Orgasmo, orgasmo, orgasmo

Aunque venga de un amante, una bañera, un osito de peluche, un dedo, una lengua o un vibrador, un orgasmo es un orgasmo. Mis rituales de orgasmo, al principio, eran muy sencillos. Tardaba alrededor de diez minutos en tener uno, y luego lo dejaba. Solo me concentraba en las sensaciones de mi cuerpo. Poco a poco empecé a tomarme más tiempo y a ser mejor amante. Tardaba más en correrme, porque paraba de repente para crear más tensión sexual antes de llegar al orgasmo. Luego empecé a imaginar situaciones eróticas, con lo que mis orgasmos mejoraron mucho. Para desarrollar una fantasía, primero intentaba recordar alguna buena experiencia sexual que hubiera tenido. También leía libros sobre el sexo, o sobre el arte del sexo, y miraba revistas porno que me gustaran.

Lo solía hacer con el dedo; me lo metía en la vagina para humedecerlo y, a veces, con otro dedo me tocaba el clítoris. Siempre era un verdadero placer. Una noche lo hice mientras me miraba en un espejo con aumento. Era fabuloso, casi como ver una película erótica en una mini-pantalla. Fui adquiriendo cada vez más estilo en la manera de hacerlo. Veía como mis labios vaginales se ponían de un color rojo oscuro y mi clítoris se hacia más grande por momentos. Me hacía un masaje interno con tres dedos, lo que aumentaba la lubricación, y mis jugos sexuales brillaban a la luz. Al final movía la mano tan rápido que la veía borrosa justo antes de correrme. Cuando llegaba al orgasmo, se me cerraban los ojos y se acababa el espectáculo, como cuando se cierra el telón en el teatro.

Al principio nunca tenía más de un orgasmo cuando me masturbaba. Mi clítoris siempre estaba demasiado sensible justo después de tener uno. Un domingo por la tarde, cogí una vela blanca, le di la forma de un precioso pene y me la metí mientras me tocaba el clítoris. Después de tener un orgasmo considerable, todavía tenía marcha, pero estaba demasiado sensibilizada para hacerlo otra vez. De repente se me ocurrió que podía intentar respirar de la misma manera que se les enseña a las mujeres para soportar el dolor en un parto natural. Empecé a hacerlo para poder tolerar más placer, y descubrí que lo podía hacer si me tocaba con más suavidad. En poco tiempo desapareció la hipersensibilidad y estaba a punto de tener otro orgasmo. En vez de parar y aguantar la respiración, a partir de entonces respiraba más fuerte para soportar la sensación. Lo que antes me parecía dolor ahora me parecía una nueva forma de placer.

Más adelante empecé a hacer un ejercicio con el que aprendí a controlar las sensaciones de mi cuerpo. Después de un baño caliente, o de una sauna, me metía en agua fría. Al principio me horrorizaba la idea. Siempre había evitado los dos extremos, porque ambos eran demasiado intensos. Pero, en realidad, era una sensación fantástica que estimulaba la circulación y los sentidos. El espacio que existe entre la idea y la acción es la inhibición. Mi capacidad para moverme por ese espacio estaba en relación directa con mi deseo de encontrar placeres nuevos.

Lanzarme al placer se me hacia cada vez más fácil. A finales de los años sesenta tuve el primer orgasmo con un vibrador. Pero no era un vibrador de verdad, sino un aparato para darse masajes en la cabeza que Blake tenía. Una noche me pregunto si me apetecía que me diera un masaje, y empezó a dármelo por la cabeza. Era fantástico. Poco a poco bajó la mano hacia el resto de mi cuerpo, y me empezó a latir el corazón cada vez más fuerte. Pegué un salto cuando noté los movimientos rápidos de su mano sobre mi clítoris. Era un placer tan intenso que no pude evitar sujetarle en brazo. Me preguntó si quería que lo dejara, y le contesté que no. Respiré para disfrutar bien de la sensación, y después de tres orgasmos maravillosos sentía que había entrado en otra dimensión.

