24: Una acción infame

VEINTICUATRO

Una acción infame

El día previo a la partida de Bel Shanaar y Malekith de Tor Anroc con destino al Consejo de la Isla de la Llama, el Rey Fénix convocó al príncipe de Nagarythe en la sala del trono. Malekith acudió con presteza a la cámara de audiencias, impelido por la curiosidad que se había apoderado de su instinto para las intrigas de averiguar lo que el Rey Fénix tenía que decirle.

—He estado meditando profundamente en vuestras palabras —dijo Bel Shanaar.

—Me complace oíros decir eso —afirmó Malekith—. ¿Me permitís preguntaros por la naturaleza de vuestras consideraciones?

—Trasladaré vuestra sugerencia a los príncipes. Un solo ejército formado por todos los reinos emprenderá esta guerra contra las malvadas sectas.

—Me alegra enormemente que compartáis mis razonamientos —dijo Malekith, preguntándose por qué Bel Shanaar lo habría convocado para decirle lo que ya sabía.

—También he dedicado mucho tiempo a cavilar sobre quién era el más cualificado para liderar ese ejército —dijo Bel Shanaar, y Malekith sintió que se le iba a salir el corazón del pecho ante la perspectiva de lo que se avecinaba.

—Para mí sería un honor —aseveró el príncipe de Nagarythe.

Bel Shanaar abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla. Frunció el ceño y su rostro adquirió un gesto de confusión.

—No me habéis entendido —dijo entonces el Rey Fénix—. Voy a sugerir a Imrik como general.

Malekith permaneció en silencio, atónito. El anuncio del Rey Fénix lo había dejado sin palabras.

—¿Imrik? —consiguió decir por fin.

—¿Por qué no? —inquirió Bel Shanaar—. Es un general extraordinario, y en estos momentos Caledor es el reino más estable de todos. Imrik goza del respeto de los demás príncipes. Sí, es una elección magnífica.

—¿Y por qué me lo estáis contando? ¡No será que estáis burlándoos de mí!

—¿Burlarme? —preguntó Bel Shanaar, desconcertado—. Estoy contándooslo porque quiero que habléis en favor de mi decisión. Sé que vuestra influencia es extraordinaria, y vuestro apoyo fortalecería enormemente la autoridad de Imrik.

—¿Vais a poner al nieto de Caledor por encima del hijo de Aenarion? ¿Acaso no he forjado nuevos reinos por todo el mundo a la cabeza de mis ejércitos? Si no es por mi linaje, al menos mis gestas deberían colocarme en una posición superior a todos los demás.

—Lamento que os sintáis así, Malekith —dijo Bel Shanaar sin inmutarse—. El Consejo refrendará mi elección; haríais bien en alinearos conmigo.

Aquello hizo estallar totalmente el temperamento crispado de Malekith.

—¿Alinearme con vos? —bramó—. ¡El cazador no se alinea con su perro! ¡El amo no se alinea con su siervo!

—¡Elegid cuidadosamente vuestras próximas palabras, Malekith! —le advirtió el Rey Fénix—. ¡No olvidéis a quién estáis dirigiéndoos!

El príncipe de Nagarythe dominó su ira y se tragó las réplicas que se amontonaban en su boca.

—Confío en que mis protestas hayan sido escuchadas —dijo con un gran esfuerzo—. Os insisto en que reconsideréis vuestra decisión.

—Sois libre de exponer vuestras ideas en el Consejo —dijo Bel Shanaar—. Tenéis derecho a presentar vuestros argumentos en contra de Imrik y a presentaros como candidato. Serán los príncipes quienes decidan.

Malekith no añadió nada más, hizo una reverencia con fría formalidad y se marchó en silencio, hecho una furia. No regresó a sus aposentos, sino que enfiló hacia el ala del palacio que acogía a su madre durante su cautiverio. Ignoró a los guardias que custodiaban la entrada, dio unos toques en la puerta e inmediatamente entró.

Las salas estaban profusamente amuebladas, con piezas de una factura extraordinaria y tapices espléndidos colgados de las paredes. Aunque era una prisionera, su madre no había perdido un ápice de su buen gusto y a lo largo de los años había acumulado una notable colección de objetos artísticos y decorativos. No obstante, toda la elegancia se veía ensombrecida en cierta manera por las runas plateadas talladas en las paredes: salvaguardas místicas que mantenían bajo control los vientos de la magia e inhibían los poderes de brujería de Morathi. Unas precauciones en las que Bel Shanaar había insistido.

