2 de octubre de 1933

¡Qué ironía! Esta histeria me vino con el periodo, un fenómeno puramente biológico. Hoy me río. Y, al mismo tiempo, me asusto de mi intensidad y obsesión por los celos. Anoche, después de escribir, leí a Hugh la última página y me puse a llorar. Fue muy tierno. Al besarme, se inclinó sobre el diario, donde pudo haber leído mi mentira.

Vino Eduardo. Dedicamos una hora a la astrología. Mencionó algunas fechas y yo las busqué en mis diarios, las fechas de mis obsesiones, neurosis e histerias. Coincidían perfectamente. En determinados días maléficos huyo de las malas influencias mediante el trabajo intenso o la sublimación. (El relato de «Tishnar» lo escribí un día de depresión en Caux).

Por la tarde. Termino con un suspiro de satisfacción sobre la máquina de escribir. Henry me ha telefoneado. He escrito a Padre. He salido del infierno. Otra vez el sol. He trabajado como un demonio. Treinta páginas copiadas, más que un taquígrafo.

Hugh me dice: «Aquí tienes quinientos francos. Te tienen que durar siete días». (¡Y, de estos, Henry necesita trescientos!). Como el avestruz, escondo la cabeza bajo la arena. Tengo que dedicarme a mi trabajo. Tengo que hacerlo. No sé cómo ganar dinero. Debo intentarlo por medios naturales. Me gustaría ser una cocotte de gran estilo. Ninguna idea de sacrificio. Sólo la aventura. Pero Henry necesita un traje de invierno y Hugh un quimono de lana.

Allendy dijo que odio al Padre porque lo acuso de mi complejo de culpa. ¡Cargo sobre los demás mi culpa en lugar de destruirme! A eso lo llamo falta de nobleza. No me castigo. Simplemente, me rebelo contra el Padre. Pero esta noche mi odio está muerto. Miré su fotografía de cuando tenía treinta años. Pensé en su estoicismo, en la voluntad con que domina sus caprichos, su caos, su melancolía. Padre y yo damos lo mejor al mundo. Pensé en su fantasía y alegría cuando está más triste. Cómo me he derrumbado este año, exteriorizando mis caprichos, y cómo rechazo este yeso de estoicismo sobre mi cuerpo y mi cara. Quiero gritar, rodar por el suelo, emborracharme. Quiero escapar de mi propia concha. Afuera. Eduardo mencionó, mientras leía mi horóscopo, mi terrible timidez. Pensé que, en casa de Lowenfels, a causa de mi timidez, apenas hablé, ¡y le envidiaba su borrachera! ¡Pensé que mi horóscopo revela un toque de genio o locura! Mi locura son los celos. He de ir con cuidado. Vivir hacia fuera, expansionarme, amar a muchos, evadirme así de la obsesión. En cuanto me acerco demasiado a Henry, me obsesiono con él y los celos. Debo pensar en otros, amar a otros, desparramarme.

Me pregunto: ¿qué profundidad tienen los celos de Padre? Los dos, tan enigmáticos, tan secretos, pero, oh, en el fondo, qué infierno llevamos dentro. ¿Hay dentro de él tanta oscuridad como dentro de mí? ¡Con qué desesperación busca el sol, la belleza y la armonía! Sí, para curarse, para mantener su equilibrio. Huyo de mi infierno. Sin embargo, cómo me ahogó el sábado por la noche, después de un día alegre con Hugh, ¡la astrología, el bosque y el paseo a caballo!

Ahora me lo paso bien con la leyenda de Henry de «Cronstadt», Lowenfels. La ha estado añadiendo. Yo estaba melancólica. Dije: «Estas cosas hacen que me enfade con la literatura, son tan falsas». El personaje de Cronstadt, inspirado en Lowenfels, es inmenso y asombroso. Y veo cada vez más la desproporción entre el personaje y el modelo. Pero Bradley cree que yo he hecho lo mismo con Henry.

Busco refugio en diversiones intelectuales. En este diario «verdadero», que escribiré para Hugh, que me divierte como un tour de force. Si yo muriera y se leyeran los dos, ¿cuál sería yo? Lo empiezo esta noche.

A Henry: Mi imaginación está toda encendida con ese diario «verdadero» para Hugh. No sabes cómo me gustaría escribirlo todo de golpe. Empecé esta noche. Cinco páginas. Todo arte y astucia. Puede resultar una obra maravillosa de confusión, los dos lados de una misma actitud, y se me hace tan real mientras lo escribo (por ejemplo, la determinación de que nunca me poseas, porque los hombres recuerdan más a la mujer que no han poseído), que creo que si leyeras este diario podría casi convencerte de que nunca me has tenido. Enfrentarse con los dos diarios podría llevar a un hombre a la locura. Me encantaría morirme y contemplar a Hugh leyéndolos.

6 de octubre de 1933

Me siento infernalmente sola. Lo que necesito es alguien que pueda darme lo que doy a Henry: esta atención constante. Leo cada página que escribe, continúo sus lecturas, contesto sus cartas, lo escucho, recuerdo todo lo que dice, escribo sobre él, le hago regalos, lo protejo, estoy dispuesta en cualquier momento a renunciar a todo por él, sigo sus pensamientos, intervengo en sus planes. Un desvelo apasionado, maternal e intelectual.

Él. Él no puede hacer esto. Nadie puede. Nadie sabe cómo. Es un arte, un don. Hugh me protege, pero no responde. Henry responde, pero no tiene tiempo para leer lo que escribo. No capta todos mis estados de ánimo ni escribe sobre mí. Padre no puede intervenir en mi obra. Sólo es solícito, como una mujer. Todo lo consigo en fragmentos, de modo incompleto, insuficiente, tentador. Y me quedo sola, y he de volver a mi diario para darme la clase de respuesta que necesito. Tengo que alimentarme yo misma. Tengo amor, pero no es suficiente. La gente no sabe cómo amar.

¡Dejo a un lado mis sentimientos! Corro a ponerme mi nuevo y viejo abrigo verde, un viejo abrigo teñido para que parezca nuevo, y me adentro en la amargura del otoño. Camino por calles heladas, ¡buscando en las tiendas la mejor almohada de plumas para Henry! Llego a Clichy y encuentro lo que esperaba, un Henry despeinado y somnoliento. «¿Qué quieres para desayunar? Tocino y huevos. Ahora salgo y te traigo tocino y huevos». Y salgo corriendo y vuelvo corriendo, y hago café. Y Henry dice: «Es lo que necesito, una mujer en la casa. Me he despertado momentos antes de que vinieras. Quería dormirme de nuevo, pero me he despertado pensando en lo infernal que es despertarse y verse solo. ¡Y has venido!».

Con el desayuno, ingerimos sus últimas páginas sobre la leyenda de Lowenfels-Cronstadt. Nos reímos. Le pido que me deje ver Primavera negra y capto su orden impresionista, buscando dónde debe empezar, porque sé que la voz de Henry sólo se afirma después de unas cuantas páginas y que las primeras notas son siempre un poco vacilantes. Coso una funda de almohada mientras me pone los nuevos discos. Me enseña en un mapa de Brooklyn las calles donde él actuaba.

Estaba cansado porque se había acostado tarde. Nos echamos en la cama y nos besamos suavemente. Se durmió. Lo arrullé para que se durmiera, pero, una vez dormido, sentí mi oscura soledad. Me preparé para irme. Me había pedido que pusiera el despertador para la hora de comer. Mientras me empolvaba la cara, pensaba que antes moriría que dormir estando al lado de Henry. No podría dormirme.

El ruido de la puerta, cuando me iba, lo despertó.

—¿Te encuentras bien, Anaïs?

Necesitaba llorar. Me acerqué a la cama. Me arrodillé para besarlo. Luego me ahogó la desesperación y escondí la cara.

—Me siento sola, Henry.

Sola. Me siento sola, hambrienta, ¡tan sola que nadie podrá curarme nunca! Pero Henry creyó que me sentí sola únicamente durante unos momentos, porque se había dormido.

En la calle, lloré. Y lloro ahora mientras escribo.

Henry me escribe: No sabes lo que tus palabras me hicieron: «¡Me siento sola!». No quiero que vuelvas a decírmelas nunca. En lugar de decirme esto, debiéramos afrontar todo. Te necesito y pienso que es un crimen que aplacemos las cosas indefinidamente… Es un crimen que vivamos separados. No sé cómo hacerlo. No quiero que vengas para sufrir. No tengo nada. Pero, si encuentras una manera, cuando y como quieras arreglarlo, hazlo. Te amo y quiero que seas feliz…

A Henry: Tu carta ha sido un hermoso regalo. Esperaba que no te dieras cuenta de que, cuando dije que me sentía sola, no era porque te hubieras dormido. Era una soledad inmensa, irresistible en aquel momento. Te escribí cuando volví a casa diciendo que me entristecía escribir, y no era eso. No quería descubrir lo otro. Pero lo has adivinado. No, Henry, no hay escapatoria, ¿y de qué sirve que vaya a verte en mis momentos de coraje? No sientas angustia. Volveré a estar alegre en cuanto esté a tu lado, y me durará unos cuantos días.

Iré el martes a desayunar y por la noche, para trabajar contigo, para estar contigo. Iré solamente como el viento del sur.

Reía y charlaba con Henry. Luego hubo un silencio. Y en medio de ese silencio pensé: Lo que soy, lo que digo, no lo sabes ahora, en este momento. Tu mente está en el pasado. Pero todo lo que soy, todo lo que digo, lo captas ciegamente, y lo seré y lo diré más tarde. Viviré ahora para ese recuerdo que tendrás de mí. Más tarde, cuando exista una distancia entre nosotros, lo recordarás vívidamente. Te herirá entonces, como me hiere a mí, ser tan consciente del hoy, tan consciente de este momento, con la suprema angustia de conocer y reconocer la cara de cada momento sin la atenuada suavidad de la distancia. Entiendo y veo con demasiada rapidez. Cuando me llevas por las viejas calles, estoy viviendo no sólo en la alegría, sino más allá, lejos, hacia la futura ausencia de ella.

—No dices nada. ¿En qué piensas?

¿Y por qué me invento una respuesta, una respuesta trivial, para proteger mi pensamiento, su desolación y su crudeza?

Dos sentimientos absolutamente enfrentados. Uno de crueldad. No querer saber nada de los problemas económicos. Mi deseo de escribir, de dejar que todo lo demás se vaya al diablo. Dejar que Hugh cuide de nosotros. Resuelta a escribir el libro sobre June. Un deseo que ha tomado forma en mi cabeza. Furiosa cuando leo en la carta de Padre que ha estado sacrificando su tiempo a la madre de Maruca, con paseos en coche y cines. Vida burguesa. Ideales burgueses. Henry es el único artista verdaderamente egoísta. Amoral.

Al mismo tiempo, pregunto a Henry: «¿Te gustaría que yo no escribiera?». Y le escribo una carta para decirle que por él quiero dejar de escribir. El otro día, cuando fui a verlo, estaba preocupado por su falta de dinero. Lo consolé. «Atente a tu karma. Lo que mejor sabes hacer es escribir. Lo mío puede esperar. Soy más joven y, además, lo tuyo es más importante. Trabajaré para los dos».

No intento hacerlo. No sé por qué lo he dicho. Ya no tengo escrúpulos. Le doy a Henry el dinero de Hugh. Siento brotar las semillas de mi libro. Estoy harta de sacrificios, soy una artista. Hoy he trabajado diez horas, parando sólo para almorzar. Tenazmente. Terminaré rápidamente este libro. Me siento herida por Bradley, por Henry, por todo el mundo, y eso me pone furiosa y me fortalece. Estoy sola. Ni Padre ni Henry ni nadie pueden seguirme, comprenderme completamente, acompañarme. Mi diario y yo. He sido otra vez demasiado femenina. Hoy me siento dura, fuerte y solitaria. Tan solitaria que me da miedo. Soy tan necia en todas las cosas. Una necia solitaria.

Henry escribe: He terminado de leer las páginas de la carpeta negra para Bradley. Ahora puedo entender un poco mejor la irritación de Bradley, su afán por encontrar defectos, su exasperación. Olvidó que era un diario que se ha resumido. La historia le interesó, como interesará a todos en todo el mundo, desde China a México. Una historia maravillosa. Pero un mal diario. Es decir, si se juzga sólo por estas páginas. Y la escritura del diario echa a perder la historia, la ahoga…

A Henry: ¿Sabes qué pienso de tu crítica? Que estaría bien si viniera de Bradley, de un extraño o del mundo. Pero, viniendo de ti, es equivocada… Quizá pienses que no he hecho un tratamiento suficientemente vigoroso, que, como tú dices, necesito endurecerme… Quizá pienses que nos hemos mimado demasiado, pero entonces es que olvidas que estábamos de acuerdo en que el mundo nos iba a dar muchos palos y que lo que necesitábamos era apoyarnos mutuamente. En eso, me has fallado… Una carta gélida. Gracias. Y una respuesta fría por mi parte. Está bien. Así me quedo otra vez sola y, como te habrás enterado al leer mi diario, cuando estoy sola, soy fuerte.[29]

13 de octubre de 1933

Le di a Henry mi carta para que la leyera. Se quedó sorprendido y, como es su costumbre, se rio al final, una risa un poco triste. Volvió a la carga y se mantuvo en sus trece. Pero añadió cosas peores: Que mis defectos habían echado a perder la historia, ¡que era una chapuza! Le hablé con lágrimas en los ojos, pero serenamente. Luego comprendió la tormenta emocional que yo estaba atravesando. Comprendió que yo pensaba que había perdido su fe en mí. Cuando yo creía que tenía fe en mí, aceptaba muy bien sus críticas sobre mi novela de John y «Alraune». Lentamente, mi inteligencia se sobrepuso a mi feminidad. Henry se mostró firme, pero también amable. Dijo: «La lealtad de la mujer es siempre diferente a la del hombre. Tú eres leal conmigo; yo soy leal a una verdad. Si estoy de acuerdo con Bradley, lo digo. Y en cuanto a mis nuevos entusiasmos, lo eran sólo en la superficie. Siempre vuelvo a ti, y tú lo sabes. Sabes que creo en ti».

