La masturbación como meditación

Escribir, ilustrar y publicar mi primer libro, que se llamaba La masturbación como liberación, supuso un verdadero reto para mí. Un minuto antes de que llegara en original a la imprenta tuve una inspiración y decidí añadirle un subtitulo: Reflexiones sobre el amor en solitario. Me gustaba la idea de la masturbación como una forma de reflexionar, de meditar, y me encantaba lo bien que sonaba el título. Pero me encontré con que no sabía explicar por qué la masturbación podía ser una forma de meditación. Sabía que era verdad, pero no podía demostrarlo.

Al año siguiente, empecé a hacer meditación trascendental. Recitaba mi mantra dos veces al día durante veinte minutos, y me sentía mucho mejor después de hacerlo. Luego, durante un tiempo, estuve tan ocupada que se convirtió en algo esporádico. Una noche, mientras me masturbaba, se me ocurrió la idea fantástica de repetir mi mantra al mismo tiempo. Le daba una dimensión espiritual al amor en solitario. En vez de hacerlo dos veces al día durante veinte minutos cada vez, empecé a meditar todas las noches durante cuarenta minutos con el vibrador. Repetía mi mantra y terminaba con un orgasmo. Es lo que se llama masturbación trascendental.

Estaba claro que la masturbación era un ritual con el que lograba la armonía entre el cuerpo y la mente, igual que con la meditación. Después de tener un orgasmo, o después de meditar, siempre tenía una sensación de paz. El cuerpo tranquilo y la mente relajada. Cuando me di cuenta de que la masturbación era una forma de meditar, pensé: «¡Aleluya! Ahora todo el mundo querrá probarlo».

Se lo dije a todos mis amigos que practicaban la meditación y se quedaron perplejos; les parecía que era casi una blasfemia. Mi obsesión con el sexo me había llevado a la irreverencia. Mis amigos eróticos se rieron, les parecía muy gracioso combinar las dos actividades. Hubo algunos que me dieron unas palmaditas en la cabeza, convencidos de que solo quería darle más importancia a la masturbación de la que tiene. Creían que era otra de mis alucinaciones sexuales.

A nadie le interesaba el tema. La comunidad espiritual quería sublimar su energía sexual, y la comunidad sexual solo quería disfrutar sin preocuparse por ritos esotéricos. Al final, dejé de usar mi mantra al masturbarme y, sin protestar, volví a mis viejas fantasías sobre burdeles.

Pero por fin logré reunir datos científicos para demostrar mis teorías eróticas. Mi amigo Raymond, que había estudiado Medicina, estaba dirigiendo una investigación en la Facultad de Medicina de la Universidad Rutgers sobre la importancia de la mente en el orgasmo. Quería descubrir los efectos del sexo sobre los dos hemisferios del cerebro. Yo no sabía nada acerca del tema. Iba a utilizar un electroencefalograma (EEG) para estudiar la actividad del cerebro, y a la vez observaría los cambios cardiacos, circulatorios y musculares que experimentaba el cuerpo. Raymond pensó que yo sería un buen objeto de estudio, y le dije que sería un placer correrme para la ciencia y para el Banco Nacional de Datos. Me hacia mucha ilusión poder obtener toda esa información fisiológica sobre mi cuerpo y mi cerebro.

Cuando llegó el día señalado, llegué a la Universidad con un zumo de zanahoria en el cuerpo. Los voluntarios no podían tomar ningún tipo de droga. Me habían pedido que me llevara el vibrador y un disco que me gustara. Mis amantes serían los Allman Brothers con su disco Cómete un melocotón. La habitación tenía una luz muy suave y había incienso para que no oliera tanto a hospital. Enseguida me sentí como sí estuviera en mi propia casa.

Dos enfermeras guapísimas me pegaron unos cables con celo en la cabeza, en el pecho, en la vagina e incluso en los dedos de los pies. No tenían ninguna prisa, y no se fueron hasta estar seguras de que estaba cómoda. Quedé totalmente aislada. Solo había un interfono para comunicarme con el exterior. Mis reacciones sexuales y mi orgasmo serian, medidos por unos aparatos y estudiados por unos científicos, a los que no vería nunca. Toda la escena ya me estaba poniendo marchosa.

Mi fantasía sexual era imaginarme a mis tres amantes anónimos, vestidos con batas blancas, observando los resultados del estudio del sujeto número 5.503. Tuve un orgasmo mediano casi al final del disco, cuando hay un solo de batería. Empecé a respirar como en los ejercicios de yoga, puse el vibrador a más velocidad, y me instalé para tener uno grande con la música del batería de fondo.

Justo un minuto antes del éxtasis se cortó la música. No entendía nada. Se oyó una voz fría e impersonal por el interfono: «Gracias. Eso es todo. Ya puede irse».

¡Increíble! Los tres científicos me habían dejado a medias justo cuando me iba a correr. ¡Mierda! Todos los hombres son iguales. Estaba indignada. Se habían perdido mi superorgasmo por tres segundos. Todavía no me había recuperado cuando entraron las enfermeras.

«Estaba a punto de tener un orgasmo increíble», les expliqué: «Díganles que quiero seguir».

«Lo siento —dijo una de ellas—, se necesita la habitación para el siguiente sujeto de estudio.»

Estaba aturdida, y me parecía que era una pérdida terrible para la ciencia. Pero tuvieron el detalle de dejarme usar otra habitación para terminar de tener el orgasmo. Seguí con mi fantasía, imaginándome que todos los aparatos que tenían empezaban a echar chispas cuando me corría.

