GUERRA

«Que como yo a veces sueño
nadie ha soñado contigo.

Que como te echo de menos
no hay en el mundo un castigo».

(«De las dudas infinitas», Supersubmarina)

Hola, hija. —Mi madre está al otro lado del teléfono. Y su tono de voz no augura nada bueno—. El otro día me encontré con Javi y lo que me contó me dejó muy preocupada. No quiso explicarme mucho pero me dijo que últimamente no andabas en buenas compañías. ¿Quieres contarme algo?

—A ese no le hagas ni caso. —¡Maldito Javi, se va a enterar!—. ¿Qué te ha dicho?

—Pues que un amigo suyo va a unos clubs muy raros, de intercambio de parejas o algo así, y que te vio un día allí.

—Pero ¿qué dices? ¡Ese ya no sabe qué inventar para que vuelva con él! No te quería contar nada, pero estos días me ha estado llamando y escribiendo, y me dijo que o volvía con él o se empezaría a inventar cosas.

—¿Javi? ¡Con lo sensato que es! No me lo puedo creer. Entonces, ¿no andas por ahí en malas compañías? Que ahora sales mucho, y ese Marcos con el que vas no sé si no te estará haciendo mal.

—Que es todo mentira, mamá. Anda, estate tranquila, que luego voy a comer y hablamos todo lo que quieras, y Marcos es un chico genial. Luego te veo, que tengo que irme. Y no creas nada de ese embustero. Un beso.

En realidad no tengo ninguna prisa, pero quería colgar cuanto antes para evitar que mi madre se percate del ataque de nervios que me acaba de entrar. ¡El muy asqueroso se ha atrevido! ¡Y antes de lo que pensaba! ¿Qué hago, le escribo un mail? ¿Voy a la policía? Corro al ordenador, y veo que él ya se ha adelantado:

Querida Zoe:

He visto que has llegado de Londres mucho antes de lo previsto y que sigues frecuentando ese mundo tan nocivo (¿lo pasaste bien en Fusión?), así que he tenido que hacerle un pequeño comentario a tu madre. No te preocupes, no le he contado mucho. Quedemos la semana que viene para ese café y lo arreglamos.

Sé que no tienes muchas ganas de verme, pero hay otro tema que me preocupa también mucho y prefiero que lo hablemos en persona. Mira el archivo adjunto. De momento no lo he compartido con nadie más.

Un beso.

Abro corriendo el maldito archivo. Es una imagen. Para colmo la conexión se ralentiza y tarda unos segundos en verse completa. No me lo puedo creer: ¡es una foto en la que Marcos y yo estamos saliendo del Ateneo la noche del robo del cuadro! La cabeza se me va.

No sé qué hacer. No sé si llamar a Marcos o a Tere… Empiezo a dar vueltas por la casa. Me tropiezo con algo, la vieja pelota de tenis que le tiraba a mi perro Genaro y que nunca cogía. ¡Cómo lo echo de menos! Aunque tuviese un mal día, me bastaba llegar y verlo a mis pies con esa carita perruna tan sonriente, expectante, pidiéndome un mimo, y se me pasaban todos los males. Cojo la pelota y la lanzo contra la pared, en un ataque de rabia muy poco propio de mí. Rebota en un par de muebles y acaba impactando contra el tríptico del salón, ladeando uno de los cuadros.

—¡Malditos cuadros! —hablo sola como una imbécil.

Me acerco a colocarlo y hago un descubrimiento extraño. El movimiento del lienzo ha dejado a la vista algo. Algo que no debería estar ahí. Me acerco y compruebo que hay un pequeño aparato de metal pegado a la pared, ¡un micro! ¡Alguien ha entrado en casa y ha colocado un micro, y ha estado escuchándome todo este tiempo! ¿Es Javi? ¿Por eso conocía cada uno de mis movimientos? ¡Y además tiene esa maldita foto! Dice que no la ha compartido con nadie todavía. ¿Alguien más nos vio o nos fotografió? ¿La policía lo sabe?