Mi pobre diario, ¡estoy tan enfadada contigo! ¡Te odio! Mi placer por las confidencias me ha vuelto perezosa. Es un placer tan sencillo el de escribir aquí. Y hoy he visto que el diario sí que estorba a mis historias, pues te digo las cosas despreocupadamente, con descuido y sin arte. Todo el mundo te odia. Me has impedido que sea una artista, pero, al mismo tiempo, me mantienes viva como ser humano. Te creé porque necesitaba un amigo. Y al hablar con este amigo, he desperdiciado mi vida.

Sin embargo, pobre diario mío, si no te hubiera considerado como el único interesado en lo que me ocurre, nunca habría escrito en absoluto porque, de cara al mundo, un mundo que no me daba nada más que tribulaciones, no podría haberlo hecho. Escribir para un mundo hostil no tenía para mí ningún sentido. ¡Escribir para ti me dio el ambiente cálido que necesito para florecer! Por eso no puedo odiarte, pero ahora que he hecho las paces con el mundo, ahora que puedo dirigirme a él como artista, debo divorciarte de mi trabajo. No abandonarte. No, necesito tu compañía. Incluso después de haber trabajado, humanamente, miro a mi alrededor y ¿con quién puede hablar mi espíritu sin temer la incomprensión? ¿Dónde encontrar serenidad y alivio al dolor? ¡Todo lo demás, por todas partes, es guerra, y todo lo demás exige mucho coraje!

Ayer escribí las primeras veinte páginas de la historia objetivada de June. Por primera vez me he vuelto objetiva.

16 de octubre de 1933

Eduardo debe añadirse a mi colección de extraños personajes, mi mórbida «Alraune» y el universo de la locura. Compra libros que nunca lee; empieza horóscopos que nunca termina; compra tubos de pintura con los cuales nunca pinta; compra ropas de obrero y una capa española que nunca se pone; toma notas para un libro que nunca escribe; tiene celos de la mujer que no desea; necesita a las mujeres, sólo para dejarlas, sin conocerlas.

Neptuno, raro Neptuno, ascendente de June, Louise, Artaud, Eduardo y mío.

Escribo mi libro neptuniano al mismo tiempo que la «historia» humana, y también añado carburante al diario.

A Eduardo: Hoy quisiera coronarte con algo. A mis ojos, te has convertido en un personaje. Quieres un papel definido en la vida. ¿No estás contento con ser? Deja el llegar a ser a un lado. Anoche me inspiraste. El otro día, en el café, te dije que intentaba empezar a estar a gusto contigo. Eso quiere decir que siento por ti una nueva clase de amor. No humano. Estoy preparando mis colores para darte vida como personaje, como leyenda.

19 de octubre de 1933

A las cuatro, salí de Louveciennes con una pequeña maleta. Dejé prendida en la cama una nota para Hugh, la nota que espera encontrar por la noche antes de irse a dormir sin mí. Era como marcharme de viaje, a otra vida, para convertirme en esposa de Henry. Empieza por tomarme lujosamente. Se muestra mimoso porque está resfriado. Comemos juntos. Me toma. Lee mis últimas páginas y está satisfecho de mi técnica. Orgulloso de mi valor. Calles tenebrosas. Dormimos como un par de serpientes. Desayuno. Charla. Digo que tengo que irme, pero seguimos hablando. Henry dice: «Ahora debes quedarte para el almuerzo». Después del almuerzo se muestra soñador, fantástico. Y, juntos, empezamos a inventarnos nuestro cuento de hadas astrológico. Le doy ideas. Luego, otra vez a la cama porque hace frío. Hasta las cinco no puedo volver con Hugh, Madre y Joaquín, deslumbrada, jubilosa, llena de ideas.

Al día siguiente, otra vez al trabajo. Pero lo que me persigue es el momento en la habitación de Henry, pensando: debo estar aquí. Con Henry podría olvidar fácilmente la otra vida. Es duro para mí recordarlo ahora. Esta es real. Y la otra es irreal. Aquí estoy en mi hogar.

Por la noche, ebria de fantasías, empiezo el cuento de hadas.

Hoy, trabajo.

Estoy redactando notas, muy consciente de lo que hago. Este es mi cuaderno de notas. Mi historia me cuesta sudores, y cuando llego a ti estoy agotada. Cuando soy la esposa de Henry, olvido por completo a Hugh y a mi Padre. Cuando estoy con Padre, olvido a Hugh y a Henry. Cuando estoy con Hugh, pienso en mi Padre y en Henry.

Disonancias con Padre. Le escribo dos cartas dándole noticias de Thorvald y de mi charla con Joaquín. El interés de las noticias se pierde para Padre porque nuestras cartas se cruzan. Este era el punto esencial: que, al haberle escrito sin esperar su respuesta, causé un desorden que le resulta doloroso.

Este mes de octubre me ha probado definitivamente que no puedo vivir con Henry solamente. Es una compañía demasiado precaria. Me deja tan sola como la incapacidad de Hugh para responder. Intenté que él reemplazara a mi Padre, a mis amigos. No puede ser. Estoy contenta de que haya terminado. Empieza de nuevo mi propia expansión: Padre, Néstor y amigos, a derecha e izquierda, compañía. Siento una gran necesidad de absolución. Es una tontería.

27 de octubre de 1933

Todo marcha bien cuando comparto mis amores como antes, en fragmentos y por separado. El amor único es demasiado peligroso, demasiado femenino. Henry no es un hombre, es un artista. No debo esperar todo de él.

Día y noche, toda la noche, con Henry. Todas mis dudas y temores se calman con su pasión, con su ternura. Estoy totalmente impregnada de él, casada con él. Está solo. Me quiere. Debemos vivir juntos. Esto se está convirtiendo en una tortura. Me siento triste esta noche; vacía, sola. Cuando estoy con él no tengo miedo. Hace que me sienta alegre, madura y valerosa. ¡Qué tres días estos, antes de que vuelva mi Padre! Desearía que se murieran todos, Hugh y Padre, y poder vivir con Henry. Es a Henry a quien amo de esta manera criminal. Locamente. Cometería crímenes por él. Otra vez la locura. Esta mañana, acostada a su lado, pero despierta, miré cómo dormía. Tan contenta de estar allí, tan feliz de poder estar allí, despierta durante tres horas, sin cansarme. Henry estaba allí. Es todo lo que quiero.

En el cine nos cogemos de la mano. Todo esto está fuera del libro,[30] la obra de arte, razón de más para conservarlo aquí. En el libro, comedimiento, eufemismos y artificios. Pero necesito un lugar donde pueda gritar y llorar. En algún momento del día necesito ser la española salvaje. Aquí anoto la histeria que la vida me produce. El desbordamiento de una extravagancia indisciplinada. Al diablo con el buen gusto y el arte, con todos los frenos y barnices. Aquí grito, bailo, lloro, rechino los dientes, me vuelvo loca, en mal inglés, en un caos. Me mantendré cuerda para el mundo y para el arte.

A Henry le divierten las cosas que le hago decir en el libro.

—No me sentimentalices —dice.

—No lo haré. Ya lo verás. Ojalá sepa mantenerme lo suficientemente fría para usar también mi ironía. Tengo un fondo de ironía que no puedo explotar a causa de mi severidad exagerada. (¡Otra vez el sentido trágico español!).

No se alegró cuando supo que mi Padre iba a volver. Se enfadó cuando le dije que Padre piensa enviar un piano a Louveciennes para trabajar allí los fines de semana.

28 de octubre de 1933

Ahora veo el lado cómico de estos estados de ánimo tan pegajosos. Henry los tiene, yo los tengo, aunque no siempre en el mismo momento; ¡pero son inequívocamente los mismos estados de ánimo!

Sintió envidia de la felicidad de los Lowenfels. No necesitan salir porque se tienen el uno al otro.

Hugh leyó una lista de síntomas neuróticos y dijo que los tengo todos. Empezando por la inquietud. Me leyó la lista de las causas. ¿Cuál era la mía? Con habilidad, se la señalé: el conflicto entre los deseos del yo ideal y el yo instintivo. Me gustaría una vida bohemia, pero no quiero hacerle daño. Hugh comprendió que estos deseos, estos deseos insatisfechos, son causa de mi inquietud y neurosis. Que el compromiso (una noche a la semana) sólo puso de relieve el choque entre ellos. Las transiciones rápidas trastornan mi equilibrio y mis nervios. Dijo que él ya me había dado mucho, pero que mis propios sentimientos, mi propia conciencia, me hacen perder la calma. Ofreció darme más tiempo. Fue generoso y clarividente.

—Todo es por mi propio interés. No quiero que me odies o desees mi muerte.

¡No sabe que la he deseado! Me divirtió su mente de jugador de ajedrez y su listeza. ¡Es adivino! Leía y hablaba con sabiduría budista.

—Quiero que estés contenta y satisfecha, de modo que, cuando vuelvas a mí, vuelvas completa. De otra manera, tu atención se aleja y se esfuerza por otros deseos. Tu imaginación está ocupada por tu conflicto, no por mí.

Hice creer a Hugh que mi vida bohemia no es sexual.

—Ya veo —dijo prudentemente— que has sublimado tu atracción sexual por Henry. Cuando dices que tu escritura es la esposa de su obra, resulta muy revelador. Todo es sexo.

Y, de pronto, me pareció ridículo que Hugh sufriera por un mero gesto físico y, sin embargo, aceptara las andanzas de mi imaginación y de mi fantasía.

30 de octubre de 1933

Sueño: Doy una gran fiesta. Se sirven grandes fuentes, como en la película de Enrique VIII. Estamos en el patio, con gente muy diversa, y levanto la mirada a los balcones de una casa. Ha caído la tarde. Veo que se abre una ventana y descubro una sala llena de gente que se prepara para una fiesta. Llamo la atención de la gente que está esperando la llegada de alguien. A la derecha de la ventana hay un trío musical a punto de tocar. La directora está de pie, junto a la ventana. Es una mujer menuda, delgada y vieja. Cuando da la señal de empezar, una mujer sale al balcón y camina a lo largo de la fachada, de balcón a balcón, hacia otra ventana. Todos los balcones están conectados. Se abre otra ventana y aparece el hombre a quien se da la fiesta. Es viejo, se parece a Paderewski, y va vestido como Cristo. Camina como un sonámbulo, con los brazos extendidos hacia delante, como si estuviera ciego, detrás de la mujer. Cuando llega a la ventana donde tocan la música, pasa delante de ella y sigue hasta otra ventana, donde ve algo que lo aterra. De pronto ya no hay balcones, y cae desde la altura de varios pisos hasta el patio. No siento ninguna emoción. Tengo la idea de que lo que le ha asustado es una mujer con una espada. La fiesta en mi suntuosa casa continúa. Estoy en una sala con varias mujeres. Una de ellas ha estado bailando y está acalorada y sudorosa. Le ofrezco secarle el cuerpo porque deseo gozar de su desnudez, pero lo rechaza. Ninguna ansiedad en el sueño. Ánimo generoso.

Asociaciones: Jeanne, la mujer de quien Padre estuvo casi enamorado, es directora de orquesta. Pero es alta. Comparé a la directora de orquesta del sueño con Jeanne y Maruca. Anoche, leyendo a [Wilhelm] Stekel, pensé en el ascetismo de Padre. La higiene excesiva y las dietas alimenticias son una forma de ascetismo. Él debe de ser el músico parecido al Cristo del sueño. Probablemente tengo celos de las dos mujeres y deseo que estén muertas y no en la fiesta. Mis sueños son siempre muy teatrales, en contraste con los de Henry, que suelen ser realistas y naturales. Los colores, los detalles de los vestidos, el ambiente, destacan siempre. Siempre irreales. ¿Revela esto mi sentido de lo irreal?

Hoy recibí una carta quejosa de Padre: Teme el regreso a su casa, a sus alumnos, a sus responsabilidades. Teme enfrentarse con los problemas, problemas de dinero, de organización de la casa. Teme la invasión de la gente, los ruidos, el dolor.

Teme la vida.

Lamenta su soledad, el mar, los árboles. Se aferra a ellos como yo me aferro a Louveciennes…

Esta carta me conmovió, como el descubrimiento de sus delicados pies.

Henry telefonea.

Me gustaría darle a Henry una habitación aquí y seguridad en su vida. Y a Padre, una habitación y un piano, una huida de su vida burguesa. Cuando se trata de los demás, estoy llena de valor. Un día, por Henry, mataré un dragón.

Pero volvería a Hugh con mis heridas. Incluso le pediría que me ayudara.