En la sala de recepciones no había señal de su madre, así que Malekith la atravesó a grandes zancadas en dirección al comedor que venía a continuación. Morathi estaba allí, sentada a una pequeña mesa, frente a un frutero; arrancó una uva del racimo y levantó la mirada hacia su hijo, que entró en la sala como un vendaval. La profetisa no dijo nada y se limitó a enarcar una ceja inquisitiva.

—Bel Shanaar va a proponer a Imrik como general del ejército —gruñó Malekith.

Morathi devolvió la uva a la fuente y se puso en pie.

—¿Crees que ganará la votación? —preguntó.

—Claro que la ganará —respondió el príncipe—. Al fin y al cabo, es el Rey Fénix, e Imrik sería la mejor elección después de mí. Si Imrik se convierte en el general del ejército, prácticamente será como si Bel Shanaar ya hubiera nombrado a su sucesor. Habré perdido mi oportunidad, y Ulthuan estará condenada a una lenta decadencia gobernada por reyes cada vez más insignificantes. El legado de mi padre será arrojado a las cenizas de la historia élfica y su linaje irá perdiendo importancia hasta desaparecer. No puedo permitirlo.

—Entonces, no podemos dejar que Bel Shanaar exponga sus argumentos —dijo suavemente Morathi—. El tiempo para las conspiraciones y la paciencia ha terminado. Ha llegado el momento de pasar a la acción, y deprisa.

—¿Qué queréis decir? —preguntó Malekith—. ¿Cómo evitaré que Bel Shanaar presente su alegato?

—Tienes que matarlo.

Malekith se quedó mudo, sorprendido por no desechar la idea de inmediato. De hecho se sintió atraído por ella. Había esperado mil seiscientos años para convertirse en Rey Fénix, mucho tiempo incluso para un elfo. ¿Para qué conformarse con ser el general de Ulthuan y esperar sólo los dioses sabían cuánto tiempo a que Bel Shanaar muriera por causas naturales? Era mejor tomar la iniciativa y resolver de una vez la cuestión, para bien o para mal.

—¿Qué debo hacer? —preguntó Malekith sin titubear.

—Palthrain es uno de mis siervos —dijo Morathi—. Lleva mucho tiempo siendo mi espía en Tor Anroc. Esconderá ciertos objetos en las cámaras de Bel Shanaar que lo delatarán como adorador de Ereth Khial. Tú los descubrirás y acudirás a sus aposentos para pedirle explicaciones por tus hallazgos. Cuando llegues, estará muerto, pues habrá preferido envenenarse a enfrentarse a la verdad.

—Parte mañana hacia la Isla de la Llama —masculló Malekith con frustración—. No hay tiempo para ejecutar un plan así.

—¿Ejecutar? —preguntó riendo Morathi—. A veces eres tan corto de miras, querido hijo. Las pruebas ya están en su sitio; llevan allí muchos años. He dedicado mucho tiempo a meditar sobre cómo librarnos de ese cerdo desgraciado y, por fin, ha llegado el momento. Busca a Palthrain y que te entregue el veneno. Luego, encuentra una excusa para visitar al usurpador y ofrécele el vino envenenado. Todo lo demás ya estará arreglado.

Malekith permaneció en silencio, considerando las implicaciones de lo que estaba a punto de hacer.

—Si lo que decís es cierto, ¿por qué no habéis actuado antes? —preguntó Malekith—. ¿Por qué habéis aceptado la humillación y el cautiverio cuando podríais haberos deshecho de nuestro tormento común?

Morathi se levantó y abrazó a su hijo.

—Porque soy una madre que quiere a su hijo —musitó. Retrocedió y se alisó las arrugas del vestido—. Si Bel Shanaar hubiera sido asesinado, Imrik se habría postulado para ocupar su lugar y habría estallado una guerra entre Nagarythe y Caledor. No podía entregarte ese cáliz envenenado. Ahora eres fuerte, y tu demanda será apoyada por los príncipes. La voz solitaria de Imrik no representará ningún obstáculo.

—Sin duda, Bel Shanaar confía más en Palthrain que en mí —dijo Malekith, sentándose en una silla exquisitamente tallada—. A él le resultará más fácil administrarle el veneno.

Morathi meneó la cabeza decepcionada y cruzó los brazos.

—No es Palthrain quien saldrá coronado Rey Fénix de todo esto —dijo con severidad—. Demuéstrame que tienes la voluntad de convertirte en el sucesor de tu padre. Es más, demuéstratelo a ti mismo. El trono está ahí para que lo tomes, pero sólo tu mano puede apresarlo y hacerte merecedor de sentarte en él. Bel Shanaar lo recibió de manos de otros. Los auténticos reyes se apoderan de él con sus acciones.

