Las imágenes eróticas del amor

Mi primera aventura después del matrimonio cambió mi vida sexual. Blake era un hombre apasionante. Tenía cuarenta y dos años, y dinero suficiente para retirarse. Era catedrático y editor, pero lo había dejado todo para dedicarse a los placeres de la vida. Después de divorciarse, dejó de ir al psicoanalista, abandonó las pastillas que este le había mandado y no volvió a beber Martini antes de cenar. Cuando nos conocimos, yo llevaba tres años sin tomar una copa, así que los dos estábamos limpios. Empezamos a chutarnos sexo.

Estábamos encantados con nuestra relación experimental, que era muy intensa. Enseguida cambió la imagen que yo tenía del éxtasis. Antes me consideraba afortunada si tenía un orgasmo cuando hacía el amor. No se echa de menos lo que no se conoce. Ahora tenía varios orgasmos seguidos, y de una intensidad alarmante. Después de uno muy bueno necesitaba que Blake me tranquilizara. ¿Me oirían gritar los vecinos? ¿Estaba seguro de que no era malo para la salud? ¿Le gustaba cómo reaccionaba yo? Fue mi primer contacto con la ansiedad de placer, el miedo a tener algo demasiado bueno. Él decía que yo era la mujer de sus sueños.

Era emocionante poder hablar sinceramente sobre el sexo. En nuestras primeras conversaciones acabábamos enseguida tratando el tema del matrimonio, de la monogamia y de la represión sexual. Le contaba lo de mis masturbaciones frustrantes a escondidas y él me hablaba de las suyas. Me contaba cómo sus relaciones sexuales habían ido decayendo después de estar casado diecisiete años. Hacer el amor se había convertido en una rutina. Siempre sabía todo lo que iba a pasar. No había confianza y la falta de comunicación era deprimente. Conseguía orgasmos extra masturbándose en el cuarto de baño. Quería un poco de variedad en su vida sexual, pero había prometido ser fiel, y era demasiado idealista para buscarse una relación fuera del matrimonio. La única alternativa era la masturbación, que hubiera estado muy bien si lo hubiera hecho sin complejos. Pero igual que yo, se sentía culpable y frustrado. Poco a poco empezó a verse a sí mismo como un viejo verde.

Gracias a nuestras conversaciones empecé a entender cómo la sociedad reprime a las personas. Uno no puede disfrutar tocándose el cuerpo sin sentirse culpable. Cuando me di cuenta de esto, decidí acabar con el sentimiento de culpabilidad de una vez por todas. No formaría parte de mi vida nunca más. Tenía la intención de explorar el sexo en profundidad y sin que interfiriera la Iglesia o el Estado. La mejor forma de aprender algo acerca del sexo y el placer era tener un amante con una mentalidad abierta. Blake y yo superamos inmediatamente los convencionalismos sexuales. Teníamos curiosidad por aprender, queríamos ser receptivos y tener una actitud positiva hacia el sexo. Ensayábamos posturas nuevas y nos turnábamos para masturbarnos uno al otro con la mano o con la boca.

Cuando estábamos juntos no solo se unían nuestros cuerpos, sino también nuestras mentes. ¡Qué alegría haber encontrado un hombre que estaba de acuerdo conmigo en el tema del sexo! Empezamos a reunir información que apoyara nuestras ideas sobre la importancia de la masturbación. Masters y Johnson acababan de publicar sus estudios sobre la sexualidad femenina, echando por tierra la idea de Freud de los orgasmos vaginales adultos. Habían descubierto que los orgasmos se centran en el clítoris, y que clasificarlos como vaginales o clitoridianos era incorrecto.

La controversia sobre la clasificación de los orgasmos no me preocupaba, porque yo tenía de los dos tipos. Me tumbaba boca arriba y Blake de costado y así hacíamos el amor. Con el dedo húmedo me tocaba el clítoris, a la vez que me follaba muy despacio. Era el mejor de los dos mundos. En otra de nuestras actuaciones eróticas, me cogía la mano y me la ponía en el clítoris para que me masturbara. ¡Otra victoria sexual! Así nos podíamos concentrar en nuestros propios movimientos y sensaciones. Yo podía controlarme para tener orgasmos más despacio o más deprisa. Cada vez teníamos orgasmos mejores y más grandes, y a menudo los teníamos a la vez. Era muy divertido, ahora que no había que disimular ni aguantar. El placer producía más placer. Con estas experiencias tan maravillosas, me sorprendió un poco masturbarme cada vez más cuando estaba sola.

Sabíamos que la masturbación había salvado nuestra cordura sexual, y prometimos que no volveríamos a considerarla una actividad sexual de segunda categoría. Sin embargo aunque habíamos decidido que la masturbación seria una parte más de nuestras vidas, la primera vez que la compartimos fue muy difícil para los dos. Después de todo, siempre había sido algo privado. Al principio me sentí muy vulnerable. En cuanto Blake se diera cuenta de que no dependía de él para tener orgasmos, se podía romper su imagen romántica. Me daba miedo arriesgarme tanto. Si en ese momento él hubiera respondido negativamente hubiera vuelto a la postura tradicional con el rabo entre las piernas.

Decidí que primero tenía que ser capaz de mirarme a mí misma en el espejo mientras me masturbaba. Me sorprendí bastante, porque cuando me vi no me pareció nada ridículo ni extraño, sino algo muy intenso y sexual. Hasta ese momento no tenía ninguna imagen sexual de mí misma. Con esta nueva información erótica pude dar el siguiente paso con Blake. Celebramos nuestro Día de la Independencia Sexual, enseñándonos uno al otro que podíamos tener orgasmos de primera categoría sin ayuda de nadie. ¡Nos encantó! Al masturbarnos juntos desmitificamos la imagen romántica del orgasmo y yo bajé del pedestal, poniéndome a la misma altura que el hombre en el mundo del sexo.

