CAP

«Ella suele descansar

con los pies en el agua.

Tiene azul el corazón, de nadadora».

(«Nadadora», Family)

Es domingo por la tarde. Estoy en la salida del metro de Prosperidad. Esta vez he dejado en el armario mis habituales pitillos negros y me he vestido de forma más provocativa. Claro, que mi concepto de provocativo también habría que examinarlo. Digamos que me he atrevido a lucir un escote algo más pronunciado de lo habitual, que mis pantorrillas aparecen tímidamente debajo de una faldita que tenía por ahí y que me he pintado los labios de un rojo bastante absurdo.

Empiezo a pensar. Debo estar loca para quedar con él. La única referencia que tengo de él es que puede que esté implicado en un robo y que me haya implicado a mí. Me digo a mí misma que mi decisión de volver a verlo solo se debe a que quiero sacarle información y averiguar qué pasó la otra noche, pero para qué engañarme, he quedado porque me gusta. Porque no me he podido resistir. Y porque la vida sin emoción es una cáscara vacía.

No me da tiempo a darle más vueltas al asunto porque acaba de aparecer.

—¡Hola! Estás guapísima —dice mientras me da un beso.

Tiene la misma sonrisa y el aire despreocupado del otro día. Yo en cambio estoy nerviosísima. Más que la primera vez. Por teléfono no le mencioné nada del robo, prefiero hacerlo cara a cara. Y no sé cómo, bueno sí, porque siempre me pudo la curiosidad, he terminado accediendo a visitar otro local con él. En este caso es una especie de spa, según me ha dicho. Me ha convencido diciéndome que es mucho más tranquilo que Encuentros, que es más un spa que un lugar de intercambio puro y duro. Habrá que verlo. Quizá el agua me ayude a relajarme. ¿Habrá visto las noticias? ¿Sabrá algo que yo no sé? Casi no lo conozco, no debería confiarme.

—¡Hola, liante!

—¿Liante? ¿Tomamos un café antes por aquí? Oye, que lo de ir a Cap era una opción, si quieres pasamos y hacemos otra cosa esta tarde. Tenía muchas ganas de verte. Yo te propuse el plan casi de pasada…

—Sí, sí. Ahora no me vengas de buenecito. Si me quieres solo para sexo, pues me lo dices y ya está. No necesito que disimules con cafetitos y demás.

—Ja, ja, ja. ¿Quién ha dicho eso? ¿Todavía no sabes que me gustas de verdad? Anda, olvida lo de Cap, que cojo el coche y nos vamos a latinear.

—¿Y quedarme con la curiosidad? Yo quiero conocerlo. Pero ¡no creas que vamos a hacer nada! Además tienes que explicarme lo que pasó en el Ateneo, porque no me digas que no es casualidad que me lleves y justo se produzca un robo. Estoy un poco asustada. Te has enterado, ¿no? —le suelto de golpe.

—Sí, me quedé alucinado. ¿No pensarás que soy un ladrón de cuadros? —No parece molesto. Su tono es calmado.

—No pienso nada ahora mismo.

Siento una mezcla de emociones contradictorias. Cualquiera diría que no es muy prudente volverme a embarcar en una aventura con este chico, no al menos hasta que todo se aclare. Y seguramente estaríamos mejor los dos tomando cañas por La Latina, pero no he podido resistirme a visitar otro espacio liberal. Hay algo en ese mundo que me atrae y que quiero descubrir y tratar de entender. Marcos me gusta, y sé que me pondría celosísima si lo veo hacer algo con alguna chica, pero este parece ser su modo de vida y no creo que lo vaya a cambiar por mí. Es algo un poco descabellado, pero quiero ser parte de su mundo, y si su mundo es este, deseo probar si soy capaz de pertenecer a él. O al menos de entenderlo. Y cuanto antes, mejor. Además tengo que averiguar si Marcos está detrás del robo o sabe algo. Este tema tengo que dilucidarlo.

Me dice que esté tranquila, que no hemos hecho nada, me toma de la mano y echamos a andar. Me gusta su tacto: tiene unas manos cálidas, suaves… Y me encanta cómo me agarra, con la presión justa, ni mucho ni poco. Sé que como siga colgándome así me va a acabar partiendo el corazón, pero me da igual. Hemos venido a jugar. Y si la policía me está siguiendo, que nos detengan juntos. O al menos que me deje tener algún vis a vis de vez en cuando con él.

Cuando quiero darme cuenta nos encontramos en la puerta de Cap Madrid. Por fuera es un lugar discreto, cualquiera podría pasar cien veces por delante y no reparar en él. Un letrero con el nombre, un timbre… Llamamos. Esta vez el recepcionista es un chico joven detrás de un cristal que saluda a Marcos, al que por supuesto parece conocer. Paga veinte euros, que es el precio de la entrada por pareja y que incluye todas las bebidas no alcohólicas, según me explican, y una puerta se abre ante nosotros. Una vez dentro, el chico nos entrega una pulsera de plástico con una llavecita y nos pregunta:

—¿Toalla o albornoz? —Marcos pide toalla y me mira.

—Albornoz —contesto yo. Todo lo tapadita que pueda. Nuestra primera cita los dos solos y en albornoz. ¿Qué estás haciendo, Zoe?

Diviso una especie de bar al fondo, con varias personas tomando algo de forma relajada, todas con su correspondiente toalla o albornoz, y unas escaleras que bajan. La decoración es tipo spa zen, con cierto gusto. Marcos me comenta que el local era un antiguo restaurante japonés y que han aprovechado parte de lo que ya había.

Pasa la pulsera que nos han dado por un código situado en una puerta a nuestra derecha y esta se abre. Se agradece que las taquillas esta vez no estén en medio del local, la verdad. Entramos. Estamos solos frente a varias filas de consignas. Buscamos la nuestra y Marcos se quita la camisa. Se supone que tenemos que desvestirnos y ponernos las toallas, pero a mí de pronto me da un corte que no veas. El otro día me dejé llevar por el momento, pero ahora, con tanta luz y así en frío, me da vergüenza desnudarme delante de él. De pronto nos hemos quedado callados. Intento romper el hielo con lo primero que se me ocurre:

—Este local es más barato que el otro. ¿Y eso?

—No sé. Cada local tiene sus precios. Este es más barato que los demás, sí, pero está muy bien.

—¿Y pueden entrar chicos solos?