Comedia. Todos tememos y tenemos gran necesidad de la dualidad para enfrentarnos con la vida. El amor es un reconocimiento del Tú. La necesidad del Tú. De una forma o de otra, siempre me desoriento en mitad de la montaña. No creo que vaya en busca de un hombre, sino de un dios. Empiezo a sentir el vacío que debe ser la ausencia de Dios. He deificado al hombre. Uno tras otro, he clamado por un guía, un padre, un líder, uno en quien apoyarme. Tengo un marido, un protector, amantes, un padre, amigos, pero aún me falta algo. Debe ser Dios. Pero aborrezco la abstracción de Dios. Quiero un Dios de carne, el Dios encarnado, con fuerza, con dos brazos y un sexo. Sin imperfecciones.

Lo cual prueba que he mezclado mi amor divino con el humano, que no quieren mezclarse y, cuanto antes separe a Dios del hombre, mejor será para los hombres que amo. He amado al genio que tan cerca está de la divinidad.

Pude amar a Henry sin obstáculos porque es el dios de lo humano, es divinamente imperfecto.

Pero mi Padre no es humano y debería de haber sido Dios. Es él quien impone la perfección, quien ha iniciado a los dioses, quien no siente amor alguno por la naturalidad humana. Pero, al final, es como yo: un hipócrita. El yo ideal exaltado. Un poderoso yo instintivo oculto.

Amo a Henry por su sinceridad. Henry dice: «Soy un ladrón. Un embustero. Un bruto. Un sádico. Soy un cobarde».

Padre y yo decimos: «Sin que importe lo que soy, mira, esto es lo que me gustaría ser. Acepta y ama mi intención».

Nuestra intención es la perfección.

Pobres hipócritas divinos.

Somos simuladores.

No nosotros. Cada día me vuelvo más sincera. Me niego a simular. Sé, por ejemplo, que miento a Hugh sobre las causas de mi neurosis, miento ignominiosamente. Pero no importa. Le digo que mi vida con él es real y que lo demás es un juego. Sé que permanezco con él porque soy cobarde, porque no me atrevo a mostrarme a él como soy. Me gustaría dejarlo, ganarme la vida y vivir con cualquiera que me plazca. Debería decirle a mi Padre que no lo amo, que el amor que le di era narcisista, como el que él me da. El amor de quien puede entender, responderte, apaciguar la soledad. Todo aquello que es verdaderamente suyo y no mío (su ciencia, su orden, su razón, su lógica) no lo amo. No como amo en Henry toda clase de rasgos, los más variados, que le pertenecen y no tienen ninguna relación conmigo.

Cederé ante mi Padre cuando vuelva, saliendo de su soledad, con el amor de acercarme a mi propia soledad, un amor por estas secretas cualidades suyas, que yo amo porque son semejantes a mis cualidades secretas. Lo amo por los miles de ojos adivinadores con que quiero ser amada. Es el malestar del amor, no su fruto. Es cuando el yo de uno está tan oculto al mundo, el habla de uno es tan ininteligible y la soledad tan agotadora que sólo el Doble de uno puede penetrarnos.

Cuando pienso en esta carta de Padre, con su frágil melancolía, sé que no voy a decirle lo de Henry. Sé que le mentiré y que mis mentiras me pondrán enferma.

Henry es el más valeroso y, sin embargo, vivió aterrorizado por June. Siempre espera que yo lo castigue; tiene miedo en las calles. Y su gran miedo, su miedo obsesivo, es la pobreza. Yo no temo la pobreza, sólo temo que me quiten el amor. Y miedo a la enfermedad.

A medida que la llegada de Padre se acerca (sale mañana de Valescure), me voy disponiendo y afinando para él. Escucho un piano en la radio e imagino su cuerpo griego bronceado por el sol, su fría brillantez, su rostro de máscara imposible que sólo se mueve por la pasión. ¡Cuánto esfuerzo para aparentar fuerza de voluntad!

Mi Padre femenino.

Y mi cuerpo femenino, habitado por un alma masculina, vuelve a torturarse con el conflicto.

Pero, en medio del tormento, empiezo a reírme de mí misma. El pequeño monstruo tiránico, cuidadosamente escondido en su nicho de suaves seducciones y sonrisas. Después de todo, todo cuanto pido a mis matadores de dragones es amor, ¡y en eso están superdotados!

Un día debo investigar la historia de Miralles*. Cómo quedó hechizada mi imaginación con la carrera de Miralles como bailarín. Historias de bailes, viajes a Rusia, ballets en las grandes óperas y salas de conciertos de todo el mundo, la atmósfera acre de los camerinos, el olor de las bailarinas, la nueva experiencia que para mí fue sentarme en los cafés, el hotel sórdido de Miralles, sus ropas vulgares y chillonas; que yo dejara que me besara y me contemplara un día en su habitación. Puedo verme bailando con el pobre Miralles aquí y allí, compartiendo su vida vagabunda, viviendo en sus habitaciones sórdidas, con vestidos españoles y fotografías tamaño tarjeta postal de Lola, Almaviva y la Argentinita. En zapatillas y quimonos floreados, abriendo la puerta a…

¿A quién? A Hugh, que me ha encontrado. Y quiero ser una amnésica que ha olvidado nombre, hogar y esposo.

Pobre viejo Miralles, que pudo haber encantado mi vida con sus aventuras vulgares. Al subir al autobús para ir a Clichy me puse a temblar.

Mi Padre habría dicho con dolor: «¿Quién eres? ¿Has olvidado tu clase, tu estirpe, tu nombre?».

Hugh: «Olvidas tu origen místico, no humano».

Y Henry diría: «Y tu inteligencia, ¿cómo puede significar algo para ti una vida como esa?».

Ilusión. Miralles tenía asma. Ahorraba dinero para retirarse a Valencia. Era bueno, hogareño. Acostumbraba a decirme: «Sabes, no tengo los vicios de los demás. Seré bueno contigo». Mientras me contaba sus historias, resplandecía. Bailaba con renovado vigor. Rejuvenecía. Se compró un traje nuevo. Me adoraba.

Cuando desperté de mi amnesia, se había borrado. Se había vuelto gris y ceniza.

Murió el año pasado de asma, en la habitación del hotel.

31 de octubre de 1933

Juego con esta idea de la amnesia, que es sólo una atrofia del yo «ideal», el yo crítico, su asesinato para vivir liberada de escrúpulos. Sé cuándo me dejo hipnotizar (por Allendy, por Artaud). Cuando me despierto a mi relación con Hugh, o con Henry, me despierto como de un sueño. No me acuso. Me niego a tener ninguna responsabilidad (y, por lo tanto, a sentirme culpable). Es sólo una comedia que represento con mi conciencia. Y veo que me hago cada vez menos preguntas, que, lentamente, el yo ideal se va convirtiendo en una figura ridícula. Me río de él. Y sigo viviendo, sintiendo náuseas sólo cuando me enfrento con el dolor humano (el pesar de Hugh, el dolor de Henry el día que creyó que había adivinado que yo había sido la amante de Allendy). Entonces me despierto con remordimientos agudos e irresistibles. Pero casi siempre me parece que he olvidado a Artaud y a Allendy, como Henry se olvida de sus putas. Tengo el poder de olvidar. ¿Reprimir, diría Stekel?

1 de noviembre de 1933

Caricatura de Hugh: Se acaricia la nariz con los dedos. Pierde la pluma que ha estado usando. Pierde el libro que ha estado leyendo. Olvida, en el banco, una carta que quería enseñarme. Olvida, en casa, la llave de su despacho. Pierde su briquet y su pitillera. Cuando salimos con unos amigos, olvida los cigarrillos. Cuando compramos algo, se lo olvida en el coche. Siempre llega tarde. Cuando baja a desayunar, el desayuno está frío. Cuando se afeita, el agua ya se ha enfriado. Desorden. En sus papeles, efectos y cuentas. No recuerda lo que oye. Es melindroso y caprichoso con la comida. Es poco optimista.

Todo esto no es nada. Henry tiene muchos más defectos. Pero cuando ya no hay amor ni entusiasmo…

Quiero que se publique mi libro y sentirme libre. La cobardía me retiene aquí. Cuando miro a Hugh pienso que nunca podré decírselo. Y su protección me conmueve. Cobardía. Cobardía.

Decisión: Tan pronto como se publique el primer libro de Henry, y el mío, me voy a vivir con Henry. Con nuestros dos libros no vamos a morirnos de hambre y siempre puedo buscar un trabajo.

Anaïs Nin, vestida de bailarina española, hacia 1930.

Haré que Padre le dé algunos alumnos a Joaquinito para que pueda cuidar de Madre.

Buscaré una mujer para Hugh que lo haga feliz.

Romperé con todos los lazos sociales, con todos mis amigos aristocráticos.

3 de noviembre de 1933

Padre es tan tímido cuando llega que va leyendo desde la puerta del jardín a la de la casa, y luego se pone a hablar y hablar como June, para disfrazar su timidez, su desasosiego.

Un torrente de palabras.

Lenta y gradualmente, con mi serenidad, logro que se sienta cómodo. Vuelve a ser natural. Y, gentilmente, empieza a hacerme el amor.

Apenas me siento amorosa. Me entrego a su placer. Alegre, indiferentemente. Es un amante muy experto. Y delicioso. Todo es ligero y termina pronto.

Estoy mucho más interesada por su estado de ánimo; trato de definirlo, de olisquearlo, para ponerme a tono con él. Compruebo que hoy no tiene sentido de la realidad, que está deslumbrado por su regreso, aturdido por las realidades, incómodo y alarmado.

Le pido que no me trate como a una mujer corriente, que continúe su vida como antes, gozando de otras mujeres, que el amor debe ser grande y ensanchar su vida, no estrecharla.

—No —contesta—. Nunca volveré a hacer todo eso. Quiero que este amor sea la apoteosis de mi vida. Es demasiado grande para echarlo a perder con otras aventuras. Debe permanecer limpio, único.

Y, cuando me pregunta, he de contestarle de la misma manera idealista.

Como sólo puedo juzgar a mi Doble juzgándome, creo que quiere hacer de nuestro amor el final idealizado de su carrera de donjuán; pero no creo que pueda hacerlo. Se verá envuelto, como yo. Me mentirá, por las mismas razones por las que yo le miento. Sólo me pregunto: En nuestro caso, ¿significa la edad de Padre alguna diferencia? ¿Está cansado de su soledad y de sus aventuras amorosas? ¿Necesita comprensión en lugar de diversiones sexuales? ¿Hay, por lo tanto, alguna verdad en lo que afirma? Y, si es así, ¿cómo voy a ser la primera en destruir su ideal?

Otra diferencia. El narcisismo de Padre está mucho más arraigado que el mío; por lo tanto, su egoísmo, que puede expresar conmigo, es más fuerte que el mío, porque yo amo el , a Henry, más que a mí misma.

También me amo en Padre. Sus modos distanciados, que entiendo tan bien, su dificultad para entrar en la vida, en la realidad, su nerviosismo y sus timideces. Despiertan mi profunda compasión.

Cuando estábamos en el pasillo, mientras Hugh sacaba el coche, di el gritito que daba a menudo cuando me acariciaba con demasiada fuerza: ¡Ay, ay, ay!

Rio complacido, abiertamente. «Comme tu es naturelle, comme tu es véridique!». (¡Admirado, porque le es tan difícil ser real!). Y me arrastró a su juego: Penétrable, enveloppante, caressable… surréaliste!

En el coche tomo su brazo. Y se siente complacido, pero flotando en la bruma de sus sentimientos. La vida le llega de lejos, su mirada es soñadora. Parece un niño muy atractivo. Habla mucho para rellenar los huecos de su descoordinación.

Lo observo inquisitivamente, como si me mirara en un espejo. Se despide de nosotros y pienso: Cuando llegue a su casa se arrepentirá de no haber hecho esto o lo otro. Pensará que no me ha agradado; ¡enrojecerá al recordar los libros que cayeron sobre nosotros cuando nos acostamos juntos (el horror de algo equivocado, la incomodidad)! Deseará haber dicho esto o lo otro. Olvidará que me gustó que me viera tan bella después de haber hecho el amor. (¿Por qué? Sí que parecía transfigurada, aunque no había sentido nada). Quizá lamente que yo le ofreciera la oportunidad de ser sincero y prefirió mentirme. Conozco toda esta manera de pensar. ¡Y siento tanta compasión!

Llegué demasiado pronto a casa de Henry y no estaba. Me senté en su cama y terminé el libro que estaba leyendo, Maryse Choisy sobre [Joseph] Delteil. Luego, inquieta, eché un vistazo al manuscrito de mi «Alraune» que estaba sobre el escritorio de Henry. Y vi que había escrito esta nota: «Todos los pasajes descriptivos estupendos. Servirían para el cinéma. Empezando por la escena de la pecera gigante».

Al llegar, entablamos una conversación acalorada.

Cuando mi excesiva emoción rebosa, mi estilo sufre. Como si se le tambalearan las piernas. Ha de aprender a soportar el peso de mi vitalidad. Tanta fuerza rompe los cristales de las ventanas. Y los cristales rotos traen oxígeno, no arte. Ahora mismo estoy llena de oxígeno. Y el arte sufre. Me parece que todavía soy demasiado joven.

Caricaturizo a Hugh cuando lo que debiera hacer es caricaturizar mis debilidades. Se comporta con más nobleza que nunca, y eso es lo que me irrita. Procura no despertar en mí un complejo de culpa. Me recibe con una sonrisa cuando esta mañana llego para el desayuno. Pero mi voluntad está puesta al servicio de mi decisión y trabajo para ese fin. Debo dejar de ser sentimental. Soy desagradablemente sentimental. Me ablando fácilmente. Cuando llego a casa, Hugh está resfriado. Pero también lo está Henry.

