La terapia sexual

Después de tres años dirigiendo las Terapias Sexuales estaba harta de catalogar el sufrimiento femenino y las injusticias sociales. También estaba cansada de la imagen romántica que daba de una artista aislada en su torre de marfil. No quería luchar por resolver problemas estéticos que yo misma había creado, sino que quería ayudar a resolver algunos problemas sociales que ya existían. El sexo era una clave del feminismo, podía liberar a las mujeres o esclavizarlas. Mi espíritu feminista quería sustituir la retórica del feminismo por mis imágenes eróticas. Decidí organizar unas Terapias de Concienciación física y sexual para que las mujeres pudieran explorar el placer juntas.

Necesitaba un sitio especial para mi nuevo proyecto erótico. En un momento de locura o de inspiración divina me deshice de todos los muebles caros que había acumulado durante mi matrimonio. Mis adorados símbolos de respetabilidad desaparecieron de mi vida, y me quedé con un enorme cuarto de estar vacío. Mis amigos estaban asombrados y yo también. Luis XVI se fue y llegó Betty I, transformando mi salón tradicional en un templo de placer. Puse una moqueta de felpa y muchos espejos. Llenó las paredes de mi arte erótico, y encima de la chimenea colgué fotos mías desnuda en posturas de yoga. Por ultimo, coloqué almohadones por la habitación, y logré que quedara espacioso, elegante y sencillo. Era solo el principio.

En enero de 1973, empecé a llamar a todas las mujeres que conocía para conseguir participantes para las primeras terapias. Me parecía que sería suficiente con una hora semanal. Les expliqué que estaríamos desnudas, y me di cuenta de que era una idea poco atractiva para ellas, pero solo quería jugar con mujeres valientes. Había planeado hacer ejercicios corporales como yoga y kárate, hablar de la alimentación y la salud, estudiar los genitales, compartir nuestras historias de masturbaciones y describir nuestros orgasmos (o la falta de ellos). Iba a enseñarles a masturbarse por medio de demostraciones y compartiendo mis experiencias.

Sabia que iba a necesitar ayuda, por lo que pedí a mi amiga Laura que me ayudara. Estaba encantada, y enseguida me contestó que sí. Durante cuatro años llevamos los grupos juntas. El primer año teníamos dos grupos separados a la semana. Después de cada sesión, Laura y yo repasábamos todo lo que había ocurrido. Sus experiencias me daban el apoyo que yo necesitaba.

Cada grupo tenía su propia personalidad. Algunos eran muy reservados sexualmente y hablaban más, otros eran dulces y sensuales. De vez en cuando había uno obsceno y escandaloso. Todos eran divertidos porque Laura y yo éramos unas payasas.

Los rituales de placer acabaron siendo como querían los miembros de cada grupo. Había madres y esposas que vivían en las afueras de la ciudad, mujeres casadas que trabajaban, mujeres divorciadas, solteras. La edad variaba desde los veinte hasta los cincuenta, y de vez en cuando había alguna abuela de sesenta. La mayoría era heterosexual, pero en algunos grupos había mujeres bisexuales y lesbianas. Siempre dejaba bien claro que apoyaba todos los tipos de sexo. Como ponía especial énfasis en el sexo en solitario y el amor por uno mismo, le quitaba importancia a las etiquetas sexuales. Simplemente éramos mujeres sexuales.

Sabía que una demostración valdría más que mil palabras, porque la mayoría de las mujeres no tienen imágenes sexuales. Al principio les enseñé la masturbación haciendo una pantomima, actuando para que vieran cómo se movía el cuerpo primero con un orgasmo ligero y luego con uno muy intenso. Después les ponía un video con una estrella del porno haciendo que tenía un orgasmo impresionante. Todas las semanas les decía que los deberes para casa consistan en practicar la masturbación. Había diferentes tipos de vibradores para las que quisieran llevarse uno a casa. Se rieron mucho cuando les dije que tenían que hacer sus tareas.

Una noche, después de hacer mi demostración de la masturbación, una mujer bastante tímida dijo que le gustaría ver un orgasmo de verdad algún día. Sin dudarlo, Laura y yo enchufamos nuestros vibradores y nos masturbamos hasta tener un orgasmo. Cuando terminamos, todas aplaudieron. Después de unos cuantos grupos más, se nos olvidaron las preocupaciones y la vergüenza de actuar en público. Hablar de sexo limitaba las posibilidades. Nuestra forma de enseñar se convirtió en algo de primera clase desde que incorporamos la masturbación de forma regular a las terapias. Las mujeres podían tener dos imágenes sexuales del orgasmo. Laura se corría varias veces en el tiempo que yo tenía un orgasmo muy intenso.

