Las imágenes genitales

Cuando tenía diez años me entró curiosidad por como era yo por ahí abajo. Una tarde que no había nadie en casa, cogí un espejo de mi madre y fui a mi cuarto. Entraba mucho sol por la ventana y vi claramente mis genitales infantiles. Me quedé horrorizada. Tenía una cosa colgando, como lo que tienen los pollos en el cuello. Inmediatamente maldije la masturbación e hice un trato con Dios. Si Él hacía que desaparecieran esas cosas que tenía colgando, prometería dejar de toquetearme, ordenaría mi cuarto y sería buena con mis hermanos pequeños.

Después de unas semanas de abstinencia examine mis deformidades genitales otra vez. Esta vez lo hice con más detenimiento y me di cuenta de que tenía el labio menor izquierdo más pequeño que el derecho. Decidí cambiar de lado y seguir toqueteándome basta que los dos estuvieran iguales. Después, lo dejaría para siempre. Durante el resto de mi infancia, y hasta la madurez, me masturbé con el dedo en el lado izquierdo de mis genitales. Mis labios menores no se igualaron, ni se cayeron. Nunca le conté a nadie lo de mi deformidad. Era otro defecto más de los muchos que tenía, y durante mucho tiempo me sentí muy incómoda con mi cuerpo.

A los treinta y cinco años seguía teniendo una mala imagen mental de mis genitales. En el pasado me había tirado a muchos hombres, pero estaba demasiado incomoda para tener un orgasmo. No me parecía muy higiénico que alguien me chupara los genitales. Además, me lo vería todo. Si algún amante me hacia sexo oral enseguida le hacía volver a la postura normal.

Después de divorciarme estaba dispuesta a probarlo todo, Blake me enseñó el sexo oral, y descubrí que no era solo un sustituto de algo mejor. Mis orgasmos eran mucho más intensos. Un día, después de un clímax muy profundo, me dijo: «Tienes un coño precioso. Déjame que te vea a la luz». Se puso las gafas, y casi me muero. Enseguida dije: «Preferiría que no lo hicieras». Y pensé que esto solo se le ocurriría a un loco pervertido. Me preguntó qué problema había, y me puse colorada. Le confesé que me había estirado los labios menores. Me miró perplejo. Luego me abrazó y me dijo: «Cariño eres perfectamente normal. Hay muchas mujeres como tú. Y te diré aún más, es mi estilo favorito».

Tuve suerte de que fuera experto en genitales femeninos. Se fue directo hacia un armario y volvió con un montón de revistas porno que trataban sobre los distintos tipos de genitales femeninos, con su correspondiente término en argot. Me quedé sorprendida, pero me interesaba bastante. Debía ser humillante para estás mujeres posar con liguero y medias de rejilla, enseñándolo todo. A pesar de ello, empecé a mirar las fotos y, efectivamente, había una vulva como la mía, y otra, y otra. Estuvimos viendo varias revistas juntos y aprendí mucho sobre el aspecto de los genitales femeninos. ¡Qué alivio! Aquel día descubrí que no era fea ni deforme. ¡No me lo podía creer! Todos los años que estuve yendo al psicoanalista no me habían ayudado a sentirme a gusto con mi cuerpo. No me extraña que no me gustara el sexo oral y que siempre quisiera hacer el amor a oscuras. Después de pasar media hora viendo revistas porno, cambió mi actitud hacia el coño.

Al poco tiempo pinté mi primer autorretrato genital. Mientras posaba para mí misma delante de un espejito, me di cuenta de que durante todos los años que había pintado desnudos, los genitales femeninos no habían sido más que un triángulo de pelo. Era otro ejemplo más de mi ignorancia sobre el sexo y sobre mi propio cuerpo. Hubiera sido todo muy distinto en mi evolución sexual si hubiera podido ver dibujos bonitos de los genitales de personas adultas en un libro sobre el sexo.