Entonces me compré un aparato como el de Blake. Se sujetaba con la mano y hacia que los dedos vibraran con rapidez. Me ponía el dedo sobre el clítoris y el resultado era fantástico; además, casi no hacia ruido. Me corrí enseguida, pero no pude seguir porque el vibrador se había calentado demasiado, y no era nada divertido jugar con un juguete que estaba tan caliente que no se podía tocar.

A principios de los setenta, salió al mercado un nuevo aparato eléctrico para dar masajes. Era un cilindro muy grande que hacía el mismo ruido que un camión cuando va en segunda. El mango media unos veinte centímetros y tenía una cabeza de siete centímetros. Cuando se lo enseñé a mis amigas por primera vez, casi, se desmayan, hasta que les expliqué que no era para metérselo dentro. Toda esta maquinaria estaba pensada para hacer vibrar a mi dulce clítoris. Fue el principio de un romance apasionado con un aparato al que puse el nombre de Mack, el forzudo. (Una amiga mía se compró uno enseguida, y le llamó Pierre, el suertudo.)

Al principio lo usaba sobre todo para el cuello y los hombros, como indicaban las instrucciones. Tardé algún tiempo en aprender cómo se podía dirigir toda esa energía hacia el placer sexual. Una noche, Mack y yo sorprendimos a mi clítoris debajo de una toalla doblada. Ocurrió justo lo que me temía —¡fue un éxtasis inmediato! Estaba abrumada por el placer. Además se podía regular la velocidad. Podía tener unos orgasmos increíbles sin que Mack se calentara demasiado.

Ahora, mirando hacia atrás, me parece que hubo un momento en el que mis sentimientos por Mack casi se convierten en amor. Compré varios y se los presté a mis amigas, para no tener que compartir el mío. Terminé comprándolos por cajas cuando empecé con las Terapias, hasta que un día descubrí que Mack, el forzudo, ya no se fabricaba. Creí que el gobierno estaba siguiendo una política de reducción de orgasmos. Sin embargo, Dios aprieta pero no ahoga, porque pronto apareció otro aparato que daba masajes. Era más bonito y más fino, y tenía un motor que ronroneaba como un gato.

Cuando llegaba a casa, siempre estaba esperándome mi fiel Pandora para darme unas horas interminables de placer. Nunca le dolía la cabeza, ni estaba demasiado cansada para hacerme caso, y no le importaba que de vez en cuando me apeteciera hacerlo con gente. Lo que me salvó de empezar a tomarme en serio nuestra relación fue analizar cuidadosamente los inconvenientes de Pandora: mucho ronroneo, pero nada de conversación, y siempre tenía que ser yo la que llevara la voz cantante. Pero quería a mi vibrador tal y como era: un juguete maravilloso que transmitía buenas vibraciones.

Seguí teniendo relaciones sexuales con mis amantes y dejé de pensar que me iba a volver adicta al vibrador. También dejé de preocuparme porque se me iba a estirar el clítoris y porque me iba a volver poco sociable. Nunca pasó nada de eso. Era mucho menos sociable cuando era adicta al amor. En aquella época, lo que empezaba como algo placentero se convertía enseguida en dolor, a medida que me iba obsesionando con la persona a quien quería. Nunca he estado obsesionada con un vibrador. Mi experiencia con otras adicciones me ha enseñado que el dolor y la frustración hacen que se cree una fijación. Era como un conejillo de indias: los que están condicionados por el dolor siguen siempre el mismo camino, mientras que los que están condicionados por el placer buscan nuevas aventuras.

Hasta finales de los setenta solo utilizaba un vibrador para mis rituales de masturbación. Luego empecé a hacer experimentos con la penetración. Me ponía algo en la entrada de la vagina mientras me estimulaba el clítoris con el vibrador. Hacía una penetración lenta y sensual apretando y relajando los músculos. Justo antes de correrme hacía fuerza con las piernas para sujetar lo que fuera que tuviera dentro. Sujetaba el vibrador con las dos manos a la vez que ponía tensas las nalgas y me dejaba llevar.

