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Draco, Tritón, Infierno-3, 3172

Katin, largo y brillante, avanzaba bamboleándose hacia Infierno-3, la mirada en el suelo, el pensamiento en las lunas altas.

—¡Eh, muchacho!

—¿Mmm?

El hirsuto despojo se apoyó en la empalizada, aferrando la barandilla con manos escamosas.

—¿De dónde eres?

Los ojos del náufrago estaban velados por una nebulosa.

—Luna —dijo Katin.

—¿De una casita blanca, en una calle arbolada, con una bicicleta en el garaje? Yo tenía una bicicleta.

—Mi casa era verde —dijo Katin—. Y bajo una cúpula de aire. Sin embargo, tenía una bicicleta.

El náufrago se tambaleó junto a la barandilla.

—Tú no sabes, muchacho. Tú no sabes.

Uno tiene que escuchar a los locos, pensó Katin. Son cada vez más escasos. Y acuérdate de tomar notas.

—¡Hace tanto tiempo… tanto tiempo!

El viejo se alejó haciendo eses.

Katin meneó la cabeza y echó a andar otra vez.

Era desgarbado y absurdamente alto; casi dos metros diez. Había crecido de pronto hasta esa altura a los dieciséis años. Nunca del todo convencido de que era tan alto, diez años más tarde aún encorvaba los hombros. Llevaba las manos enormes metidas bajo el cinturón de los pantalones. Caminaba a las zancadas, aleteando con los codos.

Y el pensamiento de Katin volvió a las lunas.

Katin, nacido en la luna, amaba las lunas. Siempre había vivido en lunas, excepto la época en que había convencido a sus padres, taquígrafos de los tribunales de Draco en Luna, de que le permitiesen estudiar en una universidad de la Tierra, en ese centro del saber del misterioso e inescrutable Occidente, Harvard, todavía puerto de recalada para los ricos, los excéntricos y los brillantes —él pertenecía a las dos últimas categorías.

Los cambios que diversifican la superficie de un planeta, desde las cumbres del Himalaya hasta las dunas suaves y ardientes del Sahara, sólo los conocía de oídas. Los helados bosques de líquenes de los casquetes polares marcianos o los rugientes ríos de polvo en el ecuador rojo del planeta; y la secuencia de las noches y los días mercurianos… sólo los había visto en los viajes en psicorama.

No era eso lo que Katin conocía, lo que Katin amaba.

¿Las lunas?

Las lunas son pequeñas. La belleza de una luna está en las variaciones de las semejanzas. De Harvard, Katin había vuelto a Luna, y de allí había ido a la Estación Fobos, donde se había enchufado a una batería de unidades grabadoras, computadoras de baja capacidad y exposógrafos: un archivista glorificado. En los ratos libres, con traje oruga y gafas polarizadas, exploraba Fobos, mientras Demos, una mole de roca brillante de quince kilómetros de ancho, giraba junto a un horizonte que parecía demasiado próximo. Por fin logró reunir un grupo para aterrizar en Demos y exploró la luna diminuta. Luego se trasladó a las lunas de Júpiter. Io, Europa, Ganimedes, Callisto giraron bajo los ojos castaños de Katin. Las lunas de Saturno, bajo la difusa iluminación de los anillos, rotaron ante su mirada solitaria cuando se paseaba lejos de los campamentos. Exploró los cráteres grises, las montañas grises, los valles y cañones durante días y noches de enceguecedora intensidad. ¿Las lunas son todas iguales?

Si a Katin lo hubiesen puesto en cualquiera de ellas, y de pronto le hubiesen quitado la venda de los ojos, hubiese identificado en seguida la estructura petrológica, la formación cristalina y la topografía general. El alto Katin estaba acostumbrado a hacer distinciones sutiles tanto en materia de paisajes como de caracteres. Las pasiones que se manifiestan en la diversidad de un mundo completo, o de un hombre entero, las conocía… pero no le gustaban.

Resolvía este desagrado de dos maneras.

Para las manifestaciones interiores, estaba escribiendo una novela.

Un grabador enjoyado que los padres le habían regalado cuando ganara la beca, le colgaba de la cintura. Hasta ese momento contenía unas cien mil palabras de notas. No había empezado aún el primer capítulo.

Para las manifestaciones externas, había elegido esta vida solitaria por debajo de su capacidad intelectual, y ni siquiera muy adecuada a su temperamento. Estaba alejándose más y más de ese foco de actividad humana que aún era para él el mundo llamado Tierra. Había terminado el curso de acople-ciborg hacía sólo un mes. Y había llegado a esta última luna de Neptuno —la última luna del Sistema Solar— aquella misma mañana.

El pelo castaño de Katin era sedoso, y lo llevaba desgreñado y bastante largo como para que se lo tironeasen en una pelea (si había alguien de esa estatura). Las manos, bajo el cinturón, masajeaban el vientre plano. Al llegar a la pasarela se detuvo. Alguien estaba sentado en la barandilla tocando una siringa sensoria.

Varias personas se habían detenido a mirar.

Los colores rociaban el aire con diseños fugaces cada vez que una forma envolvía la brisa y caía, para crear nuevas formas, un esmeralda más brillante, un amatista más apagado. Los aromas inundaban el viento de vinagre, nieve, océano, jengibre, amapolas, ron. Otoño, océano, jengibre, océano, otoño; océano, océano, otra vez el oleaje del océano, mientras la luz se movía en espumas sobre el azul evanescente que iluminaba desde abajo la cara del Ratón. Los arpegios eléctricos de una neorraga centelleaban en el océano.

Encaramado en la barandilla, el Ratón miraba entre imagen e imagen, implosión tras implosión, y sus propios dedos morenos que volaban sobre los trastes; y la luz del instrumento le fluyó por el dorso de las manos. Y los dedos se aquietaron. Las imágenes salieron de debajo de las palmas, saltando.

Se había congregado una veintena de personas. Parpadeaban, volvían las cabezas. La luz de las imágenes ilusorias estremecía los techos de las cuencas de los ojos, se deslizaba por las líneas que les enmarcaban las bocas, llenaba las arrugas que les surcaban las frentes. Una mujer se frotó la oreja y tosió. Un hombre golpeó con los puños el fondo de sus bolsillos.

