a identidad sexual femenina es singular, muy compleja y maravillosamente rica en sus posibilidades de disfrute.

Sin embargo, muchas mujeres desconocen su aparato genital o solo lo conocen parcialmente, y son dos las principales razones que motivan ese desconocimiento.

LA RAZÓN FISIOLÓGICA

Los genitales de ellas se dividen en externos e internos, pero la mayor parte de los mismos son del segundo tipo, como es el caso de los ovarios, alojados en el interior del cuerpo y que, por tanto, quedan ocultos a la vista.

En realidad, tampoco los externos son realmente visibles, porque incluso la vulva está encerrada entre los muslos. Y ese es el motivo de que muchas mujeres desconozcan su aparato genital o solo lo conozcan superficialmente.

Pero, en cambio, es posible verse los senos que, aunque no son órganos genitales, pertenecen a la esfera sensual por su sensibilidad erótica.

UN MODELO ANTICUADO

En este caso, no es cuestión de fisiología; es decir, la segunda razón del desconocimiento mencionado no depende de que los genitales estén velados por pliegues y repliegues de la piel y, además, la mayor parte del tiempo cubiertos por la ropa, sino que se trata de condicionamientos de tipo psicológico y social. Es casi imposible hallar a una mujer que desde su primera infancia no haya vivido la represión impuesta por su familia y su entorno en forma de mensaje claro acerca de lo negativo que resulta mirar o palpar sus genitales.

Es casi imposible hallar a una mujer que desde su primera infancia no haya vivido la represión impuesta por su familia y su entorno en forma de mensaje claro acerca de lo negativo que resulta mirar o palpar sus genitales.

De hecho, para muchas mujeres todavía son partes del cuerpo «innombrables» o cuyos nombres se disfrazan con motes, más incorporados a la broma que a una sana educación.

CONÓCETE A Ti MISMA

Una sexualidad saludable y plena comienza conociendo los propios genitales. La perfecta máquina del cuerpo no contiene zonas mejores o peores, buenas o malas, limpias o insanas. Todas ellas son igualmente necesarias e importantes, y las que provocan disfrute, más aún.

Con la misma naturalidad y sencillez con la que se mira el propio rostro en un espejo, es posible mirarse desde el pubis hasta el perineo y ver e incluso tocar distintos puntos del aparato genital, lo que, además de un descubrimiento, supone un placer que suele producir una agradable excitación sexual.

El recorrido se inicia con la observación del monte de Venus, cubierto por el vello púbico, que resguarda esta delicada zona de la anatomía femenina.

Es un pequeño triángulo, distinto en cada mujer: algunas tienen el pubis más elevado o redondeado y en otras es más plano; unas tienen el vello que lo recubre ensortijado o lacio y más o menos abundante. Aunque en la mayoría de los casos el color del vello púbico es el mismo que el del cabello, curiosamente, en algunas mujeres es de otro tono; sin embargo, esa variación es completamente normal.

Este vello prolonga su crecimiento hasta cubrir también los labios exteriores o mayores, que asimismo se diferencian de una mujer a otra. Además de mirarlos reflejados en el espejo, al palparlos se sentirá su grosor, la temperatura, el tono muscular de la piel interna y el grado de sensibilidad que tienen al tacto; son muy receptivos debido a la gran cantidad de vasos sanguíneos que riegan su carnoso tejido.

No obstante, en todos los casos, los labios mayores tienen una textura exterior similar a la del resto de la piel del cuerpo, y, con mínimas diferencias, su longitud varía en cada mujer.

LO QUE REVELA EL ESPEJO

Si una mujer se sienta justo al borde de una superficie, con las piernas adecuadamente abiertas, y enfoca su vulva con un espejo de mano, que puede disponer si se prefiere de una lente de aumento, podrá observar la parte interior de los labios mayores, junto con los labios menores, el clítoris y el orificio vaginal. Allí la piel es de tejido fino y sensible, percibiéndose al tocarlos una humedad característica.