Me doy cuenta de que cambié la cerradura al separarnos, pero no añadí más seguridad a la casa, y para alguien como Javi seguro que no fue muy difícil entrar. Es más, tengo la manía de irme sin echar el cerrojo, y cualquiera con una radiografía o una simple tarjeta puede abrirte la puerta.

Estoy temblando. Decido no tocar el micro y hago una batida por el resto de la casa en busca de otros dispositivos. Puede haber cámaras también. Y seguro que me hackeó el ordenador y tiene acceso a mis correos, mi actividad en Ons…Tengo que cambiar todas las contraseñas… Bueno, mejor no hacer nada de momento, si las cambio, sabrá que lo he pillado.

Tras una hora de requisa minuciosa descubro otro micro en mi habitación, que tampoco muevo, y decido salir de casa para contarles a Marcos y Tere todo lo que está pasando.

Nos reunimos como una especie de comité anticrisis en la terraza del bar de abajo y, poco a poco y tras una cerveza, comienzo a recobrar el pulso.

—Deberías ir a la policía, contar lo del día del Ateneo y denunciar lo de los micros —aconseja Tere.

—No sé, seguro que Javi ha tomado precauciones y no ha dejado huellas. Yo me esperaría y trataría de tenderle una trampa para pillarle —propone Marcos, que por lo visto es bastante aficionado al género policíaco pero muy poco a frecuentar las comisarías.

—Yo de momento he hecho como si no me diese cuenta. No he tocado nada. El ordenador es mejor que lo revisemos, pero sin cambiar absolutamente nada.

»Si es la policía quien ha colocado los micros, mejor, porque habrán estado escuchándome y habrán visto que no tenemos nada que ver con el robo. Ojalá hayan sido ellos. De todas formas me da mucho miedo esa foto en poder de Javi. Podría tergiversarse como una prueba en contra nuestra. Y la está utilizando para chantajearme. Ha pasado del chantaje sentimental al chantaje puro y duro.

—Se me ocurre una cosa, no sé si es muy loca. —Marcos siempre me sorprende—. Podríamos inventar una falsa quedada swinger en algún lugar. Hasta ahora Javi nos ha estado siguiendo. Tú lo comentas por teléfono en tu salón, bien alto, para que lo oiga tu ex o quien sea que te ha puesto las escuchas. Además grabas esa conversación.

»Lo podemos hacer en el chalet de un amigo que está en un lugar solitario y desde el que se accede por un único camino. Le esperamos dentro y grabamos. El coche que se acerque, porque por allí nunca pasa nadie, hay que ir ex profeso, será el de nuestro espía. A ver si es Javi, la policía o quién narices. Y después, sabiendo ya a qué nos atenemos, obramos en consecuencia.

»Yo debo mirar en mi casa a ver si me han colocado micros o lo que sea también a mí.

—Yo creo que es Javi. Ojalá fuésemos unos salvajes y contratásemos a unos matones para esperarlo en ese sitio. Que solo le amedrentaran un poco, para que te deje tranquila, Zoe. —Tere ahora opta por una solución distinta.

—Sois un poco peliculeros. Creo que voy a ir a comisaría a contarlo todo y a pedir que a él le pongan una orden de alejamiento. Y además, yo soy inocente del robo y no tengo nada que temer.

—Pues no le va a hacer mucha gracia —dice Tere.

—Pues que se joda —respondo yo.

—Por supuesto —me apoya mi amiga.

—Lo de los matones, no, pero si hablamos seriamente con él, puede que cambie de actitud —propone Marcos.

—Quita, que seguro que os acabáis pegando. Yo lo denuncio y ya está, que es lo más prudente.

—¿Y has mirado tu móvil? El otro día leí una noticia que decía que un chico le había regalado un teléfono a su novia con una aplicación secreta instalada que le permitía acceder a todas sus llamadas, mensajes, archivos… Está denunciado por acoso y violación de la intimidad. Este caso es igual. Voy a llamar a un amigo que es informático para que te revise el ordenador, la tablet, el móvil… Todo —me dice Marcos, que parece resistirse a acudir a la policía.

