ¿Quieres que te cuente lo de la fiesta del otro día o no?