Diciembre de 1934

Mi barco batió la marca de velocidad en la travesía a Nueva York. Era de noche y no de mañana cuando llegué —cosa muy adecuada, porque ahora la noche es para mí el comienzo y la raíz de todos los días—. Tocaba una banda y los rascacielos parpadeaban con un millón de ojos aparentemente suspendidos en el aire oscuro. Y un hombre susurraba: «Escucha, dulzura, eres maravillosa, te quiero, escúchame, dulzura, te quiero. Dulzura, eres maravillosa. ¿No es grande, dulzura, llegar a Nueva York mientras hago el amor contigo? ¿Verdad que no me engañarás, que no me olvidarás, dulzura? Me gusta tu pelo, dulzura. Escúchame…».

—La música suena demasiado fuerte —dije—. Sólo puedo oír la música.

Pero buscaba a Otto Rank*, al otro; miraba las luces, la ciudad babilónica, los muelles, la gente, no la palabra «dulzura», sino la palabra «darling», unos ojos brillantes como el charol, con un amor más alto que los rascacielos, un amor incrustado de un millón de ojos, de ventanas y lenguas.

Sus ojos.

—¡Oh, darling!

Pero era un sueño. Estábamos envueltos en algodón, en hilos de seda, en telas de araña, en musgo, en niebla, en el mar, el sabor de una distancia que ha de aniquilarse.

Mi habitación. Que, dice él, ha sido su sala de espera. Las risas empiezan a florecer y a tintinear como una hucha llena de monedas. Las hemos ido ahorrando, céntimo a céntimo, para gastarlas hoy. Es lo que iba a ser la textura, el perfume y el color de nuestra alianza: el humor y una risa largo tiempo ahorrada.

Muy lentamente, con manos, lenguas y bocas, nos desenvolvimos y nos desanudamos, como regalos abiertos para ser vistos. Volvimos a darnos nacimiento el uno al otro, como cuerpos separados que gozan con la colisión. Ya no éramos los amantes de París, cuyas caricias no podían prolongarse indefinidamente en el espacio, sino la vida de todos los días, los movimientos y los actos de todos los días.

He encontrado a la persona con quien puedo representar mi papel, hacer realmente mi papel de mujer, representarlo todo con mi cabeza o mi cuerpo al ritmo de la sangre. No la representación de las ideas, donde el instinto se rebela contra la comprensión. Dice: «Tengo una idea». E inventa, crea —fantástica y mágicamente— la vida. Cada detalle de la vida.

No estoy sola haciendo retoques. Él salta, dirige, comprende. Es más hábil en la comprensión, más diestro en los detalles; puede ser criminal y detective, Huckleberry Finn y Tom Sawyer, Don Quijote, June y Louise*, o el Dr. Rank analizando en su extraña manera, la cual genera su propia entidad, nacida en nuestro amor.

Nuevos amantes. Con toda Nueva York apuntando hacia arriba, al júbilo, al clímax, a lo más intenso. Nueva York, el gigantesco y luminoso juguete de bisagras bien engrasadas. En nuestras manos, en sus manos nerviosas y rápidas. Tengo una idea y, con nuevo y repentino ritmo, empezamos a nadar: réplicas, respuestas, contestaciones, interacción… mi mundo compartido.

Conocía la identidad del sentimiento, pero no la identidad del pensamiento. El amor de lo entretejido, de la complejidad, por el amor del desenredo.

Me lee Huckleberry Finn. La liberación del negro, subrayando el espíritu aventurero. Lo absurdo en la literatura. Las adiciones, las complicaciones, lo tortuoso. Encontramos allí nuestro «escudo de armas», el espíritu del juego, las creaciones, las invenciones.

Una de las primeras cosas que me llevó a ver fue la «puerta mágica» [en la estación Pennsylvania]. Toda de metal, se abre cuando tu sombra la toca. Le gustó ver cómo me deslizaba a través de ella.

No he conocido nunca una alegría parecida. Vivo continuamente en la fantasía, aunque también en la realidad humana. Mis instintos se han apaciguado. No hay control, rebelión, disgusto ni conflicto. Y mi imaginación es libre. Soy yo misma. Su fe me da alas.

En un día claro y soleado me llevó al Empire State Building.

Para que fuera consciente de Nueva York, porque es nuestra ciudad y encaja con nuestro talante, y también para que la poseyera completamente. Sin intimidar, insolentemente amistosa, la complicidad de Nueva York propicia nuestros placeres y alegrías. Su acústica es buena para la risa.

El teatro. Era deficiente y empezamos a reelaborarlo de muchas maneras. Yo dije «escríbelo». Reescribimos las obras. Nos inventamos la obra. Y mencioné mi admiración por Ferdinand Bruckner. Coincidencia. Alguien ha escrito en un periódico de Viena que creía que Bruckner era el seudónimo de Rank. Por eso puse a Rank el apodo «el dramaturgo».

Nos sentamos impacientes ante el telón que se levantaba. Sólo ahora el mundo mágico no está detrás del telón. Se ha extendido en una vasta sinfonía: nuestras charlas, nuestras ideas, nuestro amor, su trabajo, en todos los niveles a la vez, como siempre he deseado vivir. Vivir en cada célula. Desplegando miles de identidades nuevas.

Broadway. Baño de electricidad. Sinfonía de celofán. Luminosa transparencia sobre todos los objetos. Textura irreal.

Desayuno en el lúgubre restaurante del hotel. Le digo lo más importante de las noticias del día. Es decir, yuxtaposiciones humorísticas en frases cortadas y dispuestas de un modo inesperado, con un efecto hilarante. Lo escribo en un papel y lo paso por debajo de la puerta mientras analiza a un paciente. Tan pronto como este se va, lo lee. Viene riendo a mi habitación.

Con él he descubierto la zona del humor, nacido de la conmoción del viaje. Un viaje es como lanzar los dados. Los días son aquí claros y soleados. Una siente que cada día es nuevo. La poesía del movimiento suave, no todos tus deseos se cumplen, no todas tus necesidades se adivinan y satisfacen.

No me atrevo a mirar a las personas demasiado de cerca. Parecen un poco deficientes. También son de celofán, una especie de perpetua mañana navideña. No lo sé. Estoy realmente enamorada de Él y de los edificios, granito, electricidad, 6400 ventanas, survoltage, presión, calles y multitudes. No escucho a los americanos. Juego con Él en la ciudad del mañana. ¡Una buena acústica para la risa!

Dije en una carta a Rank que no quería bailar; eso era actuar para el mundo. Prefería interpretar todos los papeles para él.

Empezamos en broma con «La secretaria». La secretaria no era tan buena al principio, a causa de la maldición severa de su Padre y su «Tu n’as pas l’esprit scientifique». Por eso temblaba, se agitaba y cometía errores provocados por el pánico. Pero cuando vio que había encabezado una carta con la fecha de la salida del barco, él no sólo lo encontró divertido, sino que se sintió complacido. Mi cabeza estaba evidentemente en nuestra propia historia. La secretaria estaba sorprendida, conmovida y mágicamente afectada por la risa, la tolerancia y la ternura de él. Es decir, que se convirtió en una buena secretaria. Al día siguiente se mostró fría y empleó vigorosamente su capacidad de orden y rapidez en el trabajo bajo la hábil orientación de él.

La secretaria dejó su trabajo a las seis. Una hora más tarde estábamos en el restaurante intercambiando las más asombrosas respuestas y réplicas. Es como las maravillosas charlas que una mantiene consigo misma lamentando luego que no resulten tan brillantes en público.

Oleadas y oleadas de humor e ironía.

El teatro.

Broadway. Bebidas cremosas. Harlem.

Sentarse bajo luces tenues con negros liberados.

Nunca imaginé que no supiera bailar. Nunca imaginé que el Dr. Rank hubiera llevado una vida tan seria y no hubiera bailado nunca. Pero no es el Dr. Rank. Es un hombrecito cuya sangre puede palpitar locamente.

—Baila conmigo.

Hago que olvide su miedo y su torpeza. Sólo bailo. Al principio está rígido, tropieza, está fuera de lugar, perdido. Pero al final de aquel primer baile empezó a bailar. Mágico. Y la alegría que le produce.

—Un mundo nuevo… oh, querida, me has introducido en un mundo completamente nuevo.

Me contagia su alegría. El primer paso de su baile con todo el sentido que yo le doy al baile. Y, alrededor de nosotros, los negros, salvajes, bailando salvajemente. Y él, moviéndose despacio, torpemente, como si aprendiera a andar.

No le di instrucciones. Bailé y él bailó conmigo. Le asombraba mi alegría. Yo quería bailar con los negros, libre y salvajemente, secretamente, pero esto era tan extraño, llevarlo a una libertad casi onírica de movimientos, después de que él me diera la libertad de moverme para vivir. Devolviéndole, a cambio de todo cuanto me había dado, el placer, la música y el olvido de sí mismo. Ningún pensamiento más. Ningún pensamiento más. Lo embriagué.

De vuelta a casa. Radio en el taxi. Más música. Risa en sus ojos. Gardenias en el ojal de su solapa y en mi estola de piel. Gardenias, orquídeas salvajes, violetas blancas de Georgia, papel de plata y alfileres de perlas falsas.

Una noche orgiástica. «Baile en la noche callada», dijo. «Amar como un baile». Salvaje abandono.

Se despierta a las cinco de la mañana, muy consciente; está tan excitado como yo lo estaba con Henry* [Miller], incapaz de dormir a causa del milagro. Despierta apasionado, rebosante de ideas. Yo tengo más ganas de dormir, estoy más relajada. Como si se hubiera disipado una cierta viveza. Gozo estando echada de espaldas, balanceándome, arrullada por la felicidad. Tengo la sensación de que me está dando el nuevo amor, grandioso y penetrante, que yo le di a Henry, el amor activo, el amor saltarín, incansable, muy despierto, en el cual yo descansaba como Henry descansaba en el mío. Sueño, duermo, recibo. Él está despierto, consciente, lleno de actividad, iniciativa e inspiración.

Harlem. Él no podía olvidarlo. Impaciente por volver. Soñaba con ello. Parecía como si nunca terminara el duro trabajo del día.

Trabaja en la habitación 905 [del hotel Adams], donde hay un salón y un dormitorio. Mi habitación está al lado de la suya y es como una sala de estar.

Pronto hablamos de la necesidad de que yo fuera a otro sitio. No quería otro ni quería fragmentarme otra vez. No. Pero no había otra solución. Volví a bromear sobre los dos cepillos de dientes. Resistí. Pero todo el tiempo pensaba que, si debía tener otra habitación, esta tenía que estar en el hotel Barbizon Plaza. Necesitaba ver el antiguo sitio con nuevos ojos, recordar a John* [Erskine] para asegurarme de que lo había olvidado. Rank me ayudó a tomar la decisión, en primer lugar por su carácter resuelto, pero también por la idea de que yo estuviera ocasionalmente en otro lugar que para él fuera nuevo, lejos de su despacho y del Dr. Rank. Busca escapar de ese papel tanto como yo trato de escapar de la señora de Hugh Guiler*.

Fuimos juntos y elegimos la habitación más pequeña, tan ancha como la longitud de la cama, con una mesa diminuta y un escritorio, todo de color marrón rojizo, muy parecido al interior de una maleta o de un joyero.

Me trasladé, parcialmente, lejos de Rank el lunes siguiente a mi llegada. Decidimos que me ayudara en los detalles de mis juegos engañosos, porque él puede ser más preciso y más realista y porque dice que la mujer que hay en mí siempre deja una pista, necesita que la descubran, que la dominen, necesita perder.

Ahora, al atardecer, estoy sola en esta habitación. Él tenía que asistir a una cena y no he querido salir con nadie más. Necesitaba mi diario porque, por primera vez, mi juego, el más hermoso de todos, se ha tornado en tragedia. Por error envié una carta para Hugh a Henry, y otra para Henry a Hugh.[1] (Con el deseo de hacerles saber, de escapar, diría después Rank). A la misma hora que yo recibía el telegrama de Henry diciendo: «Anaïs ten cuidado Hugh recibió primera carta con cheques en sobres cambiados olvida Bremen carta ahora OK». Rank ha escrito una nota entre dos análisis: «Se lo dice a todos, necesita que todos lo sepan. Secreto imposible».

Los días anteriores los pasamos en nuestro mundo maravilloso. Revistas musicales de Gilbert y Sullivan, el American Ballet, un día en el hotel de Hartford. Sus cartas, por la mañana temprano (sólo duermo en su cama los días de fiesta), se deslizan bajo la puerta con una rana pequeñita.

Cartas llenas del entendimiento espantoso de mi persona. Las guardo bajo llave en una especie de nicho de mi mesa, que tiene una puertecita. Eso es el castillo. Más tarde le añade un pingüino pequeño y una velita que ha robado de la casa de muñecas del Child Guidance Institut. (Quería traerme toda la casa. ¡Se la pidió al sorprendido director!).

En la obra de Gilbert y Sullivan, el soldado sufre un calambre cuando trata de interpretar el papel de un poeta. Ahora sé que eso nunca me sucederá mientras esté con él.

Salgo y le envío la miniatura de un jardín japonés, con una casita y un puente. Nuestro jardín. Como un adelanto de cuando vayamos a ver El Mikado. Con una invitación de «Anita Aguilera»[2] para que fuera a la habitación 703 del Barbizon Plaza, a las once, después de su conferencia. Envía una hermosa planta roja que esta noche extiende sus hojas mientras escucho blues en la radio.

Vino y se incorporó al espíritu teatral con su amor extraño y divino. Vino contando, como siempre, la magia realizada durante el día.

La noche en que vi la actuación del American Ballet: otra claudicación, otra abdicación. No puedo subir a un escenario, siempre a causa de un hombre. ¡Actuaciones individuales, no colectivas! Contemplé la danza con deleite, y con inquietud y desespero. Todo el arte, toda la danza, toda la imaginación entregada al amor, todo para amar, amar. Se volvía, giraba como un disco, y en el centro del escenario, como si no pudiera detenerse. La tocó otra mujer, la abrazó, y siguió girando. Rueda y tierra, estrellas y ciclos, girando, reloj y ruedas girando. Un hombre la abrazó y ella se detuvo. En ese momento me disolví en una tristeza inexplicable que Rank advirtió sin mirarme.

Al día siguiente le pregunté sobre su infancia. Y, de pronto, empezó a contarme historias interminables. Luego se interrumpió llorando: «Nadie me lo había preguntado antes. Todo el tiempo tengo que escuchar a los demás…». Habló del muchacho travieso y soñador, Huckleberry Finn. Su esposa sólo ha sido capaz de cuidar del chico enfermo, del mismo modo que Hugh cuidó de la niña enferma que hay en mí. Pero estábamos solos. No teníamos a nadie con quien jugar. El niño alegre, el niño con inventiva, el niño animoso y salvaje, estaba solo.

Aquella noche, en la habitación del hotel Hartford, descubrí definitivamente nuestra común identidad. Dice que pienso como él. Adivino lo que va a decir. Capto tan rápidamente los sentimientos, las emociones y, del mismo modo, el sentido del éxtasis, la extravagancia, la reacción rápida, la visión penetrante, la actitud ante el amor, la selectividad, lo imaginado, los papeles creados.

Cuanto más fantásticamente jugamos, más real se hace el amor. Y él toca todas las cosas con la magia del significado. Encontrar el significado no lo marchita como a otros. Y así conecta cuanto nos sucede con su análisis, sintetizando, creando, intercambiando, dando. Escribe sus conferencias en el tren. En la habitación del hotel escribió notas sobre «Vida y representación». Nos disfrazamos para eso, él con mi quimono de terciopelo, yo con su sombrero y el cigarro puro (el sombrero lo vimos una noche en Broadway, un sombrero de Huckleberry Finn, y enseguida lo compramos), para que él pudiera penetrar en los sentimientos y la psicología femenina. Me senté a la máquina de escribir y anoté mis propias ideas con la cinta roja.

3 de enero de 1935

Una sensibilidad y una intuición extraordinarias. No puedo ocultarle nada. Puede leer cada matiz de mis estados de ánimo. Llora con facilidad, ríe. Oh, estar tan vivo, estar vivo. Lloro y río. Es maravilloso.

La vida es una vorágine vertiginosa. Rank me conquista con su comprensión; con su imaginación, que es infinita. Con su mente intrincada y deslumbrante; con Huck, el Huck que hay escondido dentro del Dr. Rank —pecoso, hogareño, harapiento, payaso, tallado groseramente—. Luego, Henry, despertando lentamente a mis supercherías, reveladas en mis cartas equivocadas, y despertando a su pasión por mí, sufriendo, escribiendo demencialmente, telegrafiando, tratándome como trató a June. Me convierto en June y entonces su amor por mí es como fue su amor por June: pasión. Y siguen llegando las cartas enloquecidas, y los telegramas. Y Huck. Huck empieza a sufrir exactamente igual que yo sufría cuando me enamoré por primera vez de Henry, cuando aún estaba lleno de June y yo trataba de evitarlo, de ahorrarle mis confidencias, pero él no me evitaba. Pero no puedo engañar a Rank. Hablamos y hablamos. Sabe todo, excepto que mi amor por Henry no ha muerto del todo, no morirá. Sabe todo, salvo que las cartas de amor de Henry me conmueven. Una vida loca.

Se despierta pronto, a las seis. No puede dormir por el asombro que lo embarga, que a mí me hace más humana, más hambrienta, más dormilona, más natural. Se despierta a las seis y viene a mi habitación. Amo ese momento en que viene a mis brazos. Es entonces Huck, no el Dr. Rank, un Huck natural, espontáneo, impulsivo, con los ojos brillantes, que repite su eterno «Tengo una idea». La luminosidad, la conciencia despierta que yo tenía por Henry, que estaba dormido. Ahora me siento muerta de sueño. Río con las nuevas travesuras de Huck, con sus ideas, pero vuelvo a caer dormida. Es incansable y está alerta. Toma un baño. Siente como yo sentía cuando esperaba el despertar de Henry. También ha definido el sueño: «Hija de la naturaleza. Perteneces a la noche. He de hacer que renuncies a la noche». Un universo perpetuamente intensificado, embellecido. Creí de verdad que eran sus ronquidos los que me mantenían despierta y que para poder dormir tenía que alejarme y encontrar otra razón. Dije que estaba tan pendiente de él que no podía dormir. Temió que fuera su exceso de amor, su atención obsesiva, su adoración abrumadora. Pasamos una noche infame. Creía que yo lo esquivaba porque me amaba demasiado. Es cierto que había encontrado extraño y espantoso este no poder estar nunca sola, después de haberme quejado de mi soledad. Imposible la soledad con este conocimiento atento, agudo y sensible allí, todo tentáculos, todo adivinación.

Telegramas: «Amor eterno, Henry». Cartas: «Anaïs, telegrafíame inmediatamente que eres mi mujer, que no me traicionas, que vivirás conmigo, que estaremos juntos… Estoy desesperado. Dime algo que me tranquilice…». Telegrama a Henry: «Soy tu mujer siempre, Henry. Pronto estaremos juntos. Trabajo para nuestra libertad. Ten confianza en mí».

Huck y yo empezamos un borrador, desordenado y divertido. Huck me da una casita de madera. Imprimo en la puerta: Huck y Puck – No molesten. Le doy a Huck unas zapatillas nuevas y con lo que quería gastarse en una máquina de escribir nueva para mí, le compro una radiogramola. Nos regalamos sobre todo engaños. Engaños y contraengaños. Recortes de periódicos, del New Yorker, tarjetas postales del acuárium. Inventamos, exageramos, hacemos juegos de palabras y bromas. Sin fin. De pronto nos volvemos agudos, profundamente serios. Entonces él está agradecido, tartamudeando su agradecimiento por la vida que le doy, la vida humana, el baile, la alegría, la materialización, la concreción, la sensualidad. De espectador y analista pasa a ser actor. Un actor por entero.

7 de enero de 1935

Henry en el mar. Viene con palabras de amor grande y eterno. Le envío un radiograma: «Has vuelto a subir al barco mágico».

Bailé para Huck, espontáneamente, vestida de española, y se emocionó porque dijo que yo era su creación, bailando, y también que era su baile dentro de mí.

Llamadas telefónicas. Flores. Rosas rojas, cortejo, halagos, adulación. Claveles. Henry sufre porque ahora es real. Nuestro amor se ha hecho real para él. Compro cigarrillos, revistas, pequeñas cosas, ropa, para su habitación, la 703 [en el Barbizon Plaza]. Le preparo la habitación. La preparo para envolverlo. En su última carta me suplica: «Sé tierna conmigo, sé amorosa, te necesito tanto. Me he entregado a ti». Este nuevo amor para mí, para el Mí que se aleja, que lo olvidó, que ha sido cruel: lo necesito. Me he convertido en June. Él emplea las mismas frases, pero suenan más sinceras. Sufrimiento. Sufrimiento auténtico. Lágrimas auténticas.

Hugh, también, corre tras el feu follet, tras una quimera. Obsesionado, solícito, insistente.

El núcleo de mi vida pasa por una situación trágica y profunda que no puedo arrostrar. No puedo abandonar a Hugh. No puedo herir a Henry. No puedo herir a Huck. Pertenezco a todos ellos. Pienso en orquídeas. Envío a [mi hermano] Joaquín* un telegrama porque esta noche da un concierto en La Habana. Escribo a Madre, que está en Mallorca.