Katin miraba por encima de muchas cabezas.

Alguien avanzaba, vacilante. Sin dejar de tocar, el Ratón levantó la mirada.

El ciego Dan dio un paso torcido, se detuvo, se tambaleó a la lumbre de la siringa.

—Eh, vamos, sal de ahí…

—Vamos, viejo, córrete…

—No nos dejas ver lo que está haciendo el chico…

En medio de la ilusión creada por el Ratón, Dan se balanceaba, bamboleando la cabeza.

El Ratón se echó a reír; luego cerró la mano morena sobre el mango de proyección, y la luz y los sonidos y los olores se unieron en la llamativa figura de un demonio que se detuvo frente a Dan, balando, haciendo morisquetas, batiendo unas alas escamosas que cambiaban de color a cada movimiento. Aullaba como una trompeta, torcía la cara imitando a Dan, pero tenía un tercer ojo giratorio.

La gente empezó a reírse.

El espectro dio un salto y se sentó en cuclillas sobre los dedos del Ratón. El gitano sonrió malevolente.

Dan se adelantó, trastabillando, agitando un brazo en el aire.

Con un chillido, el demonio se volvió de espaldas, se agachó. Hubo un sonido, como de válvula de escape, y los espectadores se taparon las narices y ulularon.

Katin, que estaba apoyado en la barandilla cerca del Ratón, sintió que el bochorno le quemaba el cuello.

El demonio hizo una cabriola.

Entonces Katin estiró el brazo y puso la palma de la mano sobre el campo de inductancia visual y la imagen se borroneó.

El Ratón levantó bruscamente la cabeza.

—Eh…

—No tienes derecho —dijo Katin, empujando con la manaza el hombro del Ratón.

—Es ciego —dijo el Ratón—. No oye, no huele… no sabe lo que pasa…

Las cejas negras bajaron. Pero él ya no tocaba.

Dan estaba solo en el centro del gentío, ajeno a todo. De pronto lanzó un grito. Y volvió a gritar. El sonido le retumbó en los pulmones. La gente retrocedió. El Ratón y Katin miraron al mismo tiempo a donde señalaba el brazo de Dan.

En su jubón azul marino con el disco de oro, la cicatriz flameando bajo la llamarada del pelo, el Capitán Lorq Von Ray se separó del grupo de curiosos.

Dan, a pesar de su ceguera, lo había reconocido. Dio media vuelta, salió del círculo con paso inseguro. Haciendo a un lado a un hombre, golpeando a una mujer en el hombro con el canto de la mano, se perdió entre la multitud.

Al marcharse Dan, al callar la siringa, la atención recayó en el capitán. Von Ray se golpeó el muslo con la palma de la mano, haciéndola sonar como una tabla sobre el pantalón negro.

—¡Detente! ¡Basta de gritos!

La voz era potente.

—Estoy aquí para seleccionar una tripulación de acoples-ciborgs para una prolongada travesía, probablemente a lo largo del brazo interno. —Tan ardientes, los ojos amarillos. Los rasgos alrededor de la cicatriz acordonada, bajo el áspero cabello color herrumbre, intentaron una sonrisa. Pero no era fácil dar un nombre a la expresión de la boca y el entrecejo contraídos—. Muy bien, ¿quién de ustedes quiere engancharse para un viaje a mitad de camino de la orilla de la noche? ¿Son marineros de tierra o escaladores de estrellas? ¡Tú! —Señaló al Ratón, todavía sentado en la barandilla—. ¿Quieres venir?

El Ratón bajó del travesaño.

—¿Yo?

—¡Tú y tu organillo infernal! Si te parece que eres capaz de mirar por donde caminas. Me gustaría que alguien hiciera malabarismos en el aire delante de mis ojos y me hiciera cosquillas en los lóbulos de las orejas. Engánchate.

Una extraña sonrisa abrió los labios del Ratón y le desnudó los dientes.

—Seguro —y la sonrisa desapareció—. Iré. —Las palabras brotaron del joven gitano como el susurro aguardentoso de un viejo—. Seguro que iré, Capitán.

El Ratón asintió y el arete de oro relampagueó por encima de la grieta volcánica. Un viento cálido sopló sobre la barandilla sacudiéndole contra la cara las guedejas de pelo renegrido.

—¿Tienes un camarada que quieras llevar contigo? Necesito toda una tripulación.

El Ratón, que no gustaba de nadie en particular en este puerto, alzó los ojos hacia el joven increíblemente alto que había interrumpido el acoso a Dan.

—¿Qué le parece el bajito? —Señaló con el pulgar al sorprendido Katin—. No lo conozco, pero como camarada hay bastante.

—De acuerdo. Así que tengo… —el Capitán Von Ray entornó un momento los ojos, aquilatando los hombros encorvados de Katin, el pecho sumido, los pómulos altos y los débiles ojos azules que flotaban detrás de los lentes de contacto—… dos.

A Katin le ardieron las orejas.

—¿Quién más? ¿Qué pasa? ¿Les da miedo alejarse de este pequeño pozo de gravedad embutido en esa media pinta de sol? —Señaló con la barbilla las siluetas de las montañas—. ¿Quién nos acompaña a donde la noche significa para siempre y la mañana es un recuerdo?

Un hombre dio un paso al frente: la tez del color de una uva emperador, la cabeza alargada y las facciones rotundas.-Yo estoy por el viaje.

Mientras hablaba, le rolaban los músculos de los maxilares y el cráneo velludo.

—¿Tienes un camarada?

Un segundo hombre se adelantó. La carne era translúcida como el jabón. El pelo como lana blanca. No se advertía al principio la semejanza sorprendente de las facciones. Las mismas curvas marcadas en las comisuras de los labios gruesos, la misma depresión debajo de las fosas nasales acampanadas, la misma ancha separación de los pómulos: mellizos. Cuando el segundo hombre volvió la cabeza, el Ratón vio los rosados ojos parpadeantes, velados de plata.

El albino dejó caer la mano ancha —un saco de nudillos y uñas estropeadas, atado al antebrazo por venas gruesas, lívidas— sobre el hombro del hermano.