Me encantan los pequeños orgasmos que tengo cuando me tomo un descanso sexual de un cuarto de hora. Me dan energía y descargo la tensión. También me gusta el otro extremo, unos orgasmos maravillosos después de un ritual de dos horas. Me voy excitando y luego lo dejo para estar al borde el mayor tiempo posible. Utilizo los movimientos del cuerpo, todas las formas de respirar y todos los pensamientos eróticos de mi repertorio. Me someto por completo al hedonismo. He reído, llorado y gemido mientras intentaba alcanzar el más grande de los orgasmos. Después de tener dos o tres, me quedo como traspuesta, disfrutando del placer. Sigo vibrando y temblando, pero ya sin ningún interés en tener otro porque estoy más allá del orgasmo, en un estado de éxtasis que puede durar hasta diez minutos. Luego vuelvo lentamente a la tierra otra vez.

Esta forma de tener orgasmos es una de las posibilidades que hay. A mí me encanta, pero algunas mujeres prefieren los vibradores en forma de pene que funcionan con pilas. Los vibradores son tan estupendos para tener orgasmos, que se olvida uno de que también lo son para masajes en el resto del cuerpo. Es una forma de estimular el riego sanguíneo en la zona donde se hace el masaje, y es muy bueno para la salud y la belleza corporal. Pero no hay que olvidar que los aparatos eléctricos se deben mantener siempre alejados del agua.

Cuando una mujer utiliza un vibrador por primera vez puede obtener diferentes resultados. Una amiga me contó que ella tuvo un orgasmo intensísimo, pero que no duró nada. Otra me dijo que el suyo fue tan pequeño que solo duró un segundo. Incluso hubo una que tuvo que practicar durante varios meses antes de conseguir algún resultado positivo. A veces se tienen pequeños orgasmos sin que haga falta mucha estimulación. Es muy parecido al fenómeno de la eyaculación precoz. La masturbación es el mejor sistema para aprender a controlar las ganas de correrse, tanto para los hombres como para las mujeres. Tengo algunas amigas que prefieren que la estimulación sea indirecta. Consiguen tener orgasmos mediante la presión, juntando los muslos y tensando los músculos de una forma rítmica. Conozco a un hombre que se masturba presionando su pene contra la cama. Cuando era pequeña usaba el sistema de la presión con una almohada entre las piernas, pero ahora me gusta más el contacto directo. Hay mujeres que prefieren utilizar el agua para estimularse y tienen orgasmos en la bañera con la ducha de teléfono. Una vez una amiga tuvo un orgasmo sin querer en un jacuzzi porque se sentó delante de uno de los chorros de agua. Un orgasmo es un orgasmo.

Hay muchas mujeres que no consiguen aprender a tener su primer orgasmo con agua, ni con presión, ni con la mano. Normalmente, esto ocurre porque no han tenido ninguna experiencia de masturbación y han aprendido a controlar sus impulsos sexuales. Para estas mujeres un vibrador puede proporcionar una estimulación fuerte y regular, para que se recuperen de la privación sensual de la que han sido objeto. Puede que sea la única manera de tener orgasmos durante meses o incluso años, pero no es tan espantoso como pensar que nunca podrán tener uno. Los orgasmos eléctricos son tan satisfactorios como cualquier otro.

La obsesión por portarse bien puede hacer que dejemos de tener sensaciones en los órganos sexuales. Una represión muy fuerte puede bloquear los nervios de nuestro sistema que llevan esas sensaciones hasta el cerebro. Wilhelm Reich, el psicoanalista que escribió La función del orgasmo, definió el orgasmo como «… la capacidad de rendirse ante la energía sexual sin ninguna inhibición; la capacidad de descargar toda la excitación sexual a través de movimientos involuntarios y placenteros de todo el cuerpo». Es una descripción fantástica, pero durante muchos años no me la podía aplicar a mí misma. Igual que otras muchas personas no había podido disfrutar plenamente del orgasmo.

