MOMENTOS

«Quiero evitar la baldosa que baila

y va y me pisa el pie el invierno».

(«Te debo un baile», Nueva Vulcano)

No me lo puedo creer. Estoy otra vez frente a la puerta de otro club liberal. Y además sin Marcos. Esto ya es vicio. Pero la culpa es de Tere que, después de contarle mis historias, no ha parado de insistir hasta que, tras unas cuantas cervezas y unas horas después, hemos aparecido en Momentos, el sitio que nos quedaba más cerca.

Tere quería ir a Cap, pero está lejos y yo quería conocer un sitio nuevo. Le hemos dado a san Google y el más cercano era este.

—Estamos locas, Tere, todavía no sé qué hacemos aquí. Estamos a tiempo de irnos.

—Sí, la verdad es que ahora me da corte. ¡Si nos viese Susana alucinaría! No me extraña que no quiera saber nada de nosotros últimamente.

La calle termina justo donde se encuentra el local, culminada por unas empinadas y anchas escaleras que dan a otra avenida más grande. Sentada en ellas se encuentra una mujer de mediana edad, de complexión delgada, con unas largas y bonitas piernas, melena rubia lisa, y porte elegante, que nos observa fijamente mientras fuma.

—Animaos, que no os vais a arrepentir. Pero cuidado, a ver si os va a gustar demasiado. Yo llevo viniendo aquí ocho años —nos dice espaciando mucho las palabras, con un tono de voz algo afectado.

Nos fijamos un poquito mejor en ella. Su rostro es algo extraño, de facciones duras y angulosas. Sus manos están muy cuidadas y pintadas de rojo pero tienen aspecto de fortaleza. Acaba su cigarrillo, se levanta y se presenta:

—Me llamo Sandra.

—Encantada, Sandra.

—Os veo muy perdidas. ¿Habéis dejado miguitas de pan por el camino?

—Sí, pero se las comieron los buitres. Venimos de un par de sitios y estamos ya hartas de esquivarlos —continúo la broma.

—Pues ahí dentro hay todo tipo de fauna. Pero si venís conmigo os mantendré alejadas de las fieras. Salvo que queráis ser devoradas, claro.

—¡Qué miedo, ja, ja, ja! Nos lo tenemos que pensar. Justo estábamos decidiendo si entrar o no, no sabemos lo que nos vamos a encontrar. —Ahora que estamos aquí Tere parece haber perdido todo su impulso inicial.

—Hija, todavía no han matado a nadie ahí dentro. El que tiene vergüenza ni come ni almuerza. Lo decía mi abuela, que era muy sabia. Tuvo tres maridos, catorce hijos, cinco abortos y le dio tiempo a ser alcaldesa de su pueblo y todo. La primera de la democracia. ¡Una mujer, en aquellos tiempos! ¡Y del Partido Comunista! Bueno, vosotras si veis que tal me paráis, que tengo incontinencia verbal y sexual, pero me ha dicho el médico que ninguna de las dos se cura. Y yo tampoco quiero curarme.

Me fijo un poquito más en Sandra y empiezo a dudar si no se trata de un tío. ¿Será una transexual? Me quedo con las ganas de preguntárselo, pero claro, a ver quién es la guapa que le hace una pregunta así.

—¿Así que vienes mucho? ¿Y vienes sola o con más gente? —Trato de indagar un poco.

—Yo vengo sola, pero conozco a todo el mundo y todo el mundo me conoce a mí. Soy como parte del mobiliario. Pero no soy un mueble, ¿eh? Bueno, hoy no conozco tanto al personal porque hay una fiesta de gente que viene de Vera.

—¿De Vera? Pero ¿eso no está en Almería? —pregunta Tere.

—Sí, cariño. ¿Has estado?

—No, el año pasado andaba buscando sitios de playa y estuve a punto de ir allí, pero al final opté por Castellón.

—¡Ay, Castellón, qué aburrido! ¡Haberte ido a Vera! Nosotras, las golfillas, solemos ir allí de vacaciones. Vera es como Cap, pero en pequeño.

—¿Como Cap, el local del que me hablaste? —me pregunta Tere.