—Nosotros navegamos juntos.

Las voces, con el lento canturreo colonial, eran idénticas.

—¿Alguien más?

El Capitán Von Ray recorrió el círculo con la mirada.

—¿A mí, Capitán, quiere llevar?

Un hombre se abrió paso.

Algo aleteaba sobre su hombro.

El pelo amarillo del hombre se agitó con un viento que no soplaba desde el abismo. Unas alas húmedas se replegaron susurrando, volvieron a abrirse, y eran ónix y mica. El hombre levantó la mano hasta donde las garras se le prendían al hombro nudoso formando una charretera, y con un pulgar espatulado le acarició las patas.

—¿Tienes algún otro compañero aparte de tu mascota?

Una mano pequeña en la del hombre, la mujer lo siguió a la distancia de los dos brazos extendidos.

¿Rama de sauce? ¿Ala de pájaro? ¿Viento en ráfagas primaverales? El Ratón repasó su archivo sensorio buscando algo comparable a la dulzura de aquella cara. Y fracasó.

Los ojos tenían el color del acero. Los pechos pequeños subían y bajaban regularmente bajo los lazos del jubón. De pronto, cuando ella miró en torno, el acero centelleó. (Es una mujer fuerte, pensó Katin, capaz de percibir esas sutilezas).

El Capitán Von Ray cruzó los brazos.

—¿Vosotros dos, y el pajarraco que tienes en el hombro?

—Seis, Capitán, tenemos —dijo ella.

—Siempre que sepan convivir en una nave, está bien. Pero al primer diablo volador con que tropiece lo echaré por la borda.

—Justo, Capitán —dijo el hombre. Los ojos rasgados en el rostro curtido se arrugaron en una sonrisa. Apretó con la mano libre el bíceps del otro brazo y deslizó los dedos por el vello rubio del antebrazo, el dorso de cada nudillo, hasta aprisionar con las dos manos la mano de la mujer. Eran la pareja que había estado jugando a las cartas en el bar, comprobó el Ratón—. ¿Cuándo a bordo usted nos quiere?

—Una hora antes del amanecer. Mi nave sube al encuentro del sol. Es el Roc, en el Embarcadero Diecisiete. ¿Cómo te llaman tus amigos?

—Sebastián.

El animal aleteó sobre el hombro dorado.

—Tyy. —La sombra del pájaro cruzó la cara de la mujer.

El Capitán Von Ray se inclinó y los escudriñó con ojos de tigre por debajo de la herrumbre de las cejas.

—¿Y tus enemigos?

El hombre rió.

—Maldito Sebastián y esos negros secuaces alados.

Von Ray miró a la mujer.

—¿Y a ti?

—Tyy. —Eso con suavidad—. Todavía.

—Vosotros dos. —Von Ray se volvió a los mellizos—. ¿Nombres?

—Él es Idas… —dijo el albino, y otra vez puso la mano sobre el brazo del otro.

—… y él es Lynceos.

—¿Qué me dirían vuestros enemigos si yo les preguntase quiénes sois?

El mellizo de tez oscura se encogió de hombros.

—Sólo Lynceos…

—… e Idas.

—¿Tú? —Von Ray señaló al Ratón.

—Puedes llamarme el Ratón, si eres mi amigo. Si eres mi enemigo, nunca conocerás mi nombre.

Los párpados de Von Ray cayeron hasta la mitad de las pupilas amarillas cuando miró al alto.

—Katin Crawford. —Al propio Katin le sorprendió la espontaneidad de su respuesta—. Cuando mis enemigos me digan cómo me llaman, se lo haré saber, Capitán Von Ray.

—Tenemos por delante un largo viaje —dijo Von Ray—. Y encontrarán enemigos ignorados. Estamos enfrentándonos a Prince y Ruby Red. Nos remontamos con una nave carguera vacía y regresamos, si los timones de la máquina funcionan como se espera, con las bodegas repletas. Quiero que sepáis que este viaje ya se intentó dos veces. Una, apenas pudimos zarpar. Otra, llegué a tener la meta a la vista. Pero eso fue demasiado para algunos hombres de mi tripulación. Esta vez, tengo el firme propósito de llegar a destino, llenar las bodegas, y regresar.

—¿Adónde yendo estamos? —preguntó Sebastián. El ave que llevaba posada en el hombro se apoyaba alternativamente en una y otra pata, aleteando para mantener el equilibrio. La envergadura era de casi dos metros y medio—. ¿Qué allá lejos, Capitán, hay?

Von Ray echó la cabeza hacia atrás como si pudiese ver su punto de destino. Luego la bajó lentamente.

—Allá lejos…

El Ratón sintió algo raro en la nuca, como si el pellejo fuese de trapo y alguien hubiese tironeado de una hebra suelta y destejiera la trama.

—… en algún lugar —dijo Von Ray— hay una nova.

¿Miedo?

El Ratón escudriñó un instante las estrellas y encontró los ojos devastados de Dan.

Y Katin desanduvo el camino entre los cráteres de muchas lunas, los ojos saltones bajo la mascarilla protectora, mientras en alguna parte, combándose hacia adentro, un sol se hundía.

—Estamos persiguiendo una nova.

Así que esto es el miedo verdadero, pensó el Ratón. Algo más que ese mero aleteo de la bestia en el pecho, acechando entre las costillas.

Es el comienzo de un millón de viajes, reflexionó Katin, con los pies clavados en el suelo.

—Tenemos que llegar al filo incandescente de ese sol en el momento de la implosión. Todo el continuo en el área de una nova es espacio que ha sido arrancado violentamente. Tenemos que llegar al borde del caos y traer con nosotros un puñado de fuego, con el menor número posible de escalas en la travesía. Allí a donde vamos no hay ninguna ley.

—¿A qué ley se refiere? —preguntó Katin—. ¿La del hombre, o las leyes naturales físicas, psíquicas y químicas?

Von Ray hizo una pausa.

—A todas ellas.

El Ratón cruzó sobre el hombro la correa de cuero y metió la siringa en el morral.