—Nunca pensé que Javi podría volverse tan loco. A lo mejor no ha sido él —me cuesta trabajo creer que la persona con la que he convivido diez años sea capaz de algo así—. ¿No es más lógico pensar que es la policía que nos está investigando por el robo del cuadro?

—¿Y entonces cómo sabía Javi adónde ibas en cada momento? A ver si va a ser precisamente él quien lleva la investigación del caso… Y tiene esa foto.

—Imposible, Javi no está en ese departamento. Lleva años en Extranjería, con temas de papeleo y demás.

—Ya, pero algún compañero suyo que trabaje en el caso y sea su amigo y cómplice puede estar pasándole toda la información.

—¿Dos personas chaladas jugándose su puesto de trabajo en lugar de una? Todo puede ser. Tenemos que intentar averiguarlo.

—Ay, Javi, Javi. Ya ves, a veces cuando nos enamoramos de una persona somos los últimos en ver algunos de sus defectos. Yo sí le vi alguna actitud un poco rara —dice Tere—. Acuérdate cuando estuvimos en la casa rural, lo celoso que se puso con aquel chico, Rubén, que encima era gay.

—Sí, fue algo totalmente desproporcionado. Bueno, voy a comer con mi madre y tengo que tratar de convencerla de que no haga caso de nada de lo que le diga este. Aunque como no pongamos remedio pronto irá aumentando la presión y seguro que tiene más fotos, conversaciones… Uf… Es capaz de contarle lo de los locales liberales a la gente de mi trabajo. Me moriría de vergüenza. Y si les enseña la foto del Ateneo, me echan…

—Más vale por su bien que no haga nada de eso —amenaza Marcos, con el rostro crispado—. Y sobre la vida privada de cada uno, siempre que actúes de acuerdo con tus convicciones, tampoco hay que avergonzarse. Yo lo comento abiertamente, no hacemos mal a nadie. Que ya no estamos en el siglo XIX. La gente es mucho más abierta.

—Sí, claro, para ti es muy fácil, eres un chico. Se supone que si vas por ahí acostándote con un montón de tías eres un triunfador. En cambio, a mí me verán como una guarra. Que la sociedad ha avanzado, pero el machismo sigue a tope. Y mis padres son muy conservadores, los mataría del disgusto.

—Ya, tienes razón. Y yo a mis padres tampoco les he contado nada de mi modo de vida. A mis amigos y conocidos sí se lo cuento. Me obligo a contarlo porque es la forma de que cambien las cosas. Que la gente no vea tan raro que puedas tener pareja y que a los dos nos guste tener una vida sexual más rica y amplia, abierta a los demás. Y eso no quiere decir que no te guste acostarte con tu pareja, o que la quieras menos. Simplemente es que quieres vivir la vida con todas sus posibilidades.

—Pues nada, vente a comer y le explicas a mi madre eso de las posibilidades, la amplitud y demás. Pero por si no lo entiende vamos pensando qué hacemos con Javi. Estoy muy preocupada con lo de la foto. De verdad, creo que lo mejor es ir a la policía.

—Si vamos a la policía y les enseñamos el mail, verán que estuvimos la noche del robo en el Ateneo y que se lo hemos ocultado. Y solo tienes un mail contra Javi, no creo que sea suficiente. De momento no hagas nada, ve a comer con tu madre y vamos a darle vueltas al asunto. Y después quedamos con mi amigo Pepe, el informático, para que eche un vistazo al ordenador y demás. Y luego decidimos.

—Vale. No hemos solucionado nada, pero al menos me siento mejor. Gracias por estar ahí. Me alegro mucho de teneros. —Se me humedecen los ojos y ellos, que lo notan, se acercan y me dan un abrazo.

Acabaré pronto con esta pesadilla.