—No, Cap el local, no, Cap d’Agde —dice Sandra—. En Francia. —Observa por la expresión de nuestras caras que no tenemos ni idea de lo que nos está hablando. Continúa—: ¡Ay, qué verdes estáis! El spa ese que se llama Cap seguro que se llama así por Cap d’Agde, que es un sitio de playa que está en Francia, cerca de Cataluña, y que es el lugar de encuentro de gente liberal más grande del mundo. ¡Se montan unas en esa playa! Se practica el nudismo y hay muchos locales liberales. La gente se pone a follar sin problema delante de los demás en la playa y, bueno, simplemente si te sientas en una terraza en el Paseo Marítimo ya es todo un espectáculo ver pasar a la people, ver cómo va vestida, como en una peli porno, muy muy sexi. Hay vídeos en Internet. Os voy a enseñar uno con el móvil. A ver…

En la pantalla del enorme Note de Sandra se descarga un vídeo casero grabado en una playa. En primer plano aparecen dos parejas, de unos treinta y tantos, bastante atractivas. Cada una de ellas está realizando una felación a uno de ellos, mientras a su alrededor se va arremolinando un grupo de curiosos, unas quince personas, la mayor parte hombres. Casi todos están desnudos. Las parejas se entregan a su actividad con total tranquilidad, y el grupo las observa con atención, en silencio, manteniendo una actitud de quietud y una distancia de un par de metros. Algunos se masturban, y una mujer se deja acariciar los senos por un hombre de color que se ha situado detrás de ella. De vez en cuando se cruza alguien por delante del objetivo de la cámara, observa un momento y sigue su camino.

—¿No les da corte? —pregunta Tere.

—Qué va, allí eso es lo normal. La gente está a su rollo y de vez en cuando se monta una de estas. Muchas veces al final aplauden y todo.

—¿Y no les da miedo que alguien se sobrepase?

—Qué va, ¿delante de todo el mundo? Nadie lo permitiría, y la gente que va a allí ya sabe a lo que va. Mira, ese, por ejemplo, se quiere apuntar a la fiesta. Veamos si es bienvenido.

Uno de los hombres del grupo, un tipo de mediana edad con gorra, chanclas, barriguita y de un blanco nuclear, se acerca por detrás muy despacio a una de las mujeres y le acaricia tímidamente el trasero. Ella se gira y parece decirle algo. A continuación el hombre se retira y abandona la escena.

—Esos quieren estar solos. No les importa que miren, incluso se nota que les gusta, pero no quieren que participe nadie más. El resto ya ve de qué va la cosa si te fijas, y continúan mirando tranquilamente. Esto es «vive y deja vivir». Libertad total.

—¡Joder, me quedo flipada! —dice Tere—. Ya sabes dónde tenemos que ir de vacaciones, Zoe —me dice riendo.

—Mejor a Vera, que está más cerca, ¿no? —contesto yo.

—Hija, Vera no está mal, pero compararla con Cap es como comparar la feria de tu pueblo con Disneyworld. Te puedes montar en los caballitos, pero pudiendo disfrutar de la montaña rusa y ver el castillo de Blancanieves… —dice Sandra.

—¿Cómo es Vera? ¿La gente también hace eso en la playa?

—Vera es mucho más tranquilo. A veces hay alguien que se anima, pero no tiene nada que ver. Hay una parte de la playa que es nudista, y en esa zona hay un hotel y unos apartamentos nudistas también. Hasta hay un supermercado nudista, es muy divertido. Eso sí, aunque el hotel es nudista, lo es solamente en la zona de la piscina y hasta las ocho. En el comedor y la recepción hay que ir tapados. La gente suele usar pareos, chicos y chicas. Y no se puede practicar sexo en la piscina, pero hay un local liberal justo al lado. Es un hotel muy bonito.

Me imagino a Sandra, que, llegados a este punto, juraría casi en un noventa por ciento que es una trans, yendo a hacer la compra a ese supermercado que me dice, y la cabeza se me pone un poco loca.

—En esa misma parte de la playa —continúa— hay más locales de intercambio y el ambiente está muy bien. Mucha gente del mundillo liberal lleva años veraneando en Vera, ya se conocen y montan cada una… Imagínate que estás en esos apartamentos y vas a pedirle azúcar al vecino, o que te falta leche, ja, ja, ja. Yo he ido un par de años y me lo he pasado muy muy bien, aunque lo del nudismo no es lo mío. A mí me gusta más lo sofisticado, el erotismo, la elegancia… Pero hay que reconocer que hay gente que es muy elegante desnuda, eh. La elegancia es algo que se lleva en la piel. Pero es que a mí me encanta la lencería, los tacones, las medias, los corpiños…

—A mí también me vuelven loca. Pero mi chico ni se da cuenta. Su grado de atención a mi ropa sexi se limita al momento de averiguar el mecanismo para quitármela. Es totalmente primario —dice Tere.