—Esto es una carrera —dijo Von Ray—. Lo vuelvo a repetir. Prince y Ruby Red son nuestros rivales. No conozco ley humana que valga para ellos. Y a medida que nos acerquemos a la nova, irán cesando las otras leyes.

Con un movimiento de cabeza el Ratón se sacudió de la frente la espesa mata de pelo.

—Va a ser un viaje un poco movido ¿eh, Capitán? —Los músculos de la cara morena saltaron, se estremecieron, acabaron por inmovilizarse en una sonrisa destinada a dominar el temblor. La mano dentro del morral, acarició las incrustaciones de la siringa—. Un viaje realmente movido. —La voz algodonosa paladeó el peligro—. Sospecho que ese viaje me dará motivos para cantar. —Y otra vez se pasó la lengua por los labios.

—A propósito de este… puñado de fuego que traeremos con nosotros —empezó a decir Lynceos.

—Una carga completa —corrigió Von Ray—. Eso quiere decir siete toneladas. Siete cartuchos de una tonelada cada uno.

Idas dijo: —No es posible transportar siete toneladas de fuego…

—… así que ¿cuál es la carga, Capitán? —terminó Lynceos.

La tripulación aguardó. Los curiosos que rodeaban a la tripulación aguardaron también.

Von Ray levantó el brazo y se frotó el hombro derecho.

—Ilirión —dijo—. Y lo obtendremos en la fuente. —La mano cayó—. Dadme vuestros números de clasificación. La próxima vez quiero veros a bordo del Roc, una hora antes del alba.

—Tómate un trago…

El Ratón se sacó la mano de encima y siguió bailando. La música repiqueteaba en los carillones metálicos mientras unas luces rojas se perseguían unas a otras alrededor del bar.

—Tómate un…

Las caderas del Ratón se sacudían contra la música. Tyy se sacudía contra él, moviendo el cabello oscuro sobre un hombro rutilante. Tenía los ojos cerrados, los labios le temblaban.

Alguien le decía a algún otro:

—Toma, no puedo beber esto. Termínalo por mí.

Tyy golpeó las manos, acercándosele. El Ratón parpadeó.

Tyy empezó a destellar.

El Ratón parpadeó de nuevo.

Entonces vio a Lynceos con la siringa en las manos blancas. Detrás de él se asomaba su hermano; se reían. La Tyy real estaba sentada a una mesa en un rincón, barajando las cartas.

—Epa —dijo el Ratón, y corrió hacia ellos—. No juguéis con mi salamandra, por favor. Si sabéis tocarla, está bien. Pero antes pedidme permiso.

—Sí —dijo Lynceos—, ningún otro advirtió…

—… que estaba sobre un rayo direccional —dijo Idas—. Discúlpenos.

—Está bien —dijo el Ratón recuperando la siringa. Se sentía borracho y cansado. Salió del bar, zigzagueó a lo largo del labio resplandeciente del Infierno-3, y cruzó por último el puente que conducía al Embarcadero Diecisiete. El cielo estaba negro. Al pasar la mano por la barandilla, una luz naranja le iluminó desde abajo los dedos y el antebrazo.

Un poco más lejos había alguien apoyado en la barandilla.

Aminoró el paso.

Katin soñaba mirando más allá del abismo; la luz del Infierno le pintaba en el rostro una máscara diabólica.

Al principio el Ratón pensó que Katin estaba hablando solo. Luego vio en su mano el aparato enjoyado.

—Intérnate en el cerebro humano —le decía Katin al grabador—. Centrado entre el encéfalo y la médula, encontrarás una red de nervios que reproduce la figura humana, sólo que de pocos centímetros de altura. Esa red conecta las impresiones sensoriales que se originan fuera del cerebro con las abstracciones cerebrales que se forman adentro; equilibra la percepción del mundo exterior con el conocimiento del mundo interior.

»Se abre paso por la maraña de intrigas, esa red que une un mundo a otro mundo…

—Eh, Katin.

Katin le echó una mirada fugaz mientras el aire caliente brotaba convulsivo de la lava.

—… que une un sistema estelar a otro sistema estelar, que mantiene aislados, cada uno de ellos una entidad, el sector de Draco del Sistema Solar, la Federación de las Pléyades, y las Colonias Lejanas: encontrarás un torbellino de diplomáticos, de funcionarios elegidos o autonominados, honestos o corruptos según las exigencias de sus puestos, en suma la matriz gubernamental que reproduce la forma del mundo que ella misma representa. La función de esa matriz consiste en responder a las presiones sociales, económicas y culturales que corren y se renuevan a través del imperio, y neutralizarlas.

»Y si uno pudiera penetrar directamente en una estrella, centrada en el gas incandescente encontraría una fragua de pura materia nuclear, condensada y volátil, reducida a ese estado por el peso de la materia que la rodea, esférica o achatada en los polos de acuerdo con la forma de ese mismo sol. En una perturbación solar, ese centro transmite las vibraciones directamente a la masa de la estrella, para neutralizar así los movimientos que acompañan a las fluctuaciones de la marea en la superficie del sol.

»De tanto en tanto algo falla en los cuerpos diminutos que equilibran las presiones perceptivas sobre el cerebro humano.

»A menudo las matrices gubernamentales y diplomáticas no son capaces de dominar las presiones de los mundos que ellas mismas gobiernan.

»Y cuando algo falla en el mecanismo que mantiene el equilibrio dentro de un sol, la dispersión de una cantidad inverosímil de polvo estelar desencadena las fuerzas titánicas que llevan a un sol a convertirse en nova…

—¿Katin?

Katin apagó el grabador y miró al Ratón.

—¿Qué estás haciendo?

—Notas para mi novela.

—¿Tu qué?

—Una forma de arte arcaica sustituida por el psicorama. Con posibilidades, ay, de sutilezas hoy inexistentes, tanto espirituales como artísticas, que otras formas más inmediatas no han igualado aún. Yo soy un anacronismo, Ratón. —Katin sonrió—. Gracias por conseguirme trabajo.

El Ratón se encogió de hombros.

—¿De qué hablabas?

—Psicología. —Katin se guardó el grabador en el bolsillo—. Política y física.

—¿Psicología? —preguntó el Ratón—. ¿Política?

