PARTE I
No quiero ser una buena chica

La toma de conciencia es el único camino para la liberación.

(Frase con muchos dueños)

Algunas mujeres tenemos miedo: a no gustarles, a no estar a la altura, a dar que hablar…

Algunas sufrimos porque no gozamos o no lo hacemos como creemos que deberíamos.

Algunas renunciamos cuando no pedimos y, en cambio, les hacemos o dejamos hacer sin rechistar.

Dicen que algunas fingimos. ¡Ya lo creo! Y no sólo fingen las mujeres que simulan orgasmos por temor a quedar mal, por no herir los sentimientos de su pareja o simplemente «para que él acabe de una vez». La triste realidad es que casi todas mentimos —más que a nadie, a nosotras mismas— cuando comulgamos con una forma de concebir y practicar el sexo que nos convence menos de lo que querríamos admitir.

Y no te precipites. Antes de asegurar que no estás de acuerdo, sigue leyendo…

No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Dime, ¿acaso no te llama la atención lo mucho que se habla de sexo y lo poco que se sabe de verdad sobre el tema? ¿Y no te chocan, preocupan e incluso irritan muchos aspectos de nuestra vida sexual? Se me ocurren unas cuantas cuestiones que merecen una reflexión:

  • ¿A qué obedece que las relaciones sexuales casi siempre se limiten a unos minutos de juegos preliminares, el consabido coito, y mañana será otro día?;
  • ¿por qué a tantas mujeres les preocupa más el placer de su pareja que el suyo propio, cuando ellos lo tienen, por lo menos hasta que nos espabilamos (si es que reaccionamos), bastante más fácil que nosotras?;
  • ¿qué hay de la supuesta pasividad y menor libido de las señoras frente a la incontrolable necesidad de «descargar» de los caballeros?;
  • ¿por qué podemos hablar de echar un polvo y la palabra masturbarse nos saca los colores?;
  • ¿cómo es posible que nos preocupe tanto el olor de nuestros genitales mientras ellos ni se lo plantean cuando se trata de sexo oral?;
  • ¿por qué los hombres (y las mujeres) se pasan el día juzgando nuestros cuerpos y nosotras hemos de venerar sus penes? ¡No vaya a ser que se traumaticen! (¿Y a nosotras quién nos paga el psicólogo?);

MUJERES QUE FINGEN

Me pregunto a cuántos hombres se les cayó la venda cuando la actriz Meg Ryan demostró lo fácil que es simular un orgasmo en la película Cuando Harry encontró a Sally. (Si no la has visto, teclea el título de la película en YouTube y verás la famosa escena). Seguramente los terapeutas sexuales atendieron un sinfín de consultas sobre cómo se podía desenmascarar a una impostora. La verdad es que no es tan fácil. El rubor sexual (erupción rojiza en la zona del abdomen y pecho, que no se produce siempre) y el acelerón cardíaco, dos de las posibles pruebas de que se ha producido el clímax, no son precisamente las mejores pistas: deja de respirar un rato y ya verás cómo te pones, y además, ¿cuánta gente lo hace a plena luz del día? Asimismo, una amante espabilada puede fingir las contracciones vaginales propias del orgasmo, pista que, por cierto, no suele servir de mucho, porque la mayoría de los hombres confiesan no haberlas sentido nunca. ¿Entonces? Entonces… sólo queda la sinceridad y la confianza.

Es difícil saber con exactitud cuántas mujeres fingen, nadie disfruta contando sus miserias, pero algunos estudios apuntan a que entre el 50% y el 70% lo ha hecho por lo menos una vez en la vida. ¿Sorprendente? Para nada. Como bien explica la investigadora Shere Hite[1], autora de los polémicos informes que llevan su nombre, fingir es el lógico resultado de «la enorme presión ejercida para que las mujeres tengan un orgasmo durante el coito», o sea de la forma natural para ellos. Sin comentarios. Los dejamos para más adelante.

  • ¿a santo de qué él puede irse con quien quiera y ser un donjuán y si yo hago lo mismo soy fácil, cuando no una puta?;
  • por si la pregunta anterior te pareció exagerada, la redactaré de otra manera: ¿por qué ellos pueden sentir y manifestar deseo, ser sexualmente explícitos, y nosotras… mejor ser discretas?;
  • ¿por qué permitimos que la anticoncepción sea responsabilidad femenina cuando ellos son la mitad causante de la posible consecuencia[2]?;
  • y aunque hay bastantes más —no necesitarás esforzarte para añadir de tu propia cosecha— termino con uno de los asuntos que más me exasperan, es decir, la curiosa confusión existente en torno al orgasmo femenino: ¿Cómo es posible que todavía andemos preguntándonos si somos clitorianas o vaginales, preocupándonos por cuál es la mejor manera de llegar e incluso dudemos de la calidad y normalidad de nuestros clímax?

No sé qué te habrá llevado a leer este libro, pero has de saber que pretende ser algo más que un manual de sexo al uso, que de esos ya hay unos cuantos. Es verdad que aquí encontrarás explicaciones de anatomía —hablaremos de clítoris, penes, puntos G y otras zonas menos publicitadas— y artes amatorias, sean solitarias, compartidas y más o menos aceptadas. Pero creo que eso sería conformarse con poco. ¿Qué tal si somos algo más ambiciosas? Permíteme entrar en el terreno personal:

¿Crees que vives tu sexualidad como quieres[3]?

Es probable que tengas tus dudas; conozco a poquísimas mujeres —me bastan y sobran los dedos de una sola mano— que hayan respondido con un «sí» plenamente convincente, y aún estas explican que se trata de una conquista diaria y que no pueden bajar la guardia, tanto por las presiones externas como internas (nuestra mente es a menudo nuestra peor enemiga).

Las demás, o sea la mayoría, reconocemos que renqueamos por algún lado: porque no nos convencen nuestras relaciones (básicamente aquello de cuatro caricias, cópula y fin); por falta de orgasmos o porque estos no son como deberían ser; por sentirnos incómodas en nuestros cuerpos; porque ellos van a la suya (¿no será que se lo permitimos?); por rutina y aburrimiento; por miedo a experimentar; por no decir lo que queremos; por sentimientos de culpa; por ignorancia… Tenemos tantos motivos. Es lógico:

Las mujeres nunca —ni siquiera hoy— hemos sido educadas para ser dueñas de nuestra sexualidad.

Y pensar que las cosas podrían haber sido de otra manera… Déjame contarte una historia que me inspira. No sé si sabrás que la primera mujer no fue Eva. Suele pasar, sólo nos cuentan la historia oficial, la de la mujer (peligrosa) que tienta a Adán con una apetitosa manzana y provoca la pérdida del paraíso. Desde entonces, a las mujeres hay que mirarlas con lupa. Mucho cuidado, no son de fiar.

Pero existe otra versión. Existe otra mujer. Se llamaba Lilit, y menuda era la dama. Nos daba sopas con honda a las emancipadas de hoy.

Según se cuenta, a diferencia de los restantes animales de la creación, Adán no tenía compañera y se sentía terriblemente frustrado. El pobrecillo iba tan falto que intentaba acoplarse a toda hembra que se topaba. Aquello, lógicamente, no le convencía y se quejó amargamente ante Dios, quien, para permitirle satisfacer sus necesidades, creó a la primera mujer. Pero hete aquí que cuando la primera pareja fue a echar el primer polvo, va la chica y se le cuadra: «¿Por qué he de acostarme debajo de ti? Yo soy tu igual». Imagino la cara del disgustado Adán. Como era previsible (que no justificable), la testosterona le pudo, y él, que era muy macho, quiso forzarla. ¿No habrás sido tan ingenua como para pensar que el chico intentaría dialogar? No, claro que no. Pero ¿qué crees que hizo ella? Lo que más de una debería hacer: mandarle a tomar viento fresco, o sea, le abandonó.

