mucho menos excepcionales, donde la expresión del dolor o del placer se proyecta sobre una imagen preexistente, dispuesta a adoptar el papel de un foco virtual de excitación.

Cuando nos sobrecoge la visión de un árbol tortuoso entre otros de su especie, igualmente tortuosos, aunque de manera distinta, o que no lo son, estamos dispuestos al gesto de la contorsión del doble que es el árbol y que nos dispensa de retorcernos, pues él lo hace en nuestro lugar. Cuando encontramos en el camino una piedra, que nos parece preciosa por la relación a primera vista hermética que parece mantener con nuestra existencia, sentimos que ella responde, precisamente, en el orden morfológico de su lenguaje, a una emoción nuestra inexpresable. Pero el hecho de ver el árbol o de encontrar la piedra supone una suerte de intuición y, antes de ella, un estado de vigilancia o de atención particulares hacia esas identidades entre el individuo y su mundo exterior.

Es decir, en resumen: una excitación subjetiva o su imagen-recuerdo va por delante de la percepción y la predetermina. En cambio, entendemos también de un modo natural que, con independencia de la predisposición individual, una causa exterior impone su percepción y que luego la imagen-recuerdo la encuentra. En suma, que el movimiento va del objeto al sujeto.

¿Por qué no? Teóricamente, una bomba de fósforo que estalle cerca de mí, me obligará a percibirla, incluso si no responde a mi predisposición. Pero el asunto es más bien: de este accidente sólo recuerdo efectivamente la imagen de un zapato amarillo, puntiagudo, que lleva un hombre de mediana edad, y que exhibe el aspecto repugnante del cuero expuesto a temperaturas elevadas.

En efecto, la objeción precedente no tiene en cuenta el hecho de que existe, de todos modos, selección perceptiva.

Las impresiones que el mundo exterior propone o impone son múltiples, cuando no caóticas. Tropiezan con la disposición subjetiva que, provocada de este modo, determinará entonces la elección precisa de la imagen-recuerdo —cuyo color está en ese momento en juego— en el casillero de la memoria que, en el mismo gesto, determinará la elección de la imagen-percepción exterior y congruente.

«La imagen» será, pues, la síntesis de dos imágenes actualizadas simultáneamente. El grado de similitud, de diferencia o de antagonismo entre las dos imágenes constituye probablemente el grado de intensidad, de realidad, y el valor de «choque» de la imagen resultante, es decir, de la imagen «percepción-representación».

La comparación es el primer término de la aproximación de las dos imágenes; aspira en última instancia a alguna forma de identidad, al menos formal, de los elementos confrontados. Esto, junto con el papel que desempeña su elección intuitiva, es prácticamente controlable, si nos fijamos en la experiencia involuntaria siguiente:

«Cuando está a punto de caer una tormenta, en pleno mediodía, me quedo dormido. Antes de despertar, tengo la visión intensa y muy rápida de una serie de piernas de mujer, luminosamente recortadas contra un fondo negro, que avanzan con un movimiento discontinuo, los pies en punta, como los ángulos móviles de varios compases, un poco superpuestos:

»Al mismo tiempo —en el mismo impromptu alucinatorio— oigo estas cuatro palabras:

… Je ne dis pas [no digo que]…

»La sorpresa, acompañada de una ligera sensación de vértigo, ha puesto mi sueño en un compromiso. Mi conciencia se ha hecho activa. Estoy sensiblemente intrigado por el jeroglífico, cuya solución descubro, satisfecho, al despertarme:

… Je ne DIS PAS [no digo que]= DIX PAS [diez pasos]

»Lo que me llamó la atención desde el principio es que de la conversación en la habitación contigua sólo capté aquello en lo que la intuición discernió una forma con doble sentido, uno de los cuales se adecuaba, más o menos, a mi predisposición. Una vez hecha esta elección, se trataba de descomponer prácticamente la imagen doble, de realizar por una parte, en forma de percepción visual, la imagen-recuerdo (diez pasos) y, por otra parte, en forma de percepción auditiva, la imagen procedente del exterior (no digo), para que la conciencia constatara su identidad, y encontrara a su vez la solución».

En cuanto a la intuición, tenía que resolver el siguiente problema: captar, con un solo gesto —en un conjunto de estímulos auditivos y un conjunto de estímulos interiores (asociados a la pose, al clima psíquico del momento, a la memoria, etc.)— dos imágenes que respondían a una misma condición figurativa, susceptibles de someterse a una prueba de identidad y de ser los componentes de una unidad perceptiva que se alimentaría simultáneamente del exterior y del interior. Es difícil comprender bien semejante realización —se diría que prestidigitación— sin recurrir a la idea de la coincidencia.

Naturalmente, cabe preguntarse si cualquier otro elemento de una conversación banal escuchada mil veces no se prestaría del mismo modo a una doble interpretación deliberada. Cada elemento percibido puede, sin duda, disponer de su doble en la escala de efecto que va de la analogía vagamente probable hasta la identidad «formal».

La intuición tendrá, pues, que escoger siempre, entre las distintas posibilidades, la que le impresione más, la que mejor responda a la necesidad individual y a la necesidad de identificación. Sin embargo, el material perceptivo, procedente del exterior, puede ser más o menos favorable a esta doble exigencia. Con la elección intuitiva, el azar entra en juego…

Falta saber hasta qué punto podríamos controlar, en el caso mencionado, la relación de necesidad existente, que he establecido, entre la imagen «dis pas (no digo) = dix pas (diez pasos)» y las predisposiciones del durmiente. Faltaría saber también si, en lugar de ver una serie de piernas, no habría quedado igualmente satisfecho en caso de tratarse de la visión de un paquet ficelé [paquete atado] (… je ne dis PAS QUE’ETienne… [… no digo que Etienne… ]).[10]

Una respuesta satisfactoria sólo podrá basarse en el conocimiento completo de la situación anatómica, física e intelectual del durmiente. He aquí una enumeración incompleta de sus características:

1) El problema de su sueño, que en aquella época se había vuelto muy frágil tanto durante el día como por la noche, había cobrado desde hacía semanas un aspecto prácticamente neurótico. El pesimismo general (matrimonio nefasto) tendía a provocar reacciones de rencor, y a favorecer representaciones eróticas sin asunto preconcebido.

2) Para representar «dix pas», el sueño no requería tantos pares de piernas. El gusto por la multiplicación anatómica correspondería pues al durmiente; en caso de que la individualización fuera pertinente, se remonta a una imagen asociada a su infancia (la imagen de la diosa Kali-Durga con mil brazos). Pero basta señalar que la desesperación afectiva, la conciencia de un fracaso total de orden sentimental, predispondrían a imágenes compensatorias, a la promesa multiplicada.

3) En lo que concierne a la estructura gráfica de la imagen visual, se sabe que las formas puntiagudas, los zigzags, los rombos, las cruces, etc., expresan «sadismo» o por lo menos espíritu agresivo. El paso acompasado debe tener un sentido oscuro (militar tal vez).

De acuerdo con estas condiciones, la imagen doble «dis pas [no digo) = dix pas [diez pasos)», aunque se inscriba siempre en los límites que acabamos de indicar, habría podido ser:

una promesa erótica,

una multiplicación de esa promesa,

una estructura de orden agresivo.

Por falta de control del hombre dormido, este sueño-percepción no permite fijar, con la precisión que caracterizaba el caso de «el hombre y