Los labios menores, a los que también se conoce como ninfas, son de forma alargada; pueden ser muy pequeños o tan grandes que, en algunos casos, se asoman por entre los exteriores.

El tejido de las ninfas es delicado, suave, y su color va de un rosa pálido a más oscuro, en relación al color de la piel del cuerpo. Extremadamente sensibles a la estimulación erótica, son la antesala de un goce supremo. Por un lado, porque son el envoltorio del meato uretra) y del orificio de la vagina, en la zona del vestíbulo; es decir, en el camino que conduce hacia el orificio vaginal y la uretra, profusamente poblada de terminaciones nerviosas, lo que provoca un intenso placer al ser excitada.

En el interior de estos labios y a cada lado de la abertura vaginal están las glándulas de Bartholin, que segregan un par de gotas lubricantes justo antes del orgasmo, aunque esto no es esencial para la cópula y la ciencia no ha hallado la razón por la que se genera este proceso.

Por otro lado, en la confluencia de los labios menores está el clítoris y en el espacio que hay entre este y la vagina se encuentra el orificio uretra¡, que a través de un conducto corto, la uretra, se conecta a la vejiga. Pese a su cercanía con los genitales, estos tres órganos pertenecen al aparato urinario.

El tejido de la vulva se nota constantemente húmedo porque la zona genital femenina está densamente poblada de glándulas que segregan flujos lubricantes.

EL CENTRO DEL PLACER

Los labios menores de la vulva casi consiguen ocultar el botón clitórico, sin duda el centro indiscutido del placer sexual femenino. A tal punto que los célebres investigadores Masters y Johnson, de reconocida seriedad científica, afirman que no hay otro órgano, salvo el clítoris, cuya única función sea recibir y transmitir estímulos sexuales.

El clítoris es un ligamento corto que conecta el hueso de la pelvis con un órgano que, a menudo, se compara con un pene pequeño. Sin embargo, aunque su origen en el embrión es el mismo, es erróneo compararlo con el falo, ya que no forma parte del aparato reproductor ni urinario.

La zona del clítoris que se ve es el glande, también llamado en ocasiones tallo del clítoris; su tamaño es aproximadamente el de un guisante, tiene una textura flexible y, por lo vulnerable de su tejido, que abunda en terminaciones nerviosas, está protegido por una membrana o capu chón exterior, similar al prepucio masculino. Ese tejido es de tipo esponjoso y con capacidad eréctil; de manera que aumenta su tamaño durante la excitación al llenarse los vasos sanguíneos que lo recorren.

No hay un tamaño ni una forma únicos de clítoris, sino que en cada caso es diferente; pero lo invariable es que la punta o glande emerge al ser estimulada y es la zona de máxima sensibilidad erógena.

Durante mucho tiempo se mantuvo la idea de que la longitud total del clítoris era de unos tres centímetros; sin embargo, en realidad puede llegar a medir hasta diez, sumando la parte visible y la que permanece escondida, que, además, no es posible palpar.

No hay un tamaño ni una forma únicos de clítoris, sino que en cada caso es diferente; pero lo invariable es que la punta o glande emerge al ser estimulada y es la zona de máxima sensibilidad erógena.

DESLUMBRANTE DESCUBRIMIENTO

Al margen de su estructura fisiológica, lo central es que el clítoris es una fuente inagotable de posibilidades de goce para la mujer. Sin su estímulo es prácticamente imposible alcanzar el clímax y es también el responsable de su capacidad multiorgásmica, una característica sexual de la que solo ella disfruta y que le permite encadenar varios orgasmos sin necesidad de descansar y recuperarse entre ellos.

Su vulnerabilidad es extraordinaria aunque también variable y es preciso que cada mujer conozca su grado, ya que una excitación muy prolongada, repetitiva o ruda puede hacer que, en un instante, el placer se convierta en molestia o dolor e incluso que la zona pierda sensibilidad.