Erskine telefoneó una hora después de ver a Joaquín y saber que estoy aquí. No le contesté. Dejé una nota diciendo que me iba. Me lo he quitado de encima.

El núcleo: Henry, mi Henry. Loco, como Knut Hamsun, falso, lleno de literatura y falto de comprensión. Henry.

Huck, Huck, de sentimientos tan sinceros y profundos, tan profundo en sus pensamientos, riendo y llorando.

Nada de tragedias. No queremos una tragedia. Ojalá pudiera continuar con las mentiras, las ilusiones, oh, las mentiras a Hugh, que no todas son mentiras. Cuando recibí sus rosas rojas la noche de Año Nuevo, las odié, pero me sentí conmovida. Conmovida. Guardé una bajo la almohada. Lazos inalterables. Lazos indisolubles. Sólo puedo añadir, crecer. No puedo romper, disolver, alejar.

Orquídeas. Mi paciente, la señorita X, la bailarina. Burla de la neurosis. Como una partida de ajedrez. Huck viene a verme entre las visitas a sus pacientes, siempre corriendo. Nuestro día de tiendas. Ropa interior de tul negro y zapatillas de bailarina. Nuestras charlas. Nuestro cuento de hadas. Nuestras creaciones. Demasiado bellas, demasiado frágiles, dice él. Demasiado sutil. Almas gemelas. Impulsividad, emoción. Abandono, absolutismo. Damos, damos. Huck me devuelve todo lo que alguna vez di. Todo. Dado, envuelto, adorado. «Te adoro». Pero somos humanos, el uno para el otro. Él es Huck y yo soy Puck, no dioses.

Dice que soy tan sincera de sentimientos. Las mentiras están solamente en la cabeza. Los sentimientos están en el diario. En este apenas me refiero a las mentiras. Sólo me importa el sentimiento. Allí nunca miento. Sólo miento a los demás.

Henry en el mar. Tengo que preparar su habitación. Tengo que atraerlo de nuevo a mis brazos. No sé por qué.

Cuando Huck y yo nos fuimos a New Haven, me puse enferma. Tan enferma como cuando abandoné a mi padre para encontrarme con Henry en Avignon.

26 de enero de 1935

Henry llega en el barco varado por la niebla, con retraso, avanzando lentamente. Un hombre cambiado, un hombre tembloroso, pero entero, resuelto, despierto. Ha escrito: «Miedo, miedo, he sido presa del miedo. El gran miedo de perderte. El miedo de no haber vivido según la imagen que tienes de mí. Casi me ha destruido. He estado tan cerca de perderme que temí volverme loco».

Tan pronto como lo beso, sé que lo amo con un instinto ciego que sobrepasa toda razón, aun con todos sus defectos. A pesar de todo, parece nuevo, fuerte, diferente. Sí. Y Rank, el analista, interpreta: «Cambió porque te perdió, sólo cambió por eso, pero nada puede cambiar en vuestra relación. Es demasiado tarde».

Demasiado tarde para cambios, demasiado tarde quizá para explicaciones y tejidos ideológicos, pero el amor continúa, ciego a las leyes y sordo a las advertencias, e incluso a la prudencia y a los temores. Y sea lo que sea ese amor, quizá la ilusión de un nuevo amor, lo necesito, no lo puedo resistir, todo mi ser se funde en un solo beso, mi conocimiento se funde, mis miedos se funden, mi sangre baila y mis piernas se abren. Henry. Su boca. Sus manos. Todo él, su conciencia. Está lleno de mí ahora, lleno de mí, consciente. Lo llevo a la pequeña habitación que Rank y yo elegimos y quisimos emplear para bailar. La radio estaba puesta. Había flores, pequeños regalos, libros, revistas. Era pequeña, cálida, encendida. Henry estaba aturdido, aturdido, pero enteramente vivo, vivo de dolor y de celos, haciendo preguntas, besándome. Nos metimos en la cama. Todo como antes, pero nuevo. Cómo entra en mi ser por todos los poros y células, con su voz, sus ojos azules, su piel, con todo. Una invasión. Leí la carta que me escribió en el barco. Habló desordenadamente de que no quería que yo trabajara más, de que querer protegerme, casarse conmigo, alejarme definitivamente de todo el mundo. Lloramos de alegría. «Oh, Anis, Anis, Anis,[3] te necesito más de lo que nunca he necesitado a un ser humano. Te necesito como a la vida misma».

Yo estaba llorando, negando mi traición, llorando por una vida que no entendía, porque después de haber herido a Henry, de haberlo dejado, de torturarlo, me amaba mucho más, me amaba locamente, y yo recibía mucho más que June —su cuerpo, su alma, su creación—. Ahora odiaba lo que había escrito, los sacrificios que hizo para escribir, odiaba haber dejado que yo hiciera de puta para él, tal como hizo con June.

A pesar de todo eso, tuve el valor de irme, de decirle que estaba con la familia de Hugh para calmar sus dudas y evitar que viniera. Me fui a medianoche, preguntándome temerosa cómo me sentiría al encontrarme con Huck y si volvería a sentirme dividida y destrozada como antes.

Debo de estar acostumbrada a los sentimientos dobles, a los amores dobles, a la vida doble, porque me encontré con Huck sin cambiar mis sentimientos, aunque sabía que mi amor por Huck era mucho menos fuerte; pero pude aceptar sus caricias, pude dormir en su cama, pude llorar un poco, compadecida por Henry, pude actuar como si no hubiera nada, salvo compasión, pude ser tierna sin que me temblara el pulso; pero estaba actuando, haciendo comedia, y ansiaba estar con Henry.

Al día siguiente encontré a Henry todavía roto, con la voz apagada, herido, feliz, agitado. Había tomado notas de su despertar, deseando desesperadamente cavar un surco en cualquier parte y hundirse en él conmigo. Dolido porque lo dejé solo aquella noche. Dolido, aun sabiendo que se había salvado por su fortaleza al venir, salvándonos los dos. Echados en la cama, desvariamos hablando de mitos y leyendas, de Tristán e Isolda, de su lucha para alcanzarme, de su lucha a través de la niebla. En París había sufrido agonías. No había comido ni dormido bien desde la confusión de las cartas, se gastó todo el dinero que tenía para comer en telegramas, indiferente a todo, solitario, desesperadamente celoso, advirtiendo de pronto todas las mentiras que yo le había dicho, mentiras gratuitas, mentiras innecesarias, como decirle que Hugh vendría en el barco conmigo aunque yo estuviera enferma, cuando yo supe siempre que viajaría sola. Pero por esto yo quería que Henry supiera lo difícil que me era dejarlo, cómo me resistía, poniéndome enferma y subiendo al barco. Analizó mi rostro, mis expresiones, mi apariencia de profunda sinceridad. Henry ha vuelto cambiado, resuelto a que yo no me sacrifique más por él, a que deje de mendigar para él. Quiere luchar por mí. La habitación era tan pequeña y tan cálida, y se ha traído consigo el chal español y la colcha de terciopelo de color naranja, las tazas de café de color naranja, símbolos de Louveciennes y del estudio. Sus lágrimas, su sensibilidad, su estremecimiento todavía por la violenta conmoción que le produje, su temblor todavía por el nuevo y violento nacimiento. ¿Había dado yo por fin nacimiento a Henry Miller como hombre?

Le había dicho que me alojaba con los Guiler para tranquilizarlo. A la mañana siguiente otra vez estaba desesperado. Tenía en las manos cinco o seis mensajes telefónicos. El teléfono había estado sonando constantemente. Hombres. Voces de hombres. Llamando repetidamente. Henry haciendo preguntas, rebosante de odio por Rank. Su voz envolviéndome, fluyendo dentro de mí, sus ojos tan intensos, su piel tan tierna. Sólo mi amor por él no dice mentiras, ninguna mentira, tan abierto, tan entregado, hasta el punto de perder la felicidad que Huck me dio, perder y renunciar a todo, a Huck también, a Henry, al amor ciego…

Celos y caricias, caricias más profundas, un deseo mayor y más intenso. Oscuridad, dolor, perversidad, tragedia y más y más amor humano.

Pérdida de prudencia, de heroísmo, de sigilo. Amor humano. Soy más real para él a medida que soy menos y menos buena, más mujer, más anormal, más pecadora, más mujer y más amor, más deseo, más dolor y mayor gozo.

Vuelvo a Huck. Huck, a quien no puedo mentir porque es tan parecido a mí. Sabe todo lo que ocurre. Él sabe que Huck terminará perdiendo porque es demasiado bueno. Lo veo, Huck es tan noble como yo lo fui cuando Henry luchaba por su amor por June. Noble, heroico, verídico —a costa de su felicidad—, lleno de comprensión y perdón.

Hago trampas para ver a Henry. Pequeños engaños. Analizar a mi primera paciente, escribir cartas para Huck, visitar a Lucrezia Bori con Joaquín, ver dos veces a [Theodore] Dreiser y negarme a dormir con él, acostarme con [George] Turner* porque Huck está en la habitación de al lado, trabajando, y quiero traicionarlo allí, en el sofá donde nos acostamos, en la habitación que guarda para mí, destruyendo todo lo sagrado, profanando, engañando, sólo para que Huck entre y lo vea, porque es la habitación de Huck, y porque cuando Huck venga tendré que hacer comedia otra vez, simulando inocencia y enfado por el acoso de Turner. Para olvidarlo todo inmediatamente y correr a Dreiser, y luego, a medianoche, a Henry; llego tarde junto a Huck, que está llorando. Me invento fines de semana en el campo, porque Huck quiere sus sábados y domingos, y luego, en realidad, paso el fin de semana con los Perkins, me invento una noche en el campo para pasarla entera con Henry y vuelvo con una maleta en la que llevo el camisón de dormir que me regaló Hugh para que sólo me lo pusiera para él, pero que sólo me pongo para Henry, al igual que el vestido ruso de color rojo que Huck me regaló para los fines de semana, en el que Henry derramó su copa de oporto durante la fiesta en la que conocimos a los amigos de Emil* [Schnellock]. Interceptar mis últimas cartas a Henry, devueltas de París, porque en ellas le digo que Hugh iba a venir para explicarle por qué no tengo las noches libres, luego decido decirle a Huck que Hugh va a venir, para que Huck se vaya a hacer su gira por California y yo pueda estar a solas con Henry durante tres semanas. Simulo que voy a encontrarme con Huck en Nueva Orleans para que termine de irse, cuando no tengo la menor intención de hacerlo. Simulo que Hugh está al llegar. Simulación, simulación. Henry descubre todos los días una nueva mentira y vuelven a despertarse sus sospechas, a pesar de lo cual nuestras caricias son tan completas que le digo que me maravilla que pueda dudar de mí; ¿cómo puede imaginarse que vaya a dejarlo para irme con otro después de pasar con él aquellas horas, intercambiando sangre y aliento? —que es exactamente lo que hago—. Mi rostro nunca traiciona mi mentira, porque mi rostro muestra mis sentimientos y mis sentimientos son de un amor ciego y profundo por Henry.

La noche en que Henry y yo salimos, insistió en acompañarme a casa, cosa que nunca hace. Le digo claramente que no deseo que me acompañe a casa de los Guiler. Como insistió mucho, le di una dirección falsa en la Calle 89 Este. Pero mientras trataba de convencerlo de que no me acompañara, me vi obligada a admitir que había mentido al decirle el número, porque temía que subiera al apartamento para hablar con los Guiler e insultarlos. «Maldita seas», dijo Henry. «Eres incurable». Y volvió a perder toda su confianza, y eso que dos horas antes habíamos estado en su cama, acariciándonos en pleno delirio.

Finalmente nos bajamos en la Calle 57, donde lo engatusé para que nos tomáramos una soda, pensando que me dejaría seguir sola hasta casa, y seguimos andando hasta la parada del autobús de la Quinta Avenida. Pero viendo el tormento y la duda en su cara, le dije: «Está bien, vente conmigo. Quiero que vengas, eso te tranquilizará». Subimos al autobús y, mientras hablábamos, pensaba rápidamente que ahora tendría que encontrar una casa con dos entradas. Pero, como nunca había estado antes en la Calle 89, no sabía lo que iba a encontrarme al doblar la esquina, quizá un club o una casa privada, una mansión Vanderbilt. Sí, fue algo así, porque no había nada, salvo un enorme solar vacío a la derecha y casas a la izquierda. Caminamos por la acera cubierta de nieve en medio de la noche helada, hablando dulcemente de otras cosas, con la voz de Henry tan vulnerable, hasta que vi una casa de apartamentos en la esquina de la Calle 89 con la Avenida Madison, donde bien podrían vivir los Guiler. Henry me dio el beso de las buenas noches allí mismo, un beso cálido y pegajoso que me conmovió profundamente. Y luego añadí algo increíble a las dificultades del juego. Le dije: «Ya ves que te estoy diciendo la verdad, los Guiler viven en la sexta planta. Cuando llegue, encenderé y apagaré la luz como señal de que estoy allí. Como Ethel [la hija] duerme allí, quizá no me asome a la ventana, pero la luz te avisará». Y dejé allí plantado a Henry, delante del edificio. Primero me encontré con que la puerta estaba cerrada con llave y tuve que llamar al timbre del portero, cosa con la que no había contado. Cuando me abrió, le pregunté: «¿Hay una puerta que dé a la Avenida Madison?», por decir algo, porque él me había dicho en tono desabrido: «¿Dónde va usted? ¿Qué apartamento busca?» y luego añadí: «No busco a nadie. He venido tan sólo porque hay un hombre que me sigue y me está molestando. Creí que podía entrar por aquí, salir por la otra puerta y coger un taxi que me llevara a casa».

—La otra puerta está cerrada durante la noche. No puede ir hasta allí.

—Bueno, entonces me quedaré aquí un rato, hasta que se vaya el hombre.

Y me senté en un sillón tapizado de felpa roja que había en aquel vestíbulo, oscuro y alfombrado. Pensé en Henry, esperando afuera a que apareciera mi señal de la luz, y en Huck, esperándome desde la medianoche, esperándome con su peculiar impaciencia, porque la noche anterior no aparecí por su casa, la había pasado con Henry (telefoneé a Huck «desde New Canaan» diciendo que el coche se había atascado en la nieve, cosa que él sabía que no era verdad, así que no pudo dormir en toda la noche y a la mañana siguiente me lo encontré amarillo de dolor e ira). Sentada allí, con el corazón palpitándome, martilleándome en la cabeza y pensando sin parar. Me levanté y fui hasta la puerta para mirar cautelosamente a la calle y vi que Henry seguía esperando en mitad del frío, mirando a la ventana. Dolor y risa, dolor físico por mi amor a Henry, risa por alguna razón demoníaca que desconozco.

—El hombre sigue allí —dije al portero—. Escuche, tengo que salir de alguna manera. Tiene que hacer algo.

Llamó al muchacho de los ascensores. El chico me condujo hasta el sótano a través de un laberinto de pasillos grises. Otro ascensorista se unió a nosotros. Les expliqué lo del hombre que me seguía. Subimos unas escaleras y abrieron la puerta de servicio. Los cubos de basura llenaban todo aquello. Uno de los chicos fue en busca de un taxi. Les di las gracias. Dijeron que lo hacían con mucho gusto, que Nueva York era un infierno para las señoras. Subí al taxi. Me tumbé en el asiento para que Henry no pudiera verme al pasar por la Avenida Madison.

Huck estaba sollozando. Yo sólo podía pensar en Henry, en Henry de pie en medio del frío, esperándome. En su beso. En su boca. Huck sollozaba, patético, pero yo sólo pensaba en Henry, Henry, con aquel frío y atormentado. Me eché a llorar. Y hablé con Huck, tratando de apaciguarlo con cosas terribles y ciertas.

—No eres precisamente tú el que debe llorar. He venido a ti. He luchado para estar aquí contigo. Y aquí estoy. Y Henry está afuera, esperando en medio del frío. ¿Por qué lloras?

Y pensaba y pensaba mientras el maquillaje de los ojos se corría con las lágrimas, ¿cómo puedo hablar con Henry, cómo puedo saber de él, qué pensará, habrá vuelto a la habitación del hotel?

—Escucha, Huck, sobre todo lo que no quiero es que Henry sepa de ti. Sólo quiero que crea que es una ruptura normal. No quiero que sufra. Si me obligas, será como cuando acudí a ti en busca de ayuda.

A los pocos momentos había conseguido despertar su compasión, sobre todo cuando me referí al pasado, cuando fui a él porque me sentía atrapada entre Padre* y Henry, pero sobre todo cuando lo amenacé con alejarme de los dos, de él y de Henry.

Y así me gané un momento de respiro y el permiso para telefonear a Henry. Me fui a mi habitación. Henry ya había vuelto. Durante la escena con Huck estuve pensando en lo que iba a decirle a Henry para explicar por qué no había funcionado lo de las luces. «Me equivoqué con las ventanas. Cuando llegué estaban encendidas todas las luces y Ethel y la madre de Hugh estaban levantadas. Tenían visita y no podía ir a una ventana sin llamar la atención».

Pero a Henry no le preocupaban las razones. Estaba muy agradecido porque había querido tranquilizarlo, por haber telefoneado, por intentar hacer la señal con las luces, agradecido y conmovido por-no-sé-qué-más, por el amor que sentía. De todas maneras, después de oír su voz, me serené inmediatamente. Ninguna tragedia. No me había descubierto. Y volví para consolar a Huck. Empecé a gastarle bromas; hasta conseguí que se riera con la historia del edificio de apartamentos. Estaba en mitad de mi habitación, con mi camisón negro de encajes, contando la historia y riendo, y Huck estaba maravillado, lleno de dudas y sonriendo.

Pero no pude soportar sus caricias. Sofoqué sus deseos. Ambos estábamos exhaustos. Totalmente exhaustos.

Mentir, eludir la tragedia. No puedo ser yo misma sin causar una tragedia. Pero la tragedia es vivir. Huck dijo anoche: «Nunca he vivido tan intensamente, nunca». Risas, sollozos; éxtasis, delirio, paz, agotamiento, pasión, dolor, gozo, paz, iluminaciones, dolor, vida humana. A las seis de aquella mañana, después de pasar la noche con Henry, cuando Huck supo que yo estaba con Henry, escribió una nota en la cual, entre otras cosas, decía que seguir sólo los propios instintos es humano, que la fidelidad en el amor no es natural, que la moral es un artificio del hombre, que la autonegación, necesaria para ser bueno, es la negación del instinto de conservación y lo más egoísta de todo.

Fue parte del combate entablado durante toda la noche para vencer la ira y los celos. Necesitaba escapar, necesitaba perdonar, e hizo y sintió todo lo que yo hice y sentí con la debilidad de Henry.

Ahora, para Huck, soy June y Henry a la vez. Actúo, hago, molesto, causo enfado, creo tragedia. Soy natural, engaño, hago trampas, soy perezosa, colmo su indulgencia. Pero me ama por lo que soy. Ahora soy los dos, June y Henry. Y Huck es lo que yo había sido en otro tiempo, cuando actuaba heroica y prudentemente, sobrenaturalmente con respecto a Henry. Hoy me siento sobre todo humana. Lloro, río, hago escenas. Lucho. Miento. Me defiendo. No trato de ser buena. Me he rendido a mi amor por Henry. Engaño a Huck. Le digo que no puedo ir a California con él porque espero la llegada de Hugh, cuando sé que Hugh no va a venir y que lo que hago es prepararme para vivir con Henry hasta que Hugh venga. Le pido prestado el anillo que he regalado a Huck para que me hagan otro igual para Henry, con el pretexto de que quiero que me hagan un sello. Siempre estoy a punto de que me descubran por un mensaje telefónico, por el correo que Henry recibe en el Barbizon, porque me olvido el sostén en la habitación de Henry, el que me regaló Huck y que sé que echará de menos, por los deslices involuntarios que se me escapan cuando hablo, porque cuento que Huck, al ver mi cepillo del cabello roto, me ha regalado un juego en laca negra en un bello estuche. En cada frase una mentira. Para tranquilizar a Huck cuando salgo con Henry, para tranquilizar a Henry.

1 de febrero de 1935

Las cosas son tan sutiles con Huck, tan delicadas, tan psíquicas que es imposible escribirlas. Está dotado de una intuición extraordinaria, todo lo percibe, y me resulta muy penoso engañarlo. Hay veces en que puedo esquivar sus interpretaciones. Como no sabe la verdad, se pierde en explicaciones. Por ejemplo, ahora se dispone a viajar a California. Quiere que nos encontremos en Nueva Orleans. Antes de que viniera Henry teníamos planeado pasar unos días de vacaciones allí. Ahora no quiero. Huck me ha comprado una preciosa maleta para el viaje a Orleans y la ha grabado con las letras «N. O.». Jugamos con ella y él mismo llena los estuches lacados con los polvos, las cremas, etc. Todo el tiempo sé que hago la maleta para irme con Henry, para estar con Henry. Pero le digo a Huck: «¿Ves? Preparo el equipaje para Nueva Orleans. Hago como si fuera a irme de viaje contigo». Esto le hace feliz. También le digo que hasta que venga Hugh permaneceré en la habitación 906, pero el mismo día en que se vaya me iré a vivir con Henry, a una habitación doble de cualquier sitio. De modo que las maletas están sobre una silla, y Huck me compra ropa interior, ropas que sólo he de ponerme para él, pero que llevaré para Henry.

