que aquí el desplazamiento ha alcanzado la superficie de la conciencia y su contenido irracional se ha convertido en manifiesto.

Del mismo modo que dijimos que la mano crispada se opone a la muela, debemos decir ahora que la imagen de la muela se desplaza a la mano, la imagen del sexo a la axila, la de la pierna al brazo, la de la nariz al talón. Mano y muela, axila y sexo, talón y nariz, en suma: excitación virtual y excitación real se confunden y se superponen.

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De acuerdo con lo visto anteriormente, cabe preguntarse si el placer del brazo al simular la pierna no sería equivalente al placer de la pierna al jugar el papel del brazo, y cuestionarse si la falsa identidad establecida entre brazo y pierna, entre sexo y axila, entre ojo y mano, nariz y talón, no consistiría en una reciprocidad… Así, nos gustaría representarnos como un eje de reversibilidad entre los focos real y virtual de una excitación, eje que se trazaría en algunas partes, incluso en el campo de la anatomía métrica, y que, dada la afinidad opuesta entre los senos y las nalgas, por ejemplo, o entre la boca y el sexo, pasaría horizontalmente a la altura del ombligo.

Notas. El consabido movimiento que, al llenar de aire el pecho y echar para atrás los hombros, pone de relieve los senos, se acompaña naturalmente de un movimiento análogo, en dirección opuesta, de la parte inferior del tronco, que a su vez pone de relieve, como un contrapeso, por decirlo de algún modo, los senos traseros.

En la Interpretación de los sueños, Freud señala que «al sueño se le da muy bien unir los contrarios y representarlos en un solo objeto. También suele representar un elemento cualquiera mediante su contrario, de manera que no es posible saber si un elemento onírico susceptible de contradicción traiciona un contenido positivo o negativo en el pensamiento del sueño».

Notas. «En un trabajo de K. Abel, Der Gegensinn der Urworte, he encontrado un hecho sorprendente para mí, pero confirmado por otros lingüistas: las lenguas primitivas se expresaban, desde este punto de vista, como los sueños; al principio no tenían más que una sola palabra para los dos lados opuestos de una serie de cualidades o de acciones fuerte-débil, próximo-lejano, unido-separado). Los términos específicos para designar los contrarios sólo aparecieron más tarde, mediante una ligera modificación del término primitivo». Sobre este mismo asunto, Freud recuerda la existencia de palabras con el mismo significado, en las que se ha invertido la sucesión de las letras: pot-Topf, Ziege-Geiss.

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Hace mucho tiempo que las lenguas que hablamos alcanzaron su madurez. Pero el gusto por la reversibilidad que se encuentra en el origen de las palabras y que les confiere su ambigüedad vibrante, subsiste; cosa que resulta evidente en las formaciones verbales automáticas que tratan no tanto de comunicar algo como de experimentar el placer de nacer, de dar libre curso a un impulso instintivo, de «hacer el pensamiento con la boca» (Tristan Tzara).

Cada cual conoce la disposición y la facilidad asombrosa de algunos niños, por no decir todos, de hablar al revés: Sere orrub, etc. Este mismo reflejo de inversión se encuentra naturalmente en la escritura y en el lenguaje automáticos propiamente dichos: «En el transcurso de las “experiencias de psicografía” suelen darse ejemplos de escritura especular en los que el médium escribe las palabras en sentido inverso, de modo que el mensaje sólo puede leerse sin dificultades al reflejarlo en un espejo; es algo que explicamos psicológicamente por la inversión de las corrientes nerviosas en los centros motores del lenguaje escrito; pero esta explicación no se sostiene cuando se trata de la inversión de las sílabas. Por otra parte, sería absurdo suponer que es el difunto quien se expresa de ese modo. No cabe duda de que el fenómeno de la inversión de las sílabas es el resultado de la actividad cerebral inconsciente del médium; eso es todo lo que podemos afirmar con seguridad; en cuanto a la causa que determina el fenómeno, sigue resultando psicológicamente inexplicable» (Ernesto Bozzano, La Medianità poliglotta o xenoglosia).

Evidentemente, aquí se trata sólo de la inversión: la reversibilidad propiamente dicha —la frase invertida— supondría que el sentido, el sonido y la forma seguir siendo rigurosamente idénticas a lo que eran antes:

LEON EMIR CORNU D’UN ROC RIME NOEL

Charles Cros

L’AME DES UNS JAMAIS N’USE DE MAL

Victor Hugo

EIN LEDERGURT TRUG REDEL NIE

Anónimo[1]

Los hallazgos de este tipo son bastante raros y se incrustan en nuestra memoria con una tenacidad singular, aunque no sepamos demasiado bien por qué. No parecen tener, a primera vista, una misión comunicativa muy conmovedora. Sin embargo, el hallazgo que ha hecho que la frase presente, en un sentido o en el otro, la misma sucesión de caracteres, el mismo sentido, ese milagro otorga al contenido algo de indefectible, de inmune, está seguro contra cualquier inversión futura, y nos obliga a otorgarle un significado particular.