Me encanta esta leyenda, que evidentemente he versionado a mi gusto. Y me encanta a pesar de que, según nos dicen, Lilit no acabó muy bien: en las culturas en que aún se la recuerda fue desterrada a una especie de infierno (cómo no: había que castigarla para mantenernos quietas), donde, para colmo de las osadías, se lio con muchos demonios lascivos (por supuesto, omiten lo bien que se lo pasó). En conclusión, que se convirtió en una mala mujer, una lianta, una puta[4].

TAL VEZ SEA UNA SIMPLE PATALETA… ¿O NO?

¡Puta! 1. Mujer que cobra por prestar servicios sexuales. En principio, persona tan respetable como cualquier otra. 2. Mujer a la que, por desobediente, se le puede faltar al respeto, independientemente de que esa sea o no su profesión.

Pensamientos varios:

  • No te quepa la menor duda: traspasar la línea entre el bien y el mal es muy fácil, demasiado fácil, sobre todo en lo referente a la carne. ¿O cómo crees que nos suelen calificar cuando nos relacionamos sexualmente con entera libertad y sin pensar «en las consecuencias», cuando nuestro placer nos preocupa bastante más que el suyo, cuando tenemos un pasado ciertamente interesante, cuando hablamos abiertamente sobre nuestra vida sexual, cuando declaramos sin cortarnos que nos gusta probar cosas nuevas; cuando, en definitiva, nos atrevemos a decidir por nosotras mismas lo que queremos hacer con nuestro cuerpo? Por descontado, si cualquiera de esas cosas las hiciese un hombre, como poco le vitorearían: ¡«To-re-ro»!
  • ¿Te has dado cuenta de que para ellos no se utiliza un insulto equivalente? Lo habitual es ofenderles con un «hijo de puta» y ya ves quién se las carga. Este es sólo un ejemplo, pero si te fijas bien en nuestro lenguaje, comprobarás que es tremendamente machista.
  • ¿Cuántas señoras dejan que un hombre utilice su cuerpo, sin cobrar por ello, a cambio de que mañana las vuelva a llamar (transacción que, por lo demás, no parece dar resultado)? ¿Quién es más honesta consigo misma? ¿Y más imbécil?
  • ¿Por qué se critica a la puta y no al «caballero» que paga sus servicios? Ándate con cuidado, la doble moral siempre nos acecha[5].

Frase genial: «El sexo es la única actividad humana en la que el profesional tiene un estatus inferior al del aficionado». (Murray Davis, sociólogo).

¿Qué quieres que te diga? Para mí Lilit sigue siendo un ejemplo. Si decir «por aquí no paso», quererse, cuidar de una misma y hacerse respetar es perderse, ¡te regalo mi brújula!

No quiero ser una buena chica.

Callarme.

Esperar.

Acatar.

¡Es aburrido! ¡Es alienante!

Es un papel que se inventó la sociedad para nosotras y que tenemos que reescribir. Y eso no se consigue por arte de magia.

Sociedad. Palabra trampa que se utiliza para echarle las culpas a nadie en concreto y así, si conviene, lavarse las manos con facilidad. Y conste que incluyo a las mujeres: ¿de verdad crees que no tenemos nada que ver con lo que sucede, con lo que nos sucede a todas nosotras?

Seguro que te acuerdas del final de La Bella Durmiente, cuando el príncipe despierta a su joven amada con un beso. A casi todas se nos cae la baba y desearíamos ser Aurora (o Blancanieves o la ingenua prostituta de Pretty Woman). Lo cierto es que estos cuentos —tan poco instructivos para las mujeres— parecen acabar muy bien: por lo menos, se nos asegura, la prota y su chico «viven felices para siempre». Pero…

¿Qué hubiera ocurrido si el príncipe no hubiera besado a la Bella Durmiente?

No hace falta pensar demasiado.

¡Ella jamás hubiera despertado!

Y adiós final feliz[6]. Pues bien, chica lista, deja ya de soñar: los príncipes azules ¡no existen!, y, por mucho que lo desees, no verás aparecer a un caballero montado sobre un hermoso corcel del que se bajará para darte un beso y arreglarte la vida para siempre. En el mundo real los hombres sólo son eso: hombres, personas de carne y hueso, como tú y como yo, que bastante tienen con aclararse consigo mismos. No podemos seguir durmiendo a la espera de que vengan a salvarnos. No vendrán.

¿Moraleja? Salvo que nuestro objetivo sea esperar y desesperarnos para siempre (nada que ver con los finales felices que tanto nos gustan), mejor dejar las historias de princesas y caballeros para tu dosis periódica de comedias románticas, y asumir, de una vez para siempre, que sólo tú puedes darte el beso salvador porque, te guste o no, sólo tú eres responsable de tu vida. Y obviamente, con el sexo, tu sexo, sucede exactamente lo mismo. No puedes esperar que un hombre te entregue la llave que abra la puerta a tu placer (así nos ha ido hasta ahora), y mucho menos puedes admitir que alguien, salvo tú misma, te diga lo que debes hacer o dejar de hacer, lo que debes sentir y cómo sentirlo.

Tu vida sexual es cosa tuya

Y en lo que respecta a tu cuerpo y tu placer, sólo tú puedes decidir. El sexo simplemente es, o debería ser, una actividad placentera y liberadora. Para todo el mundo, sin distinciones. Sin embargo, ya hemos comprobado que no siempre es así; al menos, no para todas las mujeres. Cuando nos soltamos el pelo se evidencia que el sexo no nos parece tan estupendo y no precisamente por falta de orgasmos —casi todas los tenemos—, sino porque las reglas del juego no nos convencen[7]. Por ello, ya va siendo hora de que las mujeres analicemos el modelo de sexualidad dominante desde una perspectiva femenina (que nos respete, nos tenga en cuenta, nos deje gozar en plenitud) y cuestionemos todo aquello que no nos acaba de convencer.

Modelo de sexualidad. Usos sexuales propios de la cultura dominante. En nuestra sociedad equivale a la primacía del punto de vista masculino (modelo androcéntrico): el placer del hombre es lo primero y la sexualidad femenina sólo existe como respuesta a la suya. Eso, unido a una cortedad de miras asfixiante, ha dado lugar a la falocracia o dictadura del pene, con lo que la actividad sexual por excelencia es el coito. Desde esa perspectiva, no se suele cuestionar si lo que es bueno para ellos puede serlo para nosotras, simplemente lo es. Al fin y al cabo, ¡es lo normal!

La cuestión es: ¿Quién decide lo que es normal?

Aunque las occidentales estamos rompiendo moldes y la falocracia está siendo seriamente contestada en muchas alcobas, no es cuestión de echar las campanas al vuelo, no hace falta ser muy avispada para entender que nos queda bastante camino por recorrer. En una cultura sexista —y todas lo son— es difícil, si no imposible, que las mujeres vivamos libremente nuestra sexualidad. Además, no olvidemos lo que sucede en otros lugares del planeta donde tantas mujeres siguen bajo el yugo de la bota masculina.