—Sí, excepto el sábado por la noche. Pagan el doble, cuarenta euros. Y creo que las chicas solas pagan eso también.

Nota que no he empezado a desvestirme, y me mira.

—Oye, ¿no me puedo quedar con la ropa como la otra vez? —le pregunto.

—No, aquí no. Esto es un spa, ya te dije. De hecho, no dejan ni quedarte con los tacones. Tengo amigas que no vienen aquí porque les gusta llevarlos, con sus medias, sus ligueros…, y aquí no dejan. Bueno, excepto algunos días en los que hacen una fiesta especial. Venga, me cambio yo primero si quieres y luego tú. —Nota que estoy algo nerviosa—. No me digas que ahora te da palo.

—Pues un poco.

—Que no miro. O me salgo si quieres.

—Me basta con tu promesa. Yo tampoco te voy a mirar a ti.

—¡Demasiado tarde! —Marcos se está quitando divertido los pantalones y ya va por los calzoncillos cuando yo giro rápidamente la cabeza.

—¡Eh, tú, exhibicionista! —Pero lo miro por el rabillo del ojo. Decididamente este chico no está nada mal. ¡Vaya, tener ese culo debería estar contemplado en el Código Penal!

—¡Venga, que yo ya estoy! Anda…, salgo y te espero fuera. —Me planta un casto beso en la mejilla y sale sin darme tiempo a contestar.

Yo me cambio en una décima de segundo, y cuando quiero darme cuenta, estamos atravesando unas cortinas que conducen a la zona del bar. A lo largo de una barra en forma de L y no demasiado grande hay tres parejas y cuatro chicos que inmediatamente clavan sus diez pares de ojos en nosotros. Me siento observada, escrutada, medida, pesada y calificada como apta o no apta para la cópula. Por las miradas de deseo indisimulado diría que muy apta. Marcos esboza un tímido «hola» general, que es respondido por varios de los concurrentes.

Nos acodamos en la barra y Marcos me ofrece asiento en uno de esos taburetes altos donde nunca sabes muy bien cómo colocarte. Y menos con un albornoz.

—Buenas tardes, ¿qué quieren tomar?

Me sorprende la persona que hay detrás de la barra. No tiene el aspecto juvenil y liberal que esperaba. Se trata de una mujer pequeñita, con gafas, de unos cincuenta y muchos o más, con pinta y maneras de ser la madre de alguno de nosotros. No encaja con el lugar pero a la vez transmite una sensación entrañable y amable. Y eso a pesar de que no nos tutea, como ha sido la regla habitual hasta ahora en mi corta experiencia en los locales.

—¡Hola, Carmen! No hagas como que no me conoces, que ya le he dicho a Zoe que soy un habitual. ¡Dame un par de besos!

—Ya sabe que yo soy muy discreta, Marcos. Encantada de saludarla, Zoe. —Me tiende la mano de forma protocolaria y me regala una sonrisa de abuelita.

—Pero que te he dicho mil veces que no me hables de usted, Carmen…

—Ya sabe que aunque les tengo un enorme cariño, en mi trabajo me gusta ser muy correcta. El trabajo es el trabajo —contesta amable pero firme—. ¿Le pongo su zumo de tomate de siempre? ¿Y para la señorita?

—Sí, Carmen, por favor.

—Yo quiero un gin tonic, por favor. Te invito a uno. —No quiero parecer una alcohólica que bebe sola.

—Gracias, pero aquí yo soy fiel a mi zumo de tomate. ¿Qué tal está el ambiente, Carmen? ¿Hay gente?

—Está muy animado hoy, debe haber unas quince parejas. Y todavía es pronto. —Cuando habla lo hace con un tono tan amable y servicial que solo le falta pronunciar un «señorito» al final, como en aquellas películas españolas de los sesenta.

Mientras Carmen nos prepara las bebidas y Marcos me gasta alguna broma para tratar de relajarme, observo que a mi derecha se abre una salita con unos sillones, donde dos parejas de nuestra edad conversan animadamente. Ellas tienen el pelo mojado y parecen satisfechas y recién venidas de una buena sesión de sexo. De pronto, uno de los chicos fija sus ojos en mí y yo desvío la mirada.

Observo que al fondo de la salita se abre un pasillo.

—¿Por allí qué hay?

—Pues no te lo vas a creer, pero acaban de abrir un restaurante.

—¿En un spa, y además liberal? ¿En serio? Vamos a verlo.

Atravesamos el umbral y, efectivamente, allí mismo, en la estancia contigua el bar, encontramos un restaurante con sus mesas bien puestecitas y un ambiente muy acogedor. Ahora mismo está vacío. Una chica aparece y se nos presenta como la encargada. Charlamos un rato con ella sobre el menú, le damos las gracias y volvemos a la barra.

—¿Tú crees que vendrá alguien aquí a cenar?

—Claro. Es un sitio ideal para las quedadas que hacemos. Solo con la gente liberal ya se puede llenar. Y quizá personas que tengan curiosidad…

—Imagínate que viene algún despistado al restaurante y se encuentra el bar y la parroquia en toalla o con los pechos al aire como esa chica de ahí. Alguien que venga a comer y no tenga ni idea del resto… ¡Porque para llegar al restaurante hay que pasar por el bar!

—Pues se llevaría una sorpresa agradable. ¡El sitio ideal para comer con los suegros!

—Ahí, en esta otra entrada, pone «Solo parejas» —le comento a Marcos, señalando hacia otra parte.

—Ven, te lo enseño en un momento. Se ve rápido.

Y tan rápido. Entramos y nos damos de bruces con una habitación con una zona compuesta por dos tatamis, uno más grande que el otro, donde dos parejas completamente desnudas juegan tranquilamente.

Una está tumbada sobre sus albornoces, que les sirven de improvisada ropa de cama, acariciándose con aire lánguido. La otra, un par de metros más allá, dos veinteañeros atractivos, nos ofrece la visión de ella practicando una felación a su chico, el cual, al adivinar nuestra presencia, nos mira con cierto interés pero sin distraerse demasiado del goce del momento.

—Te gusta corromper a señoritas como yo, ¿verdad? —le susurro a Marcos, mientras mi dedo índice dibuja un sinuoso camino desde su pecho a su ombligo. Adivino que un poco más abajo ha comenzado la fiesta—. Reconócelo, dices que te gusto, pero lo que te pone es traerme aquí, iniciarme, observar la cara que pongo ante cada novedad. Tú ya no encuentras misterio en esto y necesitas vivirlo a través de otra persona. Y si es novata, mejor.

