23: La convocatoria del Consejo

VEINTITRÉS

La convocatoria del Consejo

Carathril permaneció algunos días más en Tor Anroc tras el anuncio de Bel Shanaar mientras los heraldos salían con despachos para los príncipes de Ulthuan. Durante ese tiempo conversó con el chambelán Palthrain y otros elfos, tratando de tomar la medida de los ánimos de los ciudadanos de Tiranoc, y llegó a la conclusión de que, si bien mostraban resolución, no había duda de que estaban asustados. Más allá del Naganath se cernía un enemigo terrible que podía lanzarse sobre Tiranoc en cualquier momento. Bel Shanaar siguió el consejo de Malekith y envió un ejército de veinte mil elfos al norte, con la misión de patrullar la frontera y vigilar los puentes que cruzaban el Naganath. Si el príncipe de Nagarythe estaba en lo cierto, las sectas no harían un nuevo movimiento hasta la primavera, pues sólo los desesperados y los idiotas iniciaban una campaña en pleno invierno. Bel Shanaar y sus asesores albergaban la esperanza de que los príncipes estuvieran de acuerdo en la movilización propuesta por Malekith y enviaran sus fuerzas al oeste.

Justo antes de partir hacia Lothern según lo dispuesto para informar al príncipe Haradrin, Carathril fue requerido en la sala de audiencias por Bel Shanaar. Cuando entró en la cámara, las puertas se cerraron a su espalda y se encontró a solas con el Rey Fénix.

—Acercaos, Carathril —le dijo Bel Shanaar, acompañando sus palabras con un gesto de la mano—. Hoy partís hacia Eataine, ¿no es así?

—Esta misma mañana, majestad —respondió el capitán, deteniéndose ante el trono del Rey Fénix—. Un barco estará esperándome en Atreal Anor cuando cruce las montañas y el viaje desde Lothern a la Isla de la Llama no lleva más de un día. Me pareció conveniente asegurarme de que el resto de los heraldos lo tenían todo dispuesto antes de marcharme.

—Sí, siempre habéis cumplido con vuestras obligaciones con gran dedicación y precisión, Carathril —declaró Bel Shanaar.

Abrió la boca para añadir algo más, pero se contuvo. Le hizo una señal con el dedo para que se acercara un poco más y cuando finalmente habló, su voz no era más que un susurro.

—Tengo otra misión que añadir a vuestros cometidos. Hay que reunir los ejércitos tal como Malekith sostiene, pero no estoy convencido de que deba ser él quien los lidere. Si bien parece tener la determinación necesaria para encabezar nuestras fuerzas en esta guerra, no está ni mucho menos totalmente libre del influjo de Morathi.

—El príncipe opuso una resistencia feroz en Ealith, lo vi con mis propios ojos —dijo Carathril—. Además, ¿no sería negativo para nuestra más poderosa arma que Malekith no la liderara? Si no lo comanda el legítimo príncipe de Nagarythe, ¿no dará la impresión de que nuestras fuerzas son un ejército invasor más que libertador?

—Me parece que ése es un veneno que Morathi ha estado esparciendo durante mucho tiempo —dijo Bel Shanaar—. La posición de los naggarothi ha sido contraria a la del resto de los reinos desde mucho antes del día de hoy. Siempre han pensado y actuado con independencia. Hay muchos elfos en Nagarythe, y Morathi no es menos, que creen que Malekith es el sucesor legítimo de Aenarion y me ven como un usurpador. Si le concedo el mando de nuestros ejércitos, podría interpretarse como un signo de mi debilidad. Se me verá como un rey inútil, incapaz de liderar a mis propios súbditos. Otro debe comandar el ejército de Ulthuan y hacerlo en mi nombre únicamente. Obligaré a Malekith a aceptar esta condición antes de partir hacia la Isla de la Llama.

—Os entiendo, majestad. Aun así, todavía no acierto a ver qué misión queréis encomendarme.

El Rey Fénix sacó un rollo de pergamino de entre los pliegues de su toga y se lo tendió a Carathril.

—Guardad esto en un lugar seguro; llevadlo siempre con vos —le pidió el Rey Fénix.