Tenlo muy presente: el modelo de sexualidad no hace sino reflejar el lugar que ocupamos las mujeres en la sociedad.

¿Y adónde lleva todo esto?

Supongo que no esperarás que llegue Papá Noel con tu placer envuelto en un paquetito coronado con un enorme lazo rojo. No, claro que no. Así pues, sólo nos queda (¡te queda!) un camino y ya lo conoces:

Porque, explícame, ¿de qué sirve que nos quejemos si no hacemos nada para cambiar las cosas? Reconozcámoslo, a veces nos resulta más fácil meternos con ellos («Son egoístas», «Van a la suya»…), y estancarnos en la pasividad y/o el victimismo, que responsabilizarnos de nuestra sexualidad. Entre otras cosas, así no corremos el riesgo de equivocarnos; los culpables, los que fallan, los malvados son ellos. Qué cómodo, ¿no te parece?

Y dime, ¿cómo podemos decidir lo que nos gusta si no sabemos lo que tenemos o cómo sacarle partido? Nuestra ignorancia acerca de nuestra sexualidad es pasmosa. Suponiendo, y es suponer demasiado, que todas las mujeres sepamos qué es y cómo estimular nuestro clítoris, ¿cómo es posible que el punto G o el cul-de-sac sigan siendo desconocidos para la mayoría[8]?

No lo dudes: sólo asiendo las riendas de nuestra propia vida, sabiendo lo que realmente queremos y planteándolo claramente, podremos vivir nuestro sexo de acuerdo con nuestros propios deseos y sentimientos y no con las normas que nos imponen desde fuera, léase sociedad, amante de turno, amigos, publicidad, películas, novelas rosas…

Y no sólo hemos de reaccionar entre las cuatro paredes de nuestro dormitorio, no sólo cada una con sus parejas. En la calle también hay que hablar. Nuestra responsabilidad no es sólo para con nosotras mismas, nos debemos al grupo, a todas las mujeres, sobre todo pensando en aquellas que no pueden o no se atreven a hablar.

Callar va en contra de nosotras, precisamente es la historia de nuestras vidas:

Nuestro deseo lleva eternamente amordazado; nuestros genitales no suelen tener nombre —un crío sabe desde pequeño lo que es el pene, su pene, ¿cuántas niñas saben de la existencia de su clítoris?—; nuestra sexualidad —decenas de años después de nuestra supuesta liberación— continúa siendo más de ellos que nuestra, y con el silencio no hacemos sino permitir que todo siga igual. ¿Es eso lo que quieres? No, claro que no.

Nadie debería asustarse porque las mujeres queramos tener derecho a:

  • disfrutar de nuestros cuerpos como queramos y con quien o con lo que queramos (sin utilizar a nadie, tampoco a nosotras mismas),
  • experimentar y poner en práctica nuestros deseos, sin temer que nos agredan psíquica o físicamente por ello, y
  • recibir una educación que nos ayude a vivir plenamente nuestra sexualidad.

(Nota para mal pensados, que siempre los hay: por supuesto, no pretendemos negarles estos derechos a ellos).

Y los hombres, ¿qué pasa con ellos? La búsqueda de la voz propia por parte de cada mujer afecta a los hombres que comparten su vida y es lógico que eso les inquiete. ¿Más vale malo conocido…? Sin embargo, a poco que rasquen y ¡no se queden en lo de que ahora también deben licenciarse en pañales, fogones y secadora!, reconocerán todo lo bueno que nuestro despertar puede aportar a su vida. Apunto algo que considero primordial en el terreno sexual: los estamos motivando-ayudando-obligando (cada señor lo vivirá según le vaya) a deshacerse de esa máscara (¿caricatura?) de perfección e infalibilidad a la que estaban condenados y a superar el «Yo Tarzán, tú Jane» que tanto les pesa y nos pesa en la cama. Cuestión de tiempo: también ellos deben encontrar su propia voz. Y aunque esté hablando de sexo, vale para todo.

Por ello, aunque haya escrito este libro pensando en femenino y pida un replanteamiento de nuestros usos sexuales en beneficio nuestro, estoy convencida de que los hombres también saldrían ganando por varias razones:

  • Primera, a ellos tampoco les va tan bien.
  • Segunda, ampliarían fronteras.
  • Tercera, obtendrían más y mejor placer.

Vayamos punto por punto:

1. Los hombres saldrían ganando porque a ellos tampoco les va tan bien.

Aparentemente, en lo referente al sexo tienen bastante más a su favor que nosotras, pero, admitámoslo, a ellos también les pesa el papel que se les ha asignado, ya que da por sentado que:

  • han de tener un doctorado cum laude en teoría y práctica sexual,
  • jamás han de sentir vergüenza, inseguridad o miedo,
  • ciertas emociones, deseos y fantasías —léase, sobre todo, homosexuales— no son propias de machos,
  • determinadas partes de su cuerpo —por causas similares— están prohibidas,
  • sus penes nos han de catapultar al paraíso (y varias veces por polvo),
  • siempre han de estar excitados y dispuestos,
  • si el tamaño de su falo no es descomunal, no son nada,
  • si no aguantan hora y media, ha sido un gatillazo,
  • si no se han acostado con tropecientas antes de la mayoría de edad, son unos pardillos…

Aunque esté sonriendo, he de admitir que no tiene ninguna gracia. Si la educación que reciben no difiere mucho de la nuestra, imagínate el calibre de su experiencia. Desde pequeños aprenden que su masculinidad pasa por el pene y su actuación en la cama, y que la inseguridad y el miedo son inadmisibles en un hombre de verdad. Y ¿cómo crees que afrontan sus primeras experiencias sexuales? Con lo poco que se les explica en la escuela sobre reproducción, es decir, biología pura y dura y quizá una o dos lecciones sobre cómo usar condones; los espectaculares y utópicos polvos de las películas; lo que corre de boca a oreja entre chicos, o sea, mucha fantasía y poco realismo, y la escasa información que suelen recibir en casa (de eso no se habla o, si acaso, lo justo). En resumidas cuentas: sin saber lo que, en principio, más necesitan (y quieren) saber, es decir, qué tienen que hacer y cómo se hace.

ELLOS TAMPOCO NACEN SABIENDO

En un artículo publicado en la revista Playboy, el actor cómico Bill Cosby explicó que siendo un crío todos sus amigos hablaban de lo mismo: de que se lo estaban haciendo. Cosby, que no quería ser menos, le preguntó a su novia si quería tener relaciones sexuales con él. Cuando ella accedió y fijaron fecha para su gran cita, él se dio cuenta de que no tenía la más remota idea de qué era el sexo o cómo se hacía. El día señalado, de camino a casa de la niña, va pensando: «Lo peor será quitarse los pantalones. Lo haré rápido. Vale. Ya estoy desnudo. ¿Y ahora qué? Me quedaré allí plantado y ella me dirá: No sabes hacerlo. Y yo le diré: Sí que sé, pero me he olvidado. Ni siquiera se me pasa por la cabeza la posibilidad de que ella pueda enseñarme. No quiero que nadie me enseñe, pero ojalá alguien me pasara unos apuntes».

Igual te ha hecho gracia y tal vez hayas pensado: ¡«Qué monada»! ¡Pues no! ¡Para nada! En el fondo es patético, injusto, cruel… Ellos tampoco nacen sabiendo.