—¡Qué profunda te has puesto! Simplemente me gustas, me gusta venir aquí y me gusta venir aquí contigo.

Intento averiguar en sus ojos alguna sombra de incertidumbre, alguna rendija por donde pueda colarme y averiguar si me está diciendo la verdad. Tampoco quiero presionarle, apenas hemos pasado unas horas juntos y ya casi estoy pidiéndole matrimonio.

—Ven, que continuamos la ruta. Luego podemos volver aquí si quieres —me dice.

—Lo que el señorito diga. Oye, en cuanto me enseñes el local voy a ser yo la que mande, eh, que te estoy acostumbrando mal.

—Perfecto. Pero no seas muy dura, ¿eh?

Dejamos a las dos parejas entregadas a sus juegos y regresamos a la zona de bar.

—Pues ya hemos hecho un poco de turismo, Carmen. Como es la primera vez que Zoe viene a Cap se lo estaba mostrando.

—En realidad es casi la primera vez que vengo a un sitio así. Hasta antes de ayer no sabía casi ni que existían.

—Uy, como yo. —Carmen me mira con unos ojos cargados de inocencia a pesar de la edad y de lo que habrán visto en este trabajo—. Hasta hace tres meses que empecé a trabajar aquí no sabía lo que era el mundo liberal y el ambiente. Pensaba que era cosa de degenerados. Y no, ahora veo que todos ustedes son gente normal, y muchos encantadores, como Marcos. Y todos muy educados y respetuosos. Con sus gustos, como todo el mundo, que yo ahí no me meto.

—Claro, Carmen, y te tienes que animar un día y jugar un poquito con nosotros. —Marcos sonríe, está bromeando—. Que eres la única mujer que se me resiste. Mi fantasía sexual.

—Andaaaa, para qué querrá usted estar con una vieja como yo, teniendo a chicas tan guapas como Zoe. Si podría ser su madre…

—Por eso, por eso…, más morbo.

Marcos continúa bromeando y charlando con Carmen, mientras yo observo cómo va llegando más gente al local. Cada vez que el timbre suena, el chico que vimos al principio se dirige hacia la entrada a dar la bienvenida a una nueva pareja o a algún chico solo. No he visto a ninguna chica sin pareja.

—Me gustaría ver la parte de abajo, Marcos.

—Claro, pero no se pueden bajar las bebidas. Bueno, veo que de todas formas ya casi te has acabado el gin tonic.

Es verdad, con los nervios no me he dado cuenta del increíble ritmo de absorción que he llevado. Y eso que no debería beber… Apuro la copa de un largo sorbo, y le digo:

—¡Vamos, marchando!

Nos dirigimos a la parte de la entrada del local y desde allí unas escaleras nos llevan a la zona del spa propiamente dicho.

—Mira, ven. —Marcos me enseña multitud de reservados, comunicados unos con otros por grandes ventanales que se pueden tapar corriendo la cortina. Cada habitación, sencilla, con una especie de cama cubierta por una especie de lona de cuero y una papelera por toda decoración. Cada una tiene cerrojo, con lo que se puede disfrutar de total intimidad. De momento están casi todas vacías. Noto que a nuestro alrededor comienzan a pulular algunos chicos solos.

—Les llamamos los «zombies» —me dice Marcos—. Suelen pasarse toda la tarde deambulando por el local como almas en pena mirando a las parejas con ojos anhelantes y mendigando un poco de sexo. Algunos incluso tienen suerte.

—¿Tú nunca has venido como zombie?

—Sí, ahora que lo dices, un par de veces.

—¿Y?

—Pues no acabé la noche solo, la verdad.

—Claro, claro, cómo se me ocurre ni siquiera dudarlo. ¡El gran Marcos, el triunfador!

—Anda, ven, que te enseño la parte del spa.

Avanzamos por una zona común, donde un chico y una chica envueltos en su albornoz permanecen recostados mientras beben dos vasos de agua.

—Qué sanos estos, mira, bebiendo agua.

—Sí, aquí abajo hay un surtidor, como esos de oficina. Viene muy bien.

Seguimos avanzando y nos encontramos a la derecha con una puerta de cristal tras la que aparecen unos cuerpos desnudos y brillantes por el sudor.

—La sauna. Si quieres, luego vamos un ratito, aunque a mí lo de pasar calor no me va mucho.

—Yo prefiero el calor al frío. Odio el invierno.

—Pues en eso no coincidimos, es mi estación favorita. Mira, aquí está el jacuzzi.

Se trata de un jacuzzi bastante más grande que el de Encuentros, en forma de L, con una entrada estrecha con escaleras y un espacio grande al fondo, que lo convierte casi en una pequeña piscina. Dentro hay unas ocho personas disfrutando del agua, completamente desnudas. Entre ellas distingo dos parejas y cuatro chicos solos que las observan. Cada chica está jugueteando con su chico, y a veces miran de reojo a la pareja de al lado. Y yo diría que cada vez están más cerca la una de la otra. Mientras, los chicos no pierden ojo a una prudente distancia. La situación es realmente morbosa.

—Esto no es tan inocente como me habías contado, truhan. ¿Y aquí qué hay? —digo señalando otra puerta con el cristal cubierto de vapor.

—Es el baño turco. Si la sauna me gusta poco, aquí es que ya no aguanto ni dos minutos. Ni dos segundos más bien. Si es que no se puede ni respirar, me asfixio.

—Eso es nada más entrar. Tienes que relajarte y no agobiarte, y ya verás cómo poco a poco respiras con normalidad. Mira, vamos a pasar y pruebas.

Le abro la puerta sin que le dé tiempo a pensárselo y nos adentramos en ese pequeño universo de calor. El vapor lo inunda todo. Por primera vez veo a un Marcos no tan seguro de sí mismo. Ahora soy yo la que controla la situación, la que dice cómo hay que hacer las cosas. Estamos solos y nuestras palabras se reproducen con eco.

—¿Qué tal? No te pongas nervioso y respira.

Marcos está concentrado, con la mirada en el techo. Parece un saltador de trampolín a punto de competir. Tras unos segundos en los que le noto agobiado, comienza a relajarse.

—¡Pues es verdad! ¡Nunca creí que la vida humana fuese compatible aquí dentro! Ahora ya respiro bien. —Se ha sentado en un banco y yo le acompaño. Nos cogemos de la mano y nos miramos a los ojos, como si estuviésemos en un parque.