Malekith asintió en silencio, abrumado por la verdad que contenían las palabras de su madre. Si conseguía hacer aquella nimiedad, ya nada se interpondría entre él y su sueño de convertirse en rey de Ulthuan.

—¡Vamos! —dijo Morathi, dando una palmada como si estuviera apremiando a un niño desobediente—. Durante el viaje a la Isla de la Llama tendrás mucho tiempo para pensar en tu discurso ante los príncipes.

—Voy a ser el Rey Fénix —masculló Malekith, deleitándose con la idea.

Dejó a su madre y salió en busca del chambelán. Se llevó a Palthrain a los jardines, donde podían hablar con privacidad, y le informó de sus deseos de llevar a cabo el plan de Morathi para asesinar a Bel Shanaar. Palthrain recibió el anuncio en silencio; se limitó a informarle de que el Rey Fénix acostumbraba a tomar su ágape nocturno al atardecer y le convocó en las inmediaciones de los aposentos de Bel Shanaar un poco antes para entregarle el vino mortal.

Malekith pasó el resto del día inquieto, dando vueltas por sus estancias. Si bien no le cabía duda de que su acción en última instancia era beneficiosa para todos, le preocupaba la posibilidad de que el plan se desbaratara de algún modo. Deseaba hablar con su madre, pero sabía que dos visitas tan seguidas levantarían sospechas.

A medida que declinaba el día afloraban nuevas dudas que le crispaban los nervios. ¿Palthrain era de fiar? ¿No estaría en ese preciso momento demostrando quién era el verdadero objeto de su lealtad e informando de la conspiración al Rey Fénix? Cada vez que oía pisadas que se acercaban por el pasillo que se extendía al otro lado de la puerta de su cámara se le encogía el corazón pensando que era la guardia de Bel Shanaar.

Malekith caminaba por sus aposentos arriba y abajo como un animal enjaulado, dándole vueltas al asunto sin descanso, reacio a creer que el éxito estuviera tan cerca. Continuamente acudía a grandes zancadas a la ventana para comprobar el avance del día, como si sólo por desearlo pudiera adelantar el crepúsculo.

Tras una eternidad por fin el sol rozó el horizonte, y Malekith salió de sus aposentos para acudir al encuentro con Palthrain. Mantuvo una expresión jovial en el rostro mientras recorría los pasillos cruzándose con sirvientes y centinelas. Pero entonces cayó en la cuenta de que normalmente él no era tan cordial, de modo que frunció el ceño, y su semblante adquirió un gesto de determinación; una expresión con la que toda Tor Anroc ya estaba familiarizada.

En el corredor que se extendía antes de girar para dirigirse a los aposentos de Bel Shanaar aguardaba Palthrain con una bandeja en la que había una jarra y una copa de plata, un plato de carnes curadas y pan. El chambelán le entregó la bandeja, pero Malekith tenía las manos temblorosas, y Palthrain la recuperó rápidamente.

Malekith respiró hondo varias veces, como si estuviera reuniendo el poder para un conjuro, para intentar tranquilizarse. Ignoró el elocuente semblante carente de expresión de Palthrain y volvió a sostener la bandeja, esta vez sí, dominando su cuerpo.

—¿Estáis seguro de que funcionará? —preguntó Malekith—. ¡Debe ser definitivo!

—Los adoradores de Khaine lo utilizan en ciertas prácticas para anestesiar los sentidos —respondió Palthrain—. En dosis pequeñas incapacita a sus víctimas durante varias horas. Con la cantidad que he vertido en el vino es letal. Primero se le paralizará el cuerpo; luego se le congelarán los pulmones y tendrá dificultades para respirar, y finalmente le llegará la muerte.

—¿Dolorosa?

—No hasta donde yo sé, alteza —respondió Palthrain.

—Es una pena —aseveró Malekith.

* * *

El príncipe de Nagarythe recorrió el pasillo hasta la cámara de Bel Shanaar, obligándose a aminorar el paso para no llamar la atención. Llamó a la puerta y esperó a que Bel Shanaar le diera permiso para entrar.

El Rey Fénix estaba sentado a su escritorio, sin duda haciendo las últimas correcciones de su discurso ante el Consejo.

—¿Malekith? —exclamó, sobresaltado.

—Perdonad la intrusión, majestad —se excusó el príncipe, inclinando ostensiblemente la parte superior del cuerpo en una reverencia.

Atravesó la sala y depositó la bandeja en el escritorio.

—¿Qué hacéis aquí? —inquirió Bel Shanaar—. ¿Dónde está Palthrain?

—Disculpadme que haya abordado al chambelán, pero deseaba traeros el vino como muestra de mi voluntad de sellar la paz.

—¿Sellar la paz?

