la bandeja», la, relación lógica entre la estructura de la imagen doble (percepción-representación) y la del esquema corporal de quien sueña. Las lagunas de una observación se encuentran convenientemente resueltas por las conclusiones extraídas de la otra, hasta donde los hechos observados responden a una misma categoría.

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En efecto, en todos estos casos hemos confrontado un mismo modo de percepción-sueño, que representa una misma categoría bien definida: 1) por el hecho de situarse justo en la frontera que separa el sueño del despertar; 2) por la oposición de una imagen-recuerdo-representación a una imagen-percepción (que provoca el despertar); y 3) porque el pensamiento, en el umbral de la conciencia, se empeña en realizar la identidad irracional entre las dos imágenes.

Por lo demás, la psicología oficial no ignora esta forma del sueño. «Algunas percepciones engañosas del despertar se caracterizan sobre todo por su dependencia del estado de conciencia… Una noche, la señora M. sintió claramente que le arrancaban un mechón de pelo del lado izquierdo de la nuca. Simultáneamente vio alzarse en un instante una alta llama que desapareció de inmediato. Se encontraba entre el sueño y la vigilia. Todas estas percepciones tienen algo de repentino, de análogo al relámpago.»

Hasta donde yo sé, no existe el fenómeno normal, donde la duplicidad de la imagen y el contenido de sus componentes surjan con toda claridad, y donde la observación vaya menos cargada de adornos accesorios o anecdóticos. Estas «percepciones— sueños» se proponen al estudio de la formación de la imagen y de las relaciones entre «la anatomía» de esta imagen y las imágenes de nuestra anatomía, tanto a causa de esta geometrización natural como por su facilidad experimental.

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El sueño «dis pas [no digo] = dix pas [diez pasosJ» ha podido parecer un poco excepcional porque coincide con las reflexiones presentes, dando casi la impresión de una experiencia deliberada. Por consiguiente, señalaremos un caso análogo que resume de un modo más general las conclusiones precedentes.

Hacia las dos de la madrugada oigo una sirena próxima, que da la señal de alerta aérea cada vez con más fuerza. El sueño de mi mujer se torna inquieto. Se despierta, aterrorizada, tras haber soñado lo siguiente:

«Dándose cuenta vagamente de la alerta, “ve” una chimenea bastante extraña que se encuentra en el tejado frente a nuestra casa y que, sin dejar de ser la chimenea, es al mismo tiempo una “sirena” y un falo erecto».

Se desprende de ello, con una precisión inusual, que la imagen normalmente percibida (la chimenea en el tejado) es una unidad de dos imágenes inconscientes y con doble carga afectiva: es una «tercera imagen» previa —aquí, la chimenea— donde se confunden el término del temor, la sirena, y el término opuesto, el deseo… En cuanto a la identidad de los dos componentes, la sirena y el falo, la una y el otro son idénticos a la chimenea, y por consiguiente iguales.

El trabajo de la intuición consistiría entonces en lo siguiente: separar los dos componentes inconscientes de la imagen vista e incorporada a la memoria, demostrar su identidad irracional. y transportar esos dos componentes, como representación o como «percepción engañosa», a la superficie de la conciencia. Este trabajo realizado por la intuición es el de la IMAGINACIÓN.

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En adelante, no cabe confusión a propósito de los procesos de la imagen. Un «genio» que se aplica en cuerpo y alma tras el «yo» parece añadir mucho de sí mismo para que el «yo» perciba e imagine. Sin duda es un genio irreverente, para el que la lógica de la identidad, la separación del cuerpo y del alma, o monsergas como el «bien» y el «mal» son, a lo sumo, motivo de burla, un genio que sólo canta con entusiasmo la gloria de lo improbable, del error y del azar. Todo parece indicar que lo ilógico lo reconforta, que el pensamiento puede permitirse la risa, que el error es el camino, el amor el mundo aceptable y el azar una prueba de eternidad.

Ya ha quedado claro que «la imagen» surge a partir de puntos de transición o de conflicto intenso, es decir, en un clima particular, a una temperatura y altura de presión muy elevadas, y es evidente que se encuentra bajo la constelación del azar.

Me parece que los dos relatos que siguen permitirán ofrecer descripciones más exactas de ese clima y del azar:

«Un día, en 1937, me informaron de que a M. le aquejaba una enfermedad incurable y muy avanzada. Tras haber perseguido con ella un ideal de afecto ilimitado, que reducía el miedo al abandono de lo individual al letargo, me quedé solo con la rebelión contra la ciega brutalidad del devenir natural. La rebelión, sin objetivo concreto, degenera fatalmente en su contrario, cobrando los tintes de esas especulaciones que conocemos sobradamente: que nunca jamás se pierde nada, que las hebras de tabaco y las cerillas en mi bolsillo volverían a ser tabaco y cerillas una vez cumplidas las transformaciones del ciclo, que después de un tiempo ni muy largo ni muy corto, dos seres, ante un signo que sólo lo es para ellos, sentirán el soplo del germen de un recuerdo, el de no haberse olvidado más que pasajeramente. Escapatorias del pesar y de la responsabilidad individuales, dulces pendientes por las que se deslizan los hombres dormitando, olvidando que sólo el porvenir no es irreparable y que todo pasado fue algún día porvenir.

»Nada responde a la desesperación. Todas las fantasías sombrías o luminosas conducen de nuevo al único instinto persistente: el de librarse de los límites del «JO». El pensamiento sin pensamiento gira alrededor de la cerilla, de una palabra, alrededor del número 53, número de nuestros últimos días.

»Anteriormente, un cierto gusto por “la articulación”, elemento geométrico en la estructura de las muñecas, me había permitido conocer ese dispositivo mecánico llamado «cardán». Algunos hallazgos en el curso de mis divagaciones ociosas, exaltaron el encanto de aquellas tres anillas articuladas y desviaron mi curiosidad hacia la vida de Gerolamo Cardano, su autor. Sólo conseguí encontrar los datos de su biografía en una obra de Lombroso, donde se extraían de su De vita propria. Atemorizado por la vida de su hijo, a quien habían acusado de haber matado a su mujer envenenándola, Cardano pasó unas semanas indescriptiblemente atroces hasta el día de la ejecución pública. Acurrucado, como un avaro de su terror, contaba el número de los días transcurridos: 53·

»Esta anotación en mi diario, hecha a ciegas, de memoria, requiere, creo hoy, una rectificación crítica. En realidad, yo sólo había contado los días a medida que transcurrían, y la cifra de 53 no era, a fin de cuentas, un símbolo fijado en mi pensamiento. Al leer el pasaje de la vida de Cardano, presentí una agitación violenta, al “ver” que su cifra y la mía eran idénticas. Presa del delirio, hice el cálculo, sin pensar que existían distintas posibilidades para la cuenta: a partir del día en que lo supe o a partir del día en que llegué al hospital. Ya ni siquiera sé si conté o no los días que no pasé en el hospital. Pero mi cálculo rápido, sin vacilaciones, era exacto».