Ayer nos hicimos unas fotos. Las mías eran para Henry, porque en París todas las que me había hecho Henry se las di a Huck. Desde que llegué, el tiempo transcurrido ha sido tan enorme, tan fantástico, tan lleno de cosas, que nunca podré revivirlo. Perseguida. Como mujer, he sido perseguida como nunca antes, constantemente, por todos los hombres que veía. Al principio me gustó. Ahora me cansa. No puedo descansar en parte alguna. Los celos de Henry. Y Huck, tan posesivo, tan intenso, tan absorbente. ¡Demasiado, demasiado amor! Es como un ahogo. Acudo al diario porque me siento devorada, desmembrada, por el amor. Me gusta y lo temo. Ninguna intimidad, ninguna libertad. Todo y toda yo volcada hacia fuera, enredada, entregada.

Notas. Visita a Dreiser. Mecedora en su habitación. Charlas sobre mis manos «como tallos de apio». Filosofía materialista. Nada de almas ni de creencias. «Quédate esta noche. Estás tan exquisitamente formada. Una individualidad que no se interpone». Luz de Broadway en el gran ventanal. «La gente viene a llevarse algo». Cree que fui a dar, pero se equivocó en la naturaleza del regalo.

Después de la escena con George Turner sentí el temor de la persecución. Turner, y después Dreiser. Aburrimiento de ser mujer. Quizá sea el miedo inexplicable que surge de ser una mujer apasionante, lo cual te impide ser mujer. Aquel día me sentí acosada.

Qué maravilla, el amor de Henry. «Sólo son las diez de la mañana y ya estoy locamente enamorado». June está anulada. Me da la misma clase de amor enloquecido. Salvaje, demencial y cargado de celos. Un mes de torturas en París, sin dormir ni comer. Telegrama de Hugh dirigido al Barbizon después de decir que Hugh me había obligado a alojarme con su familia. Difícil de explicar. Henry dice: «Te necesito más que a ningún otro ser humano en el mundo. Como a la vida misma. Dime, dime qué ha sucedido». Mendigando la verdad. El mismo Henry que era con June. El amor sensato se convierte en pasión por culpa del dolor. Y siento el peligro, su perversidad. El encuentro a la llegada del barco, rodeados por la niebla. Dándome cuenta de que, sin que importe cómo ame yo a los demás, cuando llega Henry siento un anhelo y un estremecimiento en las entrañas como no lo siento con nadie más. Ha vencido miles de obstáculos para estar conmigo. Conociendo su pasividad y su desvalimiento, su esfuerzo para venir y no perderme ha sido una gran muestra de su amor. La habitación del Barbizon preparada con la radio puesta. El lujo de una nueva experiencia para Henry. Mostrando su abrigo arrugado al camarero. Sin saber cómo actuar. Qué paralizado estaba, en contraste con aquella noche, cuando fuimos a ver la «calle de las primeras penas», donde actuó como un chiquillo. Noche en Brooklyn. Nieve. Casa de ladrillos rojos. Pueblo holandés. Casas y calles pequeñas. Su escuela. Su ventana. Sus amigos. La fábrica diminuta. Fondo de Primavera negra. Todo está en las primeras páginas escritas en Louveciennes. Una noche tan vívida, pero que no deja de ser un sueño. Calle que llevaba al transbordador por la que él iba «con su mano en el manguito de la madre». Al llegar a este pasaje lloré y reí histéricamente.

Aquella noche mentí a Huck para poder pasar toda la noche con Henry. Todo el tiempo relacionándola con Louveciennes, donde revivió su niñez al calor de mi interés, hasta convertirse en la poesía de Primavera negra.

Carta al primo Eduardo*: Acerca de mi vida. ¿Quieres saber de ella? Surrealism no es la palabra. Es deslumbrante y maravillosa, aunque a veces muy dolorosa, pero, Dios, qué inundación de todo. Amor, flores, regalos, violetas blancas, agujeros en las medias, librito abierto, pacientes, radiogramas, telegramas, buzones rebosantes, persecuciones, mentiras, huidas por los pelos, dramas, lágrimas, flores, llamadas telefónicas, dramas, risas, la radio en el taxi, fiebre, éxtasis y problemas de hígado, baños de sol, amaneceres, trabajo agotador, cartas, correspondencia, dictados. «Sí, le habla la ayudante del Dr. Rank; sí, volverá a Nueva York a finales de marzo. Está en una gira de conferencias. Sí. ¿Con quién hablo?». Necesito un esposo, un protector, un barrage. Demasiada gente. Cientos de personas. La sociedad brilla como una estrella sobre mí. Gente en el desayuno, en el almuerzo, en la cena y en la cama. Nunca sola. Pero feliz. Ahora tengo que salir y pedir un Vichy. Amor.

Me traslado el 2 de febrero al 28 Este de la Calle 31, habitación 1202, con Henry, como «señora Miller». Emil telefoneó preguntando por la señora Miller y escribió una carta dirigida a la señora Miller: «Querida señora Miller, ¿es usted feliz en su nuevo hogar? Aquí estamos dispuestos a servirles. No tiene más que descolgar el teléfono y decir: “esposo”. El hombre que la adora. ¡Adivine quién!».

Paseo con Henry hasta la Calle Henry, en Brooklyn, al sótano donde vivió con June y Jean.[4] Ahora es una carnicería. Atravesamos el puente de Brooklyn, donde él se sentó. Mórbido y terrible. Paseo por Chinatown. Tardes con los amigos de Henry. Henry se vuelve loco en cuanto un hombre se me acerca y se fija en mí. Despotrica y desvaría sin apartar de mí su mirada. Obsesionado conmigo. Larga conversación una noche, después de una escena burlesca. De cómo había canalizado todos sus deseos en mí. Sólo me necesita a mí. Quiere saber si yo siento lo mismo. Noche emotiva que acaba en orgía. Digo que no tengo otros deseos. Pero: «Fuiste tú quien me empujó a la vida. Ahora que estoy plenamente dentro de ella, te sientes herido porque me gusta. Antes, no quería nada salvo a ti. En Clichy me sentía desgraciada si no podía estar a solas contigo». Todo al revés. Ahora necesito a la gente y no me basta con Henry. Henry, terriblemente apasionado. Erección cada noche. Me agota. También tengo poderosos orgasmos, como nunca antes, sólo comparables a las noches de Clichy, cuando creía que me volvía loca de placer.

No echo de menos en absoluto a Huck. Pero Huck sabe y me escribe que sabe que no habría ido con él incluso si Hugh no fuera a venir. Hago como si Hugh fuera a llegar el jueves. Cuando Huck venga el 21 de febrero (para mi cumpleaños), estallará el conflicto cuando vea que Hugh no ha venido.

Telefoneo al 2 Este de la Calle 86 el domingo por la mañana para saber si hay algún telegrama de Huck que tuviera que contestar, porque sé que no volveré a la habitación 906 antes del lunes por la mañana. La muchacha me contesta que no. Digo a Henry: «Ningún telegrama (soi-disant de asuntos de trabajo). Si hubiera habido alguno, le habría dicho que me lo leyera y así me ahorraba el viaje».

Henry: «¿Leértelo? ¡Entonces no habría ningún amor en él! A no ser que esta sea una de tus mentiras especialmente preparadas para hacerme creer que no había palabras de amor en el telegrama». (Exactamente).

Charla en la oscuridad con Huck, provocada por mi inconformidad con la de idea de que «la notoria incapacidad de la mujer para captar ideas y abstracciones sólo es aparente. Es meramente una cuestión de planos». Yo mantengo el principio de que nuestra ideología es la misma, sólo que la de la mujer es en miniatura, una ideología personificada volcada en el símbolo (el hombre).

Huck tenía el mismo problema que yo había tenido: no ser humano; es decir, ser demasiado bueno. Yo no fui humana con Henry. Me sacrifiqué por su creación, igual que Huck se sacrifica por su análisis. Cuando salvaba a las personas, estas eran sus creaciones. No se permitía ser humano, ni siquiera amarlas. ¡Escribir la vida trágica de un psicoanalista!

Tardes en la 906. Cena en la habitación con Huck. Radio. Camisón negro de encajes. Bailé para él. Le leí el manuscrito de la historia de mi Padre.[5] Sólo le preocupa el significado. Filósofo, pero no artista. Hablamos de su niñez. De su amor por el teatro. De ir hambriento a ver un espectáculo en Viena. Siempre conmovido porque le hago hablar de su niñez. De sí mismo. Agradecido. Dice que nunca encuentra a nadie que esté interesado en los seres humanos, con semejante sentimiento por ellos. Nunca encontró con quién hablar. Es como soltar una presa y provocar una riada. Resucitar toda su personalidad al despertar sus recuerdos y potencialidades.

Después de la venida de Henry, pesadillas con un Huck desmembrado. Un sueño frecuente. Soy yo la desmembrada. Dualidad sin remedio. He de vivir con ella.

El sueño de Huck de tenerme lejos y sola. Recuerda alegremente cuando conducía el coche por Connecticut. Pero yo me encontraba mal. No quería estar a solas con él, aprisionada otra vez, como con Hugh. Pero sí necesitaba que Henry me aprisionara. ¿Es posesivo el amor auténtico? En Louveciennes quería a Henry sólo para mí. Quise ser todas las cosas para Henry. Sufría por el interés que mostraba por [Walter] Lowenfels* y por tanta otra gente. Ahora soy lo mismo para Huck. Ahora amo menos posesivamente. Sea con quien sea. ¿Qué significa eso?

13 de febrero de 1935

Cuanto más me doy cuenta de mi deseo de ser perdonada (por mi poder), más independiente me siento. Mi deseo ahora es escapar con Henry. Sé que tanto Huck como Hugh me perdonarían. Pero temo la tragedia que supondría todo eso. Ser yo misma consiste en eso, en ser dual. Y no se puede ser dual sin tragedia. Vivo en cien planos al mismo tiempo. Un mundo sutil y extraño creado con Henry, luego con Huck. Enriqueciendo a ambos, capaz de amar a los dos y de crear y alimentar a ambos. Deseando la unidad, pero incapaz de alcanzarla. Representando un millón de papeles. Lo que soy para George Turner. Lo que soy como secretaria. El amor por las flores, por el lujo, por todo cuanto es rico, expansivo, libre, colorista y amable.

Llevo un pequeño llavero con la llave de la 703 (Barbizon Plaza, se acabó); la llave de la 905, la habitación de Huck; la llave de la 906, mi habitación en el Adams; y ahora la de la 1202, donde vivo con Henry.

Me instalo con Henry. Veo marchar a Huck el 2 de febrero, a la una. Llanto. Día casi primaveral. Media hora después de la marcha de Huck hago las maletas. Para pagar la habitación de Henry he de coger parte del dinero que me ha dado Huck para que me reúna con él en Nueva Orleans, a sabiendas de que no iré.

La habitación de Henry es alegre, en el barrio comercial donde una vez tuvo su padre una sastrería, y donde yo trabajé como modelo para las tiendas judías al por mayor. Henry empezó a cantar, dijo que por primera vez desde que lo dejé. Se despertó cantando. Terriblemente tierno y apasionado. Prefiero escucharlo cuando canta: «Tienes un tremendo poder en tus manos, Anis». Puedo hacer que sufra tanto como le hizo sufrir June. Él dice que más que June. Que en París sufrió más que con June y estuvo a punto de volverse loco. Tuvo alucinaciones y obsesiones. Fiebre. Delirio. Así me ama. Pero después del sufrimiento infligido por June se refugió en la creación. No se entregó a mí hasta ahora. No podía. Era un hombre destrozado. Ahora sé que me pertenece en cuerpo y alma. Se maravilla por su fijación en mí. Sueño profundo. Paz. La señora Miller. Nada de oficina de «centro psicológico» (mi habitación 906 en el Adams) hasta el lunes. Me arreglo las uñas en silencio, hago pequeñas cosas. Nada de forcejeos. Henry escribe la historia de un asesinato en la banlieu. Pienso en Huck, tiernamente, pero sin deseo. El alma de Huck en su mirada profunda mientras se alejaba el tren. Absoluto. Pero mis sentimientos eran de libertad y alegría por poder estar con Henry. La última noche con Huck, vimos la película The Good Fairy. Me ve en todas partes y me lee en todo. Me pidió que dejara mi baile español mientras estuviera fuera. Pero no puedo.

Tres días de violentos ataques de bilis, que Huck interpretó como huida de la vida porque Hugh iba a venir y porque él se iba, pero yo sabía que la enfermedad se debía al conflicto de volver a Huck y hacer con él el amor después de haber estado con Henry. Enferma en la habitación de Henry. Quería cuidar de mí. ¿Cómo salir del apuro? «¿Por qué no llamamos a los Guiler?», dijo Henry. «Para decirles que estás enferma». Sólo se me ocurre decir que Rank tiene la única medicina que detiene el vómito. Suplico a Henry que me deje marchar. Me lleva al Adams. Me invento que Rank no está y que he de esperar a que llegue. Debo tener la medicina.

Pero Huck sabe. Dice que Henry es mi neurosis, que probablemente lo sigo amando. Volver a él significa volver a la neurosis, que es más cómoda que la salud y la felicidad. Pero, mientras habla, sólo yo sé que amo a Henry totalmente, con el cuerpo y el alma, y a los demás solo parcialmente. Huck me resulta físicamente repulsivo, tengo que cerrar los ojos. La primera pasión ciega ha desaparecido. Pero la necesidad que Huck tiene de mí me hace olvidar lo que quiero. Soy la dadora de la vida y la ilusión.

Henry dijo que no pudo serme infiel cuando le hice sufrir, ni siquiera pudo hacerlo para vengarse. Su noche con Blaise Cendrars [en París] la pasó obsesionado pensando en mí. La locura de Henry cuando ama, como la mía. También la de Huck. Emocionales, desequilibrados en el amor. Necesidad de creación para afirmarnos. Celos, en nosotros tres, como Proust. Los de Huck aún no los ha confesado, como yo antes. Henry, que dice: «Son las diez de la mañana y ya estoy locamente enamorado». Y más tarde: «Estoy enfermo de amor».

Otro día. Fuimos a una fiesta en casa de Sylvia Salmi. Henry, borracho como una cuba. Todos beben porque son estúpidos y están vacíos. Quise dejar allí a Henry y largarme, pero él no lo aceptó. Habló precipitadamente y me siguió. Nos quedamos en la esquina de la calle y le grité: «Vuelve, quédate allí, bebe todo lo que quieras, sé como tú quieras, pero déjame al margen de esto. No me gusta aquello. No puedo. Me aburre. Es estúpido. No quiero estar ahí. No quiero verte borracho».

Henry completamente borracho. No podía soportarlo, tanta fealdad. Se tambaleaba. No era capaz de encontrar la cerradura. Todo el tiempo diciendo que lo sentía. Que lo sentía muchísimo. Que no quería volver a la fiesta. Sólo quería estar conmigo. En el cuarto de baño se cayó dentro de la bañera. Su aliento era horrible. Me sentí muy triste, como la vez en que June estaba tan fea y olía tan mal. Henry suplicándome que le hablara, que no estuviera enfadada. «Lo siento tanto, Anis, lo siento tanto. Es humillante. Me tengo odio».

No le permití que me tomara. Le di la espalda, aturdida, sin saber qué hacer ni qué sentía. Tristeza y lástima, pero no ira. Sólo sabía que no podía hacerlo. No había ningún placer. Los odié a todos, idiotas. Y vacíos, tan vacíos. Humor lúgubre y soledad. Anhelando a Hugh y a Huck, necesitándolos, su bondad.

19 de febrero de 1935

Henry se despertó con aire serio. Cuando volví por la tarde había hecho la primera comida en casa. También empezó a escribir. Y ayer estaba otra vez en uno de sus momentos más poéticos, el mejor, recitando febrilmente las páginas sobre el sueño de Primavera negra, un torrente de imágenes.

Entretanto, la tarde posterior a la borrachera de Henry, Erskine volvió a telefonear y vino a verme. Un John maduro, más serio, más profundo, todavía con aquel brillo engañoso y aquella sensualidad. Voz sensual.

Su visita, sorprendentemente, me desequilibró. Me puse muy nerviosa, me flaquearon las piernas, se me helaron las manos y se me alteró el pulso. Furiosa conmigo misma. Pero hablé febrilmente. Dijo que lo que le impresionó profundamente la noche en que me vio en la ópera fue la tristeza de mis ojos. Pensó que me sentía triste y desgraciada. Insistió. Pensó que me engañaba a mí misma. Observó la confusión y el caos, lo que yo llamo vivir según las emociones y no según la cabeza. Hice un discurso de persona ebria sobre mi manera de vivir, sobre mi manera exuberante de expresarme. Se fue diciendo que estaba muy preocupado por mí. Quise reírme. La malicia me dominaba. Lo asusté, le conté sin rodeos la aventura amorosa con mi Padre, quedó verdaderamente asustado y sorprendido.

—Cualquiera que se te acerque siente en ti la fuerza de la vida y la fuerza del sexo.

Siempre tan ampuloso. Tuve la tentación de hacerle una reverencia. Cuando supe que se iba a una gira de conciertos durante diez días, me sentí perdida. Hizo que me sintiera débil. Pero eso es sólo una triquiñuela femenina, una reacción femenina.

Lo cierto es que me siento plenamente extasiada, poseída por una continua embriaguez interna. El violinista que viene en mi ayuda me conmueve y me interesa.

Estoy rebosante de ideas para las historias de «Alraune»,[6] rebosante de obsesiones (emociones de apagafuegos), de emociones y del sentido del prodigio y la aventura. Henry me hace tan feliz como desgraciada. Cuando nos encerramos juntos y él escribe poesía y conversamos, vivo tan sólo en el presente. No me preocupa la dualidad. Escribo mentiras prodigiosas a Hugh y a Huck. No necesito la presencia física de Huck. Tampoco la de Hugh. Cuando estoy con Henry estoy en paz. Me inunda con su amor. Un amor incesante. Gana en prudencia y comprensión. Se inclina delicadamente ante mi trabajo, mis ideas y mis estados de ánimo. Vivo en un clima, en un clima físico. Huck vuelve a ser el reino de la mente. No sé. No sé. No me importa.

La tarde en que vi a John (que sigue diciendo: «Ojalá no te hubieras casado con Hugh») volví a sentirme de un humor diabólico. Nada amoroso. Diabólico. Cuando encontré en la ópera a Paulina, la esposa de John, una mujer solitaria, de cabello gris, seria y de mirada profunda, me sorprendió el miedo con que ella me miró. Era el miedo que las mujeres sienten de las prostitutas, las putas, las actrices. El miedo al poder sexual. Ahora que no necesito a John, sé que puedo tenerlo. Por eso lo evito. Nada le ha ocurrido en los últimos años. Se pudre en la comodidad y en la superficialidad americanas. Vivió con Helen, después con Lilith, así durante cuatro años, y rechazó a otras mujeres para no partirse en dos. Veo en él al mismo y antiguo cobarde. Me parece que nuestro encuentro lo ha desquiciado, que se siente herido porque se da cuenta de que soy la más fuerte y no le hago caso.

No puedo decírselo a Henry porque se sentiría celoso.

Richard Maynard telefonea cada día. El violinista toca esta noche en el Town Hall. Después de tres conversaciones conmigo, «toqué como nunca antes en mi vida, pensando en ti como en una sombra y viendo tu halo verde centelleando ante mí».

28 de febrero de 1935

Pobre Huck… perdió. Perdió porque no es persona a quien se le pueda mentir. Su inteligencia le hace vivir demasiado deprisa. Se niega a aceptar el ritmo de las ilusiones y el dolor de la vida.

Cuando regresó, fui a la estación, muy pronto. Recelos. ¿Podría mentirle? ¿Podría soportar sus besos? Pero el antiguo amor hizo que todo fuera posible. Qué día tan completo tuvimos, hasta la medianoche. Encerrados ambos en la habitación —charlas, caricias, comidas compartidas, risas—. Huck sabía que yo estaba mintiendo, no sé cómo. Le dije que tenía que mentirle porque Henry había estado muy enfermo, incluso habían tenido que operarlo. Tuve que quedarme con Henry, cuidar de él. Y dije a Huck que no pude escribirle sobre esto para no preocuparlo, para no estropear su viaje. Aquella compasión por Henry fue más fuerte que cualquier amor o felicidad. ¿Importaba que se lo dijera? Huck conocía toda la verdad, sabía que había perdido, pero no dio muestras de ello, por lo menos hasta que me fui. Parecía contento. Hicimos planes para que yo pasara media semana en Filadelfia con él, la otra media semana en Nueva York, hablamos de montar a caballo, de tomarnos un día de descanso. Planes para su trabajo. Nos echamos en la oscuridad, conversamos como antes, con evasivas y bromas. No vi entonces lo que ahora se me presenta tan claramente en el diario, que no amo a Huck. Siempre a Henry. A nadie más que a Henry. Creí que podría seguir haciendo feliz a Huck. Pero él se había dado cuenta durante su viaje de que yo tenía que pertenecerle, de que no podía soportar estar separado de mí.

Todo había cambiado. No quería sus besos. Los regalos con que me cubrió no me dieron una gran felicidad. Pero, oh, la compasión, la compasión que siento ahora mientras escribo, la compasión que es la causa de mis engaños. Nadie entiende eso. La compasión que me obliga a escribirle una carta amorosa, incluso hoy.