Era muy positivo para las mujeres vernos a Laura y a mí teniendo orgasmos de verdad. Algunas no estaban seguras de haber tenido uno alguna vez porque no sabían de qué se trataba. Viéndonos aprendían los movimientos, la respiración y podían ver la energía. Varias mujeres que decían que no eran orgásmicas estaban equivocadas. Resultó que habían estado teniendo pequeños orgasmos. Después de vernos, se dieron cuenta de que su idea del orgasmo era muy exagerada. Creían que era una especie de ataque.

Cuando hicimos una demostración de las diferentes posturas en las que se podía hacer el amor, tuvimos un diálogo muy divertido sobre el papel que jugaban ambos sexos. Discutimos quién haría de hombre y quién de mujer. Luego hicimos una crítica de la actuación de cada una. Nuestro macho era patoso y demasiado agresivo, mientras que nuestra hembra era modosa y pasiva. A las mujeres les encantaba vernos hacer el tonto. Hicimos una demostración de la postura en ángulo recto, con la mujer tumbada boca arriba y el hombre de lado. También enseñamos la postura tradicional, la mujer superior, cucharas, y el estilo perro. En todas las posturas le dábamos especial importancia a la estimulación del clítoris, con la mano o con el vibrador, mientras simulábamos la penetración. Nuestra última escena erótica fue enseñarles cómo dos mujeres podían usar el mismo vibrador a la vez y bailar hasta el orgasmo.

Para mi asombro, enseguida me convertí en una buena organizadora y administradora. Al cabo de un año estaba constituyendo grupos en la costa oeste y en otras partes del país. Mi lema era: «El vibrador llegará lejos». Pero me resistí a convertir los grupos en una gran operación comercial, aunque tenía muchas ofertas para financiarlos y era muy tentador. No había ningún motivo intelectual, era un sentimiento. Sabía que si dejaban de ser una experiencia íntima para mí, dejarían de tener el efecto que yo quería.

No hice ninguna publicidad de los grupos, pero se corrió la voz muy deprisa. Muchas mujeres recibían toda clase de información de sus amigas y se apuntaban. Otras tardaban meses e incluso años en decidirse. Nunca llevé los grupos de una forma consistente y fija; todos los años decía que era el último. Solo el hecho de pensar en organizar más grupos era abrumador. Me sentía responsable del bienestar de cada una de las mujeres, y era agotador. Pero, a pesar de todo, la experiencia era tan emocionante que antes o después me olvidaba de todos los inconvenientes y empezaba de nuevo.

Después de cinco años los grupos terminaron siendo de quince mujeres, los fines de semana, y los llevaba yo sola. No se obligaba a nadie a hacer algo que no quisiera. El principio fundamental del placer era la libertad de poder elegir.

El día que empezaban las sesiones recibía a las mujeres totalmente desnuda. Se desvestían enseguida, para no tener tiempo de pensar en la vergüenza y el pudor. Al cabo de una hora desaparecían todas las inhibiciones al respecto. A todas les parecía muy natural estar desnudas. En la segunda sesión estaban deseando quitarse la ropa.

Nos sentábamos en circulo, que es una forma muy antigua de comunicación entre los grupos. De esa manera estábamos en igualdad de condiciones y nos veíamos todas. Siempre ponía una vela encendida en el centro, y empezaba la sesión contando alguna fantasía reciente. Por ejemplo, tomar la ciudad de Washington y erotizar al país, o hacer de sacerdotisas del vibrador en Carnegie Hall. Nos sentábamos con las piernas cruzadas, la espalda muy recta, el pecho fuera y la cabeza bien alta. ¡Teníamos un aspecto magnifico! Antes de empezar a hablar, respirábamos profundamente varias veces para dejar salir la tensión.

Hablar entre nosotras completamente desnudas hacía que fuéramos más conscientes de nuestro físico. Nos turnábamos para contar como nos sentíamos con nuestro cuerpo y con nuestros orgasmos. Yo empezaba para dar ejemplo, y les contaba mis sentimientos. Era impresionante ver cómo una mujer con un cuerpo precioso se deshacía en pedazos al contar sus problemas, mientras que otra, a la que le sobraban unos veinte kilos, explicaba que le gustaba su cuerpo y que se sentía muy cómoda. Cuando una mujer no sentía amor por su cuerpo se convertía en nuestra inspiración para practicar el amor en solitario.