El estímulo del clítoris siempre debe estar precedido por una adecuada lubricación, ya sea la que naturalmente aporta el flujo vaginal durante la excitación o humedeciendo ese punto con saliva o con un lubricante. Uno de los juegos sensuales más satisfactorios para ella es la caricia oral y también el roce clitórico que se produce durante la penetración.

Pero cada mujer sabe mejor que nadie el tipo de roce, caricia o estímulo que prefiere, porque le resulta más placentero.

UNA APROXIMACIÓN SENSUAL

En primer lugar, para muchas mujeres no siempre es grato que la estimulación del clítoris se realice directamente, sin una previa excitación suave y paulatina de la vulva. Algunas prefieren un acercamiento lento, la exploración delicada del pubis, los juegos con el vello, los mimos en los labios mayores y menores, ya sea con la yema de los dedos o la lengua, porque eso eleva el nivel del ansiado contacto. Si la zona no está húmeda, lamerla o mojar un dedo en saliva para lubricarla naturalmente también es muy estimulante.

En el punto álgido del clítoris, el contacto debe ser lento al inicio y luego deslizar la caricia hacia arriba y hacia abajo, alternando la presión y el ritmo, siempre cuidando de no dañar con las uñas el delicado tejido.

A algunas mujeres les excitan más los roces lentos y espaciados; a otras, la rapidez y la caricia constante. De igual forma, hay quienes se encienden con la presión intensa o con la suavidad extrema. El rit mo que se imprime a la lengua o a los dedos que rozan y palpan también provoca un amplio abanico de sensaciones. Y tampoco es ajeno al disfrute frotar rítmicamente a ambos lados del botón, o en su parte superior. Un indicio claro lo ofrece la percepción de goce creciente, el ansia de que continúe y se prolongue la caricia, la temperatura que se eleva en todos los rincones de la piel y, por supuesto, la lubricación que va fluyendo, así como el crecimiento y la erección del clítoris, que alcanza cada vez una mayor tensión sensitiva.

Bajo la base de este órgano, y rodeado por los labios menores, se sitúa el llamado introito vaginal, que no es otra cosa que la puerta de entrada al conducto vaginal, que pertenece ya al aparato genital interno.

LA REGIÓN MÁS ÍNTIMA

Entre el orificio vaginal y el anillo del ano se extiende la zona llamada perineo. De extremada sensibilidad por estar reco rrida por innumerables vasos sanguíneos y terminales nerviosas, muchas mujeres consideran esta parte de sus genitales privilegiadamente erógena. Para saberlo, hay que palpar, rozar, pellizcar y acariciar de diversas maneras el perineo hasta desvelar sus posibilidades de goce.

Al llegar a las proximidades del ano, después de palpar el orificio exterior y conocer qué sensaciones provoca al tacto, su sensibilidad y textura, estaremos ante la puerta de una zona recóndita e íntima, que algunas mujeres tienen reparo en traspasar e incorporar a sus vivencias eróticas.

El esfínter anal es un músculo muy potente en forma de anillo -como todos los esfínteres- que reacciona cerrándose con fuerza primaria ante la posibilidad de ser traspasado. Pero inversamente, tiene una gran capacidad de dilatación y ensanchamiento. Si se explora con un dedo el interior del ano, para lo que es necesario utilizar las máximas precauciones y una buena dosis de lubricante, se apreciará su suavísimo tejido.

La delicada y reactiva zona del exterior no solo aporta placer al ser estimulada directamente con besos o caricias, al igual que ocurre con el interior del conducto anal, sino que también reacciona emitiendo sensaciones eróticas en forma de onda a las percepciones de placer que se registran en el clítoris y en la vagina. Esas percepciones se expresan en forma de latidos, dilatación o aflojamiento de sus músculos cuando es «invadido» por el placer.