—¿Sabes leer y escribir? —le preguntó Katin.

—En turco, griego y árabe. Pero no muy bien en inglés. Las letras no tienen ninguna relación con los ruidos que uno hace.

Katin asintió. También él estaba un poco borracho.

—Profundo. Es por eso que el inglés era una lengua tan maravillosa para la novela. Pero estoy esquematizando.

—¿Qué pasa con la psicología y la política? Yo conozco la física.

—Particularmente —dijo Katin dirigiéndose a la fluida, resplandeciente franja de roca mojada que serpenteaba doscientos metros más abajo—, la psicología y la política de nuestro capitán. Me intrigan.

—¿Qué hay con ellas?

—La psicología es por ahora sólo una rareza, pues no la conozco. Tendré oportunidad de observarla durante la travesía. Pero la política está grávida de posibilidades.

—¿De veras? ¿Y eso qué quiere decir?

Katin entrelazó los dedos y balanceó la barbilla sobre un nudillo.

—Yo iba a una institución de altos estudios en las ruinas de lo que antaño fue un gran país. Un poco más allá del patio había un edificio llamado Laboratorio de Psicociencia Von Ray. Era un agregado bastante reciente, de quizá unos ciento cuarenta años.

—¿El Capitán Von Ray?

—El abuelo, sospecho. Fue donado a la universidad en homenaje al trigésimo aniversario de la soberanía otorgada a la Federación de las Pléyades por las Cortes de Draco.

—¿Von Ray es de las Pléyades? No habla como si lo fuese. ¿Estás seguro? Sebastián y Tyy me parece que son de allí.

—Allí están los bienes familiares, por lo menos. Él, probablemente, ha pasado buena parte de su vida por todo el universo, viajando en el estilo al que nos gustaría estar acostumbrados. ¿Cuánto quieres apostar a que es el propietario de esa nave carguera?

—¿No trabaja para un grupo de compañías?

—No, a menos que pertenezcan a la familia. Los Von Ray son tal vez la familia más poderosa de la Federación de las Pléyades. No sé si este Capitán es un primo hermano que tiene la suerte de llevar el mismo nombre, o si es descendiente y heredero directo. Pero sé que ese nombre está vinculado al gobierno y la organización de todas las Pléyades; son el tipo de familia con una casa de veraneo en las Colonias Lejanas y una o dos casas en ciudades de Tierra.

—Entonces es un hombre importante. —El Ratón hablaba con voz bronca.-Lo es.

—¿Qué sabes de ese Prince y Ruby Red de quienes hablaba?

—¿Eres lerdo, o nada más que un producto de la súper-especialización del siglo XXXI? —preguntó Katin—. A veces sueño con el retorno de las grandes figuras renacentistas del siglo XX: Bertrand Russell, Susanne Langer, Pejt Davlin. —Miró al Ratón—. ¿Quién maneja todos los sistemas de transportes que puedas imaginarte, tanto interplanetarios como interestelares?

—Transportes Red Limitada… —El Ratón se detuvo en seco. — ¿Esos Red?

—Si no fuese un Von Ray, supondría que hablaba de otra familia. Puesto que lo es, es muy probable que se refiera precisamente a esos Red.

—Demonios —dijo el Ratón. Transportes Red era un rótulo tan familiar que uno ni siquiera lo tomaba en cuenta. Transportes Red fabricaba todos los elementos para todas las naves del espacio concebibles, las herramientas para desmantelarlas, las máquinas de reparación y mantenimiento, los repuestos.

—Red es una familia industrial cuyos orígenes se remontan a los albores de las travesías espaciales; están muy firmemente arraigados sobre todo en Tierra y en general en todo el sistema de Draco. Los Von Ray son una familia no tan antigua, pero muy poderosa, de la Federación de las Pléyades. Y ahora están empeñados en una carrera para obtener siete toneladas de ilirión. ¿El posible resultado no estremece tu sensibilidad política?

—¿Por qué habría de hacerlo?

—Claro está —dijo Katin—, el artista que busca cómo expresarse, y cómo proyectar su mundo interior, ante todo tendría que ser apolítico. Pero Ratón, por favor.

—¿De qué estás hablando, Katin?

—Ratón ¿qué significa ilirión para ti?

El Ratón reflexionó.

—Una pila de ilirión hace funcionar mi siringa. Sé que lo usan para mantener caliente el núcleo de esta luna. ¿No tiene algo que ver con los viajes a velocidad ultralumínica?

Katin cerró los ojos.

—Tú eres, como yo, un acople-ciborg registrado, probado, competente ¿no? —Al decir «no», abrió los ojos.

El Ratón asintió.

—Ah, si se pudiera volver a ese sistema educativo en el que la comprensión era parte esencial del conocimiento —impetró Katin a la fluctuante oscuridad—. ¿Dónde hiciste tu aprendizaje ciborg, en todo caso? ¿En Australia?

—Ajá.

—Números. Ratón, hay muchísimo menos ilirión en la pila de tu siringa, por un coeficiente de veinte o veinticinco, que radium, por ejemplo, en la pintura fluorescente de un reloj luminoso. ¿Cuánto dura una pila?

—Se supone que cincuenta años. Cara como el demonio.

—El ilirión necesario para derretir el núcleo de esta luna se mide en gramos. La cantidad que se necesita para impulsar una nave espacial es del mismo orden. La existencia de ilirión en minas y en estado libre en todo el Universo puede cuantificarse en ocho o nueve mil kilogramos. ¡Y el Capitán Von Ray va a traer siete toneladas!

—Se me ocurre que Transportes Red estaría muy interesado en eso.

Katin asintió con un profundo movimiento de cabeza.

—Podría ser.

—Katin ¿qué es el ilirión? Lo pregunté muchas veces en Cooper, pero me decían que era demasiado complicado para mí.