Cuando empezamos a hablar del orgasmo, nuestras imágenes estaban poco claras o confusas. Para una mujer el orgasmo era un acontecimiento emocional; para otra, un placer secundario, y para otra era un completo misterio. Había más de una que no estaba segura si tenía orgasmos o no, Normalmente no sabían muy bien qué esperar o tenían unas imágenes románticas muy exageradas. Varias mujeres que decían que no tenían orgasmos descubrieron que los habían estado teniendo todo el tiempo, solo que poco intensos. Creían que todos debían ser muy intensos, como en las novelas eróticas. Casi todas las demás eran orgásmicas de una manera o de otra, pero estaban interesadas en aprender más sobre la masturbación. Algunas conseguían tener buenos orgasmos con sexo oral, pero no con la penetración. Con otras ocurría lo contrarío. Había mujeres que tenían orgasmos solas, pero no con su pareja. Y las que sí tenían orgasmos regularmente, estaban de acuerdo en una cosa: sus experiencias variaban mucho de una vez para otra.

Después de tanto hablar, llegaba el momento de la acción. Empezaba haciendo una imitación de cómo debe ser una mujer femenina. Andaba como si llevara tacones muy altos y estuviera intentando mantener el equilibrio. Me ponía en posturas muy femeninas y procuraba ocupar el menos espacio posible. Lo hacía bien porque en la época en que era diseñadora de moda llevé la femineidad hasta el extremo. Todo el grupo se reía porque reconocían inmediatamente al personaje. Entonces, nos poníamos de pie muy rectas y nos mirábamos en el espejo. Caminábamos erguidas, con la cabeza bien alta, el pecho fuera, el trasero hacia dentro y los clítoris hacia delante, y así cambiaba totalmente nuestra actitud y nuestro aspecto.

Un ejercicio muy divertido se llamaba llevar la voz cantante. Consistía en dar la vuelta a los papeles tradicionales del hombre y la mujer, poniendo a la mujer encima. Hacíamos como sí con nuestro clítoris estuviéramos penetrando a algún amante imaginario, y nosotras teníamos que hacer todos los movimientos. Ponía el despertador para que sonara a los tres minutos, un poco más de la media nacional establecida por Kinsey.

Cuando empezaban a follar, yo tomaba parte al mismo tiempo que comentaba las técnicas de cada una: «Pon los brazos más rectos; no aplastes a tu amante. Te has puesto demasiado arriba, se te acaba de salir el clítoris. No pares de moverte o se fastidiará tu erección. No te muevas tan rápido, te vas a correr demasiado pronto. Y no te olvides de susurrar cosas bonitas a tu amante en el oído».

Miraba el reloj para coordinar mi orgasmo teatral con la campana. Los diez últimos segundos los pasaba haciendo movimientos casi histéricos y luego me caía encima de mi amante imaginario a la vez que le decía: «¿Te ha gustado?»

Luego empezaba a roncar de una forma escandalosa. Era muy gracioso.

Acababan todas agotadas, casi sin respiración, y preguntaban «¿Cómo aguantan los hombres?» Se quejaban de que se les cansaban los brazos, les dolía la espalda y las caderas. La mayoría se rajaba antes de que sonara la campana del despertador. Después de eso, siempre había una mayor simpatía hacia los hombres, y las mujeres mostraban mayor interés en otras posturas para hacer el amor.

Algunas mujeres decían que sentían dolor si los movimientos de su amante eran excesivamente fuertes, pero otras aseguraban que les gustaba que las follaran con fuerza. Cuando era joven creía que la pasión consistía en hacer movimientos muy bruscos al hacer el amor, y luego siempre me dolía todo. Les expliqué que me parecía que un amante sensible nunca haría el amor con violencia. A mí me gustaba la marcha siempre que estuviéramos en igualdad de condiciones, pero también me gustaba mucho follar despacio e intensamente.

Otro problema bastante corriente entre las mujeres era la falta de lubricación y el dolor producido por la penetración en seco. A algunas les parecía que no lo estaban haciendo bien si no estaban empapadas por la pasión. Yo, personalmente, a veces me sentía mojada cuando ni siquiera estaba pensando en el sexo. Otras veces no lubricaba aunque estuviera estimulada sexualmente. Recomendé a las de mi grupo que utilizaran aceite para masajes. Para mi gusto son muy sensuales y no me da ninguna vergüenza usarlos.