Nota. ¿Por qué no he olvidado esta frase: «Ein Ledergurt trug Redel nie» que escuché en torno al 1910? Pero sólo cuando volví a pensar en ella un día en 1942, mientras paseaba por la región del Tarn, le encontré sentido: la palabra «Redel», un nombre propio, juega al mismo tiempo con «redlich»: honorable, con «Rädelsführer»: caudillo de una insurrección, y con «Radel»: una ruedecilla que desaparece fácilmente; de modo que el conjunto «Ruedecilla, honorable caudillo de insurrección nunca llevaba de cuero el cinturón» reviste innegablemente un sentido antimilitarista.

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Ciertamente, el placer del lenguaje de crear o de recordar formulaciones similares no es el único eco de la «reversibilidad» que observamos en el comportamiento psicofisiológico. Con el tiempo, empezamos a presentir un principio, por el cual la oposición de los elementos real y virtual no parece ser más que la condición de una ley, que aún está por precisar.

Con este propósito, concluiremos la presente serie de observaciones que partía del reflejo que desdoblaba el dolor agudizado de una muela. Teóricamente, el caso extremo seria aquél en el que todo el individuo debería considerarse como foco de dolor, al cual se opondría una virtualidad, en esta ocasión exteriorizada en forma de un doble alucinatorio. Una observación clínica afirma, en efecto:… Esta proyección en el doble del sentimiento experimentado por el sujeto cuya conciencia parece surgir de él mismo, va acompañada en ocasiones de un fenómeno igualmente extraño: la exteriorización de movimientos y de actitudes forzadas e impuestas por la crisis epiléptica, gracias a la cual, la imagen del doble se agita, se convulsiona exactamente como lo hace un epiléptico, sin que por ello nuestro sujeto realice ningún movimiento anormal».[2]

Concluyendo con un hecho tan demostrativo, la serie de nuestros ejemplos no deja duda de que el simple reflejo expresivo, definido como desdoblamiento de un foco de excitación, no entraña el germen de un desdoblamiento del individuo entero (ni siquiera conduce directamente a ese extremo que la psicología denomina la escisión del yo).

Si los términos «real» y «virtual» prácticamente no se prestaban a malentendidos (pues su significado se ha establecido experimentalmente), conviene en cambio tomar precauciones cuando se trata de saber entre qué yo y qué otro yo se produce la escisión dada. De acuerdo con la naturaleza del reflejo, proponemos concebir dicha oposición como la de los principios de la sensibilidad y la motricidad, como escisión del yo que sufre una excitación y del yo que crea una excitación.

Ciertamente, el proceso que desdobla el yo sólo debería comprenderse bajo el aspecto de un fenómeno primordialmente único en un plano inferior, que se divide al pasar a un plano más elevado de la conciencia, donde tiende a restablecer la síntesis de los opuestos y a producir una modalidad superior del yo, de su unidad y de su realidad.

Este movimiento de descomposición y de síntesis —de desdoblamiento y de fusión simultáneas— sea de la conciencia del yo o de su contenido-imagen, es por lo demás fácilmente realizable en efigie y en apoyo de nuestro propósito, suponiendo que la fascinación de la experiencia óptica que presentamos a continuación sólo puede atribuirse a que concreta el oscuro sentimiento que tenemos del punto crucial de nuestro funcionamiento:

Ponemos perpendicularmente un espejo sin marco sobre la fotografía de un desnudo y, manteniendo el ángulo de 90°, lo movemos hacia delante o lo giramos, de modo que las mitades simétricas del conjunto visible disminuyan o aumenten siguiendo una evolución lenta y regular: la conjunción surge constantemente, formando burbujas, en pieles elásticas que, inflándose, salen de la brecha más bien teórica del eje de simetría; o también, si ejecutamos un movimiento inverso, la imagen disminuye fatalmente, sus mitades se abisman la una en la otra, como cola tibia aspirada por una nada irresistible (o como la cera de la vela en una estufa caliente, que se reduce al irse deshaciendo silenciosamente por la base, que es también la de su doble reflejado en la cera deshecha). Frente a este acontecimiento abominablemente natural y que cautiva nuestra atención, la cuestión de la realidad o de la virtualidad de las mitades de esta unidad en movimiento palidece en la conciencia, se borra en los límites de la memoria.

La experiencia es definitiva; se ha demostrado la presencia de una realidad incompleta a la que se opone su imagen mediante la intervención de un elemento motor que condensa lo real y lo virtual en una unidad superior. Tanto si se trata de la intervención del espejo y su movimiento, del impulso que se da al tirar la peonza o del reflejo expresivo del organismo, siempre advertimos una misma ley, que se resume en esta antigua formulación:

LA OPOSICIÓN ES NECESARIA

PARA QUE LAS COSAS EXISTAN

Y SE FORME UNA

TERCERA REALIDAD