—Os pido que me perdonéis de todo corazón —respondió Malekith, sirviendo el vino envenenado en la copa—. Esta mañana expresé mi opinión con una ira que no venía al caso, lo que fue causa de una gran ofensa. Mi ira no va dirigida a vos, aunque pudiera haber dado esa impresión. Me he esforzado para ganarme vuestra confianza y ser un súbdito leal, y son mis errores y no los vuestros los que os han llevado a preferir a Imrik. Defenderé vuestra elección ante el Consejo de buen grado.

El príncipe ofreció la copa a Bel Shanaar con una máscara de cortesía en el rostro. El Rey Fénix frunció el ceño y, por un momento, Malekith temió que sospechara algo. Sin embargo, el Rey Fénix agarró la copa y la dejó sobre el escritorio.

—Acepto vuestras disculpas. Confío en vos, amigo mío, pero tenéis unas preocupaciones personales cuya importancia sobrepasa con creces la de cualquier servicio que pudierais prestarme. No elijo a Imrik por motivos de aptitud, sino para que podáis centraros sin distracciones en solucionar los problemas de vuestro reino. Me gustaría que pusierais todas vuestras energías en recuperar el gobierno de Nagarythe, no en atender los caprichos del resto de los reinos.

—Vuestra consideración resulta tremendamente alentadora —dijo Malekith, con los ojos firmemente clavados en el Rey Fénix, no fuera a ser que se le escapara una mirada traicionera al vino.

—¿Me apoyaréis en el Consejo? —preguntó Bel Shanaar, llevándose por fin la copa a los labios y tomando un sorbo de vino.

No obstante, no era la cantidad necesaria para que el veneno surtiera efecto y el príncipe lo animó mentalmente a beber un poco más.

—Cuando el debate se caldee, nadie se mostrará más categórico que yo —afirmó Malekith, esbozando una sonrisa.

Bel Shanaar asintió y tomó otro sorbito de vino.

—Si eso es todo, que paséis una buena noche. Estoy ansioso por emprender mañana el viaje en vuestra compañía —dijo el Rey Fénix, inclinando educadamente la cabeza.

Malekith continuó observando a Bel Shanaar, tratando de atisbar algún indicio de los efectos del veneno.

—¿Qué miráis? —preguntó el Rey Fénix.

—¿El vino no es de vuestro agrado? —inquirió el príncipe, dando un paso que lo acercó un poco más al rey.

—No tengo sed —contestó Bel Shanaar, dejando de nuevo la copa sobre el escritorio.

Malekith giró el cuerpo, agarró la copa y olió el vino.

—Es un vino extraordinario, majestad —señaló el príncipe.

—No lo dudo, Malekith —dijo Bel Shanaar, frunciendo la boca. Su voz había adquirido un tono apremiante—. Sin embargo, de repente me ha entrado mucho sueño. Creo que voy a acostarme. Os veré mañana por la mañana.

Malekith dio un grito ahogado de frustración, se abalanzó sobre el Rey Fénix y lo agarró por el cuello. Bel Shanaar abrió completamente los ojos, aterrorizado, mientras el príncipe le abría la boca a la fuerza y vertía el contenido de la copa. El recipiente salió volando de la mano del príncipe y roció de gotitas carmesíes los listones blancos del suelo. Malekith apretó la nariz y la boca del Rey Fénix con una mano y le tiró de los pelos hacia atrás para que levantara la cabeza, y ya no le dejó respirar hasta que tragó el brebaje mortal. Entonces, lo soltó y dio unos pasos atrás para contemplar cómo se revelaba ante sí su futuro.

—¿Qué habéis…? —dijo jadeando Bel Shanaar, agarrándose la garganta y el pecho.

Malekith cogió el pergamino que había en el escritorio. Como había sospechado, se trataba del borrador del discurso del Rey Fénix ante el Consejo. Decidió que era mejor no dejar pruebas del apoyo de Bel Shanaar a Imrik y cruzó la cámara para arrojarlo a las llamas de la chimenea. Se dio media vuelta y vio que todavía había un hilo de vida en los ojos saltones de Bel Shanaar.

Regresó de la chimenea, se detuvo al lado del rey y se inclinó sobre el oído del monarca, que daba las últimas boqueadas.

—Vos lo habéis provocado —le susurró el príncipe.

Bel Shanaar dio un último jadeo y murió. Tenía la cara amoratada y la lengua le colgaba fuera de la boca. Malekith continuó contemplando distraídamente el rostro contraído unos instantes, sin acabar de creerse que ya casi había terminado todo.

—Bueno, ahora debo dejaros —dijo finalmente, dándole unas palmaditas cariñosas en la cabeza—. Tengo que reclamar un trono.