Fin de trayecto

Fin de trayecto

Un pitillito (quien fume) y bajen con cuidado

Hemos llegado al final de esta modesta visita guiada al mundo de las relaciones sexuales humanas. Esperamos que haya sido una experiencia feliz, pues, como ya hemos podido comprobar a lo largo y ancho de este viaje, es muy importante que todos los que participan en los juegos amorosos, aunque sólo sean literarios, queden satisfechos y quieran repetir. Pero, además, este viaje, como todos, tiene la virtud de no tener por qué acabarse, y no debe tomarse esta afirmación como una amenaza de segundas partes. Decía Paul Bowles en el El cielo protector que un viajero se diferencia de un turista en que el primero no sabe cuándo regresará a casa. En manos de su voluntad e imaginación queda, pues, seguir curioseando y aprendiendo de nuestros congéneres.

Pero antes de bajar el telón, hemos de reconocer la labor de quienes han ayudado de forma decisiva a una arribada a buen puerto. Gracias, pues, a Daniel Cebrián, por sus dudas siempre tan certeras; a Santos López, por sus certezas siempre tan abiertas a las dudas; a Ana Rosa Semprún, por su confianza rayana en la temeridad; a Vampirella, por su enorme generosidad y su entrañable labor de guía espiritual en este proceloso universo; a Santiago Alonso, por seguir siendo la versión más brillante, amena y vital del Larousse juvenil; a Almudena Díaz, por ser «nuestra mujer en Londres», dispuesta siempre a echar una mano. A Nuria Martínez, por absolutamente todo.

Por último, dejemos que el profesor Agustín García Calvo aporte algo de luz ilustrada para el camino que aún nos quedará por andar:

«Sigue haciendo con tu pareja, si la tienes, lo que se te antoje o lo que se le antoje a la otra mitad o lo que está mandado; sigue ajuntándote, rompiéndote, arreglándotelas como buenamente puedas, haciendo o padeciendo con la mejor gracia y salud que te sea dado, y que te deseo.

»Pero, por favor, no te creas por eso obligado a justificarlo. No vayas por eso a vender lo que no es tuyo, a vender la razón que descubre, caiga quien caiga, la verdad de las mentiras; la razón, que no es tuya ni tampoco mía; porque es común, porque no es de nadie».