Voy a ser menos sentimental y a tener mejor humor. Quiero domeñar mi sentido trágico de la vida, que es exagerado.

Sueño en Clichy: Después de vivir muchos años con Hugh, decidimos casarnos por la Iglesia. Me visto de blanco, con un velo. Pero observo que mi vestido es pobre. Cuando llego a la iglesia veo que no hay fiesta. Echamos a correr y me doy cuenta de que no me han dado el habitual ramo de flores. No estoy triste, sólo un poco irónica. En el taxi, con toda la familia, digo riendo: «Es como la boda de un obrero». Después de la boda, trato de hablar por teléfono con Henry para que me vea con mi vestido de boda.

En otro sueño tenía que ir a vivir a Clichy y era muy feliz.

Sueño después de la visita de Padre: Padre y yo estamos sentados en mi gran cama. Oímos un ruido ensordecedor, tan alto que es torturante. Miro por la ventana. Veo a un hombre que entra en la casa con un pesado rodillo para cortar césped, con el cual va a aplastarme. Intento cerrar la puerta del dormitorio para que no entre, pero no puedo porque al mismo tiempo intento cerrar la ventana. Ansiedad.

Sensación definida de algunos acontecimientos próximos a mí, reales, realmente experimentados, mientras otros son confusos. Hay que distinguir entre los aspectos oníricos y los aspectos reales. Con Henry todo se hace cálido y real. Con Hugh las cosas son difusas y mentales. Con Padre también son confusas, además de extrañas, como algo que ocurre en el agua o en el cielo. A Henry lo siento con todo mi ser, intensamente, enteramente, siempre: sexo, compasión; con la mente, con la psique. Padre, Hugh, Eduardo y Allendy son fantasmagóricos.

Los nuevos zapatos de obrero de Henry. El olor de Henry. Todo es milagrosamente real. Sus defectos, su naturalidad, su hambre, su somnolencia, sus dolores. En dos o tres sueños, vivo con él plenamente contenta. Me gustan sus zapatillas de lana y su basta corbata de lana.

Henry es el único que me ha dado una vida humana.

7 de noviembre de 1933

Ayer, al despertarme, me sentí muy animosa; tenía pendientes en mi lista tres asuntos peliagudos: visitar a Otto Rank, reconciliarme con Bernard Steele y ver a Edward Titus para pedirle dinero. Sopesé los tres y me pregunté por dónde empezar. Decidí que primero debía sacar a Steele de sus celos, de su egoísmo. Pero no estaba.

Titus estaba en el sur.

No recuerdo cómo supe que el Dr. Otto Rank vivía en París, en el Boulevard Suchet. Primero le envié a Henry y hablaron largamente sobre historia, literatura, antropología y el libro Arte y artista de Rank, pero no del análisis que yo creía que necesitaba Henry.

Ahora, llevada por mi impulso, decidí llamar a la puerta de Rank. Esperaba pasar un mal rato explicando a la criada que me dejara verlo. Había oído que estaba muy ocupado, que atendía a muy pocos pacientes y que sus honorarios eran muy elevados. El corazón me saltaba del pecho y tenía las manos heladas.

Por pura casualidad fue él quien abrió la puerta. «¿Sí?», dijo con su duro acento vienés, envolviendo la limpia e incisiva palabra francesa en un crujido alemán, mordiendo las palabras como se muerde la punta de un cigarro, sin soltarlas de la boca como hacen los franceses. Las palabras francesas se envían al aire como palomas mensajeras, pero el francés, o el inglés, de Rank siempre se mascaba, lo vomitaba.

Era bajo, de piel oscura y cara redonda; pero en realidad sólo vi sus ojos, que eran hermosos. Grandes, oscuros y ardientes. Con mi obsesión por elegir los rasgos hermosos o amables y mis anteojeras para no ver lo que no admiro o no me gusta, me fijé únicamente en los ojos de Rank y eludí su fea dentadura, su escasa estatura.

—Entre —dijo, y me precedió hasta su consultorio. Era una sala espaciosa en la esquina de la casa, con vistas al Bois. Paredes cubiertas de libros. Sillones cómodos y un sofá. Parecía muy afable y accesible.

Hoy lo veré a las tres.

Hice también un gesto para reconciliarme con Bradley. Por varias razones: primera, para disciplinar mi orgullo exagerado; segunda, porque quiero alcanzar el éxito, publicar e independizarme; tercera, porque no me gustan las rupturas y las discordias, a no ser que haya verdaderos motivos. Hoy sigo teniendo coraje y el ánimo resuelto. Y hago uso de él. Escribo una carta a Titus.

Conversación con Rank. Me pidió un relato claro y completo de mi vida y trabajo. Le dije que el artista puede hacer un buen uso de sus conflictos, pero que me parecía que, actualmente, yo gastaba demasiada energía en dominar una confusión de deseos que no sabía resolver. Que necesitaba su ayuda.

Inmediatamente supe que hablábamos el mismo idioma. Rank va más allá del psicoanálisis. Dijo: «El psicoanálisis subraya lo que la gente tiene en común, yo subrayo las diferencias. Los psicoanalistas intentan que los pacientes recuperen un determinado nivel de normalidad. Yo intento que cada persona se adapte a su propio universo. El instinto creador es algo aparte».

Entendió el más: Hay más en mi relación con mi Padre que deseo de vencer a mi Madre. Hay más en mi relación con Henry que sacrificios masoquistas o necesidad de vencer a otra mujer. Hay —más allá de la sexualidad, más allá del lesbianismo, más allá del narcisismo— creación, creación. Me preguntó: «¿Qué produjo usted durante el periodo de extrema neurosis que siguió a su aventura con John? Eso me interesa». Captó inmediatamente mi núcleo; dijo que las historias de huérfanas que escribí de niña no podían explicarse simplemente como el deseo criminal de eliminar a Madre a causa de mis celos, y a Padre por mi amor inconfesable. Quería crearme a mí misma. No haber nacido de padres humanos.

Cuando empleé términos de psicoanálisis, sonrió con algo de ironía, como si fueran insuficientes. Sentí la amplitud de su pensamiento, que sobrepasa la medicina para adentrarse en el universo de la metafísica y la filosofía.

Nos entendimos con medias frases.

—No espero —le dije— que solucione mi vida de modo tangible, que me diga si debo vivir con mi esposo, con mi amante o con mi Padre, sino que me ayude a estar en paz conmigo misma.

Y, al ver su rápido gesto de asentimiento, sentí que respondía a sus pensamientos.

—Sus energías —dijo Rank— han de poder fluir dentro de su obra.

—Lo que me hace dudar —dije— es mi instinto destructivo. Para crear mi vida con Henry, destruyo a mi Padre, a Hugh, a mi Madre y a Joaquín. Ese es el impulso que temo, aunque todo me lleva hacia Henry.

Entendió muy bien mi cansancio de todas las mentiras y deformidades a que me obliga la vida diaria y comprendió mi necesidad de absolución.

Lo curioso fue mi disposición de ánimo antes de hablar con Rank.

Anotación escrita en el tren: En el trayecto para ir a ver a Rank, je mâchonne des fourberies. En lugar de coordinar las verdades, empiezo a inventarme lo que voy a decir a Rank. Ensayo discursos, actitudes, gestos, inflexiones y expresiones. Me veo hablando y me pongo en el lugar de Rank, juzgándome. ¿Qué debo decir para crear este o aquel efecto?

Medito las mentiras, como otros meditan antes de la confesión. Pero voy a verlo para confesarme, para que me ayude a resolver mis conflictos, que son demasiado numerosos y que no consigo dominar mediante mi escritura. Me preparo para una farsa, como la que representé para Allendy.

Me preparo para deformar, y todo para interesar a Rank, y también por mi propio interés, porque me interesan mucho las complejidades. De hecho, voy a ver a Rank para divertirme, no para resolver, sino para magnificar y dramatizar mis conflictos, para ver todo lo que contienen, para captarlos por entero. Sé que mi experiencia con Allendy añadió un nuevo conflicto a mi vida, y que el anterior sólo se resolvió con la aparición del nuevo. Estaba mal situado. Quiero decir que no creo que dejara de ser masoquista ante la situación de June y Henry, sino que compensé mi dolor con mi interés por Allendy y mi conflicto con él, que hizo desaparecer mi obsesión absoluta por Henry y June y me dio la necesaria energía y estímulo para sentirme fuerte.

Quiero seguir haciendo trampas. De nuevo estoy en un callejón sin salida. Anhelo vivir con Henry y no puedo por tres razones fundamentales. Así que cambio de terreno. Dado que el conflicto es insoluble, me interesaré por mi relación con Rank.

Allendy no se interesa por la literatura, el arte o los artistas. Esa es su gran limitación. La «Petite fille littéraire» no disponía de mi vital preocupación por las direcciones y desviaciones de mis instintos creativos. Pero él fue mi desvío salvador. Necesitaba desviarme.

Ignoro si esta actitud, antes de ver a Rank, denotaba simplemente mi deseo de embarcarme en una aventura intelectual (con cierta despreocupación, esquivando la tragedia) o si era una forma de resistencia irónica a lo que presentía que iba a ser una influencia vital.

Pero, cuando me senté delante de Rank, fui tan sincera como antes lo había sido con mi diario. Me comporté con naturalidad, no demasiado trágica, no demasiado mental, preocupada sobre todo por salvar y desarrollar a la artista, porque soy consciente de que mis problemas amorosos me absorben más allá de lo razonable.

La confusión crea arte. La confusión excesiva crea desequilibrio.

Rank me dio enseguida la impresión de ser curioso, vivaz, inclinado a la exploración y a la experimentación, a abrir caminos, al anarquismo, a desenvolverse libremente por extensos espacios libres.

El 8 de noviembre de 1933, Rank me pidió que abandonara mi diario y que lo dejara en sus manos. Me liberó de mi opio.

Fue un golpe atrevido. Me dejó aturdida. Fue una violación. Pocos momentos antes de oscurecer, sentada en el parque, había estado escribiendo las mentiras que pensaba que podían interesar a Rank. Temía que no fuera a interesarlo suficientemente y quería dramatizar mi vida. Había oído que sólo se ocupaba de los casos que le interesaban. Y había confiado al diario las mentiras que iba a contarle. Y ahora quería tomar posesión de todos mis secretos.

Durante años, cuando visitaba a Allendy, llevaba conmigo el diario, y nunca manifestó el más mínimo interés por él.

El Dr. Rank vio mi aturdimiento y añadió: «Si lleva el diario consigo y lo trae aquí, es porque quiere darlo, quiere que alguien lo lea. Es su última defensa frente al psicoanálisis. Es como una isleta de tráfico en la que desea permanecer. Si quiere que la ayude, no quiero que disponga de una isleta desde donde pueda vigilar y controlar el análisis. No quiero que usted analice el análisis. ¿Me comprende?».

Recuperada del sobresalto, empecé a sentir júbilo, un júbilo femenino, como el de una mujer a quien un hombre posesivo le pide todo: Quiero tu cuerpo, tu corazón, tu alma. El Dr. Rank me estaba pidiendo todo de una sola vez. Sentí júbilo porque reconocí su poder, su dominio. ¿No era poder y dominio lo que estaba yo buscando? ¿No había venido porque me sentía perdida, confundida, trastornada? El Dr. Rank era lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que el diario era la llave. Deme las llaves de la ciudadela, ahora. Yo siempre conservé una isla, inviolada, para analizar al analista. Nunca me había sometido.

Puse el diario sobre la mesa. El Dr. Rank no se mostró grave ni solemne, sino ágil, rápido y brillante, como en un juego de ingenio. Resplandecieron sus ojos, como si el inconsciente fuera un adversario listo y un placer el acto de detectarlo, un inspirado juego de ajedrez.

«Su juego: ahora le toca mover, Anaïs Nin».

Ahora el diario estaba sobre la mesa. Sabrá que quise mentirle, pero también sabrá que fui del todo sincera desde que me abrió la puerta.

No me siento derrotada. Creo que he elegido a un guía prudente y valeroso.

Pero eso no fue todo lo que me pidió la primera noche. Cuando barajé mis cartas —Hugh, Henry, Eduardo, Allendy, Padre—, dijo: «No puedo ayudarla a menos que no se aleje de todos ellos, que se aísle, hasta que se calme y vuelva a integrarse. Está sometida a una gran presión».

—¿Cómo puedo aislarme? ¿Quiere decir que no viva en mi casa?

—Durante unas semanas, por lo menos, quiero que no vea a ninguno de ellos. Sí, que viva sola.

Esto me aturdió más que que tomara posesión de mi diario. No podía imaginarme persuadiendo a Hugh para que me dejara vivir sola, ni siquiera durante una semana.

Los ojos del Dr. Rank seguían brillando; habló en tono sincero, confiado. Le dije que lo intentaría.

Enseguida empecé a hacer trampas en el juego del análisis. Vi que esta receta podría permitirme la satisfacción de uno de mis deseos más sentidos: vivir continuamente con Henry y trabajar juntos en nuestros libros. No era un acto disparatado, porque yo no estaba en conflicto con Henry y, juntos, nos estimulamos para escribir. No podía yo imaginarme en una habitación de hotel y mi sólo contacto con el Dr. Rank.