Hasta que cumplí algo más de treinta años, mi pobre cuerpo estuvo maltratado por las resacas, dolores musculares crónicos, falta de ejercicio y mala alimentación —y todo ello interfería en mis sensaciones eróticas. Además estaban los factores causantes de la inhibición: sentido de culpabilidad, miedo, rabia y autocompasión. Estos hacían que no pudiera tener pensamientos eróticos. Mi energía sexual no podía seguir su curso, solo la descargaba a través de mis genitales y tenía pequeños orgasmos, comparables al hipo.

Durante mi infancia y luego en mi matrimonio, la masturbación estaba basada sobre todo en que no me pillaran. Aprendí a ser rápida y silenciosa. Cuando estaba con alguien en la cama procuraba no respirar muy fuerte ni moverme mucho. Nunca estaba relajada, porque solo me preocupaba ser muy femenina todo el tiempo. Lo que ocurría, en realidad, era que tenía muchos prejuicios.

En una de mis Terapias, una mujer casada me contó que tuvo el primer orgasmo a los cuarenta y ocho años. Una noche se puso el vibrador en el clítoris y dos horas después casi se cae de la cama del placer, ¡y pesaba alrededor de cien kilos! Con el vibrador conseguía la estimulación que necesitaba su cuerpo. Ni ella ni su marido habían tenido paciencia suficiente. Ahora están encantados con su nueva vida sexual: para ella la penetración es el aperitivo; cuando él se corre, ella tiene un orgasmo con el vibrador mientras se besan y se abrazan. Están en plena luna de miel sexual.

Otra de las mujeres de las Terapias estaba desesperada después de diez años de matrimonio, un hijo y ningún orgasmo. Se compró un vibrador y se lo puso directamente en los genitales durante mucho tiempo, varias noches seguidas. Estaba decidida a experimentar el placer. Solo consiguió estar dolorida durante unos días. Como no tenía sensaciones en los genitales, en vez de obtener placer sentía dolor. ¡Estaba furiosa! Pero por lo menos el dolor era la prueba de que había vida ahí abajo, y no se dio por vencida. Con un poco más de práctica y más suavidad, empezó a tener sensaciones agradables.

Una amiga mía, que es lesbiana, aprendió a tener orgasmos con un vibrador cuando tenía más de treinta años. Al cabo de un año podía tenerlos con su pareja con sexo oral. Cinco años después se quedó encantada cuando aprendió a masturbarse con la mano. Decía que se sentía más completa ahora que sabía que no dependía de un aparato ni de una persona. Podía tener sus propios orgasmos. Pero el paso del vibrador a la mano no fue fácil, hasta que empezó a hacer uso de algunas fantasías sexuales. Cuando estaba con su pareja pensaba en ella, y cuando estaba sola no pensaba en nada. Ahora, cuando se masturba con la mano, piensa en el sexo. Para excitarse sin un vibrador y sin su amante necesitaba usar la mente.

Conocí a una mujer de treinta y dos años que llevaba diez teniendo orgasmos solamente con un vibrador. Cuando conoció al hombre con el que se quería casar, quiso aprender a llegar al orgasmo haciendo el amor. Cambió su técnica primero. Se empezó a poner la mano entre el vibrador y el clítoris. Lentamente aprendió a responder a un roce más suave. Tardó seis meses en aprender a correrse con la mano, y no tuvo ningún problema con su marido.

Una amiga bisexual que había estado usando un vibrador cuando se quedaba sin pareja, decidió regalárselo a alguien. Decía que sus orgasmos eléctricos eran tan fáciles de conseguir que había dejado de tener fantasías sexuales. Volvió a hacerlo con la mano en un baño de agua caliente, mientras leía un libro porno. Al cabo de unos años, se compró otro vibrador porque se dio cuenta de que podía usarlo, seguir teniendo sus fantasías e, incluso, tener más de un orgasmo, aunque tuviera una pareja.

