martillo

Ningún episodio del Tiempo de Leyendas es tan profundo, tan infame, como la caída de Malekith. La suya es una historia de grandes batallas, magia cruel y un mundo conquistado a golpes de espada y conjuros.

Hubo una época en la que reinaba el orden, tan remoto ya que ninguna criatura mortal puede recordarla. Desde tiempos inmemoriales, los elfos han habitado en la isla de Ulthuan.

En ella aprendieron los secretos de la magia de sus creadores, los misteriosos Ancestrales. Bajo el reinado de la Reina Eterna vivieron en su idílica isla ajenos a toda tragedia.

Cuando el advenimiento del Caos destruyó la civilización de los Ancestrales, los elfos se quedaron desamparados. Los demonios de los Dioses del Caos arrasaron Ulthuan y aterrorizaron a los elfos. No obstante, de las tinieblas de esa pesadilla emergió Aenarion el Defensor, primer Rey Fénix.

La vida de Aenarion estuvo marcada por las armas y los conflictos. Sin embargo, gracias al sacrificio de Aenarion y de sus aliados, los demonios fueron derrotados y los elfos sobrevivieron. Tras el desastre, los elfos vivieron una época de prosperidad, pero sus enormes esfuerzos iban a malograrse.

Todo aquello por lo que habían luchado se desmoronaría por culpa de otro legado de Aenarion: su hijo, el príncipe Malekith.

Donde una vez existía la armonía, irrumpió la discordia.

Donde una vez había prevalecido la paz, estalló una guerra cruenta.

Prestad atención a este relato de la Selección.