—Javi era igual, no te creas.

—Casi todos, hijas. O pasan del tema o les pasa justo lo contrario y se vuelven unos fetichistas. Dicen de nosotras, pero a los hombres tampoco hay quien los entienda.

—Bah, son más simples que el cierre de una caja de zapatos. Eso sí, el que sale raro, sale raro de verdad. Me acuerdo que una vez leí que a Dalí lo que le ponía era untarse el pito con miel y que viniesen las moscas a lamérselo —nos ilustra Tere, aportando un dato cultural, algo extraño en ella.

—Ja, ja, ja. Tendré que probar. —A Sandra se le escapa esta pequeña confesión. O a lo mejor se refiere a sus partes femeninas. La verdad es que me da igual, su ambigüedad me gusta.

—Es que, siendo un genio como Dalí, no pensaréis que se iba a conformar con la postura del misionero de toda la vida —intervengo yo. Dalí es precisamente mi pintor favorito—. Sí, era creativo y surrealista en todas sus facetas, incluida su vida sexual. Era un gran voyeur, le encantaba mirar, y dicen que organizaba orgías con modelos para masturbarse mientras ellos follaban.

—Joder con el Dalí, no se aburría.

—No te creas. No sé quién dijo que lo de Dalí era todo postureo y que solo montaba el show cuando sabía que había cámaras delante, pero que luego era el tipo más aburrido del mundo —continúo—. Le gustaba dar el espectáculo para alimentar al personaje. Y le encantaba el dinero. Firmaba hojas en blanco y las vendía por un montón de pasta.

—¡Ya me gustaría a mí vender hojas en blanco con mi firma! —dice Sandra gesticulando—. Eso es mucho mejor que ser notario. Bueno niñas, ya me he acabado el piti. Voy dentro, que hace un poco de frío. ¿Qué hacéis, entráis vosotras también?

Tere y yo nos miramos.

—Pues ya que hemos venido… —dice Tere.

Franqueamos la entrada, discreta como la de los otros pubs que ya conozco y, ya enfrente del pequeño mostrador que hace de recepción, Sandra saluda a una chica bastante joven, de aspecto agradable:

—Mira, tesoro, he hecho dos amigas ahí fuera.

Nos presenta a la chica de la entrada, que se llama Julia y, tras las cortesías de rigor, nos adentramos en el local.

—¿No hay que pagar? —pregunta Tere, que está bastante tranquila para ser su primera vez. Recuerdo que yo en el Encuentros estaba al borde de la taquicardia.

—No, cariño —contesta Sandra—. Las chicas solas entramos siempre gratis.

Nos acercamos a la barra y nos pedimos dos Coca-Colas. El ambiente es tranquilo, con varias personas tomando algo y charlando alrededor de la barra. Al fondo se adivinan varios espacios que supongo menos inocentes.

—Señoritas, les ofrezco una visita guiada por el fantástico, maravilloso y mítico Momentos. ¿Me acompañan? —Sandra es un dechado de amabilidad.

Recorremos la barra hasta el final con nuestras bebidas en la mano y llegamos a una especie de zona de baile con un sillón circular en el centro. Avanzamos por un pasillo que va a dar a unas pequeñas taquillas, un minúsculo jacuzzi y una zona acolchada donde una pareja desnuda está practicando sexo. Él está encima de ella, penetrándola en la postura del misionero. Tiene unas espaldas y un culito magníficos.

Los ojos de Tere parecen salirse de las órbitas:

—Pero ¡qué me estás contando! ¡Están haciéndolo ahí mismo! ¡Uf! ¡Y qué pedazo de tío! ¿Se puede tocar? —Tere no se corta ni un pelo. Nada que ver con mi mojigatería del primer día.

—Prueba —dice Sandra.