Nunca me había gustado la palabra coño. Se utilizaba siempre en un sentido negativo. Cuando los hombres la usaban enfadados, me daba asco y miedo. Pero cuando un amante la decía con pasión, me parecía muy sexy. Casi todas las mujeres decían vagina, pero científicamente la vagina es lo que une los genitales exteriores con el útero. Sería más correcto usar la palabra vulva, que abarca los labios mayores y los labios menores, y entre ellos se abren la uretra y la vagina. Pero suena como una marca de coche: «Mi vulva es muy rápida». También se puede decir pudenda, pero es un poco excesivo «Mi pudenda pedante». Aunque me gustan mucho los animales, la palabra conejo tampoco me parecía la más adecuada. No me quedaba más remedio que decir genitales femeninos, a no ser que me decidiera a usar la vieja palabra coño. Un día que estaba muy inspirada, me puse delante del espejo y repetí en voz alta: «Coño, coño, coño…», como cien veces hasta que me entró la risa. Al final dejó de tener un sentido negativo. Y para continuar con el proceso de aceptación de mis genitales empecé a usar esta palabra.

En 1973 empezamos a planear la primera conferencia del NOW sobre la sexualidad femenina. En una de las primeras reuniones que tuvimos, una amiga me preguntó: «¿Qué te gustaría hacer en la sesión plenaria?» Contesté sin vacilar: «Quiero poner unas diapositivas para feministas con el conejo partido». Todas se echaron a reír. Tuve que explicar que era argot porno y que se refería a un determinado tipo de vulva. Una de las mujeres dijo que le parecía un término muy machista. Le aseguré que se me ocurriría uno más adecuado y que traería las diapositivas. En el primer borrador de la conferencia, esta se llamó La creación de una estética para los genitales femeninos, que es una manera fina de decir Hay que cambiar la actitud hacia el coño. Me daba lo mismo cómo se titulara. El caso es que me dejaran hacerlo.

Empecé a llamar a mis amigas para pedirles que posaran para la primera pornografía feminista. Reaccionaron todas muy bien, y alrededor de veinte mujeres y dos fotógrafas se encontraron en mi piso. Era una reunión fantástica. Las luces y la cámara estaban colocadas en el dormitorio. Las mujeres estaban charlando en el salón, mientras se recortaban el bello púbico de diferentes formas para los retratos de sus coños. Nos turnamos para posar con nuestros genitales en una posición natural, luego con los labios mayores abiertos, y una enseñando el clítoris. Después, cada una de nosotras tenía un espejo, y teníamos que poner nuestros genitales de la forma que más nos gustara.

Se oían toda clase de huuus y haaas, y comentarios como: «Qué bonito». «Mira qué textura, parece una perla», y «Qué color tan exquisito». De vez en cuando se oían aplausos, cuando una mujer exponía sus genitales con un arte especial. Empezamos a ver formas y dibujos, y a asociarlos con la naturaleza: una concha, una flor, una piña, una orquídea e, incluso, la barba del pollo (ahora encuentro que los pollos son muy sexy). Descubrí que había diferentes estilos: el coño clásico con mucha simetría, un estilo barroco con pliegues complicados y cortinajes, el coño gótico con arquerías, y el danés moderno con trazos sencillos. Había muchos coños con forma de corazón. Cuando nos dimos cuenta de que el dibujo de un corazón era igual que los genitales de una mujer cuando se abren los labios exteriores, cambió para nosotras todo el simbolismo del corazón.

Descubrimos que había una enorme variedad de clítoris —desde perlas pequeñas como semillas hasta joyas de un tamaño considerable. En el diccionario, el término phallus se refiere tanto al pene como al clítoris. Estábamos cambiando nuestra imagen de eunuco a la de mujer fálica. También existía una gran variedad en la distancia entre el clítoris y la apertura de la vagina. Una mujer que tenía el clítoris muy cerca de la vagina decía que podía alcanzar el orgasmo solo con la penetración. Creí que tenía las bases para una nueva teoría, hasta que otra mujer con las mismas características dijo que siempre necesitaba estimulación en el clítoris para tener un orgasmo. Había una mujer que no conseguía que sobresaliera su clítoris. Estaba convencida de que no tenía hasta que se apretó con los dedos a ambos lados. Solo se veía la punta de su tímido clítoris. Pero funcionaba igual de bien que cualquier otro.