NO SOLO LOS GENITALES

Además de los genitales, hay otras áreas sensibles en el exterior del cuerpo femenino que, sin ser parte de los mismos, están a la vista y proporcionan un enorme goce erógeno durante los juegos sensuales; este es el caso de los senos, entre otros puntos potencialmente provocadores de placer sensual.

Dentro de cada uno de los pechos femeninos se alojan entre quince y veinte glándulas mamarias que adoptan una for ma arracimada. Como otras partes del aparato genital, en este caso los pechos las contienen por su función reproductora, no porque intervengan en la sexualidad.

Desde cada glándula se extiende un conducto en dirección al pezón y entre ellas hay un tejido acolchado de suave textura y gran contenido graso. Es este el que determina el tamaño de los pechos; las glándulas son prácticamente iguales y bastante pequeñas en todas las mujeres.

Por su parte exterior, en el centro de la copa del seno se encuentra el pezón, rodeado por una zona de piel más oscura llamada areola, que se va oscureciendo aún más durante los embarazos, a raíz de los partos y, en general, a medida que la mujer se hace mayor.

Las formas y tamaños de los pechos femeninos son muy diferentes entre sí; casi se podría decir que son innumerables los «modelos», y ninguno de ellos tiene por qué parecer más bonito que otro. Hay copas grandes y redondeadas, otras de formato cónico, unas se orientan hacia arriba o hacia abajo y otras en dirección lateral opuesta, cada una.

De igual manera, en algunas mujeres hay una mínima variación de tamaño entre ambos pechos y, en otras, la diferencia es realmente notable. Hay quienes deciden recurrir a la cirugía para minimizar esa diferencia, aunque también para aumentar o mermar su tamaño o para cambiar su forma.

CENSORES SENSIBLES

Los pechos femeninos, como algunas otras partes del cuerpo, entre ellas el vientre, son verdaderos censores hormonales para la mujer. En períodos de ovulación, menstruación, embarazo y otros en los que las hormonas juegan un importante papel, los senos lo reflejan. En ocasiones se inflaman y adquieren una sensibilidad máxima que hasta un leve roce puede molestar o incluso provocar dolor en la zona.

Lo que es innegable y generalizado es el placer sexual que ofrecen y que son capaces de percibir con la estimulación eró tica. En particular, los pezones, que son de tejido eréctil y crecen tensándose con el deseo y la excitación; esto ocurre también porque están densamente poblados de terminaciones de extrema sensibilidad.

Durante el coito, incluso, muchas mujeres notan cómo sus pechos crecen, elevan su temperatura y los vasos sanguíneos que los irrigan dibujan manchas rojas en la piel.

UN ALTO EN EL CAMINO

A partir de este momento, el itinerario del autoconocimiento del aparato genital de ella será táctil, ya que no es posible usar la vista para examinar los órganos sexuales internos.

Pero el viaje que sigue es igualmente apasionante y el tacto informa muy expresivamente sobre las sensaciones que se generan en sitios recónditos, como, por ejemplo, el interior del canal vaginal.

La vagina es un conducto orientado hacia arriba y hacia atrás que en su fondo se une al cuello uterino o cérvix. Su longi tud es sumamente variable, estando todos los tamaños, tanto más o menos largos como más o menos anchos, dentro de lo natural.

En algunas mujeres que aún no han tenido relaciones sexuales se puede hallar un repliegue o membrana que cierra parcialmente la entrada de la vagina y que se conoce como himen. Durante mucho tiempo se consideró que su presencia era la prueba indiscutible de la virginidad femenina y, por el contrario, que si este estaba rasgado significaba que la mujer ya había mantenido relaciones sexuales. Esta idea incluía que la primera vez que una mujer era penetrada se rompía dicha membrana y, en consecuencia, aparecían rastros de sangre más o menos abundantes.