Tere alarga su mano y comienza a acariciar tímidamente la espalda del chico. Este sigue follando y sonríe ligeramente. Mi amiga se atreve entonces a ir un poco más allá y comienza a palpar sus glúteos, bajando luego hasta los genitales. La pareja del chico comienza a gemir cada vez más fuerte y él acelera el ritmo de la penetración.

—¡Sandra! ¿Cómo estás? —Una chica se ha acercado a nosotros y le ha dado dos besos a nuestra guía. Inmediatamente ambas entablan una animada conversación, ajenas por completo a la escena sexual que se está desarrollando a dos metros. Me sorprende la facilidad con la que la gente en estos locales se pone a charlar como si estuviesen en el mercado, supongo que estarán acostumbrados ya a tener toneladas de sexo a su alrededor y les resulta indiferente. ¿Necesitarán cada vez algo nuevo, distinto, más fuerte, más raro? Me da un poco de miedo adentrarme en este mundo y que llegue un momento en que no pueda controlarlo, como le pasa a la protagonista de Las edades de Lulú.

¿Y si llega un día en que cumplo todas mis fantasías? Me gustaría realizar alguna, pero puede que cuando lo consiga pierda su encanto y necesite otra nueva, y luego otra, hasta que nada me satisfaga.

Tere sigue tocando al chico y este de pronto empieza a acariciarle uno de sus pechos. Mi amiga se aparta de repente y se dirige a nosotras:

—¡Qué fuerte, sin conocernos de nada! Pero es superexcitante. ¡Quiero ver más, venga enséñanos esto enterito! —Se muestra entusiasmada. ¡Caray con Tere, vaya soltura!

Sandra se despide de su amiga y nos hace seguirla por un estrecho corredor, algo siniestro. Vuelve a saludar brevemente a un chico muy atractivo. Parece conocer a todo el mundo y, a medida que va saludando a unos y otros, nos conduce a una sala oscura y no muy grande. En ella hay dos parejas y varios hombres solos que las observan.

—Esta zona es mixta, pueden entrar chicos solos habitualmente, pero hoy es viernes y los chicos únicamente pueden entrar al local con su pareja, estos deben ser algunos que tienen a su chica por ahí. ¡Eh, Francesca, cómo te lo estás pasando! —Una de las chicas del fondo sonríe y saluda con la mano mientras recibe sexo oral de su compañero. Lo dicho, el mercado.

Volvemos sobre nuestros pasos por la galería. Me cruzo con un auténtico modelo de piel de ébano, con el magnífico torso desnudo y una minúscula toalla que da paso a unos muslos bien torneados. Las piernas es una de las cosas en que más me fijo en los hombres, y si no son fuertes y bien proporcionadas ya puede tratarse de Brad Pitt que jamás me iría con él a la cama. Nunca he estado con un hombre de raza negra, pero es muy atractivo y me ha devorado con la mirada.

Tere observa todo con los ojos bien abiertos y una sonrisa pintada en la cara. Me temo que estoy creando un monstruo. Avanzamos por el pasillo y vamos a dar a una sala con sillones, de ambiente más tranquilo, donde unas cuantas parejas toman algo. Eso sí, de fondo se escuchan los quejidos placenteros de una chica y los resoplidos de su amante traspasando la pared del reservado que hay justo al lado, cerrado por una puerta de madera con una especie de celosía.

Continuamos nuestro recorrido por una nueva zona de taquillas, minúscula y justo en medio de la zona de paso, que da acceso a las duchas y a los servicios. A la derecha aparece una puerta con una ventana circular a la que se asoman dos curiosos. Yo hago lo mismo y descubro una pequeña habitación donde dos esbeltas chicas y un musculoso chico vestidos todos de cuero componen una escena que parece salida de la película Portero de noche.

Seguimos avanzando y al fondo aparece una piscinita muy agradable, pero Sandra nos conduce hasta el sanctasanctórum del local: la cama redonda. Se trata de una habitación circular, con una zona acolchada, también circular, en el centro, reservada exclusivamente para parejas. Encima de ella ocho personas están enfrascadas en una verdadera orgía. Tere se queda petrificada. Contempla la escena totalmente fascinada. Al cabo de un rato Sandra nos coge de la mano y volvemos a la barra.

—Esto es increíble, Zoe. A partir de ahora cuando salga un sábado todo me va a parecer aburridísimo comparado con lo que hay aquí.