  • Un pensamiento: el papá medio dedica más tiempo a enseñar a sus hijos a cambiar una rueda, colgar un cuadro o jugar al fútbol que a hablarles de sexualidad. Puede que a lo largo de su vida jueguen más al fútbol que polvos echen, pero dudo que pasen tantas horas solventando pinchazos o agujereando paredes.
  • Otro: nosotras solemos desear a hombres con experiencia. Sin embargo, no pensamos en el posible daño que pudieron causar a otras mujeres para llegar a adquirirla. ¿No sería mejor recibir una adecuada información y formación sexual?

A partir de ahí, ¿qué crees que puede pasar? Salvo que esos jovencitos reconozcan que tienen mucho que aprender y se pongan a ello, su ignorancia y/o inseguridad quedan asentadas e incluso pueden ir a más, porque para colmo tienen que fingir que lo saben todo y lo tienen todo bajo control. De hecho, eso —que sean expertos— es lo que desgraciadamente muchas mujeres, aún hoy, esperan de ellos.

Y espera, que ahí no acaba el despropósito. Lo de que siempre han de estar dispuestos también tiene su miga. ¿Acaso te parece justo que se cuestione su virilidad por el hecho de que no se acuesten con cualquiera que se les ponga a tiro?

Un dato curioso: un reciente estudio realizado en Estados Unidos indicó que el 62,7% de los hombres encuestados había mantenido relaciones sexuales sin desearlo, un porcentaje bastante mayor que el de las mujeres que reconocieron haber hecho lo propio, sólo el 46,3% (no, si al final resultará que ellos son los que lo pasan peor). Y ojo, aunque estemos hablando de varones estadounidenses, los terapeutas sexuales confirman que es una realidad en todas partes: ellos también cumplen por obligación[9].

El caso es que ya nada me choca. ¡Si hasta hay hombres que confiesan simular orgasmos! Cuando, hace unos años, la edición estadounidense de la revista Glamour encuestó a mil hombres sobre su vida sexual, una de las mayores sorpresas fue descubrir que el 43% de los consultados había fingido al menos una vez (algunos dijeron que a menudo)[10]. Y es que ponte en su piel: ¿te imaginas la carga que supone tener que estar siempre dispuesto y tener que correrse siempre? No es chocante, pues, que a veces decidan fingir… para quedar bien, no herir los sentimientos de la otra persona y/o acabar de una vez. Si te fijas, son las mismas razones por las que simulan las mujeres. Tal vez te extrañe o te parezca imposible, pero ellos aseguran que no es tan difícil: bastan un par de embestidas pasionales, unos cuantos jadeos y que se derrumben sobre ti exhaustos. ¿Y el semen?, te preguntarás. Explicaciones varias: «Ni se enteró porque tenía la regla»; «Estaba muy mojada»; «Usé mucho lubricante»; «Supongo que no dijo nada para no parecer tonta»; «Si usas condones es muy fácil: te levantas en seguida y lo tiras», ¿«Acaso crees que lo comprueban»…?

¡Pocas bromas!

Por si fuera poco, ahora venimos nosotras y les exigimos orgasmos, peor aún, multiorgasmos. ¡Y muchas veces ni les damos instrucciones! ¡Lo que faltaba!

Emm… Pensándolo bien…

Creo que no he sido del todo justa con nosotras al escribir les exigimos, porque las mujeres no solemos ir de ese palo en la cama. Es cierto que pocas damos instrucciones, la mayoría pertenecemos a la escuela «Si me quiere me leerá el pensamiento», o directamente creemos en los milagros. Hasta aquí entonaré un mea culpa. Pero sólo hasta aquí, porque en lo de exigir orgasmos… no imagino a ninguna poniéndole a su hombre una soga al cuello y diciéndole: «O logras que disfrute o no lo cuentas». No. Es evidente que no lo hacemos.

Son ellos los que suelen exigirse provocar el o los orgasmos pertinentes a sus parejas, son ellos los que han convertido esa supuesta capacidad (como si nuestro placer dependiera sólo de la actuación de su pene) en un medidor más de su virilidad, a la altura jerárquica del tamaño de su aparato y su aguante en acción. El caso es que son ellos —y no nosotras— los que han caído en esa trampa.

En fin, no les envidio nada el panorama: es poco alentador. Para demostrarlo, un último dato: la presión que sienten, su pánico a no estar a la altura (sí, sí, no te quepa duda, ellos también), llega a ser tal que los terapeutas advierten que los trastornos sexuales por causas psicológicas aumentan a pasos agigantados entre los hombres.

2. Los hombres saldrían ganando porque ampliarían fronteras

Que el pene sea el centro de su universo no sólo puede resultar traumático cuando las cosas no son como les han enseñado que deberían ser, es decir, cuando no cumplen los requisitos de longitud y grosor, duración de la erección y eficacia en provocar orgasmos femeninos. También es un lastre, porque la sexualidad masculina está muy centrada en los genitales, dicho de otro modo, su idolatrado (por ellos) apéndice es prácticamente la única fuente de placer en sus relaciones carnales. ¿Y qué pasa con el resto de su cuerpo? Ellos también tienen lóbulos, labios, cuello, pezones, ano, muslos, pies y otras zonas que pueden ser acariciadas, succionadas, masajeadas, azotadas… Puede que de tan programados que estén ni siquiera se hayan dado cuenta de su existencia o, peor aún, que las hayan descartado por considerarlas coto privado de gays.

Esta estrechez de miras también se refleja en el repertorio sexual. Aunque existen posibilidades de variación, el sexo suele ser sinónimo de pene dentro de la vagina. Todo lo demás son preliminares y generalmente duran lo que un suspiro. Acariciarse, besarse, estimularse manualmente, oralmente… todo tiene un fin: el rutinario polvo, porque eso es lo que hay que hacer.

Pues bien, la cópula como única forma de practicar el sexo no tiene razón de ser, ¡salvo que queramos reproducirnos! Eso estaba muy bien hace millones de años, cuando nuestra especie debía sobrevivir en un mundo que nos era tenazmente adverso, pero hoy, llegados al siglo XXI… ¿Cuántas relaciones sexuales se mantienen a lo largo de una vida? ¿Mil, cinco mil, más? ¿Y cuántas veces con el objetivo de tener descendencia? Si la mayoría deseamos como mucho uno o dos hijos, está claro que pocas. Entonces, ¿qué pasa con los miles de encuentros restantes? ¡Qué falta de imaginación! No es extraño que tantas parejas aseguren aburrirse en la cama.

Además, las erecciones no siempre son instantáneas. Según la Asociación Española de Urología, más de dos millones de españoles, ¡de todas las edades!, padecen algún tipo de disfunción eréctil. Y entonces, ¿qué toca? No me sorprende que la salida al mercado de la dichosa Viagra[11] fuera tan sonada. La de artículos, horas de radio y televisión que se le dedicaron. Con que hubieran destinado la mitad de esa cobertura a dar clases de educación sexual, todos seríamos doctos en la materia.

Pero volvamos a lo que iba, cuando falla el pene, ¿qué queda? ¿Frustrarse? ¿Dejar de practicar el sexo? La de hombres que después de un pinchazo creen que su vida sexual ha acabado y renuncian por completo a ella: ¡mejor no probar que ver su virilidad cuestionada! Lo triste es que ni siquiera se les ocurra plantearse que placer y erección puedan no ser sinónimos. A ver si se enteran: no hace falta tenerla dura para gozar, ni siquiera es condición indispensable para alcanzar el orgasmo.