La apertura de la vagina no era en absoluto un agujero, sino pequeños pliegues rosas que adoptaban formas diferentes en cada mujer. Nos fijamos por primera vez en las diferencias del bello púbico. Algunas mujeres tenían unas matas oscuras y fuertes, y otras lo tenían fino y escaso. Una mujer se lo afeitó y se convirtió en nuestro coño futurista, Sus genitales eran fuertes y bonitos. La variedad de color iba del rosa pálido al marrón oscuro, y una mujer tenía el coño bicolor. Sus labios menores eran marrón oscuro rodeados de un color rosado. Otra mujer, que tenía unos genitales muy oscuros y un bello púbico negro, decía que su marido la llamaba la orquídea negra.

Mantuvimos conversaciones muy animadas durante toda la tarde. También hubo instantes de silencio en los que nos quedábamos todas pensativas. En un momento, cerré los ojos y vi todos los coños exquisitos, uno detrás de otro, en mi mente. Estábamos formando nuestras propias imágenes genitales —no la versión masculina de los conejos y los chochos, sino la versión femenina de la flor de loto abriéndose para la nueva era de Acuario.

Enseñé las diapositivas a más de mil mujeres en la conferencia del NOW. Al final, cuando se encendieron las luces, hubo una ovación larguísima. Se me puso la carne de gallina, mientras tenía un orgasmo emocional con aquella multitud de amantes. Después de ese día muchas mujeres me contaron experiencias muy positivas. Hubo varias que me dijeron que sentían que habían cambiado de una forma drástica después de ver las diapositivas. Otras me contaron que ellas también habían creído que eran deformes durante mucho tiempo. Una mujer le pidió un aumento de sueldo a su jefe, ¡y lo consiguió! Al cambiar de actitud hacia su coño, había cambiado también la imagen que tenía de sí misma y pensaba que se merecía más dinero.

Un año después hice una serie de dibujos a tinta sobre las diapositivas para mi libro La masturbación como liberación, y la incluí en la exposición de las diapositivas, junto con un dibujo de una concha, otro de una orquídea, y un collar de un coño de jade. Me parecía que era una información visual importantísima para las mujeres, y me obligué a mí misma a decir que sí siempre que me pidieran que diera una conferencia. Viajé por todo el país con mi colección de diapositivas de los clítoris sagrados de las sacerdotisas del templo, o el conejo partido, según el punto de vista de cada uno. La diferencia entre erotismo y pornografía está en las personas que lo ven. Enseñé mis diapositivas de los genitales femeninos en Nueva York, New Jersey, Connecticut, Florida, Kansas, Colorado y California. Universitarios, grupos de mujeres y profesores de sexualidad tuvieron la oportunidad de cambiar su actitud hacia el coño. Me parecía que había reivindicado la palabra coño después de nombrarla mil veces con amor desde los diferentes escenarios —Germaine Creer fue el primero en utilizar el término en un articulo que leí en el año 1969, titulado «Ama a tu coño, mujer».

A finales de los años setenta, las imágenes genitales femeninas empezaban a ser un tema importante en el arte hecho por mujeres. Hasta entonces, las flores que pintaba Georgia O’Keeffe eran solo eso, flores. Ella misma negaba que sus cuadros de temas florales fueran representaciones de vulvas. Entonces, Judy Chicago y compañía revolucionaron el mundo del arte con La cena. La mayoría de los treinta y nueve platos de cerámica que diseñó tenían un dibujo de un coño precioso. Muchas mujeres me mandaron diapositivas de sus cuadros de coños, incluyendo autorretratos genitales inspirados en mis dibujos a tinta. También recibí una pieza preciosa de cristal, que representaba el dibujo del coño que salió en la tapa de mi libro La masturbación como liberación. Llegó un momento en el que pensé que se acabarían haciendo sábanas y toallas con dibujos de coños. Una amiga mía, que era diseñadora, fabricó un papel pintado para decorar con vaginas, pero nunca lo vendió. Lo que sí tuvo bastante éxito fueron las joyas con temas genitales. Preciosos coñitos y pollas hechos de plata, oro, cristal y cerámica adornaban orejas, dedos y cuellos. Yo incluso me compré un trapo de cocina con un coño adorable en el medio.