—Tú también tienes muchas cosas que enseñarme, Zoe.

—Ya lo sé, si en el fondo no eres más que un corderillo. ¿O eres un lobo? —Aprovecho el momento de intimidad para hincarle el diente al tema del robo—. No puedo dejar de pensar en lo del robo. Estoy preocupada. Ha salido hasta en el telediario, ¿lo viste?

—Sí, lo vi. No quería comentarte nada por si tú no lo habías visto, para que no te preocupases. Pero sí. Para una noche que se me ocurre ir por el lado más salvaje de la vida y resulta que no soy el único que elige el mismo lugar. ¿Te acuerdas de los ruidos que oímos? Yo no vi nada, pero debimos de coincidir con el ladrón.

—¡Es increíble! El cuadro de Azaña nada menos. Con lo grande que es. Debieron robarlo al poco de salir nosotros.

—Sí, cuando fui a llevarle las llaves, hablé con mi tío y dice que es de un gran valor. La policía lo ha estado interrogando, porque se supone que él es el único que tiene llaves.

—Los ruidos que escuchamos quizá fueran los ladrones accediendo al edificio. ¿Se sabe cómo entraron?

—Las autoridades no sueltan prenda. Y han cerrado el Ateneo hasta que termine la investigación. Por desgracia mi tío es ahora mismo el principal sospechoso. Han registrado su casa y la de su novia, pero no han encontrado nada, claro. Él me ha dicho que es inocente, y yo le creo. Es un buen hombre, un enamorado del Ateneo de toda la vida. Nunca haría algo así. Y fíjate si es bueno, que no le contó a la policía que yo tenía una copia de las llaves. Eso nos pondría en la misma situación que él. Solo me preguntó si las llaves habían estado en mi poder todo el día, por si las había perdido o algo.

—¿Le contaste nuestra visita nocturna?

—Sí. No sabía qué hacer y se lo conté. Tengo mucha confianza con mi tío. De hecho, en alguna etapa de mi vida fue como un padre para mí. Me ha dicho que no se lo diga a nadie y menos a la policía. Es mucho más prudente que yo.

—Cuando entramos miré y no vi a ninguna persona en la calle. Esperemos que no nos viese nadie. Tengo miedo, Marcos. ¿Seguro que tu tío no dirá nada?

—Tranquila. Ya te digo que es como mi padre. Me conoce y sabe que yo nunca haría una tontería así. Y quiere que esto no nos toque para nada. Es un hombre de honor, de los de antes.

»Y yo tampoco vi a nadie, Zoe, me fijé bien. La calle estaba desierta, tan solo había algunos coches aparcados. Si alguien se hubiese enterado de que estuvimos allí, ya nos habría interrogado la policía. Y ha pasado ya bastante tiempo. Ojalá detengan pronto al ladrón y mi tío quede libre de toda sospecha. Ahora mismo está en casa, pero puede que acabe imputado. Esperemos que no.

—¿No crees que deberíamos ir a la policía nosotros y contar que estuvimos allí, que oímos ruidos, pero que no vimos ni hicimos nada? Y nos quedamos más tranquilos. Además, hicimos el amor en la misma sala del robo. ¡Debemos haber dejado huellas por todas partes!

—Podemos haber dejado todas las huellas del mundo, no pasa nada. Esa sala es de las más visitadas, hay huellas de todo Madrid. Y aunque tomasen justo una muestra de las nuestras, ¿con qué lo iban a cotejar? ¿Tienes antecedentes?

—Ah, pues no. Lo que no sé es si los tienes tú. Sabes, no sé muy bien qué hago aquí hoy tan tranquila contigo después de lo que pasó la única noche que hemos coincidido. ¿Y si eres un ladrón de arte que me utiliza para cargarme el mochuelo?

—Entonces ya es tarde para ti —dice bromeando—. Tendrás que confiar en mí. Y no, yo tampoco tengo antecedentes penales.

—No sé, no sé. En las editoriales del centro de Madrid no conocen a ningún Marcos que trabaje allí.

—¡Anda! ¿Y eso, señorita Sherlock?

—Una, que tiene sus fuentes.

—Pues tu fuente no da mucha agua. Si preguntas por Marcos, en mi trabajo nadie sabe de mí. Allí todos me llaman por el apellido, la mayoría no saben ni cómo me llamo.

—¿Y cuál es tu apellido, señor misterioso?

—Para eso tendremos que tener otra cita…

—Ya lo averiguaré. En serio, ¿no deberíamos ir a la comisaría? No creas que yo tengo ganas de ver a los maderos, pero tengo miedo de que nos acusen.

—Uf…, yo creo que lo mejor es que si nos llaman les contemos lo que pasó, pero si no, ¿para qué incriminarnos en algo que no hemos hecho?, ¿no? A ver si al final nos lo cuelgan a nosotros sin comerlo ni beberlo.

—Así pensado… Hay un dicho latino, que aprendí cuando estudiaba Derecho: «Excusatio non petita, accusatio manifesta».

—Excusa no pedida, acusación manifiesta. Exacto. Esperemos a ver, y que el tiempo vaya diciendo lo que es mejor. De momento no nos precipitemos.

Nuestra conversación queda interrumpida porque se abre la puerta y una mujer rubia, de unos cuarenta y algo, guapa, de rostro amable, penetra en la estancia. Se ajusta la toalla alrededor de un cuerpo que ya quisiera yo tener dentro de unos años y nos saluda con un tímido «hola». La acompaña un hombre de su misma edad, atractivo, atlético, muy parecido a ella. Nosotros nos quedamos callados de repente.

Se sientan en el banco de enfrente y los cuatro permanecemos unos momentos en silencio, concentrados en las sensaciones que el baño turco nos depara.

—Está muy bien esto del baño turco —dice él, rompiendo el silencio—. A mí al principio no me gustaba nada y ahora siempre que vengo me paso un buen rato dentro.

—Pues yo creo que voy a ser de los tuyos, porque hace un momento no quería entrar y ahora no quiero salir. —Una cosa que me encanta de Marcos es la facilidad y naturalidad que tiene para hablar con cualquiera, como si le conociese de toda la vida. Este chico le cae bien a todo el mundo.

—Se está de maravilla —interviene ella—. ¿Venís mucho por aquí?