Tenerla dura. Puede que durante la adolescencia los penes erectos sean algo habitual y que, tras eyacular, a un joven le basten unos minutos para estar dispuesto a dar guerra otra vez, pero a medida que se cumplen años la cosa cambia, sobre todo superados los cincuenta. Entonces cuesta más que el miembro se ponga a tono (suele necesitar más estimulación física), su erección no suele ser tan sólida y la eyaculación es menor y tiene menos fuerza. De hecho, a partir de los sesenta ni siquiera necesitan eyacular cada vez.

Esto no implica colgar el cartel de «Cierre de negocio (por incapacidad del personal)», lo que hay que hacer es adaptarse y en caso de vivirlo mal o de sufrir realmente algún tipo de disfunción eréctil o de problema de eyaculación, acudir al especialista en busca de consejo y soluciones, ¡que sí existen! Un dato que cabe tener en cuenta: está demostrado que cuando un hombre no espera demasiado de su pene, este suele responder mejor. La preocupación por cumplir es uno de los peores enemigos del placer.

Extra: aun estando blando, el miembro masculino sigue teniendo infinidad de terminaciones nerviosas y, por lo tanto, sensibilidad y capacidad de gozar ¡y llegar! No hay motivo para renunciar al placer: se puede seguir jugando con él de otras formas y descubrir nuevos caminos. Incluso, aunque cueste un poquito más y haya que ayudarse con las manos, se puede intentar la penetración si así se desea y siempre que se viva como un juego, no como una obligación o un examen. Aunque, sinceramente, eso me parece caer en lo de siempre: la obsesión por el coito y el error de pensar que si no se practica, no es sexo. Y en cuanto a nosotras, ¿hace falta explicar que las mujeres podemos gozar de otras formas que no impliquen copular?

¿Y qué decir de la obsesión por correrse? Para la mayoría de los hombres el objetivo del sexo es el orgasmo, es decir, descargar. Con esta mentalidad salen perdiendo. No es lo mismo llegar a la meta habiendo disfrutado del camino, que a toda prisa. Lógicamente, alcanzar el clímax es un gozo, pero convertirlo en el único objetivo es un error tan grande como tomarse un manjar de un bocado en vez de saborearlo lentamente, deleitándose en la experiencia. Los terapeutas lo advierten: el deseo y la excitación son, probablemente, lo mejor de las relaciones sexuales. Además, está comprobado que prolongar la excitación suele hacer que el orgasmo sea más placentero.

¿No sería más inteligente explorar nuevos caminos?

3. Los hombres saldrían ganando, porque obtendrían más y mejor placer

Está claro que algo no funciona. Verás, ¿de qué suelen quejarse los hombres? La de veces que los hemos escuchado: «Te ponen como una moto y luego te dejan tirado» (esto va por las mujeres solteras); «¿Sexo? Sí, claro: los sábados impares de los meses pares» (esto, por las emparejadas), y/o «¡Casi nunca (o jamás) toman la iniciativa!» (y esto, por todos). Eso es, de un plumazo y sin distinciones, ¡todas condenadas!

Y ¿qué se esconde tras todas esas quejas? Qué va a ser, dicen ellos, que las mujeres nunca tienen ganas. ¡Ya estamos! El eterno sonsonete. Por favor, señores, esfuércense un poquito más[12].

LIBERADAS Y FALSAS LIBERADAS

No hace tanto, las liberadas eran rara avis (cuestión de reputación), pero hoy una mujer puede cambiar de compañero de juegos como de zapatos. Al fin y al cabo, creemos (o eso decimos) en la igualdad y si una es adulta es libre de hacer lo que quiera, o sea que si no desea una relación seria o no encuentra con quién mantenerla y tiene las mismas ganas de divertirse que un señor, ¿por qué renunciar a ese desahogo sexual?

Hasta aquí, todo claro, pero rasquemos: ¿A cuántas solteras liberadas conoces cuya promiscuidad sea realmente deseada y disfrutada? Sinceramente, por mucho que busque (¡y me cuentan muchas historias!) no logro toparme con una liberada sin fisuras. La pregunta, pues, es inevitable: ¿hasta qué punto podemos masculinizar nuestro sexo y practicar el aquí, ahora y sin después, sin más consecuencias que el deleite obtenido? Y, ojo, lo del gozo es un decir, porque aun tratándose de un polvo de una noche, muchas mujeres suelen priorizar el placer del desconocido y/o no logran la estimulación física y psíquica necesaria, o sea que habitualmente la acción resulta un fiasco. Uf, empiezan a surgir nubarrones. Y vienen más: los pocos estudios existentes sobre el tema indican que la promiscuidad no nos resulta tan divertida, sobre todo por nutrirse más de nuestra necesidad de sentirnos valoradas (que alguien se fije y se ocupe de nosotras nos reafirma, aunque, no nos engañemos, se trata de un espejismo de corta duración) que de la simple búsqueda del gozo, con lo cual después…

¿Pruebas? En una encuesta estadounidense entre mujeres que habían protagonizado aventuras de una noche, el 80% de las que se declararon contrarias a esta práctica dijo haberse arrepentido y no por razones de moralidad o por avergonzarse de lo hecho, sino por la desilusión posterior, ya que ellas siempre acababan esperando algo más (esa llamada que nunca llega) y, por lo tanto, sintiéndose mal. Otro estudio llevado a cabo por el antropólogo John Townsend, experto en el tema, advierte que las mujeres adultas más experimentadas confiesan que aunque racionalmente los encuentros fugaces les parecen bien, no pueden evitar que sus sentimientos no compartan ese punto de vista y cuando practican el nomadismo carnal terminan sintiéndose utilizadas, dolidas y menospreciadas[13].

No es extraño, pues, que a las consultas psicológicas empiecen a llegar muchas falsas liberadas, algunas tan jóvenes que duele, intentando afrontar los sentimientos de vacío, de desarraigo respecto al propio cuerpo y/o ¡de insatisfacción sexual! (no siento nada, no tengo orgasmos…). Causados por esa liberación mal entendida (no sólo se trata de alcanzar el clímax) y que ha encontrado un inmejorable caldo de cultivo en el consumismo generalizado, que también ha cuajado en el terreno sexual.

Advertencia final: esto no es un alegato contra nuestra libertad sexual, sino una invitación a reflexionar sobre cómo y por qué compartimos nuestros cuerpos. Las aventuras de una noche pueden ser excitantes, placenteras e incluso aumentar nuestra autoestima, ¡cuando una tiene claro a lo que va! Pero no siempre se saldan sin consecuencias, el sexo casual tiene sus riesgos y no sólo físicos: su fugacidad no evita que surjan emociones que muchas veces no podemos controlar e incluso pueden descontrolar nuestra vida. ¿Moraleja? La auténtica libertad sexual se cimenta en saber cuidar de una misma.

Extra: Es inevitable preguntarse qué está sucediendo al ver cómo algunas jóvenes, y algunas tanto que ni siquiera son mayores de edad, entran en una especie de competición para ver quién pierde antes la virginidad y, a partir de ahí, quién se acuesta con más chicos. Igual de espeluznante, ¿incluso más?, es que niñas de 12, 13 y 14 años (¡apenas acaban de estrenar su adolescencia!) se acuesten con su chico o le hagan felaciones en un intento ¿desesperado? de que él no las deje por otra o para hacer ver o creerse que son más experimentadas, ¡más mujeres! Siento la preocupación que esto último puede producirte si eres mamá de adolescente/s, pero está sucediendo y es una razón, una más, para hablar claramente de sexo con ellas: eludir el tema no evita que mantengan relaciones y, peor aún, que se metan en situaciones o hagan cosas que las pueden perjudicar emocionalmente.