Como tantas otras creencias obsoletas en materia sexual, hoy está científicamente comprobado que no es así. En primer lugar, porque en muchos casos el himen desaparece a edades tempranas por la práctica de ejercicios bruscos u otras razones; y, en segundo lugar, porque a ve ces su tejido es tan elástico que durante la primera penetración no se rasga, ni mucho menos se produce sangrado.

Para conocer el conducto vaginal es posible introducir uno o varios dedos, aunque con extremo cuidado y preferentemente con el dedo impregnado en un producto lubricante adecuado para esa zona.

En posición normal, las paredes vaginales se rozan entre sí; al internarse entre ellas, abriendo suavemente los labios menores, se aprecia su temperatura, lo dúctil de su tejido, capaz de albergar un tampón o penes de diverso diámetro y, sobre todo, para permitir el paso de un bebé dilatándose lo necesario para ello durante el parto.

Al tacto, la zona es una membrana mucosa semejante a la del interior de la boca, de tejido arrugado y sedoso. Aunque rica en vasos capilares, es en cambio pobre en terminaciones nerviosas; sus paredes segregan sustancias que mantienen un grado de acidez o pH de entre 4 y 5. La vagina se va limpiando por sí misma y defendiéndose con los propios agentes que excreta sin necesidad de utilizar productos especiales que, lejos de mejorar su higiene, pueden alterar su normal equilibrio y su salud.

Su grado de sensibilidad tiene un espectro amplísimo y ninguna mujer se parece a otra en las sensaciones vaginales que nota.

CUESTIONES MUY PERSONALES

La autoexploración vaginal es una buena oportunidad para comprobar directamente una teoría que hace unas décadas cobró mucho auge, a la vez que generó una importante polémica: la existencia del punto G.

Algunos investigadores afirmaron que, en la parte superior de la pared interior de la vagina, hay una zona de algo más de tres centímetros de ancho, de tejido más rugoso que el resto de la piel del canal vaginal, y cuya respuesta a los estímulos sensuales provoca un placer extremo, al que sucede un intensísimo orgasmo, produ ciéndose una emisión de flujo abundante similar a la eyaculación de esperma masculino. No obstante, hay infinidad de mujeres que nunca han sentido nada especial en dicho punto. Lo que sí es más frecuente es que, cuando están excitadas, perciban en el conducto vaginal reacciones sensuales propias y de carácter singular. Otras, en cambio, expresan que lo que sienten es un reflejo de los estímulos que excitan otras zonas erógenas, como el clítoris, los senos o la zona perineal. En realidad lo que sucede es que al relajarse y entregarse al disfrute, o durante el orgasmo, se emite un abundante flujo vaginal que humedece los muslos e incluso en ocasiones hasta se mojan las sábanas.

Para buscar el punto G basta con situar bajo las nalgas un cojín, para que la pelvis quede elevada, y luego tantear con el dedo suavemente; puede que se halle el punto de tejido rugoso mencionado; en tal caso, solo resta comprobar si al rozarlo se provoca o no alguna reacción.

SENTIR PARA SABER

La apertura exterior de la vagina, la más próxima a la entrada, suele ser la que más reacciona a la estimulación al estar rodeada por las raíces y los bulbos clitorianos, además de sus muchas terminales sensibles. Los espasmos del placer hacen que involuntariamente se contraiga provocando impulsos de intensa sensualidad.

A algunas mujeres les provoca un profundo placer el roce o el golpeteo sobre el cuello del útero o cérvix, que suele recibir estos estímulos durante la penetración, si esta es profunda. Otras, en cambio, indican que no les parece estimulante porque les molesta este contacto y, en ocasiones, hasta les resulta doloroso.

En este momento del itinerario, una mujer ya ha reconocido con claridad qué sensaciones se despiertan al palpar varios de sus órganos genitales. Sin embargo, el camino de conocimiento aún sigue y es igual de placentero y sorprendente que el recorrido hasta ahora.

Precisamente el cérvix se encuentra al final del conducto vaginal, pertenece al propio útero; concretamente, es la parte inferior del mismo.