Hugh dio su consentimiento a la extraña petición del Dr. Rank.

Henry, que entonces vivía en un hotel de chulos y putas de Montmartre, estuvo de acuerdo en mudarse a cualquier hotel que yo eligiera. Y elegí uno que me pareció moderno y atractivo, pero no lujoso, y tomé dos habitaciones adyacentes [en 26, Rue des Marronniers]. (Como supe después, se trataba de un hotel en Auteuil, famoso porque en él vivían parejas esporádicas y queridas de lujo, con un pretendido aire hogareño. Mi elección fue la adecuada a mi situación, pero sorprendió a mi Padre, que, probablemente, tenía buenas razones para conocer el hotel).

Henry hubiera preferido el ambiente de su barrio. Pero se instaló contento de poder trabajar, y yo contenta de poder trabajar y visitar al Dr. Rank. Fue entonces cuando comprendí que Henry no me daría el apoyo emocional, la continuidad o el refuerzo en el momento de necesitarlo.

14 de enero de 1934

Ahora me siento igual que si escribiera apuntes en un cuaderno, con sólo la esencia humana, que siempre se evapora, con el material que no sirve para las novelas, el que la mujer que llevo dentro ve y ama, no con el que la artista lucha. Un cuaderno de apuntes, sin obligación ni continuidad.

Nunca escribiré [aquí] algo que pueda situarse en «Alraune», «El Doble» o en la novela. No voy a entregar todo a un cuaderno de apuntes.

No escribo en ningún otro libro donde pueda situar el retrato del Dr. Rank. Y este retrato me persigue, me desazona, mientras trabajo en la novela. Y este retrato debe escribirse.

Retrato del Dr. Rank: Impresión de su agudeza, viveza, curiosidad y espontaneidad. Lo opuesto a la fórmula preparada, automática y mecánica. La sensación de que va a crear, que enseguida va más allá de los detalles, que no parte de ellos para avanzar. Su creencia en considerar las diferencias y no las semejanzas entre los seres humanos; que diga con sus palabras lo que yo había pensado. Impresión de una aventura mental distinta con él. El fuego que pone, como si sintiera, como yo siento, el gran estímulo que nace de las aventuras, las exploraciones y los combates mentales. Se alegra con ellos. Esta intensa actividad mental, esta alegría, me alivia de inmediato de esa obsesiva fijación en mi propio dolor, ese terrible nudo neurótico que ata mis facultades en un círculo vicioso.

Inmediatamente sentí el aire, el espacio, el movimiento, la vitalidad, el gozo, el gozo de detectar, observar, adivinar, el gozo de la enorme amplitud de su mente. La delicada destreza y el poder musculoso. Los colores fugazmente cambiantes de sus estados de ánimo. El rápido ritmo de sus pensamientos, porque es intuitivo y sutil.

Confío en él.

Confío en él con la verdad, que tan raramente doy. Quiero dársela realmente.

Siento una inteligencia que sus sentimientos hacen clarividente. Siento al artista.

Le digo todo. No me aparta de mi trabajo. Al contrario. Me capta por medio de mi trabajo.

Ya conoce el conflicto en el que me debato. Sabe que quería romper con mi Padre y con Hugh, vivir valientemente con Henry. Sabe que temo la locura. Sabe todo lo de mi diario.

Cuando me despido de él, estoy deslumbrada por su golpe atrevido y por la agudeza con que lo ha asestado. De una sola vez. Camino desposeída de mi diario, que soy yo. Dice que le he dado este yo para preservarme, para reintegrarme, para recuperar mi plenitud.

Me siento completamente en sus manos. Es increíble. Me ha pedido que no escriba sobre el análisis porque sería como estar en una isleta de tráfico. Ha entendido rápidamente el refugio que para mí representa el diario, el papel de personaje con cuyo diálogo me ayudo a resistir la invasión del yo. Ha entendido que el diario es una coraza que me protege, un arma defensiva. Pero también ha entendido que contiene la verdad, y que esta verdad, que me siento obligada a decir de alguna manera, puedo decírsela a él, tal como la he escrito en ese diario que ahora guarda. Hablé con Rank como hablo con mi diario.

Sonríe jubilosamente cuando hace un descubrimiento. Quiero que triunfe. Siento su simpatía, tan expansiva. Quiero contarle todo.

Tengo la impresión de que supo dar enseguida con todos los puntos vitales. El diario y mi Padre, la relación entre los dos. Empezó a hablar sutilmente del tema del Doble, diciendo más de lo que ha escrito en su libro Don Juan: Une étude sur le double, explicándolo, ampliándolo, tratando el tema desde una gran diversidad de aspectos. Dijo que, en primer lugar, yo había escrito el diario para sustituir a mi Padre, imitándolo inconscientemente e identificándome con él. Dijo que las tendencias lésbicas eran probablemente más imaginativas que físicas, ocasionadas por mi identificación con el Padre. El diario se origina, pues, en la necesidad de cubrir una pérdida, de llenar un vacío. Poco a poco el diario se convierte en un personaje; luego lo confundo con la sombra, mon ombre (¡mi Doble!), con quien quiero esposarme…

20 de enero de 1934

No podía continuarlo. Sentía la influencia de Rank, su certeza de que el diario no me hacía ningún bien. Supe inmediatamente que le mostraría todo esto, que todo le resulta transparente porque yo deseo que lo sea. Hoy también comprendí que era porque el análisis estaba llegando a su fin e iba a perder a Rank, por lo que me sentía empujada a recrear para mí a Rank mediante su retrato.

Tan pronto como supe que iba a ver a Rank el lunes, perdí el deseo de seguir escribiendo.

Al mismo tiempo, sigo siendo romántica. No es que contemple el suicidio de Werther; he superado la religión del sufrimiento fatal. Pero todavía necesito la expresión personal, la expresión personal directa. Cuando termino de escribir diez páginas de la novela humana, sencilla y sincera, cuando he escrito algunas páginas de la corrosiva y fantástica «Alraune», cuando he hecho diez páginas del laborioso y minucioso «Doble», sigo sin estar satisfecha. Siempre hay algo que me queda por decir. Y lo que tengo que decir es algo que realmente no tiene que ver con el artista o el arte; es la mujer la que tiene que hablar. Mi mundo sigue estando formado por Rank, Henry, mi Padre y Hugh. ¡Estoy inmensamente interesada por la clase de sonrisa que aparece en el rostro de Rank cuando hace un descubrimiento!

Me parece que podría escribir mi cuaderno de apuntes después de mi trabajo con lo que rebosa. El rebosamiento de lo personal y femenino. Los sentimientos que no son para los libros ni para el arte. Todo lo que quiero, no para luchar, sino para gozar. Mi vida es una serie permanente de esfuerzo, autodisciplina y voluntad. En el cuaderno de apuntes, pruebo, improviso. Incidentalmente, a veces, cuando improviso, compongo.

Empecé con el retrato de Rank porque no encajaba en otro sitio. Probemos.

Rank: Guardo un recuerdo borroso de vigorosidad, de conversaciones consistentes. De penetración. Los contenidos por sí solos son confusos. Imposible analizar su manera de analizar a causa de su espontaneidad, su imprevisibilidad, su atrevimiento, su hábil oportunismo. No advierto que sabe lo que voy a decir después ni que espera que haga esta afirmación que, por lo tanto, me ha sugerido. Espera, libre, presto a saltar, pero sin tener preparada la pequeña trampa que se cierra con un tópico o lugar común. Espera, libre. Y el rodeo de lo obvio empieza con la expansión hacia lo mayor, lo más, lo superior, lo más lejano. Arte e imaginación. Siempre con esa alegría y viveza.

Me detuve un momento para buscar el orden y progreso de nuestras conversaciones. El orden impuesto por la realidad. Pero como Rank no cree en esa secuencia literal, percibo un orden nuevo, que es la elección de los acontecimientos dictada por el impulso sobresaliente del recuerdo, el relieve creado por el sentido de la totalidad. No hay una escala de progresión temporal.

Eso significa, de nuevo, el golpe mortal al diario, a cualquier secuencia rigurosa.

Perspectiva indiferente.

Sí, todo ha cambiado. Hay una visión pre-Rank y hay un nadar postRank. Quizá, por fin, me ha hecho nadar en la vida, en lugar de tener acuarios. Los acuarios son signo de quietud. El amor a cosas tan grandiosas, tan sobrecogedoras, me paralizaba de miedo.

Avançons. Il y a de l’audace au désordre, des lacunes dans la mémoire.

Lo que recuerdo es el día en que descubrió dos cosas: mi amor por la verdad exacta en oposición a las deformaciones artísticas, y el hecho de que fuera niña, esposa y amante, pero que, inadvertidamente, había eludido a la mujer. La pasión de Henry no había hecho de mí una mujer.

Cuando Rank dijo esto, se me reveló el aspecto material y literal del psicoanálisis y el trascendentalismo de Rank. La liberación del instinto sexual no crea madurez, no crea a la mujer. Los gestos sexuales no maduran el alma neurótica de la niña. Esto lo había sentido yo intensamente cuando me rebelé contra la petición de Allendy de aceptar con ligereza las relaciones «de-cinco-a-siete», como un paso hacia una visión normal, no trágica, del amor. Según él, para normalizarme tenía que actuar como una mujer normal, desde fuera hacia dentro. Y mi naturaleza se rebeló contra la falsedad de esto. Me conmovió escuchar a Rank hablando profunda y seriamente de la transformación desde dentro hacia fuera. Restituir el sexo a su lugar sagrado y secundario: quiero decir como un gesto que surge desde lo más hondo del ser, como expresión necesaria —la necesidad de la creación por parte del artista— que no puede ser obligada, y que, cuando es obligada, queda privada de su efectividad como expresión de madurez, de madurez emocional.

Las repercusiones de esta conversación fueron mágicas. Sentí, de pronto, una gran serenidad. Desaparecieron mi tensión y nerviosismo. Fue como si, con un conjuro, hubiera evocado a la mujer. La artista dejó de escribir. Me sentí llena de una gran actividad femenina. Hice aún más por Henry; quería servir a Henry, vivir mis deseos más hondos por el Tú, quienquiera que fuera, pues todo lo que sé es que él es, definitivamente y sin ninguna duda, el genio cuya esposa quiero ser.

Un gran cambio en mí, pero ningún cambio a mi alrededor. Rank adivinó que esto sucedería, que la mujer no encontraría una salida. No puedo hacer más por Henry, salvo convertirme en su esposa. Hago cosas por él continuamente, pero no como podría hacerlas una esposa. Rank no me necesita. Es autosuficiente en su trabajo, le tiene cariño.

Pero, durante unos días, gocé de lo que me sobraba de mujer. Rank advirtió el cambio de talante.

Hablamos de mi necesidad excesiva de verdad, de mis recelos por mi propia imaginación, del miedo a que, si no describo al instante un hecho, se deformará inmediatamente en mi cabeza. Mi gran pasión por la exactitud, porque sé lo que se pierde con la perspectiva y el arte. El deseo que tenía de ser veraz con respecto al momento inmediato, al modo inmediato. Rank cuestionó la validez de esto. El artista, dijo, es un deformador, un inventor. No sabemos qué es la verdad, la visión inmediata o la última. Le expliqué cómo deformaba Henry y que nunca entendía las cosas como eran. Rank dijo que esa es la naturaleza del artista. El genio es inventiva.

Luego hablamos del realismo de la mujer, y Rank dijo que quizá por eso las mujeres nunca han sido grandes artistas. No han inventado nada. Fue el hombre, no la mujer, quien inventó el alma.

Le pregunté si los artistas cuya obra es falsa, como una artificiosa excrecencia vinculada a su propia verdad personal, los artistas artificiosos, son más grandes que los artistas sinceros. Rank dijo que esta era una pregunta que no había sabido todavía contestarse. «Quizá, para contestarla, tenga que escribir un libro para usted».

Aquello me produjo una inmensa alegría, poco natural.

—Eso me gustaría más —le dije— que terminar mi novela.

—Es la mujer la que habla —dijo Rank—. Cuando la mujer neurótica se cura, se convierte en mujer. Cuando el hombre neurótico se cura, se convierte en artista. Veamos quién gana, si la mujer o la artista. De momento lo que usted necesita es convertirse en mujer.

Fue para mí el momento más jubiloso del análisis. También cuando sentí o adiviné al Rank hombre, detrás del analista, el hombre cálido, compasivo, adivinador, amable, expansivo. Detrás de su mirada, que al principio me pareció analítica, vi los ojos de un hombre que había conocido el dolor, grandes contrariedades, que entendía los más tenebrosos y profundos abismos, los más tristes.

Fue sólo un relámpago. Fue como si él también gozara del amable momento humano. Sabía él, quizá, que la mujer se desvanecería pronto, porque no había ninguna función para ella, que la función de la mujer es vivir para un hombre y que eso me estaba negado; que vivir fragmentada entre tres hombres era la negación de la mujer. Y que yo sería arrastrada de nuevo al arte.

Cuando escribo noto que me faltan los acordes. Para mí, las aventuras de la mente, cada inflexión del pensamiento, cada movimiento, matiz o descubrimiento es una fuente inagotable de júbilo.