En la universidad, algunos libros de texto sobre el sexo han incluido el tema de las imágenes genitales, y se discuten las diferencias entre las formas femeninas y las masculinas. Pero se ha hecho muy poco en el Bachillerato, donde más falta hace, sobre todo ahora que los jóvenes se desarrollan tan deprisa sexualmente. El mundo será más civilizado y humano cuando las bellas imágenes genitales y la actitud positiva hacia la masturbación formen parte de la educación de todos los jóvenes. Pero, a pesar de ello, hay ciertos avances. El otro día vi a la hija de una amiga con una chapa rosa que ponía VIVA LA VULVA.

Si todas las personas crecen con una imagen positiva de los coños y de las pollas, no creerán que son deformes. Es importante, sobre todo, que las mujeres vean imágenes genitales que incluyan el clítoris. Si la mujer entiende el papel que juega el clítoris en el placer sexual, le puede enseñar a su amante a estimularla para llegar al orgasmo.

Una vez leí una carta en una revista de sexo muy conocida. Iba dirigida a un médico que tenía una columna en la revista. Me puse furiosa. Se llamaba «Grandes labios vaginales», y una mujer de veinte años decía que recientemente había notado que sus labios menores se habían agrandado. Quería saber si podía ser por la masturbación y qué hacer al respecto. El médico le contestó que podía ser hereditario y que «… si al masturbarse tira usted de los labios, pueden agrandarse. Si es tan grave que se avergüenza y no quiere tener relaciones sexuales, es relativamente fácil reducir el tamaño». Le recomendaba una visita a la consulta del médico, un poco de novocaína y ras, ras —se acabaron los problemas. Me abstendré de insultar a este médico y solo diré que no tenía una actitud positiva hacia el coño.

Otra recomendación de los médicos que me parece ofensiva es la circuncisión femenina. Una amiga mía, que solo tenía orgasmos con un vibrador, quería tenerlos también con en pene de su pareja. Le preguntó a su médico, quien le dijo que si se hacia la circuncisión su clítoris podía ser más sensitivo. Solo sugirió que la operación podía ayudar. Era un procedimiento muy sencillo —un poco de novocaína y ras, ras. Se hizo la circuncisión y tuvo una infección, por lo que tuvo que estar dos semanas más de lo que se le había dicho en un principio. Cuando se recuperó, seguía sin poder tener un orgasmo mediante la penetración. En mi opinión, tanto la circuncisión masculina como la femenina son innecesarias.

¡Ha llegado el momento de olvidar el ideal romántico de tener todos los orgasmos con la polla de Romeo dentro del coño de Julieta! Si una mujer puede tener orgasmos masturbándose, es orgásmica. Los hombres llaman frígidas a las mujeres que no pueden tener orgasmos en la postura tradicional, en pocos minutos y con la estimulación que a él le gusta. La verdad es que muy pocas mujeres alcanzan el orgasmo solo mediante la penetración, sin otros estímulos. (¡Imagínense a un hombre intentando tener un orgasmo sin tocarse la punta de la polla!) No hace falta correrse para disfrutar del sexo, pero una mujer que no consigue tener orgasmos la mayoría de las veces no puede mantener una actitud positiva hacia el sexo durante mucho tiempo.

El papel crucial del clítoris ya está claro. Hoy en día, clínicos especializados en el sexo utilizan la masturbación como terapia para mujeres y hombres con problemas. A pesar de la teoría reciente del punto-G, que hizo que las mujeres se dedicaran a buscar un sitio mágico dentro de la vagina que producía el orgasmo, el clítoris sigue siendo nuestro órgano sexual más importante. Hasta ahora no he conseguido encontrar mi punto-G. Todo el asunto me recordaba a Linda Lovelace en la película porno Garganta profunda: ella creía que su clítoris era esa cosa que cuelga del fondo de su boca, evidentemente una fantasía sexual masculina. Pero tengo un par de amigas que adoran su punto-G y eso está muy bien.