Lo dejé a medianoche. Sabiendo que, si no aceptaba mi historia de la enfermedad de Henry y de la necesidad de mi compañía, todo se habría acabado, porque yo nunca iba a abandonar a Henry. Qué terriblemente segura estaba yo de mi vida con Henry, de su conveniencia, por mucho que me lamente de lo que Huck me ha dado: una comprensión absoluta, un amor ardiente, fortaleza. Todo esto lo he sacrificado, y al mismo Huck, pobre Huck, por un absoluto. Pero, a pesar de eso, él podrá decir, como los demás, que en dos meses le he dado más amor y felicidad de la que nunca haya tenido en su vida. Sé lo que di: vida, dolor, éxtasis. Sé lo que le he quitado: su fe, su fe en la mujer, en el amor, en su filosofía. No sé de qué lado cae la balanza. Es imposible sopesar unas cosas y otras. Ahora dice que fui muy cruel, que hice daño a todo el mundo tratando de no hacer daño, que lo he herido en lo más sensible. «Escribí un libro sobre la verdad y la realidad. Es en lo que más me has confundido. Ahora ya no sé qué es verdad y qué es realidad. ¿Qué eres tú? Un caos. ¿Por qué, cómo pudiste escribirme todos aquellos detalles de la llegada de Hugh?».

—Para que pudieras hacer tu viaje.

Todo esto, las palabras amargas, las palabras desagradables, vinieron al final, después de que él dejara el lunes por la mañana la habitación 906 sin decir una palabra, llevándose todos sus regalos. Esperé, dudando, sin creerme del todo que se hubiera ido, escribiendo notas. Luego telegrafió al Adams, no a mí, anunciando su regreso. De modo que el miércoles por la mañana me levanté a las cinco, una mañana fría y desagradable, y salí a la oscuridad y a la nieve para estar en su habitación a las seis, una hora significativa para los dos. (Fue a las seis de la mañana cuando se despertó en Louveciennes y vino a mi cama. Y era a las seis cuando acostumbraba a venir a mi cama en la 906). Significaba el beso que le devolvía la fe, igual que Henry me la devolvía con sus besos cuando me asaltaban las dudas.

Pero Huck estaba enfadado, esquivo. Insistió en que nos devolviéramos los anillos, en darme mi maleta, en no hablar, en no explicar. Dijo que yo había sido terriblemente cruel todo el tiempo; que estaba contento de haber roto; que no se arrepentía. Por supuesto que me enfadé al oírle aquello, pero no entendí lo que realmente sentía él hasta que me dijo: «No puedo vivir de esta manera… sin saber, sin saber nunca cuál es la verdad, lleno de dudas, sin saber a qué atenerme, inseguro».

—Es tu imaginación la que te hace dudar —contesté yo—. Cuando estás conmigo no dudas, no puedes dudar, porque entonces sientes la verdad.

(Todavía mintiendo. ¿Por qué?).

—Es cierto —dijo Huck—. Pero ¿acaso podrías estar conmigo todo el tiempo? Ya viste lo insoportable que fue para mí el viaje.

—No, no puedo vivir contigo todo el tiempo.

Entonces, desesperado, sacudió la cabeza. Habló de un acto de autopreservación. Creía que podía volverse loco conmigo. Y le dije que lo entendía.

Pero me sentí rota y me puse a llorar porque destruyó las cartas y las poesías que me había escrito, Huck, el hombre verdaderamente tierno y comprensivo. Casi le pego cuando me dijo lo que había hecho y me eché a llorar. Cuando habló de autopreservación, le dije, acercándome a él: «Me alegro de que te hayas salvado». Y luego, entre sollozos: «Lo que quiero saber, lo que necesito saber…».

—¿Qué? —dijo Huck con más ternura. Pero entonces me fui. Todavía no sé en este momento qué es lo que quería saber ni por qué se lo dije.

Aunque no lo amaba, la separación me dolió profundamente. Pensaba constantemente en su sensibilidad, en cómo se me había entregado; recordaba todo, lo lamentaba por él e intentaba darme cuenta de mi crueldad. ¿Por qué, por qué siempre me creo inocente?

Mi pobre Huck, perdóname.

Hubo momentos en que me resultó muy difícil amarlo. ¿Por qué siempre quiero responder al amor? Su fealdad. Lo amé a través de su fealdad, como si atravesara un caparazón; amé un alma y una inteligencia. Este hombrecito, este único hombrecito a quien no supe engañar.

Hay momentos en que sólo pienso en su soledad.

Espiritualmente, yo acepto la mía. Henry me da la proximidad humana… el calor humano.

Di a Henry mi versión (para Henry) de la ruptura.

Pero nunca más volveré a simular un amor, pues lo único cierto es que me engaño a mí misma, tanto como a los demás.

Me esforcé en evitar el dolor. Sé que lo he enterrado, que me niego a sufrir. No hubo tempestad, sólo tinieblas. Seguía todo oscuro cuando volví con Henry después de aquella extraña visita de las seis de la mañana, en medio de la nevada. Me metí en la cama de Henry. Intenté dormir. Me negaba a sufrir. No, no. Ya había llorado demasiado por los demás. Me levanté a las nueve. Y a las diez ya estaba otra vez en la frialdad de la calle, buscando una habitación para mis pacientes que no pueden pagar. No pueden venir al sitio donde vivo bajo el nombre de señora Miller porque me conocen como señora Guiler. Mientras caminaba me sentía perdida, a pesar de Henry, a pesar de su amor. Volví a recordar el reproche que le hice a Allendy*: Vine en busca de ayuda y no he encontrado ayuda ni paz en ninguna parte. El único que me conocía, o podía conocerme, era Huck, y él también lo ha estropeado todo por amarme.

No hay ninguna verdad, ninguna realidad. Sólo podemos conocer mediante nuestros sentimientos. Nuestra cabeza es falsa. Todo lo que sé es que amo a Henry.

Aquella mañana sólo pude pensar en la conmoción, en mi dependencia de la sabiduría de Huck, en mi fallo con él. Egoístamente. Me dijo que le había fallado. Que había puesto toda su fe en mí.

Durante el desayuno, Henry se me quedó mirando.

—Pones cara de mujer animosa, como si hubieras botado mil barcos —dijo.

—No —repliqué—. Es la cara de una mujer que engaña a mil psicoanalistas.

Dije a Henry que Rank había roto conmigo porque no podía sufrir más un amor no correspondido. Otra vez una verdad a medias.

A las doce tomé una determinación. Alquilaría una habitación en el Barbizon Plaza sólo dos días a la semana y vería a todos mis pacientes en esos dos días. Sólo me costaría seis dólares, pues tenía que seguir cuidando de Henry y el problema era serio.

Pensando todo el tiempo en una carta a Huck: «Perdóname».

28 de febrero de 1935

Hoy, jueves, fui al Barbizon a las nueve y media. Vi a Richard, que dijo cosas maravillosamente acertadas: «No podías amar a Hugh. No está vivo. No sabe vivir ni soñar. Intenta seguirte en tu mundo de sueños mediante la astrología».

—No creo que Hugh fracasara en seguirme. Con la astrología, estuvo muy cerca…

Le gusta Henry, de quien mira la fotografía: «Tiene sentido del humor».

Le pregunto a quemarropa: «Acudo a tu sexto sentido: ¿Es Rank el hombre que necesito?».

—No —y añade—: Rank es el hombre que describiste en tu novela, no Henry. Me refiero a lo de lanzar la bomba, y a la amargura.

Se pasó una hora analizando al analista. A mí. Y luego empezaron a llegar mis pacientes, histéricos, llorosos, o alegres porque los cuido. Irónico. Doy fuerzas a tres personas que están lejos de imaginar lo que estoy sufriendo.

Todo el día pensando en Huck. Henry, tierno, amoroso, pensativo y trabajando bien.

Pero, en aquel momento, allí, sola en el Barbizon Plaza, habitación 2017, recordé que Huck había dicho: El creador procura estar sólo… crea en soledad porque así es como Dios. Creé mi vida y he persistido en mi soledad.

Por eso sólo permito la compañía intermitente. Con todo tipo de excusas. El uno es inadecuado, el otro no comprende, aquel no sabe seguir, etc. A veces soy injusta con ellos. Porque me gustaba la maldad de Henry, igual que a Henry le gustaba la maldad de June, igual que a Huck le gusta la mía (siempre exagerando la maldad del otro, para sufrir o para ser humanos). También lo he exagerado en mi novela y pasé por alto el cambio en Henry. He estado esperando durante tres años que Henry me hiriera mortalmente y no lo ha hecho. Conducta hermosa, humana, amable, tierna, sacrificada, impecable.

Soledad. Fortaleza. Orgullo. He perdido a otro Padre. Oh, esa sed por un padre, por el Padre, por Dios otra vez, el Dios que vi después de mi operación, a quien ya he perdido de vista.[7]

Creo que toda la ideología del hombre está contenida en la fábula de Huck para explicar mi deseo de volverme a la noche de la que venía, cuando no podía dormir con él, simplemente porque roncaba muy fuerte.

4 de marzo de 1935

Por lo que sé, la conmoción producida por la marcha brutal de Huck, el pensar en él temblando, tan herido (luego supe que efectivamente tembló, que no pudo evitar los temblores, como un purasangre de carreras), me movió a escribir una carta consoladora a Huck (sentí el deseo de proteger a Huck de la voluntad del Dr. Rank). No sé. Todo lo que sé es que durante aquellos días, entre la escena de nuestra ruptura y la reconciliación, me sentí ahogada. Neurosis, temores, lágrimas, obsesiones, alucinaciones. ¿Por qué, por qué Henry no era suficiente? ¿Qué fue lo que hizo que escribiera a Huck, al niño, creyendo que me necesitaba, que Rank destruía su felicidad? ¿Por qué no me limité a renunciar? ¿Por qué pensaba en su ruptura con alivio —se acabaron las caricias— y con ansiedad —se acabó la comprensión—? ¿Por qué no quería que él pensara que yo había traicionado nuestro amor? ¿Por qué quería que recuperara su fe en un amor que yo sabía que había terminado?

Su respuesta: TÚ: Siento lo mismo. También me rompió el corazón que me obligaras a actuar como lo hice. No era mi cerebro, no eran mis ideas. No: era el ser humano, era Huck. Eso es lo que todavía no comprendes.

Ahora puedo explicártelo todo, porque ya ha desaparecido mi orgullo. También porque creo que volverás a entenderlo, como me entendiste al principio, antes de que recayeras en las malas costumbres.

TÚ no eres mala ni nunca lo serás, pero sí son malas tus costumbres. Y esperaba que mi amor —que, por supuesto, no puedo matar— te ayudaría a corregirte. Que no fuera así fue bastante doloroso. Pero que, además, tuvieras que ser cruel, fue demasiado. Quiero hablar contigo, explicarte humanamente lo sucedido, también por el bien tuyo. Es el único perdón —perdón mutuo— que se me ocurre: tener una charla franca y humana y borrar la fea escena…

Carta a Rank: Huck, mi querido Huck, me has pedido la verdad, me has pedido que nunca más vuelva a mentirte. En estos días he mantenido Puck, tu corazón destrozado.

5 de marzo de 1935

Y ahora, ¡ahora estoy embarazada otra vez! Noche de tortura. Pesadillas. Huck se aleja de mí. Yo me alejo de él. Nadie me operará. El terror de la anestesia. Mi Madre dice que debo tener el niño. Y tendrían que hacerme la cesárea.

Huck telefonea y dice que entiende y perdona. Vendrá y lo veré mañana. Neurosis. Y otra vez el dolor. Siempre la tragedia. Dando mi fuerza a los demás. ¡Necesito un padre! ¡Necesito un padre!

Sigo siendo una niña. ¿O es que la mujer siempre es una niña?

Le digo a Henry: «Me apoyo en ti». Es maravillosamente tierno —divinamente tierno— pero no encuentro en él ninguna fuerza.

Tampoco yo tengo fuerzas. Mi mundo se derrumba con demasiada facilidad.

La reconciliación con Huck, ¿basada en la simpatía? Conversación en la oscuridad. Histeria por mi parte, llorando. Me dice: «La mentira me hizo dudar del amor».

—La mentira era por amor. Todas mis mentiras son por amor. Padezco la insania de la protección… necesito proteger.

—No eres mala; malas son tus costumbres.

Y añade que fue la rebelión de Huck contra el psicoanalista que todo lo comprende, que todo lo perdona.

Y más tarde, riéndonos, dijimos que no lo lamentábamos.

Dije: «El psicoanálisis es un proceso artificioso. Acorta el camino hacia la sabiduría. No podemos vivir de acuerdo con tu sabiduría. Pero, biológicamente, la vida continúa evolucionando según su propio ritmo. El psicoanálisis es otra forma de idealización. Tú me analizaste —o me creaste— y luego quisiste que yo fuera exactamente como tu imagen ideal —el yo potencial, tu creación— y como tu propia imagen». (Su insistencia en que somos hermanos gemelos).

Anoche le dije: «El psicoanálisis permite ver el yo potencial. Y también da falsas esperanzas».

Escribo a Eduardo: He sido víctima de otra situación psicoanalítica. Una relación así estalla repentinamente, como una pompa de jabón, al contacto con la vida real. Ya no hay más pasión.

Qué raro. A medida que me abandona la pasión empiezo a ver a Huck desde fuera. Su fealdad, su vulgaridad. Por dentro, un alma hermosa, una mente hermosa. Pero un exterior repulsivo.

El sol ilumina lo que escribo. Pero me siento un poco loca… un poco rara, y débil. Mis senos se hinchan y me hacen daño.

Cuando volvió Huck no me devolvió el anillo de nuestro compromiso, sino un diminuto anillo de plata que me compró en Nuevo México, con dos turquesas pequeñas, que por eso lo llama el anillo de los gemelos. Encaja en mi dedo meñique… en mi dedo de niña. Siempre acierta. Sabía que, para él, ya no soy una mujer.

14 de marzo de 1935

Visita a Filadelfia. Después de que Huck me telefoneara para decirme que comprendía todo. Un Huck apesadumbrado, purificado y escarmentado. Yo, con la mirada fija de mis días neuróticos, empeñada en decirle «ya no te amo». Él, preguntándome qué necesitaba. Contestando a todos mis temores con un «cuidaré de Madre y de Joaquín». Pero yo le demuestro que no quiero vivir con él todo el tiempo, que todavía amo protectoramente a Henry, que he de permanecer con él y cumplir mi promesa de casarme con él. De tanta charla terminamos agotados. Huck fue todo aceptación. Le dije que la mujer había muerto. Y la mujer estaba muerta.

(Describir la humedad entre las piernas, como el deseo que surge después de llorar o mientras se llora, una excitación sexual, lo más parecido a un masoquismo nunca antes experimentado. Después de nuestra escena, Huck me tocó allí y dijo: «Oh, ¿lo ves? ¿Lo ves? ¡La mujer no ha muerto en absoluto!». Se equivocó tomándolo por deseo, y yo misma estaba tan sorprendida que no me di cuenta de su significado hasta hoy, mientras escribía lo ocurrido en el diario).

Luego, igual que había hecho en otras ocasiones, sutilicé la situación, suprimí sus límites, difuminé sus blancos y negros. Todos los perfiles definidos, los problemas, las decisiones y opciones se fundieron en un sueño más vasto… en un milagro. Lo hechicé con un mar de palabras, alargamos y ensanchamos la totalidad de nuestra vida, él aflojó su presión sobre mí, volvió a ser cósmico y su comprensión creció, se expandió. Nos hablamos ilusionados y maravillados, nos hablamos fuera de la realidad. Hablamos en la oscuridad. Lo que no dije entonces, porque no lo entendí hasta después, fue: «No quiero la realidad (vivir contigo) porque no quiero la tragedia. Sólo quiero el milagro».

La palabra sublimación aplicada aquí no es suficiente. Es salirse de lo ordinario, una elevación, un ensanchamiento, una evasión de lo insoluble y de lo feo. De alguna manera nos zambullimos en un mundo nuevo para surgir y elevarnos más allá incluso de su humor judío y entrar en la creación. Admitió que, como creador, me había deseado tal como él quería. Cuando no lo acompañé al sur, quizá fue por mi amor por Henry, pero también pudo haber sido porque yo quería escapar de su afán posesivo. No habría podido resistir mucho más tiempo su intensidad, la fuerza con que me tenía asida. Se daba cuenta de todo esto. Si la ruptura me hizo consciente de que lo necesitaba, también me hizo consciente de que había mentido para ser sincera conmigo misma. Había mentido porque… No sé por qué, pero no hice aquel viaje con Huck. (Ahora veo que ser sincera conmigo misma y ser sincera en mi amor por Henry eran una y la misma cosa, pero podía haber hablado con Huck de mi sinceridad y le habría hecho menos daño porque es una necesidad cósmica más profunda).

De todas formas, él me respeta en mi integridad. Mis medios son retorcidos, tortuosos, deshonestos, pero con frecuencia es porque actúo movida por un instinto emotivo que no sé explicar en el momento.

Desde entonces he vuelto a ir a Filadelfia. Si para eludir mi papel de mujer he llevado nuestro amor a un mundo imaginario, despertando al creador en Huck y ofreciéndome como artista, lo que he hecho ha sido enriquecer este amor. Huck ya había empezado a escribir el prefacio para mi diario de infancia.[8] Le di a leer el diario ¡después de escribir el prefacio! Hablé mucho de mi trabajo. Había estado trabajando en las diversas páginas de «Alraune». Desperté su interés por mi escritura.

La primera noche en Filadelfia no sentí ninguna pasión, pero Huck era feliz. Luego, en el tren, sentí una gran serenidad. Tenía la sensación de haber escapado de nuevo de la realidad, de haber dado a nuestra relación el clima que yo deseaba, que la temperatura se conservara con las ausencias, lo cual permitiría que el sueño se desarrollara en proporción a la realidad. Cuando nos alejamos el uno del otro podemos adornar el amor mediante la creación que lo rodea. Con la presencia continua se pierden las proporciones, Huck se convierte en un esposo vulgar, preocupado tan sólo de lo que hago, atormentado por los celos. En fin, nada de tragedias, de víctimas ni de violencia. Eso es lo que quiero y ahora lo sé. Huck me perdió cuando intentó que yo rompiera con Hugh y con Henry.

El sueño. He meditado larga y tristemente sobre este tema, sobre cómo he hecho un sueño de la vida de Henry y cómo eso únicamente inspira la creación y alimenta al artista. Y sobre cómo, si hubiera hecho de Henry mi esposo, habría matado el sueño.

La conmoción hizo que todo volviera a ser irreal, pero lo raro fue que la última vez que vi a Huck me excité sexualmente y pude responder, aunque ahora sé que fue una respuesta a su intensidad apasionada. Espontáneamente no necesito su presencia ni ansío su cuerpo como ansío el de Henry. La conmoción inició un proceso de sublimación y el sueño se restableció con una desviación hacia la creación.

Una de nuestras charlas en la oscuridad, el mismo sábado por la tarde en que regresó del sur, versó sobre el orgullo del creador, su aislamiento voluntario. Su necesidad de crear en soledad, como el mismo Dios. Su necesidad, en consecuencia, de las mentiras, que son una creación y que es causa de la separación de su mundo del mundo de las demás personas (es lo que yo dije). Mis mentiras son una creación. En «Alraune» escribo: «Lo peor de las mentiras es que crean soledad». Es difícil renunciar a este orgullo y autosuficiencia. Huck ha renunciado ahora. Dice que lo que yo hago siempre es bueno para nosotros. Cuando estuvimos a punto de vivir como marido y mujer, me alejé (mientras él estaba en el sur) y me replegué en mí misma porque empecé a crear, empecé a escribir de nuevo.

También, al mismo tiempo, cuando Henry y yo tuvimos que elegir entre la vida en matrimonio y nuestra escritura, nuestra vida libre y encantada, elegimos la vida como un sueño y no la vida humana.

Hace pocos días, Henry se sintió en conflicto con el pragmatismo y los valores americanos. Se rebeló contra los compromisos, se sintió derrotado y asustado por el fracaso de nuestra tentativa de escapar. Tuve que liberarlo del miedo y, por primera vez, no porque me sacrificara por lo que yo quería, sino porque yo también quería vivir como artista y no crear tragedias que me golpearan. Igualmente me sentí atormentada cuando, con el fin de llevar una vida real con Henry, una vida día a día, iba a sacrificar a tres o cuatro personas y hundir a Henry en la monotonía. La vida en Nueva York, en una habitación, los dos haciendo trabajos vulgares, cocinando, sin viajar. Sin ninguna libertad. Escribir en este ambiente, entre gente vacía, en una ciudad enorme y mecánica. Madre y Joaquín heridos, Hugh herido, Huck herido. El otro modo: la ilusión, el sueño, la vida fecunda como artistas, es decir, no la vida como los demás la ven, sino una vida más profunda. Henry y yo no pudimos vivir más profundamente que como lo hemos hecho todos estos años. Necesito el sueño. Y Henry necesita el sueño.

En el autobús cambio de anillos en lugar de cambiar de estaciones. Me quito el anillo indio de compromiso de cincuenta centavos que me regaló Henry y me pongo el de las turquesas gemelas porque voy a ver a Huck en el Barbizon. O me pongo el anillo que Freud le dio a Rank. ¡O llevo el sello, el escudo de armas de mi Padre!