Es cierto que estudios realizados en diferentes países concluyen que los hombres piensan más en el sexo y tienen más ganas. Sin embargo, la cuestión no es tan simple ni está tan clara. Puede que sea así, máxime en los años de juventud, pero lo cierto es que hay muchos hombres con escaso o ningún deseo, y no necesariamente entre los señores de más edad. Asimismo, se hace cada vez más evidente que la falta de libido de muchas mujeres no está necesariamente relacionada con un escaso impulso sexual, sino que tiene que ver con cuestiones educativas y, sobre todo, con conflictos de pareja que merman su deseo de compartirse con su hombre. ¿Me permites algunas reflexiones al respecto[14]?

  • Por mucho que quieran convencernos de lo contrario, nosotras seguimos soportando la doble moralidad, o sea que antes de meternos en la cama con un tipo, por muchas ganas que tengamos, muchas solemos pensárnoslo dos veces.
  • A la mayoría nos cuesta pedir guerra. ¡Cuántas mujeres con parejas de largo recorrido —o sea, en las que debería existir cierta confianza— siguen esperando que él dé el primer paso! Cosas de nuestra educación.
  • Lo mismo vale para las posturas originales y propuestas menos convencionales. Un pensamiento del tipo ¿«Qué opinará de mí»?, es capaz de cortar a la más lanzada, incluso si él es el señor con el que comparte cama desde hace años.
  • Como la primera vez no suele ser fantástica para nosotras, los polvos de una noche —esos de pim, pam, pum, fuego (masculino, por supuesto)— no suelen convencernos. Entonces, ¿para qué molestarse? Si después no habrá nada (a veces ni siquiera repetición), ¿qué saco yo de esto[15]?
  • Lo mismo vale para las que convivimos con un señor incapaz de entender nuestras necesidades sexuales y siempre se lo monta de la misma mala manera. ¿Para qué acostarse con él si lo único que obtienes es acabar pensando que mañana tienes reunión con el gestor, comida con un nuevo cliente y, horror, la revisión anual del dentista?
  • Nosotras solemos explicar que lo que más nos predispone es sentirnos bien, en sintonía, con nuestra pareja. La insatisfacción en la relación, la falta de ilusión, la infelicidad acaban con el deseo femenino.
  • ¿Y qué decir del resentimiento? Una mujer molesta con su pareja porque considera que se responsabiliza poco o nada de los hijos o que no respeta su trabajo tanto como ella respeta el suyo, difícilmente tendrá ganas de marcha. Que una mujer se sienta utilizada, minusvalorada o poco respetada es la forma más efectiva de que no desee sexo. Incluso las hay que, consciente o inconscientemente, utilizan el rechazo como forma de plantarle cara o castigar al otro… ¿de la forma más castrante para él?
  • Peor aún cuando acecha la depresión. Los terapeutas lo advierten: la libido es lo primero que se pierde y lo último que se recupera.
  • Las que combinamos pareja-niños-profesión-casa-y-vete-a-saber-qué-más nos sentimos desbordadas. Una vez fregados los platos de la cena (¿quién se ocupa de eso?), metidos los niños en la cama (ídem) y olvidado el trabajo (a nosotras también nos machaca el estrés profesional) y cualquier otro quebradero de cabeza, hay que ponerse el liguero y lanzarse sobre él cual tigresa. ¡Ya!
  • La mayoría de las mujeres anteponemos todo lo demás a nosotras mismas (el orden en que lo hacemos es personal): los hijos, la pareja, los padres, los estudios, el trabajo, la limpieza, las comidas, la lavadora… Nuestros deseos suelen ir en último lugar. Creo que muchas hasta carecemos de deseos, ya no sólo eróticos, sino de cualquier clase. Cuando nos olvidamos de nosotras mismas, difícilmente nos queda espacio para el placer. Una amiga, madre de adolescentes, asegura que lleva tanto tiempo ninguneándose a sí misma para ocuparse de todo y todos que «ya no recuerdo lo que me gusta». No está sola: millones de mujeres suscribirían sus palabras.
  • Y seguro que me he dejado alguna en el tintero. (Si eres mujer, es probable que se te ocurra algo más).

En fin, comprendo que ellos se quejen de no obtener tanto sexo como quisieran, pero ¿a que no comerían caviar o foie si no les convenciera? Así pues, ¿por qué hemos de hacerlo nosotras? Dicho de otro modo, tal vez nos duela la cabeza por resultarnos más excitante caer en brazos de Morfeo que en los de un señor incapaz de satisfacernos emocional y/o sexualmente Insisto en que cuando hablo de insatisfacción no me refiero solamente a la falta de orgasmos (tenerlos es importante, pero no lo son todo), me refiero principalmente a la falta de sensibilidad respecto a las necesidades ¡de todo tipo! femeninas.

Quisiera plantear una cuestión por si quien lee es varón. ¿Qué pasa cuando un hombre tiene en cuenta los deseos emocionales y sexuales de su pareja, intenta jugar a su juego y hace que se sienta valorada? Salvo que ella sea egoísta y desagradecida (y en ese caso, quizá que él se plantee si le conviene), es de esperar que reaccione. Lo lógico es que quiera corresponderle y que, al estar más satisfecha de su relación, también esté más dispuesta a experimentar y vivir su sexualidad de forma más activa. Aviso para escépticos: sólo hay una forma de saber si tengo razón… ¡Intentándolo!, pero no una sola vez y gracias. A las mujeres hay que ganárselas día a día.

Y, cuidado, una cosa es afirmar que algunos varones harían bien en ponerse (mucho) más de su parte y otra, bien distinta, responsabilizarles de nuestra pereza sexual o nuestra falta de deseo. De hecho, la solución a muchas de las situaciones descritas depende más de nosotras que de ellos. Por lo tanto, si te has visto reflejada en alguna de ellas, pregúntate qué parte de responsabilidad te corresponde. La tienes. Sea por descuidar tres necesidades vitales, y/o no expresar tus deseos, y/o exigirle demasiado, y/o permitir que tus normas las dicten los demás… Sea por lo que sea, pero la tienes. Y si no te responsabilizas y afrontas eso (lo que sea que te toque solventar a ti), nadie vendrá a sacarte las castañas del fuego.

Ha llovido mucho desde la época en que las señoras se limitaban a cumplir con su deber matrimonial y del sexo no se hablaba. Puede que entonces el goce sexual fuera coto privado de los varones, pero —cuánto lo siento— ya no.

Las chicas también tenemos derecho a vivir nuestra sexualidad en todo su potencial. Está claro y, por supuesto, la mayoría de nosotras parecemos tenerlo claro. No obstante, para lograrlo necesitamos que los hombres nos conozcan de verdad. Hay muchos dispuestos a escucharnos y a aprender de nosotras, muchos más de los que imaginamos. Pero, chicas, vosotras mismas… de nada servirán sus buenas intenciones si nosotras no sabemos qué decirles.

¿Lo sabes tú?