—¿Qué es?

—Mejor será que no lo sepáis. Debéis entregárselo al príncipe Imrik durante el Consejo.

—¿Eso es todo, majestad? —inquirió Carathril, preguntándose qué clase de mensaje merecería un secretismo como aquél.

—¡No se lo mostréis a nadie! —insistió Bel Shanaar, inclinándose hacia delante y agarrando por la muñeca a Carathril—. ¡No le digáis a nadie que lo lleváis! —Se dejó caer contra el respaldo del trono y suspiró. Luego, esbozando una sonrisa, añadió—: Confío en vos, Carathril.

* * *

Antes del mediodía, Carathril partió con la misiva del Rey Fénix oculta en el morral de piel que llevaba debajo de la ropa, junto al corazón. Con él cabalgaban el príncipe Elodhir y el contingente de caballeros de Tiranoc, para asegurarse de que el Consejo estaría preparado cuando apareciera el Rey Fénix. Para Carathril el viaje no tenía nada de especial; había cruzado el Paso del Águila docenas de veces en ambos sentidos desde que era el heraldo de Bel Shanaar. Durante seis días marcharon rumbo este. Atravesaron las montañas sin incidentes y se reunieron con el príncipe Finudel en el extremo oriental del paso, justo al sur de Tor Elyr, la capital de su reino. Ambas compañías hicieron juntas las dos jornadas de viaje hasta Atreal Anor y, una vez allí, embarcaron en distintas naves. Carathril debía dirigirse a Lothern, donde tenía que entrevistarse con el príncipe Haradrin, mientras que Finudel y Elodhir irían directamente a la Isla de la Llama para preparar el templo de Asuryan para el Consejo.

Las naves surcaron el Mar Crepuscular, una de las dos extensiones de agua que constituían el Mar Interior y la que bañaba las costas de Caledor. Su ruta en dirección sureste los mantenía alejados de la Isla de los Muertos, que emergía en el centro del Mar Interior y donde todavía permanecían el mago Caledor Domadragones y sus seguidores, atrapados para la eternidad en el centro del Vórtice de Ulthuan. En vez de pasar junto a la isla infortunada, las naves atravesaron el Estrecho de Cal Edras, entre Anel Edras y Anel Khabyr, las dos islas más alejadas de la costa del archipiélago que se extendía trazando una curva desde Caledor hasta la Isla de los Muertos. Una vez cruzado el Cal Edras, los barcos se separaron.

La Bahía de los Susurros estaba atestada de naves que cubrían la ruta comercial entre las ciudades costeras de Caledor y Saphery, entrando y saliendo de ella por los Estrechos de Lothern. Carathril intercambió algunas palabras con las tripulaciones de otras embarcaciones y descubrió que la mayoría no estaba al tanto del verdadero alcance de la tragedia que estaba viviéndose en el norte.

Se había propagado la noticia de la huida de Malekith de su reino, pero, a pesar de este revés, muchos elfos mostraban su confianza en la capacidad del príncipe para recuperar Nagarythe. El capitán prefirió no contradecir el optimismo de los marineros, pues sabía que no había medio más veloz para difundir la noticia de un desastre que embarcándola, y el pánico se propagaría como las llamas de un incendio por el corazón de Ulthuan.

Mientras se acercaban a Lothern, Carathril se preguntaba si alguna vez su percepción de la vida habría sido tan estrecha de miras como la de sus compatriotas elfos. Parecían preocupados únicamente por sus propios sueños y ambiciones, y no dedicaban mucho tiempo a pensar en las fuerzas que se salían de sus vidas cotidianas. Llegó a la conclusión de que él había sido igual. Si bien había vivido mucho tiempo con la creencia de que los cultos eran un problema, nunca había considerado la amplitud de sus efectos malignos en la sociedad de Ulthuan; nunca había vislumbrado la verdadera amenaza que representaban.

Los muelles de Lothern bullían con el ajetreo acostumbrado, atiborrados de comerciantes procedentes de las colonias o que ultimaban los preparativos para partir con productos de los reinos de Ulthuan. En cierta manera, a Carathril le levantó el ánimo ver el trajín frenético en el que estaba sumido a su ciudad como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, en el fondo sabía que aquello estaba a punto de cambiar y que sus compatriotas no estaban en absoluto preparados.