Pero he devuelto todos los regalos. Esa parte del cuento de hadas está muerta. Ya no son regalos auténticos. Son como la ropa que me pongo para hacer un papel, la que me pongo cuando voy a Filadelfia. El hecho de que Huck pudiera recuperarlos cuando se enfadó, acabó con mi confianza en ellos. Ya no me importan. Estoy alejada de ellos: el vestido rojo de encajes rusos, el anillo de turquesas con el brazalete y los pendientes, la caja de plata y turquesas, la pitillera de jade, el chal rojo español, el camisón de encajes, la négligée de terciopelo negro, el estuche de escribir de piel, la caracola, la flor marina, el acuario, la ropa interior de tul, las sandalias de oro y plata.

La realidad es que yo no reparo en la buena calidad de los materiales, los valores sólidos, las joyas auténticas, el oro, la plata, la caoba, las maderas nobles, la calidad de los vestidos. Nada de eso tiene para mí importancia. Me importa su efecto, como en el escenario. Me contento con la bisutería, las maderas lacadas, las paredes pintadas, las maderas de imitación. Igual que en el decorado de un escenario. O la guardarropía de un teatro. Fijándose bien, todo estaba en Louveciennes, de pacotilla, pero bello. Efectivo, ilusionante.

Cuando Huck se llevó todo y lo guardó en Filadelfia, se convirtieron en cosas irreales, como la ropa y las joyas que una se pone para hacer un papel en el teatro.

A una paciente: Llevo el pañuelo que me ha regalado y pienso en usted. Cuando nos encontramos en la vida real nos cuesta comunicarnos. Una parte de usted parece fría y reservada, por más que estoy segura de que no es eso lo que usted desea. Lo desconcertante es que cuando leí su libro creí entender sus emociones y sensibilidades. Y luego traté de acercarme a usted, de hablarle, mediante el lenguaje de su obra, que me es tan familiar. Si entiendo sus emociones, complicaciones y sutilezas como artista, me parece que debiéramos entendernos como seres humanos. Querría darle a leer mi novela por la misma razón. Creo que, mediante mi novela, podría dirigirme a usted y comunicarme. Encontrará en mi novela a dos mujeres que tienen miedo de hablarse por temor a crear una falsa impresión, por temor a decepcionar a la otra o a no poder mostrar sus verdaderas personalidades. Nosotras dos somos actrices, no en el mal sentido, o porque simulemos lo que no sentimos, sino porque podemos representar diversos papeles y transformaciones, sin saber en ocasiones cuál conviene elegir para presentarnos ante el mundo o entre nosotras. La menor incomodidad o inseguridad (miedo a ser mal entendidas o criticadas) nos arroja a esta actitud antinatural. Usted parece reservada, pero tengo la sensación de que no lo es. Y yo, el otro día, pude parecer también algo que no soy.

Respuesta a una proposición a bordo de un barco: «No puedo ser fiel a ningún hombre durante seis días».

MacDonald me preguntó: «¿Estás siempre tan llena de vida en tierra como lo has estado en este barco?».

—Mucho mejor en tierra —le contesté—, porque en tierra nunca me pierdo un día a causa del mareo.

19 de marzo de 1935

Mi próximo libro se llamará Mentiras blancas.

Soy muy feliz. Ocupo el centro del mundo que me he creado, donde todo, de momento, es como yo quiero. He urdido, mentido, tiranizado, luchado, hasta conseguir mi deseo auténtico: la vida con Henry. Para tocarlo, besarlo, acariciarlo y mentirle… Henry, su clima lento, sensual, no intelectual. Henry y su risa, su jovialidad y su letargia. Las comidas con Henry. El domingo con Henry. El cine con Henry. Henry escribiendo mientras yo leo lo que escribe. Henry ordenando lo que escribo.

Huck… lejos para no tener que besarlo o tocarlo o dormir con él. Huck, su comprensión, su actividad mental, su clima mental. Huck para escribirle, para hablar con él a distancia.

Hugh… muy lejos, trabajando plácidamente, gozando con su nueva personalidad de artista (pinta) y pensando en mí, fiel a mí, dándome el más precioso de los regalos —mi libertad— siempre en su camino de regreso a mí, pero todavía no aquí.

Hoy soy feliz. Soy una tirana. Huck me necesita, definitivamente, y es triste que no pueda ser, pero puedo hacerlo más feliz que nadie. Sólo Henry se siente satisfecho.

Soy feliz, egoístamente, tiránicamente feliz.

Miento momentáneamente en la cama del Barbizon, habitación 2107, sobre una colcha color hierro herrumbroso; del mismo color son la alfombra, la silla y la mesa. La radio está encima de mi cabeza. El jardín japonés está sobre mi tocador. La habitación es pequeña, aterciopelada, como el seno materno. En la caja de latón cerrada está mi diario Incesto. También, sobre la mesa, está el manuscrito de «Alraune» y dos cartas de rechazo del editor Simon and Schuster para Chaotica[9] y el diario infantil con prefacio de Rank. Carta de mi Padre: «No podía escribirte sin moralizar y no quería moralizar». El espejo de mano de Hugh, que me regaló con una poesía.

Siempre que algo se aleja de mí, siempre que pierdo algo o a alguien, siempre que debo separarme de algo o de alguien, mi reacción es creativa. Huck observó que cuando perdí a mi Padre me convertí en mi Padre; cuando Henry me decepciona, me convierto en escritor; cuando Rank me falla, me convierto en psicoanalista. Todo ha de ser reemplazado y recreado. Todo debe ser expulsado de mí y estar en mí, dentro de mí. Creo todo cuanto es perecedero, evanescente, engañoso. Creo mi autosuficiencia, mi independencia, mi autofecundación. Pero, como soy mujer, no quiero estar sin necesidades. Y sigo teniendo grandes necesidades. Nada sustituye a la vida ni al amor. Necesitaba un padre; necesitaba a Henry; necesitaba la protección de Hugh, su lealtad, su confianza; necesitaba la comprensión de Rank; necesitaba la escritura de Henry; necesitaba el equilibrio de mi Padre; necesitaba el amor. Necesidades terribles, inmensas, devoradoras, demoledoras. La vida me obliga a prevenir y remediar las necesidades, a ser un cosmos por mí misma: hombre, mujer, padre, madre, amante, niña. ¡Todos los papeles!

¡Extenuante!

Hoy soy feliz. El único que está triste es Huck, pero hasta Huck es feliz porque, como él dice, le están sucediendo tantas y tantas cosas. Tantos cambios, tantas emociones, tantos éxtasis, tantas experiencias. ¡Está viviendo! La vida incluye el dolor. Es imposible vivir sin dolor.

Ayudo al banquero Hugh… psicoanalizo a sus jefes para librarlo de temores, timideces y fingimientos, haciendo que sus vicepresidentes sean humanos con él.

Henry, una noche en que se siente solo, teme perderme. Supone, supone que volverá a caer en la monotonía, en los ambientes limitados, en la esclavitud. Su amor por mí es egoísta, como el mío por Hugh.

Pongo el deseo de Huck y la vida sexual en un segundo plano mediante la magia de la conversación.

Simbolismo de los colores, de los colores de la primera infancia. El azul, procedente de la Madre, para la espiritualidad y el intelecto. Elegí el coral y el turquesa para el estudio del Boulevard Suchet, y también el negro. Luego, el naranja, el verde y el negro para Louveciennes (del coral al naranja: expansión del sentimiento primitivo).

Con June y para June, adopté el púrpura, pero sólo durante un tiempo. Color de neurosis y muerte.

Vine a Nueva York en blanco y negro. Me vestí de azul para el primer beso de Rank. Azul para la fidelidad.

Después de Rank, la conmoción, de nuevo el anhelado violeta: muerte. Y ropas masculinas para suplantar a Rank y no tener necesidad de él.

Huck está tremendamente impresionado por lo que escribí en mi diario acerca de las mentiras: «ilusiones de cuentos de hadas» (en la charla que tuve con Henry en el jardín, una tarde en Louveciennes, el verano que siguió al episodio con Padre).[10]

El sábado me divertí yendo de tiendas. Me compré un vestido color turquesa y joyería imitación turquesa. Alquilé una radio para Henry (en sustitución del regalo de Huck, para conseguir desprenderme de sus regalos).

En términos de metabolismo: Henry es demasiado lento y yo soy demasiado rápida. La gente busca la alquimia humana para equilibrarse. Yo necesito que me frenen y Henry necesita que lo aceleren.

Ahora busco (mediante la medicina) frenarme naturalmente, sin necesitar a Henry.

La medicina que me han administrado para la menstruación retrasada (todos los síntomas del embarazo) esperaba que surtiera efecto en una semana, pero después de dos tratamientos funcionó pocos minutos antes de que Huck llegara de Filadelfia (como el aborto después de su regreso de Londres).

Cuando hablo con Huck me cansa su constante explicación. No puede dejar nada quieto o como es. Su vida consiste básicamente en analizar. Siento la necesidad inevitable de escapar de la intensidad de su explicación. Todo lo que hacemos o decimos tiene que ser explicado, aunque, afortunadamente, eso no nos impide que lo hagamos o lo digamos. Es inspirador y estimulante, pero tengo que escapar.

Cuando Huck vino el viernes temblaba de emoción y alegría.

Pasó por una tienda de saldos y compró un diario bellamente encuadernado a precio de ganga. Diario renacido gracias al gran entusiasmo de Rank, que lo considera un documento humano.

Entr’acte: Psicoanálisis de la violinista, mi paciente favorita. (La quiero).

A Richard (que me escribe: «Como rodeado por la niebla, no encuentro el camino para encontrarte»): La confusión no se debe a ti, sino al hecho de que, independientemente de lo inteligente que yo sea, no puedo controlar mis estados de ánimo. Cada día lo veo a través del prisma de un estado de ánimo que es cambiante y autónomo. Afortunadamente, el ánimo predominante en esta Coney Island[11] de estados de ánimo que soy yo, es una sensación de encantamiento, de belleza, de algo mágico y milagroso. Tal como te dije: Cuando intentes encontrarme en mi novela, ya habré cambiado. La dificultad estriba en que me ocurren cosas, miles de cosas, cada día. Y esas cosas me cambian. ¿No te importará tener por amiga a un volcán, a una Coney Island, a las cataratas del Niágara? Estamos de acuerdo en lo esencial, o en el núcleo. Los detalles que son interesantes para el artista, quiero decir el color, los hechos dramáticos, las experiencias o los modos de expresión, divergen. Pero eso, me parece, es divertido. Después de todo, un poco de resistencia sirve para interrelacionarse. Estimulantes… no hipodérmicos (quiero decir sedantes).

Hoy soy feliz. Hoy es el Sol. ¿Tienes algo en contra de los estados de ánimo que brincan como saltamontes y miran las cosas por ventanas que cada vez son diferentes? Todo es mentalmente un rompecabezas, ¿no es cierto? ¿Te importa mucho no estar demasiado seguro, o que yo no sea demasiado exacta? Tú sabes que en la poesía y en la vida el éxtasis es lo que cuenta y el éxtasis, a veces, es un poco difuso, como una borrachera. Dejar que las cosas pasen, que las cosas fluyan un poco, es divertido. Ya vendrán los arreglos, el orden y la síntesis creativa. En la vida, en la naturaleza, siempre hay un ligero desorden y una pizca de capricho. ¿Te importa? Se debe a la abundancia de material.

Lo que no he podido escribir termina por perderse. Ahora nunca puedo volver atrás. Sólo estoy interesada en el presente. El espíritu del presente lo es todo para mí. El éxtasis del momento. El día a día. La plenitud de cada día es asombrosa. Ayer, la mujer de la tienda, que me prestó una faja porque mi único vestido de noche está manchado por el deseo de Henry una noche. El acoso impaciente de [William] Hoffman por la tarde. Las historias que le cuento. Lo tiento. Bailar en Harlem. Mi carta a Hugh sobre su primera acuarela, clavada en la pared delante de mí. Los rudimentarios mensajes especiales de Huck. Fundidos y disueltos en amor, tartamudeando amor. Richard, que cada vez me trae un paquete de cigarrillos. Henry escribiendo a máquina cuando llego a casa, después de haberme arrancado de la fiesta de Hoffman, aborreciendo incluso Harlem porque estoy con Hoffman y otros vicepresidentes —guantes blancos, mayordomos, casa privada en la Quinta Avenida—. Flores especiales que me envían desde Savannah. Reparación de medias, a veinticinco centavos la pieza. Carta a Padre: «Por favor, admírame. Eres el único que no está satisfecho conmigo. Sé, por favor, un padre indulgente». La radio puesta. Cigarrillos Old Gold. Tomar notas del psicoanálisis de la violinista. Me da el dinero que ha ganado por primera vez en su vida. Algún día escribiré largo y tendido sobre ella. Será una de mis amigas. Me gustó desde el primer momento. Las sales de baño de Eduardo se han terminado. Mis sandalias de París están gastadas. He tenido que tirar los guantes de París. Leí a Hemingway y me gustó su veracidad. Le dieron un puñetazo en la cara por eso. La casa del incesto va adelante la mar de bien. Cada día se teje un nuevo plan, vuelve a tejerse, se moldea y se le vuelve a dar forma. Pero contiene la clave de todos los misterios. Huck dice que el diario infantil era una carta a Padre porque lo firmaba cada vez. Escribo con una pluma de Joaquín, que lleva inscrito su nombre y que él me regaló. Buenas fotografías mías tomadas por y con Huck, enviadas a Hugh y dadas a Henry. Frances Schiff se ha ido a dormir; [Richard] Osborn se ha vuelto loco y está en un manicomio; los amigos de Henry son todos unos muertos; las cartas de Huck, cuando no las entorpece el amor, son fórmulas algebraicas de las emociones humanas. Eduardo tartamudea en notas sin aliento, pero nuestro afecto es sólido y está bien arraigado. Madre no se ha casado con [el señor] Soler de Mallorca. Joaquín no abandonó a Madre cuando se vino aquí solo, pero se dio cuenta de que no podía vivir sin el ánimo de ella.

No quiero pasar un año de mi vida reescribiendo el libro de Rank sobre el incesto. Quiero escribir mi propia obra. Soy la escritora y la artista para Rank, del mismo modo que Henry fue el escritor para mí, en mi lugar. Pero ahora quiero ser yo misma todas las cosas. Quiero ser todo el mundo por mí misma porque, bueno, porque quiero. Quiero encarnar todos los papeles.

Cuando envío a mi paciente bailarina a bailar, siento que podría hacerlo, que me gustaría hacerlo. Cuando envío a mi paciente actriz a actuar, creo que me gustaría actuar. Cuando la violinista toca el violín aliento la música dentro de ella. Me vuelco y me entrego en todas estas cosas, doy al psicoanálisis más de lo que dan los demás, mi propia fuerza, mi propia creatividad.

Pero concéntrate. Me estoy concentrando en la «Alraune» poética.

Pero el diario, mi diario, estoy tan contenta de tenerte otra vez. En momentos perdidos, entre dos pacientes, una nota furtiva es suficiente. Es mi mundo, mi ego. Confesado, admitido, honrado. Nunca más me avergonzaré de él, nunca más lo disfrazaré o lo adornaré.

Pienso en esto mientras Henry y yo lavamos los platos. Soy feliz porque Henry ha escrito más poesía, tan buena como las primeras páginas de Primavera negra en Louveciennes, y le conté lo que había estado pensando del sueño reiniciado, que es lo que hace posible que escriba así. Soy feliz y me divierte pensar en lo que diría Katrine Perkins si me viera lavando platos con Henry, y Bill Hoffman, con sus guantes blancos, sus mayordomos y sus porteros. Y Patrick, el chófer de los Wolf, y todos aquellos que piensan que soy maravillosa, frágil y triunfadora. Y este amor romántico por Henry, esta defensa de Henry. Sonrío mientras froto las sartenes y me maravillo. Nadie sabe dónde estoy cuando salgo del Barbizon Plaza. Digo que estoy en Forest Hills, con la familia de Hugh. Hoffman me invita a jugar al golf y a montar a caballo. Huck me espera en su jaula dorada. Me compro unos guantes de setenta y cinco centavos y la violinista dice: «Es la cosa más maravillosa que me ha sucedido. Me encuentro bien pero no quiero que me dé de alta». Adopta una actitud religiosa ante al psicoanálisis. Tengo claro que, si el psicoanálisis es un invernadero, una aceleración de la sabiduría y la maduración, a pesar de eso, la experiencia vital ha de vivirse hasta el fin, completamente; todo lo que se vive con la imaginación es veneno. Le digo a la violinista que se vaya a Italia y viva hasta el fin su amor por el violinista italiano, por más que ella sepa ahora que no es un amor verdadero, que se está apagando. Lo cierto es que niego que el valor de la sabiduría sea una fuerza vital. La sabiduría sólo se emplea para conquistar la muerte, la destrucción o la tragedia, pero no sustituye a la vida. Mi consejo es que se vivan hasta el final las equivocaciones, los errores. Estoy en contra de la aceleración artificial del proceso de maduración. Ayudar sólo para tomar una valla y saltarla cuando se tiene delante.

Hago discursos elocuentes para animar, para inspirar. Me creo muchos problemas.

No soy escritora ni artista, sólo la anotadora de un diario, una documentaire. Aceptado. El diario es mi obra maestra. Post mortem. Y unas pocas obras de arte de segundo orden: «Alraune» y Chaotica.

Mi fe en Henry como escritor es absoluta. Todos los demás se equivocan. Pero también sé que Henry no habría sido escritor sin mí. La iluminación interna y poética de su vida le vino de mí.

21 de marzo de 1935

Lluvia. Lenta para vestirme. Lenta para ir a cualquier sitio, porque a la una he de coger el tren para Filadelfia y no quiero dejar a Henry. Es como dejar el sol, el mar, la comida, el sexo, la languidez, el vino, para tener a cambio la geometría. Aunque Huck esté lleno de pasión y emoción, no las quiero de él. Anhelo que llegue Hugh para librarme de Huck, de las noches con Huck. Sé que voy por la vida como borracha. Estoy ebria de ilusión. Pero, sin que importe lo ebria que esté, hay cosas que no tengo más remedio que ver, cosas ferozmente reales. Cierro los ojos y hablo y hablo precipitadamente, creo, vivo en una fiebre y un torbellino, me elevo hasta el éxtasis, pero todo el tiempo está la cara de la realidad mirándome con sus feos ojos. Y sé que, si abro los míos, me sentiré terriblemente herida por la fealdad.

Cuando Joaquín vio a Rank quedó abrumado y desesperado: «Oh, la fealdad, la vulgaridad». Henry dice: «Un tío de lo más desagradable». Una autora escribe: «Vi a un hombrecito feo con los dientes estropeados». Cuánto he sufrido y me ha espantado su mal aliento y su sudor continuo. Es un apoplético y siempre está ardiendo. Come con voracidad y además sin gusto. Me asusta ir allí y encerrarme con él en una habitación todo un día y una noche. No me deja dormir. Come deprisa.

El banquete intelectual me mantendrá a flote. Una orgía de ideas. El champán de la comprensión. Es su creación, «el Dr. Rank», la que me seduce, no el hombre. Hay momentos en que él se lo teme: «Soy como un hombre rico que teme que lo amen por su dinero» (por ser el Dr. Rank), y esa es precisamente la verdad.

Creación. La fuerza de la creación de un hombre… pero, oh, la tragedia humana. Siento compasión por Huck, el niño; compasión por el hombre tan solitario en su mundo de libros. Por cada cosa que yo vivo intensamente (el tema del Doble, Don Juan, Incesto, Verdad y Realidad), él escribe un libro. En los libros vive su doble, su donjuán, y su incesto. Pertenece a los libros, vive entre ellos. Ahí es grande. Es en la vida donde es ordinario, vulgar, feo, imposible.

Yo estoy todavía en la edad del tumulto: Coney Island y cataratas del Niágara. Quiero ser. No quiero sentarme. Jugar al ajedrez con explicaciones y montar un horario (¿Adónde vas?, pregunta Richard) y un itinerario. Voyage sans billet de retour.

Sentada bajo el secador del cabello, con las uñas recién pintadas. El presente. Un maletín que contiene «Alraune» porque espero trabajar en el tren. Y que contiene Verdad y realidad de Otto Rank. Y zapatos y un sombrero, barra de labios y colorete. Y el diario.

25 de marzo de 1935

El hombre que me retiró el diario como causa de neurosis me lo devolvió, entusiasmado, como una obra única. Me incita y me inspira para que trabaje. Admira «Alraune» y quiere publicarla.

Ahora empezamos otro diario gemelo. Él escribe en una página y yo en la otra.

26 de marzo de 1935

El afán de protección de Henry: lava los platos para que no me estropee las manos, que él ama; corta mi carne cuando es demasiado dura. Pero no quiere cortar la obscenidad de Trópico de Cáncer para que se pueda publicar [en Estados Unidos] y no le pido eso, aunque su integridad signifique vidas separadas —humanamente separadas—. Muy errático y perverso cuando se trata de dar salida a sus libros. Los da a la gente equivocada, elige los medios más ineficaces, rechaza los medios inteligentes. Frustración y fracaso. La otra noche le hablé con amabilidad casi divina, con tacto e indulgencia. Quedó afectado. Le descubrí su terquedad, su cabezonería, con tanta amabilidad que al día siguiente se puso a trabajar febril y lúcidamente. Nadie más podría haberlo hecho. Los demás lo hacen combativo, terco e ilógico.