Las exposiciones orales sobre nuestros genitales era una de las partes más divertidas de las sesiones. De todas las mujeres a las que he enseñado en estos grupos solo recuerdo a dos o tres que no participaran en este show. Pero todas tomaban parte a la hora de ver cómo la flor vaginal de cada mujer se situaba bajo los focos. Yo siempre era la primera. Me colocaba delante de un espejito y me partía el conejo mientras hablaba de mis antiguos temores a la deformidad. Después de tantos años viendo genitales femeninos había visto muchos labios más grandes y más largos que los míos. Había hablado tanto de este asunto que ahora me parecía que me tendría que disculpar por lo pequeños que eran en realidad.

Casi todas las mujeres tenían una imagen visual de un pene, así que hacía una analogía entre el clítoris y el pene. Apartaba la piel que recubre el glande del clítoris y explicaba su relación con la piel que recubre el glande del pene. Explicaba también que los ovarios y los testículos eran órganos en forma de almendra casi del mismo tamaño. Siempre había alguien que decía: «Pero si el clítoris es como un pene pequeño», y yo siempre contestaba: «¡O el pene es como un clítoris demasiado grande!»

Durante estas exposiciones, hablábamos de las cicatrices que dejan los partos, de labios desiguales, de pequeños bultos y lunares que parecían un poco raros, de clítoris supuestamente demasiado pequeños y del odiado flujo vaginal. Comentábamos cuestiones de higiene vaginal, pero las duchas vaginales no deben convertirse en un vicio.

Como la mayoría de las mujeres tienen el flujo de color claro o blanco, a mí me parecía lo normal. Nunca usé nada más que agua o vinagre blanco para lavarme. Antes de hacer el amor me metía un dedo en la vagina para ver como olía y a qué sabía. Esto me hacía sentirme más segura. Cuando me volví vegetariana, noté que sabía más dulce y también lo noté en mis amantes vegetarianos.

Cuando llegaba al tema de los genitales, localizábamos nuestros músculos metiéndonos un dedo en la vagina y apretando. Era un ejercicio totalmente opuesto al que se hace al tener un niño. Otra manera de localizarlos era parando de orinar de repente. En cualquier caso, apretar el músculo y luego relajarlo producía unas sensaciones genitales muy agradables, y lo eran cada vez más con la práctica. Apartando la piel que lo cubría y mirando en un espejo, incluso se podía ver el músculo que movía el clítoris.

También nos hacíamos masajes anales con aceite alrededor del esfínter, y luego introducíamos un dedo. Respirando profundamente relajábamos más los músculos a la vez que dejábamos salir cualquier sensación negativa hacia nuestros anos. Una vez que lográbamos relajarnos, empezábamos a disfrutar. El pobre culo es el último en recibir un poco de amor y yo decidí llamar al mío dulce capullo de rosa. El erotismo anal puede ser una parte muy bonita del sexo.

En la discusión sobre los métodos anticonceptivos, casi todas estábamos de acuerdo en que cada sistema tenía sus inconvenientes. Prácticamente, todas las mujeres jóvenes tomaban la píldora. Para mi gusto era más seguro un diafragma, pero era una forma algo sofisticada. Tuvo que cambiar mucho mi actitud hacia el sexo para llegar a estar cómoda con uno. Siempre me lo ponía después de ducharme cuando tenía alguna cita, en vez de tener que ponérmelo luego, en el mejor momento. Tampoco pasaba nada si luego no me iba a la cama con nadie. Al principio pensaba que un diafragma estropearía la espontaneidad del momento, pero enseguida cambió la cosa. Me excitaba pensar en la posibilidad de que pasara algo. Me lo ponía más fácilmente con un aplicador. Siempre comprobaba si estaba bien colocado al final, y me lavaba los restos de espermicida. Después de llevarlo una hora, el sabor y el olor de mi coño volvían. Cuando cogí práctica solo tardaba unos minutos en estar preparada. Más adelante descubrí que el Nonoxynol-9 que tenía el espermicida que usaba era bueno contra las enfermedades venéreas. Pruebas recientes han demostrado también que mata el virus del SIDA, y que se encuentra en algunas marcas de condones. Hoy en día las mujeres listas llevan condones en su bolso para asegurarse ante la posibilidad de que pase algo.