Las fantasías sexuales pueden estar llenas de contradicciones. Por ejemplo, conozco a una mujer casada que estaba preocupada porque sus fantasías casi siempre eran con mujeres, aunque ella se consideraba heterosexual. Una amiga lesbiana se preguntaba por qué a menudo tenía fantasías heterosexuales, si a ella no le gustaban nada los hombres. Es una pena que nos pasemos la vida con etiquetas sexuales entre las piernas. Mientras nos definamos como heterosexuales, bisexuales u homosexuales en vez de sencillamente sexuales, seguiremos estando enfrentados en el sexo. La minoría moral es la que lleva la voz cantante, mientras que la mayoría sexual permanece en silencio. Ha llegado el momento de apoyar el placer sexual, sea cual sea la forma que adopta. Un orgasmo es un orgasmo.

Una amiga mía, que se consideraba una feminista radical, se empezó a preocupar porque sus fantasías sexuales no eran correctas políticamente, ya que no eran feministas. Yo le aseguré que todas las fantasías eran correctas. Muchas personas se imaginan cosas que en realidad no quieren que les ocurran nunca. También le recordé que se puede ser adicto a las fantasías como a cualquier otra cosa, y le sugerí que cambiara de fantasía. Una de las que empezó a usar era la de ella moviendo su clítoris dentro de la boca de su amante que estaba atado a la cama. Pero cuando se queda atascada, o tiene prisa, vuelve a la antigua, en la que cinco polis irlandeses la violan. Esa nunca falla.

Las fantasías sobre violaciones pueden dar marcha. No creo que sea correcto hablar de fantasías feministas o sexo feminista. La liberación de la mujer no consiste en definir qué es lo correcto en el sexo. Se trata de investigar y aumentar nuestro potencial erótico. Respeto a las feministas que defienden el ideal del amor perfecto entre dos en una relación monógama que dure para siempre. Por lo tanto, pretendo que respeten mi ideal de vivir con una familia de amigos eróticos. Nunca habrá una manera correcta de tener fantasías y orgasmos.

Al comienzo de mi romance con el movimiento por la liberación de la mujer, actuaba como cualquier amante romántico: idealizaba a todas las mujeres. Creía que las feministas habían sido las elegidas para sacar al mundo del lío en el que estaba metido. Hasta que descubrimos nuevas imágenes eróticas parecíamos un ejército, hablando de líneas de fuego, del enemigo, y de cómo ganar la batalla entre los sexos. ¡No era nada divertido!

Al fin me di cuenta de que las feministas no eran perfectas y de que la vida es injusta. Las revoluciones sexuales tienen momentos de esplendor y de decadencia. Solo la evolución personal de cada uno es algo consistente. Erotizando nuestra vida, podemos dar ejemplo a las demás mujeres. En vez de alzarnos contra la pornografía, deberíamos alzarnos a favor de la expresión sexual, de nuevas imágenes eróticas y de convertir el sexo y el placer en arte. Hay que sustituir el feminismo radical por el feminismo erótico a medida que cada mujer abre caminos nuevos en su liberación personal.

La capacidad de soñar y de imaginar cosas ha sido fundamental en mi evolución creativa. La fantasía es una manera de jugar con la mente y de desarrollar la imaginación. Mi arte erótico, las Terapias y este libro empezaron siendo fantasías sexuales.

El poder es una de mis últimas fantasías. Me veo presidiendo en una larga mesa de conferencias, vestida de cuero negro con un cinturón de diamantes. En la reunión están todos los representantes ejecutivos de las grandes multinacionales. Mi propuesta es que eroticemos toda la estructura de estas organizaciones y que el orgasmo esté en el orden del día. Se quedan todos estupefactos cuando les enseño los diseños de las futuras salas de reuniones, llenas de toda clase de maquinaría sexual para garantizar el éxtasis. Se aprueba por unanimidad que el placer es más importante que los beneficios, y ahora que tenemos energía sexual, no nos hace falta la energía nuclear.