Durante los más de mil años desde el coronamiento de Bel Shanaar como Rey Fénix, Ulthuan había vivido un período de relativa paz. La guerra y el derramamiento de sangre eran algo que formaba parte de los relatos traídos de ultramar, y los elfos se habían convertido en una raza satisfecha de sí misma, quizá incluso indulgente. Carathril comprendía ahora que esa seguridad y esa comodidad, ese hastío social de todo un pueblo, había permitido el vigoroso florecimiento de las sectas.

En el Muelle del Príncipe no había ningún destacamento esperando a Carathril, pues su arribada debía permanecer en secreto para evitar que los sectarios de Lothern se enteraran de los planes de Malekith y Bel Shanaar. El capitán cruzó rápidamente la ciudad a caballo y pasó inadvertido entre las conversaciones y las multitudes que fluían a su paso. La inquietud y la preocupación por los futuros acontecimientos atenazaban de tal modo a Carathril que le impidieron sentir alegría por el regreso a su tierra natal, y cabalgó sumido en tenebrosas reflexiones por las sinuosas calles que ascendían hasta las cumbres de las colinas que albergaban las mansiones y los palacios de los nobles.

El palacio del príncipe Haradrin no era una fortaleza como las de Anroc y Anlec, sino una nutrida serie de edificios y villas diseminados por unos esmerados jardines en la cima de Annulii Lotheil, desde donde se dominaba toda la ciudad y los estrechos.

Carathril se dirigió directamente al Palacio de Invierno, donde sabía que encontraría al príncipe Haradrin. Los centinelas apostados en la entrada lo reconocieron antes de que llegara hasta ellos y se apartaron para dejarle libre el paso sin mediar una palabra.

El príncipe Haradrin le concedió audiencia inmediatamente en una enorme sala abovedada, con el techo pintado de forma ingeniosa, de modo que la luz que entraba por la ventana reproducía el sol y su movimiento, e iba descendiendo por un cielo estival a medida que transcurría el día y finalmente se ponía irradiando un crepúsculo resplandeciente.

Carathril transmitió el mensaje de la forma más concisa que supo ante la corte reunida, y los príncipes escucharon atentamente y sin interrumpirle en ningún momento.

—El rey Bel Shanaar convoca a los príncipes de Eataine para renovar sus juramentos de lealtad al trono del Fénix —anunció el capitán.

—¿Y qué espera Bel Shanaar de Eataine? —inquirió el príncipe Haradrin.

—La Guardia Marítima y la Guardia de Lothern deben estar listas para la guerra, alteza —respondió Carathril—. Convoca al príncipe Haradrin al Consejo que se celebrará en la Isla de la Llama.

—¿Quién más asistirá al Consejo? —preguntó Haradrin.

—Se espera la presencia de todos los príncipes de Ulthuan para sellar su compromiso con la causa del Rey Fénix —declaró Carathril, haciendo una leve reverencia.

—Si bien ahora sois el heraldo de Bel Shanaar, nacisteis en Lothern, Carathril —dijo Haradrin, levantándose del trono y acercándose al capitán—. Sed sincero conmigo, ¿qué intenciones tiene el Rey Fénix?

Carathril notó el roce de la carta destinada a Imrik en el pecho, pero mantuvo la mirada fija en el príncipe.

—Pretende librar a nuestro pueblo de la maldición de las sectas —respondió impertérrito el heraldo—. La guerra es inminente, alteza.

Haradrin asintió en silencio y se volvió a sus asesores, congregados alrededor del trono.

—Eataine se posicionará al lado de Tiranoc —declaró—. Informad a la Guardia Marítima de que debe regresar a Lothern. Patrullará la Bahía de los Susurros y se me informará del paso de cualquier nave por el Mar Interior. Todavía no llamaremos a las armas, pero a mi regreso todo debe estar preparado para ese momento. Si la guerra es nuestro destino, Eataine no eludirá su deber.

