Un estudio de las adicciones

El sexo y las drogas siempre se han asociado, porque no es fácil divertirse después de haber estado dos mil años sometidos a las ideas religiosas que no permiten el placer corporal. Por desgracia, algunos de nosotros terminamos enganchados, y las drogas sustituyen al sexo. He aprendido que lo más importante a la hora de enfrentarse con una adicción es no convertirla en una cuestión moral. No se es una mala persona por el hecho de ser adicta a las drogas, al amor o a la comida. Se trata simplemente de un mal social, y hay millones de personas que sufren la plaga emocional de la represión. Las personas intentan huir del dolor y buscan el placer, quieren escapar de la prisión que supone su personalidad y encontrar su esencia.

Cuando lo quería pasar bien, me tomaba unas copas y me parecía la cosa más normal. Así empezó todo, de la forma más inocente. Me gustaba beber algo para desinhibirme antes de hacer el amor. Como no bebía todos los días, me engañaba creyendo que tenía control sobre mí misma. Tardé más de diez años en darme cuenta de que me había convertido en una alcohólica. Uno abusa del alcohol, y el alcohol termina abusando de uno.

Después de cientos de resacas espantosas y épocas de depresión y de sentimientos de culpa, por fin comprendí que si quería mejorar mi calidad de vida tenía que dejar de beber. Me di cuenta a tiempo, porque muy a menudo uno no escarmienta hasta que lo ha perdido todo. Tenía treinta y dos años cuando empecé mi auto-curación, y fue como volver a nacer.

Al dejar el alcohol, tuve la oportunidad de aprender todo de nuevo. Nunca lo hubiera podido hacer sola. Me uní a un grupo de alcohólicos que compartieron sus experiencias, su fuerza y su esperanza conmigo. Me enseñaron que la mejor manera de ayudarme a mí misma era ayudando a los demás. En muy poco tiempo, empecé a formar parte del universo en vez de ser el centro del mismo. Dejé de ser una egomaníaca con complejo de inferioridad. Fui recuperando el respeto por mí misma, y así podía ayudar a los demás.

Tardé varios años más en darme cuenta de que tenía otra adicción importante —al amor. Lo usaba de la misma manera que el alcohol, para evitar enfrentarme conmigo misma. Cada vez que salía con alguien, consideraba que esa persona tenía que garantizarme seguridad y sexo. La siguiente fase de la dependencia era actuar como si fuera independiente. Era siempre la más fuerte de los dos, y mi pareja me necesitaba. Pero era la otra cara de la moneda, yo necesitaba que me necesitaran.

Por fin decidí tomar un poco de tiempo en aprender a disfrutar de mi propia compañía. Me di permiso para ser feliz y mis orgasmos independientes me liberaron de la constante dependencia sexual. Puse toda mi atención en la relación que estaba manteniendo conmigo misma y esto me curó. Descubrí que la seguridad proviene de uno mismo. Podía elegir si quería estar con un amante o con un amigo, estar acompañado no era una consecuencia de la soledad ni una necesidad.

Después de nueve años de sobriedad, descubrí la marihuana. Creía que esta hierba mágica iba a salvar al mundo. No se tenía resaca y además era un afrodisíaco garantizado. Hacia que todo mi cuerpo fuera una zona erógena. Era como si el tiempo no pasara. Olvidaba todas las viejas prohibiciones y la mente se me llenaba de imágenes eróticas que parecían surgir de algún lugar donde creatividad, sexualidad y espiritualidad eran la misma cosa. No podía dibujarlo ni describirlo con palabras. Simplemente ocurría.

Aunque mis amigos me aseguraban que la hierba no crea adicción, mi ritual erótico se convirtió en un hábito diario. Solo fumaba uno o dos porros al día, y no me parecía que hubiera ningún problema. Pero la marihuana también tiene su lado malo, aunque no sea una droga tan peligrosa como el alcohol. Descubrí que iba perdiendo energía. Poco a poco mis ambiciones se fueron convirtiendo en sueños. De repente tenía un hambre incontrolable. Cada vez dormía peor y ya casi no soñaba. Me fallaba la memoria a corto plazo. Parecía que la marihuana despertaba mi intuición, pero cada vez era menos creativa porque no era capaz de fijar la atención en nada. Uno abusa de la marihuana, y la marihuana termina abusando de uno.