—A mí me decían lo mismo en Harvard —dijo Katin—. Psicofísica 74 y 75. Yo fui a la biblioteca. La mejor definición es la que da el Profesor Plovnievsky en su trabajo presentado en Oxford en 2238 ante la sociedad de física teórica. Cito: «Básicamente, señores, el ilirión es otra cosa». Uno se pregunta si esto fue un feliz accidente a causa de dificultades en el manejo del idioma, o si el profesor mostró una profunda comprensión de las sutilezas del inglés. La definición del diccionario, creo, dice más o menos así: «… nombre que designa genéricamente y a partir del número trescientos, a aquellos elementos de propiedades psicomórficas; heterotrópicos con muchos de los elementos comunes y también con las series imaginarias entre el 107 y el 255 de la tabla periódica». ¿Cómo estás en física subatómica?

—No soy más que un pobre acople-ciborg.

Katin alzó una ceja aleteante.

—Tú sabes que a medida que asciendes en la tabla de los números atómicos, después del 98 los elementos son cada vez menos estables, hasta que encontramos bromas como el einsteinium, el californium, el fermium con períodos de desintegración de centésimas de segundo… y en escala ascendente, centésimas de milésimas de segundo. Cuanto más alto es el lugar en la tabla, más inestables son. Por este motivo, a toda la serie comprendida entre el 100 y el 298 se le dio el nombre incorrecto de elementos imaginarios. Son absolutamente reales. Lo que sucede es que tienen una vida muy efímera. Sin embargo, a partir del 296, poco más o menos, la estabilidad empieza a aumentar otra vez. Al llegar al trescientos, volvemos a encontrar períodos de desintegración de décimas de segundo, y cinco o seis números más adelante se inicia toda una nueva serie de elementos con períodos de desintegración de millones de años. Estos elementos tienen núcleos inmensos, y son muy raros. Pero ya en 1950 se habían descubierto los hiperones, partículas elementales mayores que los protones y neutrones. Éstas son las partículas que transportan la energía aglutinante de esos supernúcleos, así como los mesones ordinarios aglutinan los núcleos de los elementos más conocidos. Este grupo de elementos superpesados, superestables, se clasifica bajo el acápite general de ilirión. Y para citar otra vez al eminente Plovnievsky, «Básicamente, señores, el ilirión es otra cosa». Como dice el Webster, es al mismo tiempo psicomórfico y heterotrópico. Supongo que ésa es una manera caprichosa de decir que el ilirión es muchas cosas para muchos hombres. —Katin se puso de espaldas a la barandilla y cruzó los brazos sobre el pecho—. Me gustaría saber qué es para nuestro capitán.

—¿Qué es heterotrópico?

—Ratón —dijo Katin—, a fines del siglo XX la humanidad había asistido a la desintegración total de lo que entonces se denominaba la «ciencia moderna». El continuum se llenó de «cuasares» y de fuentes de radio no identificables. Había más partículas elementales que elementos creados por esas partículas. Y compuestos perfectamente durables que durante años habían sido considerados como imposibles de obtener empezaron a formarse a diestro y siniestro, tales como el KrI4, el H4XeO6, el RnF4; los gases nobles, después de todo, no eran tan nobles. El concepto de energía encarnado en la teoría cuántica einsteiniana era aproximadamente tan exacto, y llevó a tantas contradicciones, como la teoría formulada trescientos años antes según la cual el fuego era un desprendimiento líquido llamado flogisto. Las ciencias puras (¿no es un nombre encantador?), en pleno delirio, se habían desbocado. El campo del conocimiento abierto por la experiencia psicodélica hacía que todo el mundo dudase de todo, y tuvieron que transcurrir ciento cincuenta años para que pudiera ponerse cierto orden coherente en ese caos; esto gracias a los grandes nombres de las ciencias sintéticas e integradoras que a ambos nos son demasiado familiares para que te ofenda repitiéndolos. Y tú, a quien le han enseñado qué botón tiene que apretar, ¿quieres que yo, el producto de un sistema educativo varias veces centenario, fundado no sólo en la divulgación de información sino también en toda una teoría de la adaptación social, te dé en cinco minutos un panorama completo de la evolución del conocimiento humano en los últimos diez siglos? ¿Quieres saber lo que es un elemento heterotrópico?

—El Capitán dice que tenemos que estar a bordo una hora antes del alba —aventuró el Ratón.

—No te preocupes, no te preocupes. Tengo un don especial para esta clase de síntesis extemporáneas. Veamos. En primer término, tenemos los trabajos de De Blau en Francia en 2000, cuando presentó la primera escala burda y un método básicamente exacto para medir el desplazamiento psíquico de la energía…

—No me sirve de mucho —gruñó el Ratón—. Lo que quiero saber es qué pasa con Von Ray y el ilirión.

Tomados de la mano, Sebastián sonrió, y Tyy lo miró. Un suave revoloteo de alas en el aire. Unas formas oscuras. Tyy se espantó una del brazo; la forma se elevó. Dos luchaban por posarse en el hombro de Sebastián. Uno cedió y la otra replegó las alas, satisfecha, rozando la cabeza rubia del oriental.

—¡Eh! —raspó el Ratón—. ¿Van a la nave ahora?

—Vamos.

—Un segundo. ¿Qué significa para vosotros Von Ray? ¿Conocéis ese nombre?

Sebastián sonrió y Tyy lo miró de soslayo con sus ojos grises.

—Nosotros de la Federación de las Pléyades somos —dijo Tyy—. Yo y estas aves, bajo la Oscura, bajo la Hermana Muerta, bandada y amo, nacimos.

—¿La Oscura, la Hermana Muerta?

—En tiempos remotos a las Pléyades se las llamaba las Siete Hermanas, porque sólo siete de ellas eran visibles desde Tierra —explicó Katin al desconcertado Ratón—. Unos pocos siglos antes de Cristo una estrella visible entró en nova y se extinguió. Ahora hay ciudades en el interior de los planetas calcinados. Todavía hay calor suficiente para que sean habitables, pero prácticamente nada más.

—¿Una nova? —dijo el Ratón—. ¿Y Von Ray?

Tyy extendió el brazo en un amplio ademán.

—Todo. Gran buena familia es.

—¿Y a este Capitán Von Ray en particular, alguien lo conoce? —preguntó Katin.

Tyy se encogió de hombros.

—¿Y el ilirión? —preguntó el Ratón—. ¿Qué se sabe de eso?

Sebastián se agachó entre los pajarracos. Las alas se abrían apartándose. La mano velluda iba de una cabeza a otra, apaciguadora.