No tardamos mucho en descubrir toda clase de novedades, gracias a la libertad que habíamos conseguido. El hecho de podernos masturbar juntos ampliaba mucho las posibilidades de experimentar con cosas nuevas. Viéndome, Blake aprendió lo que más me gustaba y yo aprendí lo que le gustaba a él. Podíamos observar detenidamente las reacciones del otro, sin tomar parte. Veíamos todo el proceso de excitación hasta el orgasmo. Era como un estudio sobre la actitud humana ante el sexo.

Psicológicamente, nuestra intimidad se hizo más profunda. Teníamos libertad para ser más sinceros respecto a nuestros sentimientos —quizá, incluso, nos respetábamos más al compartir esta actividad sexual primaria. De lo que no cabe duda es que cada vez estábamos más a gusto. Por ejemplo, yo tardaba casi media hora en alcanzar el orgasmo y muchas veces me quedaba a medias porque me inquietaba que él se estuviera aburriendo. Ahora sabíamos que podía continuar por mi cuenta, de modo que no nos preocupábamos ninguno de los dos, y yo dejé de darme prisa para tener un orgasmo.

Con la liberación de nuestra masturbación ya no teníamos que estar siempre a la altura de las necesidades del otro. Si a uno no le apetecía hacer nada, el otro podía masturbarse cosa que normalmente excitaba al que no estaba de humor. Blake podía decirme sin tapujos que a veces prefería masturbarse en vez de hacer otra cosa. Se empezó a dar cuenta de que había estado en tensión siempre que había tenido relaciones sexuales. Le parecía casi imposible decir «No, gracias», cuando no le apetecía. La mejor manera de evitar el sexo era empezar una discusión. Pero ahora estaba empezando a superar la idea fija de que follar es la única actividad sexual de verdad.

Logramos nuestra intimidad compartiéndolo todo en el sexo. Estábamos relajados y lo pasábamos mucho mejor. Cada uno era responsable de su propio orgasmo. Esto se convirtió en un argumento clave de nuestro individualismo e igualdad. Así podíamos elegir a la hora de hacer el amor. Nos estábamos alejando del sexo romántico y dirigiéndonos hacia los placeres infinitos del amor erótico.

La sociedad ha tardado mucho en dar imágenes positivas de personas que se han divorciado, de madres solteras o de homosexuales mayores que terminan viviendo solos. La imagen idealizada de una pareja joven y romántica cuyo amor dura eternamente puede mantenerse durante la juventud, pero en la realidad solo ocurre si se muere joven como Romeo y Julieta. Casarse y vivir juntos para siempre funciona en algunos casos, pero hay millones en los que no. Es necesario que la sociedad empiece a comprender los aspectos positivos de las separaciones. El divorcio no es un fracaso, y vivir solo no significa necesariamente vivir en soledad. Dos de los días más felices de mi vida han sido el día que me casé y el día que me divorcié.

Ni Blake ni yo queríamos volvernos a casar y tampoco queríamos vivir juntos. Habíamos pasado la primera mitad de nuestra vida pegaditos a otra persona. Ahora queríamos estar separados. Queríamos conocernos a nosotros mismos como individuos. Era una idea algo radical en el año 1966, y nuestros amigos creían que estábamos locos. ¿Por qué unos enamorados no querían vivir juntos? Después de un año de amor erótico, nos lanzamos a la aventura erótica cada uno por su lado, convencidos de que el amor no tenía un carácter exclusivo.

Se pasa por varias etapas cuando se aprende a vivir sin ser dueño de otra persona. Primero, Blake y yo dejamos de salir formalmente. Empezamos a salir con otras personas e intercambiábamos información sobre nuestros éxitos y nuestros fracasos. Descubrimos lo maravilloso que era compartir el amor erótico nosotros dos, con varias personas más. Ya no pretendíamos que nuestro intercambio sexual fuera para siempre. Sencillamente, íbamos a disfrutar mientras durara.

Volver a ser una persona entera fue como volver a vivir la época de mi juventud que más me gustaba. Era justo antes de que todos empezáramos a salir con alguien en serio. Salíamos en grupo y el mundo parecía más grande y con más posibilidades. Pero en el Bachillerato, salir con unos amigos el sábado se convirtió en un recuerdo, porque todos íbamos en parejas, como en el Arca de Noé.

A los cinco años de estar con Blake tuvimos una crisis, como suele ocurrir en todas las parejas. La vieja pasión sexual había decaído y queríamos tener intercambios sexuales primarios con otras personas. En una relación tradicional hubiéramos tenido que sacrificar el sexo para mantener nuestra unión. En los cinco años siguientes nos hubiéramos engañado mutuamente con otra persona. Sin embargo, nuestra idea radical de estar separados dio su fruto. No hubo ningún drama de amor y odio, y yo no tuve ningún instinto autodestructivo, ni me dejé llevar por la desesperación y la furia. Incluso salíamos juntos con nuestros respectivos amantes y seguimos siendo buenos amigos.

Todos mis amantes terminaban siendo mis amigos y todos mis amigos terminaban siendo mis amantes. He compartido mi casa con amigos, he vivido en comunas y he pasado las vacaciones con mis amigos eróticos por todo el mundo. Mi seguridad para la vejez es vivir todo lo posible ahora. Es mejor tener una relación amorosa conmigo misma, buena salud, un trabajo creativo y una gran familia erótica, que muchas acciones en bolsa.

Blake y yo hemos mantenido una buena relación amistosa y hemos seguido compartiendo el interés por el sexo. Nuestra amistad ha durado hasta hoy. Ahora es otra historia.