Por la forma que tienen ambos de mirarnos, se nota que les gustamos. A mí ellos también me atraen. Y a Marcos creo que por supuesto. Bueno, creo que a Marcos le gusta toda la humanidad. Y él a ella.

—Yo es la primera vez que vengo. Y la segunda que estoy en un sitio así —confieso tímidamente.

—¡Vaya! ¿Y qué tal? ¿Qué te parece todo esto? ¿Nerviosa? —pregunta él. Tiene una voz preciosa, de radio.

—Un poco, aunque ya me voy acostumbrando. Y veo que todo es más tranquilo de lo que me esperaba. Cada uno va a su aire.

—Claro. Nosotros llevamos dieciséis años en el mundillo. Al principio yo ni me atrevía a ir, así que mandé a este de explorador para que me contara después todo con detalle. —Recuerda ella con una sonrisa.

—Qué bueno.

—Sí, volví y le conté cómo era la cosa y luego ya empezamos a venir los dos, poco a poco. Cuando llevas mucho tiempo en pareja, pues ya sabes, aparece la rutina…, aunque tampoco me gusta llamarlo así. Y bueno, pruebas cosas nuevas. Y te das cuenta de que el sexo es una actividad más de la vida y que hacerlo con tu pareja es genial, pero que también, como otras actividades, se puede compartir con más gente. Todo es cuestión de quitarte de la cabeza la losa de la educación que nos han grabado a fuego.

—Cierto —apunta Marcos—. En otras culturas practican la poligamia, la poliandria y el amor libre sin problemas.

—Sí. Además, normalmente la gente está equivocada. Cuando hablan de este tipo de relaciones lo llaman «intercambio de parejas» y suena fatal. Es como si yo te cambiara tu mujer o tu marido por la mía o el mío. Incluso hay gente que se cree que si tú vienes aquí y lo haces con su pareja, él o ella lo tiene que hacer forzosamente con la tuya a cambio. Vamos a ver, que aquí venimos a relacionarnos, no a hacer un trueque.

—Pues sí, supongo que se pueden dar muchos tipos de relaciones, y que no tiene por qué ser simétrico. Aunque a mí todo este mundo me parece de lo más extraño. De momento solo con estar aquí ya me parece un universo —me atrevo a decir.

—Es normal, es un choque muy fuerte al principio. —Hay que ver lo que habla este hombre, pienso—. Pero ya te digo que aquí cada uno actúa en libertad y no tienes que hacer nada que no quieras, ni hay nada estipulado. Por ejemplo, con relación a lo de la simetría que comentabas, un día estábamos al lado de una pareja en Trivial, un pub que hay al lado del Calderón, y yo empiezo a enrollarme con la chica, todo perfecto, pero a María no le gustaba nada él y se lo hacía notar delicadamente… Y en el momento de ponerme el preservativo me corta ella de repente y me dice: «¡Ah, no, si tu chica no quiere con mi chico, no hacemos nada, que aquí se viene a intercambiar!». Vamos a ver, mi chica no es propiedad mía ni yo suya, es mayor de edad y tiene ideas y gustos propios, y somos pareja, pero no vamos en un pack como las Coca-Colas. Y si yo te gusto y tú me gustas, ¿por qué no hacerlo?

»Pero ¡cómo me enrollo, perdonad! Me llamo Julián. Es que me pierde esto de hablar.

—Yo soy Marcos, y ella, Zoe.

—Yo, María.

Nos damos los besos de rigor. Me gusta su tacto y su olor. El de ambos.

—A mí también me gusta charlar —apostilla Marcos, que le mira de vez en cuando las tetas a María intentando que no se note, pero obviamente sin ningún éxito—. De hecho, si antes charlas y te conoces un poco, y esa persona te atrae además de por su físico por su forma de ser, luego el sexo es mucho mejor, más completo. —Ahí queda eso. Marcos ya va lanzando la caña.

—Claro —dice María, que se lleva la mano coquetamente debajo de la barbilla. Tiene un cuello precioso, elegante, de cisne—. Como esa frase de Martín Hache que repite todo el mundo. No sé si la habéis visto, pero Eusebio Poncela, que es un actor que me encanta, en una escena dice que hay que follarse las mentes. Dice que una cara y un cuerpo le seducen cuando hay una mente que los mueve y que vale la pena conocer. Yo opino eso. No digo que a veces no haya coincidido con un chico o una chica que a primera vista me enganchan y que, oye, hemos tenido sexo sin intercambiar palabra y ha sido genial, pero cuando te has adentrado un poquito en el alma de esa persona es mucho mejor. Es como poseerla un poco, de verdad.

—Estoy completamente de acuerdo —dice Marcos—. Cuando estás con alguien no estás solo con su cuerpo, estás con esa persona por entero, y cuanto mayor sea la conexión que puedas establecer con ella más profunda e interesante es la relación. Y más placentera también. ¿Tú qué opinas, Zoe?

—Yo desde mi vasta experiencia digo que todavía no he probado a acostarme con nadie con quien no haya intercambiado al menos un par de cafés y que, por supuesto, me atrajese como persona, así que si queréis quedamos dentro de un tiempo a ver si espabilo y luego os cuento. Ya lo tuyo y lo mío el otro día fue bastante rápido para lo que soy yo.

—¡Ah! ¿Os conocéis hace poco? Pues parece que lleváis toda la vida juntos.

Me gusta oír eso. Pensar que Marcos y yo hacemos buena pareja y que la gente así lo aprecia. Estoy tan a gusto con él, que yo también lo noto así.

—Sí, llevamos poco tiempo juntos —dice Marcos—. Bueno, Zoe dos días. Yo en realidad llevo toda la vida esperando a alguien como ella.

—¡Guauuu! ¡Vaya piropazo! —exclama María.

—Sí, este tiene mucha labia. Ya veremos si es de fiar.

—¿Yo? Si soy más transparente que el cristal. Si algo no me gusta son las mentiras. Además, se me dan fatal —dice Marcos.

—Yo creo que en el fondo a todo el mundo le gustaría llevar una relación liberal, como nosotros. No entiendo cómo puedes estar toda la vida tirándote a la misma persona. No es natural. Y perdonad la expresión tirar —continúa Julián—. Creo que a todo el mundo le gustaría tener una vida sexual libre, pero que no se atreve por miedo, por represión cultural, por la sociedad… Nosotros mismos contribuimos a que esto continúe así porque no comentamos que llevamos este modo de vida con nadie. Si se enterasen en mi familia o en mi trabajo, por ejemplo, me tendrían por un degenerado, y a María, por poco menos que una puta.

