El hombre de cristal

11 de octubre de 1999

Este encuentro con Giovanni me ha hecho reflexionar mucho sobre el camino que he recorrido hasta ahora. Creo que el destino está siempre jugando con las personas y que tiene muchos caminos. Yo elegí uno y, escarmentada, me ha conducido hasta Giovanni, a través de una casa de citas. Si no hubiese tomado la decisión de meterme en esto, seguramente nunca le hubiese conocido. Parecemos tener muy poco en común y las probabilidades de encontrarnos fuera son tan escasas… En el fondo, lo único que yo estoy buscando es amor. Quizá porque nunca me he sentido querida. Cualquier cosa que he hecho hasta ahora ha sido por un único objetivo: el amor. Citas a ciegas, aventuras de una noche, la casa, tantos medios para encontrar lo que siempre he buscado. Hoy me siento muy feliz por este descubrimiento, y pienso transmitirlo a todo el mundo.

Y con este buen humor en el cuerpo, me voy a trabajar como de costumbre, decidida a hacer el bien a mi alrededor, sin saber que mi «víctima» de esta noche va a ser la persona que más lo necesita desde que estoy en la casa.

A eso de las dos de la madrugada, Sofía me despierta, con Jordi en los brazos, para darme un trabajo. Un cliente nuevo, joven, ha llamado y ha pedido a una chica europea particularmente cariñosa.

—Ya entenderá el porqué luego —le explicó el cliente a Sofía.

Esta noche, Isa y yo somos las únicas chicas que hemos venido a trabajar. Pero Sofía tiene claro que no la puede mandar a ella.

Así que me encamino hacia el domicilio del cliente. Vive en la parte alta de la ciudad, en un edificio muy bonito que tiene vigilancia las veinticuatro horas del día.

Al abrirme la puerta, creo que no puedo disimular la sorpresa y el susto en mi cara, aunque mi intención es la de parecer lo más natural posible. Iñigo está sonriendo delante de mí, bien acomodado en su silla de ruedas. Me hace pasar enseguida al salón, porque, «no sirve de nada llevarte a mi dormitorio», me va explicando, riéndose de buena gana. El piso es grande y moderno, pero hay un olor a rancio que es difícil de soportar. Todas las puertas están adaptadas al paso de una silla de ruedas y empiezo a sentirme muy mal por la desgracia de este chico, que no debe de tener más de veintiséis años.

—Soy tetrapléjico, casi al ciento por ciento —me dice, de la manera más natural del mundo.

Ante esta afirmación, me siento en un rincón del sofá —casi me dejo caer— y le pido permiso para encender un cigarro.

—Yo también fumo —me dice—. ¿Me puedes encender uno, por favor, y ponérmelo en la boca?

Es lo que hago enseguida, ansiosa de poder satisfacerle, y se lo pongo entre los labios. Da unas cuantas caladas y me pide acto seguido con la mirada que se lo quite. Ha tenido bastante con eso.

—¡Gracias! —me dice—. Ahora, ¿te molesta cogerme en tus brazos y acostarme en el sofá? Yo lo podría hacer pero me supone grandes esfuerzos.

Este chico me da mucho respeto y estoy dudando unos segundos antes de cogerle porque, como si fuera una figura de cristal, no me atrevo a tocarle por miedo a romperle algo o hacerle daño.

—¡Sin miedo!, no te preocupes, no siento absolutamente nada. El único sitio donde tengo algo de sensibilidad es el cuello, y un poco las manos.

Parece haber leído mi pensamiento.

Cuando está incorporado, me pide quitarle la ropa. Es flacucho, tiene todos los miembros atrofiados y sus piernas no son más gordas que mis brazos. Me siento muy incómoda. Su pequeño sexo, diminuto, la verdad, está, para mi gran sorpresa, erecto.

—Desde que tuve el accidente, está siempre así. No es por excitación —me explica—, no siento nada aquí abajo.

Y se vuelve a reír a carcajadas. Me siento como una estúpida, y me doy mentalmente bofetadas por haber querido morir más de una vez. ¿Qué derecho tenía a sentirme miserable cuando la verdadera desgracia está frente a mí, encarnada en este chico, lleno de vitalidad y buen humor?

No ocurre evidentemente nada entre él y yo, sólo me paso una hora dándole besitos en el cuello, los cuales va agradeciendo con pequeños gemidos.

Vuelvo a la casa decidida a no quejarme nunca más y no quiero contar nada acerca de Iñigo a ninguna chica ni a las encargadas. Este episodio es algo que el destino me ha enviado para hacerme reaccionar, vivir el presente y para que tome las oportunidades cuando se presentan, sin pensarlo dos veces.

Diario de una ninfómana
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