Hacia el final de los años setenta, apareció la cocaína. Durante un año solo esnifaba de vez en cuando, porque estaba de moda. Pero cada vez me era más fácil conseguirla, y no tardé mucho en hacerme adicta. Me recordaba a mi obsesión con el alcohol, solo que ahora no creía que tenía controlada la situación. Me metía toda la coca hasta que no quedaba nada, y me consolaba pensando que Freud probablemente hacía lo mismo. Escribí un libro en diez meses. Lo tiré, porque me había vuelto tan arrogante que no tenía juicio crítico. La cocaína me había destrozado en un solo año. Estaba tan paranoica que volví a unirme al grupo de gente que me había ayudado con el alcohol. Quería volver a sentirme como entonces. Llegué a la conclusión de que para pasarlo bien con las drogas hay que pagar un precio demasiado alto. Dejé de tener colocones y empecé a tener libertad.

Siempre he estado obsesionada por conseguir el placer, pero esto era mucho más serio y más perjudicial para mi salud. Las drogas me alejaban de mi propia vida y no permitían que evolucionara. Una adicción podía acabar conmigo del todo, dejarme estancada en el mismo sitio, o si me enfrentaba a ella, servir para conocerme mejor. Con cada droga aprendí una lección. El alcohol me enseñó lo que es la desesperación, con la marihuana alcancé el éxtasis, y con la cocaína aprendí lo que ocurre cuando se hace mal uso del poder y del dinero. Para poder mantenerme alejada de las drogas necesitaba un apoyo y tener una actitud tolerante hacia los principios espirituales. No necesitaba creer en un dios formal, pero sí en algo superior a mí misma. Al principio esa fuerza superior fue el grupo con el que compartí todas mis adicciones, y al final era yo misma la diosa en la que tenía que creer.

Después de dejarlo y volver a empezar muchas veces, acabé definitivamente con los cigarrillos, mis eternos compañeros durante cuarenta años. Fue muy importante para mí, porque era la última adicción. Siempre me había parecido que los que no fumaban ni bebían eran unos fanáticos religiosos o algo parecido, y cada vez que me encendía un pitillo me sentía maravillosamente humana. Nadie podía decir que estaba obsesionada con la salud. Fue mucho más duro el proceso de dejar de fumar que todos los demás. Cuando superé el mono de nicotina, me tuve que enfrentar con la sensación de inseguridad que tenía al no poderme refugiar detrás de una cortina de humo. Si se está pensando en implantar la pena de muerte para los traficantes de droga, pueden empezar con los ejecutivos de las compañías tabacaleras.

No me tenía que haber preocupado por estar totalmente limpia. Dejé la nicotina, pero era adicta al café, al azúcar y a la sal. El azúcar y la sal son otras dos drogas duras. En cuanto me paso un poco con lo dulce, me da un subidón. Pero dura muy poco y enseguida viene el bajón. Todavía hay veces que no puedo resistir la tentación y me meto un chute de patatas fritas. Como la sal retiene el líquido, al día siguiente me levanto con los ojos hinchados y me duelen las articulaciones. Luego pienso que ser adicto a la sal y al azúcar no está condenado moralmente, y además, no se puede ser perfecto.

Muchas de las drogas más peligrosas son legales y las recetan los médicos para dormir, para relajarse, para perder peso o para aliviar el dolor. Nunca he sido adicta a ninguna pastilla, pero en mí opinión los barbitúricos y los tranquilizantes son como el alcohol en forma de pastilla, y las anfetaminas son cocaína pura. Las pastillas para adelgazar son la maldición de las mujeres. Dentro de esos cuerpos delgados y femeninos hay un sistema nervioso destrozado, que produce una confusión mental y emocional. Todos los días hay millones de personas que se hacen adictas a las pastillas que les ha recetado el médico. Uno abusa de las pastillas, y las pastillas terminan abusando de uno.