—¿Te vas a traer a Víctor?

—Se lo diré, pero ese es un flojo. Aquí no me aguanta ni dos asaltos. ¿Tienen tele para ver el fútbol?

—Uy, hija, aquí se viene a ver otro tipo de pelotas. Tú no te preocupes, le metes a tu chico una viagra en la copa y listo —le sugirió Sandra.

—Oye, pues no es mala idea. Pero ¿de dónde la saco? ¿Eso no va con receta?

—Ay, cariño, que lo tengo que explicar todo. Pues anda que no hay páginas en Internet donde se venden sucedáneos. Hay gente la mar de inconsciente que se la toma para pegarse fiestecitas sexuales. Aquí seguro que alguno va hasta arriba.

—¡Pero eso es peligrosísimo! Joder, no sé cómo a la peña no le da miedo hacer esas barbaridades.

—Allá cada uno. Pero venden millones. La mayor parte de las personas que toman viagra en el mundo no la necesitan. Yo una vez compré, pero fue a un chico que tenía receta y las vendía. Es carísima. Se anunciaba y quedaba contigo. Nos encontramos en el metro de Ventas, fuimos a una farmacia con su receta, yo pagué, y le di dos pastillas de las ocho que tiene la caja. El chico estaba en el paro y no tenía dinero para comprársela, y así iba tirando.

»Otra cosa que ahora usan muchos es el cialis. Lo llaman la droga del fin de semana. Es una versión más avanzada de la viagra, que funciona durante treinta y seis horas. Y hay otra que se llama kamagra, que viene en sobres… En fin, de todo.

—Vaya tela, y yo ni idea. Pero ¿funcionan igual el sucedáneo ilegal y la oficial?

—Sí, a efectos prácticos sí, pero claro, no hay garantías, vete tú a saber lo que te metes. Ya una viagra de las de receta es un riesgo para el organismo. Yo prefiero no usar ninguna de esas cosas, porque pierdes sensibilidad, y además, como lo natural no hay nada. Y el sexo no es solo penetración.

—Pero tú…, ¿eres un chico? —Al instante Tere se da cuenta de lo inoportuna que es su pregunta—. Quiero decir… Bueno, que a mí me da igual…

—No, si no pasa nada. —Sandra sonríe. La pregunta no parece haberle molestado para nada—. Si aquí todo el mundo me conoce. Yo soy travesti. Por el día soy un aburrido agente de seguros, y por la noche soy Sandra, la tía más divina de Momentos.

—Ah, fenomenal. Es genial. A mí muchas veces me gustaría transformarme también en otra persona y llevar una vida totalmente diferente —dice Tere.

—Y a mí, por ejemplo, en una multimillonaria. Pero de momento nada. A ver si pesco a algún ricachón —dice Sandra, que parece muy metida en su papel.

—Perdona mi ignorancia —insiste Tere—. Travesti es que solo te vistes de mujer. Y transexual es que tienes, por ejemplo, pene pero te has puesto pechos y te hormonas y por fuera pareces una mujer, ¿no?

—Eso es. Yo solo me visto de mujer. Y bueno, también hay transexuales totalmente operados, incluso de genitales. Chicos que pasan a ser mujeres y al revés, aunque esto es menos común, ya sabes.

Tere continúa haciéndole preguntas a Sandra y esta le contesta amablemente a todo con mucha paciencia. Yo me desconecto un poco de su conversación y empiezo a darle vueltas a la cabeza. Hasta hace un momento me decía a mí misma que si había experimentado con el mundo liberal era por seguir a Marcos, dejándome llevar por él. Al fin y al cabo estamos en la primera fase de la relación, aquella en la que cada uno intenta agradar al otro mostrándole lo que quiere ver.

Es verdad que disfruté mucho con Julián y María aquel día en Cap, y que mi percepción de bastantes cosas que antes daba por sentadas cambió. Lo mismo pasó en la fiesta de Patricia, pero es que es la primera vez que salgo de marcha desde entonces y ya estoy de nuevo en el mismo ambiente y esta vez Marcos no tiene nada que ver. Es más, aunque me digo que ha sido la loca de Tere la que me ha traído aquí, tengo que reconocer que con mi entusiasmo a la hora de contarle mis historias he sido yo la que la he arrastrado.