Henry tiene una naturaleza femenina en muchos aspectos. Cuando su odio se alimenta de fracasos escribe emotivamente y mal. Las mismas emociones pueden convertirse en poesía y éxtasis, en profecía, cuando suavizo sus emociones inútiles y ruines. De alguna manera, con Henry es cuando actúo mejor. Soy suave, indulgente; tengo un tacto divino que no tengo para los demás. Él se siente conmovido, ve, se funde y recupera la armonía perdida.

Todos somos parcialmente locos con zonas de lucidez. Cuando estoy con alguien que no cree en mí actúo con insania, desequilibrada y privada de todas mis facultades. Lo mismo ocurre con los demás. El mejor estado de Madre es con Joaquín. Mi Padre con Maruca. Henry conmigo. Cuando mejor está Huck es conmigo. La duda genera una forma de locura. El miedo desequilibra.

La gente cree que Hugh está por aquí, viajando, y ahora en Washington. Así que tengo que inventarme con detalle fines de semana en Washington. Hablo de la guerra y de política porque, si Hugh estuviera aquí, estaría informada de todo eso. Hablo de Ethel y de la Madre Guiler y de golf, cuando lo cierto es que hace una hora que he dejado a Huck en el Barbizon y hemos hablado de mujeres, de psicología, de verdad y realidad. Tengo que condensar lo que he aprendido y discutido con Rank mientras regreso de una hora de almuerzo juntos, porque Henry, cuando hago la prueba, ni siquiera acepta que vaya al cine con Huck.

Las mentiras también impiden que Henry descubra que Hugh no está aquí (por ejemplo, cuando Henry se encuentra con la señora Nixon, ella sabía que Hugh estaba en Londres). No puedo dejar que ninguno de mis amigos se vean porque los Maynard saben que Hugh no está aquí; Frances Schiff sabe que veo a Rank cuando se supone que estoy con Hugh; Henry cree que estoy en Forest Hills cuando no estoy aquí. Y Hoffman quiso venir a buscarme en su coche a Forest Hills, cuando a los Guiler, para no verlos, les he dicho que estoy en Filadelfia. Huck piensa que no he vivido sexualmente con Henry, aun cuando mi embarazo se inicia durante su viaje al sur y, como no tengo dinero para abortar, tendré que pedírselo prestado a Huck y el médico puede mencionar fortuitamente la fecha de mi fecundación. Lorraine [Maynard], que sabe que Hugh no está aquí, me invita a la conferencia de Seabury y, como no puedo ir, Henry quiere ir en mi lugar y se sentaría al lado de Lorraine. Sólo un accidente impidió que fuera. En cualquier momento podemos encontrarnos con los Guiler por la calle y quizá exploten delante de Henry: «¿Cuándo va a venir de una maldita vez Hugh?».

La chica española que limpia nuestra habitación cree que trabajo en el teatro. La mujer de la lencería cree que Huck es mi «papaíto» y urde planes para que él me compre ropa interior y ¡que nos beneficiemos tanto ella como yo! Me guiña el ojo a espaldas de él. Ethel [Guiler] está convencida de que los vestidos americanos me rejuvenecen, que vuelvo a ser la muchacha dueña de mí misma y no la pálida mujer fatal de antes. Envío Chaotica a [Jack] Kahane*. Lorraine me escribe en plan estirado. Huck escribe que lo he cambiado en lo fundamental, y Padre dice que ya no lo necesito más. Envío a mi paciente actriz al Club Artístico de los Trabajadores, donde trabajé como modelo, y me gustaría revivir todo aquello porque en aquella época no estaba despierta del todo. Bebo whisky con Henry, lo cual me hace hablar de la violinista, mi paciente favorita. Escribo a Huck que ella me gusta porque está llena de emociones, de poesía, de éxtasis. Una odia curar a la gente cuando está borracha, porque esos momentos de embriaguez son los más maravillosos de la vida. Cuando te embriaga un sentimiento, no importa cuál sea (ella está ahora ebria de un sentimiento imaginado), dejas de ver la realidad o la fealdad. Sería demasiado malo despertarla ahora. También me hace reír cuando me dice que debería advertir a la gente de lo que voy a llevar puesto porque, si no lo hago, les sorprende tanto mi aspecto que quedan en desventaja y ya no pueden pensar. Siempre vuelve al hecho de que ella esperaba que yo fuera un caballo masculino, quizá prehistórico. La idea de que la mujer femenina no sabe hacer el trabajo de un hombre.

Anaïs Nin a mediados de la década de 1930.

Hugh o «Hugo» Guiler, Eduardo Sánchez y Anaïs Nin en el jardín de la casa de Louveciennes a principios de la década de 1930.

29 de marzo de 1935

Katrine Perkins y yo hemos almorzado en mi habitación. Es como una flor, hambrienta de realidad. Huck dice de ella que es mi propio yo de esposa pálida de banquero, sedienta de libertad. Y me compadezco de ella y de mi antiguo ego. Hablo con ella como cuando uno vacía su casa en tiempos de guerra para ayudar a los heridos.

Idea de incluir un facsímil de los tres pasaportes en Chaotica para responder a las preguntas concretas. Ironía de dar el color de los ojos, el peso, el cabello, la altura, la dirección, la nacionalidad, etc., que es lo que la gente dice que falta.

Henry escribió, al mismo tiempo que Rank, un prefacio mejor para el Diario de infancia. Más humano, más artístico y poético, intuitivamente profundo. Rank, más cósmico, filosófico e ideológico. Mientras leía el prefacio de Rank, Henry dijo: «Casi todo esto es demasiado para mi mente perezosa. La casuística. La mente cristiana frente a la judía».

Huck piensa que mi diario no tiene precio: el punto de vista de la mujer, lo biológico separado de lo ideológico en mí. Psicología femenina revelada (la protección de la mujer, agresiva como una tigresa cuando defiende a sus cachorros. Ninguna masculinidad, pero todo cuanto tiene de positivo sería tomado por masculino).

Sobre la obra de Henry: Tengo que épurer (pulir) el mal gusto, lo chillón, las excrecencias. Lo mismo que podría haber hecho por D. H. Lawrence. En Primavera negra (infancia, sastrería, epílogo) Henry ha creado ahora una obra de arte. Pero intenta estropearla cuando incluye las primitivas partes imperfectas, como el afinamiento de una orquesta sinfónica. ¡Inyecta de nuevo los toques salvajes de su época preartística!

—Si soy un artista, cosa que tú me dices —dice Henry—, todo cuanto hago está bien.

—Oh, no —digo yo riendo—, no eres artista todo el tiempo. Sólo intermitentemente.

Me cuesta ser rigurosa porque me gustan algunas de las partes desorganizadas, disonantes, sueltas y endebles.

Henry, igual que en la vida, no tiene capacidad de juicio. En nada. No sabe valorar ni graduar ni comparar ni elegir. No tiene gusto. Pero, intuitivamente, cuando consigue la perfección o partes perfectas, tengo que esforzarme para que no las estropee. Ningún juicio en absoluto de la gente, o de su obra, hasta más adelante. Él ve lo que veré más tarde.

Un niño que quería ir a África. Borrador de detalles y planes, horarios, dibujo de un aeroplano, etc. Su colegio estaba lejos y para él fue como África, pero cuando lo cambiaron a otro que estaba cerca de su casa, dejó de ir, porque lo que él quería era viajar, la aventura de llegar hasta allí.

He aprendido mi mundo real de Henry y de June —vulgar y de mal gusto— porque otras realidades, el refinamiento, no me parecían reales.

Huck y yo escribimos un diario gemelo de ideas.

Al sacudir el mantel verde checoslovaco en la ventana, la señora Miller experimenta siempre el temor de que está tirando cosas preciosas e irremplazables, joyas, manuscritos, regalos. Lava los platos porque Henry está absorbido por la fiebre de la acuarela. De regreso a casa, desde el Barbizon, la señora Miller se detuvo para comprarle pinturas. Le han presentado a George Buzby, un atractivo gigante rubio, del tipo ideal, uno de esos manufacturados exclusivamente por las razas nórdicas, de pose enérgica y gran poder físico, carente de fantasmas, un rostro sin memoria, el modelo ideal, compendio de la amabilidad jupiteriana y del buen sentido. Una especie de exclusividad en uno u otro sentido, perfecto como una montaña, un mar o un cielo. Me sentí profundamente atraída, quiero decir, la señora Miller. La señora Miller sigue bebiendo whisky sin parar, a cucharadas, para superar sus debilidades ancestrales, no queriendo admitir ninguna debilidad orgánica e impaciente con su hipersensibilidad psíquica. El señor Miller escribe Primavera negra y George Buzby consume un vaso de whisky de centeno cada diez minutos exactos sin perder por eso su firmeza de montaña.

«Alraune» no acaba de cuajar, pero Chaotica y Diario de infancia están hoy en manos de E. P. Dutton. Me compré el traje de chaqueta negro con bolsillos masculinos —cuántos suspiros por un vestido de catorce dólares—; una nueva imagen, la pulcritud y la jovialidad de la mujer americana positiva.

La violinista dice que no puede evitar lo que siente por mí, porque es dulce y cálido, le da vida, y porque le pertenece. Le dedico mi libro sobre D. H. Lawrence: «A mi paciente favorita», y ella lo lee en el ascensor y tropieza y cae en la calle, cuando sale del hotel (como la vez en que no tuvo más remedio que arrodillarse ante Dios en la calle y, para hacerlo, simuló que se ataba un cordón del zapato).

Eduardo me escribe con tanta humanidad; me dice también que Saturno ha pasado por encima de mi Sol y Júpiter, por lo cual es lógico que haya tenido unos días malos. La doctora Finley dice que no estoy embarazada y me aplica un tratamiento tiroideo para que engorde, para que consiga el estado de bienestar que tuve durante el embarazo.

Huck dará una conferencia sobre la psicología de las mujeres. Yo he enriquecido su conocimiento de la mujer y la vida y él ha enriquecido mi conocimiento del trabajo. Su visión profunda del significado de «Alraune», donde yo me muevo casi a ciegas, a tientas y balbuciente, ha sido un gran regalo.[12] Dice que siempre quiso escribir poéticamente, dramáticamente, y que estoy escribiendo el cuento de hadas de la neurosis, poetizando su lenguaje. Recuerda la noche en que no podía ir a dormir sin antes haberle enseñado la página sobre el cuento de hadas y las mentiras en mi diario. Y ahora, mientras escribo «Alraune», me doy cuenta de que sabe perfectamente lo que quiero decir y de que cada vez es más sensible a la belleza que yo añado a la narrativa.

La violinista relaciona lo que le dije en su psicoanálisis sobre su idealismo con lo que escribí sobre Lawrence y los «ideales muertos». Me da otros tres libros de Hemingway y dice que me lo va a presentar. Buzby dice que considera mi libro sobre Lawrence uno de los dos mejores escritos sobre él (el otro es el prefacio de Aldous Huxley a las Cartas), pero le cuesta trabajo creer que lo haya escrito yo después de ver a «una mujer tan joven, tan encantadora y tan bella».

Cuando la doctora Finley me dice que no estoy embarazada no la puedo creer. No sé creer en la felicidad. Oh, Dios, por qué no puedo creer en la felicidad. Por favor, oh Dios, necesito creer en ella, necesito creer que me pasan cosas buenas, que he llegado al final de mis problemas. Porque me siento tan bien, tengo tan buen aspecto, que creo que debo de estar embarazada y que tendrán que operarme, de dónde voy a sacar el dinero y hasta quizá tenga que tener el niño con las complicaciones consiguientes. Suenan las campanas de la iglesia mientras estoy sentada en Elizabeth Arden [salón de belleza de la Quinta Avenida] con el rostro cubierto por una mascarilla, y casi me acerco de nuevo a Dios, como la otra vez en el hospital, y todo lo que Le pido es que me deje creer en la felicidad. Henry tampoco cree en ella, ni ninguno de los que han sido muy pobres, o han estado muy enfermos o muy solos. Me cuesta mucho creer en una felicidad continua y sostenida, lo mismo que me cuesta creer en el amor. Tomo whisky y pienso, oh, al diablo con eso de cuidarse tanto, al diablo con todo. Las emociones de Huck, echándome de menos, no despiertan en mí ningún sentimiento; me hacen dura e indiferente. La creencia egoísta de Henry en que todo cuanto hace es interesante, en que sus cartas debieran ser publicadas, su insistencia en que sus tanteos, tartamudeos y disonancias no tienen precio, me hacen cínica.

Rank prefiere hacerme regalos, por los cuales he de estar agradecida, que pasarme pacientes, con los cuales yo sería independiente. El sol ilumina lo que escribo; mi cabello se está rizando. Un día de frivolidad porque me siento lúgubre, triste y cínica. Más razones para ser cada vez más independiente y autosuficiente.

Henry empezó a tantear torpemente a su alrededor y a escribir una obra marginal con borradores y retazos y llegó al núcleo de cristal de roca de Primavera negra; luego siguió intentando incluir lo didáctico, las opiniones, las disertaciones aburridas. Y las reunió todas con cariño. No sabe ver las diferencias, ¡igual que un hombre ciego a los colores! Se derrumbó ante mi primer comentario, y eso que fui amable, me limité a decirle que aquello no pertenecía a Primavera negra, nada más. Mediocridad. [Emil] Conason le reprochó que estuviera rodeado de amigos mediocres. Y es cierto. Son tan mediocres como los banqueros, y estoy desilusionada por su vaciedad, por su debilidad. Son peores que banqueros, porque son unos gandules. Tengo mis días de lucidez y realismo.

Huck se sorprende porque doy el número de su habitación en el hotel de Filadelfia. Veo toda la vida dualmente, la real y la onírica. Veo los pesarios, la bolsa de la ducha, los tapones de cera para los oídos que se funden en la almohada, porque sin ellos los ronquidos de Huck y de Henry me mantienen despierta. Sé que mi corazón va demasiado deprisa cuando bebo whisky, y que la vena azul de mi sien derecha, que [mi amigo] Enric solía notar en Richmond Hill [a principios de la década de 1920], ahora se hincha cuando río. Veo todo lo que Hemingway ve, todo lo que Dreiser ve, todo lo que Henry ve, pero lo odio, y me emborracho de otras cosas, y me gustan las cosas que me emborrachan de tal modo que puedo olvidar. Veo que supero a Henry en generosidad, en aceptación y en comprensión. Veo la dificultad de vivir con Henry. Que me habitúo a dormir tarde para complacerlo, a estar levantada de noche y, tan pronto como me habitúo, él se despierta a las ocho de la mañana, se levanta bruscamente y se burla de mí diciendo que soy perezosa. Terquedad. Exactamente como mi Madre, esa manera negativa de reafirmar la voluntad propia. El hecho de haber planeado un diario imaginario de mi inocencia, entregárselo a Hugh, y desaparecer después de simular un suicidio, prueba que no es el miedo a ser abandonada o a perder a alguien lo que me hace mentir, sino un profundo instinto de protección. Mentir es la única manera que he encontrado para ser sincera conmigo misma, para hacer lo que quiero, para ser lo que quiero haciendo el mínimo daño a los demás. Para mantener la ilusión tengo que mentir. Henry cree que mi pelo es naturalmente rizado. Huck cree que no duermo con Henry. Henry arruga el entrecejo cuando ve el traje de chaqueta que yo había deseado tanto, y no tengo más remedio que hacer trampas para explicar cómo y por qué lo he conseguido por fin.

Yo, como mujer que siempre escribe «yo», soy más honesta que Henry cuando generaliza en su «Late City Man» sobre el hombre moderno, cuando únicamente se refiere a sí mismo y pretende ser cósmico y sólo es subjetivo. Yo acepto ser completamente subjetiva y sólo soy cósmica en la medida en que soy mujer, y la mujer es cósmica, como dice Henry. Huck es un llorón y un sentimental, tan posesivo y exigente en el amor. Se ha dado cuenta de que su crisis se debe al cambio de vida, de que soy la que carga con su locura caótica y emocional. Maladif. Su amor no es amor, es una enfermedad, es absolutamente neurótico y yo me siento devorada.

1 de abril de 1935

Fui a buscar a Huck a la estación Pennsylvania en contra de mi voluntad. Me entristecía dejar a Henry. Estaba reservada y preocupada. Lentamente, Huck volvió a ganarme con su mente, su generosidad y su pasión.

Yo sólo quería hablar. Temía el momento en que me besara y lo evité. Sugerí que saliéramos (él siempre quiere encerrarme, igual que Hugh). Vimos el maravilloso Planetarium. Nos sobrecogió, pero también reímos, con nuestro ingenio tan especial, tan rápido. Y luego tomamos el té y Huck me habló de su desasosiego en Filadelfia, de su aburrimiento. Lentamente fue como si me hubiera acostumbrado a la Bestia y olvidara todo, salvo aquella luminosidad de su mente y el poder de su pasión. Lentamente pude dejar que me acariciara, por más que siguiera pensando desesperadamente en Henry.

Como si Huck me penetrara con nuevos tentáculos y me penetrara en zonas nuevas y como si, muy lentamente, Henry se eclipsara bajo el fuego intenso, el ardor de la viveza y el positivismo de Huck, como si Henry fuera tremendamente débil e inerte, como si el Henry recién llegado de París dejara de existir y regresara el Henry natural, el Henry perezoso y falto de voluntad. Y me siento triste, muy triste, terriblemente triste, de que haya tantas fisuras y grietas en mi vida con Henry y de que la fuerza de Huck se filtre por ellas y la invada. Me siento aprisionada. No me importaría si no supiera que el lunes he de irme. Gozo con los nuevos discos que ha traído Huck, me pongo el vestido ruso, comemos delicados manjares, llueve afuera, y hablamos con profunda seriedad y también con humor, con un humor rápido y punzante. Una vez me dice Huck: «¡Caramba, eres tan rápida! No puedo distraerme ni un segundo». Semejante humor no puede reproducirse, es inaprensible e improvisado. Y luego las cavernas, las exploraciones: la psicología femenina.

Es cierto, con él soy casi yo misma, pero también le dije que el otro día yo estaba melancólica porque me di cuenta de que él conocía mi naturaleza imperfecta, egoísta, no mi ser ideal. No la buena madre para Henry, no la falsa alegría, el heroísmo impuesto, la dulzura forzada, las abnegaciones. Ha creado mi yo real, y sabe que siempre es así. También en el psicoanálisis, cuando está obligado a rechazar el amor dado generosamente, la mujer avanza desde el dar para llegar a ser ella misma. También me sentí avergonzada de que para Huck yo sea lo que Henry y June fueron para mí, débiles, sin escrúpulos, embusteros, los que usaron de mí y de mis regalos para los demás. Cuando vine aquí (por mí misma, por mi felicidad, para mis propios fines egoístas) expandí este ego gracias a Huck, a su comprensión, a su estímulo. Sabía que fingir delante de él era inútil, porque él sabía la verdad, por eso dejé de lado todas las pretensiones, todos los esfuerzos, todas las luchas por el ideal. Y me alegro. Tengo sentimientos melancólicos. Nos reímos de eso, lo convertimos en comedia, esta vez también. Le dije: «Oh, Huck, no sabes lo heroica que puedo ser, cómo puedo comprender, perdonar y ser generosa». Hablamos de lo que llegué a sufrir por ser la confesora de Henry y June, para que pudieran contarme las cosas, ser ellos mismos, sin que importara lo que me hicieran. Cómo había luchado para no infligir este sufrimiento a Huck. Es tan comprensivo que siempre estoy tentada de contarle todo, de olvidarme del ser humano. Llegamos a la conclusión de que yo no puedo destruir, de que, para crear, es preciso destruir y de que, para crear sin destruir, he estado a punto de destruirme (mentiras, desgarramientos, actuación forzada). La mujer, en general, no sabe destruir. Dijimos que quizá esa fuera la razón por la que no soy una gran artista. Leímos su horóscopo y encontramos cosas maravillosas. Hablamos de disolución y fuerza de voluntad —de cómo Huck se salva cuando siente que se disuelve, mediante un acto de violencia y destrucción (la manera en que trató de salvarse de mí)—. Ahora trata de ser noble y menos humano. Quiere protegerme. Me pregunta si quiero casarme con Henry. Pero cree que no estoy viviendo sexualmente con Henry, porque cuando hablamos de mi miedo a estar todavía embarazada, él piensa que es de dos meses antes de su viaje al sur. Admite que no puede vivir sin mí. Pero me quiere o me ama tal como soy, con lo que yo llamo mi debilidad (incapaz de destruir) y mi egoísmo (vivir sinceramente conmigo misma), a lo cual él le da otros nombres. Quizá la aceptación de las mentiras humanas sea necesaria para entrar en la vida. Del mismo modo en que fui tolerante con Henry y June, Huck me acepta como soy porque le compensa el milagro de la vida misma, la vida humana que yo le traigo. Es todo amabilidad y comprensión. Algún día puede estallar (como estallé pocas veces en un año contra las torturas que me imponía la expansión egoísta de Henry), pero podría soportarlo porque no me da miedo perderlo y por eso me siento fuerte y feliz. Hablamos de su papel de madre en el psicoanálisis. Es la madre de sus pacientes como yo fui el padre para Henry (el padre activo, animoso, con iniciativa). «De este modo ya no necesitamos al padre ni a la madre», dijo Huck. No lo sé. Quizá yo esté en camino de conseguirlo. Lo cierto es que a Huck le cuesta a veces estar sin una madre. Me niego a serlo para él, lo abandono, no me importa su destino humano ni su soledad. Para él sólo soy una mujer y una puta. Tomo su pasión sin devolvérsela, sin agradecerle su gran amor.