En pocas palabras

  • El sexo es importante, ¡y no sólo para los hombres!
  • Existen muchas dudas y malentendidos en torno al placer femenino.
  • El modelo de sexualidad dominante es sexista y no implica necesariamente la satisfacción femenina.
  • Tenemos derecho a disfrutar de nuestros cuerpos, experimentar y poner en práctica nuestros deseos y recibir una educación que nos ayude a vivir libremente nuestra sexualidad.
  • Las mujeres hemos de responsabilizarnos de nuestro placer. Esto implica conocer nuestro cuerpo, plantearnos cómo nos gustaría que fueran nuestras relaciones sexuales y comunicárselo a nuestras parejas.
  • El silencio nos perjudica. Callar y esperar, eso es lo que hemos hecho siempre y no nos ha servido de mucho.
  • La concepción actual del sexo es injusta, independientemente del género al que se pertenezca. Cuestionar el modelo de sexualidad dominante también les beneficia a ellos, ya que no es justo que se les haga creer que su masculinidad pasa por el pene y sus logros en la cama.
  • Los hombres no han nacido con un manual bajo el brazo, ni son adivinos. No podemos exigirles que sepan cómo tratarnos, pero sí enseñarles cómo hacerlo. Para eso primero hemos de tener muy claro lo que queremos.

¿CREES QUE VIVES TU SEXUALIDAD COMO QUIERES?

¿Crees que tu sexo es tuyo? Antes de pasar al siguiente capítulo, tómate tu tiempo para contestar el siguiente cuestionario. No te asustes, no es un examen, no se puntúa, su único objetivo es ayudarte a meditar sobre cómo vives tu sexualidad. Atrévete a ser sincera, ¡nadie puede leer tus pensamientos! Si me permites un consejo: primero responde sin pensar demasiado, instintivamente, así será más difícil que te mientas, te justifiques o busques excusas para no afrontar la pregunta cuando te sientas incómoda. Hecho esto, podrás reflexionar cuanto quieras.

  • Durante tu infancia y adolescencia, ¿qué clase de mensajes recibiste sobre tu cuerpo y tu sexualidad?

Las siguientes afirmaciones y preguntas pueden ayudarte a recuperar esa etapa de tu vida en busca de los mensajes positivos y negativos que recibiste. Señala tantas como quieras y elabora las tuyas propias (algunas pueden solaparse y las pongo en pasado, pero decide tú el tiempo verbal):

  • Piensa en tu madre y en aquello que te transmitió con y sin palabras. ¿Cómo vivía su sexualidad? ¿Y su feminidad? ¿Parecía cómoda en su cuerpo? ¿Cómo reaccionaba ante las mujeres sexualmente asertivas? ¿Te hablaba claramente de sexo?
  • Ahora, céntrate en tu padre. ¿Qué te enseñó sobre sexualidad femenina? ¿Y masculina? ¿Cómo era con tu madre? ¿Cómo reaccionaba ante las mujeres sexualmente asertivas? ¿Te hablaba claramente de sexo? ¿Qué pensaba sobre la sexualidad femenina? ¿Cómo reaccionó cuando te empezaron a interesar los chicos?
  • Si tienes hermanas y/o hermanos, sobre todo mayores, ¿el camino que abrieron o cerraron te influyó? Si los marcaron en corto o si hubo alguna historia sexual que implicara problemas (un embarazo no deseado, por ejemplo), eso, sin duda, te ha influido.
  • Que fuera una mujer era algo natural. Mi madre/ padre/ambos me quería/n y respetaba/n. Nunca me hice menos por ser una chica, al contrario, me enseñaron a amarme y a respetarme a mí misma.
  • Creo que mamá/papá/ambos hubiera/n preferido que fuera varón. Siempre tuve la sensación de que hiciera lo que hiciese no sería lo bastante buena para ellos.
  • Mi madre/mi padre/ambos me hacían sentir/decían que las mujeres no somos como los hombres, que lo tenemos peor, que hemos venido a este mundo a sufrir…
  • Creo que mis padres se sentían muy cómodos en sus cuerpos: no se paseaban desnudos por casa, pero tampoco los cubrían como si fueran algo pecaminoso.
  • Mis padres tenían una vida de pareja. Dedicaban tiempo a sí mismos, se manifestaban su amor públicamente (gestos de cariño, abrazos, besos…), y buscaban su intimidad.
  • Mis padres siguen juntos y tienen una buena/regular/mala relación.
  • Mis padres se separaron.
  • No es que conversáramos de temas sexuales muy a menudo, pero cuando lo hacíamos se abordaban con bastante naturalidad, ¡algún que otro sonrojo incluido!
  • Mis padres escondían su cuerpo y jamás me hablaban de sexo.
  • Mis padres ignoraban el tema sexual o, si decían algo, era para asustarme, criticarme, ridiculizarme, avergonzarme…
  • Mis genitales, como mucho, eran eso de «ahí abajo». Era como si no existieran o mejor si no hubieran existido.
  • Mis padres no se cortaban un pelo: iban desnudos por casa, hablaban de sexo como si nada y no eran muy discretos cuando lo practicaban, los oí más de una vez[16].

La forma en que asumes el hecho de ser mujer, la aceptación de tu cuerpo y cómo vives tu sexualidad y tus relaciones está influenciada por los mensajes que recibiste cuando eras pequeña. Nuestros padres (o cuidadores) son el espejo en el que nos miramos y si nos sentimos rechazadas por ellos nos creemos indignas de amor, por lo que difícilmente podremos amarnos a nosotras mismas. Otro tanto sucede con el sexo, si para ellos era algo sucio, innombrable, oscuro, ¿cómo crees que lo solemos vivir nosotras? Exacto, tal como nos enseñaron nuestros mayores… salvo que hayamos logrado madurar y elaborar nuestros miedos, carencias y complejos.

Tampoco hay que menospreciar la influencia de la educación religiosa. La vergüenza y la culpabilidad sexual son muy comunes en la sociedad occidental por culpa de la tradición judeocristiana, que, en general, condena el placer y la sexualidad sin fines reproductivos. Que se lo cuenten a todos esos niños y niñas educados en colegios de curas o monjas donde cualquier cosa que oliera a cuerpo, ¡qué decir del sexo!, era anatema. Hay más: algunos expertos aseguran que estas prohibiciones y esta forma de culpabilizarnos por nuestros deseos son los principales causantes de la obsesión por el sexo que existe en Occidente. Uf.

  • ¿Qué sientes actualmente respecto a tu cuerpo y tu sexualidad?

Escoge tantas respuestas como quieras y analiza —no olvides lo que acabas de leer en la pregunta anterior— los motivos de tu elección.

  • Vergüenza.
  • Culpabilidad.
  • Miedo.
  • Intranquilidad.
  • Lejanía. Como si no tuvieran que ver conmigo.
  • Son un problema, un engorro, un incordio.
  • Me gusta ser una mujer.
  • Me siento bastante cómoda con mi cuerpo.
  • Disfruto de mi sexualidad.
  • La vivo con tranquilidad. Me resulta natural.
  • Me cuido y me ocupo de mi vida sexual. No la doy por sentada.
  • ¿Alguna otra cosa? Defínela.
  • ¿Te consideras una persona sexualmente bien informada? ¿Tienes opiniones propias o son creencias aprendidas que jamás te has cuestionado?
    • Sí. Estoy informada y tengo mis propias opiniones.
    • Bastante.
    • No. La verdad es que tengo muchas dudas.