Tere sigue charlando con Sandra. Parece que se van a hacer grandes amigas. Ese punto de locura de las dos las une.

—Hola, me llamo Alberto.

Una voz muy agradable, de esas de doblador de película, me saca de mis pensamientos. Giro la cabeza y me encuentro a un chico moreno, guapísimo, calculo que de mi edad, que me sonríe con una copa en la mano. Luce un torso espléndido, y parece encontrarse en el local como en su casa. Tiene una forma de mirar que me engancha. Y es sexi. Mucho.

—Yo, Zoe —acierto a decir. Menos mal que mi nombre es corto, porque me he puesto nerviosísima. Normalmente no me pasa, quizá sea por la situación: aquí, en un club liberal, donde no es que quiera conocerme, sino que ambos sabemos que en diez minutos podríamos estar practicando sexo aquí mismo. Y esa idea me ha puesto a mil.

Le presento a Tere y a Sandra, que lo miran con ojos golosos. Parece que a ellas también les ha gustado. Él sonríe complacido. Sandra me guiña un ojo y dice:

—Me vais a perdonar, pero tengo que hacer una llamada. Os dejo con este guapetón.

Y eso hace. Se ha quitado de en medio, y creo que es verdad que quiere dejárnoslo a nosotras solitas. Es una relaciones públicas de primera. Y un amor.

Tere comienza a hacerle mil preguntas a nuestro guapo acompañante: que si eres de Madrid, que si vas mucho a locales, que si tienes novia… Se ha lanzado con toda la artillería de la manera más natural del mundo. Alberto contesta con tranquilidad a todas y cada una de las cuestiones. Sí, es de Madrid. Sí, frecuenta los locales liberales. Y no, no tiene novia. A Tere le gusta cada respuesta. A mí, más que el fondo, que me da igual, me gusta su forma de expresarse: su acento, su manera de pronunciar cada sílaba con esos labios tan atractivos, su mirada, los gestos que dibujan sus grandes manos… Apenas intervengo en la conversación, me estoy imaginando ahora mismo con él a solas y lo que menos me interesa es alargar la charla durante demasiado tiempo.

La verdad es que no me reconozco. Me sorprendo al verme tan desatada. Hace poco que lo he dejado con Javi, estoy conociendo a Marcos, que me encanta, y aquí estoy, pensando en follar con un desconocido. La verdad es que ni siquiera sería ponerle los cuernos a Marcos porque nuestra relación es abierta, pero aun así no puedo evitar que me invadan las dudas. No, Zoe, no vas a hacer nada de lo que te arrepientas, aunque si quisieras hacerlo nada ni nadie te lo impide…

—Yo también quiero ponerme la toalla, me quiero meter en el ambiente —dice de pronto Tere. Es como yo, cuando hace algo lo lleva siempre hasta el final. Recuerdo que de niñas me dio un buen susto porque fuimos a explorar a una casa abandonada y se quedó atascada en un agujero. Tuve que ir corriendo a llamar a su madre y pedir ayuda para que la pudieran sacar los bomberos.

Me ha pillado fuera de juego. No sé muy bien qué hacemos aquí. Pensaba tomar una copa y echarme unas risas con Tere, pero esto va cogiendo otro color…

—Ahora os traigo dos toallas y unas chanclas, esperadme aquí —se apresura Alberto. Ha visto la oportunidad de tener a dos chicas solo para él y se muestra hábil y resuelto a no dejarla pasar.

—Espera —lo interrumpe Tere mientras me mira con complicidad—. Trae solo una para Zoe. Yo tengo que contarle a Sandra una cosa que se me ha olvidado. ¡Seguro que no me echáis de menos!

Me guiña un ojo y huye rápidamente hacia la barra, dejándonos a los dos sin saber qué decir. Otra que sale generosamente de la escena. Parece que hoy el universo conspira para que me acueste con este chico.

—Vaya, debo estar horrible hoy porque la gente no para de huir —me dice para romper el silencio—. Si quieres te traigo la toalla y las chanclas, pero no salgas corriendo tú también.

—No sé por qué será, pero voy a quedarme sin amigas a este paso —bromeo—. Podemos charlar estando yo vestida, ¿no?

—Claro. Incluso podría vestirme yo si te hace sentir más cómoda. —Ríe.

—No hace falta, la toalla te queda muy bien. Demasiado bien.