Cuando llego aquí, al hotel, encuentro dos cartas de Hugh, dándome las gracias por alentar su llama y prometiendo regresar conmigo con todas las virtudes que he admirado en Erskine, Henry Miller y Rank. Está embriagado con su recién descubierto poder material y, entretanto, me niego a entregarme a Henry, que no quiere aceptar un empleo, y yo tengo dificultades económicas.

Huck me pide que termine La casa del incesto. En el tren pienso en las flores que quiero enviar y en lo que Huck escribió sobre mí el 20 de marzo: «Eres grande. Eres grande en la vida como yo lo soy en la creación (escribiendo). Tú viviste mi creación (antes… no te creé, salvo como mujer). Y, en ese sentido, tú eres más grande, y tu filosofía de vivir (no de la vida, eso es abstracción) es verdadera. Es a lo que he llegado en Verdad y realidad… ¡Sobre el papel! Como psicoanalista aún intento de la otra manera. Como ser humano quiero vivir plenamente ahora, como tú viviste, contigo.

»Y porque eres grande viviendo, lo que escribes no es solamente un documento humano raro y único, sino algo grande. Si se presenta de tal modo que la gente pueda ver su grandeza. Y es lo que haremos».

Escribo en el autobús: «El mismo hombre que acabó de rematar el diario como neurosis me devuelve ahora el deseo apremiante de continuarlo». Un día, en Filadelfia, habitación 1205, le había dado a leer el volumen de Incesto del diario, pero luego le dije que no lo leyera, pensando que los detalles de mi pasado podrían herirlo como ser humano. Pero necesitaba que lo leyera por su contenido. En el tren, cuando iba a verlo, se me hizo muy claro que durante todo el tiempo yo había sido la persona que había representado y vivido la filosofía de Rank. Lo esencial de su obra contenía la visión psicológica y la interpretación de mi vida. Yo había sido la actriz. Había probado todos los papeles (también, añadía Rank, la expresión poética de ellos en la escritura). Esta era la página inaugural de un volumen encuadernado en verde, del cual tuve luego uno gemelo, encuadernado en piel roja, que usamos ambos como diarios gemelos, intercambiándolos cada semana.

Regreso siempre con el temor de haber perdido a Henry, de que se haya ido a alguna parte, se haya emborrachado y esté con una mujer. Con el corazón encogido de dolor y quizá con la sensación de que merezco semejante castigo. Llamándolo con voz ronca.

Vino a almorzar conmigo. No pudimos esperar a la noche. Nos metimos en la cama. Henry dijo: «Creías que me había ido por ahí como un chiflado, ¿no? Bueno, tengo una sorpresa para ti. No me he ido, me quedé en casa y trabajé, y pinté acuarelas con Emil».

Inmediatamente me siento feliz, muy feliz, porque sigue siendo mío, porque sigue estando junto a mí. Cuando llegamos a casa nos tomamos un descanso y lo miro mientras duerme, con una enorme alegría, una alegría rara, completa, porque está allí, sin que me importe lo que él sea o si ha fracasado; lo amo de un modo ciego e incuestionable. Miro cómo duerme y me parece que es lo único que necesito, a Henry, a Henry echado a mi lado. Nada más, nada más. De inmediato olvido el vértigo con Huck, por conseguir una caricia, por tocar una vez el cuerpo de Henry, por la mano de Henry sobre mi pierna, por estar echada a su lado, por sentir su aliento en mi cara, toda su boca cerca de la mía, renunciaría a cualquier otra cosa, por el sonido de su voz, por su risa, por su cabello sobre el cuello, por sus ojos azules de amanecer, por su rostro amenazador de chino, por su sombrero ladeado.

Si es Huck quien me da la fuerza para ser feliz con Henry, y quizá sea así, no podría ser feliz sólo con Huck. Es cierto que no sé cuál de los dos me da la felicidad.

2 de abril de 1935

El examen médico demuestra que NO estoy embarazada. Huck lo sabía.

15 de abril de 1935

Cuánto ayudo a Huck a salir de sus dificultades y cuánto le gusta que lo ayuden de vez en cuando. Después de una completa orgía sexual en Atlantic City la tarde de nuestra llegada, volvió a desearme por la noche, cuando yo no lo quería. Se dio cuenta, pero no pudo resistirse y me tomó mientras yo permanecía pasiva. Mientras estaba allí echada, dejando que se diera gusto, me sentí muy lejos, como cuando tenía que entregarme a Hugh, sólo que Hugh no sentía todo como lo siente Huck, no tan conscientemente. Por eso al final estaba triste y dejé que estuviera triste, no había nada que pudiera decirle. Mi pasividad era tan natural como su deseo. No había forma de reconciliarlos. De haber hablado me habría echado la culpa de mi indiferencia y habría revelado que con Huck soy sexualmente indiferente. Y dejé que se durmiera, algo dolido e inquieto. Hasta la tarde del día siguiente, después de una unión sexual ciega y cálida que le devolvió la confianza en sí mismo, no me sentí lo suficientemente segura para mencionar su tristeza de la noche anterior. Le dije: «¿Fue porque estuve pasiva por lo que estabas anoche tan triste? No debió importarte, te di tanto por la tarde que estaba exhausta. Anoche estaba tranquila y sosegada».

—Sí —dijo Huck—. Cuando sólo es el sexo, cuando no es una expresión de nuestra unión, me pongo triste, porque el sexo por sí solo no une sino que separa. Sé que anoche debí haberte dejado sola. Estabas cansada. Lo sabía y me equivoqué, porque no gozo cuando tú estás pasiva. No soy capaz.

Hablé de su amor insistente, de su afán posesivo: «Me enseñaste a confiar, a no exigir, y ahora quiero darte esa misma confianza, esa ausencia de temor que tú me has dado». Dijo que no se trataba de temor, sino de su edad, de estar más cerca del fin de su vida, del miedo de llegar al final de su vida. Siempre que me habla de su edad, le digo cosas maravillosas, y ahora: «Orgánicamente eres muy joven, porque no has vivido, porque no estás quemado».

—Pero lo que se dice es lo contrario, que el organismo se atrofia cuando no se vive.

—No creo en eso, en absoluto. Y con toda seguridad soy yo quien puede juzgar la juventud de tu organismo.

Lo cierto es que es insaciable. Exige más que Henry.

16 de abril de 1935

Carta a Huck: Me has liberado del dolor y de la irrealidad y quiero hacer lo mismo contigo. Despertaste a la Princesa (¡a las seis!) y me quitaste todo el dolor de vivir. Quiero hacer lo mismo contigo. Lo espero. Espero que lo que te dije en nuestra última mañana sea cierto. ¿Sabes?, aquella noche, cuando me fui a dormir, después de que me hablaras y yo no te entendiera, no creo que te malentendiera tanto, sabía que no había nada que yo pudiera hacer, porque tú sufrías el dolor de vivir, de la posible pérdida, del peligro de la superabundancia, el dolor de retraerte y volver a esconderte. No hay ningún exceso de ti para mí. Me gusta tu carácter explosivo, amo los sifones, amo tu exquisitez y tu plenitud. No dudes. No dudes, no retrocedas. Sé lo que sentías. Yo solía sentirme así después de confesarme, después de haber descargado mis secretos, o algunos. He estado preocupada. Creí, cosa bastante rara, que lo único que podía hacer por ti era irme a dormir, conservar mi alegría y mi despreocupación, porque eso es lo que me ha dado el vivir; y eso era lo que podía ayudarte a seguir viviendo, lo que da ánimos, sólo permanecer despreocupado; pero te amo tanto que por la mañana tu humor terminó por afectarme, sin cambiar el mío, que es de confianza, ausente de dolor y miedo, de serenidad. Gracias a tu sabiduría y a todo lo que he conocido contigo en este tiempo. Es únicamente lo novedoso lo que nos hace sentir escalofríos, ser tan sensibles, tan tristes. Luego, la tristeza desaparece y sólo queda lo bueno, lo sólido. La tristeza sigue siendo parte del vivir creador. Es toda esa sed de perfección. Voy a hacerte cada vez más feliz. Sé cómo. Lo aprendí persistiendo en vivir, superando muchas tristezas, evitándolas.

Recordé mi humor solitario. Dispuse de un día mientras Henry seguía durmiendo. Fue, figuradamente, como si él siempre hubiera estado durmiendo y comiendo placenteramente, indiferente a mis humores, sin entenderlos.

Carta a Padre:[13] No me escribes. Ya no hay nada más que yo pueda hacer por los dos. Sigo escribiéndote para que no estemos alejados. Analizo, te hablo, busco que nos entendamos. ¿Sirve de algo? ¿No hay forma de reconciliar nuestros pensamientos?

Me dices en tu última carta que una de las razones de no haber escrito es que no te necesito. Pero no olvides que cuando me di cuenta de que yo no tenía ningún papel que representar en tu vida, o al menos ningún papel a la altura de mi energía y de la riqueza que he acumulado, porque estoy demasiado desbordada y demasiado viva para vivir «entre paréntesis», como dijiste una vez, pendiente de la visita anual a Valescure, cuando me di cuenta de eso, yo no te dejé. Pataleé de rabia y lloré; luego busqué una tarea, un papel, un lugar para mí que exigiera todo cuanto yo podía dar. No fui yo quien te dejó en primer lugar, sino tú, que, al descubrir un Vesubio, creíste que podías ponerlo en tu ventana como un tiesto de flores mientras trabajabas.

Como ves, ahora puedo reírme de todo eso. Pero ahora debieras estar contento por haberte quitado de encima el Vesubio, contento de que yo pida a otros lo que tú no pudiste darme.

Los dos estábamos hechos para hacer el papel de protagonista. El pasado invierno, cuando pensabas que yo debía sentirme satisfecha por estar sentada delante de mi máquina de escribir y hablar contigo una tarde a la semana, me sentí ahogada. Ahora soy feliz. Tengo una vida llena, una vida que es amplia, libre, rica y apasionante. Entre Henry y mi psicoanalista, ya puedes imaginar que estoy colmada: esposa, amante, crítica, madre, musa, hermana, compañera, consejera, mantenida, etc., etc. Sí, tengo mucho que hacer.

No te sientas apesadumbrado, queridísimo Papá. Sé feliz. Escríbeme del mismo modo en que acostumbrábamos a contarnos, en la oscuridad, todos nuestros secretos. Los dos sentimos tal pasión por la perfección que es difícil, casi imposible, que aceptemos la derrota. Que nos rindamos. Por eso hablo tan a menudo de nuestro fracaso. No es culpa de nadie, sólo de la vida.

Siempre trato de mitigar lo sucedido mediante el entendimiento. Al final, ¿no crees que, una vez que nos entendamos, podremos recordar solamente las cosas buenas y olvidar el fracaso? No duele tanto reconocer la derrota. Hay días en que no puedo creer que tú y yo no nos entendamos. Entendemos tan bien a los demás. Y es raro, pero cuando dos personas no se entienden, la amistad resulta dolorosa y destructiva. Entender y entenderse es positivo y constructivo. Construir, crear, da fuerza. No entender hiere y destruye. Las cartas son un esfuerzo de entendimiento. Sin quererlo nos hacemos daño. Pero ¿no crees que podríamos hacernos bien?

No quiero que pienses que fue la vanidad lo que me hizo necesitar tu admiración, tal como dije bromeando en otra carta; más bien se debió a la falta de seguridad en mí misma, a que necesito vivir con otros que me amen y crean en mí. Necesito eso, como los demás necesitan que confíe en ellos y los admire. Es una flaqueza, pero no es vanidad. Piensas que Madre destruyó mi confianza en ti, pero tan pronto como te vi esta vez, renació mi fe como cuando yo era una niña, cuando te amaba tanto que tu abandono casi me mata. Yo te admiro.

Así que ¿dónde está mi divertido Papá, el que ama la armonía? ¿Cómo quiere que siga escribiendo cartas como esta, yo solita? Envíame un pequeño achuchón. Te llevo por toda América como una medalla religiosa, como un ídolo, Rey Sol mudo. ¡Eh, tú, brilla un poco!

17 de abril de 1935

Fue extraña mi manera de resolver mi desapego por Huck. Por primera vez adopto una actitud ante el sexo que nunca antes se me había ocurrido. Me preparo para su abrazo pensando en el sexo, sólo en el sexo, en el sexo por sí mismo. Exactamente lo contrario de lo que siento por Henry, cuya proximidad necesito. Me excito pensando y sintiendo en mí sexualmente, como si fuera una prostituta. Cierro los ojos y procuro ser consciente de mi deseo por un hombre —cualquier hombre, cualquier mano, cualquier boca, cualquier pene— diciéndome a mí misma: Cualquier hombre, necesito a cualquier hombre por completo. Cierro los ojos e intento ignorar que es Huck; sólo un hombre apasionado. Aunque luego no puedo soportar su boca (como tampoco puedo soportar la boca de Hugh). Sólo últimamente he sabido, después de una charla con Henry, que las putas siempre procuran, con uno u otro pretexto, que no las besen (porque no hay amor y el amor es lo que provoca el deseo de la boca). La boca de Henry me atrae como un imán. Así que hago de puta con Huck. Incluso me excito por gratitud, pensando en todo lo que me ha dado. O me excito a la fuerza: Bueno, aquí estás, él te ha dado tanto y ahora tienes que pagarle, ¡devuélveselo! ¡Devuélveselo! No siento ningún deseo. Tengo que representar el sexo. Y Huck está rebosante de deseo y amor.

La vida está llena de grandes injusticias. Y trato de remediar algunas. Por ejemplo, hice que Henry fuera egoísta tratando de que viviera por sí mismo, mimándolo y adorándolo, satisfaciendo todos sus deseos. Y ahora Huck me ha hecho egoísta ayudándome a ser más yo misma mediante el psicoanálisis y mi viaje (siguiéndolo hasta Nueva York), mimándome y amándome, con independencia de lo que yo haga o diga. Sólo puedo ayudarlo a vivir, también por sí mismo y para su placer. Le pregunto: ¿qué es lo que quieres? Porque no puedo reestablecer el equilibrio. ¡Él es el Donante! Nuestros fines de semana en Atlantic City, maravillosos, por más que nos amemos por razones diferentes y de maneras diferentes. Ha conseguido que yo termine el manuscrito de «Alraune». Me ayudó a descubrir el significado y luego fui capaz de hacer una síntesis. Es él quien dice: «Caramba, termina aquí, con la bailarina, claro que sí. Y esta página de la droga (donde digo a Alraune “escribiré para ti, esa será nuestra droga”) no se puede tirar. Es importante. Dice exactamente lo que pensé cuando leía el manuscrito en el tren. Es como una droga. Me desperté cuando llegué al final, como si hubiera estado soñando. Si la gente acepta tu lenguaje, se sentirá drogada».

Adquirí una elocuencia muy necesaria de los discursos que hago durante los psicoanálisis. Gané periodos de lucidez más sostenidos. El arte del lenguaje. El efecto del lenguaje artístico en lugar del científico. Henry se sienta para pintar acuarelas. Símbolo del trabajo enfrentado a la pereza. Dijo que yo era activa a causa del desarreglo de mis glándulas. Lo acuso de falsedad, de glorificar la pereza cuando está escribiendo y, por lo tanto, trabaja. No me gustó su burla de los hombres que trabajan. Discusión. Dije: «No te avergüenzo por tu pereza, pero no debes avergonzarme por mi actividad». Ha rechazado un empleo. No le pido un cambio concreto (que busque trabajo), sino un cambio de actitud. No me gusta la falsedad de la frase en Primavera negra: «Dormito mientras suenan las sirenas de la fábrica». Es un insulto a todos los trabajadores del mundo.

Porque dije que estaba desilusionada, Henry se sintió destrozado. Dije que no había vivido según la promesa que me hizo nada más llegar: «La literatura no significa nada para mí si no te tengo. Quiero hacer un mundo para nosotros». No ha hecho un mundo para mí como mujer. Sé que es demasiado perezoso y demasiado comodón para hacerlo. Escribirá solamente. Lloro.

Inutilidad. Debilidad. Lo acepto como es. Pinta. Es como un niño. Obediente. Dócil. Casi se muere cuando fingí que había perdido la confianza en él. Destrozado por mis más pequeñas dudas. Cuando escribe… un criminal, un asesino, un caricaturista. Vitriólico. Ya no me esfuerzo en pedir a la gente lo que no puede dar. Cada cual tiene su propia naturaleza. Henry ha respondido al ideal que yo tenía de él como escritor. Escribió un prefacio maravilloso al capítulo de la «noche» en «Alraune», demostrando un entendimiento nuevo y tremendamente rico.[14] Lo amo. Odio arrojarlo al mundo, a las dificultades, a los trabajos odiosos. No sé hacerlo. Estoy dispuesta a trabajar para él.

Hay veces en que mi creencia vacila y tropieza en la duda. Necesito la realidad y el realismo.

Cafetería. Prefiero el sitio de una, no por indiferencia al mundo, sino por ser hipersensible a él. Cansada de compadecerme del portero, sentado con aire siniestro delante de su almuerzo en la cafetería donde como. Evito el lugar porque el italiano guapo me da salsa extra y se preocupa de si como o no, de modo que he de darle las gracias y ya estoy cansada de decir lo que siento. Prefiero ir a donde nadie me conozca y donde pueda descansar del esfuerzo que todas las relaciones humanas me exigen. Admiración de la cajera. Piensa que soy una bailarina o una actriz. Hablamos del pulido de las uñas.

Mientras espero a una paciente, tengo que modificar las fotos que tengo delante. He de poner la foto de Hugh encima de las de Henry, Huck y Eduardo. Según sea la hora, puedo escribir con sinceridad a cada uno de ellos: «Tengo tu foto delante de mí».

18 de abril de 1935

Los pacientes lloran cuando descubren que son sus propios victimarios y no víctimas de los demás. Psíquicamente responsables de las actitudes ante el mundo. Interpretación imaginativa de acuerdo con las facetas personales o subjetivas. El mundo cambia según nuestros conceptos. Culpa de todos nuestros conceptos y parte creativa cuando hacemos de ellos una verdad hiriente. Rank dice que el psicoanálisis es una reevaluación. Me pego una etiqueta para limpiar de mi vestido de terciopelo rojo una mancha hecha por el señor X. Lo trataba en mi cabina cuando intentó forzarme y finalmente se corrió sobre mi vestido mientras me resistía. Le enseñé la etiqueta a Huck sin contarle la verdad.

Psicoanálisis: 1. Bailarina: ordinaria, sin interés. 2. Su hermana: actriz, inerte, pasiva, interesante. 3. Violinista, rica en sentimientos y poesía; original en sus actos. 4. Judío ruso: poético, sensible, soñador.

«Sería maravilloso que me psicoanalizaras», dice Huck. Y jugamos a hacerlo. Necesita ayuda, pero nunca antes lo había ayudado nadie. Le falta experiencia del conjunto de la vida. Su rapidez, su inteligencia le ayudan, pero carece de madurez, de gracia, de despreocupación, de facilidad y fluidez.

No amor homosexual, sino amor a las diferentes partes de nosotros mismos en otros o vivido por otros. Henry ama su yo sensible en Fred* [Perlès]. Yo amaba mi yo dramático en June, llevado a cabo por June. Henry ama su propia debilidad en Joe O’Regan y en Emil Schnellock, reflejos de su enfermedad y feminidad.

Desasosiego de Huck porque vacío mi bolso de mano cuando subo al tren. El único defecto de nuestro fin de semana. Ama y necesita la perfección. Henry me curó de esto pero todavía sigo sin poder dejar a Henry con una frase disonante. Mi angustia al pensar que voy a dejar del todo a Huck es inexplicable; debe de ser mi apego a un ideal, a un primer amor romántico e irreal.

Terminé el manuscrito de «Alraune». Henry quedó impresionado con su nueva forma.

Mi amor exagerado por todas las personas y cosas no es neurosis, sino amor, cariño, pasión.

Cuando hablé de la novela June-Henry «Djuna» a Huck, le dije: «Te sorprenderá su irrealidad». Porque ha estado diciendo (para consolarse) que mi vida humana con Henry no ha sido real (sólo lo es ahora. Fue real cuando le causé dolor). Dijo Huck que tendría que escribir sobre ella para hacerla real, que tengo que representar el papel de vivirla y entonces viviré realmente (con Huck). Pero da la casualidad de que ahora sé cómo hacer que la vida con Henry sea real, y que mi vida con Huck, por lo que a mí se refiere, es irreal, porque estoy enamorada de un intelecto, de la creatividad de un hombre. Para él es real, más real que cualquier otra cosa que haya vivido. Es la ilusión que debo seguir dándole.

