a piel de todo el cuerpo tiene registros sensibles de alta intensidad. Los roces y frotamientos con las palmas de las manos comunican al amante las propias sensaciones de deseo y, a la vez, las despiertan. Los dedos deslizándose, lenta o rápidamente, trasladan su calor y elevan al mismo tiempo la temperatura de quienes los sienten pasearse por encima de su sensitiva geografía corporal descubriendo muchas veces puntos que ni siquiera se sabía que podían ser sensitivos.

Durante los preliminares, acariciar y recibir la carga sensual de la caricia del amante es una buena forma, tanto de autoconocimiento como de darse a conocer y aprender los puntos álgidos que más tarde se podrán mimar especialmente a me dida que se avance en los juegos de la excitación.

Estos primeros pasos de estimularse a través de caricias caldean el ambiente y preparan para lo que vendrá después: son, en suma, una deliciosa promesa sexual.

UN MUNDO DE POSIBILIDADES

No existe un «catálogo» de caricias que sea necesario aprender. Cada persona tiene un tacto diferente al ofrecerlas, y quienes las reciben las sienten de manera distinta y personal.

Pueden ser suaves y tiernas, como alas de mariposa, caricias que se demoran en un punto, indagando si las sensaciones son más intensas al frotar, rozar, presionar o golpetear. Las hay también recias hasta el punto de la violencia; urgentes, que viajan junto al anhelo que despierta la piel del cuerpo que se desea; en forma de pellizquitos leves o firmes, que averiguan lo estimulantes que resultan para la piel de la pareja. Pero el mundo de las caricias es también tan misterioso y amplio como quienes las dan o las reciben. No siempre se ofrece el mismo estímulo en cada contacto erótico, la sensualidad y la propia excitación van dictando si se quiere tocar con las yemas de los dedos, las palmas, los nudillos...

Y lo mismo ocurre, dependiendo del estado anímico personal, qué toque gusta cierto día más que otro, o deja indiferente y hasta puede molestar en ciertas ocasiones.

A las caricias con cualquier parte del cuerpo y en cualquiera de ellas puede sumarse el alternar las temperaturas, lo que resulta tan estimulante como novedoso: un cubito de hielo que roza la boca o ciertos puntos esencialmente erógenos genera un placer que estremece; y una tela previamente sometida a una fuente de calor excita enormemente. Alternar ambos estímulos, para que se perciba el contraste entre frío y calor, provoca sensaciones inéditas.

De manera que acariciar es una puerta abierta al placer de todo tipo y que no deja sin investigar un solo rincón del cuerpo; tan estimulante puede ser acariciarse el uno al otro, que hay parejas que llegan solamente acariciándose al orgasmo.

Pero, sobre todo, que ella o él inventen caricias para complacer y responder al propio deseo y al del amante permite huir de la rutina, descubrir nuevas maneras de excitarse durante el contacto sexual y ampliar la gama de sensaciones táctiles en todo el cuerpo.

 
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