Su forma es redondeada y si se alcanza a palpar se apreciará que la zona es de piel resbaladiza y que tiene una hendidura en el centro. A través de la misma se excreta el flujo menstrual, como asimismo se produce la secreción de sustancias químicas que ayudan a mantener el equilibrio y la salud interior de la vagina.

Al llegar el momento del parto, el cuello uterino se dilata para que el bebé alojado en el útero lo atraviese y se dirija hacia el conducto vaginal para, al final del mismo, emerger al exterior en el momento de nacer.

EL NIDO INTERIOR

El cuello es la parte inferior del útero porque este órgano hueco, destinado a la función reproductora, tiene la forma de una pera invertida. Es allí donde el óvulo fertilizado se instala y se va desarrollando hasta el nacimiento del bebé.

La parte más alta de este órgano se denomina fundus y, de las tres capas que lo conforman, la más interna se llama endometrio y está recorrida por multitud de vasos sanguíneos y glándulas.

El tejido endometrial se deshace y se vierte, pasando a través del cuello uterino y el canal vaginal, mensualmente, durante el período menstrual.

Lo habitual es que esté inclinado hacia adelante pero hay un 10 por ciento de mujeres en las que la inclinación uterina es hacia atrás; esto en general no crea ningún problema, salvo en algunos casos en que al practicar el coito en determinadas posturas sienten molestias o dolor.

El útero está unido a la pelvis a través de ligamentos flexibles y en mujeres que aún no han tenido hijos tiene unos 76 milímetros de largo e igual tamaño de ancho. Su grosor en la parte más alta es de unos 25 milímetros. Después de dilatarse ampliamente para albergar al feto vuelve a encogerse, aunque su tamaño se ve aumentado en relación al original.

No obstante, su tamaño y estructura varían según la fase del ciclo menstrual en la que se encuentre la mujer y también en función de su edad.

En ocasiones, el tejido del endometrio crece hacia otras zonas del aparato reproductor e incluso hacia la cavidad abdominal, provocando intensos dolores menstruales. Se trata del trastorno denominado endometriosis que es necesario tratar, ya que puede generar infertilidad y otros problemas de menor o mayor gravedad, que suelen resolverse con un tratamiento quirúrgico.

LA AVENTURA DE LA VIDA

En la zona final superior del útero hay dos tubos, llamados trompas de Falopio, que lo conectan con los ovarios; al acercarse a estos se ensanchan, tomando la forma de ampollas. Los óvulos pasan por las trompas de Falopio cuando se dirigen al útero y, al hacerlo, son nutridos por ellas, que, además, los van empujando lentamente en su recorrido a través de unos pelillos o cilios. Los óvulos deben ser fertilizados aproximadamente entre uno y dos días después de salir de los ovarios, lo que ocurre en la zona exterior de cada uno de los mismos, conocida como infundíbulo.

A algunas mujeres que no quieren procrear se les practica un método de esterilización que consiste en la ligadura de las trompas de Falopio para que los óvulos no puedan atravesarlas y ser fecundados.

Los ovarios son dos órganos en forma de almendra situados a ambos lados del útero. Miden unos 40 milímetros de longitud y producen los óvulos; es decir, las células que son semillas de vida, al ser fecundadas, y varios tipos de hormonas sexuales femeninas, como la progesterona o los estrógenos.

Las mujeres al nacer ya tienen en su organismo del orden de dos millones de óvulos, que son todos los que tendrán en su vida, aunque no están maduros. Al llegar a la pubertad, unos cuatrocientos mil siguen vivos y cada uno, envuelto en una cápsula o folículo, se aloja en el interior de uno u otro de los ovarios.

Pero durante la etapa fértil de la mujer, entre la primera menstruación y la menopausia, solo madurarán aproximadamente cuatrocientos, que pueden ser fertilizados, a razón de uno cada mes.

 
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