He pasado los primeros treinta y cinco años de mi vida corriendo de un médico a otro, buscando soluciones que ellos no tenían. Al final he decidido ser mi propio médico. Además de cambiar mi alimentación por completo, he probado toda clase de remedios naturales, hierbas, lavativas, etc. Hay muchas formas de alimentarse y cuidarse la salud, y siempre digo lo mismo que en el sexo: no existe una forma correcta de hacerlo.

Mi cambio de dieta consiste en deleitarme cada vez más con productos naturales en vez de alimentos creados por el hombre. Soy vegetariana. Desde que dejé de comer carne y productos lácteos, me ha mejorado la artritis y ya no tengo catarros. Las hormonas y los antibióticos que se administran a los pollos, y los productos que se utilizan para conservar la carne de los animales son muy dañinos. Casi todas las enfermedades degenerativas no son el resultado de un proceso natural del cuerpo humano, sino de llevar una vida sedentaria y de comer productos no naturales. Los aditivos y conservativos crean adicción y la mayoría son cancerígenos. Durante el invierno sigo un régimen macrobiótico a base de pescado, legumbres, verdura hervida y ensaladas. También como mucha fruta y verdura tal y como se coge del huerto. Para dar sabor a las ensaladas utilizo hierbas, zumo de limón, pimienta y ajo molido. El ajo es un antibiótico natural. Purifica la sangre y ayuda a hacer la digestión.

De vez en cuando me someto a unas curas drásticas que consisten en tomar solo líquidos. Es una forma de darle un respiro al cuerpo. Suelo hacerlo durante tres días. Para un periodo más prolongado necesitaría saber más sobre cómo romper el ayuno luego. Comer demasiado es probablemente el enemigo número uno de la salud pública, y en segundo lugar está el estreñimiento. La solución para los dos problemas es el ayuno, las lavativas y la irrigación del colon.

Para el estrés, lo mejor es un buen par de manos. Voy con regularidad a que me den un masaje. He probado los masajes suecos, los Shiatsu, unos especiales para revitalizar los tejidos, y muchos otros, La combinación de sauna y masajes es mucho mejor que cualquier tranquilizante. Me encantan todos los tipos de baños, de calor húmedo o seco, baños fríos o calientes, baños de sol, de barro y baños termales. Son técnicas de curación de la Antigüedad. La forma más importante que tiene el cuerpo de eliminar toxinas es a través de la piel. Cada vez hay más organizaciones y clubs de la salud, porque la gente quiere estar sana —el auténtico afrodisíaco es la salud.

Una tarde, cuando estaba en la sauna, una mujer me contó que se sentía muy sola porque su novio se había ido a un viaje de negocios. Por las noches llegaba a su piso e intentaba consolarse viendo la televisión. Estaba empezando a engordar y cada día estaba más deprimida. Le dije que yo, aunque vivía sola y estaba muy ocupada, procuraba siempre tener tiempo para estar conmigo misma. Tener una tarde para mí sola era fantástico. Le hablé de mis rituales de amor en solitario. Le gustó tanto la idea que estaba deseando llegar a su casa y empezar a tener un romance consigo misma. El amor en solitario es fundamental para la salud, y la masturbación también. El orgasmo y los rituales de placer sirven para curar muchos males.

Las adicciones afectan al cuerpo a la mente y al espíritu. Me encuentro cada vez mejor a medida que avanzo en mi proceso de desintoxicación. Tengo que agradecérselo al amor en solitario, que me proporciona más placer en el sexo que antes. Tengo mejor salud gracias a que hago ejercicio y tengo una alimentación sana. Sigo practicando la meditación para entender mejor las fuerzas superiores del universo. Esto es lo que me permite decir si o no a las adicciones.