Rank tiene la virtud mental del salto. Es apasionante ver cómo me arrincona, cómo me ataca y cómo agranda los problemas, como un creador que está allí para añadir, inventar, multiplicar y expansionar y no para analizar hasta la nada. No arrasa el terreno con el análisis; explora y se adentra rápidamente en la vida, la ilumina, en parte porque no busca una conclusión definitiva y estática. No trabaja para una determinada finalidad de juicio, sino que provoca, despierta, estimula, enriquece. Lo veo como el hombre de los ojos siempre muy abiertos. «Lo ve, lo ve, ¿eh? Y hay más…». Siempre hay más. Es inagotable. Cuando se encoge de hombros sé que ha descartado lo no esencial. Tiene el sentido de lo esencial, lo vital. Su mente siempre está concentrada; su comprensión nunca titubea. Expansión. Jocunda fertilidad de ideas. La virtud de elevar el incidente a su destino, de hacer que la corriente vital fluya.

Todavía me pregunto si no es la presencia del Rank hombre la que imparte la sabiduría que ofrece. Me cuesta trabajo retener las frases exactas. Su presencia, su ser, transmite toda clase de sutiles enseñanzas. Derrota al pasado y a su obsesiva y apretada garra, más por su entusiasmo, su interés y productividad, su exploración de ideas nuevas, su lucha contra los convencionalismos, que por una simple afirmación. ¡Es su vivacidad la que entona los cantos funerales! Sugiere vastos y fugaces panoramas: el cósmico, el colectivo, el no egoísta. (Por cierto, es un hombre sumamente individualista que no es egoísta).

Lo más sobresaliente es el don de Rank para extraer la esencia —la quintaesencia— del pensamiento. De sus libros podrían hacerse cientos. Con todo, lamenta no haber escrito una novela, ¡una novela que fuera sólo material destilado, disuelto, inflamado!

Seduje al mundo con un rostro cargado de tristeza, con un libro cargado de pesares. Y ahora me preparo para abandonar esa tristeza, ese pesar. Voy a salir de la cueva de mis libros protectores. Salgo sin mi libro. Me mantengo de pie sin muletas. Sin mi lástima enorme y difusa por los demás, y en la cual veía proyectadas las sombras de una mayor lástima por mí misma. Ya no siento más lástima, lo cual significa que ya no necesito recibirla.

Esta noche pienso en un autorretrato que aparte a mi yo de la disolución. Pero no estoy interesada en esto, o quizá mi yo ha sobrepasado la resurrección. Estoy gastada, desperdiciada, perdida, dada, vacía.

1 de febrero de 1934

—Realmente, Lawrence me importa un pito —dice Henry—. Soy yo quien busca su sitio, quien se explica.

Está instalado en la habitación aterciopelada, alfombrada y cómoda del 26 de la Rue des Marronniers.

Me siento a la máquina, escribiendo al dictado para ayudar a Henry a que clasifique sus citas. Examiné con él el orden del libro [sobre Lawrence]. Deja que pruebe mi clasificación. Me pregunta: «¿Queda bien?».

Estos días, juntos, cuando estoy absorbida por Henry, están bien. Pero, cuando nos separamos, siento que otras cosas me empujan a alejarme, y eso me duele. Las exigencias de Hugh, la vida de Hugh, la casa, los criados, la familia, Padre.

Una letanía de cansancios.

La pérdida del yo.

Fue Rank quien me divorció, quien me aisló. Rank preguntó: «¿Es mayor su amor por Henry que el deseo de escapar de su Padre, en busca de lo opuesto, alejándose de él? Mire su relación objetivamente».

No hay ninguna objetividad. Sólo instinto.

Ciego instinto.

Me alejo de Hugh. Me alejo de Padre. Nunca de Henry. Oscilo, pero no me alejo, nunca.

He cambiado. Nada a mi alrededor ha cambiado. Soy más mujer. Y, desde entonces, así he permanecido.

Objetos. Casa. Comida. Belleza. Personas. Seres humanos.

Por encima de todo esto hay hombres que discuten, hablan, hablan y hablan. Creo que estoy furiosa como mujer. No mejor que June o Frieda.

Todo el daño tiene su origen en mí. Envío a Hugh a Allendy. Hugh envía a sus hermanas. Envío a Hugh sabiendo que Allendy me ama. Envío a las hermanas de Hugh sabiendo que sabrán que Allendy me amaba, que en todas partes se enfrentarán a mis triunfos.

No me estoy denigrando, sólo trato de aproximarme a la verdad. Pero siempre hay dos verdades. He intentado que Hugh se libere de mí (para irme con Henry), liberarlo del amor de sus hermanas, liberarme de mi sometimiento a Padre.

Lo que hice fue conquistar y derrotar a Allendy, despertar el odio de las hermanas, caer en brazos de mi Padre, inclinar más que nunca a Hugh hacia mí, porque me eligió por segunda vez en contra de su familia.

4 de febrero de 1934

Sentada entre Hugh y Donald Killgoer*, que cree en mí implícitamente, y escuchando lo que piensan (de la traición de Elsie a Donald), viendo su furia, su odio, su humillación, y, sabiendo que yo he hecho cosas cien veces más terribles y más inteligentes, más nobles y más tremendas, todo en mucha mayor escala, siento ganas de reír. Si, de pronto, confesara todo, Hugh se retorcería las manos, como hizo Donald, hasta restallarle los huesos, y desvariaría, como Donald, me maldeciría y querría matarme, como Donald quería matar a Elsie, diciendo: «Si me hubiera dicho la verdad. Son sus mentiras lo que no puedo resistir, sus mentiras y supercherías».

Trabajo en tres historias al mismo tiempo. Cada día, en les Marronniers, escribo unas cuantas páginas de la novela de Henry-June, la versión final [«Djuna»]. Y en un estado de locura, de nervios, obsesionada, escribo «Alraune», añadiendo páginas enfermizas y monstruosas. Siempre que vuelvo de casa de Padre, escribo unas pocas páginas de «El Doble», una historia que Rank alimentó e inspiró con su clarividencia del drama.[31] Esta noche, después de visitar a mi Padre, he añadido dos páginas basadas en mi incredulidad, en mi falta de fe en su pretendida fidelidad, porque lo juzgo por mí misma. Mi Doble no puede engañarme.

5 de febrero de 1934

Sentada aquí, esperando a Louise, después de trabajar cuatro horas con Henry en el esquema de su libro. Dije: «¡Traza un esquema!». Soy ágil y siempre sé lo que hay que arrojar por la borda para no sobrecargar nuestras alas. Pero no se fía de mí como hombre porque no tengo el conocimiento visible. Aun así, veo, sé, y siempre alcanzamos hermosas alturas, luchando con la inmensa cantidad de ramificaciones, expansiones y distensiones.

Consigo la serenidad por agotamiento. Inercia del agotamiento. Bien. Me tumbo de espaldas y espero a que llamen a la puerta mientras escucho El pájaro de fuego. Olvido los detalles del drama de Donald porque es parecido al de Lawrence y Frieda, al de Henry y June, al de Padre y Madre. Y Donald, sin duda, terminará casándose con su verdugo. Me invade el distanciamiento de la madurez. Padre y su hambre de coño, como representando en la vida en lugar de vivir. Bah, eso es poca cosa. Busco el material real de la vida. El drama profundo.

6 de febrero de 1934

Seis horas de trabajo con Henry. Pensando con él, vigilando su actividad. Y encuentra tiempo y calor para las caricias.

Es tan hermoso el gran árbol del esquema. Henry, con un suave quimono de lana azul, pensando, fumando, hablando. Yo, sobre un cojín en el suelo, tomando notas, absorbiendo, aprendiendo, mirando cómo Henry devora a Lawrence con el fin de ofrecer algo que los demás solo han rozado levemente. La mente de Henry, extrañamente plástica, imitativa, femenina. El genio es sensibilidad. Y el genio tiene un alma traicionera. Espero eso. En el fondo de mis alegrías hay siempre miedo, miedo a su inevitable crueldad.

Aquel periodo en la Rue des Marronniers sigue siendo una especie de prueba. Rank se quedó con mi diario el 8 de noviembre. La mudanza me tuvo ocupada al principio, pero, una vez instalada, necesitaba cada noche mi diario como se necesita el opio. No quería nada, salvo el diario, para descansar en él, como en el seno materno. Pero también quería salvarme. Así que me esforcé y luché. Y me puse delante de la máquina y escribí.

Una lucha intensa.

Aproximadamente un mes más tarde, empecé el retrato de Rank en un volumen del diario, y Rank creyó que no era el diario lo que había resucitado, sino, todo lo más, un cuaderno de notas. La diferencia es sutil y difícil de captar. Pero la percibí. Consiste sobre todo en no alimentar la planta neurótica.

Inicié mi vida en Les Marronniers. Trabajo. Gente. Ninguna comunicación con el yo. Y ahora ni siquiera Rank. Esto sólo pude conseguirlo reencontrándome a mí misma, perdida en mi Padre.

De hecho, mi conexión con Padre terminó en Evaux. Tuve un presentimiento de esta separación cuando lloré más de lo justificado por un mes de separación. Lo sabía.

Cuando nos encontramos en Louveciennes había malestar entre nosotros. Los dos fingimos (ambos con la misma naturaleza, engaño, amabilidad). Padre dijo que era el terror a ser sorprendido. Yo dije que era el ver de nuevo a Maruca cada día. Rank dijo que era la culpa.

Pero ¿cómo separarme de Padre sin hacerle daño?

Yo quería conseguir, a mi manera, que Padre admitiera poco a poco el malestar y señalarle poco a poco la posible causa. Pero es un embustero con una larga experiencia. Ni siquiera es sincero consigo mismo. Simplemente quedó en verse conmigo, en junio, en Evaux.

Le hice la escenita del «Tú no me amas», pura costumbre. Padre contestó con su habitual manera elocuente, con una escena de su propia condición impulsiva: «Tú no me amas, no me abandones». Lloramos, nos besamos, y desde entonces no he sentido ningún remordimiento o estremecimiento, ni siquiera celos. Una especie de fatalismo. Acabó el acoso del dolor, la culpa o la confusión. Me doy cuenta de todas nuestras diferencias y, en cuanto a las semejanzas, me sirven para hacer literatura. Me siento dura por dentro, porque Padre es menos honesto que yo en el análisis final, y es vano. ¡Vano y comediante!

En mi historia «El Doble», la tragedia se atenúa y el amor casi desaparece. Indiferencia ahora. La profunda desilusión, realmente, de que no es el hombre entre los hombres. Pero no puedo seguir un camino intermedio: o lo amo o lo odio. Ahora sólo lo odio.

Después de pasar la tarde con Henry, voy a casa a cenar con Hugh, Eduardo, Thomas (la «esposa» de Eduardo) y Donald. Y empiezo una viva descripción de mi tarde en casa de los Lowenfels: La tripa de la señora Lowenfels (el niño nacerá dentro de un mes), los seis gatos, la pregunta de la pequeña al padre y la intervención de Henry («Primero tienes que aclarar tus palabras»), el desorden, la charla alocada (entresacada de la tenida esta tarde), y divierto a todo el grupo con la viveza de mi descripción. (Lo del embarazo y la anécdota de la niña tranquilizan a Hugh).

He inventado también que Caresse Crosby*, la editora, tiene una casa en Fontenay-aux-Roses, donde me invita a menudo a pasar la noche y donde puedo ir cada vez que Hugh se ausenta, porque allí puedo trabajar. Y digo que no tiene teléfono (para que Hugh no pueda localizarme). Esto me permite, de vez en cuando, quedarme toda la noche con Henry.

Durante el almuerzo, para divertir a Padre, describo esta casa como la vida que quisiera llevar en Louveciennes (Caresse Crosby sería la mujer que yo quiero ser, ¡una viuda rica y editora!). Allí la gente trabaja todo el día y sólo se reúne por la noche, para la cena. Luego leemos lo que hemos escrito y lo que planeamos escribir y nos criticamos mutuamente.

Vivo arropada por mentiras que no penetran en mi alma. No estoy pervertida por mis mentiras como le ocurre a Padre. Mis mentiras son como vestidos. Mi alma permanece intacta; la concha del misterio puede quebrarse y surgir de nuevo al día siguiente. Pero siempre puedo ver la cara de mis actos al despertarme cada mañana.

En junio estoy dispuesta a revelar la verdad a mi Padre: «Somos demasiado viejos y sabios para seguir fingiendo. Gocemos de nuestra madurez y no seamos románticos. Seguirás siendo un donjuán hasta que mueras, porque a ti te gusta la espuma de la conquista. Estás hecho para lo transitorio, no para lo absoluto. Entre nosotros sólo hay narcisismo, y yo ya lo he superado. Hagámonos el favor de no mentirnos mutuamente».

Pero sé que no tiene el mismo coraje que yo. Necesita admirarse. Y esto yo ya lo he superado.

Noche de histeria en les Marronniers.

Elegir entre quedarme en medio de la habitación y romper a llorar histéricamente, o escribir. La sensación de que, para abandonar mi ceguera, voy a declararme en rebeldía furiosa y salvaje contra mi vida, contra la dominación que en ella ejerce la ternura de Hugh, la dominación de mi Padre, mi deseo de ser una artista libre con Henry, mi miedo a no ser físicamente fuerte para serlo, mi deseo de enloquecer. Miedo a la furia de mi fiebre y desesperación, a mi excesiva melancolía. Miedo a volverme loca. Entonces me siento ante la máquina de escribir y me digo: Escribe, mujer débil; escribe, mujer loca, saca afuera tus miserias, tus entrañas, vierte afuera lo que te atasca, grita obscenamente. Qué es la rebelión sino una forma negativa de vivir. Crucifica a tu Padre. Y es la mujer maldita que llevo dentro la causante de la locura, la mujer con su amante, su dedicación y sus cadenas. Oh, ser libre, ser masculina, puramente artista. Ocuparse sólo del arte.