Más adelante supe el motivo de que mis amantes técnicos hicieran un cortocircuito en mi orgasmo. ¡Se temían que pudiera terminar siendo un ataque al corazón! Según sus gráficos y sus cuadros, el éxtasis era perjudicial para mi salud. ¡Qué sabrán los científicos! Había tenido orgasmos como ese toda la vida. A mi corazón le encantaba, y siempre me encontraba fenomenal después de tener uno —relajada y en paz con el mundo.

Los resultados del EEG eran fascinantes, pero ¿qué demonios quería decir todo aquello? Raymond me explicó la teoría de que el cerebro manda unas descargas eléctricas de diversa frecuencia que se han clasificado como beta, alfa, zeta y delta. Cuando estamos despiertos, estamos en la frecuencia beta, el dominio de la consciencia y el raciocinio. Es cuando las descargas van más rápido. Estas empiezan a ir cada vez más lento, a medida que el cerebro entra en las frecuencias mencionadas y por ese orden. Alfa es el dominio de la creatividad. Durante el día, las personas entran a menudo en este estadio sin darse cuenta. Es el ámbito de la intuición, la inspiración, y es cuando se sueña despierto. También existe lo que se llama el sueño alfa, cuando se tienen sueños que luego se recuerdan. Zeta es el sueño profundo, cuando se sueña poco o nada —es un nivel de trance o estado hipnótico. Había oído hablar de maestros de yoga que entran en el estadio zeta conscientemente a través de la meditación. Delta es en nivel más profundo, en el que la actividad muscular voluntaria se suspende y sobreviene el estado de coma.

El experimento de Rutgers estaba en lo cierto, En cuanto enchufé el vibrador, mi cerebro entró en el nivel alfa, y se mantuvo ahí durante toda la masturbación menos el momento antes del orgasmo mediano y antes del del superorgasmo, que se perdieron, Al llegar a ese punto de la masturbación, entraba en el nivel zeta. Estaba usando una dimensión más profunda de mi mente para disfrutar del placer. Mi cerebro tenía un sueño rápido, pero profundo y relajante, mientras mi cuerpo se movía haciendo que la sangre circulara más rápido y que todos los músculos entraran en acción. Todo ello en un estado de consciencia.

Los datos del EEG confirmaban que la masturbación era, efectivamente, una forma deliciosa de meditar. Si se hacia conscientemente, proporcionaba una perfecta armonía entre el cuerpo y la mente, igual que la meditación. La meditación erótica era una cosa práctica, natural, y ahora demostrada científicamente. Era una forma de combatir el estrés y la ansiedad, además de ser una experiencia trascendental en armonía con la naturaleza. Pero lo mejor de todo es que era divertido.

Siempre había creído que para meditar era necesario estar sentado con las piernas cruzadas y en un ambiente tranquilo. Pero, en realidad, cuando pintaba entraba en el estado alfa. El sexo y el deporte son dos formas activas de meditar. Recuerdo que una vez, mientras nadaba, entré en un estado de meditación. Los corredores de los cien metros lisos meditaban, y los levantadores de pesas también. Yo era una masturbadora de los cien metros lisos, levantando el peso del placer.

Con todo lo que había aprendido, el sexo tantra se convirtió en algo real, no era solo una palabra bonita. Tantra es una ciencia antigua que utiliza la energía sexual conscientemente. Los que la practican consiguen placer, poder y control sobre su evolución espiritual a través de la actividad sexual. No es yoga, ni religión, aunque ha influido sobre las dos. En los rituales sexuales que se prescriben, se incluye una actividad sexual prolongada con repetidos orgasmos.

Los libros de tantra que había leído se basaban en la heterosexualidad, así que pensé que los rituales se efectuaban con una pareja del sexo opuesto. Luego supe que en uno de los textos más antiguos, las maestras eran las mujeres. La forma más elevada del tantra era el sexo en grupo. A mi modo de ver, los ritos sexuales cubrían un espacio muy amplio. La base de la evolución espiritual está en uno mismo, y el rito básico es la masturbación. Luego viene el sexo en pareja, con la mujer enseñando al hombre a controlar su energía para prolongar el tiempo que dura la actividad sexual, con repetidos orgasmos. El siguiente paso sería el sexo entre tres, lo que rompe con la idea de una sola persona atesorando sexo para ella sola. Esto es decisivo para vivir en armonía con los demás. Uno de los pilares de la evolución espiritual a través del sexo es aprender a compartirlo sin ataduras emocionales ni afanes posesivos. A través de la energía colectiva de los individuos que forman los grupos del ritual, se consigue la paz y la armonía. En mis Terapias, cada mujer tenía un orgasmo cuando combinábamos nuestra energía sexual en un ritual de masturbación dirigida —era mi idea del sexo tantra en grupo.

Me di cuenta de que la masturbación es una meditación sobre el amor en solitario solo si uno se quiere a sí mismo y realiza el ritual de una forma consciente, haciendo de él una celebración sexual. Cuando me masturbaba de pequeña y durante mí matrimonio, solo me preocupaba que no me pillaran. Había aprendido a ser rápida y silenciosa. La sensación de culpa, miedo o enfado no hacia más que aumentar la represión sexual.

El proceso que había empezado al añadir el subtitulo biensonante a mi libro, se había completado. Había estado practicando el sexo como meditación durante bastante tiempo. Utilizaba la energía del sexo para unir mi cuerpo, mente y espíritu en el momento del orgasmo —un momento de placer cósmico.