BUSCANDO A WALLY

No me quito al dichoso Marcos de la cabeza. Cuando vuelva a la consulta del doctor Encinar tengo que preguntarle si esto es normal, o si estoy desarrollando algún tipo nuevo de obsesión y tiene que suministrarme más pastillas de colores.

Han pasado ya varias semanas desde nuestro encuentro en el metro. Al principio lo recordaba cada vez que escuchaba a Interpol y me entraba una mala leche tremenda por haber huido de aquella manera y haber perdido todo su rastro, así que cambié la selección de música de mi móvil. Entonces empecé a pensar en él cada vez que cogía el metro, así que decidí coger el autobús. Pero cada vez que veía a alguien escuchando música por la calle me volvía a acordar también. Otro día me vino a la mente al pasar delante de una editorial. Después lo fui ampliando a librerías, grandes superficies, kioscos incluso… Las chicas con tacones altos y rubio platino también me recordaban la llegada imprevista de Vanesa y, en general, cualquier choni que se cruzase por delante de mí.

Poco a poco todo me ha ido recordando a Marcos. Así que he decidido que no tengo más remedio que buscarlo. ¿Cómo? He seleccionado en Google todas las editoriales cercanas a la Puerta del Sol y, venciendo mi habitual timidez y prudencia, incluso les he llamado por teléfono inventándome mil excusas. Sorprendentemente da la casualidad de que en ninguna de ellas trabaja nadie con ese nombre, o al menos eso dicen. Bueno, un día sí di con un Marcos editor: cincuenta y ocho años, casado, con dos hijos. Casi le causo un problema.

He empezado a frecuentar el metro en la misma línea y a la misma hora que nos conocimos, pero, aparte de que mi autoestima ha bajado unos enteros más, no he conseguido nada.

Un día me pareció ver a Vanesa subiendo las escaleras del metro. Corrí como una loca hacia ella antes de que se perdiera entre la multitud y, cuando llegué a su lado, por supuesto, era otra persona.

He googleado, «Marcos, editor», «Marcos, editorial»…, y nada. He intentado muchas otras cosas, alguna bastante absurda. Solo me queda una bala.