* * *

Carathril se alegró de poder pasar los días que siguieron a su entrevista con el príncipe deambulando por la ciudad, con la tranquilidad que le daba saber que ya había cumplido con el cometido que lo había llevado allí. Lo siguiente que debería hacer era acompañar a Haradrin a la Isla de la Llama, entregar la carta del Rey Fénix a Imrik, y luego esperar la llegada de Malekith y Bel Shanaar. Carathril había decidido solicitar al Rey Fénix que lo eximiera de sus funciones como heraldo para reincorporarse a su puesto legítimo como capitán de Lothern. De buena gana habría acompañado a Malekith en su expedición, pero si finalmente estallaba la guerra total, prefería luchar al lado de sus compatriotas en el ejército de Eataine.

Durante sus paseos por la ciudad, Carathril estuvo indagando el paradero de Aerenis, pero no averiguó nada sobre su amigo. Dondequiera que preguntase sobre el teniente recibía respuestas contradictorias. Conocidos comunes le decían que apenas le habían visto el pelo desde su regreso del viaje que habían hecho juntos a Tor Anroc tantos años atrás. Muchos pensaban que sus obligaciones en el palacio, atendiendo al príncipe, le exigían una dedicación plena; otros, que lo habían trasladado a alguna ciudad de las afueras para instruir a jóvenes lanceros; también hubo quien afirmó que había renunciado al ejército y se había embarcado en busca de una nueva vida.

Aunque le inquietaba esa desinformación sobre el paradero de su amigo, Carathril poco podía hacer, pues debía embarcarse con el príncipe Haradrin rumbo a la Isla de la Llama.

Tres días antes de la fecha establecida por Bel Shanaar para la celebración del Consejo, el séquito del príncipe de Eataine estaba listo para partir. Carathril fue acomodado en uno de los camarotes del elegante barco águila de Haradrin, aunque todavía no había reingresado legalmente en la Guardia de Lothern.

Mientras el barco desplegaba las velas y se alejaba del puerto, Carathril contempló la ciudad de Lothern como si fuera la primera vez que la veía. Paseó la mirada por las enormes estatuas de los dioses que rodeaban la bahía: Kurnous el Cazador, Isha la Madre, Vaul el Herrero y Asuryan el Padre de Todos. Había crecido rodeado por ellos y hasta entonces apenas les había prestado atención. Miró de nuevo sus rostros severos y se preguntó qué papel desempeñarían en los acontecimientos que estaban a punto de desencadenarse. También se preguntó si en la ciudad que se desplegaba ante sus ojos habría sótanos que dieran cobijo a imágenes de los dioses oscuros, altares consagrados a figuras como Nethu, Anath Raema, Khirkith, Elinill y el resto de los cytharai.

La colosal puerta de oro y rubíes que marcaba la salida al Mar Interior estaba abierta. Por delante de la nave del príncipe se veían barcos halcón que iban abriendo una ruta entre la multitud de barcos pesqueros, embarcaciones de recreo y cargueros. Una vez cruzados los Estrechos de Lothern, el capitán dio la orden de a toda vela, y el barco águila cabeceó sobre las olas y se deslizó por el mar a toda velocidad. El sol resplandecía en el cielo y su luz reverbera en el mar azul. Carathril permaneció un rato en la barandilla, maravillándose de la belleza de Ulthuan y olvidando sus tormentos, perdido en los destellos del agua y en el cielo azul.

Navegaron toda la noche con velamen reducido y, a media mañana, avistaron la Isla de la Llama. Aunque Carathril había pasado junto a ella en numerosas ocasiones durante sus viajes a Saphery, Cothique e Yvresse, el templo de Asuryan seguía asombrándolo. La pirámide blanca se elevaba sobre un patio de mármol en medio de un prado abierto. Los muros del templo resplandecían con los rayos del sol que bañaba la hierba y el agua que lo flanqueaban con una luz majestuosa. La isla estaba rodeada por playas con bajíos poco profundos de arena blanca y largos embarcaderos que se adentraban en el mar. Cuando el barco águila viró para enfilar hacia el muelle ya había cuatro naves amarradas: las embarcaciones de los príncipes que ya habían llegado a la isla.