Carta al Dr. Rank: Además de estar en deuda con usted por mi nueva vida, le debo mi enorme inspiración. Nunca seré capaz de decirle con qué intensidad he advertido y admirado la sutileza y prontitud de sus percepciones, su penetración y sapiencia, la profundidad de su simpatía. Le estoy hondamente agradecida. Y anoche usted triunfó plenamente. Tuve el diario en mi mano y no escribí en él, ni voy a hacerlo nunca. He puesto toda mi confianza en usted.

14 de febrero de 1934

Padre ha invitado a almorzar a Henry. Encuentro interesante. Padre sin naturalidad y Henry lleno de placeres naturales, de respeto, de humildad. Cuando llega, Padre le dice: «He aquí el monstruo, el fenómeno que ha creado Anaïs». Henry se sirve el postre en el tazón de lavarse los dedos, lo cual divierte a Maruca. Henry está emocionado por la casa, por los archivos de Padre y su laboriosidad. Desea una casa así, una vida organizada.

El mundo de los sueños se está convirtiendo en mi especialidad. Ahora Henry ha reunido todos los suyos y los está reescribiendo, los transforma, extendiéndolos como una conclusión de Primavera negra, recapitulando los temas del libro. Estuve atenta a los momentos en que salía del sueño.

Carta al Dr. Rank: Quiero confesarle algo: Cuando dije que estaba segura de que usted no iba a abandonarme, no era seguridad como usted piensa. Era porque mi esposo me ha enseñado que existen grandes afinidades entre su horóscopo y el mío. Por eso, hoy, cuando usted me dijo con tanta indiferencia que le dejara una nota con mi nueva dirección, me dio pena. Pensé: ¡Quizá he puesto demasiada fe en la astrología! Por favor, avíseme cuando se encuentre bien. Me gustaría serle útil, de la misma forma en que usted lo fue para mí. El jueves estaré en la avenida Victor Hugo, 49. Pero le telefonearé antes para saber cómo se encuentra. Con mis mejores deseos.

Como me doy cuenta del fervor con que me pierdo en los seres que amo, me esfuerzo en distinguir entre mí misma y Henry, en desenmarañar su trabajo del mío cuando se confunden. Debo salvar mi individualidad. El amor devora a la artista. ¿Es una buena señal?

Rebelión de la mujer artista, quien, porque comprende el trabajo del hombre y exige menos que nadie, no es tratada como mujer. La mujer primitiva, que exige toda la vida del hombre y que aborrece su trabajo, obtiene todo lo que quiere. Yo tengo el amor de los egoístas porque encajo en los esquemas de sus creaciones. Y ya estoy cansada de amor egoísta. Cansada. Muerta de cansancio. No pido que el hombre renuncie por mí a su trabajo. Participo del trabajo, lo alimento, lo apoyo, pero, mientras menos exijo, más se me trata como a un compañero de trabajo. Y ya he tenido demasiado de eso. He hecho mi papel maravillosamente. Soy siempre la mujer a quien acuden los hombres cuando están hartos de la mujer primitiva. Pero esta mujer primitiva que había gritado, protestado furiosamente y exigido lo que le era debido, que destruía el trabajo y lo despreciaba, esta mujer ha sido la que ha conseguido la mejor parte de la vida de los hombres. Yo los tengo cuando desean crear, cuando necesitan paz y comprensión, y estoy cansada de mi hermoso papel. Me adulan y me alaban porque no soy encombrante, porque encajo en su nuevo esquema. Y me privan de la mujer que hay en mí.

Sueño: Llego al apartamento que hemos decidido alquilar en la avenida Victor Hugo y empiezo a instalarme. Teresa* [la criada] está lavando en la cocina. Voy al dormitorio, entro y veo a un hombre durmiendo en la cama. Estoy muy sorprendida. Me voy de puntillas para no despertarlo. Voy a la cocina. Luego vienen dos hombres y se excusan porque no han abandonado el apartamento y dicen que lo harán ahora, y yo, muy amablemente, les digo que está bien, que no necesitan darse prisa. Son muy galantes conmigo, pero no los conozco. Uno de ellos se parece a Rank. Me gustaría invitarlos a que se queden, pero temo a lo que pueda decir Hugh. Miro afuera y veo que la casa está construida sobre un río. Delante hay un bello sendero de losas, bordeado de flores, pero está debajo del agua, cuesta abajo y no puedo caminar por él. Me dicen que el nivel del río ha subido un poco y ha cubierto el paseo, que veo transparente y muy poético bajo el agua. Luego voy al estudio y miro por la ventana. Miro los cimientos de la casa y veo que son muy sólidos, aunque el río corre por ellos. Cada hora o así la casa gira sobre sus cimientos, como el solárium de Aix-les-Bains, para seguir el sol. Contemplo las maniobras y me pregunto cómo es posible hacer esto tan ingeniosamente en un río lleno de barcas y de bañistas. Mi Padre, muy amoroso, está sentado conmigo en el sofá, justo delante de mi Madre. Veo que están empezando a reconciliarse. Se escriben mensajes en un bloc. Pero lo que escriben son nombres de personas de cuya lealtad dudan. Madre anota nombres y Padre niega con la cabeza. Luego es él quien escribe los nombres y Madre parece como si supiera que él está equivocado en cuanto a la lealtad de aquellas personas. Madre escribe la palabra Alazabel, y Padre dice que no. Me pregunto cuándo van a empezar a reñir, pero no lo hacen. Padre suda, es muy natural, tan natural como Henry, y eso me sorprende. Hay muchos gatos alrededor, y el perro, Banco. Quiero sacar a los gatos, pero le tienen miedo al agua. Pienso que es maravilloso que yo no sienta ahora miedo de vivir en una casa sobre el agua, con los diarios y todo lo demás, cuando antes me hubiera importado.

Asociación: Alazabel es el nombre de un miembro del cuarteto Aguilar, que son amigos de Padre. La casa sobre el agua se parece al castillo que vi en Turena, construido en medio de un río, lo cual me inquietó cuando lo vi. Imaginaba que podían arrastrarlo las aguas. Los gatos y el perro de casa, que acostumbraba a temer que se subieran sobre mí. Ayer planeaba invitar a Don a quedarse con nosotros, para disminuir los gastos del apartamento y porque es joven y está solo.

Rue des Marronniers. Habitación al patio. Música intermitente de un fonógrafo abajo, que toca Please, y del conservatorio. La mujer de la habitación de al lado se suena la nariz y suena como una trompeta. Una máquina de escribir grande. El mapa de Henry en el tablero de dibujo de «World of Lawrence». Libro de Jung, Sumner sobre modos populares, La montaña mágica de Thomas Mann, el abrecartas de Padre, el archivo con las trescientas fichas que hemos rellenado juntos, Henry y yo. El despertador de Henry. Cuando está de humor sociable, trabaja en mi habitación y duerme conmigo. Cuando se siente independiente, duerme en su habitación y se va al café después de medianoche, cuando yo empiezo a dormirme. No bebe. Cuida de su salud y se adapta a un ritmo más lento. Habla consigo mismo y escribe. Es ilógico y contradictorio. Pero todas las cosas pequeñas se pierden en la amplia expansión de nuestra vida en común. Todo se agranda en un fino y amplio movimiento, en curvas y ritmos. Hay una continuidad y una intensidad mágicas. Es la vida intensa que casi todo el mundo busca en vano. Todo lo demás es pequeño, fragmentado, superficial (Henry dice eso). En esta grandiosidad se pierden mis temores pequeños, mis rabietas, los pequeños problemas, las contrariedades. Puedo llevar esta vida aumentada y la doy a mi yo aumentado.

4 de marzo de 1934

Fui a ver a Hugh, que me recibió como a una amante nueva y preciosa. Llegamos a una importante decisión: conservar Louveciennes y vivir allí de abril a octubre, y luego cerrar la casa para vivir en París desde octubre a abril.

El miedo de perder Louveciennes me había atormentado. Louveciennes, el símbolo de la creatividad en vida. Hogar. La base para la creación y la vida. Un foyer. Sueño de vivir allí con Henry y de atraer allí a todo el mundo. Sueños que estoy resuelta a llevar a cabo.

6 de marzo de 1934

Terminé la novela. Sólo necesita unos pequeños retoques y las correcciones de Henry. De mil páginas del diario ha salido una novela corta. Mucho del diario queda eliminado por el arte. Vamos a ver en qué se convierte «El Doble», que es la experiencia que sigue al episodio de Henry-y-June. Es más breve en el diario y más extenso en literatura. Allons voir.

Richard Osborn escribe a Henry: El otro día fui al cine y vi a Kay Francis en Mandalay, y me pareció igual que Anaïs: alta, lánguida y bella, con ojos sorprendidos y un alma intensa y apasionada, voz fina y ceceante, directa, tímida, pero sutil; la clase de mujer que, cuando un hombre parece que tiene fuera las entrañas, puede volver a ponerlas en su sitio.

Henry y yo hemos creado un mundo, pero nadie más, salvo Rank, tiene sitio en él. Henry está harto de Lowenfels, harto de todos. Cuando lo conocí, no le importaba si un amigo no encajaba en su mundo, del cual era menos consciente. Aún no había nacido.

8 de marzo de 1934

Me vengo abajo con las críticas. Soy tan cobarde que no puedo soportarlas. Pienso entonces que Henry está defraudado y que mi libro no vale nada. Pierdo la confianza en mí misma. Sólo siento un terror inmenso, una desmoralización completa. Mi mayor debilidad. Diablos.

Al día siguiente me deshago de todo el libro y trazo un plan diferente. Tengo ganas de quitarme de encima este libro. Me está devorando.

11 de marzo de 1934

He hecho un gran cambio. Un cambio atrevido. Me he inventado toda una escena con Henry, a la que llamo «el fracaso del narcisismo».

12 de marzo de 1934

Aparición de la tigresa. En el camino a casa de Padre sabía que iba a explotar y que no dejaría que se fuera a España sin informarle de que lo había abandonado —para adelantarme a él—, para reírme de su estúpida caza de coños, para hacerle sufrir antes de que él me lo hiciera a mí.

Los dos tigres. Le di los billetes de tren que había encargado a Hugh y le dije: «No se los enseñes a Maruca, porque el agente de viajes escribe aquí que no hay compartimientos para dos en este tren».

El dolor de todo esto me tiene sin cuidado. Sólo pienso en el libro que quiero escribir, el libro más difícil y más terrible. En lugar de escribir en el diario, me apresuro a añadir cuatro páginas con nuestra conversación, fría y exactamente. Anoto con frialdad todo. Sin que me importe. Me siento aquí y pongo la radio: jazz. Muy dentro de mí, me importa, pero no quiero que me importe. Quiero ahogar la lástima. Me siento dura y llena de crueldad. De una inmensa crueldad. Quiero telefonear a Padre, que oiga el jazz, y decirle: «Aquí estoy. He estado viviendo con Henry a pocas manzanas de tu casa. Delante de tus propias narices». Delante de las narices de Allendy. Delante de las narices de todo el mundo. Ahora me he convertido en una tigresa. Haré sufrir a los hombres. Escribo, pues, mi libro, observándolo todo. Sin desperdiciar emociones. Sin neurosis. Arte. ¡Dureza, impersonalidad! Quiero escribir el libro sobre el incesto más infame, más duro y más real.

Puedo ver ahora con claridad el monstruo que llevo dentro. Hay demasiada dulzura en la novela de June-Henry. No hay en ella el suficiente espíritu demoníaco de traición que me empuja. La crueldad es necesaria.

Pero ahora la mía aparece como un rayo. La descargo por sorpresa sobre la gente. Sin que nada los advierta. Volcanes. Nada advirtió a mi Padre del golpe de hoy. Pensó que yo era más terrible de lo que él nunca ha sido, pero sé que no es así. También él es un tigre. Su sensibilidad y sus lágrimas, sólo debilidad. Como la mía.

Autoafirmación, injusta, cruel, necesaria. Debo ser sincera conmigo misma. Hay una salvaje dentro de mí, una mujer primitiva. Una salvaje. Nada de compasión. Tengo que estallar. No me importa que Padre se ponga enfermo. Se pone enfermo para inspirar compasión. Trabaja hasta el agotamiento para la gloria, la vanidad, los títulos, para ser admirado; no para proteger a Maruca o para pagar su paso por la vida, porque, si fuera así, podría prescindir del peluquero en casa, de las visitas del médico a domicilio, del Chrysler, de las grandes propinas, mientras Maruca se priva de todo. Trabaja, oh, tan duramente, para viajar a todo lujo en Pullman, para alojarse en el Ritz. Asqueroso. Su vida no tiene sentido ni orientación profunda. Sólo forma, demostración, estilo, fachada.

Cómo le reprocho todo esto a Padre. Amargamente. Directamente. Cruelmente.