La penetración vaginal es muy erótica, sobre todo cuando se hace con estilo y con sensibilidad. Tanto la parte exterior como la parte interior de los genitales femeninos producen sensaciones maravillosas. Algunas mujeres prefieren los orgasmos solo mediante la penetración: otras quieren estimulación en el clítoris a la vez; y algunas prefieren el sexo oral. También hay mujeres como yo, que lo quieren todo, incluyendo la masturbación.

La obsesión por la liberación de la mujer me tuvo tan absorbida que, durante diez años, no pensé siquiera en la importancia que tiene que los hombres tengan una actitud positiva hacia la polla. Daba por hecho que a casi todos los hombres les gustaba su pene, sobre todo por los privilegios que supone tener uno. Pero estaba equivocada. Las mujeres no son las únicas que no están contentas con su cuerpo y sus genitales. La represión sexual afecta a ambos sexos.

Cuando un hombre disfruta con la masturbación y se siente a gusto con su vida sexual, le gusta su pene. Pero para un hombre impotente no es más que la causa de muchas decepciones. El pene puede ser una constante tentación para un religioso que ha hecho votos de castidad, o para un marido monógamo. El resultado del odio exagerado hacia el pene pueden ser imágenes y fantasías de castración. El miedo a la castración se debe probablemente a la represión de la masturbación masculina. El niño que está jugueteando tan contento con su pito acaba traumatizado cuando su madre le amenaza con cortárselo si no se está quieto.

Blake dice que cuando estaba casado y tomaba pastillas para la depresión, su polla le recordaba continuamente su frustración sexual. Quería a su mujer, pero también quería tener aventuras sexuales. Ni siquiera podía disfrutar de la masturbación por miedo a ser descubierto. Llegó al punto de imaginarse que ponía el pene en el alféizar de la ventana y la cerraba con todas sus fuerzas. Tuvo esta fantasía de castración más de una vez.

Cuando se divorció y tuvo unas cuantas aventurillas, la relación con su polla cambió drásticamente. Se pasó días enteros, o eso le parecía a él, tocándosela, libre por fin de masturbarse cuando quisiera. Hace poco, a los sesenta y tres años, le hizo una foto a su pene en plena erección y le mandó este retrato a una de sus amigas en Michigan. Debajo ponía Pensando en ti.

Muchos hombres heterosexuales no dan importancia a su polla, a no ser que sea muy pequeña o muy grande. Los que la tienen muy pequeña casi siempre la quieren tener más grande, a no ser que hayan aprendido a ser amantes fantásticos. Los que la tienen enorme impresionan mucho a otros hombres, pero a lo mejor asustan a las mujeres.

A la mayoría de las personas les gusta un tamaño medio, exceptuando algunos hombres y mujeres que consideran que el hecho de que la polla sea muy grande mejora la relación sexual. No sé si hay datos científicos sobre el tamaño medio de un pene normal, pero imagino que entre trece y diecisiete centímetros cuando está en erección. Eso no quiere decir que un hombre que lo tenga más grande o más pequeño no pueda tener una actitud positiva hacia su pene. No es el tamaño del pez lo que importa, es el movimiento de las olas.

Algunas pollas se curvan de forma natural hacia arriba y otras se curvan hacia los lados. Incluso he visto una que se curvaba hacia abajo. Pero ninguna de estas tendencias interfiere en una buena relación sexual.

El grosor y la longitud varían en los penes de los hombres igual que en el clítoris de las mujeres. El pene puede ser corto o largo, grueso o delgado. La forma, el tamaño y el color de la punta cambian, igual que en los clítoris. La punta puede ser afilada, desigual por los bordes, o plana.

Hay pollas clásicas y muy simétricas, pollas barrocas con venas y pliegues complicados y pollas danesas modernas con trazos sencillos, lo mismo que los estilos de los coños. Hay todo tipo de colores: beige, color melocotón, marrón, lavanda, y rosa.

Es solo un sueño, pero creo que cuando los hombres adoren de verdad sus falos, las armas y los misiles MX estarán obsoletos. Imagine un gobierno con una imagen positiva de los coños y de las pollas.