—O no, Julián. A veces pensamos que la gente es más cerrada de lo que en realidad es. A lo mejor lo entienden y hasta lo envidian —replica Marcos.

—Yo por si acaso mejor no hago la prueba.

—No, mejor no. Pero te digo una cosa, si rascásemos un poquito y viésemos detrás de una ventanita la vida de la gente, nos llevaríamos muchas sorpresas.

—No sé, yo respeto todas las opciones, pero no creo que la gente que está feliz con su pareja envidie una relación abierta. Yo he estado años feliz con mi ex y no necesitaba más —intervengo.

—Tu ex. Es decir, que no funcionó —me rebate Julián.

—Funcionó el tiempo que funcionó. Nada dura para siempre.

—¿Te puedo preguntar por qué rompisteis? —me sorprende Julián, inquisitivo. Me acaba de conocer para hacerme una pregunta tan personal.

—Terceras personas. Por su parte. Y prefiero no hablar mucho del tema.

—A este no le hagas ni caso, que es un cotilla —tercia María, amable.

—Sí, perdona —me dice Julián—. Siempre me meto donde no me llaman. Pero tu respuesta va en favor de mi teoría, yo creo que los problemas de «terceras personas» se solucionan con una pareja abierta. Al menos si esas terceras personas son importantes solo en el terreno sexual (y ya no te voy a preguntar más, que soy un entrometido).

—No pasa nada, estamos hablando, y sí, fue algo referente al terreno sexual. Lo curioso es que yo le había propuesto abrir un poquito nuestra relación y él dijo que no. Y luego a mis espaldas me la pegaba.

—Es lo que detesto, esa hipocresía de la sociedad —contesta Julián.

—Con lo bonito y natural que es el sexo —añade María.

—Y tanto, ¿por qué restringirlo? —Vuelve otra vez el locuaz Julián—. Yo creo que nos han impuesto la monogamia por motivos de control social. Nuestra naturaleza es polígama. Eso está claro. Todo el mundo desea o ha deseado a alguien más aparte de su marido o de su mujer. Y se reprime. O bien le pone los cuernos, que hay mucha falsedad. Hay muchas parejas que incluso lo toleran siempre que no sean conscientes de que sucede. Como dice una amiga mía, ¿por qué no ser sinceros con los demás y con nosotros mismos?

—Bueno, yo también creo que la mayoría de la gente es monógama por miedo. Tenemos que estar muy seguros de nosotros mismos y de nuestra relación de pareja para abrirle nuestra intimidad y nuestra vida sexual a extraños. Y pueden aparecer las inseguridades y los celos —apunta María, más práctica y menos teórica que su pareja—. Incluso en este mundillo hay celos. Es una de las cosas que más me ha sorprendido. Gente que lleva ya años, y que a veces de pronto monta un espectáculo…

—Hombre, un poco de celos siempre hay, es parte del juego, ¿no creéis? —pregunta Marcos.

—Yo desde luego los tendría —añado yo.

—Creo que los tendrías solo al principio, como me pasó a mí —replica María—. Es normal sentir algo de celos la primera vez, pero luego descubres que están fuera de lugar, que no sirven para nada y te los quitas de encima; y no vuelven, al menos en mi caso. Piensas que estás disfrutando junto a tu chico y listo.

—Bueno, yo me refería más que a celos a un sentimiento de excitación —apunta Marcos—, quizá algo relacionado con el deseo de posesión que todas las personas, queramos o no, tenemos de forma innata… No sé, hay gente que pone límites, que, por ejemplo, solo se permite tener sexo con otras personas mientras los dos están presentes. Y que no se dan vía libre para quedar luego por ahí por separado.

—Sí, hay mucha gente que entiende las relaciones swinger así, cada caso es un mundo. Nosotros entendemos que la libertad no se puede recortar, que debe ser total —aclara María—. ¿Qué más da que esté mi pareja delante o no? Yo disfruto más si también lo estoy compartiendo con Julián, pero si en la calle un día coincido con un chico o una chica que me gustan y surge algo, ¿por qué iba a decir que no? ¿Porque no esté Julián?

—Relaciones esporádicas y de tipo sexual, claro. Si ya empiezas a quedar habitualmente es distinto, tienes una relación paralela y la cosa se complica. Pero si quedas de vez en cuando para echar un polvo con alguien con quien disfrutas en la cama y ya está, ningún problema —añade Julián, que llevaba un minuto callado. Está siendo una conversación de lo más instructiva. Es como si quisieran aleccionarme.

Continuamos un rato más divagando hasta que Marcos nos propone que vayamos al jacuzzi.

Sin consultarme ni nada invita a María y Julián a acompañarnos. Y ellos aceptan encantados. Les hemos gustado.

Salimos los cuatro y llegamos a la zona de las duchas, donde una bonita joven de cuerpo estilizado recibe la caricia del agua. Julián y María se despojan de su toalla y albornoz, que cuelgan en unos percheros anclados en la pared, y se dirigen hacia los chorros. Tienen unos cuerpos espléndidos. Intento no mirar mucho, pero es inevitable. De pronto Marcos también se deshace de su toalla. Se gira hacia mí y ahí lo tengo, sonriendo, como si tal cosa, como siempre, pero completamente desnudo.

—Bueno, vamos al agua, ¿no? ¿Te vas a duchar con el albornoz?

Me muero de vergüenza. El otro día en el Ateneo apenas había luz, nos encontrábamos en el calor del momento y yo estaba un poco borracha…

—Id entrando vosotros y ahora voy yo. —Tengo la mirada clavada en el suelo, no me atrevo ni a mirar a Marcos. Parezco la tonta del lugar.

—Anda que…

Marcos se sitúa debajo de la ducha que queda libre y el agua comienza a resbalar sobre su piel. Ahora que parece algo distraído me fijo en su anatomía. Está de espaldas a mí. Su estructura es muy proporcionada. Tiene las piernas bien dibujadas y unos muslos fuertes, torneados, que suben hacia un culo simplemente glorioso. Su espalda es más bien ancha y…, ¡madre mía!, se da la vuelta de repente y así de pie y a plena luz me confirma lo que ya adiviné y luego sentí dentro de mí la otra noche: Marcos está muy bien dotado.