16 de marzo de 1934

Batalla ganada únicamente por mí. Parto final. Nacimiento de la diferencia entre Padre y yo, nacimiento, por lo tanto, de mi propia individualidad aislada. Padre me ha fallado. Cuando, después de nuestra escena, se puso enfermo, cuando me dejó ir a verlo por compasión, cuando dijo con aire teatral y trágico: «Delante de Maruca deseo demostrar que pedí un compartimiento doble», dejó de lado lo que había entre nosotros. No supo ver todo lo demás. Se refugió en la imagen que Maruca se ha formado de él, un hombre fiel, sencillo, honrado y sincero. Delante de ella, me dijo: «¡Lo que me duele es que me hayas llamado embustero!». Delante de Maruca, cuando él sabe que lo es. El ángel suave e inocente.

Pero yo estaba agotada por mi lucha. Desesperada, frustrada y sin esperanzas, empecé a sollozar histéricamente —deseaba irme— de pie, delante de una ventana abierta, necesitada de aire. Entonces vino el ser pueril, llorando débilmente, con la voz gimoteante y femenina que tanto detesto. Y nos reconciliamos. Me di por vencida; lloré. Nos reconciliábamos mientras me despedía de toda esperanza, de mi deseo de una relación absolutamente honesta. Quiere mentiras amables. Es débil y pueril. Habla otro lenguaje. Yo había intentado encontrar un igual y sólo encontré diferencias.

Estoy resignada, cansada, distanciada. Cansada de todo. He estado enferma y febril. La vida no tiene sabor. Sólo el sabor de la desilusión. No puedo saborear a Henry, ni esta casa, ni mi trabajo. Henry, también, es como la arena. Nada para construir. En ninguna parte, en ninguna parte podré construir una relación humana fuerte. Henry es un vagabundo, no un esposo. No se puede construir con él. Es «traidor hasta la médula». Debe serlo.

En consecuencia, el diario, el yo, la soledad, la singularidad. Al infierno con las relaciones humanas.

Mientras escribo mi novela, veo con alegría que es una avenida de escape de todos ellos. Escape. Huida.

La escena siempre encaja en el mismo modelo, el modelo de mi destino. Hago que parezca que sufro mi carencia de amor. El hecho de que yo sea quien engañe, quien traicione, nunca se me ocurre. Estoy fundida en un molde para recibir dolor, no puedo escapar a eso. Pero yo puedo causar dolor. Sólo con que revelara todo a Hugh, a mi Padre o a Henry. Pero no siento la tentación de hacerlo.

¡Rank! Echo mucho en falta a Rank. Es tan amable, tan comprensivo, tan sólido, tan serio.

27 de marzo de 1934

Envejecida, un poco fatigada, un poco irónica. Desinflamiento. Vaciada en la novela, y ya sé que no estoy satisfecha y que voy a escribir un libro mejor. Sintiendo que hay menos Dios en el hombre de lo que había creído; la necesidad de un dios no humano, de autodependencia. Sin embargo, no puedo acostarme con personajes no mitológicos como Don. Cuando dejo que se vaya a Milán sin darle lo que quería, este muchacho hermoso y magnético sabía que sólo podían poseerme las bestias mitológicas, los artistas, los magos, los poetas.

Ahora que sé que no habrá nada profundo entre Padre y yo, estoy hastiada de toda la vida. Parece que he llegado a un alto en el camino. La única avenida es el arte. Libros y más libros. Pero nada de introspección.

Sueño: Joaquín, o Hugh, se cae del caballo. Me lo traen cortado en pedazos en una bandeja de plata. Es un pollo. Miro las patas, la cabeza, las alas, todo a pedazos y digo: «No es posible que haya muerto». Se llevan la bandeja.

Alguien dice: «Aún respira».

Sueño: Rank y yo escuchamos un fonógrafo. De pronto, Rank coge la rueda de la aguja y la lleva sobre el disco, empujando, arañándolo, y yo admiro su fuerza. Dice: «Así sonará mejor la música». Dejo que me haga el amor y me siento muy feliz. Pero, súbitamente, me retiro y me miro en un espejo: tengo barba.

Interpretación de Eduardo: El disco es como el destino, girando fatalmente. Rank interfiere en el destino y, como un dios, lo modifica. Luego quiero someterme a él. Pero veo que soy un hombre. Deseo ser hombre para obrar como él.

Notas: Henry habla de que cada vez tiene menos cosas buenas para mí.

Sentimiento compasivo para Madre. Me convierto en mujer, en individuo y, luego, en amiga de mis padres, no hija. Comprensión de Madre, compasión, simpatía. Porque ahora estoy distanciada. Ya no necesito luchar por mi independencia. Amistad.

Amistad con Eduardo.

Discusiones con Henry por su sentido crítico. Peleo, pero razonablemente. Siempre llegamos a alguna parte y ¡siempre tiene razón!

Siento menos amor por Henry. ¿O es madurez? Me importa menos. Lo contemplo con un poco de ironía, con algo de tristeza. Estoy tremendamente triste, hasta el fondo. Distanciada. Hastiada. Pasiva. Indiferente.

Ya tengo en la cabeza el otro libro. Lo titularé Don Juan y su hija.

Todas las palabras de queja a causa de la salud. La salud, por supuesto, la hija de puta, siempre me falla. Mal humor; color amarillo; ningún sabor me atrae.

28 de marzo de 1934

Fecha importante: Henry y yo volvemos a nuestro plan original, ser nuestros propios editores. El plan que hicimos en el jardín de Louveciennes.

Kahane* ha fallado, tanto en el negocio como en su lealtad y confianza con Henry. Bradley ha llamado a Henry poète maudit y ha dejado de sentir interés por él.

En lugar de verlo otra vez frustrado (y no será una vez, porque cada libro que escriba le presentará el mismo problema), voy a romperme el cuello y a conseguir que publique. Él y yo, solos, contra el mundo. Lowenfels, que es otro escritor con los ojos puestos en mí como fuente fructífera, tiene que ser eliminado. El instinto de Henry, también, recela de Lowenfels. Y, sobre todo, simbólicamente, tiene que permanecer solo. Pero yo haré todo el camino con él. En el fondo, necesita independencia. Y yo quiero dársela. Lo quiero libre y fuerte.

Una empresa íntima, dice él. Él y yo, uno. Bailamos juntos, gritamos, reímos. Nos sentimos tan libres. Y nos enfurecemos al ver que todo el mundo pone obstáculos, hace sufrir, con los ojos puestos tan sólo en la ganancia: dinero. Todos están preocupados por el dinero, el miedo a arriesgarse. Qué adecuado es que Henry y yo dirijamos el trabajo directamente.

Tan pronto como Henry se siente libre, recupera el coraje y la ambición.

Mi intuición siempre se extravía porque tengo celos de todas las mujeres. Imagino que cada mujer va a quitarme mis amores. ¡Todos mis amores! ¡En eso, soy tan ciega como un topo!

Domingo de Pascua. Louveciennes. Aterrizo en la realidad con mi habitual absolutismo y exageración. La casa. Sucia y descuidada. Empiezo a limpiarla de arriba abajo, desde el ático hasta el sótano. Terrenal y doméstica. Manos sucias y estropeadas. Pero cada armario, cada rincón, queda limpio. Alegría saludable y exuberancia. Nada de pensamientos. Comida. Orden. Organización. Clasificación. Cuidado. Trabajo con las manos. Tan orgullosa de mi casa como de lo que escribo. Dispuesta a mirar mi libro con nuevos ojos, para darle el toque final.

Me siento terriblemente disciplinada y aterrorizada por el efecto de mi autoafirmación. El amor por Hugh se vuelve odio. No puedo soportar su proximidad, sus derrotas, su deseo por mí. Necesito independencia.

Terminada la dulzura hipócrita. Terminada la adoración del hombre, de todos los hombres. Nunca más la mujer esclava.

Llena de fortaleza, como la fortaleza de mis manos magulladas.

15 de abril de 1934

Ahora sólo toco los puntos sobresalientes. El análisis se ha terminado y estoy desolada por no poder hablar ya con Rank. Lo echo en falta, echo en falta su intensidad, su vivacidad; me siento muy unida a él.

Lo invito inmediatamente a cenar aquí, junto con Henry. Una noche decepcionante, con la glacial y árida señora Rank, que corta las alas de todos. Pero Rank habló como en sus libros (una sinceridad característica entre su manera de hablar y escribir). Henry, como de costumbre, rompió la tensión y suavizó la atmósfera con su gozo por la comida.

Adoro a Henry más que nunca. Es el hombre que nunca abusa de su voluntad; no retuerce o fuerza las cosas, sino que se deja ir y sólo desea la creatividad (el tema de Rank de la volonté du bonheur). Volveré a retratar a Henry en mi próxima novela. Siempre Henry.

Necesito de nuevo el diario para comunicarme con la verdad. Sólo ocasionalmente. Me he entregado a la ilusión. Vivo encerrada en mi trabajo.

Preparo un viaje a Londres para ocuparme de los libros de Henry.

El 7 de abril, envié mi manuscrito a W. A. Bradley.

Muy poca introspección. Una vez al mes me vuelvo definitiva y completamente loca, pero conscientemente. Locamente sensible, locamente celosa y tan desesperada por la desilusión que ansío drogarme y beber. Pero me dejo arrastrar. Y una mañana me despierto cuerda, sin motivo aparente.

Mi casa es un orden edificante. He tirado todo el lastre, manuscritos, copias, cartas antiguas, para sentirme ligera y en posesión de poco.

Pobre Madre, con su amor oscuro e instintivo. Ha sufrido sola. No mi Padre. No es lo suficientemente completo para sufrir.

Hugh hizo el horóscopo de Rank antes de conocerlo. Absolutamente exacto.

Telegrama de Rebecca West*: «Encantada de su próxima visita. Sigue carta».

22 de abril de 1934

Los celos son definitivamente una enfermedad. Porque Maruca se siente atraída por Henry, imagino que Henry le corresponde. Me torturo y obsesiono un día y una noche. Voy a ver a Henry. Me recibe en la cama, esperando que me acueste con él. Dice que Maruca es boba. Y mis temores desaparecen inmediatamente.

Vuelvo a casa para una cena importante y paso toda la velada alegre y suavemente. En mitad de la cena, sonrío recordando las caricias de Henry.

Toda mi felicidad está en sus manos. Dependo completamente de él. Es terrible y hermoso y trágico.

Se ha mudado al centro de la ciudad, harto del aburrimiento de Auteuil.

Paso la noche en la fea habitación, que a él le gusta por su fealdad. Recorro con él las callejas sucias y mórbidas. Se duerme preguntándome: «¿Estás bien? ¿Estás calentita?». Apenas nos despertamos por la mañana, nos abrazamos apretadamente.

Desayuno con Henry en el café que hay enfrente del Métro Cadet, ¡donde me citaba con Allendy!

Voy sola a Londres, por Henry, pero así huyo también de Henry, porque quiero mantener viva en mí la necesaria independencia para conservarlo. ¡Nunca he sido tan valerosa o tan grande en ninguno de mis amores!

25 de abril de 1934

Camino de Londres. Camino de toda clase de comprensiones.

Antes de irme, asesto un golpe cruel a Padre, dejando que Maruca le informe de que intento separarme de Hugh para casarme con Henry. Le cuento a Maruca todo mi amor por Henry, porque sé que se lo dirá a Padre. Le escribí una vaga carta de despedida, hablando del fracaso de nuestro sueño.

También, antes de irme, me gano a Kahane con un maravilloso discurso, y va a publicar Trópico de Cáncer de Henry, pero, eso sí, yo he de pagar la impresión. Estuve pletórica de coraje, determinación y elocuencia.

En la cresta de mi coraje, visité a Sylvia Beach, a Anne Greene y a Rank. Rank me aplaudió. Dijo, refiriéndose a este viejo modelo según el cual todavía vivo, el modelo del dolor, que finalmente podría acabar con él mediante el libro sobre Padre.

Ahora me llevo bien con toda clase de gente y no pido más que una especie de chispa humana.

Ya no asusto a la gente ordinaria, pero, par contre, me asusto de mí misma, porque la única manera de abandonar mi papel de víctima es haciendo que los demás lo sean. Me veo usando y engañando a Hugh, tal como June engañaba a Henry. Me veo haciendo daño a mi Padre porque él me lo hace a mí.

Pero sigo adelante. No me detengo a juzgar. Subo al tren, simplemente porque estoy llena de planes visionarios para Henry y para mí. Debo buscar a un hombre llamado Cecil Wilson, que apareció en un sueño para servirme. He soñado el número de mi próximo billete de lotería, el 1912 N.

Maruca, el ángel, me odia. Despierto en ella sus malos instintos, el miedo y los celos.

Me siento en una silla plegable, en la segunda clase de la cubierta de popa, contemplada tiernamente por un joven marinero inglés, y escribo unos pocos titulares telegráficos para mi diario. Sueño que Rebecca West y yo vamos a amarnos.

Llevo en mi carpeta de música el «Autorretrato» de Henry (Primavera negra), y su manuscrito sobre Lawrence. Guardo el recuerdo de una despedida muy amorosa: la fea y hermosa habitación, su helada temperatura, pero la cama cálida, las manos cálidas y los celos de Henry por lo que será la «perpetua suavidad» de Londres.

Joaquín no puede leer mi novela a causa de sus celos por Henry. Maruca me dice que Padre está de un humor terrible; Hugh se me adhiere, lo mismo que Henry; Rank es tierno; soporto bien el recuerdo de Allendy; Eduardo está amarillo de celos: «No te pagaré el alquiler, Anaïs, porque no puedo resistir la idea de que mi dinero vaya a parar a Henry».

Tengo una tenia emocional. Nunca como bastante.

Bueno, pues ahí está Londres. Para devorarlo.