Hay quien cree que por mantener relaciones sexuales ya sabe todo lo que hay que saber: puede que sepa mucho, pero es probable que desconozca aún más.

  • ¿Sabes masturbarte?
    • Sí, y lo hago cuando me apetece, tenga o no pareja.
    • Sí, pero no me masturbo, porque me siento culpable. Pienso que no está bien y que el sexo sólo debe practicarse en compañía.
    • No, porque…
  • ¿Cómo es tu vida sexual? ¿Te comportas como quieres o como se espera de ti? ¿Haces algo por mejorarla?

Señala todas las afirmaciones en las que te veas reflejada y añade cuantas quieras.

  • Busco mi satisfacción tanto como la de mi pareja.
  • Dejo mi placer en sus manos (¿en manos de su buena fe?, ¿en manos de su capacidad adivinatoria? ¿O, quizá, en manos de un príncipe azul que aún está por llegar?).
  • Me siento libre de pedir, experimentar y probar lo que me atrae.
  • Me asustan mis fantasías, deseos, lo que me excita.
  • Me da miedo…
  • Me acompleja…
  • Tomo la iniciativa.
  • Mi pareja siempre lleva la batuta.
  • En general, estoy contenta de mi vida sexual.
  • No suelo plantearme/pensar demasiado en mi vida sexual.
  • El sexo es rutinario y deja que desear.
  • He simulado y/o simulo orgasmos.
  • Aunque tengo orgasmos, mis relaciones no me acaban de satisfacer.
  • Me gustaría dedicar más tiempo a los juegos preliminares. Él me toca un poco, como si fuera un peaje obligado, y en seguida me penetra.
  • Preferiría menos polvos y que hiciéramos otras cosas.
  • No tengo orgasmos mediante el coito, sólo si me estimulo el clítoris, y me siento frustrada.
  • Mi placer no le preocupa. A él sólo le interesa correrse y a mí que me zurzan.
  • Creo que soy muy mala amante.
  • Sólo es cariñoso cuando quiere sexo. Y una vez lo ha logrado, enciende la tele o se duerme y se olvida de mí.
  • No sé por qué lo llaman hacer el amor, ni siquiera entonces es cariñoso.
  • Me cuesta estar por la labor, me desconcentro en seguida.
  • Participo en prácticas sexuales que me desagradan.
  • Nunca hago nada en contra de mis deseos.
  • Voy agotada, apenas hablamos y pretende que me apetezca hacerlo.
  • Lo hacemos poco. Nunca tiene ganas.
  • Lo hacemos demasiado.
  • Hablamos de sexo con regularidad.
  • No me siento cómoda cuando tengo que hablar de sexo con él.
  • Para no tener que decirle que no, me acuesto cuando ya se ha dormido, finjo dolor de cabeza o que no me encuentro muy bien…
  • Dedica unos minutos a agregar todo aquello que te guste, preocupe o desagrade.

Hablar. Sin duda el que seas capaz de expresar tus deseos y necesidades influye directamente en tu satisfacción sexual. Diversos estudios han demostrado que las mujeres que hablan de sexo con su pareja lo practican más, son más orgásmicas y sienten mayor placer que las que no se comunican con ella.

  • ¿Crees que las mujeres tienen la misma libertad sexual que los hombres? ¿Y tú?
    • Sí. Las mujeres hacemos lo que queremos.
    • No la tenemos. El machismo y la doble moralidad siguen vigentes: unas reglas para ellos, otras bien distintas para nosotras.
    • No estoy de acuerdo en que las mujeres podamos hacer lo mismo que los hombres, porque…
    • Aunque estoy a favor de nuestra libertad sexual, yo misma me he sorprendido más de una vez criticando a una mujer por su liberalidad y/o promiscuidad.
    • Me acuesto con quien quiero y me comporto como me viene en gana.
    • No me atrevo a hacerlo por temor a los comentarios, a que él no me respete…
    • Si lo hiciera, me sentiría sucia y/o culpable.
    • Las mujeres unimos sexo y amor, por lo que lo de «aquí te pillo, aquí te mato» con un desconocido no suele irnos.
    • Estoy por la labor de vivir mi sexualidad con plena libertad. Me cuesta, pero estoy en ello.

    Comentarios. ¿Quién de nosotras no ha sido objeto de habladurías, no ha temido provocarlas (qué ingenuidad) o, peor aún, ha ayudado a propagarlas sobre otra mujer?

  • ¿Te has acostado con un hombre sin desearlo?

Cuántas jovencitas han accedido a mantener relaciones para que no las llamen estrechas, para evitar que las deje el chico de sus sueños por inseguridad, por miedo a ser rechazadas… Cuántas otras, supuestamente más maduras y con menos excusas, lo han hecho por los mismos motivos. ¿Acaso te parece lógico? Ah, y las emparejadas tampoco se libran. Como dice mi amiga Z (omito su nombre así para evitarle malos rollos con su chico): «La de veces que le he seguido el juego para evitar una bronca cuando lo que yo necesitaba era un buen masaje». Y tú, ¿alguna vez lo has hecho?

  • Por temor a perderle.
  • Porque ha sido amable/generoso/comprensivo y me he sentido en deuda.
  • Por miedo a perder el trabajo (o similar).
  • Por no dejarle colgado.
  • Para no herirle.
  • Por no saber decir «no».
  • Para que no se enfade.
  • Para que no me sea infiel.
  • Para que me deje tranquila.
  • Para que me quiera.
  • Nunca.
  • ¿Utilizas un método anticonceptivo fiable?
    • Sí.
    • No. (No pienso andarme con lindezas, eres una irresponsable. No dejes pasar un día más sin solucionar esta cuestión).
  • ¿Tomas precauciones para evitar contagios (sida y enfermedades de transmisión sexual)?
    • Sí.
    • No. (¿Tan poco te quieres que no te importa arriesgar tu salud, incluso la vida? El único caso en que esta respuesta es admisible es si tienes pareja estable, ambos estáis sanos y tomáis precauciones si mantenéis relaciones con terceras personas).

    Arriesgar. ¿Por qué, a pesar del peligro que corren, hay tantas mujeres que aceptan practicar el sexo sin preservativo? Si él dice que siente menos, es su problema. ¡Que se espabile hasta encontrar un modelo que le guste! Mientras tanto, junta bien las rodillas. Y milita: si tienes hijas, hermanas, amigas que sospeches que se la están jugando, háblales claro e infúndeles el valor de exigir el uso del preservativo. Sobre todo, vela por las más jóvenes: las primeras experiencias sexuales ya son difíciles de por sí (vergüenza, desconocimiento, temor…), por lo que pedirle a un chico que utilice un preservativo supone tener unas agallas que muchas no encuentran[17].

  • Si tuvieras que calificarla, ¿qué nota le darías a tu vida sexual y por qué?
    • De 0 a 4. (Ni se te ocurra conformarte. Sigue leyendo).
    • De 5 a 8. (No está mal, pero quizá debas hacer algo y te enseñes y le/s enseñes algo para subir la nota, ¿no te parece?)
    • A partir de 9. (¡No aspires a menos y sigue experimentando!)

¡Se acabaron los deberes! No sé si te habré agotado; de lo que sí estoy segura es de que, si te has tomado tu tiempo y te has molestado en reflexionar, ahora sabrás mucho más acerca de ti misma y de tu vida sexual, condición indispensable para sacarle partido a nuestra aventura. Ahora sí que podemos seguir.