Acabo de salir de Encuentros VIP. Son las seis y cuarto de la mañana, esta noche me he dejado llevar demasiado. No recuerdo la cantidad de chicos con los que he tenido sexo durante las últimas cinco horas. También chicas, sí: dos, preciosas, divinas. Mi acompañante hace ya rato que se fue a casa. Tenía que trabajar y me dijo que estaba cansado. Comprendo que hay días en que es difícil seguirme el ritmo. Me abrocho el abrigo, el frío de la calle acaricia mi piel con tanta delicadeza como antes lo han hecho decenas de manos.

Caminando por la calle, en el silencio de la madrugada, tengo tiempo de pensar en cómo me siento: por un lado, plena de energía, como si en lugar de gastar la mía hubiese absorbido la de mis ocasionales compañeros. Por otro, sucia, todavía no he conseguido deshacerme de esa sensación. El metro acaba de abrir. Avanzo por la calle medio desierta y el retrovisor de un coche aparcado en la acera me devuelve mi reflejo. Me observo, me escudriño, intento recordar a esa yo tan diferente de hace un año tan solo. Esa persona que hoy no me habría reconocido.

Me llamo Zoe. Antes era una chica «normal», ahora, por lo visto, soy swinger.