—La Federación de las Pléyades nada tiene. El sistema Draco tampoco nada tiene.

Frunció el ceño.

—Von Ray pirata algunos dicen —aventuró Tyy.

Sebastián le clavó una mirada severa.

—¡Von Ray grande y buena familia es! ¡Von Ray espléndido es! Por eso nosotros con él vamos.

Tyy, en tono más suave, dulcificando la voz detrás de las facciones delicadas:

—Von Ray espléndida familia es.

El Ratón vio a Lynceos que se acercaba por el puente. Y diez segundos más tarde, a Idas.

—¿Vosotros sois de las Colonias Lejanas?

Los mellizos se detuvieron, un hombro rozando otro hombro. Los ojos rosados parpadeaban más que los castaños.

—De Argos —dijo el mellizo pálido.

—Argos en Tubman B-12 —precisó el moreno.

—Las Colonias Lejanas —enmendó Katin.

—¿Qué sabéis del ilirión?

Idas se apoyó en la barandilla, arrugó el ceño, y luego trepó y se sentó.

—¿Ilirión? —Separó las rodillas y dejó caer entre ellas las manos nudosas—. Nosotros tenemos ilirión en las Colonias Lejanas.

Lynceos se sentó a su lado.

—Tobias —dijo—. Tenemos un hermano, Tobias. —Lynceos se corrió por la barandilla para acercarse al moreno Idas—. Tenemos un hermano en las Colonias Lejanas que se llama Tobias. —Miró de soslayo a Idas, ojos coral velados de plata—. En las Colonias Lejanas, donde hay ilirión.

Juntó las muñecas, pero con los dedos abiertos, como pétalos de un lirio encallecido.

—¿Los mundos de las Colonias Lejanas? —dijo Idas—. Balthus, con hielo y pantanos e ilirión. Cassandra, con desiertos de vidrio tan grandes como los océanos terrestres, selvas de plantas innumerables, todas azules, con ríos espumosos de galena, e ilirión. Salinus, entrecruzado de cavernas y cañones de más de mil metros de altura, con un continente de moho rojo letal, y mares con ciudades enormes, construidas en la plataforma oceánica con el cuarzo arrastrado por las mareas, e ilirión…

—Las Colonias Lejanas son mundos de estrellas mucho más jóvenes que las estrellas de aquí, de Draco, muchas veces más jóvenes que las Pléyades —acotó Lynceos.

—Tobias está en… una de las minas de ilirión de Tubman —dijo Idas. Las voces de los mellizos se habían puesto tensas; bajaban los ojos, o intercambiaban miradas furtivas. Cuando las manos negras se abrían, las blancas se cerraban.

—Idas, Lynceos y Tobías, crecimos en las piedras secas y ecuatoriales de Tubman en Argos, bajo tres soles y una luna roja…

—… y en Argos también hay ilirión. Éramos salvajes. Nos llamaban salvajes. Dos perlas negras y una blanca, brincando y alborotando por las calles de Argos…

—… Tobias, él era negro como Idas. Yo era el único blanco de la ciudad…

—… pero no menos salvaje que Tobias pese a la blancura. Y dicen que una noche, pues éramos como salvajes, y decían que éramos salvajes, llevados por el éxtasis…

—… ese polvillo de oro que se acumula en las grietas de las rocas; cuando lo inhalas los ojos chisporrotean con colores innominados y unas armonías nuevas resuenan en el hueco del oído, y la mente se abre…

—… llevados por el éxtasis hicimos una efigie del alcalde de Argos, y le pusimos un mecanismo de relojería, y la remontamos sobre las calles recitando a voz en cuello abominaciones rimadas acerca de los personajes eminentes de la ciudad…

—… por eso nos desterraron de Argos a los desiertos de Tubman…

—… y fuera de la ciudad hay una sola manera de vivir, y es descender bajo el mar y soportar el ostracismo trabajando en las minas submarinas de ilirión…

—… Y nosotros tres, que en éxtasis nunca habíamos hecho nada más que saltar y reír, y no nos habíamos burlado de nadie…

—… nosotros, que éramos inocentes…

—… fuimos a las minas. Allí trabajamos con máscaras de aire y trajes empapados en las minas subacuáticas de Argos, durante un año…

—… un año en Argos dura tres meses más que un año de Tierra, con seis estaciones en lugar de cuatro…

—… y al comienzo de nuestro segundo otoño del color de las algas, nos preparamos para partir. Pero Tobias no quiso acompañarnos. Tenía en las manos ahora el ritmo de las mareas, el peso del mineral le acariciaba las palmas…

—… así que abandonamos a nuestro hermano en las minas de ilirión, y subimos a las estrellas, temiendo…

—… ya veis, temiendo que así como nuestro hermano, Tobias, encontró algo que lo separó de nosotros, también uno de nosotros pueda encontrar algo que un día nos separe…

—… porque pensábamos que nosotros tres nunca podríamos vivir separados. —Idas miró al Ratón—. Y ahora no conocemos el éxtasis.

Lynceos parpadeó.

—Eso significa el ilirión para nosotros.

—Paráfrasis —dijo Katin desde el otro lado de la calle—. En las Colonias Lejanas, que hasta la fecha comprenden cuarenta y dos mundos y alrededor de siete mil millones de habitantes, prácticamente toda la población, en algún momento, tiene algo que ver con la adquisición directa del ilirión. Y creo que aproximadamente uno de cada tres trabaja toda su vida en alguna fase del desarrollo o la producción del ilirión.

—Ésas son las estadísticas —dijo Idas— de las Colonias Lejanas.

Alas negras se elevaron cuando Sebastián se puso de pie y tomó la mano de Tyy.

El Ratón se rascó la cabeza.

—Bueno, escupamos en este río y vayamos a la nave.

Los mellizos bajaron de la barandilla. El Ratón se inclinó sobre la hondonada ardiente y escupió.

—¿Qué estás haciendo?

—Escupiendo en Infierno-3. Un gitano tiene que escupir tres veces en todo río que cruza —le explicó el Ratón a Katin—. De lo contrario, cosas malas.