—Te presento a mi hermano pequeño. Pequeñín, Zoe. Zoe, pequeñín. ¿No os dais la mano? O dos besos…

—Ya nos conocemos, gracias. ¡Qué pronto te olvidas! Claro, como el pequeñín tiene tantas amistades…

—Bueno, ¿te vas a quitar ya ese albornoz o vas a estar toda la noche en plan Hugh Hefner?

Me dejo de remilgos y con un gesto me lo desabrocho y le muestro mi cuerpo desnudo. Los ojos de Marcos se hacen más grandes y sus pupilas me dicen que por primera vez he logrado impresionarlo. Estoy roja de vergüenza, pero me gusta mucho comprobar que, a pesar de que está acostumbradísimo a contemplar mujeres desnudas, ha reaccionado. A ver si va a ser verdad que le gusto un poquito… Desde luego, su pequeñín ahora no es tan pequeñín.

Ya que estoy en plan valiente, me coloco a su lado debajo de la ducha y hasta le doy una palmada en el culete. Julián y María se ríen. Tras un rato bajo el agua hablando de lo fría o lo caliente que está, nos dirigimos en fila india hacia el jacuzzi. Subimos por un paso estrecho y de techo algo bajo hacia unas escaleras y nos adentramos en el recinto acuático. Está ocupado por dos parejas y tres chicos solos que merodean como pirañillas a punto de lanzarse.

Una de las parejas, compuesta por un chico con cuerpo atlético y una mujer despampanante, está dando rienda suelta a su pasión, ante la mirada de envidia y deseo de los machos solitarios; y la otra, de origen asiático, se acaricia y se relaja, y nos recibe con cierto interés dibujado en sus rostros. Los cuatro recién llegados nos situamos en una zona libre que queda al fondo. Marcos y Julián se recuestan en la pared y nosotras, en nuestros chicos. El rumor de las burbujas envuelve el ambiente y me relaja. Noto que al contacto con mi cuerpo, el pequeñín de Marcos se sigue haciendo grande. Y que no solo es la piscina la que está húmeda, mi sexo también. Los pezones de María se han puesto rígidos con el agua y las travesuras de los dedos de Julián, que ha empezado a jugar distraídamente con ellos.

Permanecemos un rato en silencio, disfrutando del momento, solo interrumpido por algún pequeño comentario trivial. El hedonismo del lugar y de la situación se apodera de nosotros. Marcos me abraza y me besa el cuello, con mucha dulzura. Yo me dejo hacer. María y Julián están muy cerca, tanto, que en un momento dado ella se gira, me acaricia la cara y, sin previo aviso, busca mi boca. Así, de repente. Yo no pienso en nada, entreabro los labios, me dejo llevar como una autómata y recibo los suyos. Primero un suave roce, y yo noto su cálido y agradable aliento. Un beso tímido, pero que poco a poco va tomando decisión. Es la primera vez que beso a una chica y nunca hubiera pensado que me gustaría, que me gustaría y mucho.

Marcos mientras tanto no pierde el tiempo, está comenzando a trabajarme por debajo con sus diligentes dedos. María y yo continuamos besándonos, y ella comienza a acariciar uno de mis pechos. Yo correspondo y hago lo propio con los suyos. Son gloriosos, de una tersura y un tacto maravillosos. Abandono su boca por un momento para dedicarle toda mi atención a uno de sus pezones. ¿Cómo será tenerlos entre mis labios? Mientras, Julián, recorre con destreza el cuerpo de su mujer debajo del agua, como prueban los placenteros quejidos de María que se confunden con el rumor de las burbujas. Nos hemos liado la manta a la cabeza en un momento, sin pensarlo. Y eso es lo que necesito ahora, en este punto de mi vida. No pensar, abstraerme, dejarme llevar.

Los chicos que están solos nos miran excitados, y las dos parejas también. Una de ellas realiza algunos lentos movimientos de aproximación. La temperatura del ambiente ha subido varios grados. Me empieza a dar otra vez algo de vergüenza y para evitarlo doy la espalda a los desconocidos y me giro hacia María, de modo que solo la veo a ella y a su chico. Julián me mira y me sonríe, mientras Marcos sigue explorando sabiamente mi cuerpo. Poco a poco me vuelvo a relajar.

Pronto yo también acompaño a María en sus gemidos. Las dos estamos una enfrente de la otra, a un milímetro, mientras nuestros chicos nos abrazan desde atrás. Vuelvo a besar a María, y de pronto, sin saber cómo, acabo también rozando la boca de Julián. Inmediatamente me retiro y miro a Marcos. Pero él continúa abrazándome, me susurra al oído que no pasa nada, que está bien y, sin previo aviso, acerca su cara a la de María y la besa delante de mí. Yo noto un relámpago de celos recorriendo todo mi cuerpo, pero a la vez algo me dice que no tengo por qué sentirme así. Decido darle a Marcos de su propia medicina y esta vez sí, busco con decisión la boca de Julián, que se ha vuelto a acercar, y comenzamos a devorarnos con todas las ganas. Marcos parece excitado al verme con otro hombre.

La voz de María pone un paréntesis en nuestra lujuria:

—¿Qué tal si salimos y vamos a una habitación a continuar jugando?

Marcos y Julián asienten, y los tres me miran expectantes. La decisión depende de mí. En el calor del momento probablemente habría hecho de todo, pero ahora vuelvo un poco a mi ser y la timidez y el miedo me invaden de nuevo. Pero me miran con tantas ganas…

—Venga, pero despacito. —«Despacito». Parezco una niña pequeña diciendo tonterías.

—Claro, jugamos a lo que todos queramos y el tiempo que queramos.

Salimos del jacuzzi ante la desilusión del resto de anfibios asistentes, en especial de los zombies, que ya nos tenían rodeados, y recuperamos nuestras toallas y albornoces. Justo entonces me percato de la existencia de un cartel en la pared que reza: «Prohibido mantener relaciones sexuales en el jacuzzi». Se lo señalo a Marcos pero no le da importancia. Dice que nadie hace demasiado caso a eso.

—Pues han abierto otro spa donde se lo toman bastante en serio. Aparece el relaciones cada dos por tres y te llama la atención —dice Julián.

—¿En serio?

—Sí, te recrimina incluso si te estás acariciando, ja, ja, ja. Es surrealista. Parece un colegio.

Desandamos nuestros pasos y llegamos a la zona principal, la de las habitaciones.