Muchas de las mujeres que acudieron a las Terapias no habían disfrutado de un masaje antes de ese momento. Les excitaba por lo sensual y relajante que era. Nos dividíamos en dos grupos. Una mujer de cada grupo se tumbaba en el suelo y las otras, cinco o seis, le daban un masaje. El círculo de las masajistas iba rotando para que todas tuvieran la oportunidad de tocar distintas partes del cuerpo. Era una delicia ver como una mujer recibía energía de una docena de manos que la tocaban todas a la vez. ¡Era una orgía de sensaciones! Todas tenían la oportunidad de dar y recibir placer. Disfrutaban de toda clase de sensaciones maravillosas sin tener que responder sexualmente. Tanto los hombres como las mujeres están tensos porque están actuando constantemente, y los masajes les dan una oportunidad de salir del escenario un rato —olvidarse de todo, dejar de pensar y dedicarse solo a sentir. Para dos personas que llevan mucho tiempo juntas, siempre recomiendo masajes y masturbación. En vez de hacer siempre lo mismo y en la misma postura, esta experiencia erótica puede abrir nuevos caminos en la intimidad, y sin ningún tipo de presión.

En uno de los primeros grupos que tuve hablamos de que no había juegos eróticos para niñas pequeñas. Les conté mi fantasía de hacer una masturbación de mujeres en común algún día. «Eso suena muy bien. Vamos a hacerlo ahora», dijeron algunas. ¡Me quedé sin habla! Ya estaban preparadas para la masturbación en grupo, pero yo no. Para mí seguía siendo una fantasía. Estuve a punto de desmayarme, hasta que me convencí de que éramos personas adultas, y decidí tomar parte. Puse una vela naranja en el centro y la encendí con una mano temblorosa. Me dio un escalofrío. ¿Había sido una sacerdotisa egipcia alguna vez? De pronto, una voz interior me dijo: «Esto es un antiguo rito de Tantra y tú estás dirigida por una divinidad».

Al principio, la masturbación en círculo era opcional en cada grupo. Pero al quinto año había evolucionado hasta llamarse el rito de la masturbación dirigida, y se convirtió en parte de todas las Terapias. Empezábamos de pie en un círculo, bailando con nuestros vibradores; una visión exótica del erotismo femenino. Yo dirigía al grupo hacia diferentes tipos de estimulación genital, movimientos de la pelvis, formas de respirar y posturas para masturbarse. Una de mis favoritas era ponerme encima del vibrador y luego encima de una almohada. Era fantástico para practicar los movimientos de la pelvis. Luego pasábamos a otras posturas.

Después de unos treinta minutos decidí conceder tiempo para un recreo erótico. La energía rebotaba en las paredes junto con los suspiros de placer. A las mujeres les encantaba, con o sin orgasmo, ¡porque se daban cuenta de que estaban superando una vida entera de represión sexual en una hora! Habíamos sacado la masturbación del armario más oscuro de la familia nuclear y la habíamos colocado en el Templo del Placer.

Las Terapias me hacían pasar del éxtasis a la agonía. Me preocupaba mucho estar pasándome de la raya, y pensaba a menudo que las mujeres eran demasiado conservadoras y demasiado tímidas para arriesgarse. Pero eso resultó ser mentira. Cada una de las mujeres que entraba en el Templo era una valiente, aunque al principio le hubiera costado quitarse la ropa. A veces me sentía como si estuviera andando por un pantano de represión, con las inhibiciones hasta las rodillas. Tenía que absorber la tensión del grupo y luego soltarla con los rituales del placer. Llegaba al éxtasis cuando miraba a mi alrededor y casi me mareaba por lo que veía.

Me han contado las mujeres que han ido a mis Terapias que más de una vez han dejado a todos asombrados en una fiesta al relatar sus aventuras. También les contaban sus experiencias a sus maridos, con lo que conseguían mejorar su comunicación sexual. Educadores, terapeutas y otras personas han utilizado mi información sobre la masturbación para su propio trabajo con otras personas. Cada una de mis Terapias ponía su granito de arena para acabar con la represión. Los anillos de la energía sexual se extendieron ampliamente, entrando en las vidas de muchas mujeres y muchos hombres con el amor erótico.

Yo también aprendí mucho con los grupos, porque enseñaba sexo a base de sexo. En una estimación aproximada calculé que había guiado a más de mil mujeres en los ritos del orgasmo. Todas ellas eran mis adoradas amantes. Siempre me será imposible describir las imágenes magníficas y la profundidad de mis sentimientos sexuales y emocionales en aquellos grupos. Las Terapias Sexuales nunca dejarán de maravillarme por el poder y la belleza de la energía sexual.