—Vivimos en el siglo XXXI. ¿Qué cosas malas?

El Ratón se encogió de hombros.

Yo nunca escupo en ningún río.

—A lo mejor es sólo para gitanos.

—Yo una bonita idea pienso es —dijo Tyy, y se inclinó sobre la barandilla junto al Ratón. Sebastián se asomó por encima del hombro de ella. Arriba, una de las aves quedó atrapada en una ráfaga ascendente de aire cálido y se perdió en la oscuridad.

—¿Qué eso es?

Tyy arrugó el ceño, y señaló.

—¿Dónde? —El Ratón miró bizqueando.

Tyy señaló la pared del cañón.

—¡Eh! —dijo Katin—. ¡Es el ciego!

—¡El que te echó a perder el espectáculo!

Lynceos se metió entre los dos.

—Está enfermo. —Entornó los ojos color sangre—. Ese hombre está enfermo.

Transformado en un demonio entre los reflejos del fuego, Dan se tambaleaba por los arrecifes hacia la lava.

—¡Va a quemarse! —Katin se unió a ellos.

—¡Pero no siente el calor! —exclamó el Ratón—. ¡No puede ver… probablemente ni siquiera sabe dónde está!

Idas, luego Lynceos, se separaron de la barandilla y echaron a correr por el puente.

—¡Vamos! —gritó el Ratón, siguiéndolos.

Sebastián y Tyy fueron tras ellos, con Katin en la retaguardia.

Diez metros por debajo del borde, Dan se detuvo sobre una roca, con los brazos extendidos hacia adelante, preparándose para una zambullida infernal.

Cuando llegaban a la cabecera del puente —los mellizos ya estaban trepándose a la barandilla— una figura apareció, por encima del viejo, en los labios del cañón.

—¡Dan! —La cara de Von Ray llameó cuando lo abanicó la luz. Dio un salto. Bajó por la pendiente escabrosa, arrancando con las sandalias trozos de pizarra que se hacían añicos delante de él—. ¡Dan, no!…

Dan lo hizo.

El cuerpo, retenido un momento por un crestón veinte metros más abajo, giró sobre sí mismo, saltó y cayó al torrente.

El Ratón se aferró a la barandilla, lastimándose el pecho.

Un momento después Katin estaba a su lado, asomándose más aún sobre el precipicio.

—¡Ahhh! —susurró el Ratón y se enderezó para no mirar.

El Capitán Vort Ray llegó a la roca desde donde Dan había saltado. Se dejó caer sobre una rodilla, ambos puños sobre la piedra, mirando a lo lejos. Unas formas cayeron sobre él (los pájaros de Sebastián), y se elevaron de nuevo, sin proyectar sombra alguna. Los mellizos se habían detenido varias salientes de roca más arriba.

El Capitán Von Ray se puso de pie. Levantó la vista y miró a su tripulación. Respiraba entrecortadamente. Dio media vuelta y empezó a ascender la cuesta.

—¿Qué pasó? —preguntó Katin cuando todos estuvieron otra vez en el puente—. ¿Por qué…?

—Estuve hablando con él hace apenas unos minutos —explicó Von Ray—. Fue durante años uno de mis tripulantes. Pero en el último viaje, quedó… quedó ciego.

El gran capitán; el capitán estigmatizado. Y qué edad tendría, se preguntó el Ratón. Antes, el Ratón le había dado cuarenta y cinco, cincuenta. Pero esta confusión lo había llevado a equivocarse en diez o quince años. El capitán no era viejo, estaba avejentado.

—Acababa de decirle que todo estaba arreglado y podía regresar a su casa en Australia. Se había dado vuelta para cruzar el puente hacia el albergue donde yo le había reservado una habitación. Volví la cabeza… no estaba en el puente. —El capitán miró a todos de hito en hito—. Vamos al Roc.

—Supongo que usted tendrá que informar acerca de esto a la Patrulla —dijo Katin.

Von Ray los guió hacia el portalón que daba al campo de despegue, donde Draco retorcía arriba y abajo en la oscuridad sus cien metros de columna.

—Hay un teléfono justo aquí en la cabecera del puente…

La mirada de Von Ray enmudeció a Katin.

—Quiero marcharme de esta roca. Si llamamos desde aquí nos obligarán a quedarnos para que cada uno de nosotros dé su versión por triplicado.

—Supongo que podrá llamar desde la nave —sugirió Katin—, en el momento de zarpar.

Por un instante el Ratón no supo otra vez qué edad podría tener el capitán.

—Ya no podemos hacer nada por ese pobre infeliz.

El Ratón echó una mirada contrita al abismo, luego siguió caminando junto a Katin.

Más allá de las ráfagas calientes, la noche era fría, y la niebla colgaba coronas en los faroles de luz fluorescente que jalonaban el campo.

Katin y el Ratón iban a la cola del grupo.

—Me pregunto qué significa exactamente el ilirión para ese buen mozo que va allí adelante —comentó el Ratón en voz baja.

Katin gruñó y metió las manos debajo del cinturón. Al cabo de un rato preguntó:

—Dime, Ratón ¿qué era eso que dijiste a propósito del viejo y que le habían matado todos los sentidos?

—La última vez que intentaron llegar a la nova —dijo el Ratón— miró la estrella demasiado tiempo a través de la carga sensoria, y las terminaciones nerviosas se le insensibilizaron. No murieron. Se enredaron en una estimulación constante. —Se encogió de hombros—. Da lo mismo. Casi.

—Oh —dijo Katin, y miró el pavimento.

Alrededor, los cargueros estelares, anclados en los fondeaderos. Entre uno y otro, mucho más pequeñas, las naves de cabotaje de cien metros de eslora.

Luego de un momento de reflexión, Katin dijo:

—Ratón, ¿se te ha ocurrido pensar cuánto puedes perder en este viaje?

—Ajá.

—¿Y no tienes miedo?

Los dedos delgados del Ratón apretaron el antebrazo de Katin.

—Tengo un miedo de todos los infiernos —graznó. Sacudió la cabeza hacia atrás mirando a su alto compañero de viaje—. ¿Quieres que te lo diga? No me gustan cosas como la de Dan. Tengo miedo.