—¿Cuál os gusta?

—La que queráis —digo yo—, pero cerramos y corremos las cortinas, ¿no? Que no quiero más mirones ni que se cuele nadie.

—Claro. De todas formas, aunque estuviese abierta, si nosotros no queremos no entrará nadie.

Elegimos una habitación del centro. La verdad es que son todas iguales, a excepción de una que, en lugar de estar completamente cerrada, tiene unos barrotes a un lado, y otra que tiene varios glory holes, esos agujeros por donde los chicos introducen su pene y alguien desde el otro lado les regala una felación si tienen suerte.

Julián echa el cerrojo mientras María corre las cortinas. Uno de los ventanales da a otra habitación, en la que acaba de entrar otra pareja.

—¿Corremos también esta cortina? Eso de que te vean los vecinos de la habitación de enfrente da mucho morbo… —pregunta.

—Sí, por favor. —Soy yo la que marca lo que se hace y no se hace, pero estoy en mi derecho. Soy la nueva y todos tienen que cuidarme.

La situación es un tanto rara. El paseo y los preparativos me han enfriado bastante. No sé muy bien qué estoy haciendo, ni qué voy a hacer. Pero estoy con tres expertos en estas lides. Un poco de conversación de trámite y enseguida Marcos y Julián comienzan a ocuparse de mí, recorriendo suavemente mi cuerpo con sus manos, mientras María revolotea regalándonos a los tres caricias, besos y lametones.

De pronto no siento celos. Es muy difícil sentir celos de una chica tan maja como María, sobre todo después de haberla besado y haber notado tanta complicidad. Además, ella está enamorada de Julián, y Julián de ella, y lo transmiten. Y esto solo es un juego. Empiezo a entender todo lo que me han estado contando.

Vuelvo a encenderme, y los chicos también.

María comienza a masturbar a su chico, mientras yo la imito y hago lo propio con Marcos. Los juegos de miradas se suceden. Es muy excitante tener sexo con tu pareja mientras otra a menos de medio metro hace lo mismo.

La situación empieza a calentarse y de pronto Julián se sitúa de lado y comienza a penetrar a su pareja. Marcos y yo los miramos. Ellos nos devuelven la mirada, con una expresión mezcla de morbo, simpatía y deseo. Les gusta que les observemos. Yo continúo masajeando el pene de Marcos, que se ha puesto durísimo. Este me voltea suavemente, se coloca un preservativo en un abrir y cerrar de ojos y, cuando va a situarse encima de mí, yo con un gesto le indico que prefiero cabalgarlo. Él se tumba, obediente, y ya es mío. Con delicadeza nos acoplamos, noto cómo va entrando en mí y comienzo a llevar el ritmo. Es la primera vez en mi vida que realizo sexo delante de otra pareja. Y me sorprendo a mí misma al descubrir que me gusta.

María y Julián me miran con sus rostros encendidos y aceleran sus movimientos. Pronto los cuatro hemos perdido el control.

El placer comienza a inundar todo mi ser y desata todos mis sentidos. Somos cuatro animales en su estado más primario. Es algo difícil de explicar, casi terapéutico, necesario.

María se ha situado ahora también encima de Julián. Lo están haciendo al natural, sin preservativo. No para de disfrutar y se va pronto en un orgasmo mientras su chico parece estar aguantando el suyo. El sonido de la puerta intentando abrirse nos recuerda que fuera hay gente a la que le encantaría estar en nuestro lugar. Creo que tenemos ya un grupo de fans.

Marcos acelera cada vez más sus movimientos (¡este chico no para!) y yo decido tomar un poco de resuello y cambiar de postura. Me sitúo en la posición del perrito, y mi acompañante se coloca detrás. En dos segundos me está penetrando con fuerza y yo estoy volviéndome loca de placer.

Casi pegados a María y Julián, él comienza a acariciarme. Primero el hombro, luego los pechos… Yo me dejo hacer y respondo con alguna caricia tímida. María hace lo propio con Marcos. Poco a poco el juego va subiendo de tono y llega un momento en el que se puede decir que estoy a la vez con Marcos y con Julián, lo mismo que María. Esta también quiere jugar conmigo, y enseguida empezamos a interaccionar a cuatro bandas.

La escena continúa. Estoy disfrutando muchísimo, y me dejo llevar. En un momento dado me veo en brazos de Julián, mientras María se entrelaza con Marcos.

—¿Me dejas que pruebe a tu chico? —me pregunta, dirigiendo la mirada hacia el pene de Marcos.

Asiento, casi no puedo hablar.

María comienza muy despacio. Marcos me mira comprobando que todo está bien y yo le respondo con una mirada serena y afirmativa. Es más, para que no le queden dudas, me acerco y me uno a María en su tarea. Ahora somos las dos las que proporcionamos placer oral a mi pareja. Mientras, sin previo aviso, Julián comienza a comerme por detrás.

Decido tirarme de cabeza a la piscina y terminar lo que hemos empezado. Quiero romper todos mis límites mentales. Cuando hago algo, lo hago hasta el final. Así que los dejo a todos boquiabiertos cuando le digo a Julián:

—Ponte un preservativo y fóllame. —El tono me sale duro, casi imperativo.

Marcos y María me miran con un gesto de agradable sorpresa. Mientras, Julián demuestra la misma pericia que Marcos a la hora de enfundarse el látex. Por una décima de segundo mi mente parece arrepentirse, pero las caricias y besos de Marcos y María hacen que ya no haya vuelta atrás. Recibo la gruesa polla de Julián con un quejido de placer. Y luego otro, y otro…

Marcos se cambia de preservativo, se tumba boca arriba sin dejar de mirarme y, de pronto, con María subida a su cintura, ya estamos los cuatro realizando un intercambio completo. El primero de mi vida.

Marcos y María componen una imagen realmente excitante. Los dos no dejan de mirarme y sonreírme de forma pícara, mientras sus jadeos se intercambian con los de Julián y los míos. Mis ojos les dicen que está todo bien, que estoy dentro del juego, que estoy disfrutando, que sé que María está enamorada de Julián y Julián de María, y que Marcos y yo caminamos por nuestra propia senda. Que hoy nos hemos encontrado y hemos decidido compartirnos un ratito, desde la complicidad, desde la libertad, desde la confianza. Es solo sexo. Nada más. Y nada menos. No siento celos.

Creo que algo ha cambiado dentro de mí.