22 de abril de 1935

Es como estar en un barco que se hunde y una tratara de salvarse, pero siempre hay alguien que pide ayuda tan desesperadamente que no puedo vivir para mí misma. Huck me ayudó y, luego, cuando fui fuerte, se derrumbó. Y ahora necesita cuidado, ayuda y psicoanálisis, y no sabe cómo vivir, o cómo ser feliz. Enseñarle me empuja de nuevo a la oscuridad, me hace volver a todas mis dudas y celos por el amor de Henry.

Nunca libre. Es tan sombrío, tan pesado, exactamente igual que Hugh. Ninguna alegría, ninguna. Está cansado. Yo, que siempre vengo en busca de fortaleza, sólo encuentro debilidad. Apenas acabo de salir de mis tinieblas y tengo que emplear todas mis fuerzas para salvar a Huck. Lo peor de esto es que no me queda ningún amor humano por Huck, no siento ninguna ternura ni compasión. Me enfadé y me mostré insensible cuando ayer se derrumbó. Cansancio. Pero sobre todo tristeza, porque no puede tener todo de la manera que quiere… a mí. De modo absoluto.

La voluntad del creador —dije una vez— sólo puede satisfacerse en la creación. Desde luego nunca en la vida, en que una tiene que aceptar tantas limitaciones, tantas imperfecciones y compromisos para ser feliz. Ahora el sabio, el prudente para vivir, es Henry. Huck es joven porque la sabiduría obtenida de las ideas es inútil, de hecho es contraria a la vida. De ser una relación estimulante y creadora, se ha convertido en una relación destructiva, porque no amo a Huck y tengo que fingir. Y ya no puedo fingir más. Tengo que vivir con mis verdaderos sentimientos. Y es Huck quien me ha ayudado a aprender cuáles son mis verdaderos sentimientos. La ilusión que tengo que dar a Huck me resulta ahora insoportable. Necesito aplastarla justo al comienzo y no construirla. Porque el mismo Huck dijo: «La felicidad basada en una ilusión es imposible. Incluso peor». Adivina algo de la verdad, pero yo lo engaño. Cambio sus interpretaciones. Mi malestar durante los fines de semana se debe a la repulsión, al disgusto de encontrarme a solas con Huck en algún sitio, porque eso significa la proximidad de su cuerpo. Yo lo interpreto de otra manera. Y él necesita creerme. Es fácil crear la ilusión del amor. El otro te ayuda.

Psicoanálisis: El joven escultor dijo lo que siempre he dicho, que el psicoanálisis es como una aventura amorosa. Produce el mismo éxtasis, la misma liberación, la misma renovación. Descubre la trama de la vida de uno. Idea de la limitación creadora de la vida. Puertas que se cierran a medida que una avanza, cortinas de silencio e inercia. Obstáculos como icebergs. Animales salvajes. Selvas de cabellos, de cactus. Idea de que la limitación está dentro de una, una deformación, la necesidad de lo imposible. La imaginación que tira de una hacia lo trop (demasiado). Evasión posible mediante la renuncia y la creación artística.

Camino hacia casa, pensando. En mi libro puedo decretar, mandar, andar, reír, gritar, cometer actos violentos, matar. Soy creadora y reina. Esto mismo, aplicado a la vida, me mata. Todos los creadores son infelices en la vida. Todos los creadores son absolutistas. Cansados de luchar contra las limitaciones de la vida. Ninguna limitación en el arte. Me parece que esta no es una idea mía, sino de Rank.

Huck entiende que verme dentro de él me ponga furiosa, luchando con mis antiguas penas ideales, mis antiguas complicaciones, de las que ya estoy tan alejada. La tristeza de su vida, como la de la mía, mientras Henry duerme despreocupadamente, o come alegremente, o ve una película distraídamente. Yo, completamente sola, luchando con mis dudas, mis miedos, mis penas, mis sustos, mis sorpresas. Después de tanta experiencia llega la indiferencia, la insensibilidad. La pesadumbre de Werther, enorme y profunda, a causa de que una ve la vida como un todo. No es nada placentero. Sólo hay placer en las pequeñas cosas que se encuentran a lo largo del camino, aquellas desechadas por las filosofías o el exceso de conocimiento. Igual que la mayoría de las conversaciones que oigo: no me gustan porque hay en mí demasiada sabiduría. Me dormí junto a Huck mientras él aprendía a vivir, porque eso no puede enseñarse sino viviendo. Aprendí a vivir por la manera en que Henry se iba a dormir. Así aprendí que una no debe preocuparse tanto, que lo mejor que una puede hacer es dormir.

Psicoanálisis. Después de curada la neurosis, queda una soledad aún más acentuada en un mundo nuevo, porque hay más neuróticos que personas sanas de los nervios.

Si no me hubiera rebelado sexualmente contra Hugh, nunca lo habría odiado. Lo amo como a un hermano, profundamente. Sólo lo odio sexualmente, como a Huck.

—He aceptado todo —le dije a Henry—. Te he aceptado como eres, he aceptado tus propósitos, tu necesidad de fe, de libertad. Nunca he intentado encerrarte en una casa y en un empleo. Te quiero libre. Estoy dispuesta a hacer sacrificios. Quiero continuar viviendo nuestro sueño, no hacerlo real. Mi deseo de mujer, o del mundo, ha de sacrificarse. La vida juntos es imposible. Las interrupciones son concesiones a la realidad. Tendré que regresar con Hugh todos los fines de semana. Pero ¿eres feliz? Tu voz suena como si yo hubiera matado algo dentro de ti, como si estuvieras desilusionado. Yo no estoy desilusionada, pero ya no tengo más ilusiones. Creo en ti y en lo que estás haciendo, pero no espero la felicidad como una panacea. El día en que tengas dinero, sólo lo tendrás durante un día. Se lo darás a Joe en un arranque de sentimentalismo borracho. Pero eso no me importa. Se trata de ti. De la vida. No puedo exigirte que encarnes todos los papeles. Me encanta la fantasía en que vivimos. Me siento más feliz viviendo nuestro loco sueño.

—Creo —dijo Henry— que nuestra manera fantástica y loca nos llevará más lejos que a la gente que emplea medios realistas.

Pero más lejos en la fantasía, no en la vida humana. Es por nuestra vida humana y por nuestra mutua compañía por lo que lucho con todas mis trampas. Si mi voz suena dolorida es por lo que me cuesta llegar a esto. Me rebelé. Lo confieso. Me rebelé como se rebelan todas las mujeres. Propósito del hombre: sacrificar siempre lo cálido, lo humano. Es una de las razones por las que me vine a Nueva York. Necesitaba liberarme de ti, ser independiente. Me rebelé por no ser tu propósito en la vida.

Vimos una película, Living on Velvet, que no nos gustó. El hombre poseído por su aeroplano. La mujer tratando de mantenerlo en tierra. Hay un momento en que, derrotada, ella lo deja diciendo: «No me amas». La queja de siempre. La diferencia es que Henry sólo entendió al hombre, su locura, sus ambiciones, mientras que yo entendí a ambos. A menudo le digo a Henry: «Dame sólo comprensión y me será más fácil vivir, renunciar a mi mundo de mujer». Todo esto porque el regreso de Hugh amenaza nuestra vida juntos, porque me enfurezco interiormente por volver a buscar en Rank (como hice con Padre, con Henry, con Allendy) un matrimonio más ideal, más próximo.

Ideal. Eso fue lo primero que dije: una atracción ideal por Rank. Fue la atracción por un ideal. El instinto se rebela contra el ideal. He de seguir con Henry por más que yo sufra. No puedo vivir con ideales. Entonces, ¿es que Hugh es un ideal? La naturaleza está en contra del ideal. Rien à faire. Probé. Lo intenté con todas mis fuerzas. Intenté ir contra la naturaleza, Rank, el ideal, la comprensión, la paz, la felicidad. Vivir sólo para mí. ¡Y yo viviendo el instinto y el sueño de un aviador! Hago bromas con Henry sobre su aeroplano. Es divertido. Ese sacrificio que hice por Henry no es como un regalo. Actúo, finjo alegría, valor… pero eso es más natural que fingir amor por Rank.

24 de abril de 1935

Los aspectos caricaturescos de la vida reaparecen cuando la embriaguez de la ilusión se desvanece: Huck, fuera de su apartamento, la primera vez que lo vi con el sombrero puesto, a plena luz del día, en el Bois. En Nueva York, con su sombrero hongo y su abrigo con solapas de piel, como un comerciante judío. La noche aquí, cuando necesitaba ternura, la noche en que yo estaba tan enferma después de dos días con ataques de bilis, no podía soportar el tenerlo dormido conmigo, en mi cama pequeña. Veía las varices de sus piernas, olía su aliento. Pero cuando amas, nada te repele. Veo caricaturas en todo. Veo caricaturas de mí en Huck, en mi Padre. Veo todo lo que Henry describía salvajemente con su odio, producto del desengaño.

La vida con Henry llega a un fin temporal, durante un mes o dos, y me oprime una gran tristeza. Olvido su egoísmo, olvido la ventana abierta, incluso cuando estoy resfriada, la mesa en medio de la habitación, como en una casa campesina, la bombilla encima de la cabeza en lugar de la suavidad de las lámparas, el desarreglo del horario, sus caprichos, fobias, locuras y cabezonerías. Olvido todo el severo egoísmo. Lo amo.

Ha terminado de reescribir Primavera negra. Escribió el maravilloso capítulo del «Hombre de ciudad». El «Burlesco», en el que hay partes que me hicieron llorar. Anoche me leyó en voz alta. Sé que es grande. Sé que valen la pena tantos sacrificios.

Estoy cansada.

Me alegré cuando supe que Hugh iba a venir, como si fuera a venir Joaquín. Y eso que me aleja de Henry. Pero logré sacudirme la tristeza. Pienso en ello como en una nueva aventura. Hago las maletas. Preparo sorpresas para Hugh. Montreal. Hay que cambiar de nuevo de residencia. El último fin de semana con Hugh envié un telegrama humorístico, refiriéndome a sus múltiples profesiones: «Nos veremos en el barco. Espero reconocer al banquero, al artista, al pintor, al astrólogo, al sabio y al granuja. Coquetearé con todos ellos». Y, antes de eso, algo acerca de la aventura perenne. Cuánta fidelidad al pasado. Cuando pienso en Hugh me invade la paz… descanso. Todo lo demás exige esfuerzos, valor, tensiones, trabajo.

Henry echa de menos la decadencia de París, la antigüedad soñolienta de París. A mí me gusta la actividad animal de aquí, el torbellino de un pueblo joven. No me importa que no signifique nada, que sea como una fábrica. Tengo mi propio significado. Posee optimismo, sobre todo optimismo. Resortes. Nervios. Dinamismo.

Estoy cansada.

He trabajado mucho. He aprendido a ser elocuente. Pero siempre llego a la misma conclusión: necesito hacer mi propia vida y no ayudar a que los demás vivan. Me siento apurada. Inquieta e impaciente en mi silla de psicoanalista. Maldito seas, puedo hacer todo mejor que tú, todo lo he hecho mejor que tú, he vivido más valientemente, he hecho cosas, he llorado más, reído más, movido más, poseo más; lo que me dices apenas es nuevo, apenas mejor que lo que pienso, hago y digo todos los días. He estado más enferma que tú. Y aún lo estoy. Padezco la locura de los celos. Y siempre padeceré dudas de amor. Más que todos vosotros. Y entretanto he escrito nuestras charlas.

Pero sin arrepentimientos. Vuelvo a rendirme al amor, al amor, a la compasión, al interés. El amor inspira discursos maravillosos y vehementes para combatir las obsesiones de Henry de que escribe en un vacío, de que es como un ratón atrapado en una ratonera, mientras Trópico de Cáncer va de un lado a otro [entre los editores americanos], y Primavera negra aún no se ha ofrecido a nadie. «¿Qué dirías realmente entonces, si quemaran tus libros, como los de Lawrence, o si te acosaran hasta meterte en la cárcel?». No soporta los rechazos, el silencio de los editores convencionales, las respuestas rutinarias de las revistas, los comentarios estúpidos de los agentes comerciales. Gime, se desasosiega. ¿Qué quieres, Henry mío? Editarás tus propios libros. Conseguiremos suscripciones. Lo haremos, y tú lo sabes. Todavía no te he fallado, ¿verdad?

Todo son miedos y frustraciones anticipadas que tengo que combatir. Pero cuando hablo, él me entiende. Tanto me entiende que un día en que le dije: «La mujer toma su ideología del hombre, así hago yo contigo», ¡tenía dudas! He absorbido su filosofía de la vida. Me gusta su voz quejosa, pero cuando tengo la habitación llena de sus amigos, hombres despreocupados, fofos, indolentes, quejosos, desagradables, es demasiado y me impaciento y me rebelo bajo una fingida capa de alegría y tolerancia, me irrita esta basura humana. Pero siempre veo el mismo florecimiento desagradable de sangre, instintos y estupidez, y resulta bueno, como en los trópicos.

Padre me escribe como un pastor protestante, Joaquín como un predicador católico, Madre amorosa pero permanentemente perpleja, Hugh tratando de alcanzar, de llegar a ser más —dice él— que Rank, Henry y Erskine.

«I Believe in Miracles» canturrea la radio en cada esquina. «Blue Moon» suena la radio en cada ventana abierta. «Night and Day» llega quejosa como un canto primitivo. Noche y Día. Noche y Día. ¡Noche y Día!

Un paciente dice: «Tengo una aventura amorosa con una voz. Una voz que me llega tan dentro que no sé lo que me pasa. Es magia». Es él quien emplea esa palabra. Dice que la ha vuelto a encontrar conmigo: su sentido del milagro. Milagro.

La alegría de las cosas pequeñas es todo cuanto tenemos para combatir lo trágico de la vida. El placer de un bolso blanco que Huck me ha regalado. El placer de andar por las calles llenas de gente. Las sales de baño de Elizabeth Arden: geranio rosa. La camisa de Ascot en verde esmeralda para Hugh, y la máquina de afeitar eléctrica y la calculadora de bolsillo. El juego de botellas de vidrio en miniatura que compramos en Grand Central como recuerdo del trabajo de Huck en una vidriería cercana a Viena. Mi colección de peces raros y exóticos guardada en botellas pintadas japonesas.

Del diario dual que llevo con Huck: Ella necesita la mentira para mantener la escisión. La negación —siempre dos— pero racionalizada tal como la necesita el otro —para hacer feliz al otro—. Para mantener la ilusión, mejor dicho, para construirla. Si es demasiado irreal, ha de contrapesarse mediante la severa realidad, la entrega a la vida que no es real, ni tampoco la vida, pero que con el dolor se hace real: la creación de la realidad (al igual que de la irrealidad) mediante el dolor, pero, repito, como contrapeso de la irrealidad que es la felicidad.

Él me dice: Para dar al hombre el engaño del amor, de ser amado como él quiere (Maya), la mujer emplea su instinto maternal, que convierte en el engaño de la protección. ¿Protección de qué? ¿De la vida o de sí mismo? El autoengaño es necesario para engañar al otro, pero si el autoengaño se convierte en realidad (es decir, en mentira consciente) es porque la mentira apunta al autoengaño; en otras palabras, si la mentira es necesaria para garantizar el amor (a sí misma y al otro) es porque el amor no puede ser verdadero. Mentir por miedo a perder (enfado), ¡pérdida de amor! Pérdida de ser amada interpretada para el otro pero, quizá también para el otro, creación de un mundo uterino para el hombre donde él pueda vivir; mundo uterino significa mundo del ego, donde todo es como él quiere que sea o como él necesita. Ella sabe en sus sentimientos el cuándo y el qué de sus necesidades. Es su capacidad de adaptación; ella es el entorno del hombre, el posible entorno cambiante. ¿Dónde está tu verdadero ego? No en tu escritura, no en tu vida, no en tus fingimientos. ¿Dónde?

2 de mayo de 1935

Park Avenue 7. Apartamento 61. Alquiler 125 dólares. Me compro un camisón blanco, tal como me ha pedido Hugh, para nuestro matrimonio renovado. Tout ce que je fais, c’est pour me distraire de mon grand amour pour Henry.

Cuando dejo a Henry los fines de semana, se vuelve a su casa por la tarde, pues no encuentra ninguna otra cosa que hacer.

Me resisto a que me invada el mundo, la política, el comunismo, las revoluciones, que matan la vida individual, cuando es todo lo que tenemos, todo lo que nos queda. Tras las charlas con Emil y otros hombres, Henry vuelve a mí destrozado, pesimista, y yo he de ser indiferente a los problemas del mundo si quiero conservar la felicidad de cada día. Los demás necesitan esta desintegración externa porque es un buen pretexto bajo el cual aceptan su destrucción interna. Se acabó el arte, se acabaron los libros porque la guerra está próxima. No queda nada por que vivir, salvo el mundo de la mujer, el amor entre hombre y mujer. La mujer está fundamentalmente en lo cierto. Estoy cada vez más por la vida. Odio la política. La historia. Son trampas para la felicidad individual. La guerra, que destruye la vida del individuo.

A Henry, una tarde: ¿Por qué no tomárselo con humor? No queremos ser libres económicamente y vivir oscuramente como la gente corriente. Tú no quieres un trabajo corriente. Yo no quiero el psicoanálisis, ni ninguna otra cosa como rutina, sino como aventura. Bien, tendremos que conformarnos con mi trabajo de esposa de Hugh. Tómatelo como si te hubieras casado con la capitana de un barco (oh, qué significativo): «Tendré que estar ausente unos meses». Imagínate que te hubieras casado con una actriz (oh, qué significativo): «Me voy de gira», o con una bailarina. Aceptarías la separación. Seguiré haciendo trampas para que vivamos juntos el mayor tiempo posible. (¡Vaya trampa la que había resultado! Huck me saca de París para hacer posible que yo viva con Henry. ¡Qué ironía!).

Henry, solemne: «Necesitamos una máquina impresora. Soñamos. A nuestra manera fantástica, podríamos ser libres. No sé».

Sermón a Henry, elocuente, para curarlo de su deseo de hacer mi trabajo de psicoanalista. Después de hablarlo, Henry desiste. Vuelve a ser activo y juguetón. Tengo la sensación de haber ganado una batalla frente a la tragedia. Alegre, aunque la separación me parte el corazón.

Elijo un apartamento cerca de Henry. Lo someto a la aprobación de Huck. Ojalá Huck dejara de lloriquear, de sudar y deprimirse.

Dolor de identificación: Cuando estoy con Huck, confundo e identifico algunos de mis sentimientos hacia él con los de Henry hacia mí, porque algunos son parecidos y hacen que los tema (dudas sobre el amor de Henry), del mismo modo que, porque algunos de los sentimientos de mi Padre eran como los míos, me enredé y confundí con él.

Ya van dos veces que Huck se hunde en las tinieblas. Sus depresiones son terribles, como las de un animal. Se acuesta suspirando, derrumbado, con un color terroso en la cara, con una respiración agónica. La muerte cubre toda su cara. Entonces no siento piedad, sólo ira. No quiero ser su madre. Exige demasiado. Es demasiado pesado, demasiado trágico, demasiado inmaduro para la vida, para vivir. No encuentro palabras de compasión, ninguna paciencia. Amaba su fuerza. Amaba su talento, no a un Huck humano, débil y enfermo. Me parece terriblemente ridículo porque no lo amo. No me conmueven sus sufrimientos porque no lo amo. Lo encuentro ridículo, cómico, con su camisón, como una mujer, como una vieja. Entonces lo odio. Y no lo oculto. Le digo palabras duras. No puedo besarlo. Me repele. Le riño por no saber cómo ser feliz. Si pretende actuar como Henry (porque le he dicho que todo cuanto hice este invierno por Henry fue porque estaba muy enfermo), descubrirá que no lo amo. Quizá ya lo ha descubierto. Le expliqué que mi enfado se debía a que no quería hacer el papel de madre amantísima.

Estoy sentada en el apartamento de Park Avenue, en un salón insípido, típico americano, amueblado al estilo Adams. Espero a Huck, que no ha trabajado desde el lunes. Dice que está cansado, cansado y sin ganas de vivir, pero todo está relacionado con su necesidad de mí. Y yo odio esta dependencia. No podía escribirle. Le enviaba telegramas, donde es más fácil poner palabras vacías. Estoy dispuesta a fingir otra vez cualquier cosa que necesite, a hacer que se sienta bien otra vez, a verlo desde la perspectiva de su experiencia americana, que sólo yo he hecho posible, porque en París no tenía el valor de emprenderla si yo no le prometía que iría con él. Sé que le he fallado, no he seguido con él todo el tiempo. Pero exigía demasiado. Todo lo que quiero es no envenenar más mi vida con la tragedia. Mis lágrimas se han secado, mi capacidad de sufrimiento está agotada. La despreocupación, la indiferencia y el egoísmo de Henry han exigido todas mis fuerzas.

Puedo estar sentada tomando café mientras Huck sufre, tomando café y tostadas, bebiendo y comiendo lentamente, cómodamente, infinitamente contenta, sentada allí sola, libre de cuidados, libre de compasión.

Acabé con mi compasión cuando descubrí que era yo quien creaba mi propio sufrimiento, igual que los demás crean el suyo. Me acuso de mi actitud, de mi deseo de sufrir. Y ahora sé que hay que dejar solo a Huck, hasta que agote su sufrimiento, su actitud trágica. Pobre Huck. Me hizo fuerte y ahora envidia lo que me ha dado. Yo aprendo muy rápidamente. Él es viejo, más inflexible.